domingo, 27 de agosto de 2017

Hace 100 años - 27 de agosto de 1917 - Primera Guerra Mundial - Guerra aérea sobre Inglaterra

Hace 100 años
27 de agosto de 1917
Primera Guerra Mundial

Guerra aérea sobre Inglaterra

Para el 25 de agosto de 1917, puede considerarse terminada la Batalla de la Colina 70, una acción subsidiaria, en el marco mayor de las Tercera Batalla de Ypres, también conocida como Batalla de Passchendaele. En el encuentro de la Colina 70, el centro de gravedad de la operación era la ciudad de Lens. Los canadienses, que condujeron la ofensiva en el sector, consiguieron una indudable victoria táctica contra los alemanes. Sin embargo, los logros canadienses no se tradujeron en efectos estratégicos de largo alcance. Nunca se materializó una ofensiva que prosiguiera el ataque de agosto de 1917 sobre Lens, en gran parte, porque los británicos sencillamente no tenían recursos para destinarles. De hecho, los alemanes se mantuvieron en las posiciones que tenían en la zona hasta su retirada final, en 1918.

Alemanes y británicos también se disputan el dominio de los aires. Los dirigibles alemanes todavía son peligrosos, pero los aviones británicos de caza han progresado y tienen mayores posibilidades de destruirlos. El 21 de agosto de 1917, el dirigible “L-23” es destruido sobre el Mar del Norte. La guerra aérea sobre Gran Bretaña está siendo cada vez más protagonizada por aviones. El 22 de agosto, los bombarderos “Gotha” alemanes llevan a cabo la última incursión diurna sobre Inglaterra. De ahora en adelante, aprovecharían la oscuridad para aproximarse hasta Londres y dejar caer sus bombas sobre la ciudad.

El bombardeo sobre las ciudades inglesas rompió la tradicional frontera entre civiles y militares en guerra. La lucha fue traída hasta las casas, las escuelas y los lugares de trabajo. Posiblemente fue el elemento más claro (y seguramente el más bárbaro) de cuantos inauguraron la época de la “guerra total”. Cualquier residente de un puerto o poblado, dentro del radio de alcance de los bombarderos o “zeppelines” podía perder su vida.

Los ataques aéreos sobre suelo británico fueron esporádicos hasta fines de 1916, cuando los alemanes formaron un “Escuadrón Inglaterra”, al mando del capitán Ernst Brandenburg, cuyo objetivo sería quebrantar la moral de los británicos, especialmente los londinenses, mediante el ataque sistemático sobre su ciudad. A partir del “raid” sobre Folkestone, en mayo de 1917, la aviación germana inició una intensa campaña de 12 meses, usando sus “Gotha”, que involucró 52 incursiones, matando a 836 personas y causando 1.982 heridos. El ataque más costoso fue el del 13 de junio de ese mismo año, cuando los bombarderos alemanes dejaron 162 londinenses muertos e hirieron a otros 432. El número de bajas fue moderado, si lo comparamos con la carnicería horrenda del Frente Occidental, que se llevaba por delante 486 soldados del Imperio Británico diariamente. La comparación también se suaviza si lo contrastamos con los más de 60.000 civiles residentes en las Islas Británicas que serían bajas en la siguiente guerra. No obstante, el impacto de los “raids” de 1916-1918 fue notorio en términos sicológicos y en cuanto al impulso de medidas defensivas antiaéreas.

Para el verano de 1917, el Gobierno Británico había implementado una muy rudimentaria organización de defensa civil, con refugios improvisados y vigilantes provistos con silbidos, que hacían sonar para dar la alarma de ataque aéreo. Alrededor de 200 puestos de observación fueron instalados en la costa del sureste de Inglaterra, inicialmente atendidos por soldados y, más tarde, por agentes del orden especialmente destinados a tal fin y que empezaron a hacer uso gradual de otras tecnologías también en expansión, como el teléfono, para alertar a la población y a las fuerzas encargadas de defender los cielos británicos. Se desplegaron armas antiaéreas y reflectores, así como ocho escuadrones de cazas. Para dificultar la observación de los blancos, desde septiembre de 1917, gran parte de las luces de la ciudad de Londres se mantuvieron apagadas durante las noches.

Los bombardeos alemanes necesitaban buen clima y luz de luna para llegar hasta sus blancos. El viento fuerte y la lluvia evitaban los ataques, de modo que los londinenses sabían que tendrían una noche tranquila, si había tormenta. Pero cuando las condiciones climáticas eran diferentes, los habitantes de los populosos distritos centrales de la capital británica sabían que lo mejor era buscar refugio bajo tierra. Para el otoño de 1917, 86 estaciones del metro habían sido dispuestas como refugios antiaéreos, con capacidad para cobijar alrededor de 250.000 personas. Se estima que hasta 300.000 personas pudieron haber buscado refugio en las estaciones y otras 500.000 se las pudieron haber arreglado en sótanos o bodegas subterráneas de distinto tipo.

Los ataques de los “Zeppelines” y de los “Gotha”, en la Primera Guerra Mundial, no consiguieron dañar la moral de los civiles. No se produjo la gran presión pública para terminar con la guerra, que esperaban los altos mandos alemanes en Berlín. Por otro lado, tuvieron un impacto considerable y fueron un anuncio de las cosas por venir, en caso de que se llegara a producir (y, de hecho, se produjo) otra guerra entre potencias europeas, que deviniera en guerra mundial. Muchos londinenses, así como sus hijos y hermanos menores, experimentarían, 25 años más tarde, la traumática experiencia de estar bajo ataque aéreo.

Abajo, una representación artística de los londinenses refugiados en la Estación de “Elephant and Castle”, durante una noche de bombardeo, durante la Primera Guerra Mundial.




Hace 75 años - 27 de agosto de 1942 - Segunda Guerra Mundial - El camino hacia Stalingrado

Hace 75 años
27 de agosto de 1942
Segunda Guerra Mundial

El camino hacia Stalingrado

Alrededor de la medianoche entre el 20 y el 21 de agosto de 1942, los japoneses lanzan su primer asalto de infantería contra las líneas estadounidenses en Guadalcanal, en el archipiélago de las Islas Salomón. Los japoneses subestimaban el número y calidad de las fuerzas norteamericanas. Una primera oleada de 100 soldados japoneses, apoyados por fuego de morteros y ametralladoras, se estrelló contra una bien defendida línea de 2.500 “marines”. Una segunda oleada de 200 japoneses atacó a las 2.30 de la madrugada y una tercera fuerza de 150 efectivos se volvió a estrellar contra las defensas norteamericanas, sufriendo también casi un 100 % de bajas. A las 7.00 hrs., los hombres del 1er Regimiento de Marines contraatacaron, apoyados por tanques ligeros y aviones. Tras dura lucha, rodearon y destruyeron los restos del 2º Batallón del 28º Regimiento de Infantería del Ejército Imperial Japonés. Sólo 15 japoneses se rindieron, otros 740, incluyendo al coronel Kiyonao Ichiki, acabaron muertos.

En el mar circundante a Guadalcanal, sigue la lucha. El 22 de agosto, destructores japoneses y estadounidenses, que intentaban llevar suministros a sus respectivos ejércitos, se encontraron en el Estrecho de Savo. En el subsecuente combate, el destructor japonés “Kawakaze” deshabilitó al norteamericano “USS Blue”, que tuvo que ser hundido por sus propios tripulantes, para evitar la captura.

En la dura lucha de Guadalcanal, el control del aire es tan importante como la lucha en tierra y el control de las aguas circundantes. El 22 de agosto, un grupo de 5 cazas “P-400” (también denominados “P-39”), “Airacobra”, llegaron a reforzar a la “Fuerza Aérea Cactus”, basada en “Henderson Field”, el nombre dado a la pista de aterrizaje, cuya construcción iniciaron los japoneses y que ahora los aliados habían capturado. A pesar de las designaciones oficiales, el nombre en código de Guadalcanal era “cactus”, de modo que las unidades de apoyo aéreo quedaron bautizadas para siempre con ese nombre.

El 24 de agosto, una potente flota japonesa, centrada en los portaaviones “Zuikaku” y “Shokaku”, se aproximó a las Islas Salomón, con el portaaviones ligero “Ryujo” adelante, como carnada para atraer a los portaaviones norteamericanos en el área. La lucha que siguió en las horas siguientes es conocida como Batalla de las Salomón Orientales. A poco de empezar la batalla, el “Ryujo” fue severamente dañado por varias bombas de 1.000 libras, pero su sacrificio permitió a los portaaviones japoneses localizar a sus rivales estadounidenses, el “USS Enterprise” y el “USS Saratoga”. En el contraataque japonés, el “Enterprise” sufrió severos daños, al ser alcanzado por tres bombas de los aviones japoneses, sufriendo 140 bajas, entre muertos y heridos. Al mismo tiempo, la escolta de cruceros y destructores japoneses intentó trabar combate con la flota norteamericana, pero no pudo ubicarla en la oscuridad e interrumpió la búsqueda poco antes de la medianoche.

El 23 de agosto de 1942, soldados de la 1ª División de Cazadores de la “Wehrmacht” izan la bandera del “III Reich” en la cima del Monte Elbrus, el pico más alto del Cáucaso. Aunque tuvo un efecto propagandístico importante, los acontecimientos de los meses siguientes se encargaron de probar que el petróleo del sur de la Unión Soviética estaba todo menos asegurado por lo alemanes. El mismo día en que los alemanes izaban su bandera en lo más alto del Cáucaso, sus camaradas del VI Ejército iniciaban el ataque a la ciudad de Stalingrado, en la orilla del gran río Volga. La ofensiva contra la ciudad se inició con un masivo bombardeo aéreo de 48 horas. En tierra, se iniciaba una de las más sangrientas y decisivas batallas de la Segunda Guerra Mundial.

La fuerza alemana más importante durante la batalla sería el VI Ejército, al mando del “Generaloberst” Friedrich Paulus. Durante la contraofensiva soviética del invierno de 1941-1942, las tropas alemanas destinadas a capturar Ucrania y el petróleo del Cáucaso fueron forzadas a retirarse. En Rostov del Don, el Ejército Alemán tuvo que realizar su primera retirada en combate, a fines de noviembre. Indignado con lo que consideraba imperdonable cobardía, Hitler ordenó cesar al entonces Jefe del Grupo de Ejércitos Sur, mariscal de campo Gerd von Rundstedt, y al comandante del 1er Grupo Panzer, general Ewald von Kleist, cuyas fuerzas fueron las que tuvieron que retirarse en Rostov. Muy convenientemente, el tirano nazi olvidó que sus tropas estaban escasas de combustible, municiones, ropas de invierno y reemplazos, varados en una campaña que se suponía estaría decidida mucho antes de la llegada del frío. En cambio, culpó a sus generales y los reemplazó por otros. En este caso, colocó al mariscal Walter von Reichenau al mando del Grupo de Ejércitos Sur, que estaba al mando, hasta entonces, del VI Ejército. Pero Reichenau, a las pocas horas de asumir el mando, se dio cuenta de que la posición alemana era insostenible, a menos que a las tropas se les permitiera retirarse. Y así lo hizo, permitiendo el repliegue de las unidades bajo su mando.

El 3 de diciembre de 1941, Hitler llegó hasta la Ucrania polaca para entrevistarse con sus generales y averiguar qué estaba pasando en persona. Para su sorpresa, los comandantes locales de las fanáticas “Waffen SS” estaban de acuerdo en la orden de retirada, partiendo por Sepp Dietrich, compinche de Hitler desde antes de la guerra, que había llegado a ser comandante de una de las divisiones de las “SS”, la “Leibstandarte”, que estaba desplegada en el sector. Más calmado, para guardar las apariencias, Hitler hizo las paces con Rundstedt y lo mandó a Alemania, bajo licencia por enfermedad. El “Führer” confirmó a Reichenau como jefe del Grupo de Ejércitos, pero el mariscal pidió que alguien más se hiciera cargo del VI Ejército y sugirió el nombre de quien fuera su jefe de estado mayor en la Campaña de Francia, el general Friedrich Paulus. Así llegó Paulus a hacerse cargo del VI Ejército, sin haber jamás mandado en combate una unidad de estas dimensiones.  Su nombre se volvería tan familiar como el de la ciudad de Stalingrado, donde decenas de miles de sus hombres hallarían una muerte horrible, algunos meses después.

Aunque los alemanes acabaron 1941 y empezaron 1942 bajo fuerte presión de los soviéticos, conservaban la mayor parte del territorio conquistado cuando hubo terminado el invierno ruso. Salvo las primeras contraofensivas soviéticas, a comienzos del otoño, los otros contraataques del Ejército Rojo durante el invierno fracasaron en todos los frentes, incluyendo Ucrania y el sur de Rusia. Sin embargo, el legado que recibía el general Paulus tenía sus aspectos oscuros, que contrastaban con la contundencia de las victorias alemanas. Desde el mismo comienzo de la “Operación Barbarroja”, en junio de 1941, las masacres de funcionarios del Partido Comunista, judíos y gitanos se mezclaron deliberadamente en todos los frentes. Según evidencia aportada en Núremberg por el “Obersturmführer” de las SS, August Häfner, el propio jefe de Paulus, el mariscal Reichenau, había dado la orden, en una ocasión, de ejecutar a 3.000 judíos como medida de terror contra la resistencia soviética. Reichenau, como muchos otros altos oficiales alemanes de carrera, había sido ganado por la ideología nazi y estaba dispuesto a seguirla en todas sus macabras consecuencias.

En agosto de 1941, Reichenau tuvo oportunidad de mostrar hasta qué punto la “Wehrmacht” no sólo sabía, sino que colaboraba activamente con las atrocidades nazis. En ese entonces, un grupo de capellanes de la 295ª División de Infantería informaron al jefe de estado mayor, teniente coronel Helmuth Groscurth, de que noventa niños judíos, que habían quedado huérfanos, habían sido prácticamente abandonados en un hogar en el pueblo de Belaya Tserkov. Las edades de los pequeños fluctuaban entre los pocos meses y los siete años, y llevaban varios días casi sin agua, ni comida. Groscurth recibió confirmación de que los niños serían ejecutados por un “Sonderkommando” de las “SS” e intentó impedir la matanza. El jefe local de las “SS”, “Standartenführer” Paul Blobel, le advirtió que informaría de su interferencia al propio Heinrich Himmler, jefe supremo de las “SS”. Luego de mandar a Blobel al diablo, Groscurth recurrió al cuartel general de Reichenau. Para su sorpresa y horror, el mariscal de campo apoyó a Blobel y los 90 niños fueron pasados por las armas, aunque se instruyó que la ejecución fuera implementada por milicianos ucranianos, para no “herir la sensibilidad” de los matones de las “SS”. En una carta, el enérgico coronel escribió a su esposa: “no podemos, ni nos debería ser permitido ganar esta guerra.” Groscurth envió un detallado informe al cuartel general del Grupo de Ejércitos Sur, aunque su rabieta no pasó de ser un gesto inútil, que nadie tomó en cuenta. Poco después, en septiembre de 1941, se produjo una masacre peor en Babi Yar, Ucrania, cuando casi 34.000 judíos fueron ejecutados por el “Sonderkommando” 4-A, comandado por el mismo Paul Blobel, que había sido enfrentado por Groscurth.

Las dos acciones aquí reseñadas son sólo dos ejemplos, tomados entre decenas de casos ocurridos en la zona geográfica de responsabilidad del VI Ejército de Reichenau. Fue el propio Reichenau, apoyado por Rundstedt, quien emitió la orden del 10 de octubre de 1941, que instruía a las tropas alemanas, en el sentido de que el soldado alemán debía llevar a cabo una “retribución severa, pero justa, que debe ser impuesta a la especie subhumana de los judíos”. Su deber, concluía el mariscal de campo, era “liberar al pueblo alemán para siempre de la amenaza judeoasiática.”

Este tipo de guerra era el que esperaba a Paulus, un oficial que se había destacado por ser un excelente planificador, que disfrutaba trabajando hasta tarde, inclinado sobre mapas, premunido de abundante café y cigarrillos. El maltrato a los civiles que quedaban tras las líneas alemanas se hizo endémico. Además de la incesante propaganda, que equiparaba al eslavo con el judío, en cuanto “razas inferiores”, la intendencia alemana demostró que no estaba a la altura del desafío de invadir Rusia y, muchas veces, el saqueo era producto del hambre y la escasez sufrida por las tropas. El problema es que, en un lugar del mundo con un clima tan severo, los saqueros significaban que muchos campesinos rusos y ucranianos fueron condenados a morir de hambre en el invierno siguiente. Por otro lado, los abusos sistemáticos continuaron en todo el frente y la zona del VI Ejército, ahora mandada por Paulus, no fue la excepción. El 29 de enero de 1942, tres semanas después de que Paulus asumiera el mando, la aldea de Komsolomosk, cerca de Jarkov, fue quemada. Alrededor de 150 casas fueron incendiadas hasta sus cimientos y fueron asesinados ocho personas, incluyendo dos niños.

El mismo tipo de atrocidades ocurrió en el Grupo de Ejércitos Norte, dirigido contra Leningrado y el Mar Blanco, y el Grupo de Ejércitos Centro, que tan cerca estuvo de conquistar Moscú en 1941. Hitler tenía una capacidad diabólica de embrujar a las personas y conseguir que hicieran todo por él. Este poderoso efecto se dejaba sentir sobre las masas, mediante los discursos de radio, pero el tirano también sabía usar esta poderosa persuasión en persona, sin el auxilio de la propaganda y los medios masivos de comunicación. La mayoría de los generales y almirantes se mostraban inquebrantablemente leales a Hitler y hacían vistosas manifestaciones de fidelidad al régimen nazi, incluyendo ser cómplices de algunas atrocidades, a las que pudieron haberse opuesto, con algo más de valentía. De hecho, todavía en 1941-1942, los nazis no se habrían atrevido a hacer otra cosa que despedir a un oficial desobediente, tal como muestra el ejemplo de Rundstedt, que ordenó la retirada en 1941, contra el deseo expreso de Hitler, y del coronel Groscurth, que desafió abiertamente al sanguinario Paul Blobel. Otro ejemplo fue dado por el general Karl Strecker, comandante del XI Cuerpo, adscrito al VI Ejército de Paulus. Mientras Paulus, su jefe, escribía sus proclamas bajo lemas como “¡Viva el Führer!”, Strecker hacía lo posible por no reconocer al régimen y firmaba sus proclamas a los soldados con esta frase: “Avanzad con Dios. Nuestra fe es la victoria ¡Salud a mis valientes guerreros!” El general Strecker, en más de una ocasión, dio contraórdenes ilegales, opuestas a lo prescrito por el alto mando, y alguna vez fue personalmente a comprobar que sus oficiales le obedecieran a él. Escogió al coronel Groscurth como jefe de estado mayor y juntos dirigirían la última bolsa de resistencia alemana de Stalingrado, en febrero de 1943, fieles a su sentido del deber y a su patria, pero no a Hitler.

Pero todavía quedaban meses para que Hitler y sus ejércitos sufrieran la que sería su peor derrota en Stalingrado. El 21 de agosto de 1942, los infantes del LI Cuerpo del Ejército Alemán aseguraron el cruce del río Don. Al día siguiente, los pontones estaban listos y los tanques de la 16ª División Panzer comenzaron a cruzar el gran río, bajo el mando del general Hans-Valentin Hube. Poco antes del mediodía, Hube tuvo que detener sus columnas, para recibir la visita del general Wolfram von Richthofen, primo de Manfred von Richthofen, el as de la aviación alemana de la Gran Guerra, conocido como “Barón Rojo”. Tras bajar de su avioneta “Fieseler Storch”, Richthofen comunicó a Hube que un gigantesco asalto aéreo acompañaría el avance de sus divisiones hacia la ciudad del Volga. “¡Aproveche el día de hoy! Será apoyado por 1.200 aviones. No puedo prometerle más mañana”, dijo escuetamente el general de aviación al sorprendido Hube. Gran parte de la ciudad de Stalingrado fue reducida a ruinas y unas 40.000 personas murieron en la primera semana de bombardeo. Stalin, con el fin de no dar la imagen de pánico, prohibió la evacuación de civiles y refugiados a gran escala, que fue consentida sólo cuando miles de inocentes habían muerto en el fuego cruzado de la batalla.

Para los “landser” alemanes, debe haber sido reconfortante ver enjambres de “Stukas” y “Ju-88” pulverizar la ciudad donde se preparaba la resistencia a su avance contra el Volga, el último obstáculo natural considerable antes de los Urales. Lo que no sospechaban era que los bombardeos convertirían a la ciudad en un caos de ruinas, que la transformarían en un lugar muy poco apto para el tipo de guerra móvil, en que los alemanes se sentían más cómodos. Entre los fierros retorcidos de las fábricas y las montañas de escombros de los edificios, las tropas alemanes perdían gran parte de sus ventajas. Sin embargo, era sólo el comienzo, y el VI Ejército Alemán tenía razones para ser optimista en cuanto a la Batalla de Stalingrado que se iniciaba.

Abajo, una de las fotografías más famosas de la guerra. En primer plano, la “Fuente de los Niños”, que adornaba uno de los paseos de Stalingrado antes de la guerra, con las ruinas humeantes de los edificios, que acababan de ser reducidos a escombros por la “Luftwaffe”. Los alemanes comprobaron, en los meses siguientes, que cada escombro sería usado por los defensores soviéticos, para preparar mortales emboscadas.




domingo, 20 de agosto de 2017

Hace 100 años - 20 de agosto de 1917 - Primera Guerra Mundial - Passchendaele: la Colina 70 y Langemarck

Hace 100 años
20 de agosto de 1917
Primera Guerra Mundial

Passchendaele: la Colina 70 y Langemarck

El infierno de Passchendaele se reactiva a mediados de agosto, luego de la pausa a que fueron obligados los británicos y sus aliados, a causa del clima, durante el agosto más lluvioso en años. El 15 de agosto, tropas del “Canadian Expeditionary Force” (“CEF”, “Cuerpo Expedicionario Canadiense”), atacan hacia Lens, ciudad francesa ocupada por Alemania desde 1914, en una acción subsidiaria de la Batalla de Passchendaele. Uno de los objetivos de atacar sobre Lens era aumentar la presión sobre las líneas alemanas y evitar que los defensores pudieran enviar refuerzos hacia el sector de la ofensiva principal británica. El choque de los días siguientes pasó a ser conocido como “Batalla de la Colina 70”, por la denominación dada en los mapas militares a una elevación de terreno que dominaba la ciudad.

En junio de 1917, el CEF había sido puesto bajo el mando del general Arthur Currie, el primer oficial, nacido en Canadá, en comandar una unidad militar de esta importancia en el Imperio Británico. El general Douglas Haig, comandante de las tropas destacadas en Francia por Gran Bretaña y sus dominios, había ordenado un ataque directo contra la ciudad, pero Currie se dio cuenta de que sería una costosa carnicería. El canadiense convenció a sus superiores de que sería mejor capturar la colina. Si conseguían su objetivo, los alemanes se verían obligados a contraatacar y serían éstos, no los canadienses, quienes se desgastarían en la ofensiva. El ataque inicial canadiense fue un éxito y consiguieron capturar la colina el mismo 15 de agosto. En los siguientes días, los canadienses rechazaron 21 intentos alemanes de recapturar la posición, que incluyeron el uso de lanzallamas y del llamado “gas mostaza”, un agente químico altamente tóxico, que ataca la piel, otras zonas expuestas (como los ojos) y la mucosa digestiva y respiratoria.

La lucha en torno a Lens fue feroz, con 9.000 bajas canadienses y más de 25.000 alemanes muertos o heridos hasta el 25 de agosto. Se puede considerar que fue una victoria local de la Entente, al conseguir empujar a los alemanes fuera de una importante posición defensiva, pero los canadienses no consiguieron conquistar Lens en 1917. Sí consiguieron el objetivo de distraer tropas y recursos alemanes que, de otro modo, pudieron haberse enviarse como refuerzo a la zona de Passchendaele propiamente tal, donde se desarrollaba, al mismo tiempo, una acción que sería conocida como Batalla de Langemarck.

La Batalla de Langemarck fue el tercer gran ataque general, dentro del contexto mayor de la Tercera Batalla de Ypres, también conocida como Batalla de Passchendaele. A las 4.45 horas del 16 de agosto, ocho divisiones británicas atacaron las posiciones alemanas situadas en torno al camino Ypres-Menin, al norte de la villa de Langemarck. En su flanco norte, tropas del 1er Ejército Francés también atacaron, en apoyo de la acción principal. Las primeras horas fueron promisorias para los atacantes, que abrumaron a los alemanes con su fuego de artillería y superioridad numérica. Sin embargo, muy pronto la lucha se volvió indecisa por la resistencia de los reductos alemanes, el preciso fuego de artillería defensivo alemán, decididos contraataques germanos y, sobre todo, el mar de barro y cráteres, causado por las lluvias incesantes y por la propia acción de los cañones, que impedía cualquier avance rápido. Incluso los tanques solían quedarse atascados en el fango o enterrados en los cráteres abiertos por la artillería y llenos de agua de lluvia.

En el sector sur de la batalla, las tropas británicas perdieron miles de hombres y consiguieron avanzar apenas unos pocos cientos de metros. En el norte, los británicos pudieron conquistar la villa de Langemarck, reducida a ruinas, que dio su nombre a la batalla. Los franceses fueron más exitosos, pero finalmente contraataques alemanes en otros sectores volvieron infructuosos los avances de la Entente.

La imagen de abajo, tomada en Ypres en 1917, muestra los efectos del barro y la lluvia en el avance de los británicos. Los soldados de la fotografía intentan sacar de una trampa de barro un carro que lleva agua y a uno de los caballos del tiro, que también está semienterrado.




Hace 75 años - 20 de agosto de 1942 - Segunda Guerra Mundial - “Operación Pedestal”

Hace 75 años
20 de agosto de 1942
Segunda Guerra Mundial

“Operación Pedestal”

Entre el 9 y el 15 de agosto, los Aliados implementan la “Operación Pedestal”, un intento desesperado por llevar suministros hasta la asediada isla de Malta, que había demostrado ser una base clave en el doble esfuerzo británico de desbaratar los convoyes del Eje, que llevaban suministros a las fuerzas africanas de Rommel, y de proteger los propias formaciones que intentaban aprovisionar al 8º Ejército Británico, encargado de defender Egipto y el Canal de Suez.

Con insuficiente cobertura aérea, los convoyes aliados eran muy vulnerables al ataque de los aviones italianos y alemanes. En general, los suministros bélicos básicos conseguían llegar hasta la isla, llevándolos en cruceros rápidos, pero los fracasos en llevar combustible y comida en cantidad suficiente, impedían que los buques y aviones encargados de la defensa pudieran operar apropiadamente. De hecho, a mediados de 1942, la presión del Eje sobre la isla fue lo bastante exitosa, como para anular Malta como base ofensiva, lo que explica, en parte importante, las victorias de Rommel y sus tropas en África, hasta la Primera Batalla de El Alamein. Pero lo más grave era la escasez de alimentos, que empezaba a dejarse sentir entre las tropas y la población civil.

En febrero y marzo de 1942, se habían hecho dos intentos de aprovisionar Malta con grandes convoyes, las operaciones “Harpoon” y “Vigorous”; sin embargo, de los 17 barcos mercantes enviados en esas dos oportunidades, sólo cuatro llegaron hasta el puerto, a pesar de la fuerte protección que se les dispensó. La isla-fortaleza estaba siendo lentamente consumida por la falta de comida, combustible y municiones, mientras los ataques aéreos se intensificaban. En julio, la “RAF” perdió más de una cuarta parte de sus “Sptifire”, mientras intentaban repeler a la aviación germano-italiana. Al promediar 1942, la situación se hacía desesperada. El gobernador de la isla, general John Vereker, más conocido como Lord Gort, en los momentos más críticos del asedio, informó lo siguiente:

“Nuestra situación es tan grave, que es mi deber replantearla en los términos más claros posibles. La decisión materialmente reduce nuestras opciones de sobrevivencia, no debido a alguna escasez de moral o eficiencia combativa, sino debido a que es imposible seguir adelante sin comida o sin municiones.”

Consciente de que una rendición de Malta por hambre sería un desastre para el Imperio Británico, el Primer Ministro, Winston Churchill, ordenó que el próximo convoy, “WS-125”, contara con la máxima protección posible. Nacía la “Operación Pedestal”. Dirigida por el vicealmirante Edward Syfret, reunía dos acorazados, tres portaaviones, siete cruceros y 32 destructores. Alrededor de 70 cazas (modelos “Sea Hurricane”, “Martlet” y “Fulmar”) y 30 torpederos-exploradores “Fairey Albacore” servirían como cobertura aérea, desde las cubiertas de vuelo de los portaaviones. Su misión era proteger un convoy de 14 barcos mercantes, centrados en torno al rápido tanquero “SS Ohio”, de procedencia estadounidense, tripulado por británicos, que llevaba el precioso combustible, tan necesario para permitir continuar la resistencia.

La escolta más estrecha e inmediata del convoy la formaban cuatro cruceros y 11 destructores. Esta agrupación fue bautizada como “Fuerza X” y puesta bajo el mando directo del vicealmirante Harold Burrough. La cobertura más amplia sería provista por la “Fuerza Z”, que alineaba los portaaviones, los acorazados, tres cruceros y 12 destructores.

El aumento en el tráfico naval advirtió a los mandos del Eje de que algo grande se preparaba. El mariscal de campo Albert Kesselring, de la “Luftwaffe”, y el almirante Alberto Da Zara, de la “Regia Marina”, destinaron todos los recursos de que disponían, para evitar el paso del convoy. Mientras Kesselring coordinaba ataques aéreos, Da Zara lanzó todos sus submarinos a las aguas del Mediterráneo. Al mismo tiempo, una flota de cruceros y destructores italianos sería enviada a destruir lo que quedara, luego de los ataques desde arriba y desde abajo del mar.

En la noche del 10 al 11 de agosto, el convoy cruzó Gibraltar. El primer día de batalla fue salvaje. Una agrupación de 40 bombarderos alemanes dejó caer sus bombas sobre el convoy. A pesar de la presión alemana, el portaaviones “HMS Furious” consiguió su objetivo de lanzar 36 cazas destinados a reforzar las defensas maltesas y los destructores británicos consiguieron hundir un submarino italiano. El “Furious”, aunque coincidió con el convoy de “Pedestal”, estaba desarrollando una operación independiente de reforzamiento de la guarnición aérea de Malta y, como estaba previsto, retornó a sus bases, luego de lanzar con éxito sus “Spitfire”. Pero el éxito del “Furious” quedó ensombrecido ese mismo día, cuando cuatro torpedos del submarino alemán “U-73” alcanzaron y hundieron el portaaviones “HMS Eagle”, perdiéndose la vida de 260 marinos y 36 de los 40 aviones que llevaba a bordo. Antes de acabar el día, los ataques germano-italianos dañaron un mercante, un destructor y la cubierta de vuelo del portaaviones “Indomitable”.

La lucha prosiguió durante el 12 de agosto, con el convoy dentro del radio de alcance de las bases aéreas de Cerdeña. El primer ataque estuvo a cargo de 19 rápidos “Junkers Ju-88”, posiblemente el mejor bombardero fabricado en Alemania, que fue recibido por los cazas embarcados en los portaaviones. Una segunda incursión logró pasar la barrera de cazas y sus bombas causaron numerosos incendios en el “Indomitable”, cuya cubierta de vuelo quedó fuera de servicio. Sólo los aviones del “Victorious”, que también había recibido algunos daños, restaban para apoyar el convoy desde el aire. De acuerdo a lo planificado, al acercarse al Estrecho de Sicilia, la “Fuerza Z”, con sus acorazados y portaaviones, debía regresar a Gibraltar. El vicealmirante Edward Syfret, que estaba al mando de la operación, decidió adelantar el regreso de sus buques más poderosos, temeroso de que la proximidad de las bases de Sicilia abrumara a las dotaciones de su único portaaviones restante y la expedición se convirtiera en un desastre naval de proporciones. Hacia el final del día 12 de agosto, la “Fuerza Z” giró hacia Gibraltar. La “Fuerza X”, con sus cruceros y destructores, debían concluir la labor de escolta hasta el Gran Puerto de La Valeta, en Malta.

Mientras el convoy era atacado desde el aire, la flota italiana de superficie se preparaba para entrar en acción, con el zarpe de tres cruceros pesados, tres cruceros ligeros y 17 destructores. Alrededor de las 20.00 hrs., el submarino italiano “Axum” consiguió traspasar la barrera de destructores y torpedeó el convoy. El “Axum” hundió el crucero ligero “HMS Cairo” y dañó el crucero ligero “HMS Nigeria”, que tendría que regresar a Gibbraltar. Pero lo más grave fue que el sumergible italiano logró alcanzar a la nave más importante de todas: el tanquero “SS Ohio”. Tras el ataque del “Axum”, mientras el convoy intentaba recomponer su formación, una nueva oleada de aviones se abatió sobre sus castigadas cubiertas. En el nuevo “raid”, el destructor “HMS Foresight” fue puesto fuera de combate y el carguero “Empire Hope” fue hundido.

La noche del 12 al 13 de agosto marcó el turno de las lanchas torpederas. Los torpederos alemanes e italianos hundieron tres cargueros durante la noche y causaron daños en un cuarto. Durante la refriega, las torpederas italianas “MS 16” y “MS 22” dañaron el crucero ligero “HMS Manchester”, que tuvo que ser hundido por su propia tripulación poco después. Apenas despuntó el sol del 13 de agosto, regresaron los bombarderos. El mercante “Waimarama” fue la primera víctima del día, cuando una bomba, lanzada por un “Ju-88” alemán, dio en una parte del cargamento, que incluía combustible de aviación. Una segunda incursión aérea estuvo a cargo de 60 bombarderos en picado “Junkers Ju-87, Stuka”, que concentraron sus atenciones en el “Ohio”. Poco antes de las 11.00 de la mañana, las bombas de los “Stuka” dañaron las calderas del tanquero, que perdió la capacidad de moverse por sus propios medios. Cerca del tullido “Ohio”, los alemanes hundieron el carguero “Dorset” y causaron daños considerables en el crucero “HMS Kenya”.

Aguantando la arremetida lo mejor que podían y navegando a toda máquina, los cargueros “Port Chalmers”, “Rochester Castle” y “Melbourne Star” pasaron en medio del infierno y pudieron reunirse con fuerzas de escolta provenientes de Malta. Protegidos por los aviones basados en la isla, los tres cargueros entraron en el Gran Puerto a las 18.00 hrs. Era la primera buena noticia para los británicos en muchas horas.

Todavía bajo ataque aéreo, el destructor “HMS Penn” intentó remolcar al “Ohio”, pero el tanquero estaba empezando a inclinarse, debido al agua que empezaba a entrar y un nuevo impacto de bomba, que rompió la quilla del “Ohio”. Mientras tanto, alemanes e italianos no se ponían de acuerdo en la estrategia a seguir. El mariscal Kesselring se negó a proveer apoyo aéreo a la flota italiana de cruceros que se acercaba a la batalla y prefirió concentrar sus aparatos en ataques directos. El alto mando italiano, preocupado de que los aviones basados en Malta pudieran atacar sus naves, ordenó el regreso de la flota a Mesina, no sin antes haber sido dañados dos cruceros italianos por el submarino británico “HMS Unbroken”.

En las primeras horas del 14 de agosto, el dañado carguero “Brisbane Star” consiguió llegar hasta La Valeta. Más atrás, la “Fuerza X” seguía luchando por salvar al “Ohio”, con sus toneladas de combustible. Un nuevo ataque aéreo dejó al valiente tanquero con un nuevo agujero en la popa y el timón inutilizado. Sin embargo, la escolta se las arregló para hacer que el “Ohio” siguiera avanzando, con los destructores “HMS Penn” y “HMS Ledbury” haciendo de soporte en los costados del barco, para evitar que se partiera en dos, y el dragaminas “HMS Rye” estabilizando la popa, configurando un singular “sándwich” en medio de la batalla aeronaval. Esta inusual formación fue interrumpida por varios ataques aéreos, pero los marinos británicos consiguieron llevar las ruinas flotantes del “Ohio” hasta el Gran Puerto de La Valeta a las 9.30 hrs. del 15 de agosto de 1942.

Desde el punto de vista táctico, la batalla en torno al convoy de “Pedestal” fue la última gran victoria de las potencias del Eje en el Mediterráneo. Los aliados perdieron un portaaviones, dos cruceros, un destructor y 9 cargueros, además de muchos buques de guerra dañados, que permanecieron varios meses en reparaciones. Alrededor de 400 hombres dieron sus vidas para llevar suministros hasta Malta. Los alemanes e italianos pagaron caro sus aciertos, con 42 aviones derribados, dos submarinos hundidos, dos cruceros dañados y alrededor de 100 muertos o desaparecidos.

Por otro lado, la llegada de los pocos cargueros que consiguieron pasar y, sobre todo, del “Ohio”, con su invaluable combustible, fue un resonante éxito estratégico para Gran Bretaña. Al ir avanzando el último tercio de 1942, los cazas de la “RAF” retomaron la iniciativa en la defensa de los cielos de Malta, haciendo muy costosos los bombardeos italianos y alemanes. Tras equilibrar sus defensas, las armas ofensivas volvieron a las bases de Malta, especialmente submarinos y bombarderos británicos, que causaron estragos en los convoyes italianos, que intentaban llevar suministros a las tropas del Eje desplegadas en África del Norte, bajo las órdenes del mariscal Erwin Rommel. Debilitado, Rommel sería decisivamente derrotado en la Segunda Batalla de El Alamein, en octubre-noviembre de 1942. Empujado a través de toda África del Norte, el final del año encontraría a Rommel y los restos de su ejército ítalo-alemán atrapados en Túnez, entre las unidades del 8º Ejército de Montgomery, que lo venían persiguiendo desde Egipto, y las fuerzas aliadas que venían desde el oeste, tras desembarcar en noviembre, en la llamada “Operación Torch”.

Desde el punto de vista logístico, la gran Batalla del Mediterráneo fue ganada por la “Commonwealth” en la “Operación Pedestal”.

Abajo, una dramática fotografía que muestra al portaaviones británico “HMS Eagle”, al fondo, a la derecha, mientras se hunde en las aguas del Mediterráneo. En primer plano, un mercante intenta dejar la zona de peligro a toda máquina. Aunque no lo parezca por esta sola imagen, al conseguir la mera supervivencia de Malta, la “Commonwealth” estaba consiguiendo una decisiva victoria.




martes, 15 de agosto de 2017

Hace 100 años - 13 de agosto de 1917 - Primera Guerra Mundial - Propaganda Británica

Hace 100 años
13 de agosto de 1917
Primera Guerra Mundial

Propaganda Británica

La lucha en el infierno de Passchendaele está en un momento de relativa calma, debido al agotamiento de los británicos, que no han conseguido demasiado en los ataques iniciales y han sufrido terribles bajas. Los alemanes tampoco la pasan bien, pero consiguen mantener sus líneas y siempre es más fácil defenderse que atacar al enemigo. En el mar, los altos mandos navales de la Entente todavía no diseñan una respuesta eficaz contra la amenaza de los submarinos, que amenazan con estrangular las vías de comunicación marítimas, que tan vitales son para Gran Bretaña. En los otros frentes terrestres, la situación está lejos de ser decisiva y sólo en el Este se mueven los ejércitos, especialmente porque los rusos empiezan a descomponerse como ejército y como estado, en medio de la revolución. Sólo porque carecen de los medios logísticos, los alemanes y austrohúngaros no han podido acabar del todo con Rusia.

El nivel de tensión y de sacrificios demandados a la población civil convirtió la propaganda en un asunto de primerísima importancia. Convertida en arma de guerra sicológica, la propaganda se explotó en una escala sin precedentes. El afán por dar explicaciones, por obtener simpatías y por verse legitimado, fue perseguido por las naciones en lucha, usando emotivas imágenes y discursos. Para intensificar el efecto de los mensajes de propaganda, se hizo uso de todos los medios de comunicación impresos: posters, para animar la perseverancia de los civiles en retaguardia y alentar el reclutamiento; caricaturas, para ridiculizar a los adversarios; panfletos, para afectar la moral de las tropas y las poblaciones enemigas; además de la censura de la prensa y la dirección de la agenda noticiosa desde las oficinas gubernamentales, que intentaban que los periódicos sirvieran a los propósitos nacionales con su tarea supuestamente informativa. El grado de industrialización alcanzado por las ricas economías europeas, cuyos esfuerzos eran coordinados y dirigidos desde los ministerios de economía, permitía producir objetos propagandísticos por millones. Además, la Primera Guerra Mundial ya fue escenario del uso del sonido y la imagen en movimiento para producir propaganda, aunque fuera en un grado menor al que se vería en la siguiente guerra, un cuarto de siglo más tarde.

La propaganda apelaba a la valentía del soldado y a la resistencia de los civiles. Presentaba las consecuencias de la derrota con caracteres apocalípticos, que hacían impensable cualquier alternativa a la guerra total. Pero mientras más se alargaba la guerra, más la gente escapaba al embrujo de la propaganda. Los motines entre las tropas y, más tarde, las huelgas y revueltas en el interior de los estados, demostraron que la manipulación de las conciencias tenía un límite. Hacia el último año de la guerra, los encargados de la propaganda tenían cada vez mayores dificultades para contrarrestar la insatisfacción del público en el ámbito doméstico y el hastío de las tropas en el frente.

Fueron tan grandes los desafíos en el ámbito de ganarse las mentes y corazones de los individuos, que la Gran Guerra fue la primera oportunidad en que hubo instituciones especialmente dedicadas a la propaganda en los estados beligerantes. Gran Bretaña desempeñó un rol pionero en esta especie de guerra de los espíritus. A pocas semanas de iniciarse la guerra, en agosto de 1914, David Lloyd George, entonces Canciller de la Hacienda de Su Majestad (“Chancellor of the Exchequer”), recibió el encargo de implementar una oficina de propaganda, al alero del Ministerio de Guerra. A la cabeza de la organización, Lloyd George designó al exitoso escritor y parlamentario liberal, Charles Masterman. Masterman estableció el cuartel general de su organización en la “Wellington House” y ahí, el 2 de septiembre de 1914, citó a numerosas figuras de las letras británicas, entre las que destacaban celebridades como H. G. Wells, G. K. Chesterton, Arthur Conan Doyle y Rudyard Kipling.

Se pidió a los escritores presentes que pusieran sus plumas y mentes a disposición de la nueva oficina, para discutir la mejor manera de promover los intereses británicos durante la guerra. A todos se les exigió el más estricto secreto y no fue sino hasta 1935 que el público supo de la Oficina de Propaganda. Además de numerosos panfletos que se concentraban en la crueldad de los alemanes y en las virtudes de los británicos, Masterman proyectó una historia de la guerra en la forma de una revista mensual. La “Historia de la Guerra de Nelson” (por “Thomas Nelson”, el nombre de la casa editorial que publicó la obra) tuvo su primer episodio en febrero de 1915. Posteriormente, 23 ediciones aparecerían a intervalos regulares. El novelista y político, John Buchan, que además era un connotado miembro del Partido Unionista Escocés y director de la “Nelson”, recibió el nombramiento de teniente segundo en el Cuerpo de Inteligencia y se le proporcionaron los documentos para escribir el texto.

Sólo dos fotógrafos, ambos oficiales de ejército, tuvieron permiso de tomar fotografías en el Frente Occidental. La pena por tomar fotografías sin autorización era el fusilamiento. Así de seriamente los británicos se tomaban el intento por uniformar las opiniones. Masterman también sabía que el tipo correcto de pinturas y dibujos serían claves en mantener el impulso nacional en la prueba de la guerra. En mayo de 1916, Masterman reclutó al artista Muirhead Bone. Bone fue enviado a Francia, donde presenció la Batalla del Somme y, para octubre de 1916, había producido 150 bocetos. Al regresar a Inglaterra, fue reemplazado por su colega y cuñado, Francis Dodd, que había trabajado como ilustrador, hasta entonces, para el “Manchester Guardian”.     

En febrero de 1917, el gobierno decidió elevar la organización a nivel de Departamento de Información, a cargo de John Buchan, quien recibió el rango teniente coronel. Charles Masterman siguió colaborando a cargo de los libros, panfletos, fotografías y representaciones pictóricas de la guerra. En general, el esfuerzo propagandístico británico fue mucho más persistente y sistemático que el de los Imperios Centrales. Tanto Francia, como Estados Unidos, tomaron buena nota de la habilidad con que Londres explotó algunos asuntos, como la violación de la neutralidad belga, la guerra submarina sin restricciones o la ejecución de la enfermera británica, Edith Cavell. Es cierto que los alemanes violaron el derecho internacional, pero la Entente también lo hizo, aunque los aparatos de propaganda de esta última lograron amplificar desproporcionadamente los abusos cometidos por los Imperios Centrales y esconder hábilmente los propios. Cuando llegó la hora decisiva de la guerra, gran parte del mundo neutral había absorbido la mayor parte de la propaganda británica y recelaba de Alemania. La guerra submarina sin restricciones y la falta de delicadeza alemana hicieron el resto, para que Estados Unidos entrara en la guerra al lado de la Entente, rompiendo el interminable empate de la Primera Guerra Mundial.

Abajo, una típica ilustración propagandística. Bajo el título “Tributo en Sangre a los Bárbaros Alemanes”, fue publicada en 1915 por G. Pulman & Sons, en Londres. La macabra escena se refiere a la ejecución de Edith Cavell, la enfermera británica que trabajaba en Bélgica y que fue enjuiciada por las autoridades de ocupación alemana, por haber ayudado a huir de la Bélgica ocupada a soldados de la Entente y a hombres en edad militar. Fue sentenciada y ejecutada en 1915. Su caso fue usado profusamente para denunciar el “furor teutónico”. Detrás de la tarjeta, se podía leer el texto: “La Señorita Cavell y la Cultura Alemana — un regalo de bienvenida para el cumpleaños del Káiser”.




Hace 75 años - 13 de agosto de 1942 - Segunda Guerra Mundial - Guadalcanal: desastre aliado en la Isla de Savo

Hace 75 años
13 de agosto de 1942
Segunda Guerra Mundial

Guadalcanal: desastre aliado en la Isla de Savo

En África del Norte, acabada la primera fase de El Alamein, hay relativa calma. Quizá el suceso más destacado es la muerte del general William Gott, designado como nuevo comandante del 8º Ejército Británico por Churchill y cuyo avión fue derribado por cazas alemanes en su camino a Egipto, el 7 de agosto de 1942. El Primer Ministro tuvo que hallar un nuevo nombre para mandar el único ejército británico que está en batalla actualmente contra tropas del Eje. El 13 de agosto, el teniente general Bernard Law Montgomery asume oficialmente el mando de las tropas de la “Commonwealth” en África del Norte. Con el tiempo, se convertirá en el general británico más famoso de la guerra.

En el Frente Oriental, los alemanes siguen avanzando por el sur de la Unión Soviética. El 7 de agosto, elementos del 6º Ejército Alemán cruzan el Don, a la altura de Kalach-na-Donu, en Rusia meridional. Más al sur, en el Cáucaso, unidades del 1er Ejército Panzer arriban a los yacimientos petrolíferos de Maikop, aunque los soviéticos han alcanzado a destruir casi todos los depósitos de combustible antes de retirarse.

En el Atlántico y el Mediterráneo (y, en menor medida, en otros mares), se sigue librando la batalla más larga de la guerra, entre los submarinos y “raiders” del Eje, por un lado, y las marinas aliadas, por otro. A veces, los submarinos aliados también causan dolores de cabeza a los convoyes japoneses del Pacífico o ítalo-alemanes del Mediterráneo, pero casi siempre los hundidos por submarinos llevan banderas aliadas en sus mástiles.

El 7 de agosto de 1942, se producen los desembarcos aliados en el archipiélago de las Salomón, que dieron inicio a la larga y decisiva Campaña de Guadalcanal. El objetivo inmediato era evitar que los japoneses consolidaran su posición y aprovecharan sus nuevas bases para cortar las rutas de suministro entre Estados Unidos y Australia. En la madrugada del 7 de agosto de 1942, alrededor de 11.000 efectivos de la 1ª División de Marines de EE.UU. desembarcaron en Guadalcanal y Tulagi. La Isla de Guadalcanal, que acabaría siendo el teatro principal de operaciones de la batalla, resultó una tarea relativamente fácil para los norteamericanos esa madrugada. La mayor parte del personal japonés en la isla correspondía a equipos de construcción, que trabajaban en el nuevo aeródromo, que tan preocupados tenía a los altos mandos en Londres, Canberra y Washington.

Al centro del canal que separa la línea norte y sur de las Salomón, están las Islas Florida, que comprenden, entre muchas otras, a Tulagi, Tanambogo y Gavutu, que fueron tomadas al asalto por unos 3.000 marines esa madrugada. Un total de 886 miembros de la Marina Imperial Japonesa opusieron feroz resistencia en la defensa de las bases establecidas en las tres islas. Los marines consiguieron consolidar la conquista de las tres islas recién el 9 de agosto, después de que prácticamente todos y cada uno de los japoneses fueron aniquilados. Muy pocos aceptaron rendirse, aunque tenían pocas probabilidades de evitar una derrota. Era un aviso de la manera en que las tropas japonesas lucharían en los próximos tres años.

Los japoneses respondieron a los desembarcos con ataques aéreos desde sus bases ubicadas en la Isla de Bougainville, al norte de las Salomón, y en Rabaul, Nueva Bretaña. Los aparatos japoneses se toparon con los cazas de los portaaviones estadounidenses, que daban apoyo aéreo a la flota de invasión. En las subsecuentes batallas aéreas, los estadounidenses perdieron 12 aviones, uno de sus destructores fue severamente dañado y uno de sus transportes se incendió, quedando inutilizado. Además de la ofensiva aérea, la Marina Japonesa ensambló rápidamente una fuerza naval en Rabaul, que fue bautizada como Octava Flota y puesta bajo el mando del vicealmirante Gunichi Mikawa. La fuerza de Mikawa consistía en cinco cruceros pesados (“Chokai”, “Aoba”, “Furutaka”, “Kako” y “Kinugasa”), dos cruceros ligeros (“Tenryu” y “Yubari”) y un destructor (“Yunagi”).

Guadalcanal y las Islas Florida están separadas por el Estrecho de Savo, cerrado al oeste por la isla del mismo nombre, que daría nombre a una de las varias batallas navales desarrolladas durante la campaña. Con los acorazados británicos y estadounidenses destruidos en Pearl Harbor y Malaya, en diciembre de 1941, los Aliados sólo disponían de sus cruceros para proveer fuego de apoyo a los desembarcos y proteger los transportes que habían llevado a los marines hasta las islas, junto con sus suministros. En total, el contraalmirante británico, Victor Crutchley, disponía de seis cruceros pesados y seis destructores para vigilar las aproximaciones al estrecho. Crutchley dividió sus fuerzas en tres grupos, que vigilaban por separado el pasaje norte y el pasaje sur. Los destructores de la “US Navy”, “USS Ralph Talbot” y “USS Blue” eran los encargados de la detección más temprana, por medio de sus radares. En el pasaje sur, estaban situados los cruceros pesados australianos “HMAS Australia” y “HMAS Canberra”, el crucero pesado estadounidense “USS Chicago” y los destructores norteamericanos “USS Bagley” y “USS Patterson”. El grupo del norte estaba compuesto por los cruceros pesados estadounidenses “USS Vincennes”, “USS Quincy” y “USS Astoria”, acompañados por los destructores de su misma bandera “USS Helm” y “USS Wilson”. La aproximación desde el este estaba vigilada por una tercera fuerza, conformada por el crucero ligero australiano “HMAS Hobart”, el crucero ligero norteamericano “HMAS San Juan” y los destructores estadounidenses “USS Monssen” y “USS Buchanan”.

En la noche del 8 al 9 de agosto de 1942, la flota del almirante Mikawa llegaba hasta el Estrecho de Savo, mientras tres portaaviones estadounidenses y su escolta se retiraban, tras sufrir fuertes pérdidas de aparatos en las batallas aéreas y quedar vulnerables a la amenaza de los aviones japoneses basados en tierra. La escolta de los portaaviones incluía seis cruceros, 16 destructores y el “USS North Carolina”, posiblemente el único acorazado aliado operativo, en ese momento, en todo el inmenso Océano Pacífico.

La agrupación japonesa de cruceros rápidos envió hidroaviones exploradores a detectar los buques aliados. Los destructores aliados encargados de la detección de radar estaban al final de sus rutas de patrulla, alejándose de la flota japonesa, que pasó a unos 450 metros del “Blue”, sin que éste la detectara. Los buques australianos y estadounidenses, ignorantes de lo que estaba a punto de caerles encima, dejaban ver sus siluetas contra las llamas de uno de los transportes que había sido alcanzado por los aviones japoneses. Al detectar la fuerza sur, toda la flota japonesa disparó sus torpedos a las 1.30 horas del 9 de agosto. Simultáneamente con las explosiones causadas por el impacto de los torpedos, los hidroaviones japoneses lanzaron bengalas para iluminar la flota aliada y permitir a sus artilleros terminar con más facilidad la tarea que habían iniciado los torpedos.

El “Canberra” recibió dos torpedos y nutrido fuego artillero. El “Chicago” también fue torpedeado en la primera andanada. Los japoneses se dividieron luego en dos columnas. La fuerza aliada del norte no recibió ninguna señal de alarma y sus mandos suponían que sus camaradas del sur estaban usando fuego antiaéreo contra aviones enemigos. Con el movimiento envolvente de los japoneses, el “Astoria”, el “Quincy” y el “Vincennes” fueron acribillados desde estribor y babor al mismo tiempo. En un primer momento, sin saber que los japoneses estaban en el estrecho, los comandantes aliados ordenaron cesar el fuego, pensando que se trataba de buques aliados disparándose entre sí. El “Vincennes” recibió otro torpedo. El destructor “Robert Talbot” llegó desde el sur y, luego de recibir fuego de sus propios buques, huyó hacia el norte, con serios daños. El “Quincy” y el “Vincennes” se hundieron. En las operaciones para intentar rescatar al dañado “Canberra”, los incendios del “Chicago” pasaron al “Patterson”. El “Canberra” fue hundido al día siguiente, para prevenir su captura por los japoneses, poco antes de que los restos de la flota de cruceros aliados abandonara el Estrecho de Savo, que pasaría a ser conocido por los soldados y marinos aliados como “Ironbottom Sound”, “Estrecho del Fondo de Hierro”, por la gran cantidad de barcos que terminaron hundidos en el lugar. El “Astoria”, muy dañado, se hundió, mientras era remolcado, al día siguiente. El “Chicago” estuvo en reparaciones hasta enero de 1943.

En sólo 32 minutos, los japoneses hundieron cuatro cruceros pesados y dañaron seriamente otro crucero pesado y un destructor. Las bajas totalizaron 1.270 muertos y 708 heridos. De los buques de Mikawa, 129 tripulantes perdieron la vida en el combate y sólo tres naves recibieron apenas algún daño que, comparado con lo que causaron, apenas llegaba a rasguño. Más que derrota, fue una paliza. Una serie de errores en la exploración, detección de buques adversarios, traspaso de la información oportuna y descoordinación de los mandos, causó lo que es considerado uno de los peores desastres en la historia naval estadounidense, comparable al sufrido, pocos meses antes, en Pearl Harbor.

Por el momento, los marines seguían siendo dueños del vital aeródromo en Guadalcanal, pero quedaban sin cobertura aérea y sin protección de su flota de guerra, con el muy posible prospecto de que, en el corto plazo, los japoneses llevaran considerables fuerzas hasta la zona, para intentar reconquistar la isla.

Las consecuencias de la derrota pudieron ser peores para los aliados, si la Providencia no les hubiera dado una mano. Los japoneses, después de castigar y dispersar a la flota aliada, no atacaron los transportes indefensos. Para acabar con los transportes, los japoneses habrían sido sorprendidos por la luz del día en el canal, expuestos a un posible ataque aéreo de los portaaviones norteamericanos (Mikawa no sabía que se habían retirado). Además la tradición naval japonesa sólo consideraba rentable el ataque a naves de combate, pero exponer sus propios buques, para destruir transportes desarmados y vacíos, no debió parecer lo bastante valioso, como para volver a la batalla, de día, sin torpedos y con menos de la mitad de las municiones para sus cañones. A fin de cuentas, los buques de Mikawa habían logrado una gran victoria sobre otros buques de guerra y eso debió parecerles suficiente para una noche de trabajo.

Abajo, se ve la silueta del “USS Quincy”, iluminado por multitud de luces de búsqueda de los buques japoneses, que además lo castigan sin piedad con sus torpedos y con decenas de piezas de artillería. La nave estadounidense era un infierno flotante a pocos minutos de iniciada la batalla.




domingo, 6 de agosto de 2017

Hace 100 años - 6 de agosto de 1917 - Primera Guerra Mundial - Passchendaele, primera fase

Hace 100 años
6 de agosto de 1917
Primera Guerra Mundial

Passchendaele, primera fase

El 2 de agosto de 1917, el comandante de escuadrón Edwin Harris Dunning, del “Royal Navy Air Service” (“Servicio Aéreo de la Real Marina”, “RNAS”), se convirtió en el primer piloto en aterrizar un avión en un buque en movimiento, cuando posó su caza “Sopwith Pup” en la cubierta del portaaviones “HMS Furious”. El “Furious” fue diseñado originalmente como un crucero de batalla, de bajo calado y relativamente ligero blindaje, que sería usado en el llamado “Proyecto Báltico”, una operación prevista por el Almirantazgo Británico, cuyo objetivo sería acabar rápidamente la Primera Guerra Mundial, mediante la invasión de Alemania con un desembarco en la costa de Pomerania.

Mientras el buque estaba en construcción, se introdujeron modificaciones en su diseño que lo convertirían, poco después de terminar la Gran Guerra, en el primer portaaviones operacional de la “Royal Navy”. El aterrizaje del comandante Harris confirmó la posibilidad de que las fuerzas aéreas pudieran desplegarse y operar desde naves provistas con cubiertas de vuelo, de modo que pasaban a ser, de hecho, bases aéreas flotantes, capaces de proyectar el poderío de las grandes potencias mundiales en cualquier parte del mundo. La Segunda Guerra Mundial, 25 años más tarde, confirmaría que los portaaviones eran el arma más poderosa que una marina puede tener. El mismo “Furious” prestó valiosos servicios en el último conflicto mundial.

El comandante Harris repitió su hazaña dos veces más, pero la última vez le costó la vida. Mientras intentaba posar su “Pup” sobre la cubierta del “Furious”, durante un ejercicio de prueba, sufrió un desafortunado accidente, que costó su vida el 7 de agosto de 1917. La Marina Británica mantiene aún hoy un premio con su nombre, que se otorga al oficial que haya hecho más por la aviación naval durante el año correspondiente.

La guerra naval tiene también poderosos efectos en la estrategia seguida en tierra. Los almirantes y el gobierno británico están preocupados. Hace poco, el “First Sea Lord” (“Primer Lord del Mar”, es decir, el Jefe de Estado Mayor de la “Royal Navy”), almirante John Jellicoe, ha hecho saber al gobierno que, si continúa el ritmo actual de hundimientos de barcos mercantes por los submarinos alemanes, el Reino Unido no tendrá los recursos que permitan proseguir la guerra en 1918. La preocupación de Jellicoe fue uno de los argumentos que usó el general Douglas Haig, Comandante en Jefe de las tropas británicas en Francia, para convencer a Londres de lanzar una gran ofensiva en Flandes, que lograra, entre otras cosas, capturar las bases de submarinos alemanes en la costa belga.

Haig había pensado largamente en Flandes como el lugar de preferencia para un gran ataque que rompiera las trincheras alemanas. Sin embargo, en 1916, tuvo que desviar casi todos sus recursos hacia la sangrienta Batalla del Somme. Ahora en el verano de 1917, Haig por fin podría lanzar lo que se conocería como Tercera Batalla de Ypres o Batalla de Passchendaele. Al igual que en el Somme, las tácticas empleadas por las tropas de la Entente fueron muy criticadas, por el alto costo en muertos y heridos que significaron, obteniendo ganancias territoriales muy limitadas, que quedaban lejos de ser una victoria decisiva. Con el ostensible fracaso de la llamada “Ofensiva de Nivelle” en mayo de 1917, Haig pensaba que era momento de que los británicos probaran su suerte con una ofensiva propia. Además, al igual que en el verano de 1916, Haig estaba convencido que el Ejército Alemán estaba al borde del colapso moral y que un nuevo gran ataque quebrantaría definitivamente su voluntad de lucha. Al igual que con el Somme, se trataba de una presunción errada.

El Primer Ministro Británico, David Lloyd George, se oponía a los planes de Haig, pero no tenía alternativas que ofrecer, de modo que tuvo que sancionar los planes de su general, aunque eso no lo retuvo de ser muy crítico de la estrategia seguida por Haig, cuando llegó el momento de publicar sus memorias, una vez terminada la guerra. El residente del Número 10 de Downing Street se dejó convencer también, gracias al buen precedente de la Batalla de Messines, lanzada a comienzos de junio de 1917, y que había significado un resonante éxito británico, aunque a un nivel mucho más local que el objetivo perseguido ahora por Haig. El vencedor de Messines, general Herbet Plumer, había sido partidario de persistir los ataques en todo el frente, inmediatamente después del éxito de comienzos de junio. Sin embargo, Haig dudó y no convirtió la victoria local de Messines en una ofensiva decisiva en todo el frente. Para cuando decidió comprometerse en una gran ofensiva, a mediados de julio, los alemanes estaban repuestos y a la espera de un ataque. Como siempre, la moral y disciplina del soldado alemán y de sus oficiales era alta.

Al ir avanzando el verano de 1917, se hacía cada vez más evidente el estado de descomposición del Ejército Ruso. Entre el 1 y el 19 de julio, los rusos lanzaron su última ofensiva de la guerra, que sería conocida como “Ofensiva de Kerensky”, por el nombre de quien era entonces Ministro de Guerra y, de hecho, “hombre fuerte” del Gobierno Provisional Ruso, instalado después de la abdicación del Zar Nicolás II. Muchas unidades del Ejército Ruso estaban infectadas con el cáncer revolucionario y era frecuente que, en medio de las batallas, los “Consejos de Soldados” discutieran la conveniencia de seguir las órdenes de los oficiales. Si los “consejeros” llegaban a ponerse de acuerdo, a menudo era tarde para que la acción de las tropas tuviera algún efecto que no fuera la retirada o ser masacrados por los alemanes y austrohúngaros. Para el 16 de julio, los rusos dejaron de intentar avanzar y, el 19 de julio, los Imperios Centrales lanzaron su contraofensiva, que encontró poca resistencia y penetró en Galitzia y Ucrania Occidental hasta el Río Zbruch, un tributario del Río Dniester. Cuando los rusos intentaban reorganizarse, el fermento revolucionario reaparecía entre unos soldados más preocupados de retornar a tiempo para un eventual reparto de tierras, que de luchar contra los invasores de su país. Para fines de julio, los austro-alemanes habían avanzado 240 kilómetros adicionales hacia el interior de Rusia y no habían conseguido un éxito más decisivo sólo por carecer de los medios logísticos necesarios para tal fin.

Para sus aliados de la Entente, resultaba claro que Rusia podía abandonar la guerra de un momento a otro, dejando a los alemanes libres de desplegar sus tropas del Frente Oriental en Francia, variando dramáticamente la relación de tropas y reservas, antes de que el aporte en hombres del Ejército de Estados Unidos pudiera hacer alguna diferencia significativa. Para Haig y Lloyd George quedaba claro que, o se intentaba poner a Alemania fuera de combate en el verano de 1917 o 1918 recibiría hasta 1.000.000 de soldados enemigos adicionales en Francia.

El ataque en Passchendaele estuvo a cargo del 5º Ejército Británico del general Hubert Gough; apoyado por el 1er Cuerpo del Segundo Ejército, al mando del general Herbert Plumer, y por una parte del 1er Ejército Francés, al mando del general François Anthoine. A diferencia de la estruendosa sorpresa lograda con las minas de Messines, en junio, al iniciar esta nueva batalla en Ypres, los generales franceses y británicos optaron por la muy repetida táctica de “ablandar” las defensas alemanes con un prolongado bombardeo de artillería. Desde el 18 de julio, 3.000 piezas de artillería dejaron caer más de 4.250.000 proyectiles sobre las trincheras germanas. Como había ocurrido tantas veces, la preparación artillera realmente no comprometió la integridad de las defensas adversarias y, en cambio, les dio la necesaria advertencia de que un ataque a gran escala era inminente. Cualquier efecto sorpresa se había desvanecido cuando la ofensiva fue lanzada en la madrugada del 31 de julio

Los avances de los franco-británicos fueron detenidos por las unidades de los ejércitos alemanes 4º y 5º, ayudados por unas lluvias inusualmente intensas, que convirtieron el campo de batalla en un océano de fango, donde quedaban atascados hombres, tanques y caballos, a merced de las ametralladoras y de la precisa artillería defensiva alemana. Además el salvaje bombardeo artillero preparatorio contribuyó a convertir la “tierra de nadie” en un infierno de cráteres, muy difícil de transitar, especialmente si un ejército bien entrenado y motivado está al frente, intentando detener los avances. A las pocas horas, los cráteres creados por los cañones franceses y británicos, estaban llenos de sangre francesa y británica, y del agua de las lluvias caídas en los campos de Flandes. No sería sino hasta el 16 de agosto que los británicos se sentirían de nuevo con fuerzas como para retomar la iniciativa en esta Tercera Batalla de Ypres.

Abajo, una rara fotografía en color de un grupo de soldados británicos, tomándose un respiro. Han debido forrar sus fusiles, para evitar que el omnipresente barro se cuele en sus mecanismos y los deje desarmados. En sus caras, se ve el fastidio de una guerra que parece interminable, a pesar de sus esfuerzos y sacrificios. Detrás de ellos, se ven los alguna vez hermosos campos del Flandes Occidental, en Bélgica, convertidos en páramo, carnicería y cementerio por la guerra. La Tercera Batalla de Ypres o Batalla de Passchendaele sería recordada como una de las más duras para los soldados de la “Commonwealth” que tuvieron que sufrirla.




17 de Septiembre de 1944. Hace 80 años. Operación Market Garden.

   El 6 de junio de 1944, los Aliados habían desembarcado con éxito en Normandía. En las semanas siguientes, a pesar de la feroz resistencia...