martes, 15 de agosto de 2017

Hace 100 años - 13 de agosto de 1917 - Primera Guerra Mundial - Propaganda Británica

Hace 100 años
13 de agosto de 1917
Primera Guerra Mundial

Propaganda Británica

La lucha en el infierno de Passchendaele está en un momento de relativa calma, debido al agotamiento de los británicos, que no han conseguido demasiado en los ataques iniciales y han sufrido terribles bajas. Los alemanes tampoco la pasan bien, pero consiguen mantener sus líneas y siempre es más fácil defenderse que atacar al enemigo. En el mar, los altos mandos navales de la Entente todavía no diseñan una respuesta eficaz contra la amenaza de los submarinos, que amenazan con estrangular las vías de comunicación marítimas, que tan vitales son para Gran Bretaña. En los otros frentes terrestres, la situación está lejos de ser decisiva y sólo en el Este se mueven los ejércitos, especialmente porque los rusos empiezan a descomponerse como ejército y como estado, en medio de la revolución. Sólo porque carecen de los medios logísticos, los alemanes y austrohúngaros no han podido acabar del todo con Rusia.

El nivel de tensión y de sacrificios demandados a la población civil convirtió la propaganda en un asunto de primerísima importancia. Convertida en arma de guerra sicológica, la propaganda se explotó en una escala sin precedentes. El afán por dar explicaciones, por obtener simpatías y por verse legitimado, fue perseguido por las naciones en lucha, usando emotivas imágenes y discursos. Para intensificar el efecto de los mensajes de propaganda, se hizo uso de todos los medios de comunicación impresos: posters, para animar la perseverancia de los civiles en retaguardia y alentar el reclutamiento; caricaturas, para ridiculizar a los adversarios; panfletos, para afectar la moral de las tropas y las poblaciones enemigas; además de la censura de la prensa y la dirección de la agenda noticiosa desde las oficinas gubernamentales, que intentaban que los periódicos sirvieran a los propósitos nacionales con su tarea supuestamente informativa. El grado de industrialización alcanzado por las ricas economías europeas, cuyos esfuerzos eran coordinados y dirigidos desde los ministerios de economía, permitía producir objetos propagandísticos por millones. Además, la Primera Guerra Mundial ya fue escenario del uso del sonido y la imagen en movimiento para producir propaganda, aunque fuera en un grado menor al que se vería en la siguiente guerra, un cuarto de siglo más tarde.

La propaganda apelaba a la valentía del soldado y a la resistencia de los civiles. Presentaba las consecuencias de la derrota con caracteres apocalípticos, que hacían impensable cualquier alternativa a la guerra total. Pero mientras más se alargaba la guerra, más la gente escapaba al embrujo de la propaganda. Los motines entre las tropas y, más tarde, las huelgas y revueltas en el interior de los estados, demostraron que la manipulación de las conciencias tenía un límite. Hacia el último año de la guerra, los encargados de la propaganda tenían cada vez mayores dificultades para contrarrestar la insatisfacción del público en el ámbito doméstico y el hastío de las tropas en el frente.

Fueron tan grandes los desafíos en el ámbito de ganarse las mentes y corazones de los individuos, que la Gran Guerra fue la primera oportunidad en que hubo instituciones especialmente dedicadas a la propaganda en los estados beligerantes. Gran Bretaña desempeñó un rol pionero en esta especie de guerra de los espíritus. A pocas semanas de iniciarse la guerra, en agosto de 1914, David Lloyd George, entonces Canciller de la Hacienda de Su Majestad (“Chancellor of the Exchequer”), recibió el encargo de implementar una oficina de propaganda, al alero del Ministerio de Guerra. A la cabeza de la organización, Lloyd George designó al exitoso escritor y parlamentario liberal, Charles Masterman. Masterman estableció el cuartel general de su organización en la “Wellington House” y ahí, el 2 de septiembre de 1914, citó a numerosas figuras de las letras británicas, entre las que destacaban celebridades como H. G. Wells, G. K. Chesterton, Arthur Conan Doyle y Rudyard Kipling.

Se pidió a los escritores presentes que pusieran sus plumas y mentes a disposición de la nueva oficina, para discutir la mejor manera de promover los intereses británicos durante la guerra. A todos se les exigió el más estricto secreto y no fue sino hasta 1935 que el público supo de la Oficina de Propaganda. Además de numerosos panfletos que se concentraban en la crueldad de los alemanes y en las virtudes de los británicos, Masterman proyectó una historia de la guerra en la forma de una revista mensual. La “Historia de la Guerra de Nelson” (por “Thomas Nelson”, el nombre de la casa editorial que publicó la obra) tuvo su primer episodio en febrero de 1915. Posteriormente, 23 ediciones aparecerían a intervalos regulares. El novelista y político, John Buchan, que además era un connotado miembro del Partido Unionista Escocés y director de la “Nelson”, recibió el nombramiento de teniente segundo en el Cuerpo de Inteligencia y se le proporcionaron los documentos para escribir el texto.

Sólo dos fotógrafos, ambos oficiales de ejército, tuvieron permiso de tomar fotografías en el Frente Occidental. La pena por tomar fotografías sin autorización era el fusilamiento. Así de seriamente los británicos se tomaban el intento por uniformar las opiniones. Masterman también sabía que el tipo correcto de pinturas y dibujos serían claves en mantener el impulso nacional en la prueba de la guerra. En mayo de 1916, Masterman reclutó al artista Muirhead Bone. Bone fue enviado a Francia, donde presenció la Batalla del Somme y, para octubre de 1916, había producido 150 bocetos. Al regresar a Inglaterra, fue reemplazado por su colega y cuñado, Francis Dodd, que había trabajado como ilustrador, hasta entonces, para el “Manchester Guardian”.     

En febrero de 1917, el gobierno decidió elevar la organización a nivel de Departamento de Información, a cargo de John Buchan, quien recibió el rango teniente coronel. Charles Masterman siguió colaborando a cargo de los libros, panfletos, fotografías y representaciones pictóricas de la guerra. En general, el esfuerzo propagandístico británico fue mucho más persistente y sistemático que el de los Imperios Centrales. Tanto Francia, como Estados Unidos, tomaron buena nota de la habilidad con que Londres explotó algunos asuntos, como la violación de la neutralidad belga, la guerra submarina sin restricciones o la ejecución de la enfermera británica, Edith Cavell. Es cierto que los alemanes violaron el derecho internacional, pero la Entente también lo hizo, aunque los aparatos de propaganda de esta última lograron amplificar desproporcionadamente los abusos cometidos por los Imperios Centrales y esconder hábilmente los propios. Cuando llegó la hora decisiva de la guerra, gran parte del mundo neutral había absorbido la mayor parte de la propaganda británica y recelaba de Alemania. La guerra submarina sin restricciones y la falta de delicadeza alemana hicieron el resto, para que Estados Unidos entrara en la guerra al lado de la Entente, rompiendo el interminable empate de la Primera Guerra Mundial.

Abajo, una típica ilustración propagandística. Bajo el título “Tributo en Sangre a los Bárbaros Alemanes”, fue publicada en 1915 por G. Pulman & Sons, en Londres. La macabra escena se refiere a la ejecución de Edith Cavell, la enfermera británica que trabajaba en Bélgica y que fue enjuiciada por las autoridades de ocupación alemana, por haber ayudado a huir de la Bélgica ocupada a soldados de la Entente y a hombres en edad militar. Fue sentenciada y ejecutada en 1915. Su caso fue usado profusamente para denunciar el “furor teutónico”. Detrás de la tarjeta, se podía leer el texto: “La Señorita Cavell y la Cultura Alemana — un regalo de bienvenida para el cumpleaños del Káiser”.




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