Hace 100 años
13 de agosto de 1917
Primera Guerra Mundial
Propaganda Británica
La lucha en el infierno de Passchendaele está en un momento de relativa
calma, debido al agotamiento de los británicos, que no han conseguido demasiado
en los ataques iniciales y han sufrido terribles bajas. Los alemanes tampoco la
pasan bien, pero consiguen mantener sus líneas y siempre es más fácil
defenderse que atacar al enemigo. En el mar, los altos mandos navales de la
Entente todavía no diseñan una respuesta eficaz contra la amenaza de los
submarinos, que amenazan con estrangular las vías de comunicación marítimas,
que tan vitales son para Gran Bretaña. En los otros frentes terrestres, la
situación está lejos de ser decisiva y sólo en el Este se mueven los ejércitos,
especialmente porque los rusos empiezan a descomponerse como ejército y como
estado, en medio de la revolución. Sólo porque carecen de los medios
logísticos, los alemanes y austrohúngaros no han podido acabar del todo con
Rusia.
El nivel de tensión y de sacrificios demandados a la población civil
convirtió la propaganda en un asunto de primerísima importancia. Convertida en
arma de guerra sicológica, la propaganda se explotó en una escala sin
precedentes. El afán por dar explicaciones, por obtener simpatías y por verse
legitimado, fue perseguido por las naciones en lucha, usando emotivas imágenes
y discursos. Para intensificar el efecto de los mensajes de propaganda, se hizo
uso de todos los medios de comunicación impresos: posters, para animar la
perseverancia de los civiles en retaguardia y alentar el reclutamiento;
caricaturas, para ridiculizar a los adversarios; panfletos, para afectar la
moral de las tropas y las poblaciones enemigas; además de la censura de la
prensa y la dirección de la agenda noticiosa desde las oficinas
gubernamentales, que intentaban que los periódicos sirvieran a los propósitos
nacionales con su tarea supuestamente informativa. El grado de
industrialización alcanzado por las ricas economías europeas, cuyos esfuerzos
eran coordinados y dirigidos desde los ministerios de economía, permitía
producir objetos propagandísticos por millones. Además, la Primera Guerra
Mundial ya fue escenario del uso del sonido y la imagen en movimiento para
producir propaganda, aunque fuera en un grado menor al que se vería en la
siguiente guerra, un cuarto de siglo más tarde.
La propaganda apelaba a la valentía del soldado y a la resistencia de los
civiles. Presentaba las consecuencias de la derrota con caracteres
apocalípticos, que hacían impensable cualquier alternativa a la guerra total.
Pero mientras más se alargaba la guerra, más la gente escapaba al embrujo de la
propaganda. Los motines entre las tropas y, más tarde, las huelgas y revueltas
en el interior de los estados, demostraron que la manipulación de las
conciencias tenía un límite. Hacia el último año de la guerra, los encargados
de la propaganda tenían cada vez mayores dificultades para contrarrestar la
insatisfacción del público en el ámbito doméstico y el hastío de las tropas en
el frente.
Fueron tan grandes los desafíos en el ámbito de ganarse las mentes y
corazones de los individuos, que la Gran Guerra fue la primera oportunidad en
que hubo instituciones especialmente dedicadas a la propaganda en los estados
beligerantes. Gran Bretaña desempeñó un rol pionero en esta especie de guerra
de los espíritus. A pocas semanas de iniciarse la guerra, en agosto de 1914,
David Lloyd George, entonces Canciller de la Hacienda de Su Majestad (“Chancellor
of the Exchequer”), recibió el encargo de implementar una oficina de
propaganda, al alero del Ministerio de Guerra. A la cabeza de la organización,
Lloyd George designó al exitoso escritor y parlamentario liberal, Charles
Masterman. Masterman estableció el cuartel general de su organización en la
“Wellington House” y ahí, el 2 de septiembre de 1914, citó a numerosas figuras
de las letras británicas, entre las que destacaban celebridades como H. G.
Wells, G. K. Chesterton, Arthur Conan Doyle y Rudyard Kipling.
Se pidió a los escritores presentes que pusieran sus plumas y mentes a
disposición de la nueva oficina, para discutir la mejor manera de promover los
intereses británicos durante la guerra. A todos se les exigió el más estricto
secreto y no fue sino hasta 1935 que el público supo de la Oficina de
Propaganda. Además de numerosos panfletos que se concentraban en la crueldad de
los alemanes y en las virtudes de los británicos, Masterman proyectó una
historia de la guerra en la forma de una revista mensual. La “Historia de la
Guerra de Nelson” (por “Thomas Nelson”, el nombre de la casa editorial que
publicó la obra) tuvo su primer episodio en febrero de 1915. Posteriormente, 23
ediciones aparecerían a intervalos regulares. El novelista y político, John
Buchan, que además era un connotado miembro del Partido Unionista Escocés y
director de la “Nelson”, recibió el nombramiento de teniente segundo en el
Cuerpo de Inteligencia y se le proporcionaron los documentos para escribir el
texto.
Sólo dos fotógrafos, ambos oficiales de ejército, tuvieron permiso de
tomar fotografías en el Frente Occidental. La pena por tomar fotografías sin
autorización era el fusilamiento. Así de seriamente los británicos se tomaban
el intento por uniformar las opiniones. Masterman también sabía que el tipo
correcto de pinturas y dibujos serían claves en mantener el impulso nacional en
la prueba de la guerra. En mayo de 1916, Masterman reclutó al artista Muirhead
Bone. Bone fue enviado a Francia, donde presenció la Batalla del Somme y, para
octubre de 1916, había producido 150 bocetos. Al regresar a Inglaterra, fue
reemplazado por su colega y cuñado, Francis Dodd, que había trabajado como
ilustrador, hasta entonces, para el “Manchester Guardian”.
En febrero de 1917, el gobierno decidió elevar la organización a nivel de
Departamento de Información, a cargo de John Buchan, quien recibió el rango
teniente coronel. Charles Masterman siguió colaborando a cargo de los libros,
panfletos, fotografías y representaciones pictóricas de la guerra. En general,
el esfuerzo propagandístico británico fue mucho más persistente y sistemático
que el de los Imperios Centrales. Tanto Francia, como Estados Unidos, tomaron
buena nota de la habilidad con que Londres explotó algunos asuntos, como la
violación de la neutralidad belga, la guerra submarina sin restricciones o la
ejecución de la enfermera británica, Edith Cavell. Es cierto que los alemanes
violaron el derecho internacional, pero la Entente también lo hizo, aunque los
aparatos de propaganda de esta última lograron amplificar desproporcionadamente
los abusos cometidos por los Imperios Centrales y esconder hábilmente los
propios. Cuando llegó la hora decisiva de la guerra, gran parte del mundo
neutral había absorbido la mayor parte de la propaganda británica y recelaba de
Alemania. La guerra submarina sin restricciones y la falta de delicadeza
alemana hicieron el resto, para que Estados Unidos entrara en la guerra al lado
de la Entente, rompiendo el interminable empate de la Primera Guerra Mundial.
Abajo, una típica ilustración propagandística. Bajo el título “Tributo en
Sangre a los Bárbaros Alemanes”, fue publicada en 1915 por G. Pulman & Sons,
en Londres. La macabra escena se refiere a la ejecución de Edith Cavell, la
enfermera británica que trabajaba en Bélgica y que fue enjuiciada por las
autoridades de ocupación alemana, por haber ayudado a huir de la Bélgica ocupada
a soldados de la Entente y a hombres en edad militar. Fue sentenciada y
ejecutada en 1915. Su caso fue usado profusamente para denunciar el “furor
teutónico”. Detrás de la tarjeta, se podía leer el texto: “La Señorita Cavell y
la Cultura Alemana — un regalo de bienvenida para el cumpleaños del Káiser”.
Imagen tomada de http://static1.habsburger.net/files/styles/large/public/originale/img_7283_s.jpg?itok=l7Aad-YD
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