domingo, 23 de julio de 2017

Hace 75 años - 16 de julio de 1942 - Segunda Guerra Mundial - Hitler (I): soldado y vagabundo

Hace 75 años
16 de julio de 1942
Segunda Guerra Mundial

Hitler (I): soldado y vagabundo

Alemanes y británicos luchan en lo que se conoce como Primera Batalla de El Alamein. Mientras el mariscal Erwin Rommel intenta romper las líneas del 8º Ejército Británico con sus agotadas tropas, los británicos intentan reorganizar sus líneas y poco a poco toman la iniciativa. Es el punto de máximo avance del Eje en África, a poco más de 100 kilómetros de Alejandría. Si consiguen pasar nuevamente, como lo hicieron el Gazala y en Mersa Matruh, lo más probable es que el Imperio Británico pierda Alejandría, Egipto y el Canal de Suez.

Los submarinos alemanes todavía disfrutan de su “segundo tiempo feliz”. El 11 de julio de 1942, el convoy aliado “PQ-17” llega a los puertos del norte de Rusia, tras perder 24 de los 33 barcos que lo componían. Es la peor pérdida de naves en un convoy durante la guerra. Son 430 tanques, 210 aviones, 3.350 camiones y jeeps, además de 100.000 toneladas de otros suministros los que terminan en el fondo del mar, a causa de los letales ataques alemanes. Los soviéticos han perdido mucho material de guerra desde que sufrieron la invasión alemana y necesitan la ayuda anglo-estadounidense. Stalin, siempre desconfiado, llega a pensar que en Washington y Londres no ponen el mejor esfuerzo en proteger los convoyes que llevan ayuda para sus tropas, que se baten contra la “Wehrmacht” en las enormes extensiones de Rusia.

Hitler está en la cima de su poder. Sus tropas están en lo que será prácticamente su máximo avance. En el sur de la Unión Soviética, sus tropas empujan a los soviéticos hacia el Volga y hacia el Cáucaso. En África del Norte, el “Panzerarmee Afrika” está a 100 kilómetros de Alejandría. El 16 de julio de 1942, sus aliados japoneses inician la construcción de un aeródromo en una pequeña isla del archipiélago de las Salomón, Guadalcanal, desde donde pueden cortar las comunicaciones entre Australia y Estados Unidos. Japón ha sufrido un serio revés en Midway, pero siguen teniendo la iniciativa en el Pacífico. Ese mismo 16 de julio, la policía francesa del régimen de Vichy realiza una gran redada, que termina en la captura de casi 13.000 judíos nacidos fuera de Francia. Es un acto brutal, que muestra hasta qué punto la Alemania Nazi podía imponer su maniática idea del mundo a Francia y el resto de Europa.

¿Quién es Adolf Hitler? ¿Quién es ese tirano rabiosamente antisemita, que ha causado el peor derramamiento de sangre que registra la historia de los conflictos humanos? ¿Quién es ese ser monstruoso y carente de compasión, que gobierna con puño de hierro los destinos de millones de personas entre el Báltico y las arenas del Sahara, entre el Canal de la Mancha y las orillas del Volga?

El padre de Adolf Hitler, Alois, llegó al mundo sólo con el apellido de su madre, Maria Anna Schicklgruber y fue legitimado como hijo de Johann Georg Hiedler cuando contaba 19 años. El mismo Adolf Hitler comentó en alguna ocasión que, de no haberse legitimado su padre, es poco probable que haya tenido el mismo éxito político con un apellido de tan difícil recordación como “Schicklgruber”. Y posiblemente los “Heil”, habrían sido mucho más engorrosos de pronunciar por las masas enfervorizadas. El que se convertiría en “Führer” del “Reich” Alemán nació el 20 de abril de 1889 en Braunau am Inn y fue bautizado como Adolphus Hitler, en Austria, muy cerca de la frontera que separaba la Monarquía Dual Austrohúngara y el Reino de Bavaria, incluido en el “Reich” de Guillemo II. Cuando tenía 3 años, la familia se mudó a Passau, Alemania, donde el pequeño Adolf adquirió el acento típico del dialecto alemán bávaro, que lo caracterizaría toda la vida. Sus padres, no obstante, retornaron a Austria, donde Alois siguió una carrera más o menos exitosa de funcionario público en el Servicio de Aduanas.

Al igual que muchos jóvenes austriacos de sus generación, el adolescente Adolf Hitler desarrolló un fuerte nacionalismo pangermanista, marcado por el anhelo de reunir en un solo gran Imperio a los dos “Reich” separados, así como por el desprecio a las otras naciones que conformaban el diverso Imperio de los Habsburgo: húngaros, checos, eslovacos, polacos, croatas y eslovenos, sólo por mencionar los principales grupos nacionales regidos desde Viena.

Adolf Hitler nunca demostró demasiado interés en el estudio, ni en trabajos estables, para irritación de su padre, que hizo lo posible por imponer a su hijo el gusto por el servicio civil que a él le había venido tan bien. El padre murió abruptamente en 1903 y el mal desempeño escolar del joven Adolf convenció a su madre de permitirle dejar la escuela en 1905, para permitirle partir hacia Viena e intentar lo que siempre había sido su sueño: convertirse en artista. En 1906 y 1907, tomó fallidamente los exámenes para ingresar en la Academia de Bellas Artes. Algún profesor le comentó que su talento podría alcanzar para la arquitectura, pero su fracaso en terminar la enseñanza secundaria cerraba esa posibilidad. En 1908, la muerte de su madre significó que dejaba de percibir ayuda económica de su familia materna y tuvo que vivir en condiciones cercanas al vagabundeo en las calles de Viena, realizando trabajos casuales, hasta que el estallido de la Primera Guerra Mundial lo arrastró a los campos de batalla, junto con millones de otros jóvenes europeos.

La visión de la cosmopolita Viena, capital de un imperio de 52 millones de personas en el corazón de Europa, combinada con los propios prejuicios de Hitler y seguramente con algún desequilibrio mental, aumentado con los horrores de la guerra, fueron fraguando en Hitler el desprecio a los eslavos y especialmente a los judíos, que marcaría su vida adulta y su gobierno. En la primavera de 1913, dejó Viena y se radicó en Múnich, Bavaria, donde lo sorprendió el estallido de la Gran Guerra. Aunque técnicamente un extranjero, pidió permiso para servir de voluntario en un regimiento bávaro y le fue concedido. Luchó con distinción en el Frente Occidental y recibió la “Cruz de Hierro”, que mostró orgullosamente hasta el final de sus días.

El 10 de noviembre de 1918, el cabo Hitler se recuperaba de una ceguera temporal, causada por un ataque de armas químicas en el frente de Ypres, Bélgica. Ese día, llegó un pastor a visitar a los heridos internados en el hospital militar de Pasewalk y a llevarles la fatal noticia de que Alemania se había visto obligada a pedir la paz a las potencias de la Entente. La guerra estaba perdida y todos los sacrificios hechos por Hitler y por otros millones de jóvenes alemanes no habían servido para nada.

Mientras la Monarquía Imperial Alemana era destruida por la derrota, los socialdemócratas, el partido más grande del Reichstag tomaba las riendas del gobierno en esos difíciles momentos de fines de 1918, mientras se proclamaba lo que sería conocido como República de Weimar. Cuando Hitler volvió a Baviera, se encontró con que los reyes de Baviera, al igual que el Káiser, habían tenido que dejar el trono y, en su lugar, se intentó establecer una república soviética, que fue destruida por las guarniciones bávaras del “Reichswehr”, apoyadas por unidades del “Freikorps”, ex combatientes licenciados del servicio, que no habían encontrado espacio en la caótica vida civil de los primeros años del período de entreguerras y que prestaban su experiencia como bandas armadas al servicio de diversos grupos políticos, generalmente contrarios a la instauración de un sistema soviético en Alemania.

Tras establecerse en Baviera un gobierno de derecha, Hitler recibió empleo en el ejército, como una especie de instructor político y encargado de recabar información de los muchos grupúsculos políticos que se multiplicaban en el agitado ambiente de esos años. En septiembre de 1919, Hitler recibió el encargo de espiar las reuniones de cierto “Partido de los Trabajadores Alemanes”. Asistió a la reunión, donde unos pocos sujetos debatían sobre la convulsionada actualidad, mostrando a ratos ideas similares a las del propio Hitler. Al irse, recibió un panfleto de cierto Anton Drexler, cuyo contenido interpretó muchos de sus pensamientos. Esa misma tarde, recibió una postal en que se “aceptaba” su ingreso al partido. Asistió a la siguiente reunión, divertido de que tan minúscula agrupación buscara reclutarlo y, después del siguiente encuentro, acabó aceptando la invitación para unirse como el séptimo miembro del comité de lo que, con el tiempo, sería el “Partido Nacionalsocialista de los Trabajadores Alemanes”, conocido en todo el mundo, más simplemente, como Partido Nazi, una plataforma desde donde Hitler llegaría a gobernar Alemania y desde donde llevaría ruina, muerte y destrucción a millones de personas en todo el mundo.

En la fotografía, Hitler (extremo derecho de la imagen, sentado) posa junto a algunos de sus camaradas del 16º Regimiento Bávaro de la Reserva, durante la Primera Guerra Mundial.




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