Hace 75 años
27 de agosto de 1942
Segunda Guerra Mundial
El camino hacia Stalingrado
Alrededor de la medianoche entre el 20 y el 21 de agosto de 1942, los
japoneses lanzan su primer asalto de infantería contra las líneas
estadounidenses en Guadalcanal, en el archipiélago de las Islas Salomón. Los
japoneses subestimaban el número y calidad de las fuerzas norteamericanas. Una
primera oleada de 100 soldados japoneses, apoyados por fuego de morteros y
ametralladoras, se estrelló contra una bien defendida línea de 2.500 “marines”.
Una segunda oleada de 200 japoneses atacó a las 2.30 de la madrugada y una
tercera fuerza de 150 efectivos se volvió a estrellar contra las defensas norteamericanas,
sufriendo también casi un 100 % de bajas. A las 7.00 hrs., los hombres del 1er
Regimiento de Marines contraatacaron, apoyados por tanques ligeros y aviones.
Tras dura lucha, rodearon y destruyeron los restos del 2º Batallón del 28º
Regimiento de Infantería del Ejército Imperial Japonés. Sólo 15 japoneses se
rindieron, otros 740, incluyendo al coronel Kiyonao Ichiki, acabaron muertos.
En el mar circundante a Guadalcanal, sigue la lucha. El 22 de agosto,
destructores japoneses y estadounidenses, que intentaban llevar suministros a
sus respectivos ejércitos, se encontraron en el Estrecho de Savo. En el
subsecuente combate, el destructor japonés “Kawakaze” deshabilitó al
norteamericano “USS Blue”, que tuvo que ser hundido por sus propios tripulantes,
para evitar la captura.
En la dura lucha de Guadalcanal, el control del aire es tan importante
como la lucha en tierra y el control de las aguas circundantes. El 22 de
agosto, un grupo de 5 cazas “P-400” (también denominados “P-39”), “Airacobra”, llegaron
a reforzar a la “Fuerza Aérea Cactus”, basada en “Henderson Field”, el nombre
dado a la pista de aterrizaje, cuya construcción iniciaron los japoneses y que
ahora los aliados habían capturado. A pesar de las designaciones oficiales, el
nombre en código de Guadalcanal era “cactus”, de modo que las unidades de apoyo
aéreo quedaron bautizadas para siempre con ese nombre.
El 24 de agosto, una potente flota japonesa, centrada en los portaaviones
“Zuikaku” y “Shokaku”, se aproximó a las Islas Salomón, con el portaaviones
ligero “Ryujo” adelante, como carnada para atraer a los portaaviones
norteamericanos en el área. La lucha que siguió en las horas siguientes es
conocida como Batalla de las Salomón Orientales. A poco de empezar la batalla,
el “Ryujo” fue severamente dañado por varias bombas de 1.000 libras, pero su
sacrificio permitió a los portaaviones japoneses localizar a sus rivales
estadounidenses, el “USS Enterprise” y el “USS Saratoga”. En el contraataque
japonés, el “Enterprise” sufrió severos daños, al ser alcanzado por tres bombas
de los aviones japoneses, sufriendo 140 bajas, entre muertos y heridos. Al mismo
tiempo, la escolta de cruceros y destructores japoneses intentó trabar combate
con la flota norteamericana, pero no pudo ubicarla en la oscuridad e
interrumpió la búsqueda poco antes de la medianoche.
El 23 de agosto de 1942, soldados de la 1ª División de Cazadores de la “Wehrmacht”
izan la bandera del “III Reich” en la cima del Monte Elbrus, el pico más alto
del Cáucaso. Aunque tuvo un efecto propagandístico importante, los
acontecimientos de los meses siguientes se encargaron de probar que el petróleo
del sur de la Unión Soviética estaba todo menos asegurado por lo alemanes. El mismo
día en que los alemanes izaban su bandera en lo más alto del Cáucaso, sus
camaradas del VI Ejército iniciaban el ataque a la ciudad de Stalingrado, en la
orilla del gran río Volga. La ofensiva contra la ciudad se inició con un masivo
bombardeo aéreo de 48 horas. En tierra, se iniciaba una de las más sangrientas
y decisivas batallas de la Segunda Guerra Mundial.
La fuerza alemana más importante durante la batalla sería el VI Ejército,
al mando del “Generaloberst” Friedrich Paulus. Durante la contraofensiva
soviética del invierno de 1941-1942, las tropas alemanas destinadas a capturar
Ucrania y el petróleo del Cáucaso fueron forzadas a retirarse. En Rostov del
Don, el Ejército Alemán tuvo que realizar su primera retirada en combate, a
fines de noviembre. Indignado con lo que consideraba imperdonable cobardía,
Hitler ordenó cesar al entonces Jefe del Grupo de Ejércitos Sur, mariscal de
campo Gerd von Rundstedt, y al comandante del 1er Grupo Panzer, general Ewald
von Kleist, cuyas fuerzas fueron las que tuvieron que retirarse en Rostov. Muy convenientemente,
el tirano nazi olvidó que sus tropas estaban escasas de combustible,
municiones, ropas de invierno y reemplazos, varados en una campaña que se
suponía estaría decidida mucho antes de la llegada del frío. En cambio, culpó a
sus generales y los reemplazó por otros. En este caso, colocó al mariscal
Walter von Reichenau al mando del Grupo de Ejércitos Sur, que estaba al mando,
hasta entonces, del VI Ejército. Pero Reichenau, a las pocas horas de asumir el
mando, se dio cuenta de que la posición alemana era insostenible, a menos que a
las tropas se les permitiera retirarse. Y así lo hizo, permitiendo el repliegue
de las unidades bajo su mando.
El 3 de diciembre de 1941, Hitler llegó hasta la Ucrania polaca para
entrevistarse con sus generales y averiguar qué estaba pasando en persona. Para
su sorpresa, los comandantes locales de las fanáticas “Waffen SS” estaban de
acuerdo en la orden de retirada, partiendo por Sepp Dietrich, compinche de
Hitler desde antes de la guerra, que había llegado a ser comandante de una de
las divisiones de las “SS”, la “Leibstandarte”, que estaba desplegada en el
sector. Más calmado, para guardar las apariencias, Hitler hizo las paces con
Rundstedt y lo mandó a Alemania, bajo licencia por enfermedad. El “Führer”
confirmó a Reichenau como jefe del Grupo de Ejércitos, pero el mariscal pidió
que alguien más se hiciera cargo del VI Ejército y sugirió el nombre de quien
fuera su jefe de estado mayor en la Campaña de Francia, el general Friedrich
Paulus. Así llegó Paulus a hacerse cargo del VI Ejército, sin haber jamás
mandado en combate una unidad de estas dimensiones. Su nombre se volvería tan familiar como el de
la ciudad de Stalingrado, donde decenas de miles de sus hombres hallarían una
muerte horrible, algunos meses después.
Aunque los alemanes acabaron 1941 y empezaron 1942 bajo fuerte presión de
los soviéticos, conservaban la mayor parte del territorio conquistado cuando
hubo terminado el invierno ruso. Salvo las primeras contraofensivas soviéticas,
a comienzos del otoño, los otros contraataques del Ejército Rojo durante el
invierno fracasaron en todos los frentes, incluyendo Ucrania y el sur de Rusia.
Sin embargo, el legado que recibía el general Paulus tenía sus aspectos oscuros,
que contrastaban con la contundencia de las victorias alemanas. Desde el mismo
comienzo de la “Operación Barbarroja”, en junio de 1941, las masacres de
funcionarios del Partido Comunista, judíos y gitanos se mezclaron
deliberadamente en todos los frentes. Según evidencia aportada en Núremberg por
el “Obersturmführer” de las SS, August Häfner, el propio jefe de Paulus, el
mariscal Reichenau, había dado la orden, en una ocasión, de ejecutar a 3.000
judíos como medida de terror contra la resistencia soviética. Reichenau, como
muchos otros altos oficiales alemanes de carrera, había sido ganado por la
ideología nazi y estaba dispuesto a seguirla en todas sus macabras
consecuencias.
En agosto de 1941, Reichenau tuvo oportunidad de mostrar hasta qué punto
la “Wehrmacht” no sólo sabía, sino que colaboraba activamente con las
atrocidades nazis. En ese entonces, un grupo de capellanes de la 295ª División
de Infantería informaron al jefe de estado mayor, teniente coronel Helmuth
Groscurth, de que noventa niños judíos, que habían quedado huérfanos, habían
sido prácticamente abandonados en un hogar en el pueblo de Belaya Tserkov. Las edades
de los pequeños fluctuaban entre los pocos meses y los siete años, y llevaban
varios días casi sin agua, ni comida. Groscurth recibió confirmación de que los
niños serían ejecutados por un “Sonderkommando” de las “SS” e intentó impedir
la matanza. El jefe local de las “SS”, “Standartenführer” Paul Blobel, le
advirtió que informaría de su interferencia al propio Heinrich Himmler, jefe
supremo de las “SS”. Luego de mandar a Blobel al diablo, Groscurth recurrió al
cuartel general de Reichenau. Para su sorpresa y horror, el mariscal de campo
apoyó a Blobel y los 90 niños fueron pasados por las armas, aunque se instruyó
que la ejecución fuera implementada por milicianos ucranianos, para no “herir
la sensibilidad” de los matones de las “SS”. En una carta, el enérgico coronel
escribió a su esposa: “no podemos, ni nos debería ser permitido ganar esta
guerra.” Groscurth envió un detallado informe al cuartel general del Grupo de
Ejércitos Sur, aunque su rabieta no pasó de ser un gesto inútil, que nadie tomó
en cuenta. Poco después, en septiembre de 1941, se produjo una masacre peor en
Babi Yar, Ucrania, cuando casi 34.000 judíos fueron ejecutados por el “Sonderkommando”
4-A, comandado por el mismo Paul Blobel, que había sido enfrentado por
Groscurth.
Las dos acciones aquí reseñadas son sólo dos ejemplos, tomados entre
decenas de casos ocurridos en la zona geográfica de responsabilidad del VI Ejército
de Reichenau. Fue el propio Reichenau, apoyado por Rundstedt, quien emitió la
orden del 10 de octubre de 1941, que instruía a las tropas alemanas, en el
sentido de que el soldado alemán debía llevar a cabo una “retribución severa,
pero justa, que debe ser impuesta a la especie subhumana de los judíos”. Su deber,
concluía el mariscal de campo, era “liberar al pueblo alemán para siempre de la
amenaza judeoasiática.”
Este tipo de guerra era el que esperaba a Paulus, un oficial que se había
destacado por ser un excelente planificador, que disfrutaba trabajando hasta
tarde, inclinado sobre mapas, premunido de abundante café y cigarrillos. El maltrato
a los civiles que quedaban tras las líneas alemanas se hizo endémico. Además de
la incesante propaganda, que equiparaba al eslavo con el judío, en cuanto “razas
inferiores”, la intendencia alemana demostró que no estaba a la altura del
desafío de invadir Rusia y, muchas veces, el saqueo era producto del hambre y
la escasez sufrida por las tropas. El problema es que, en un lugar del mundo
con un clima tan severo, los saqueros significaban que muchos campesinos rusos
y ucranianos fueron condenados a morir de hambre en el invierno siguiente. Por otro
lado, los abusos sistemáticos continuaron en todo el frente y la zona del VI
Ejército, ahora mandada por Paulus, no fue la excepción. El 29 de enero de
1942, tres semanas después de que Paulus asumiera el mando, la aldea de
Komsolomosk, cerca de Jarkov, fue quemada. Alrededor de 150 casas fueron
incendiadas hasta sus cimientos y fueron asesinados ocho personas, incluyendo
dos niños.
El mismo tipo de atrocidades ocurrió en el Grupo de Ejércitos Norte,
dirigido contra Leningrado y el Mar Blanco, y el Grupo de Ejércitos Centro, que
tan cerca estuvo de conquistar Moscú en 1941. Hitler tenía una capacidad diabólica
de embrujar a las personas y conseguir que hicieran todo por él. Este poderoso
efecto se dejaba sentir sobre las masas, mediante los discursos de radio, pero
el tirano también sabía usar esta poderosa persuasión en persona, sin el
auxilio de la propaganda y los medios masivos de comunicación. La mayoría de
los generales y almirantes se mostraban inquebrantablemente leales a Hitler y
hacían vistosas manifestaciones de fidelidad al régimen nazi, incluyendo ser cómplices
de algunas atrocidades, a las que pudieron haberse opuesto, con algo más de
valentía. De hecho, todavía en 1941-1942, los nazis no se habrían atrevido a
hacer otra cosa que despedir a un oficial desobediente, tal como muestra el
ejemplo de Rundstedt, que ordenó la retirada en 1941, contra el deseo expreso
de Hitler, y del coronel Groscurth, que desafió abiertamente al sanguinario
Paul Blobel. Otro ejemplo fue dado por el general Karl Strecker, comandante del
XI Cuerpo, adscrito al VI Ejército de Paulus. Mientras Paulus, su jefe,
escribía sus proclamas bajo lemas como “¡Viva el Führer!”, Strecker hacía lo
posible por no reconocer al régimen y firmaba sus proclamas a los soldados con
esta frase: “Avanzad con Dios. Nuestra fe es la victoria ¡Salud a mis valientes
guerreros!” El general Strecker, en más de una ocasión, dio contraórdenes
ilegales, opuestas a lo prescrito por el alto mando, y alguna vez fue
personalmente a comprobar que sus oficiales le obedecieran a él. Escogió al
coronel Groscurth como jefe de estado mayor y juntos dirigirían la última bolsa
de resistencia alemana de Stalingrado, en febrero de 1943, fieles a su sentido
del deber y a su patria, pero no a Hitler.
Pero todavía quedaban meses para que Hitler y sus ejércitos sufrieran la
que sería su peor derrota en Stalingrado. El 21 de agosto de 1942, los infantes
del LI Cuerpo del Ejército Alemán aseguraron el cruce del río Don. Al día
siguiente, los pontones estaban listos y los tanques de la 16ª División Panzer comenzaron
a cruzar el gran río, bajo el mando del general Hans-Valentin Hube. Poco antes
del mediodía, Hube tuvo que detener sus columnas, para recibir la visita del
general Wolfram von Richthofen, primo de Manfred von Richthofen, el as de la
aviación alemana de la Gran Guerra, conocido como “Barón Rojo”. Tras bajar de
su avioneta “Fieseler Storch”, Richthofen comunicó a Hube que un gigantesco
asalto aéreo acompañaría el avance de sus divisiones hacia la ciudad del Volga.
“¡Aproveche el día de hoy! Será apoyado por 1.200 aviones. No puedo prometerle
más mañana”, dijo escuetamente el general de aviación al sorprendido Hube. Gran
parte de la ciudad de Stalingrado fue reducida a ruinas y unas 40.000 personas
murieron en la primera semana de bombardeo. Stalin, con el fin de no dar la
imagen de pánico, prohibió la evacuación de civiles y refugiados a gran escala,
que fue consentida sólo cuando miles de inocentes habían muerto en el fuego
cruzado de la batalla.
Para los “landser” alemanes, debe haber sido reconfortante ver enjambres
de “Stukas” y “Ju-88” pulverizar la ciudad donde se preparaba la resistencia a
su avance contra el Volga, el último obstáculo natural considerable antes de
los Urales. Lo que no sospechaban era que los bombardeos convertirían a la
ciudad en un caos de ruinas, que la transformarían en un lugar muy poco apto
para el tipo de guerra móvil, en que los alemanes se sentían más cómodos. Entre
los fierros retorcidos de las fábricas y las montañas de escombros de los
edificios, las tropas alemanes perdían gran parte de sus ventajas. Sin embargo,
era sólo el comienzo, y el VI Ejército Alemán tenía razones para ser optimista
en cuanto a la Batalla de Stalingrado que se iniciaba.
Abajo, una de las fotografías más famosas de la guerra. En primer plano,
la “Fuente de los Niños”, que adornaba uno de los paseos de Stalingrado antes
de la guerra, con las ruinas humeantes de los edificios, que acababan de ser
reducidos a escombros por la “Luftwaffe”. Los alemanes comprobaron, en los
meses siguientes, que cada escombro sería usado por los defensores soviéticos,
para preparar mortales emboscadas.
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