Hace 100 años
29 de octubre de 1917
Primera Guerra Mundial
Desastre Italiano en Caporetto, primera fase
Entre el 24 de octubre y el 9 de noviembre de 1917, se desarrolla la
Duodécima Batalla del Isonzo, más conocida como Batalla de Caporetto. A diferencia
de las once batallas anteriores en el mismo escenario alpino, esta última no
fue lanzada por los italianos, sino por los austrohúngaros y sus aliados
alemanes. Y se convirtió en uno de los peores desastres sufridos por el
Ejército Italiano en su historia. Todavía hoy, a cien años de ocurrida, la
expresión “fue un Caporetto” es usada para referirse a un desastre sin
mitigaciones.
Para la primavera de 1917, el “Regno d’Italia” podía sentir un moderado
optimismo en cuanto a su participación en la guerra, limitada a una dura lucha
contra el Imperio Austrohúngaro, a lo largo de la accidentada frontera alpina
que los separaba. Los italianos, con mucho esfuerzo y a costa de miles de
bajas, habían conseguido controlar las dos orillas del disputado Río Isonzo,
desde la cuenca del Plezzo, donde el río deja los Alpes Julianos, hasta las
orillas del Adriático. Los austrohúngaros apenas retenían una cabeza de puente
de 7 kilómetros de largo, alrededor del pueblo de Tolmino. Las posiciones de la
“Monarquía Dual” se hacían cada vez más difíciles de sostener y, mientras los
recursos del viejo Imperio Habsburgo estaban estirados hasta el límite, el
“Regio Esercito Italiano” se volvía más fuerte, a medida que pasaba el tiempo.
Parecía lejano el tiempo en que era una fuerza pequeña y mal equipada. Desde su
ingreso en la guerra en 1915, Italia había duplicado los hombres desplegados en
el frente. Para octubre de 1917, sus unidades alineaban más de 2.000.000 de
hombres portando armas, que podían ser apoyados por 7.000 cañones, 200
morteros, 12.000 ametralladoras y más de 500 aviones. Era una fuerza a tomar en
cuenta, que rivalizaba con las fuerzas que sus aliados, Francia y Gran Bretaña,
desplegaban en Flandes o en Grecia.
El “Ejército Real e Imperial” Austrohúngaro, hasta el momento, había
usado la táctica de retirarse gradualmente ante las ofensivas, cediendo el
terreno de a poco y causando la mayor cantidad de bajas posibles. Habían
conseguido evitar una derrota mayor, pero empezaban a estar de espaldas contra
la pared y ya no podían retroceder mucho más, a riesgo de abrir la puerta a una
invasión italiana hacia el interior del Imperio. En agosto de 1917, el alto
mando austrohúngaro solicitó formalmente ayuda alemana para el frente de los
Alpes. Mientras los enviados austrohúngaros hacían las gestiones del caso en
Berlín, los italianos lanzaron la Decimoprimera Batalla del Isonzo (17 de
agosto – 6 de septiembre), una gigantesca ofensiva que empleó más de 1.200.000
hombres, apoyados por más de 5.000 piezas de artillería y morteros. Los
austrohúngaros podían oponer alrededor de 560.000 hombres, apoyados por 1.500
piezas de artillería. Al terminar la batalla, los italianos habían penetrado
las líneas austrohúngaras al centro del frente del Isonzo y entrado en la
planicie de Bainsizza. Como siempre ocurría con los asaltos frontales del
Ejército Italiano, las bajas eran aterradoras: 46.000 muertos, 120.000 heridos
y 16.000 prisioneros.
Las bajas austrohúngaras, como suele ocurrir con la parte defensora, eran
menores, pero Austria-Hungría tenía mayores dificultades para reponer sus
pérdidas. Durante la Decimoprimera Batalla del Isonzo, los austrohúngaros
sufrieron 85.000 bajas. En el curso de los meses de agosto y septiembre, el
total de sus bajas sumó alrededor de 100.000 efectivos, considerando los
prisioneros. Entre mayo y septiembre de 1917, la Monarquía Danubiana pagó un
tributo cercano a los 250.000 muertos y heridos, y otras 500.000 bajas por
enfermedad. En la batalla más reciente, austrohúngaros habían perdido cientos
de piezas de artillería y abundante material de guerra de todo tipo. La
industria austrohúngara, aunque respetable, no era capaz de reponer esas
pérdidas con la velocidad que podía hacerlo Italia. Además, Austria-Hungría, al
igual que Alemania, enfrentaba una angustiante escasez de materias primas,
debido al bloqueo naval de las marinas de la Entente. Desde abril de 1917,
finalmente, con el ingreso de Estados Unidos en la guerra, la Entente podía
contar con los incontables recursos de la economía y la industria
norteamericana.
Viena sabía que su ejército era incapaz de soportar otra ofensiva
italiana mayor. De seguir el mismo estado de cosas, el centenario Imperio de
los Habsburgo tendría que abandonar la guerra en cosa de meses. Confrontados a
la posibilidad de perder a su más fiel aliado, los alemanes aceptaron enviar
ayuda a los Alpes. Con Rusia hundida en el caos revolucionario, Alemania podía
destinar algunas divisiones al Frente Alpino, por un período limitado. A
comienzos de septiembre de 1917, se organizó el XIV Ejército, una fuerza mixta
de 7 divisiones alemanas y ocho divisiones austrohúngaras, al mando del general
alemán Otto von Below. Los Imperios Centrales acordaron que las tropas alemanas
debían estar disponibles para las ofensivas planificadas para la primavera de
1918 en Flandes; es decir, debían retirarse de los Alpes en diciembre de 1917.
La ofensiva de las potencias germánicas fue planificada como un clásico
movimiento de pinzas. Una de las pinzas debía moverse desde el río Plezzo, por
el Valle del Isonzo, hacia el pueblo de Caporetto, que acabó dando su nombre
histórico a la batalla. La otra pinza partiría desde el pueblo de Tolmino,
desde la cabeza de puente austrohúngara, atravesaría el Isonzo y cerraría la
trampa en Caporetto. Esta localidad estaba situada justo detrás de la tercera y
última línea italiana, de modo que, si era capturada, los germanos podrían
avanzar sin oposición hacia el curso del río Tagliamento, flanqueando la línea
italiana y forzando una retirada, como única manera de evitar ser rodeados.
Para los estándares de la Primera Guerra Mundial, los objetivos de la ofensiva
eran ambiciosos, pero estaban situados a un nivel táctico, más que estratégico.
Ni alemanes, ni austrohúngaros esperaban noquear a Italia fuera de la guerra.
Simplemente esperaban dar algo de espacio de maniobra al golpeado Ejército
Austrohúngaro, para que aguantara hasta la primavera de 1918, cuando Alemania
planeaba lanzar una gran ofensiva en el Frente Occidental, con las tropas que
ya tenía en Flandes, más las que pudiera transferir desde Rusia, que se
desintegraba por efecto de la Revolución. Si la ofensiva de primavera lograba
hacer bastante daño, antes de que el Ejército de Estados Unidos desplegara todo
su potencial, los gobiernos de los “Káiseres” de Viena y Berlín esperaban poder
proponer términos de paz a la Entente…
Los italianos sabían que Austria-Hungría preparaba una ofensiva y que era
muy probable esperar la participación de tropas alemanas. También sabían que la
ofensiva sería lanzada en el otoño de 1917 y que sería apuntada en el alto
Isonzo, donde las defensas italianas eran más ligeras. Lo que los italianos no
sospechaban era la magnitud de las fuerzas atacantes. Los servicios italianos
de inteligencia estaban convencidos de que los austrohúngaros repetirían los
contraataques locales, similares a los lanzados luego de las dos últimas
batallas luchadas en el Isonzo. Suponían que los atacantes intentarían
recuperar algo de terreno en las planicies de Bainsizza. Otras ofensivas
locales se esperaban en a lo largo de todo el frente alpino, pero limitadas en
su alcance y con participación alemana muy marginal.
Anticipando la ofensiva, el Jefe de Estado Mayor, Luigi Cadorna, ordenó a
todas sus fuerzas adoptar medidas defensivas, pero no detalló las órdenes,
dejando abierta la manera en que cada comandante podía interpretar la necesidad
de prepararse para la defensa. El general Luigi Capello, Comandante en Jefe del
2º Ejército Italiano, que recibiría la mayor parte del golpe enemigo, se sintió
en libertad de habilitar un dispositivo que era realmente ofensivo, más que
defensivo. Las fuerzas mandadas por Capello estaban dispuestas en tres líneas
separadas por muy poca distancia y con la artillería peligrosamente cercana a la
línea del frente. El grueso de las tropas estaba en la primera línea, con
unidades dispersas en la segunda y tercera línea. Las escasas reservas dejadas
en retaguardia equivalían a brigadas de infantería, sin artillería o servicios
de apoyo propios. Estas unidades podrían haberse integrado fácilmente en un
ataque italiano, pero eran incapaces de enfrentar al enemigo de manera de
individual. Esta disposición ofensiva del 2º Ejército Italiano significaba que,
si el enemigo lograba penetrar la primera línea, quedaban muy pocas fuerzas que
evitaran su llegada a la retaguardia, donde podían destruir la artillería y
dislocar los centros de mando y control.
Es posible que los italianos pensaran que era imposible, para la agotada
Austria-Hungría, montar una ofensiva en serio, incluso con ayuda alemana. Pero
el tamaño del ataque no sería la única sorpresa. Durante la mayor parte de la
guerra, los generales de la Entente, incluyendo a los italianos, abrían sus
ofensivas con un masivo bombardeo de artillería, seguido de un también masivo
asalto de infantería. Con el tiempo, los mandos se dieron cuenta de que era una
táctica ineficiente, entre otras cosas, porque daba aviso al enemigo del ataque
con una prolongada preparación artillera y ponía una presión uniforme en toda
la línea adversaria, haciendo difícil romper las defensas en un punto
importante estratégicamente. En general, las grandes batallas de desgaste,
planteadas por británicos, franceses e italianos, se caracterizaron por obtener
pequeñas ganancias territoriales, a expensas de bajas, que llegaban a
magnitudes aterradoras. Durante el verano de 1917, los británicos
experimentaron con nuevas tácticas en la sangrienta Batalla de Passchendaele, en
Bélgica, que consiguieron reducir el número de bajas a niveles más aceptables,
pero los efectos de los ataques resultaban igualmente limitados. Sin embargo,
en general, los altos mandos de la Entente seguían poniendo su confianza en la
fuerza bruta de masivas concentraciones de artillería y gigantescas oleadas de
infantería.
Para la ofensiva en Caporetto, los alemanes y austrohúngaros prepararon
muchas innovaciones. En primer lugar, la sorpresa. La preparación de la batalla
se llevó a cabo en el más estricto secreto. La artillería fue movida a mano y
usualmente de noche. Una vez iniciada la ofensiva, la preparación artillera fue
intensa, pero breve, y la infantería inició su avance, mientras el bombardeo
seguía en curso. La artillería, además de atacar las trincheras, apuntó con
mucha precisión los centros de mando y control, mientras también atacaba con
gas venenoso. La infantería no atacó en grandes oleadas, sino en ágiles
columnas, que permitían a los atacantes lograr superioridad numérica local en
los puntos donde esperaban conseguir un rompimiento. Una vez superada la
primera línea de trincheras, en vez de asegurar los flancos, las columnas se
infiltraban hasta la retaguardia adversaria, rodeando a los defensores y
cortando sus comunicaciones.
Si la doctrina ofensiva italiana había probado sus deficiencias, la doctrina
defensiva casi no existía. Los soldados italianos recibían la orden de defender
cada centímetro de terreno, sin importar lo insignificante que fuera o las
dificultades que presentaba el lugar para la defensa. Los oficiales italianos
no pensaban mucho en qué ocurriría si el enemigo conseguía penetrar sus
defensas. Como resultado, las tropas italianas no estaban preparadas para
contrarrestar las tácticas austrohúngaro-alemanas usadas en Caporetto; no
sabían qué hacer si se hallaban rodeados y desconocían las maniobras necesarias
para salir de una situación táctica comprometida. Es posible que las
deficiencias en doctrina respondieran, en parte, a cierta pereza intelectual de
los altos mandos, aunque también se explican por el hecho de que, durante casi toda
la guerra, Italia estuvo al ataque en el Frente Alpino y fue inusual que
Austria-Hungría hiciera otra cosa que defender su frontera. Sin embargo, los
austrohúngaros habían ensayado limitadamente estas tácticas de infiltración,
durante los contraataques que siguieron a la décima y decimoprimera batallas
del Isonzo; de modo que resultaba esperable que algunos oficiales tomaran nota
de esos cambios en la forma de lucha del enemigo y pensaran en la mejor manera
de contrarrestarla; pero no fue así, no de modo general, al menos.
En la noche del 23 al 24 de octubre de 1917, alrededor de las 2.00 de la madrugada,
un intenso y breve bombardeo de artillería se dejó caer sobre las posiciones
italianas, que fueron tomadas enteramente por sorpresa. Asimismo, la densa
niebla que prevaleció en esa madrugada, ayudó a los atacantes a avanzar, casi
sin ser detectados, hasta las mismísimas trincheras italianas. Los atacantes
rompieron las defensas italianas casi de inmediato. Al terminar el primer día
de batalla, algunas unidades austrohúngaro-alemanas habían penetrado hasta 25
kilómetros dentro del dispositivo italiano, gracias al empleo de tácticas de
infiltración, con tropas especiales de asalto, que usaban profusamente granadas
de mano y lanzallamas.
Los ataques secundarios, dispuestos por Below en los flancos italianos,
fueron repelidos por éstos con más eficacia. Del mismo modo, el 5º Ejército
Austrohúngaro, al mando del general Svetozar Boroevic, tuvo grandes
dificultades para avanzar por la costa adriática. Sin embargo, el resonante
éxito de las tropas de Below en el centro, puso en peligro a toda la línea
italiana. Tras darse cuenta de su peligrosa situación, el general Capello
ordenó una retirada al río Tagliamento, pero Cadorna rehusó darle permiso para
la retirada, esperando restablecer la situación de alguna forma. Para cuando,
días después, se dio cuenta de que era imposible mantener la posición en el
Isonzo, el número de bajas era altísimo. Recién el 30 de noviembre, los restos
del 2º Ejército Italiano recibirían permiso de retirarse. Pero los
austrohúngaros y alemanes estaban pisando sus talones, de modo que los sufridos
soldados italianos debían soportar el fragor de una batalla perdida durante
varios días más, hasta que las dificultades logísticas obligaron a los
atacantes a disminuir el ritmo de avance.
Abajo, una columna de prisioneros italianos, capturados durante la
Batalla de Caporetto, pasa frente a la dotación de un obús de asedio
austrohúngaro “Skoda”, de 305 milímetros.
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