Hace 100 años
16 de julio de 1917
Primera Guerra Mundial
La restauración manchú (II)
El 10 de julio de 1917, han pasado diez días desde que el general Zhang
Xun inició su intento de restaurar en todo su poder al último Emperador de
China, el joven Aisin Gioro Pu yi que, hasta el momento, había podido vivir en
relativa tranquilidad al interior de la “Ciudad Prohibida”, aunque sin
posibilidades de influir en la marcha de los acontecimientos políticos del
país. Para el día 10, Zhang sabe que no tiene fuerzas suficientes para vencer a
los partidarios de la república, que marchan sobre Pekín. Durante los días 10 y
11, se llevan a cabo intensas negociaciones para frenar una batalla en las
calles de la ciudad. Los allegados al Emperador incluso preparan una propuesta
de abdicación, pero no están seguros de cómo reaccionará Zhang y deciden no
anunciarla. También fracasan los intentos de mediación de los diplomáticos
extranjeros. Finalmente los altos mandos republicanos anuncian que ordenarán el
asalto a Pekín para el 12 de julio.
La lucha fue de corta duración. Poco después de iniciada la batalla, los
monarquistas entablaron negociaciones. Viendo su causa perdida, Zhang huyó
hacia las embajadas extranjeras y poco después los ejércitos contendientes
acordaron un cese al fuego formal. Pu yi y la corte quedaban en una situación
muy precaria, aunque la República permitió al monarca residir en la Ciudad
Prohibida hasta 1924. Es posible que la figura del “Hijo del Cielo” tuviera
todavía mucho arraigo en los sectores sociales más humildes, menos permeados
por las corrientes políticas foráneas, que veían en el sistema absolutista de
la monarquía imperial china uno de los factores que explicaban el atraso en que
el país se hallaba respecto de otras naciones, especialmente Japón y las
potencias occidentales, que llevaban decenios aprovechándose de la debilidad de
China, para obtener ventajas comerciales y políticas a costa de ésta.
Los partidarios de la República además sostenían que el apartamiento de
Pu yi no hacía sino expulsar del poder al vástago de una dinastía extranjera.
Por un lado, la forma de gobierno en China había sido la monarquía absoluta
durante milenios, desde los albores de la historia del país y los emperadores
chinos podían ostentar una continuidad casi ininterrumpida en el trono imperial
desde, al menos, los días de la Dinastía Chin, que rigió en el siglo III a. de
C. Sin embargo, la Dinastía Ching fue considerada por muchos como una dinastía
extranjera, por hallar sus orígenes en Manchuria; de ahí que se las denominara
también Dinastía Manchú, sobre todo en el extranjero. En efecto, los
ascendientes de Pu Yi llegaron al poder en el siglo XVII, a expensas de la
Dinastía Ming, a la que sustituyeron en el poder. Los Ming fueron la última
dinastía perteneciente a la etnia Han en gobernar China. Los Han son todavía
hoy el grupo étnico más numeroso de China y del mundo, de modo que los manchúes
gobernaron como una casta conquistadora sobre una mayoría que hablaba una
lengua distinta, aunque realizaron profundos intercambios culturales en los
casi tres siglos que gobernaron China y definieron la base territorial de la
China contemporánea. De hecho, en su momento de apogeo, bajo el largo reinado
del Emperador Chianlong (1735-1796), el
Imperio Chino alcanzó su máxima extensión y llegó a la cima de su poder, para
empezar un lento y doloroso proceso de decadencia que la iría debilitando en el
curso del siglo XIX, hasta convertirse en un territorio semicolonial al
iniciarse el siglo XX.
Al producirse la “Revolución de Xinhai” de 1911, que instauró la
república, muchos líderes políticos chinos sentían que estaban devolviendo el
Imperio a sus legítimos dueños, es decir, la mayoría Han. Con el tiempo, el
último Emperador, Pu Yi, parece que acabó sintiendo lo mismo, pues accedió a
convertirse en un gobernante títere de los japoneses, cuando éstos decidieron
crear con sus conquistas el estado títere de Manchukuo. Como Manchukuo
correspondía a Manchuria, Pu yi podía digerir su colaboracionismo al pensar que
gobernaba la tierra de sus ancestros, mientras dejaba a los chinos, que lo
habían expulsado, a su suerte, para ser conquistados y oprimidos por los
japoneses.
En julio de 1917, con el fracaso de la última restauración manchú, no
sólo acababa el tiempo de una dinastía que había regido China desde 1644. Esta
vez, no vendría otra dinastía a reemplazarla y asumir los títulos de los
antiguos “Hijos del Cielo”. A la larga, la guerra contra Japón, la inacabable
guerra civil y la instauración de la tiranía de Mao Tse Tung barrerían con
todas las formas políticas, sociales y culturales que habían predominado en
China desde el tercer milenio antes de Cristo.
En la fotografía, tropas republicanas luchan para ocupar la Ciudad
Prohibida, el 12 de julio de 1917.
Imagen tomada de https://upload.wikimedia.org/wikipedia/commons/d/d5/TropasRepublicanasCiudadProhibida19170712--fightforrepublic00putn.jpeg
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