domingo, 29 de octubre de 2017

Hace 100 años - 29 de octubre de 1917 - Primera Guerra Mundial - Desastre Italiano en Caporetto, primera fase

Hace 100 años
29 de octubre de 1917
Primera Guerra Mundial

Desastre Italiano en Caporetto, primera fase

Entre el 24 de octubre y el 9 de noviembre de 1917, se desarrolla la Duodécima Batalla del Isonzo, más conocida como Batalla de Caporetto. A diferencia de las once batallas anteriores en el mismo escenario alpino, esta última no fue lanzada por los italianos, sino por los austrohúngaros y sus aliados alemanes. Y se convirtió en uno de los peores desastres sufridos por el Ejército Italiano en su historia. Todavía hoy, a cien años de ocurrida, la expresión “fue un Caporetto” es usada para referirse a un desastre sin mitigaciones.

Para la primavera de 1917, el “Regno d’Italia” podía sentir un moderado optimismo en cuanto a su participación en la guerra, limitada a una dura lucha contra el Imperio Austrohúngaro, a lo largo de la accidentada frontera alpina que los separaba. Los italianos, con mucho esfuerzo y a costa de miles de bajas, habían conseguido controlar las dos orillas del disputado Río Isonzo, desde la cuenca del Plezzo, donde el río deja los Alpes Julianos, hasta las orillas del Adriático. Los austrohúngaros apenas retenían una cabeza de puente de 7 kilómetros de largo, alrededor del pueblo de Tolmino. Las posiciones de la “Monarquía Dual” se hacían cada vez más difíciles de sostener y, mientras los recursos del viejo Imperio Habsburgo estaban estirados hasta el límite, el “Regio Esercito Italiano” se volvía más fuerte, a medida que pasaba el tiempo. Parecía lejano el tiempo en que era una fuerza pequeña y mal equipada. Desde su ingreso en la guerra en 1915, Italia había duplicado los hombres desplegados en el frente. Para octubre de 1917, sus unidades alineaban más de 2.000.000 de hombres portando armas, que podían ser apoyados por 7.000 cañones, 200 morteros, 12.000 ametralladoras y más de 500 aviones. Era una fuerza a tomar en cuenta, que rivalizaba con las fuerzas que sus aliados, Francia y Gran Bretaña, desplegaban en Flandes o en Grecia.

El “Ejército Real e Imperial” Austrohúngaro, hasta el momento, había usado la táctica de retirarse gradualmente ante las ofensivas, cediendo el terreno de a poco y causando la mayor cantidad de bajas posibles. Habían conseguido evitar una derrota mayor, pero empezaban a estar de espaldas contra la pared y ya no podían retroceder mucho más, a riesgo de abrir la puerta a una invasión italiana hacia el interior del Imperio. En agosto de 1917, el alto mando austrohúngaro solicitó formalmente ayuda alemana para el frente de los Alpes. Mientras los enviados austrohúngaros hacían las gestiones del caso en Berlín, los italianos lanzaron la Decimoprimera Batalla del Isonzo (17 de agosto – 6 de septiembre), una gigantesca ofensiva que empleó más de 1.200.000 hombres, apoyados por más de 5.000 piezas de artillería y morteros. Los austrohúngaros podían oponer alrededor de 560.000 hombres, apoyados por 1.500 piezas de artillería. Al terminar la batalla, los italianos habían penetrado las líneas austrohúngaras al centro del frente del Isonzo y entrado en la planicie de Bainsizza. Como siempre ocurría con los asaltos frontales del Ejército Italiano, las bajas eran aterradoras: 46.000 muertos, 120.000 heridos y 16.000 prisioneros.

Las bajas austrohúngaras, como suele ocurrir con la parte defensora, eran menores, pero Austria-Hungría tenía mayores dificultades para reponer sus pérdidas. Durante la Decimoprimera Batalla del Isonzo, los austrohúngaros sufrieron 85.000 bajas. En el curso de los meses de agosto y septiembre, el total de sus bajas sumó alrededor de 100.000 efectivos, considerando los prisioneros. Entre mayo y septiembre de 1917, la Monarquía Danubiana pagó un tributo cercano a los 250.000 muertos y heridos, y otras 500.000 bajas por enfermedad. En la batalla más reciente, austrohúngaros habían perdido cientos de piezas de artillería y abundante material de guerra de todo tipo. La industria austrohúngara, aunque respetable, no era capaz de reponer esas pérdidas con la velocidad que podía hacerlo Italia. Además, Austria-Hungría, al igual que Alemania, enfrentaba una angustiante escasez de materias primas, debido al bloqueo naval de las marinas de la Entente. Desde abril de 1917, finalmente, con el ingreso de Estados Unidos en la guerra, la Entente podía contar con los incontables recursos de la economía y la industria norteamericana.

Viena sabía que su ejército era incapaz de soportar otra ofensiva italiana mayor. De seguir el mismo estado de cosas, el centenario Imperio de los Habsburgo tendría que abandonar la guerra en cosa de meses. Confrontados a la posibilidad de perder a su más fiel aliado, los alemanes aceptaron enviar ayuda a los Alpes. Con Rusia hundida en el caos revolucionario, Alemania podía destinar algunas divisiones al Frente Alpino, por un período limitado. A comienzos de septiembre de 1917, se organizó el XIV Ejército, una fuerza mixta de 7 divisiones alemanas y ocho divisiones austrohúngaras, al mando del general alemán Otto von Below. Los Imperios Centrales acordaron que las tropas alemanas debían estar disponibles para las ofensivas planificadas para la primavera de 1918 en Flandes; es decir, debían retirarse de los Alpes en diciembre de 1917.

La ofensiva de las potencias germánicas fue planificada como un clásico movimiento de pinzas. Una de las pinzas debía moverse desde el río Plezzo, por el Valle del Isonzo, hacia el pueblo de Caporetto, que acabó dando su nombre histórico a la batalla. La otra pinza partiría desde el pueblo de Tolmino, desde la cabeza de puente austrohúngara, atravesaría el Isonzo y cerraría la trampa en Caporetto. Esta localidad estaba situada justo detrás de la tercera y última línea italiana, de modo que, si era capturada, los germanos podrían avanzar sin oposición hacia el curso del río Tagliamento, flanqueando la línea italiana y forzando una retirada, como única manera de evitar ser rodeados. Para los estándares de la Primera Guerra Mundial, los objetivos de la ofensiva eran ambiciosos, pero estaban situados a un nivel táctico, más que estratégico. Ni alemanes, ni austrohúngaros esperaban noquear a Italia fuera de la guerra. Simplemente esperaban dar algo de espacio de maniobra al golpeado Ejército Austrohúngaro, para que aguantara hasta la primavera de 1918, cuando Alemania planeaba lanzar una gran ofensiva en el Frente Occidental, con las tropas que ya tenía en Flandes, más las que pudiera transferir desde Rusia, que se desintegraba por efecto de la Revolución. Si la ofensiva de primavera lograba hacer bastante daño, antes de que el Ejército de Estados Unidos desplegara todo su potencial, los gobiernos de los “Káiseres” de Viena y Berlín esperaban poder proponer términos de paz a la Entente…

Los italianos sabían que Austria-Hungría preparaba una ofensiva y que era muy probable esperar la participación de tropas alemanas. También sabían que la ofensiva sería lanzada en el otoño de 1917 y que sería apuntada en el alto Isonzo, donde las defensas italianas eran más ligeras. Lo que los italianos no sospechaban era la magnitud de las fuerzas atacantes. Los servicios italianos de inteligencia estaban convencidos de que los austrohúngaros repetirían los contraataques locales, similares a los lanzados luego de las dos últimas batallas luchadas en el Isonzo. Suponían que los atacantes intentarían recuperar algo de terreno en las planicies de Bainsizza. Otras ofensivas locales se esperaban en a lo largo de todo el frente alpino, pero limitadas en su alcance y con participación alemana muy marginal.

Anticipando la ofensiva, el Jefe de Estado Mayor, Luigi Cadorna, ordenó a todas sus fuerzas adoptar medidas defensivas, pero no detalló las órdenes, dejando abierta la manera en que cada comandante podía interpretar la necesidad de prepararse para la defensa. El general Luigi Capello, Comandante en Jefe del 2º Ejército Italiano, que recibiría la mayor parte del golpe enemigo, se sintió en libertad de habilitar un dispositivo que era realmente ofensivo, más que defensivo. Las fuerzas mandadas por Capello estaban dispuestas en tres líneas separadas por muy poca distancia y con la artillería peligrosamente cercana a la línea del frente. El grueso de las tropas estaba en la primera línea, con unidades dispersas en la segunda y tercera línea. Las escasas reservas dejadas en retaguardia equivalían a brigadas de infantería, sin artillería o servicios de apoyo propios. Estas unidades podrían haberse integrado fácilmente en un ataque italiano, pero eran incapaces de enfrentar al enemigo de manera de individual. Esta disposición ofensiva del 2º Ejército Italiano significaba que, si el enemigo lograba penetrar la primera línea, quedaban muy pocas fuerzas que evitaran su llegada a la retaguardia, donde podían destruir la artillería y dislocar los centros de mando y control.

Es posible que los italianos pensaran que era imposible, para la agotada Austria-Hungría, montar una ofensiva en serio, incluso con ayuda alemana. Pero el tamaño del ataque no sería la única sorpresa. Durante la mayor parte de la guerra, los generales de la Entente, incluyendo a los italianos, abrían sus ofensivas con un masivo bombardeo de artillería, seguido de un también masivo asalto de infantería. Con el tiempo, los mandos se dieron cuenta de que era una táctica ineficiente, entre otras cosas, porque daba aviso al enemigo del ataque con una prolongada preparación artillera y ponía una presión uniforme en toda la línea adversaria, haciendo difícil romper las defensas en un punto importante estratégicamente. En general, las grandes batallas de desgaste, planteadas por británicos, franceses e italianos, se caracterizaron por obtener pequeñas ganancias territoriales, a expensas de bajas, que llegaban a magnitudes aterradoras. Durante el verano de 1917, los británicos experimentaron con nuevas tácticas en la sangrienta Batalla de Passchendaele, en Bélgica, que consiguieron reducir el número de bajas a niveles más aceptables, pero los efectos de los ataques resultaban igualmente limitados. Sin embargo, en general, los altos mandos de la Entente seguían poniendo su confianza en la fuerza bruta de masivas concentraciones de artillería y gigantescas oleadas de infantería.

Para la ofensiva en Caporetto, los alemanes y austrohúngaros prepararon muchas innovaciones. En primer lugar, la sorpresa. La preparación de la batalla se llevó a cabo en el más estricto secreto. La artillería fue movida a mano y usualmente de noche. Una vez iniciada la ofensiva, la preparación artillera fue intensa, pero breve, y la infantería inició su avance, mientras el bombardeo seguía en curso. La artillería, además de atacar las trincheras, apuntó con mucha precisión los centros de mando y control, mientras también atacaba con gas venenoso. La infantería no atacó en grandes oleadas, sino en ágiles columnas, que permitían a los atacantes lograr superioridad numérica local en los puntos donde esperaban conseguir un rompimiento. Una vez superada la primera línea de trincheras, en vez de asegurar los flancos, las columnas se infiltraban hasta la retaguardia adversaria, rodeando a los defensores y cortando sus comunicaciones.

Si la doctrina ofensiva italiana había probado sus deficiencias, la doctrina defensiva casi no existía. Los soldados italianos recibían la orden de defender cada centímetro de terreno, sin importar lo insignificante que fuera o las dificultades que presentaba el lugar para la defensa. Los oficiales italianos no pensaban mucho en qué ocurriría si el enemigo conseguía penetrar sus defensas. Como resultado, las tropas italianas no estaban preparadas para contrarrestar las tácticas austrohúngaro-alemanas usadas en Caporetto; no sabían qué hacer si se hallaban rodeados y desconocían las maniobras necesarias para salir de una situación táctica comprometida. Es posible que las deficiencias en doctrina respondieran, en parte, a cierta pereza intelectual de los altos mandos, aunque también se explican por el hecho de que, durante casi toda la guerra, Italia estuvo al ataque en el Frente Alpino y fue inusual que Austria-Hungría hiciera otra cosa que defender su frontera. Sin embargo, los austrohúngaros habían ensayado limitadamente estas tácticas de infiltración, durante los contraataques que siguieron a la décima y decimoprimera batallas del Isonzo; de modo que resultaba esperable que algunos oficiales tomaran nota de esos cambios en la forma de lucha del enemigo y pensaran en la mejor manera de contrarrestarla; pero no fue así, no de modo general, al menos.

En la noche del 23 al 24 de octubre de 1917, alrededor de las 2.00 de la madrugada, un intenso y breve bombardeo de artillería se dejó caer sobre las posiciones italianas, que fueron tomadas enteramente por sorpresa. Asimismo, la densa niebla que prevaleció en esa madrugada, ayudó a los atacantes a avanzar, casi sin ser detectados, hasta las mismísimas trincheras italianas. Los atacantes rompieron las defensas italianas casi de inmediato. Al terminar el primer día de batalla, algunas unidades austrohúngaro-alemanas habían penetrado hasta 25 kilómetros dentro del dispositivo italiano, gracias al empleo de tácticas de infiltración, con tropas especiales de asalto, que usaban profusamente granadas de mano y lanzallamas.

Los ataques secundarios, dispuestos por Below en los flancos italianos, fueron repelidos por éstos con más eficacia. Del mismo modo, el 5º Ejército Austrohúngaro, al mando del general Svetozar Boroevic, tuvo grandes dificultades para avanzar por la costa adriática. Sin embargo, el resonante éxito de las tropas de Below en el centro, puso en peligro a toda la línea italiana. Tras darse cuenta de su peligrosa situación, el general Capello ordenó una retirada al río Tagliamento, pero Cadorna rehusó darle permiso para la retirada, esperando restablecer la situación de alguna forma. Para cuando, días después, se dio cuenta de que era imposible mantener la posición en el Isonzo, el número de bajas era altísimo. Recién el 30 de noviembre, los restos del 2º Ejército Italiano recibirían permiso de retirarse. Pero los austrohúngaros y alemanes estaban pisando sus talones, de modo que los sufridos soldados italianos debían soportar el fragor de una batalla perdida durante varios días más, hasta que las dificultades logísticas obligaron a los atacantes a disminuir el ritmo de avance.

Abajo, una columna de prisioneros italianos, capturados durante la Batalla de Caporetto, pasa frente a la dotación de un obús de asedio austrohúngaro “Skoda”, de 305 milímetros.




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