domingo, 30 de julio de 2017

Hace 100 años - 30 de julio de 1917 - Primera Guerra Mundial - ¡Tanques!

Hace 100 años
30 de julio de 1917
Primera Guerra Mundial

¡Tanques!

El 28 de julio de 1917 nace el “Cuerpo de Tanques” (“Tank Corps”) del Ejército Británico. Los tanques fueron usados por primera vez durante la Batalla de Flers-Courcelette, en septiembre de 1916. Flers-Courcelette fue uno de los tantos enfrenamientos localizados dentro del contexto de la Batalla del Somme, que tan dura prueba supuso para los británicos y alemanes que se enfrentaron en ella. En esa ocasión, la aparición de unos gigantescos vehículos de acero, que avanzaban escupiendo fuego desde cañones y ametralladoras, causó terror entre las filas alemanas, que abandonaron sus trincheras, sin saber todavía cómo detenerlos. Con el paso de los meses, los alemanes fueron aprendiendo cómo detener estos monstruos blindados, que además eran poco fiables mecánicamente y quedaban fuera de combate por desperfectos, no menos que por el combate en sí mismo.

El primer modelo de tanques en ver combate en el Somme fue el “Mark I”. Las primeras unidades fueron encuadradas en seis compañías, las que, a su vez, fueron agrupadas en la llamada “Sección Pesada” del Cuerpo de Ametralladoras (“Machine Gun Corps”, “MGC”). Para noviembre de 1916, las ocho compañías de tanques fueron expandidas a batallones, identificados con las letras A a H, que se convirtieron, de este modo, en la “Rama Pesada” del “MGC”. En enero de 1917, se formaron otros ocho batallones, designados con las letras I a O y posteriormente se les cambió su designación de letras a números. Ya eran demasiadas unidades para mantenerse dentro del Cuerpo de Ametralladoras. Además los generales británicos entendían que el propósito del tanque no podía ser el mismo de las ametralladoras. De ahí que se decidiera separar ambas armas y crear un cuerpo específico para los tanques.

A medida que variaba la orgánica de las unidades, también progresaba el diseño. Para la segunda mitad de 1917, los tanquistas británicos ya operaban el “Mark IV”, que incorporaba algunas mejoras en armamento y protección, respecto de la primera versión. Al finalizar la guerra, se había ordenado la producción de ocho versiones sucesivas, con el “Mark VIII” siendo resultado de un esfuerzo industrial conjunto de Estados Unidos y Gran Bretaña.

Los tanques fueron una respuesta al problema de las trincheras. Por muchos hombres que se concentraran y por muchas horas de bombardeo artillero que se destinaran a preparar las ofensivas, los asaltos de la infantería sencillamente no eran capaces de penetrar las trincheras alemanas. Con suerte, se conquistaba una primera línea enemiga de trincheras, pero quedaban complejas defensas en profundidad en posesión del enemigo. Rara vez se conseguía alguna saliente en el frente, de unos pocos kilómetros, y siempre a un costo en vidas escalofriante. Especialmente durante 1916, con las grandes Batallas de Verdún y el Somme, fue frecuente que millones de hombres murieran o resultaran heridos, para conquistar algunas decenas de kilómetros cuadrados.

Los estrategas británicos apostaban a que el tanque fuera capaz de romper el sangriento empate en que se había convertido el Frente Occidental. Y es cierto que su aparición era espectacular, pero no alcanzó a ser la respuesta que esperaban los altos mandos. Durante algunas batallas, especialmente la Batalla de Cambrai (noviembre de 1917), el tanque mostró resultados sorprendentes, pero no llegó a convertirse realmente en un arma decisiva. A los primeros modelos, siguieron otros diseños innovadores, como los llamados “Mark A-Whippet” (“galgo”), más livianos y algo más veloces, que se esperaba fueran capaces de explotar las brechas abiertas por los tanques pesados en las trincheras enemigas. Los franceses, por su parte, introducirían el “Renault FT 17”. Este último fue el primer modelo en montar su armamento en una torreta capaz de girar 360º, de modo que su impacto en el diseño de los tanques posteriores fue tan relevante como el de los tanques británicos. Con más de 3.600 unidades, el “FT” fue además el modelo más producido durante el conflicto.

Los alemanes no llegarían a entusiasmarse con el concepto del tanque durante la Primera Guerra Mundial. Desarrollaron el “A7V”, pero en mucho menor escala que los británicos y franceses y, de hecho, la mayoría de los tanques usados por los alemanes eran vehículos capturados en combate. En total, Alemania no llegó a desplegar 100 tanques, mientras que británicos y franceses construyeron varios miles. Era frecuente que los ataques de los tanques causaran desorden inicial y hasta pánico entre los alemanes, pero éstos aprendieron pronto a dominar su pánico y fueron desarrollando formas muy efectivas de detener estos colosos. Cuando la Primera Guerra Mundial llegó a su fin, el futuro del tanque estaba lleno de dudas. Todo ejército que se preciara quería tenerlo en su arsenal, pero muchos teóricos militares no estaban convencidos de que valiera realmente la pena invertir tanto dinero en su desarrollo y producción, cuando la verdad era que, durante la guerra, se mostraron como artilugios impresionantes, pero no llegaron a ser armas decisivas.

En los años inmediatamente siguientes al final de la Gran Guerra, los británicos y franceses produjeron los mejores y más innovadores modelos de tanques. En líneas generales, los diseños franceses y británicos siguieron dos caminos paralelos. Por un lado, estaban los “tanques de infantería”, pesados herederos de los primeros “Mark”, cuya misión era asaltar las trincheras enemigas y ojalá penetrarlas. Como debían seguir el ritmo de la infantería, poco importaba que fueran lentos, mientras estuvieran lo bastante blindados, como para recibir las atenciones del fuego enemigo, cuando cruzaban la “tierra de nadie”. Una vez roto el dispositivo defensivo enemigo, era el turno de los tanques ligeros o “cruisers” (“cruceros”), herederos de los “Whippet”, más veloces y menos protegidos que sus primos pesados “de infantería”.

Al entrar en la década de 1930, los recortes presupuestarios de Francia y Gran Bretaña, muy presionadas por los efectos de la Gran Depresión, produjeron un considerable retraso en el desarrollo militar en general y en la investigación en tanques en particular. Aun así, en la víspera de la Segunda Guerra Mundial, Francia y Gran Bretaña podían exhibir los más avanzados tipos de tanque en el mundo occidental. Los alemanes, italianos, japoneses y estadounidenses llegaron atrasados al escenario internacional del diseño de tanques y, poco antes de estallar la siguiente guerra, la mayoría de sus tanques eran inferiores a los modelos británicos y especialmente franceses. Contrario a lo que muchos piensan, los tanques alemanes, al comienzo de la Segunda Guerra Mundial, en su mayoría, eran máquinas vulnerables y poco armadas que, sin embargo, resultaron efectivas porque eran conducidas por los soldados mejor entrenados de su tiempo. Los alemanes se pusieron a fabricar tanques recién a mediados de la década de 1930, cuando los nazis decidieron ignorar las prohibiciones del Tratado de Versalles. Su retraso en esta particular carrera tecnológica obligó a los alemanes a entrar en la guerra con una fuerza blindada muy inapropiada. La gran mayoría de las divisiones “panzer” que ayudaron a conquistar casi toda Europa en 1939-1941, estaban conformadas por poco más que tanquetas, apenas armadas con ametralladoras y absolutamente incapaces de resistir el impacto de algo más potente que una bala de fusil. Sólo un puñado de “panzer” podían considerarse auténticos tanques cuando la guerra estalló en Europa nuevamente. Además los alemanes cometieron el error de seguir la doctrina británica, de diseñar, por un lado, modelos específicos para apoyar a la infantería y, por otro, modelos más ligeros, capaces de moverse más rápido y capaces teóricamente de destruir otros tanques. Esta división de roles probó ser, con el tiempo, una gran desventaja en la producción y en el uso de los tanques en combate.

Los conflictos bélicos desarrollados entre las dos guerras mundiales ayudaron poco a la reputación de los tanques. Esto fue especialmente cierto respecto de la Guerra Civil Española (1936-1939), que sirvió de campo de pruebas para una Europa que ya presentía el estallido de una nueva guerra mundial. Fue significativo que los “Republicanos” españoles perdieran la guerra a pesar de tener, entre otras cosas, tanques soviéticos en sus filas, muy superiores en armamento y blindaje a los modelos alemanes e italianos de que disponían los “Nacionales”. De hecho, aunque era un secreto para el mundo, al momento de estallar la Segunda Guerra Mundial, la más moderna y más numerosa fuerza de tanques del mundo era la poseída por el Ejército Rojo. El paso del tiempo demostraría que, como ocurre con toda arma y, en general, con toda tecnología, su efectividad no sólo depende de sus ventajas técnicas, sino también de la habilidad, entrenamiento y voluntad de quienes lo operan, tres aspectos en que los alemanes demostrarían que no tenían rival, por mucho que sus tanques no tenían los cañones más grandes, ni contaban con el blindaje más grueso.

Abajo, conservados en un museo, dos ejemplares de los modelos que iniciaron la historia de los tanques. A la derecha de la imagen, el pesado “Mark I”. A la derecha, un ligero “Mark A-Whippet”.




Hace 75 años - 30 de julio de 1942 - Segunda Guerra Mundial - Empate en El Alamein

Hace 75 años
30 de julio de 1942
Segunda Guerra Mundial

Empate en El Alamein

En el Frente Oriental, los alemanes siguen avanzando velozmente por el sur de la Unión Soviética. El 24 de julio de 1942, la División “Wiking” de las “Waffen SS” captura un aeródromo cercano a Rostov del Don, mientras que la 125ª División de Infantería entra ese mismo día en el centro de la ciudad. Al día siguiente, llega hasta Rostov el resto de los efectivos del 1er Ejército Panzer. La ciudad, considerada “llave del Cáucaso”, ha sido conquistada por los alemanes nuevamente. El “Frente Sur” del Ejército Rojo prácticamente ha sido barrido del campo de batalla y sus golpeados restos son absorbidos por el “Frente del Cáucaso”, al mando del mariscal Semión Budyenny.

En tanto, la punta de lanza norte de la ofensiva alemana sigue acercándose al gran río Volga. El 26 de julio, el 6º Ejército Alemán rompe las líneas de dos ejércitos soviéticos, el 62º y el 64º, posicionados al oeste de Stalingrado. El 28 de julio, el tirano soviético, Iosif Stalin, emite la Orden nº 227, conocida como “¡Ni un Paso Atrás!”. Stalin disponía severos castigos para los que se retiraran, así como para las familias de los que cayeran prisioneros. Se incluía también la creación de batallones penales, encargados de cumplir misiones suicidas y de unidades especiales del NKVD, encargadas de abrir fuego sobre todo aquel que dudara en el ataque. En realidad, era una reedición de la Orden nº 270 del 16 de agosto de 1941, casi un año antes, cuando las rendiciones en masa amenazaban con causar el colapso de la URSS. En el verano de 1942, los soviéticos pelean con un poco más de convicción, pero el golpe de 1941 fue demasiado grande, como para recuperarse del todo y además todavía son miles los que prefieren arrojar las armas rápidamente, antes que dejarse matar para defender un gobierno que se ha dedicado a esclavizar, encarcelar, ejecutar, torturar y matar de hambre a su pueblo. Poco a poco, los ciudadanos soviéticos irán sabiendo de los horrores sufridos por los prisioneros que consiguen escapar de los alemanes y de los abusos cometidos en la zona ocupada. Sólo entonces comprenderán que, bajo los nazis, el destino no sería mucho mejor que bajo los comunistas y el Ejército Rojo se convertiría en una inmensa y aceptablemente efectiva máquina de combate. Pero quedaban meses para que ese cambio se operara del todo.

En el Pacífico, la lucha es intensa en la Papúa Australiana, Nueva Guinea. El 26 de julio, el Ejército Imperial Japonés ataca Oivi. Las tropas de la “Commonwealth”, superadas en número y equipamiento, deben retroceder al abrigo de la noche, hacia la jungla, recorriendo el llamado “Sendero Kokoda”. Más temprano, ese mismo día, los japoneses desembarcan un refuerzo de 1.020 soldados en la isla, provenientes desde Rabaul. Los australianos hacen lo que pueden por reforzar las defensas del aeródromo de Kokoda. Dos aviones australianos con refuerzos vuelan en círculos sobre la pista, pero no aterrizan, por temor a que el aeródromo esté a punto de ser capturado por los japoneses. El 27 de julio, el capitán Sam Templeton, comandante del batallón australiano que defendía el sector de Kokoda, capturado el día anterior, es ejecutado por los japoneses. El día 29, cae el aródromo, luego de que los 70 soldados australianos que quedaban vivos recibieran la orden de retirarse.

En la noche del 26 al 27 de julio, el 8º Ejército Británico lanza la “Operación Manhood”, el último intento del general Claude Auchinleck de expulsar a las fuerzas de Rommel desde sus posiciones defensivas en El Alamein, Egipto. La fuerza principal de ataque estaba conformada por el XXX Cuerpo, reforzado con la 1ª División Blindada, la 4ª Brigada Ligera Blindada y la 69ª Brigada de Infantería. El ataque sería llevado a cabo en el llamado risco de Miteiriya, al norte de la línea alemana. Era el tercer ataque que se intentaba en el sector norte y los alemanes lo estaban esperando. La ofensiva británica además fue mal planificada y algunas unidades antitanque se perdieron en el avance nocturno, dejando a los tanques aislados tras líneas enemigas y vulnerables al contraataque, cuando llegó el día.

Rommel reaccionó rápido y lanzó decididos contraataques, que causaron severas bajas a los británicos. Auchinleck todavía tardaría un par de días en dar la orden de suspender toda acción ofensiva, pero este último fracaso del 8º Ejército significaba que ninguno de los dos bandos podía romper el empate en que se había convertido la Primera Batalla de El Alamein. Para el 27 de julio, dadas todas las circunstancias, se puede considerar terminada esta batalla con un virtual empate. Sin embargo, el resultado fue más costoso para los alemanes, que para los británicos. Los alemanes e italianos perdieron 17.000 hombres entre muertos y heridos, mientras que los británicos sufrieron poco más de 13.000 bajas. Ambos bandos perdieron también abundante cantidad de vehículos, especialmente los tan valiosos tanques. Para las fuerzas de Rommel, sin embargo, era mucho más difícil reponer las pérdidas, pues los convoyes con refuerzos y material de guerra, provenientes de Italia, tenían cada vez más dificultades para llegar hasta las costas africanas. Al privilegiar el avance sobre Egipto, Italia y Alemania renunciaron a conquistar o neutralizar Malta, origen de todos los buques y aviones que acosaban las líneas germano-italianas. Esas mismas naves y aeronaves se encargaban de proteger los convoyes británicos de la amenaza de aviones y submarinos ítalo-germanos, que hallaban crecientes dificultades para cumplir su labor de desbaratar las líneas de comunicación adversarias. Al final, la posesión de Malta resultó decisiva para la victoria final del Imperio Británico en el Norte de África y en el Mediterráneo en general.

El estancamiento de las operaciones en África significaba que Alejandría y el Canal de Suez también seguían en poder de la “Commonwealth”. Aunque no podían decirlo, el mariscal Erwin Rommel y los demás generales alemanes e italianos ya intuían que el empate en la Primera Batalla de El Alamein era, en realidad, el primer paso hacia su derrota final en la campaña.

Abajo, una rara foto a color de un Fiat-Ansaldo “M13/40” del “VIII Battaglione”, “32º Reggimiento Carri”, con su tripulación posando en un momento de descanso, bajo el sol abrasador del desierto africano. El “M13/40” fue posiblemente el mejor carro de combate desplegado por las divisiones del “Regio Esercito” en África del Norte. Tenía aspecto eficiente y resultó aceptable durante la primera parte de la lucha en África del Norte, cuando sus rivales eran los “cruiser” británicos, a los que podía enfrentar con su armamento, o los mucho más lentos “Matilda”, que podía aventajar en movilidad y llevar hasta emboscadas de armas antitanque. Sin embargo, para la segunda mitad de 1942, los nuevos modelos de tanques aliados, especialmente los “Grant” y “Sherman” norteamericanos se mostraron muy superiores a los carros italianos, que aún consiguieron algún éxito gracias a su valentía y veteranía, reconocida por el propio Rommel en más de una ocasión.




domingo, 23 de julio de 2017

Hace 100 años - 23 de julio de 1917 - Primera Guerra Mundial - Kerensky al poder

Hace 100 años
23 de julio de 1917
Primera Guerra Mundial

Kerensky al poder

Desde febrero de 1917, cuando se produjo la abdicación del Zar, el llamado Gobierno Provisional ha intentado estabilizar la difícil situación de Rusia, acosada por desórdenes internos y por una guerra externa donde ha sufrido muchas derrotas. Además de los muchos desafíos que tuvo que enfrentar, el Gobierno Provisional tuvo que aceptar la influencia del Soviet de Petrogrado, que tenía tanta influencia como el mismo gobierno, en los asuntos de la capital imperial, al menos.

El número de los trabajadores fabriles y concretamente el de los que apoyaban a los elementos más radicales del Soviet de Petrogrado fue desproporcionadamente pequeño, si lo consideramos a la luz de la enorme población de Rusia. Lo que explica su desproporcionada influencia es el hecho de ser el grupo de presión más vistoso en Petrogrado, la sede del gobierno, y en otras pocas ciudades, como Moscú. Lo que pasaba en estas ciudades, centros de influencia y poder, se dejaba sentir a lo largo y ancho de todo el Imperio de los Zares. Por eso fue que, en la hora decisiva, un grupo pequeño y decidido, como los bolcheviques, tuvo bastante con controlar Petrogrado y Moscú, para terminar, a la larga, controlando toda Rusia.

A partir del 16 de julio de 1917 (calendario gregoriano), se produjeron grandes manifestaciones de trabajadores y soldados en las calles de Petrogrado. Muchos trabajadores, influidos por los grupos políticos más radicales, sentían que la revolución de febrero los había estafado, al no sacar a Rusia de la guerra. En los llamados “Días de Julio”, hasta medio millón de manifestantes salieron a las calles, demandando paz inmediata, bajo el lema “Todo el Poder a los Soviets”, en una clara alusión al hecho de que el Gobierno Provisional ya no contaba con la confianza de las masas.

Vladimir Ilich Ulianov, Lenin, que había regresado desde Suiza en un tren facilitado por los alemanes, pensaba que el Partido Bolchevique no estaba listo para tomar el poder y que, en general, la “correlación de fuerzas” no estaba madura para instaurar la “dictadura del proletariado”, de modo que ordenó a sus colaboradores que no se asociaran a las protestas. Sin embargo, al notar la dimensión que tomaba el movimiento popular, tuvo miedo de que se produjera una gran revolución y el bolchevismo se quedara al margen, de modo que terminó apoyando a los manifestantes. Con el paso de los días, sin embargo, cambió de opinión y decidió retirar su apoyo. Fue, no obstante, demasiado tarde. El 17 de julio de 1917, Alexander Kerensky, hasta entonces Ministro de Guerra, se hizo cargo del tambaleante gobierno y mandó a las tropas leales que sofocaran el intento revolucionario. Al mismo tiempo, pensando que los bolcheviques estaban detrás de los desórdenes, ordenó el arresto de sus líderes, partiendo por Lenin, que se escondió en una cabaña, en los bosques al norte de Petogrado. A las pocas semanas, huiría a Finlandia.

El 21 de julio, Kerensky reemplazó formalmente al Príncipe Gueorgui Lvov como Primer Ministro del Gobierno Provisional. Junto con Lvov, salieron los demás representantes del centrista Partido Constitucional-Demócrata (“Kadete”), de modo que la coalición quedó limitada esencialmente a los Mencheviques (social demócratas, separados de los Bolcheviques de Lenin) y a los Socialistas Revolucionarios (“Eseristas”). También suponía que la represión había dado a los problemáticos bolcheviques un golpe del que no se podrían recuperar y se sintió lo bastante seguro, como para prohibir su periódico, “Pravda”. Durante los meses siguientes, Kerensky se convertiría en el “hombre fuerte” de Rusia, hasta que el mismo Lenin regresara para arrebatarle el poder.

Abajo, una fotografía que capta las luchas callejeras de julio de 1917, entre los manifestantes y las tropas leales al Gobierno Provisional.




Hace 75 años - 23 de julio de 1942 - Segunda Guerra Mundial - Hitler (II): ascenso al poder

Hace 75 años
23 de julio de 1942
Segunda Guerra Mundial

Hitler (II): ascenso al poder

Las fuerzas del mariscal Erwin Rommel han detenido su avance en El Alamein, África del Norte. Por el momento, no tienen medios para proseguir su arremetida hacia el Canal de Suez, pero las fuerzas de la “Commonwealth” tampoco consiguen desalojarlos de Egipto y sus contraataques fracasan, con graves pérdidas. Los ítalo-alemanes están en franca inferioridad numérica y material, especialmente luego del arribo de nuevos modelos de tanques británicos y norteamericanos, pero está claro que, si los Aliados quieren recuperar el terreno perdido en África, deberán pagar un alto precio.

En el Frente Oriental, prosigue “Caso Azul”, la ofensiva alemana destinada a asegurar la conquista de los pozos petrolíferos del Cáucaso y mantener las comunicaciones entre el corazón del “Reich” y las ricas tierras agrícolas de Ucrania. Mientras una punta de lanza avanza rápidamente hacia el Volga, otro grupo de ejércitos alemanes se acerca a Rostov del Don, la ciudad considerada “llave del Cáucaso”, que la “Wehrmacht” ya conquistó una vez y de la que fueron desalojados por el Ejército Rojo durante el sangriento invierno de 1941-1942.

En Washington, el Comando Conjunto se da cuenta de la gravedad que implicaría permitir a los japoneses consolidar una base aérea en Guadalcanal. Estados Unidos no está del todo listo para emprender ofensivas terrestres o anfibias, pero la urgencia de la situación obliga a ensamblar a la “1ª División de Marines”, que será la encargada de intentar frenar los planes japoneses. Si Japón tiene éxito, puede estrangular las rutas que unen América con Australia y Nueva Zelanda.

En todos los frentes, la situación es mala para los Aliados. En el mejor de los casos, les esperan largas y sangrientas campañas para recuperar las gigantescas extensiones de tierra y mar que controlan Alemania, Japón, Italia y sus aliados menores. Si se retrocede mentalmente a 1919, cuando Hitler ingresó al entonces “Partido de los Trabajadores Alemanes”, nadie habría sospechado que ese vagabundo se convertiría en el jefe del partido legalmente gobernante de Alemania y que, desde esa posición, llegaría tan cerca de imponer su desquiciada visión del mundo a casi todo el planeta, por la vía de las armas.

El joven agitador ascendió rápidamente en la jerarquía del pequeño partido, gracias a una poderosa elocuencia y a una rara capacidad de persuasión. A fines de 1920, la agrupación adoptó el nombre que usaría hasta el amargo fin de mayo de 1945: “Nationalsozialistische Deutsche Arbeiterpartei”, “Partido Nacionalsocialista de los Trabajadores Alemanes”, generalmente acortado en sus siglas “NSDAP” o más comúnmente, “Nazi”. Para ese entonces, contaba con unos 3.000 militantes y actuaba sólo en Baviera. Para 1921, Hitler, el encantador de serpientes, había conseguido hacer creer que el futuro del partido dependía de su elocuencia y de su genio. Desde entonces, el partido se convirtió en una entidad altamente centralizada, regida por el principio, según el cual, todas las instancias del partido se resumían en la voluntad del “Führer”, el Conductor o Líder, cuyas decisiones eran irrevocables, por considerarse siempre infalibles. Era una forma muy ambiciosa de ver las cosas, especialmente si se considera que no era más que uno de los tantos grupúsculos que pululaban en la arena política bávara de ese entonces. En realidad, era poco más que una banda de antiguos soldados desempleados, con poca educación y algunos con antecedentes penales.

Muy rápidamente, Hitler juzgó que su persona y su partido estaban destinados a regir los destinos de Alemania, de modo que se puso a preparar un golpe de Estado en Baviera. La idea era ganarse a la guarnición local del Ejército y marchar sobre Berlín, imitando la exitosa “Marcha Sobre Roma” de Mussolini y sus “Camisas Negras” fascistas, en octubre de 1922. Además del estimulante ejemplo de “Il Duce” italiano, la situación internacional ayudó a crear el caos que podía ser necesario para levantar una revolución similar en Alemania. En enero de 1923, el Ejército Francés ocupó la zona industrial y carbonífera del Ruhr, en respuesta a los retrasos alemanes de las costosas reparaciones de guerra, impuestas a los alemanes por el Tratado de Versalles. La ocupación francesa del Ruhr, además de aumentar la humillación de la derrotada Alemania, profundizó el caos económico, empujó la caída del gobierno y animó al Partido Comunista Alemán a intentar un levantamiento revolucionario, imitando el ejemplo ruso de 1917.

Los sucesos de 1923, convencieron a Hitler de que el momento estaba maduro para su revolución, más aun, cuando obtuvo el respaldo del célebre general Erich Ludendorff, que compartió con el mariscal Paul von Hindenburg el lugar de mayor estima entre los altos mandos alemanes de la Gran Guerra, que acababa de terminar. Hitler pensaba que el desastre nacional y la figura del viejo general, bastarían para que los regimientos bávaros se pusieran a las órdenes de su rebelión. El “putsch” fue implementado en la noche del 8 al 9 de noviembre de 1923, mediante el secuestro de los jefes del gobierno y del oficial de mayor graduación del Ejército. Los secuestrados fueron obligados a sumarse al golpe a punta de pistola, pero escaparon a la primera oportunidad y dieron órdenes a la policía que aplastara la insurrección. Después de dispararse unos cuantos tiros y de que murieran 16 amotinados, todos los golpistas huyeron, incluyendo a Hitler, con la sola excepción del general Ludendorff, que se resistió hasta el último momento a pensar que un soldado alemán pudiera dispararle. El viejo general efectivamente caminó tranquilamente entre el fuego cruzado, aunque se retiró a la vida privada, desencantado de Alemania y del Ejército.

El Partido Nazi fue proscrito y sus líderes fueron enjuiciados, partiendo por el propio Hitler. Pero éste aprovechó la tribuna que suponía el juicio para exponer sus ideas y colocarse en el lugar de acusador, achacando al gobierno y a la democracia parlamentaria todas las culpas por los males de Alemania. Al final, recibió una muy leve condena, que usó para consolidarse como figura política y para escribir “Mein Kampf”, “Mi Lucha”, un libro donde expone su desquiciado pensamiento político, racista y expansionista, que pondría en práctica puntualmente cuando llegara al poder.

Para 1925, Hitler estaba libre y el partido había sido legalizado de nuevo. El intento de golpe de Estado, con muertos incluidos, casi no tuvo consecuencias penales para el aventurero y, en cambio, lo convirtió en una reconocida figura política, capaz de proyectar su liderazgo más allá de Baviera. Hitler no era un buen administrador, pero contó con buenos colaboradores en la organización del partido, tanto en el área política, como en el aparato paramilitar, que tanta importancia cobraría a comienzos de la década de 1930. Además contó con buenos encargados de propaganda, especialmente Joseph Goebbels, que concentró todos sus esfuerzos en reforzar la imagen personal de Hitler.

El partido consiguió crecer durante la década de 1920, gracias a su disciplinada organización, pero nunca habría llegado al poder, de no producirse la Gran Depresión, que golpeó tan rudamente a Alemania. Si en 1928, el nazismo no llegaba al 3% de los votantes, para 1930, con la crisis ya desatada, alcanzaba sobre un 18% de las preferencias. En las elecciones de 1932, los nazis ya superaban el 33% de los votos para el “Reichstag”, lo que les daba un pequeño margen de mayoría. El anciano Presidente Hindenburg fue convencido de que podía aceptarse a Hitler como Jefe de Gobierno, con una minoría de ministros nazis, de modo que el resto de la coalición pudiera controlarlo. El 30 de enero de 1933, por medios democráticos y cumpliendo las normas de una de las constituciones más liberales jamás promulgadas, un fanático racista, militarista y expansionista, lleno de rencor hacia gran parte del mundo que lo rodeaba, se convertía en Jefe de Gobierno de uno de los países más poderosos del mundo.

Abajo, Hitler aparece sentado junto al anciano Presidente Hindenburg. Claramente no se siente cómodo todavía con su nueva posición.




Hace 100 años - 16 de julio de 1917 - Primera Guerra Mundial - La restauración manchú (II)

Hace 100 años
16 de julio de 1917
Primera Guerra Mundial

La restauración manchú (II)

El 10 de julio de 1917, han pasado diez días desde que el general Zhang Xun inició su intento de restaurar en todo su poder al último Emperador de China, el joven Aisin Gioro Pu yi que, hasta el momento, había podido vivir en relativa tranquilidad al interior de la “Ciudad Prohibida”, aunque sin posibilidades de influir en la marcha de los acontecimientos políticos del país. Para el día 10, Zhang sabe que no tiene fuerzas suficientes para vencer a los partidarios de la república, que marchan sobre Pekín. Durante los días 10 y 11, se llevan a cabo intensas negociaciones para frenar una batalla en las calles de la ciudad. Los allegados al Emperador incluso preparan una propuesta de abdicación, pero no están seguros de cómo reaccionará Zhang y deciden no anunciarla. También fracasan los intentos de mediación de los diplomáticos extranjeros. Finalmente los altos mandos republicanos anuncian que ordenarán el asalto a Pekín para el 12 de julio.

La lucha fue de corta duración. Poco después de iniciada la batalla, los monarquistas entablaron negociaciones. Viendo su causa perdida, Zhang huyó hacia las embajadas extranjeras y poco después los ejércitos contendientes acordaron un cese al fuego formal. Pu yi y la corte quedaban en una situación muy precaria, aunque la República permitió al monarca residir en la Ciudad Prohibida hasta 1924. Es posible que la figura del “Hijo del Cielo” tuviera todavía mucho arraigo en los sectores sociales más humildes, menos permeados por las corrientes políticas foráneas, que veían en el sistema absolutista de la monarquía imperial china uno de los factores que explicaban el atraso en que el país se hallaba respecto de otras naciones, especialmente Japón y las potencias occidentales, que llevaban decenios aprovechándose de la debilidad de China, para obtener ventajas comerciales y políticas a costa de ésta.

Los partidarios de la República además sostenían que el apartamiento de Pu yi no hacía sino expulsar del poder al vástago de una dinastía extranjera. Por un lado, la forma de gobierno en China había sido la monarquía absoluta durante milenios, desde los albores de la historia del país y los emperadores chinos podían ostentar una continuidad casi ininterrumpida en el trono imperial desde, al menos, los días de la Dinastía Chin, que rigió en el siglo III a. de C. Sin embargo, la Dinastía Ching fue considerada por muchos como una dinastía extranjera, por hallar sus orígenes en Manchuria; de ahí que se las denominara también Dinastía Manchú, sobre todo en el extranjero. En efecto, los ascendientes de Pu Yi llegaron al poder en el siglo XVII, a expensas de la Dinastía Ming, a la que sustituyeron en el poder. Los Ming fueron la última dinastía perteneciente a la etnia Han en gobernar China. Los Han son todavía hoy el grupo étnico más numeroso de China y del mundo, de modo que los manchúes gobernaron como una casta conquistadora sobre una mayoría que hablaba una lengua distinta, aunque realizaron profundos intercambios culturales en los casi tres siglos que gobernaron China y definieron la base territorial de la China contemporánea. De hecho, en su momento de apogeo, bajo el largo reinado del  Emperador Chianlong (1735-1796), el Imperio Chino alcanzó su máxima extensión y llegó a la cima de su poder, para empezar un lento y doloroso proceso de decadencia que la iría debilitando en el curso del siglo XIX, hasta convertirse en un territorio semicolonial al iniciarse el siglo XX.

Al producirse la “Revolución de Xinhai” de 1911, que instauró la república, muchos líderes políticos chinos sentían que estaban devolviendo el Imperio a sus legítimos dueños, es decir, la mayoría Han. Con el tiempo, el último Emperador, Pu Yi, parece que acabó sintiendo lo mismo, pues accedió a convertirse en un gobernante títere de los japoneses, cuando éstos decidieron crear con sus conquistas el estado títere de Manchukuo. Como Manchukuo correspondía a Manchuria, Pu yi podía digerir su colaboracionismo al pensar que gobernaba la tierra de sus ancestros, mientras dejaba a los chinos, que lo habían expulsado, a su suerte, para ser conquistados y oprimidos por los japoneses.

En julio de 1917, con el fracaso de la última restauración manchú, no sólo acababa el tiempo de una dinastía que había regido China desde 1644. Esta vez, no vendría otra dinastía a reemplazarla y asumir los títulos de los antiguos “Hijos del Cielo”. A la larga, la guerra contra Japón, la inacabable guerra civil y la instauración de la tiranía de Mao Tse Tung barrerían con todas las formas políticas, sociales y culturales que habían predominado en China desde el tercer milenio antes de Cristo.

En la fotografía, tropas republicanas luchan para ocupar la Ciudad Prohibida, el 12 de julio de 1917.




Hace 75 años - 16 de julio de 1942 - Segunda Guerra Mundial - Hitler (I): soldado y vagabundo

Hace 75 años
16 de julio de 1942
Segunda Guerra Mundial

Hitler (I): soldado y vagabundo

Alemanes y británicos luchan en lo que se conoce como Primera Batalla de El Alamein. Mientras el mariscal Erwin Rommel intenta romper las líneas del 8º Ejército Británico con sus agotadas tropas, los británicos intentan reorganizar sus líneas y poco a poco toman la iniciativa. Es el punto de máximo avance del Eje en África, a poco más de 100 kilómetros de Alejandría. Si consiguen pasar nuevamente, como lo hicieron el Gazala y en Mersa Matruh, lo más probable es que el Imperio Británico pierda Alejandría, Egipto y el Canal de Suez.

Los submarinos alemanes todavía disfrutan de su “segundo tiempo feliz”. El 11 de julio de 1942, el convoy aliado “PQ-17” llega a los puertos del norte de Rusia, tras perder 24 de los 33 barcos que lo componían. Es la peor pérdida de naves en un convoy durante la guerra. Son 430 tanques, 210 aviones, 3.350 camiones y jeeps, además de 100.000 toneladas de otros suministros los que terminan en el fondo del mar, a causa de los letales ataques alemanes. Los soviéticos han perdido mucho material de guerra desde que sufrieron la invasión alemana y necesitan la ayuda anglo-estadounidense. Stalin, siempre desconfiado, llega a pensar que en Washington y Londres no ponen el mejor esfuerzo en proteger los convoyes que llevan ayuda para sus tropas, que se baten contra la “Wehrmacht” en las enormes extensiones de Rusia.

Hitler está en la cima de su poder. Sus tropas están en lo que será prácticamente su máximo avance. En el sur de la Unión Soviética, sus tropas empujan a los soviéticos hacia el Volga y hacia el Cáucaso. En África del Norte, el “Panzerarmee Afrika” está a 100 kilómetros de Alejandría. El 16 de julio de 1942, sus aliados japoneses inician la construcción de un aeródromo en una pequeña isla del archipiélago de las Salomón, Guadalcanal, desde donde pueden cortar las comunicaciones entre Australia y Estados Unidos. Japón ha sufrido un serio revés en Midway, pero siguen teniendo la iniciativa en el Pacífico. Ese mismo 16 de julio, la policía francesa del régimen de Vichy realiza una gran redada, que termina en la captura de casi 13.000 judíos nacidos fuera de Francia. Es un acto brutal, que muestra hasta qué punto la Alemania Nazi podía imponer su maniática idea del mundo a Francia y el resto de Europa.

¿Quién es Adolf Hitler? ¿Quién es ese tirano rabiosamente antisemita, que ha causado el peor derramamiento de sangre que registra la historia de los conflictos humanos? ¿Quién es ese ser monstruoso y carente de compasión, que gobierna con puño de hierro los destinos de millones de personas entre el Báltico y las arenas del Sahara, entre el Canal de la Mancha y las orillas del Volga?

El padre de Adolf Hitler, Alois, llegó al mundo sólo con el apellido de su madre, Maria Anna Schicklgruber y fue legitimado como hijo de Johann Georg Hiedler cuando contaba 19 años. El mismo Adolf Hitler comentó en alguna ocasión que, de no haberse legitimado su padre, es poco probable que haya tenido el mismo éxito político con un apellido de tan difícil recordación como “Schicklgruber”. Y posiblemente los “Heil”, habrían sido mucho más engorrosos de pronunciar por las masas enfervorizadas. El que se convertiría en “Führer” del “Reich” Alemán nació el 20 de abril de 1889 en Braunau am Inn y fue bautizado como Adolphus Hitler, en Austria, muy cerca de la frontera que separaba la Monarquía Dual Austrohúngara y el Reino de Bavaria, incluido en el “Reich” de Guillemo II. Cuando tenía 3 años, la familia se mudó a Passau, Alemania, donde el pequeño Adolf adquirió el acento típico del dialecto alemán bávaro, que lo caracterizaría toda la vida. Sus padres, no obstante, retornaron a Austria, donde Alois siguió una carrera más o menos exitosa de funcionario público en el Servicio de Aduanas.

Al igual que muchos jóvenes austriacos de sus generación, el adolescente Adolf Hitler desarrolló un fuerte nacionalismo pangermanista, marcado por el anhelo de reunir en un solo gran Imperio a los dos “Reich” separados, así como por el desprecio a las otras naciones que conformaban el diverso Imperio de los Habsburgo: húngaros, checos, eslovacos, polacos, croatas y eslovenos, sólo por mencionar los principales grupos nacionales regidos desde Viena.

Adolf Hitler nunca demostró demasiado interés en el estudio, ni en trabajos estables, para irritación de su padre, que hizo lo posible por imponer a su hijo el gusto por el servicio civil que a él le había venido tan bien. El padre murió abruptamente en 1903 y el mal desempeño escolar del joven Adolf convenció a su madre de permitirle dejar la escuela en 1905, para permitirle partir hacia Viena e intentar lo que siempre había sido su sueño: convertirse en artista. En 1906 y 1907, tomó fallidamente los exámenes para ingresar en la Academia de Bellas Artes. Algún profesor le comentó que su talento podría alcanzar para la arquitectura, pero su fracaso en terminar la enseñanza secundaria cerraba esa posibilidad. En 1908, la muerte de su madre significó que dejaba de percibir ayuda económica de su familia materna y tuvo que vivir en condiciones cercanas al vagabundeo en las calles de Viena, realizando trabajos casuales, hasta que el estallido de la Primera Guerra Mundial lo arrastró a los campos de batalla, junto con millones de otros jóvenes europeos.

La visión de la cosmopolita Viena, capital de un imperio de 52 millones de personas en el corazón de Europa, combinada con los propios prejuicios de Hitler y seguramente con algún desequilibrio mental, aumentado con los horrores de la guerra, fueron fraguando en Hitler el desprecio a los eslavos y especialmente a los judíos, que marcaría su vida adulta y su gobierno. En la primavera de 1913, dejó Viena y se radicó en Múnich, Bavaria, donde lo sorprendió el estallido de la Gran Guerra. Aunque técnicamente un extranjero, pidió permiso para servir de voluntario en un regimiento bávaro y le fue concedido. Luchó con distinción en el Frente Occidental y recibió la “Cruz de Hierro”, que mostró orgullosamente hasta el final de sus días.

El 10 de noviembre de 1918, el cabo Hitler se recuperaba de una ceguera temporal, causada por un ataque de armas químicas en el frente de Ypres, Bélgica. Ese día, llegó un pastor a visitar a los heridos internados en el hospital militar de Pasewalk y a llevarles la fatal noticia de que Alemania se había visto obligada a pedir la paz a las potencias de la Entente. La guerra estaba perdida y todos los sacrificios hechos por Hitler y por otros millones de jóvenes alemanes no habían servido para nada.

Mientras la Monarquía Imperial Alemana era destruida por la derrota, los socialdemócratas, el partido más grande del Reichstag tomaba las riendas del gobierno en esos difíciles momentos de fines de 1918, mientras se proclamaba lo que sería conocido como República de Weimar. Cuando Hitler volvió a Baviera, se encontró con que los reyes de Baviera, al igual que el Káiser, habían tenido que dejar el trono y, en su lugar, se intentó establecer una república soviética, que fue destruida por las guarniciones bávaras del “Reichswehr”, apoyadas por unidades del “Freikorps”, ex combatientes licenciados del servicio, que no habían encontrado espacio en la caótica vida civil de los primeros años del período de entreguerras y que prestaban su experiencia como bandas armadas al servicio de diversos grupos políticos, generalmente contrarios a la instauración de un sistema soviético en Alemania.

Tras establecerse en Baviera un gobierno de derecha, Hitler recibió empleo en el ejército, como una especie de instructor político y encargado de recabar información de los muchos grupúsculos políticos que se multiplicaban en el agitado ambiente de esos años. En septiembre de 1919, Hitler recibió el encargo de espiar las reuniones de cierto “Partido de los Trabajadores Alemanes”. Asistió a la reunión, donde unos pocos sujetos debatían sobre la convulsionada actualidad, mostrando a ratos ideas similares a las del propio Hitler. Al irse, recibió un panfleto de cierto Anton Drexler, cuyo contenido interpretó muchos de sus pensamientos. Esa misma tarde, recibió una postal en que se “aceptaba” su ingreso al partido. Asistió a la siguiente reunión, divertido de que tan minúscula agrupación buscara reclutarlo y, después del siguiente encuentro, acabó aceptando la invitación para unirse como el séptimo miembro del comité de lo que, con el tiempo, sería el “Partido Nacionalsocialista de los Trabajadores Alemanes”, conocido en todo el mundo, más simplemente, como Partido Nazi, una plataforma desde donde Hitler llegaría a gobernar Alemania y desde donde llevaría ruina, muerte y destrucción a millones de personas en todo el mundo.

En la fotografía, Hitler (extremo derecho de la imagen, sentado) posa junto a algunos de sus camaradas del 16º Regimiento Bávaro de la Reserva, durante la Primera Guerra Mundial.




sábado, 8 de julio de 2017

Hace 100 años - 9 de julio de 1917 - Primera Guerra Mundial - La restauración manchú (I)

Hace 100 años
9 de julio de 1917
Primera Guerra Mundial

La restauración manchú (I)

En estos días, se lleva a cabo un experimento político en la convulsionada China. Durante los últimos días de junio de 1917, hubo agrias disputas al interior del gobierno republicano chino en torno a la conveniencia de declarar la guerra a Alemania y unirse a la Entente. La confrontación entre el Presidente de la República, Li Yuanhong, y el Primer Ministro, Duan Qirui, llevó a la renuncia de este último y a la salida de los gobernadores militares de Pekín, que se reunieron en Tianjin, para llamar a las tropas a rebelarse contra el Presidente Li y capturar la capital por la fuerza. Para sortear la crisis, Li llamó al influyente general monarquista, Zhang Xun, para que mediara en el conflicto. Convertido en el hombre fuerte del régimen, Zhang aprovechó el desorden y entró en la capital en la madrugada del 1 de julio de 1917, ordenando restaurar en el trono a Pu Yi, el último emperador de la Dinastía Manchú o Qing, que había gobernado China entre 1644 y 1912.

Desde 1912, Pu Yi permanecía al interior de la “Ciudad Prohibida”, el complejo palaciego que había servido de residencia a los “Hijos del Cielo”. El 12 de febrero de ese año, la Emperatriz Dowager Longyu renunció al trono y a todo poder sobre China, en nombre del pequeño Pu Yi, que apenas tenía seis años y seguramente entendía poco de lo que pasaba. Mientras la corte imperial mantenía la pantomima de las viejas costumbres palatinas chinas, el resto del “Celeste Imperio”, convertido en república, se hundía en la peor de las anarquías, con las provincias dominadas por decenas de “señores de la guerra”, que conseguían el control de algunas de las guarniciones del antiguo Ejército Imperial, aumentadas o complementadas con tropas de irregulares, que se aliaban y traicionaban en una sucesión de acontecimientos muy difícil de seguir.

El general Yuan Shikai, militar y político, muy influyente en los últimos años de regencia de la Emperatriz Dowager, se convirtió en el más poderoso de estos “señores de la guerra”. Al momento de la abdicación de Pu Yi, se convirtió en el primer Presidente de la República y se permitió al joven monarca mantener su residencia en la Ciudad Prohibida, con todos los lujos de los que gozaron sus antepasados, aunque sin ningún poder real. A poco andar, sin embargo, se vio que la razón para esta generosa disposición hacia Pu Yi, de parte de Yuan, no era otra que la intención de este último de ocupar el lugar de Emperador él mismo. Yuan Shikai se autoproclamó efectivamente Emperador a fines de 1915, pero debió abandonar su efímero trono en marzo de 1916, ante la oposición generalizada de los grupos y líderes políticos.

La república fue repuesta, pero muchos aún eran nostálgicos de la monarquía. Entre ellos, se contaba el general Zhang Xun. Zhang, de hecho, se había negado a recortar su tradicional coleta, que colgaba desde su nuca, como muestra de su apego a las antiguas tradiciones monárquicas, a pesar de haber servido como oficial de la República. Tras el golpe del 1 de julio de 1917, Zhang dedicó las siguientes 48 a emitir un edicto tras otro, para dar forma al restaurado gobierno imperial manchú. El 3 de julio, el Presidente Li abandonó la sede de su gobierno y se refugió en la embajada japonesa, no sin antes designar al Vicepresidente Feng Gouzhang como Jefe de Estado en ejercicio y reponiendo a Duan Qirui como Primer Ministro, como una forma de comprometerlo con la defensa de la República amenazada.

Duan Qirui tomó inmediatamente el mando de las tropas estacionadas en Tianjin. Para el 5 de julio, Duan controlaba el ferrocarril que llevaba a Pekín y estaba a 40 kilómetros de la capital. Ese mismo día, Zhang salió con su ejército a enfrentar a los republicanos, pero se dio cuenta de que casi todos los ejércitos del norte estaban en su contra y decidió retirarse hacia Pekín. Para el 9 de julio, era evidente que la restauración había fracasado, de modo que Zhang decidió renunciar a todos los cargos que se había inventado en los días precedentes, incluyendo el de Primer Ministro del Gabinete Imperial, dejando a la familia imperial y a la corte de la Ciudad Prohibida en la incertidumbre. Los miembros de la corte, que se vieron arrastrados sin querer al fallido intento de restauración monárquica, procuraron abrir canales de negociación a espaldas de Zhang, pero no consiguieron evitar una confrontación, que amenazaba con cerrar violentamente este breve intento de devolver al poder a la dinastía que había gobernado China durante casi tres siglos.

En la fotografía, partidarios de la monarquía y curiosos se reúnen frente al Templo del Cielo, en Pekín, durante los días del intento de restauración de Zhang Xun.




Hace 75 años - 9 de julio de 1942 - Segunda Guerra Mundial - Sebastopol, el Volga y el Cáucaso

Hace 75 años
9 de julio de 1942
Segunda Guerra Mundial

Sebastopol, el Volga y el Cáucaso

El 6 de julio de 1942, en medio del Pacífico, dos transportes japoneses, escoltados por cinco destructores, llegan hasta una pequeña isla en el archipiélago de las Salomón. Desembarcan dos unidades de ocupación, 100 camiones, 4 tractores, 6 aplanadoras, 2 generadores eléctricos y dos locomotoras con sus vagones, además de abundante equipo necesario para construir un aeródromo. El intento por construir el aeródromo japonés desencadenaría en respuesta una de las más decisivas batallas de toda la guerra, que sería conocida con el nombre de la islita en cuestión: Guadalcanal.

En África del Norte, Erwin Rommel, recientemente ascendido a mariscal de campo, sigue al ataque. Tras su brillante victoria en la Batalla de Gazala, Rommel intentó explotar el éxito y perseguir al 8º Ejército Británico hasta el Canal de Suez, si era necesario. Pero las tropas del Eje están exhaustas y empiezan a escasear los suministros. El 3 de julio, en Ruweisat, cerca de El Alamein, Rommel ataca con la 15ª División Panzer, la 21ª División Panzer y el 20º Cuerpo Motorizado Italiano, aunque logra pocos avances. Además del creciente problema de suministros, las bajas acumuladas y el cansancio de las tropas, los británicos empiezan a dominar los aires. La “RAF” dispone 780 salidas contra las columnas ítalo-germanas sólo el 3 de julio. El 4 de julio, creyendo que las fuerzas del Eje estaban agotadas, tropas sudafricanas y neozelandesas lanzaron una contraofensiva, que tampoco logró cambiar mucho las cosas. Para el 5 de julio, el frente norteafricano quedó envuelto nuevamente en una relativa calma, debida principalmente al agotamiento de los alemanes, que llevaban varias semanas atacando sin descanso y persiguiendo a los británicos, que huían tras su derrota en Gazala.

El 4 de julio de 1942, el puerto-fortaleza de Sebastopol, la principal base naval soviética del Mar Negro, cae en manos alemanas. Considerado como uno de los lugares más fortificados de la tierra, había estado bajo asedio alemán desde octubre de 1941. Tras la pausa obligada del crudo invierno ruso, el 11er. Ejército Alemán, bajo el mando del mariscal Erich von Manstein, se lanzó nuevamente al ataque en mayo, destruyendo las fuerzas soviéticas que habían desembarcado en península de Kerch durante el invierno, con la intención de aliviar la presión alemana sobre la ciudad. Con la destrucción de la cabeza de puente en Kerch, Von Manstein pudo concentrar todas sus fuerzas sobre Sebastopol propiamente tal y eliminarlo como amenaza al avance germano de una vez por todas.

Sebastopol era un obstáculo formidable. Sus protegidos campos aéreos eran bases perfectas para la Fuerza Aérea Roja, que podía lanzar sus escuadrones tan lejos como el territorio rumano. También era el cuartel general de la Flota del Mar Negro, bajo el mando del contraalmirante Filipp Oktyabrsky, que se hizo cargo del mando general de todas las fuerzas de mar, tierra y aire en la zona. Los cañones de los cruceros y destructores causaron estragos entre los alemanes y sus aliados, aunque sufrieron muchas bajas de parte de la aviación alemana. Las fortificaciones principales apuntaban su armamento hacia el mar, en previsión de un intento de asedio naval. Las defensas terrestres consistían en un cinturón defensivo externo, que rodeaba la ciudad en distancias de 15 a 20 kilómetros, con un cinturón interno a 5 kilómetros. Las defensas recibían el refuerzo de los obstáculos naturales presentes en un terreno boscoso y difícil de transitar. Al norte de la Bahía Severnaya, había once baterías y fortines, defendidos por el 1er. Ejército Costero. En otros sectores, los soviéticos habían construido cientos de búnkeres de madera, con nidos de ametralladora y piezas antiblindaje de 45 milímetros. A lo largo de los 37 kilómetros del cinturón exterior de defensa, se repartían 19 búnkeres de concreto. Los ingenieros soviéticos habían repartido además miles de minas antitanque y antipersonal, junto con obstáculos de diverso tipo y alambrados de púas. Además de las defensas fijas, la guarnición podía echar mano de 455 piezas de artillería y morteros de diverso calibre.

Las tropas de Von Manstein habían sufrido muchas bajas desde el inicio de la campaña, con algunas unidades que no llegaban al 40 por ciento de su fuerza inicial. Antes de lanzarse al asalto de la fortaleza, Von Manstein exigió que la “Luftwaffe” ablandara las defensas. Al momento de reiniciarse la batalla terrestre, los aviadores alemanes habían llevado a cabo 3.069 misiones y lanzado 2.264 toneladas de bombas. Durante todo el mes de junio, usando sus considerables recursos, las tropas veteranas desplegadas en la Unión Soviética, posiblemente los mejores soldados de su tiempo, fueron reduciendo el perímetro defensivo, con germánica y metódica precisión. Para fines de junio, la posición soviética era insostenible. En el último momento, el almirante Oktyabrsky y el general Ivan Petrov, jefe del 1er. Ejército Costero, fueron evacuados por aire, para evitar su captura por parte de los alemanes. El 3 de julio, las últimas líneas defensivas fueron penetradas y, para el 4 de julio, las últimas posiciones soviéticas fueron barridas, cesando la resistencia organizada, aunque se mantuvieron combates aislados hasta el 9 de julio.

Los alemanes declararon que habían tomado 90.000 prisioneros, un número considerables, aunque escaso si se compara con los millones de hombres que caían prisioneros en las grandes batallas del verano anterior. Además es casi seguro que las cifras alemanas fueron exageradas, pues la guarnición de Sebastopol no llegaba a los 110.000 hombres y alrededor de 25.000 habían sido evacuados por mar. En todo caso, la caída de Sebastopol fue un desastre para el Ejército Rojo y para la Marina Soviética, que perdía su mayor base naval en aguas templadas. Para los soviéticos, perder Sebastopol era repetir la humillación sufrida por sus antepasados en la Guerra de Crimea (1853-1856), que la habían perdido entonces a manos de los invasores británicos, franceses, turcos y piamonteses. Ahora se repetía la historia a manos de los alemanes, que recibían un importante aliciente para su moral, de cara a la inminente ofensiva que la “Wehrmacht” se disponía a lanzar hacia los montes del Cáucaso y el gran río Volga. Con todo, la caída final de Sebastopol demoró más de lo que calculaban los altos mandos en Berlín y fue mucho más costoso para el 11er. Ejército de Von Manstein de lo que se esperaba, de modo que la ofensiva principal del verano de 1942 se retrasó considerablemente. Además las fuerzas de Von Manstein, muy maltrechas, no estaban en condiciones de prestar su apoyo en el inicio de la campaña que terminaría, algunos meses después, en la Batalla de Stalingrado.

En los últimos días de junio y primeros días de julio, se dan las etapas iniciales de “Caso Azul”, la ofensiva de verano alemana del Frente Oriental. El ataque debía ser conducido a través de la estepa meridional rusa del Kubán, hacia el Cáucaso, cruzando los tres grandes ríos que cruzan Rusia y Ucrani de norte a sur: Don, Donets y Volga. El “Grupo de Ejércitos A”, comandando por el mariscal Wilhelm List, se dirigiría hacia el Cáucaso, el objetivo principal de la operación, con sus importantes recursos naturales, especialmente el petróleo. List disponía de tres formaciones de la “Wehrmacht”: 17º Ejército, 11er. Ejército y 1er. Ejército Panzer, apoyados por el 3er. Ejército Rumano. En el flanco izquierdo, el “Grupo de Ejércitos B”, mandado por el mariscal Maximilan von Weichs, se dirigiría hacia el Volga, para evitar la llegada de refuerzos desde el norte de la Unión Soviética y dejar su propia línea de ataque anclada en el gran río. Von Weichs mandaba sobre el 2º Ejército, el 6º Ejército y el 4º Ejército Panzer, de la “Wehrmacht”, apoyados por el 2º Ejército Húngaro, el 4º Ejército Rumano y el 8º Ejército Italiano. Desde el aire, el avance alemán era cubierto por la 4ª Flota Aérea (“Luftflotte”) del general Alexander Löhr, compuesta por el 8º y 4º Cuerpos Aéreos (“Fliegerkorps”).

Según la planificación alemana, el Volga debía ser alcanzado en una ciudad industrial, poco conocida hasta entonces: Stalingrado. Los planes alemanes originales, sin embargo, no contemplaban la necesidad de tomar y retener la ciudad, objetivo posteriormente añadido por Hitler, que no era en absoluto necesario para el éxito de la operación y que resultó ser, de hecho, contraproducente para el objetivo principal de los yacimientos petrolíferos de Grozny, Bakú y Maykop. Desde el 28 de junio de 1942, más de 1.000.000 de alemanes y 300.000 soldados de las fuerzas satélites del Eje, se lanzaron sobre el sur de la inmensa Unión Soviética, con el apoyo de casi 2.000 tanques y más de 1.600 aviones. Al igual que en el verano de 1941, los soviéticos contaban con una importante ventaja numérica y material que, sin embargo, no supieron aprovechar sino hasta el final de la campaña.

Para el 3 de julio, el avance alemán había alcanzado el Don, que fue cruzado ese día por el 4º Ejército Panzer a la altura de Voronezh. Al día siguiente, los soviéticos enviaron al 5º Ejército de Tanques de la Guardia para ayudar en la defensa de la ciudad, mientras Hitler ordenaba que el 6º Ejército Alemán se dirigiera hacia Stalingrado. Para el 6 de julio, mientras el 4º Ejército Panzer luchaba en las afueras de Voronezh, el 6º Ejército Alemán llagaba hasta Ostrogozhsky, 100 kilómetros al sur de Voronezh. Con los últimos acontecimientos, Stalin por fin aceptó que el objetivo alemán para 1942 no era Moscú y que la gran ofensiva en el sur no era una distracción. El tirano marxista ordenó de inmediato que Voronezh fuera defendida a toda costa, para mantener el control del ferrocarril que unía el Cáucaso con el resto de Rusia y dio permiso al mariscal Semión Timoshenko a retirar sus tropas al este del río Don.

El 8 de julio, el 1er. Ejército Panzer atravesó el río Donets. El Ejército Rojo no había podido defender el Don, ni tampoco el Donets. El tiempo diría si sería capaz de defender el Volga.

En la fotografía, un soldado alemán observa las aguas del Mar Negro, que bañan Sebastopol. Detrás del alemán, se observan los restos de un destructor soviético y los severos daños sufridos por las instalaciones del puerto, durante la batalla que acababa de terminar. El “landser” se ve en posición relajada y viste uniforme ligero. Las recientes victorias y el clima cálido seguramente le han hecho olvidar parte de los horrores sufridos en el último invierno. Al igual que muchos de sus camaradas, ignora que la lucha en el Frente Oriental no hará otra cosa que empeorar para el “III Reich”.




17 de Septiembre de 1944. Hace 80 años. Operación Market Garden.

   El 6 de junio de 1944, los Aliados habían desembarcado con éxito en Normandía. En las semanas siguientes, a pesar de la feroz resistencia...