lunes, 27 de noviembre de 2017

Hace 100 años. 26 de noviembre de 1917 .Primera Guerra Mundial. Los tanques de Cambrai

Hace 100 años
26 de noviembre de 1917
Primera Guerra Mundial

Los tanques de Cambrai

En la mañana del 20 de noviembre de 1917, los británicos lanzaron la Batalla de Cambrai, en lo que sería el primer uso realmente masivo de tanques en un campo de batalla. Los vehículos blindados habían debutado un poco más de un año antes, en el Somme, pero en Cambrai los británicos emplearían prácticamente todo su “Real Cuerpo de Tanques”, con 474 unidades desplegadas. Fue una de las mayores novedades de la Gran Guerra, pero la reputación del tanque se había deteriorado notoriamente para el otoño de 1917. Nadie negaba que resultaban muy efectivos para montar ataques sorpresa; sin embargo, muchas veces, habían mostrado tendencia a sufrir fallas mecánicas, eran poco maniobrables y también poco útiles en operaciones ofensivas de largo alcance.

Cada vez que los modelos británicos o franceses (desarrollados un poco después que los primero) habían aparecido en el campo de batalla, las líneas alemanas habían sufrido mucho, pero una vez que los “landser” se reponían de la alarma inicial, generalmente eran capaces de lidiar contra los tanques con sorprendente efectividad. Los comandantes alemanes de la Primera Guerra Mundial vieron al tanque con desdén, como un arma poco fiable y fácil de destruir, si se empleaba contra ellos la artillería de manera concentrada. Resulta sorprendente esta concepción de los alemanes de la Gran Guerra, cuando uno piensa en la relación de los tanques y los alemanes en la guerra siguiente.

En el “Royal Army”, también había detractores del uso del tanque. Sin embargo, la innovación halló suficientes partidarios, como para que, en la víspera de la Batalla de Cambrai, existiera una gran fuerza de blindados, bajo la designación de “Tank Corps” (Cuerpo de Tanques). Los defensores del tanque estaban convencidos de que las decepciones quedarían olvidadas, una vez que la nueva arma pudiera ser desplegada en condiciones de terreno más favorables.

Cuando llegó el momento de preparar las ofensivas de verano en el Frente Occidental, el teniente coronel John Fuller, del Cuerpo de Tanques, recomendó un ataque masivo de blindados en algún punto del terreno más o menos seco entre el “Canal du Nord” y el Canal San Quintín. Su jefe directo, el general Julian Byng, comandante del 3er Ejército, acogió la idea, pero ambos hallaron la oposición del Comandante en Jefe de la “BEF”, general Douglas Haig, quien prefirió persistir con los esfuerzos ofensivos en Passchendaele. No obstante, como el avance en Passchendaele no fue todo lo espectacular que se esperaba, Haig retomó la idea de Fuller y Byng, ansioso por conseguir alguna victoria decisiva, antes de que acabara 1917, para restaurar la alicaída moral en la retaguardia.

Inicialmente Fuller propuso que los tanques realizaran una rápida y destructiva incursión sobre la “Línea Hindenburg”, para retirarse de inmediato. Sin embargo, Byng se entusiasmó con la oportunidad de lograr una victoria decisiva y apostó por conseguir un rompimiento mayor de la línea alemana. El ataque fue pospuesto hasta fines de noviembre, a pesar de que las condiciones climáticas seguramente empeorarían. Los comandantes del Cuerpo de Tanques temieron, con algo de razón, que lanzar a sus colosos de hierro otra vez sobre un mar de lodo, sólo serviría para socavar la ya dañada reputación del tanque como arma de guerra.

Al alba del 20 de noviembre de 1917, 476 tanques británicos se lanzaron al ataque en un frente de 10 kilómetros, en conjunto con seis divisiones de infantería y dos divisiones de caballería, listas para explotar las brechas que se produjeran. Desde el aire, catorce nuevos escuadrones del “Royal Flying Corps” estaban listos para apoyar a las fuerzas de la “Commonwealth”. En tierra, las tropas podían contar con el soporte adicional de unas 1.000 piezas de artillería; sin embargo, los mandos británicos omitieron toda preparación artillera contra las defensas alemanas, consiguiendo así una estruendosa sorpresa.

El ataque cayó encima del 2º Ejército Alemán, del general Georg von Marwitz. Los defensores alemanes se mostraron sorprendidos durante las primeras horas del ataque y, por primera vez, las tres líneas defensivas alemanas serían penetradas por las fuerzas de la Entente. Algunas unidades atacantes llegaron a cubrir casi 8 kilómetros en el primer día de la ofensiva, capturando 10.000 prisioneros y 100 cañones; un avance impactante para los estándares de la Gran Guerra. Sin embargo, la destrucción de algunos puentes, causados por el peso de los mismos tanques, impidió a la caballería explotar del todo el éxito inicial, y avanzar hasta la retaguardia enemiga. Además, algunos objetivos importantes no pudieron conseguirse en el primer día, como el bosque de Bourlon, que no sería conquistado sino hasta el 25 de noviembre, luego de una feroz lucha, en que Byng, ya carente de reservas, consiguió empujar a los ingentes refuerzos alemanes, sólo gracias al masivo apoyo combinado de los tanques y la aviación, en un despliegue que anunciaba las cosas por venir en la siguiente guerra, cuando la acción combinada de tanques y blindados fuera tan decisiva en las batallas.

Al acercarse el final de noviembre, los británicos habían conseguido empujar varios kilómetros la “Línea Hindenburg”, que se había mostrado inexpugnable hasta entonces. La victoria parecía decisiva y aplastante. Por primera vez desde el inicio de la guerra, las campanas sonaron por toda Gran Bretaña, anunciando a los ciudadanos que su ejército, por fin, se encaminaba en el sendero de la victoria final. Sin embargo, los alemanes seguían en torno al importante poblado de Cambrai, Byng no tenía reservas cercanas de las que echar mano, muchos de sus tanques estaban fuera de combate y la posición británica se había convertido en una comprometida saliente, que podía ser atacada desde tres direcciones simultáneamente. El escenario quedaba listo para uno de esos contraataques en que los comandantes alemanes habían demostrado maestría.

En la imagen, el “Flying Fox II”, un modelo “Mark I”, de los que participaron en la Batalla de Cambrai, yace en el fondo del Canal San Quintín, luego de destruir, con su tonelaje, el ya dañado puente, a la altura de Mesnieres. La destrucción de este puente fue fatídica para la caballería, que no pudo avanzar hacia las líneas finales enemigas y mostró que el tanque, siendo un arma prometedora, necesitaba todavía de mucha comprensión y desarrollo táctico, por parte de los hombres llamados a operarlos, en ésta y en las siguientes guerras.




Hace 75 años. 26 de noviembre de 1942 .Segunda Guerra Mundial .Venganza en Stalingrado

Hace 75 años
26 de noviembre de 1942
Segunda Guerra Mundial

Venganza en Stalingrado

El Eje sigue retirándose en África. El 20 de noviembre de 1942, el 8º Ejército Británico entra en Benghazi, Libia. Gran parte de las instalaciones del puerto fueron destruidas por los restos del “Panzerarmee” del mariscal Erwin Rommel que se retira a toda velocidad. El 23, los germano-italianos son forzados a abandonar Agedabia.

Por mientras, los altos mandos del Eje intentan reforzar Túnez, la única posición factible de ser defendida del ataque simultáneo que viene desde Egipto y desde el África Francesa, que ahora se ha pasado a la Francia Libre del General Charles De Gaulle. El mismo 20 de noviembre, llega hasta Túnez el Regimiento de Infantería de Marina Italiano “San Marco”. En Djebel, también en Túnez, son desplegados el Batallón de Paracaidistas Ingenieros “Witzig”, de la “Wehrmacht”, y el 1er Batallón Italiano de Paracaidistas. Al día siguiente, los paracaidistas alemanes e italianos realizaron su primer ataque en suelo tunecino. Al comienzo, hicieron retroceder a las tropas británicas que avanzaban desde el oeste, pero finalmente fueron rechazados al caer la noche.

En Guadalcanal, el 22 de noviembre, los japoneses rechazan un nuevo ataque combinado de “Marines” y de efectivos del “US Army” en el río Matanikau. Pero los estadounidenses han logrado una gran ventaja, al negar a los japoneses la posibilidad de abastecer a las tropas de tierra y saben también que, al controlar el aeródromo de Henderson, tienen el dominio del aire y piensan seguirlo aprovechando. Entre el 21 y el 25 de noviembre, llegan hasta Guadalcanal varias unidades aéreas aliadas: 3er Escuadrón de Reconocimiento de la Real Fuerza Aérea Neozelandesa, 12º Escuadrón de Patrullaje Naval de la “US Navy” y cuatro escuadrones de la Fuerza Aérea del Ejército de Estados Unidos (“USAAF”. “United States Army Air Force”): 12º, 68º y 70º escuadrones de caza, y 69º Escuadrón de Bombardeo.

En Stalingrado, el Ejército Rojo está ejecutando la Operación Urano, cuyo objetivo es cercar al 6º Ejército Alemán, que hasta entonces ha estado afanado intentando conquistar la ciudad junto al Volga. La operación había sido lanzada el 19 de noviembre y, para la mañana del 20, la situación de los alemanes y de los ejércitos de países satélites de Alemania (Rumania, Hungría e Italia) estaba muy comprometida. Además de la indecisión y falta de información en los momentos críticos, los alemanes empezaban a sufrir escasez de combustible, dificultando enormemente el traslado de las unidades blindadas y motorizadas, que pudieron haberse desplegado desde Stalingrado hacia el oeste, donde los soviéticos intentaban cerrar la trampa.

Para el segundo día de “Urano”, la mayoría de las unidades rumanas se habían derrumbado, salvo unas pocas unidades aisladas, que acabaron siendo aplastadas por las manadas de “T-34” y por la artillería soviética. La única unidad blindada de la que el Eje pudo echar mano en la emergencia fue el 48º Cuerpo Panzer, que reunía a la 22ª División Blindada Alemana y a la 1ª División Blindada Rumana. Sin embargo, ambas unidades empezaron su cometido con sus formaciones incompletas y dotadas con modelos de tanques anticuados, incapaces de enfrentar en igualdad de condiciones a los poderosos modelos soviéticos. Tras una lucha desesperada, para el 22, la 1ª División Blindada Rumana había desaparecido del todo, mientras que la 22ª “Panzer”, al lograr retirarse de la trampa soviética, estaba reducida a poco más que una compañía. De las unidades rumanas, la que más ferozmente resistió, esperando el auxilio del 48º Cuerpo Blindado, fue el llamado “Grupo Lascar”, llamado así por el general rumano Mihail Lascar, que logró agrupar a los restos del maltrecho 5º Cuerpo de Ejército Rumano, aislado entre los dos grandes ataques acorazados rusos. No logró retirarse a tiempo y luchó hasta el amargo final, en el margen occidental del Don, aislado del grueso de las fuerzas del Eje.

Durante el curso de la mañana del 21 de noviembre, el general Paulus y su jefe de estado mayor, general Arthur Schmidt, recibieron informes que indicaban grandes columnas blindadas soviéticas, dirigiéndose hacia la carretera del Don, en un punto donde Paulus no tenía tropas para detenerlas y donde además estaban ubicadas muchas de las bases de reparación y depósitos de abastecimiento del 6º Ejército. De pronto, ambos generales vieron que las puntas de lanza soviética se dirigían rápidamente hacia Kalach y su puente sobre el Don: por fin, cayeron en la cuenta de que la ofensiva de Zhukov tenía como propósito realizar un gran cerco sobre las fuerzas alemanas que, hasta entonces, sitiaban Stalingrado y que, dentro de poco, pasarían a la condición de sitiados. A media mañana del 22 de noviembre, las pocas unidades que defendían Kalach, fueron arrolladas por el 26º Cuerpo de Tanques del general Alexei Rodin. Con la captura de Kalach, el camino quedaba abierto para que, al día siguiente, se reunieran el grueso del 26º Cuerpo y el 4º Cuerpo de Tanques, que venían desde el norte, con el 4º Cuerpo Mecanizado, que llegaba desde el sur.

El 6º Ejército Alemán recibió el amanecer del 23 de noviembre, sabiendo que estaba rodeado. Tras el primer momento de pánico, muchos se consolaron, recordando los cercos que el Ejército Rojo había conseguido sobre unidades alemanas durante el invierno anterior, a raíz de la contraofensiva soviética que resultó de la Batalla de Moscú. Todos esos cercos (el más famoso y más masivo fue la “Bolsa de Demiansk”) fueron mantenidos mediante puentes aéreos y terminaron siendo levantados por las tropas alemanas en la primavera de 1942. Pero los oficiales más realistas sabían que la “Luftwaffe” no tendría la capacidad de abastecer a una fuerza del tamaño del 6º Ejército y además estaban conscientes de que Alemana empezaba a quedarse sin reservas.

Los miles de rezagados, que habían quedado al oeste del Don, empezaron una retirada frenética, que tomó caracteres de estampida en algunos puentes sobre el río. Más de algún oficial tuvo que imponer el orden, pistola en mano, para evitar que cundiera el pánico y, si era posible, reunir algunas decenas de hombres, para dar a los soviéticos algo de resistencia si se acercaban a los cruces. Para el 25 de noviembre, la temperatura bajó bruscamente, aumentando el martirio de los soldados alemanes y sus aliados, especialmente los muchos heridos que fueron abandonados a su suerte. Además, la helada significaba que pronto la infantería soviética podría avanzar como una avalancha sobre las congeladas aguas del Don, sin necesidad de recurrir a los puentes. En la noche del 26 al 27 de noviembre, las últimas unidades del 6º Ejército pasaron el Don y volaron los puentes. El grueso de la unidad más poderosa de toda la “Wehrmacht” quedaba encerrada entre el Don y el Volga.

Los soldados del Ejército Rojo se encontraron con la realidad vivida, hasta entonces, por los civiles que habían soportado la ocupación nazi. Seguramente muchos abusos reportados eran exageraciones, que se utilizaban como propaganda. Pero también muchos casos eran ciertos y hay fuentes confiables, como los escritos de Vassili Grossman, que confirman que las familias campesinas del sur de Rusia fueron despojadas de casi todo lo que les permitía sobrevivir en los crudos inviernos, incluyendo el grano de simiente y la ropa de invierno. La ira vengativa de los soviéticos se dejó caer sobre los prisioneros que empezaban a caer en sus manos. Las víctimas siguientes de la venganza fueron los ucranianos y cosacos, que habían colaborado con los alemanes, con la esperanza de independizarse de la URSS y varios miles de campesinos rusos, comunes y corrientes, que sabían seguramente poco de los métodos de la tiranía nazi, pero que estaban lo bastante cansados de la tiranía comunista, como para probar cualquier cosa.

En la ciudad de Stalingrado, los hombres del general Vasili Chuikov, del 62º Ejército Soviético, habían lanzado sus propios ataques contra las posiciones alemanas que tenían al frente. Sin embargo, seguían más o menos acorralados en un minúsculo corredor del margen occidental del Volga y estaban escasos de todos los suministros, que llegaban poco, debido a que los alemanes controlaban los pasos del río. Pero el ánimo había cambiado e intuían que el momento de la venganza, tan esperado, estaba llegando por fin.

Abajo, un “T-34” soviético, posiblemente uno de los mejores tanques de la guerra, avanza a toda velocidad sobre el difícil terreno helado, gracias a sus anchas orugas.





domingo, 19 de noviembre de 2017

Hace 100 años - 19 de noviembre de 1917 - Primera Guerra Mundial - La “Dictadura del Proletariado” contra los campesinos

Hace 100 años
19 de noviembre de 1917
Primera Guerra Mundial

La “Dictadura del Proletariado” contra los campesinos

El 16 de noviembre de 1917, Georges Clemenceau es nombrado Presidente del Consejo, es decir, el equivalente de Primer Ministro o Jefe de Gobierno, en la Tercera República Francesa. De postura radical-socialista, había sido diputado, alcalde, periodista y, en general, un activo protagonista de la política francesa, desde la caída de Napoleón III. Era un ferviente partidario de recuperar Alsacia-Lorena, perdida a manos de los alemanes en 1871. Abogaba, en consecuencia, por mantener unas fuerzas armadas bien preparadas y equipadas para la guerra que finalmente llegó en 1914. Había sido Primer Ministro una vez antes, entre 1906 y 1909. Ahora le correspondería cerrar el confuso año de 1917, con el trasfondo de la Revolución Rusa y la Batalla de Passchendaele.

Su primer propósito fue restaurar la moral del Ejército Francés, hastiado de tres años de una guerra atroz, que no parecía tener final próximo. Y se afanó también en mejorar la coordinación de las potencias de la Entente, que llevaría a instaurar una jefatura aliada común, en la persona del mariscal francés Ferdinand Foch. Era un hombre enérgico, que entendía que Francia sólo podía prevalecer como gran potencia, si tomaba en cuenta la realidad de las cosas y no los idealismos de hombres como Woodrow Wilson, el Presidente de Estados Unidos. En consecuencia, abogó por la “guerra total” en el decisivo año 1918 y fue uno de los artífices de los duros términos impuestos en 1919 a la derrotada Alemania, en el Tratado de Versalles. Sería Jefe del Gobierno de Francia en el momento de la victoria, poco más de un año más tarde.

Al otro lado de Europa, el nuevo gobierno ruso, nacido de la “Revolución de Octubre”, intenta hacerse cargo de inmediato de dos problemas que el Gobierno Provisional no había sabido abordar. Casi inmediatamente hace un llamado a establecer una paz sin anexiones, con respeto al principio de autodeterminación de los pueblos y muchas aspiraciones similares a las que Wilson plantearía en su “Catorce Puntos”. Como sus aliados de la Entente respondieron con un portazo a las propuestas de los bolcheviques, iniciarían poco después un proceso de paz por separado con los Imperios Centrales. Deberían pasar algunos meses, hasta que la Rusia revolucionaria consiguiera acabar con la guerra externa, aunque fuera al precio de una paz humillante.

En realidad, incluso si hubieran querido seguir en la lucha, era poco lo que Lenin podía hacer para mantenerse dentro de la guerra, al lado de la Entente. La última ofensiva rusa, en el verano de 1917, fue un rotundo fracaso. En la segunda mitad de 1917, el ejército empezó a disolverse. Los pocos oficiales que intentaban mantener cierto orden eran arrestados por “contrarrevolucionarios” y a menudo asesinados. Entre junio y octubre de 1917, 2.000.000 de soldados desertaron de las filas, cansados de la guerra y con los estómagos vacíos. Estos soldados-campesinos, que abandonaban sus unidades a razón de varios miles al día, tenían una sola cosa en mente: regresar a sus aldeas, para poder participar del reparto de las tierras y el ganado de los grandes propietarios, que se esperaba ocurriera de un momento a otro, como parte del proceso revolucionario. La llegada a los campos rusos de millones de hombres armados, muy poco educados, con vagas ideas revolucionarias alimentó las olas de violencia en el campo y desencadenó una confusa revolución campesina, paralela a la desarrollada en los grandes centros obreros de las ciudades y, con el tiempo, enfrentada a ella.

El reparto de tierras se hizo a expensas de los grandes latifundios, pertenecientes a los terratenientes de la vieja aristocracia y la alta burguesía, así como las tierras de la Iglesia Ortodoxa Rusa. Pero también se hizo a expensas de los “kulak”, expresión que designaba a los campesinos libres que, sin llegar a ser grandes propietarios, vivían con relativa holgura, si se les comparaba con la mayoría de los campesinos pobres. Al estallar la Primera Guerra Mundial, eran toda una categoría social nueva y pujante, nacida de las reformas impulsadas en 1906 por el entonces Primer Ministro de Nicolás II, Pyotr Stolypin. Estos “kulak” podían tener unas 60 u 80 hectáreas de tierra, algunas cabezas de ganado y unos pocos caballos. Estas posesiones relativamente modestas, sin embargo, bastaban para etiquetar a cualquier persona como “kulak”, una especie de “burgués campesino”, que era necesario erradicar y que se consideraba “enemigo de clase” por los bolcheviques. Pasó poco tiempo antes de que se acabaran los pocos campesinos realmente acomodados, de modo que la etiqueta de “kulak” se aplicó a cualquiera que tuviera alguna posesión, tanto como una vaca o un cerdo, o que se opusiera o fuera sospechoso de llegar a oponerse a la naciente “dictadura del proletariado”.

La mayor parte de los campesinos eran más pobres que los “kulak”, pero el tiempo les daría razones para entrar en conflicto con los bolcheviques. Mientras estos últimos buscaban colectivizar la tierra y colocar su explotación bajo el control del Estado, los campesinos aspiraban a gozar de sus propias tierras, conseguidas al repartirse los grandes latifundios. En el otoño de 1917, los bolcheviques no se sentían con fuerza para alienar las voluntades de la gran masa campesina que regresaba armada a las aldeas, de modo que promulgó, poco después de llegar al poder, el llamado “Decreto Sobre la Tierra”, que establecía la abolición de la propiedad privada de los campos sin indemnización y colocaba la tierra a disposición de las organizaciones locales, para que se encargaran de redistribuirlas. En realidad, este decreto no había más que reconocer un proceso de violento despojo a los grandes terratenientes y a los “kulak”, iniciado mucho antes de la revolución bolchevique y que estaba consumado cuando este partido llegó al poder.

Pasaría poco tiempo para que la masa campesina sufriera los rigores de las fuerzas revolucionarias, que llenaron los campos con “destacamentos de requisa”, encargados de confiscar parte de la producción campesina, para alimentar a las tropas, para alimentar a los obreros de las ciudad o simplemente para cumplir con metas arbitrarias establecidas en alguna oficina en Moscú. En un país azotado por la crisis, por la guerra externa y pronto también por la guerra civil, el resultado fue la hambruna. Pocos años más tarde, el Partido Bolchevique retomaría plenamente su programa, cuando llevara a cabo el proceso de colectivización de las tierras, como parte de un proceso brutal de transformación de la antigua sociedad rural rusa, dentro del esquema tiránico marxista.

El 17 de noviembre de 1917, se instauró una “Comisión de Suministros”. En su primera proclama, sus responsables culpaban a las “clases ricas, que se aprovechan de la miseria” y afirmaba que era momento de arrebatar los “excedentes de los ricos y, por qué no, sus bienes.” Los bolcheviques, recién llegados al poder, necesitaban mantener la lealtad de, al menos, una parte importante de los obreros de Petrogrado y de las guarniciones de soldados inquietos, apostados en la capital. Lo mínimo para mantener esas lealtades era alimentarlos. A mediados de noviembre, las reservas de harina en la capital alcanzaban apenas para dar una ración miserable a cada familia. La Comisión de Suministros, en pocos días, desplegó por los campos de las provincias cerealeras a destacamentos especiales de requisa, compuestos por soldados, desertores, marineros de Kronstadt, obreros industriales y guardias rojos. La llegada a los campos de estos destacamentos de requisa precipitó el enfrentamiento entre los campos y el aparato del Partido-Estado, que constituyó un largo y cruel capítulo de la feroz tiranía marxista que empezaba a instaurarse en Rusia.

Abajo, una póster propagandístico, que caricaturiza a los “kulak”, golpeados por el puño de la “justicia popular”.




Hace 75 años - 19 de noviembre de 1942 - Segunda Guerra Mundial - El Eje bajo asedio

Hace 75 años
19 de noviembre de 1942
Segunda Guerra Mundial

El Eje bajo asedio

En todos los frentes, el último trimestre de 1942 es el momento en que la situación estratégica se vuelve contra el Eje. En el Atlántico, donde se libra la batalla más larga de la guerra, en septiembre de 1942, el “grossadmiral” Karl Doenitz reconoce que no puede seguir luchando frente a la costa este norteamericana. Los Aliados han empezado a reconocer la real amenaza de los “U-Boote” y empiezan a organizar contramedidas apropiadas, que permiten reducir las pérdidas de mercantes aliados y causan cada vez mayores pérdidas de submarinos alemanes. Para fines de octubre, Doenitz concentra su fuerza de submarinos en el centro del Atlántico, a una altura aproximada entre Groenlandia e Islandia, donde los “Catalina” estadounidenses y los “Sunderland” británicos no pueden llegar, para ayudar desde el aire a sus convoyes y destructores.

La “Kriegsmarine” había sufrido mucho entre mayo de 1941 y febrero de 1942, debido al desciframiento de su código naval, por parte del equipo de decodificadores de Bletchley Park, especialmente gracias al aporte del matemático Alan Turing. Turing pudo descifrar una parte importante del código naval alemán, transmitido mediante las famosas “máquinas Enigma” (no hubo realmente una sola “Enigma”, sino una serie de modelos, producidos y mejorados por distintos fabricantes). La capacidad de descifrar las comunicaciones navales alemanas permitió a los almirantazgos aliados anticiparse a los movimientos de los submarinos germanos, desviando a tiempo los trayectos de los mercantes y concentrando a sus destructores en los lugares donde se esperaba que pasaran los submarinos, para emboscarlos. Sin embargo, en febrero de 1942, una nueva “Enigma”, con un nuevo código, empezó a ser usada por los alemanes, dejando ciegos nuevamente a los Aliados. El aumento de la flota submarina alemana, el ingreso de Estados Unidos en la guerra y la intensificación general de la guerra hicieron posible lo que se conoció como “Segundo Tiempo Feliz” de los submarinos alemanes. En general, 1942 fue el peor año para el tráfico mercante aliado en el Atlántico Norte.

Pero el 30 de octubre de 1942, el submarino alemán “U-559” fue dañado y forzado a emerger frente a Port Said. La tripulación capturada no alcanzó a hundir la nave, ni a destruir las máquinas descifradoras, que fueron capturadas por tripulantes del destructor “HMS Petard”, junto con los libros de claves. Con este material en su poder, los científicos de Bletchley Park fueron capaces nuevamente de descifrar las comunicaciones de los submarinos alemanes, que empezaron a sufrir graves pérdidas a partir de noviembre de 1942.

En África del Norte, se va cerrando un gran cerco sobre las fuerzas del Eje. El mariscal Erwin Rommel, con los restos de su “Panzerarmee Afrika”, ha estado retirándose sin pausa desde el 6 de noviembre, tras ser derrotado en la Segunda Batalla de El Alamein, por las formaciones de la “Commonwealth”, al mando del general Bernard Law Montgomery. Al producirse los desembarcos anglo-estadounidenses (“Operación Antorcha”) en Marruecos y Argelia, el 8 de noviembre, Rommel intentaba establecer una línea defensiva en Mersa Matruh, 180 kilómetros al oeste de El Alamein. Pero al saber que una gran fuerza de 20.000 hombres estaba llegando a Argelia y que empezaba a moverse hacia Túnez, Rommel ordenó retirarse hacia El Agheila, lo que significaba abandonar la mayor parte de la Cirenaica, casi sin lucha, al avance británico. El 9 de noviembre, los ítalo-alemanes dejaron Sidi Barrani y, el día 11, abandonaron el Paso de Halfaya, la última posición que mantuvieron dentro de Egipto.

Montgomery pisaba los talones de Rommel e intentó rodear a la guarnición de Tobruk, pero ésta logró escapar antes y dirigirse por la “Via Balbia” hacia Tripolitania, con el resto de las fuerzas del Eje. Rommel, sin embargo, debió abandonar más de 9.000 toneladas de suministro en el puerto, que tanto le había costado conquistar y que ahora era ocupado por “Monty” el 13 de noviembre. El 15, el 8º Ejército Británico llegaba a Derna y ocupaba el aeródromo de Martuba, que fue puesto de inmediato a disposición de los aparatos de la “RAF”. Desde Martuba, los bombarderos británicos podían dar apoyo aéreo estrecho a sus tropas que avanzaban y además eran capaces de operar en apoyo de los convoyes de Malta; de hecho, así lo hicieron el 18 de noviembre. De este modo, quedaba ligada la suerte de la larga campaña de África del Norte y de la campaña por el control del Mediterráneo, que se empezaba a sellar con la victoria de Gran Bretaña y de las naciones de su Imperio, sobre alemanes e italianos.

Desde Argelia y Marruecos, avanzaba otra poderosa fuerza aliada, desembarcada el 8 de noviembre. Luego de que cesara la resistencia de las fuerzas de Vichy, el 10 de noviembre, al alto mando aliado ordenó al 1er Ejército Británico, del general Kenneth Anderson, moverse hacia Túnez, pero no alcanzó a reunir suficientes tropas para decidir rápidamente la situación. Los alemanes, en cambio, reaccionaron más rápido, aprovechando la indecisión del almirante francés Jean Pierre Esteva, gobernador de Túnez, que no terminaba de saber si debía luchar contra los alemanes o contra los Aliados, que invadían simultáneamente el territorio a su cargo. Durante los días 9 y 10 de noviembre, más de 140 aviones alemanes llevaron tropas y suministros hasta Túnez. Dos días después, a los transportes aéreos se sumaron numerosos buques de transporte, que consiguieron traer desde Europa 15.000 hombres, 176 tanques, 131 piezas de artillería, 1.152 vehículos y 13.000 toneladas de suministros. Hacia fines de noviembre, el Eje había llevado hasta Túnez a la 10ª División Panzer y cuatro divisiones de infantería (dos alemanas y dos italianas), al mando del general Walther Nehring, que llegó hasta su nuevo comando el 17 de noviembre. En respuesta a la llegada masiva de tropas del Eje, el general Georges Barré, al mando de las tropas francesas de Túnez decidió alinearse con los Aliados y estableció una línea defensiva en las montañas al oeste del país.

Para el 17 de noviembre, los Aliados habían llegado hasta Gafsa, ya en territorio tunecino. El 19 de noviembre, el general Nehring solicitó libre paso para sus tropas, a través del territorio ocupado por el general Barré, solicitud que fue denegada. Los alemanes atacaron las posiciones francesas dos veces, que pudieron repeler los primeros ataques, pero carentes de artillería y blindados, tuvieron que retirarse. A pesar de que algunas fuerzas se decantaron por los británicos y estadounidenses recién llegados, la situación de las tropas francesas en el área, nominalmente obedientes a Vichy, sería incierta por algunos días.

En Stalingrado, el general Friedrich Paulus había intentado un último ataque entre el 11 y el 14 de noviembre. Al acabar su ofensiva, los alemanes controlaban un 90 por ciento de la ciudad. Los soviéticos del 62º Ejército del general Vasili Chuikov estaban acorralados en estrechas franjas, de espaldas al río, con sus embarcaderos, vitales para recibir refuerzos, bajo constante fuego alemán… pero la ciudad no caía. Para el 15 de noviembre, el ataque había perdido ímpetu y los mandos alemanes estaban resignados a pasar el invierno de 1942-1943 entre las ruinas de Stalingrado. Los primeros nevazones y las temperaturas bajo cero llegaron al mismo tiempo que el 6º Ejército Alemán intentaba acabar con la batalla, en el último y supremo esfuerzo por decidir la lucha en el Frente Oriental.

Mientras Paulus intentaba acabar con la fuerza de Chuikov en la castigada ciudad del Volga, el general Gueorgui Zhukov ultimaba los detalles para lanzar una masiva ofensiva sobre los flancos de Paulus, mal protegidos por fuerzas húngaras, rumanas e italianas, carentes del armamento necesario para lidiar contra los potentes tanques soviéticos. A las 7.20 hrs. del 19 de julio de 1942, los Frentes Sudoccidental y del Don recibieron la palabra clave “sirena”, que indicaba el inicio de la “Operación Urano”. Miles de cañones y baterías de cohetes abrieron fuego contra las posiciones del Eje en un frente de 300 kilómetros. Tras una hora y media de preparación artillera, el 1er Ejército de Guardias Soviético caía sobre el 8º Ejército Italiano, mientras el 5º Ejército de Tanques hacía lo propio contra el 3er Ejército Rumano. Los rumanos e italianos resistieron con valor, dentro de sus posibilidades, pero carecían de armas antitanque en cantidad y calidad necesarias para repeler a los poderosos “T-34”, que aplastaban las posiciones defensivas con sus anchas orugas. Para la tarde del primer día de ofensiva, los rusos habían destrozado el 4º Cuerpo Rumano y abierto grandes brechas en las líneas encargadas de proteger el flanco alemán al norte de Stalingrado.

Paulus no fue informado de la magnitud del ataque enemigo, sino hasta casi las 10.00 de la mañana e incluso entonces, aunque sabía que era una amenaza seria, prefirió mantener la mayoría de sus formaciones panzer luchando en la ciudad, en vez de enviarlas rápidamente a proteger el flanco norte, que se derrumbaba. Los alemanes todavía creían que la caída de la ciudad era inminente. Alrededor de las 15.30 hrs., se empezaba a hacer de noche. Poco después, el ala norte de la ofensiva soviética se encontró con las fuerzas del 48º Cuerpo Blindado Alemán, que había sido enviado a reforzar a los rumanos. En teoría, un cuerpo de tanques alemán era capaz de lidiar con varios ejércitos soviéticos, pero la situación era ahora muy diferente. El 48º Cuerpo era una unidad de reserva, con tanques anticuados, que se desplazaban malamente por la nieve y el hielo, escasa de combustible y con gran parte de sus tanques dañados o faltos de repuestos. Los experimentados tripulantes de las “Panzerdivisionen” no tenían manera de explotar su proverbial habilidad táctica y capacidad de coordinación, que los había llevado a destruir tantos enemigos dotados de más y mejores tanques, desde 1939. Y el mal tiempo impedía a la “Luftwaffe” apoyarlos con sus “Stuka”, “Dornier” y “Heinkel”, que debieron permanecer en sus pistas, impedidos de despegar.

El ala sur de la ofensiva soviética, al mando del general Andrei Yeremenko, demoró el inicio del ataque, pues el clima era aun peor en su zona de responsabilidad, de lo que había sido en el norte. La artillería y cohetería soviética abrió fuego recién a eso de las 10.00 y la infantería y los tanques no se pusieron en marcha sino hasta alrededor de las 11.00, encuadrados en los Ejércitos Soviéticos 57º, 64º y 51º. El primer contacto en el sur también fue con rumanos. Un cierto mayor alemán, Bruno Gebele, cuyo regimiento era vecino de un batallón rumano, conocía bien a su comandante, un cierto coronel Gross, veterano del “Real e Imperial Ejército Austrohúngaro” y que por eso hablaba bien el alemán. El pobre Gross contaba apenas con una pieza antitanque de 37 milímetros para todo su sector, que debía ser movida con caballos y que no tenía ninguna posibilidad contra los tanques soviéticos, si es que llegaban a dispararla. A pesar de su inferioridad en armamentos, los rumanos lucharon bien y sus posiciones tuvieron que ser literalmente aplastadas por los tanques rusos que avanzaban sobre ellos.

La única reserva alemana en el sur era la 29ª División de Infantería Motorizada, del general Hans-Georg Leyser. Leyser causó fuertes bajas a los soviéticos cuando contraatacó, pero su superior, el general Hermann Hoth, a cargo del 4º Ejército Panzer, recibió la orden de retirarlo de la lucha y desplegarlo más cerca de Stalingrado, para proteger el flanco del 6º Ejército de Paulus. El 6º Cuerpo Rumano había sido prácticamente volatilizado por los tanques rusos y sólo quedaba un regimiento de caballería rumano en reserva, pero los alemanes aún fallaban en darse cuenta de la gravedad de la amenaza. El éxito inicial de Leyser sugiere que una fuerte reserva móvil en retaguardia pudo haber sido usada para lidiar con el ala sur de la ofensiva, para ser luego enviada contra el ala norte, que era la más peligrosa. Pero eso habría significado que el mando del 6º Ejército Alemán tuviera una apreciación clara de la situación general del frente, algo de lo que carecía por completo, no sólo Paulus, sino toda la cadena de mando de la “Wehrmacht”, que no sospechaba que el Ejército Rojo tuviera reservas para atacar con seis ejércitos frescos desde la retaguardia y, sobre todo, que sus generales fueran capaces de coordinar algo parecido a una ofensiva bien coordinada.

En Guadalcanal, al otro lado del mundo, los japoneses se han dado cuenta de que los estadounidenses tienen mucho más tropas en la isla de lo que esperaban encontrar. Y también han llegado a la convicción de que sólo destruyendo “Henderson Field”, el aeródromo que ellos mismos quisieron construir en primer lugar, podían retomar el control del aire en torno a las Islas Salomón. El 11 de noviembre de 1942, los japoneses reunieron una gran fuerza de naves de transporte, cargados con suficientes suministros para un mes de lucha. Para proteger sus transportes, desplegaron una poderosa flota de combate, centrada en torno a los acorazados “Hiei” y “Kirishima”, cuyo propósito esencial era bombardear “Henderson Field” hasta dejarlo fuera de operaciones. Alrededor de la 1.00 de la madrugada del 13 de noviembre, la fuerza japonesa de bombardeo entró en el “Estrecho del Fondo de Hierro”, como llamaban los estadounidenses al espacio entre Guadalcanal y la isla de Savo, por la gran cantidad de barcos hundidos ahí en el curso de la campaña.

Navegando de noche, la formación japonesa perdió cohesión y se aproximó sin saberlo a una flota de cruceros estadounidenses, al mando del almirante Daniel Callaghan, secundado por el almirante Norman Scott. La “US Navy” contaba con la ventaja del radar, mientras que los japoneses habían demostrado ser expertos en las maniobras nocturnas. Callaghan, demasiado confiado en los radares de su buque insignia, el crucero pesado “USS San Francisco”, decidió entablar batalla contra la fuerza japonesa alrededor de las 1.50 de la madrugada, sin saber, entre otras cosas, que dos grandes acorazados formaban parte de la flota enemiga. Al querer “cruzar la T” de la línea enemiga de batalla, Callaghan causó una brutal y confusa batalla nocturna a corta distancia, que no fue un desastre total para los norteamericanos, sólo porque los japoneses llevaban munición explosiva en sus cañones, para destruir el aeródromo de la isla, en vez de munición perforante, capaz de perforar con más facilidad el blindaje de los cruceros. La peor parte se la llevaron los estadounidenses, que perdieron más buques que los japoneses y lamentaron muchas bajas, entre ellas, sus dos almirantes. Sin embargo, la intrépida, aunque imprudente acción de Callaghan bastó para evitar la destrucción del importante aeródromo de Henderson y dejó al “Hiei” lo bastante dañado, como para tener que ser hundido por sus propios tripulantes al día siguiente. Era la primera vez que la Marina Imperial Japonesa perdía un acorazado en batalla.

Ninguno de los dos bandos había sido capaz, sin embargo, de asegurar plenamente el suministro de sus propias tropas que luchaban en Guadalcanal, o negar esa misma posibilidad al enemigo. El escenario quedaba listo, pues, para otra gran batalla naval, dos noches después.

La “US Navy” se había quedado sin un solo crucero operativo en las Salomón. El alto mando estadounidense sabía que una segunda fuerza naval japonesa se acercaba, cargada con suministros y refuerzos. El Comandante en Jefe del Teatro de Operaciones del Pacífico Sur, almirante William Halsey, decidió correr el riesgo de usar los dos acorazados encargados de proteger al portaaviones “USS Enterprise”, para evitar que los japoneses llevaran su precioso cargamento hasta el campo de batalla de Guadalcanal. El “Enterprise”, que era el último portaaviones aliado en el sur del Pacífico, se mantendría al margen, para no arriesgarlo innecesariamente, de modo que la siguiente batalla naval sería de tipo clásico, con cruceros y acorazados enfrentándose con sus grandes cañones.

Al mando del almirante Willis Lee, los acorazados “USS Washington” y “USS South Dakota” llegaron el 14 de noviembre de 1942 hasta el “Ironbottom Sound”, frente a “Canal”, escoltados por una escuálida pantalla de cuatro destructores. Desde el norte, los japoneses enviaron otra fuerza a bombardear “Henderson Field”. El núcleo de la flota nipona estaba formado por el acorazado “Kirishima” y dos cruceros pesados, “Atago” y “Takao”, escoltados por dos cruceros ligeros y ocho destructores. El “South Dakota” sufrió muchos problemas eléctricos, que redujeron mucho su efectividad en combate. Con pérdidas constantes de potencia, el “South Dakota” acabó bajo el fuego directo del “Kirishima”, al que se sumó prácticamente cada cañón de la flota japonesa. La superestructura del buque fue despedazada, pero su casco no sufrió daños de consideración, de modo que se mantuvo a flote. Mientras tanto, el “Washington” se aproximó a la fuerza japonesa sin ser detectado y abrió fuego sobre el “Kirishima” desde una distancia de 7.500 metros. Entre las 00.05 y las 00.12 hrs. del 15 de noviembre, una avalancha de fuego se dejó caer sobre el acorazado japonés, que quedó convertido en una humeante ruina. Después de hundir el destructor “Ayanami”, Lee decidió retirar al “Washington”, ante el riesgo de perder su único acorazado operativo por el nutrido ataque de torpedos que podía recibir desde los destructores y cruceros japoneses restantes.

Tras las dos batallas navales de Guadalcanal, las posibilidades japonesas de reforzar sus tropas en el área quedaron drásticamente reducidas. En tres días, habían perdido dos acorazados, un crucero pesado, tres destructores y once transportes, además de 5.000 soldados de infantería que murieron ahogados y cientos de bajas entre el personal naval. Los estadounidenses también sufrieron graves bajas y sus fuerzas navales también estaban llegando a sus últimas reservas, pero controlaban los aires, gracias a la posesión de “Henderson Field” y Estados Unidos podía reemplazar sus pérdidas, por graves que fueran, algo que Japón no tenía esperanzas de conseguir. Los japoneses seguirían intentando mantener la iniciativa, pero no pasaría mucho tiempo, antes de que decidieran abandonar la isla y evacuar sus tropas.

Abajo, el “USS Washington” abre fuego con sus armas principales de 406 milímetros sobre el acorazado japonés “Kirishima”, durante la Segunda Batalla Naval de Guadalcanal, en la noche del 14 al 15 de noviembre de 1942.




miércoles, 15 de noviembre de 2017

Hace 100 años - 12 de noviembre de 1917 - Primera Guerra Mundial - Octubre Rojo

Hace 100 años
12 de noviembre de 1917
Primera Guerra Mundial

Octubre Rojo

En los Alpes, los italianos consiguen estabilizar el frente, luego del desastre sufrido por sus tropas en Caporetto. Los alemanes y austrohúngaros además empiezan a sufrir un mal muy común entre quienes ganan una batalla, al experimentar cómo sus líneas de comunicación se alargan más de lo que puede soportar su avance, que ha debido hacerse sobre terreno montañoso, particularmente difícil. El desastre hace rodar dos cabezas ilustres. El general Luigi Cadorna dispuso ineficientemente la batalla y cometió la imprudencia de sugerir que la derrota italiana se debía a la cobardía de sus tropas, una acusación que fue desmentida por los propios alemanes y austrohúngaros, que ya conocían la ferocidad que podía desplegar el soldado del “Regio Esercito”, si es que estaba bien comandado. El nuevo jefe de los ejércitos italianos será el general Armando Diaz.

La magnitud del desastre obliga también a la renuncia del Primer Ministro, Paolo Boselli, que debe cargar la responsabilidad política del fiasco y entregar su cargo a Vittorio Emanuele Orlando, que es llamado a formar gobierno por el Rey Víctor Manuel III el 30 de octubre de 1917. Con mayor asistencia de sus aliados de la Entente y tras la formación de un Supremo Consejo de Guerra de quienes empiezan a llamarse simplemente “Aliados”, Italia no volverá a sufrir otra derrota importante en la guerra y se sentará en el sitio reservado a las potencias victoriosas, después de que Alemania colapse, cuando haya pasado un año desde Caporetto.

Pero el italiano no es el único gobierno que cae en estos días, ni será su caída la de mayores consecuencias históricas, porque el 7 de noviembre de 1917 cae el Gobierno Provisional Ruso, en lo que se conocerá posteriormente como “Revolución de Octubre” (debido a que el 7 de noviembre corresponde al 25 de octubre del calendario juliano, aún en uso en Rusia en 1917). Para fines de 1917, casi todas las autoridades estatales de la vieja Rusia Zarista estaban en proceso de disolución, en parte, por las fuerzas centrífugas desatadas por la guerra en un Imperio que no estaba preparado para soportar una guerra larga; pero también en parte porque el gobierno surgido de la Revolución de Febrero nunca se atrevió a salir de su condición de “provisional”, postergando la solución definitiva para dos problemas que resultaban acuciantes para los millones de campesinos-soldados movilizados en el frente y que serían decisivos al momento de producirse el estallido revolucionario: la paz y el reparto de la tierra. Por otro lado, aunque el Gobierno Provisional hubiera querido resolver los problemas más graves del país, cada día que pasaba perdía un poco de su fuerza, reemplazado por muchas instituciones surgidas de una sociedad que intentaba satisfacer sus necesidades de la mejor forma posible, en medio de un escenario donde el Estado no parecía capaz de hacerlo. Una de estas instituciones fueron los “soviets”, consejos de trabajadores, campesinos y/o soldados, teóricamente concebidos para ejercer una especie de democracia directa. De todos los soviets, el más poderoso, durante la mayor parte de 1917, fue el de Petrogrado, por ser ésta la capital imperial, por concentrar gran parte de los obreros fabriles del país y por guarnecer a cientos de miles de soldados en tránsito hacia o desde el frente de batalla.

El Partido Bolchevique aprovechó magistralmente la situación política y consiguió hacerse con el poder mediante un hábil golpe de fuerza. La inmensa mayoría de los descontentos que precipitaron las revoluciones de 1917 no se identificarían con los postulados bolcheviques; sobre todo, con los radicales postulados de Vladimir Ilich Ulianov, llamado Lenin, que representaba una minoría dentro del mismo partido. Los trabajadores de los centro urbanos estaban quizás más ideologizados, pero como caudal electoral eran compartidos y muy disputados con otros partidos izquierdistas, como los Mencheviques o los Socialistas Revolucionarios. En cuanto a los campesinos, los miles que desertaban desde el frente, para volver a las aldeas rurales, habían oído algo de las consignas de los agitadores bolcheviques, pero se habían quedado con los elementos que más les preocupaban a ellos: el fin de la guerra y, como su resultado, el reparto “negro” de las tierras, en función “de las bocas que hay que alimentar”.

En el abismante vacío institucional del otoño de 1917, era posible que un grupúsculo de hombres decididos fuera capaz de ejercer una influencia desproporcionada a su tamaño, si eran lo bastante audaces. Eso es lo que precisamente hicieron los bolcheviques. De la mano de Lenin, el Partido Bolchevique se distanció cada vez más de las otras corrientes socialdemócratas rusas y europeas. En “El Imperialismo, Estadio Supremo del Capitalismo”, Lenin había afirmado, contra lo sostenido desde el “Manifiesto Comunista”, que la revolución “obrera” podía estallar en un país económicamente atrasado, como Rusia, a condición de que fuera liderada por una vanguardia disciplinada, dispuesta a establecer la completa “dictadura del proletariado”, mediante el expediente de la guerra civil que “en toda sociedad de clases, representa la continuación, el desarrollo y acentuación naturales de la guerra de clases”. Esa “vanguardia organizada” debía ser, para Lenin, el Partido Bolchevique.

La Guerra Mundial dio a Lenin el elemento humano necesario para precipitar la toma violenta del poder. Los viejos cuadros bolchevique, altamente ideologizados y muy afanados intelectualmente, tuvieron que tolerar la aparición de nuevos partidarios y militantes con diverso grado de compromiso, aparecidos como desertores del ejército, campesinos que evadían el reclutamiento o trabajadores radicalizados. Mientras los bolcheviques veteranos se habían curtido en años de lucha institucionalizada contra el Zarismo, los nuevos partidarios no conocían nada de esa lucha y estaban mucho menos condicionados por los “dogmas” del marxismo teórico. Para los impacientes marineros de la base naval de Kronstadt, para los soldados de tránsito en Petrogrado y para los futuro “guardias rojos”, no tenía ningún sentido discutir si la “correlación de fuerzas” era apropiada para el golpe de Estado o si era necesaria una “etapa burguesa”, antes de “pasar al socialismo”. En la víspera de la Revolución de Octubre, el Partido Bolchevique, que se preciaba de su disciplina, en realidad, estaba muy dividido. Muchos dirigentes bolcheviques temían que una sublevación prematura acabara en fracaso y preferían esperar al II Congreso Ruso de los Soviets, que debía celebrarse prontamente. Por lo demás, la situación se radicalizaba día con día, sin necesidad de un intento de golpe bolchevique.

Pero Lenin sabía que, incluso en el improbable caso de que las urnas le dieran control de las mayorías de los soviets, el partido habría quedado obligado a gobernar en una coalición con otras fuerzas. Lo que esperaba Lenin era que la vía violenta permitiera monopolizar el poder por parte de los bolcheviques. El 16 de octubre (9 de octubre), Lev Davidovich Bronstein, conocido como “Trotsky”, implementó el “Comité Militar Revolucionario de Petrogrado” (CMRP), una organización insurreccional, emanada teóricamente de la autoridad del Soviet de Petrogrado, pero que era controlada íntegramente por el Partido Bolchevique. El 20 de octubre, el Gobierno Provisional ordenó la transferencia de una gran cantidad de tropas desde Petrogrado hacia el frente. El pretexto era usarlos para contener a los alemanes, que avanzaban peligrosamente desde los países bálticos. Pero es muy probable que Alexander Kerensky, a la cabeza del gobierno, quisiera deshacerse de los elementos más revolucionarios dentro del ejército. El CMRP dio la contraorden de que ningún soldado marchaba sin su consentimiento y las tropas obedecieron a Trotsky. En la noche del 23 al 24 de octubre (6 al 7 de noviembre) de 1917, Kerensky ordenó clausurar la prensa bolchevique. Interpretando que la censura era un movimiento previo para desarticular al partido, Lenin ordenó ejecutar el plan al día siguiente.

El número de involucrados directos en el golpe de fuerza fue muy limitado: unos pocos miles de soldados de la guarnición de Petrogrado, marineros de Kronstadt, Guardias Rojos y militantes de los comités de fábrica. Las víctimas fueron escasas y los enfrentamientos fueron muy acotados. En el curso del 24 de octubre (7 de noviembre), las milicias movilizadas para la conjura ocuparon los puentes, estaciones de trenes y otros puntos estratégicos. Kerensky apenas consiguió unas pocas fuerzas, que resistieron algunas horas en el Palacio de Invierno, que acabó siendo rendido por los cañones del crucero “Aurora”. Para el 25 de octubre (8 de noviembre), todo había terminado, con Kerensky escondido y a pocos días de partir al exilio.

La mayor parte de los otros partidos socialistas denunciaron la conspiración como un golpe de fuerza, ejecutado a espaldas de los soviets, de modo que abandonaron el II Congreso de los Soviets, que quedó a merced de la “mayoría” bolchevique. Todavía con las armas humeantes, los pocos socialistas revolucionarios que se quedaron en el Congreso, votaron otorgar, junto con los bolcheviques, “todo el poder a los soviets”. Fue éste el origen de una ficción muy usada por la posteridad soviética, pero que permitió a los bolcheviques (y más tarde a los “comunistas”, sus sucesores) afirmar que gobernaban “en nombre del pueblo, en el país de los soviets”. Algunas horas más tarde, poco antes de ser disuelto, el Congreso estableció un nuevo gobierno bolchevique, el “Consejo de Comisarios del Pueblo”, presidido por Lenin. Los bolcheviques usaron los sucesos de la Revolución de Octubre para alimentar la mitología fundacional del nuevo régimen, pero lo que pasó entonces fue el nacimiento del más cruel tipo de gobierno ideado por el ser humano: el totalitarismo.

Abajo, Lenin se dirige a sus partidarios. A la derecha del estrado, aparece Trotsky, encargado de la ejecución militar del golpe y de llevar a cabo los primeros ciclos de terror contra los opositores del nuevo gobierno.




Hace 75 años - 12 de noviembre de 1942 - Segunda Guerra Mundial - “Maskirovka”

Hace 75 años
12 de noviembre de 1942
Segunda Guerra Mundial

“Maskirovka”

Hace tres meses justos, se produjo una de las reuniones más importantes en la relativamente corta historia de la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas. Ese día, Iósif Stalin, Presidente del Consejo de Ministros y Secretario General del Partido Comunista de la URSS, dueño de la vida y la muerte de decenas de millones de ciudadanos soviéticos, recibía en su despacho a dos generales. Hubo dos cambios significativos: el primero, recién colgados en la pared, lucían los retratos de Alexander Suvorov, el gran estratega ruso del siglo XVIII, y de Mijail Kutuzov, el escurridizo comandante que obligó a Napoleón a penetrar en Rusia, intentando darle caza, hasta que el “General Invierno” disolvió la “Grande Armée” cuando intentaba, a su vez, huir de los cosacos de Kutuzov. Stalin era tan cruel, tiránico y despiadado como Hitler, pero resultó ser mucho más práctico. No le molestó en absoluto rescatar los símbolos nacionales de la vieja y tradicional Rusia, e incluso dio un respiro a la Iglesia Ortodoxa, para insuflar nuevos ánimos al golpeado pueblo ruso, que enfrentaba una posibilidad cierta de ser aniquilado por los nazis o de pasar a convertirse en los siervos de la “raza superior”, cuando se instaurara definitivamente el “Nuevo Orden”. Los retratos de Kutuzov y Suvorov eran una herejía ideológica anti-marxista, por donde se la mirara, pero Stalin no tenía inconvenientes en superar las cuestiones ideológicas, cuando se trataba de obtener una victoria. Algo que Hitler, que se fue haciendo más torpe y más cruel, a medida que pasaba el tiempo, nunca estuvo dispuesto a hacer.

La segunda diferencia que tendría esta reunión con las anteriores, estuvo en que Stalin, junto con sus generales, planificaría una victoria aplastante para el Ejército Rojo, dejando atrás un año y medio de humillaciones o, en el mejor de los casos, victorias desesperadas, como la obtenida en Moscú durante el invierno pasado. Ese 12 de septiembre de 1942, acompañaban a Stalin el general Gueorgui Zhúkov, Comandante en Jefe Delegado para Stalingrado, y el Jefe del Estado Mayor, general Alexander Vasilevsky. Tras una breve conversación, Stalin exigió que ambos generales se retiraran a las dependencias del estado mayor y regresaran con una propuesta de lo que se debía hacer para convertir en victoria decisiva la situación crítica del frente de Stalingrado y del Cáucaso. A la noche siguiente, Zhúkov y Vasilevsky volvieron y presentaron a Stalin un ambicioso plan, que demandaba mantener los medios mínimos para mantener control del margen occidental del río Volga, obligando al VI Ejército Alemán a luchar una prolongada batalla de desgaste, casa por casa, para intentar conquistar la ciudad, defendida por el 62º Ejército, del general Vasily Chuikov. Mientras Chuikov se aferraba a las orillas del Volga, la “Stavka”, el Cuartel General del Ejército Rojo, reuniría sus ingentes reservas en secreto, lejos del Volga, para crear varios ejércitos nuevos, armados hasta los dientes, encargados de rodear y destruir al VI Ejército. Zhúkov lanzaría masivos ataques por los flancos del VI Ejército Alemán, desbordando la resistencia de los ejércitos rumanos, húngaros e italianos, que tenían la misión de proteger esos flancos y que los soviéticos, con razón, estimaban mucho más débiles que las fuerzas alemanas. El resultado de la planificación sería llamada “Operación Urano” y significaría la segunda derrota decisiva de la “Wehrmacht”, a nivel estratégico general, después de la ruinosa retirada desde El Alamein, en el norte de África, entre fines de octubre y comienzos de noviembre.

En Berlín, los altos mandos y los líderes políticos de Alemania consideraban imposible que la Unión Soviética tuviera reservas suficientes para levantar media docena de nuevos ejércitos, listos para una gran batalla de envolvimiento. Además, hasta el momento, todos los contraataques soviéticos contra el flanco de las fuerzas del Eje en el Volga habían sido ridículamente infructuosos. Los alemanes estaban convencidos de que los rusos eran incapaces de planificar y mucho menos ejecutar una gran ofensiva en profundidad, capaz de destruir a los ejércitos satélites del Eje y cercar al poderoso VI Ejército de Friedrich Paulus.

Por último, una ofensiva de esa envergadura demandaba cientos de tanques y un masivo apoyo aéreo, que también se suponía imposible los soviéticos pudieran amasar. Pero aquí los alemanes también estaban errados. Además de los equipos facilitados por Estados Unidos y Gran Bretaña, la producción armamentística soviética no sólo se había recuperado, sino que ya superaba a la industria alemana. Mientras Alemania producía 500 tanques al mes, durante el segundo semestre de 1942,  la URSS sacaba 2.200 desde sus líneas de producción como promedio mensual. En cuanto a los aviones, la producción se acercó a un total de 16.000 aparatos en total para el segundo semestre de ese año. Hitler había sido advertido de la aún imponente capacidad industrial soviética, incluyendo una exposición de su antiguo jefe de estado mayor, el general Franz Halder, a quien despidió en una de sus rabietas. Para el “Führer” era simplemente herético pensar que los “sub-hombres” eslavos, gobernados por las “ratas judeo-bolcheviques” fueran capaces de recuperarse de los brutales golpes recibidos desde 1941 y de seguir aumentando su producción, aunque hubieran perdido gran parte de sus mejores zonas industriales y productoras de materias primas. Con la brutalidad típica de los regímenes totalitarios, después de trasladar o rehacer las zonas industriales en los Urales, el gobierno comunista militarizó las fábricas, obligando a trabajar poblaciones completas, incluyendo mujeres, niños y miles de trabajadores forzados, extraídos del superpoblado sistema penal soviéticos, con sus cientos de cárceles y campos de concentración, que nunca estaban faltos de nuevos inquilinos, gracias a la criminalización de todos los aspectos de la vida cotidiana y a la siempre presente posibilidad de ser encarcelado por atentar, de cualquier forma, “contra el Estado o el Partido”.

A pesar de las decenas de miles de prisioneros capturados por los alemanes y de otros tantos desertores que se pasaban a diario a las filas de “Wehrmacht”, la inteligencia militar alemana no fue capaz de detectar lo que se le venía encima. Los soviéticos levantaron cinco ejércitos de tanques en la retaguardia de Stalingrado, sin que los alemanes se dieran cuenta. Los rusos prestaron atención a la “maskirovka”, una expresión que puede tomarse por disimulo, engaño, camuflaje y seguridad. Por ejemplo, muchas órdenes se daban en persona, evitando el tráfico excesivo de radio o los papeles que podían caer en manos enemigas. La actividad en torno a Moscú se aceleró, para hacer creer a los alemanes que la gran ofensiva de invierno, si tenía lugar en alguna parte, debía ser cerca de la capital. En los sectores donde se llevaría a cabo la ofensiva, se dio la orden de construir líneas defensivas, para que las vieran los aviadores alemanes, mientras se preparaban puentes y botes, necesarios para atacar en una región fluvial, en el sector de Voronezh, que no estaba incluido en la ofensiva.

Sin embargo, los comandantes de las tropas en terreno, sabían que los rusos planeaban algo, aunque no sospecharan la magnitud. El general Petre Dumitrescu, jefe del 3er Ejército Rumano, había recomendado ocupar y fortificar el margen del río Don, pero se le habían negado las tropas necesarias, aduciendo que los recursos debían priorizarse para conquistar Stalingrado, cuya caída se consideraba inminente. La mayor parte de sus escasos cañones antitanque eran modelos de 37 milímetros, desechados por los alemanes, luego de darse cuenta que eran incapaces de penetrar el blindaje de los tanques soviéticos. Dumistrescu sabía que podía hacer poco si los soviéticos lanzaban un ataque en regla y lo advirtió al cuartel general del grupo de ejércitos el 29 de octubre.

El “Conducator”, mariscal Ion Antonescu, también representó su preocupación a Hitler en persona el 29 de octubre, pero este último estaba absorbido por los acontecimientos en Egipto, donde el “Panzerarmee Afrika”, del mariscal Erwin Rommel perdía la decisiva Batalla de El Alamein contra las fuerzas del 8º Ejército Británico, del general Bernard L. Montgomery. Para el 5 de noviembre, Rommel se retiraba con los maltrechos restos de su ejército germano-italiano. Y el 8 de noviembre, una gran flota anglo-estadounidense desembarcaba miles de soldados en Argelia y el Marruecos francés, dejando una potente fuerza a la retaguardia de Rommel y amenazando con crear una gran plataforma desde donde se podía invadir Italia. Para el 10 de noviembre, los Aliados habían logrado ganar para su causa al almirante François Darlan, uno de los hombres fuertes de la Francia de Vichy, que aceptó ordenar el cese de resistencia de todas las tropas coloniales francesas en África, que ahora pasarían a luchar contra los alemanes. Al día siguiente, 11 de noviembre, los alemanes e italianos ejecutaban la ocupación militar de la Francia de Vichy, el mismo día en que el general Paulus lanzaba el último de los grandes ataques destinados a terminar con la resistencia soviética en Stalingrado. Hitler tenía su mente puesta en los muchos frentes donde sus enemigos empezaban a contraatacar. Por el momento, a fines de octubre y mediados de noviembre de 1942, Stalingrado no parecía un frente peligroso. Pero eso estaba a punto de cambiar.

El 9 de noviembre, los termómetros marcaron -18º Celsius en Stalingrado. El 12 de noviembre, se produjo la primera gran nevazón. El “General Invierno” entraba en escena, nuevamente en una guerra rusa, como lo había hecho contra los suecos, contra los franceses y contra los mismos alemanes. En esos días, el general Wolfran von Richthofen, a cargo de las unidades de la “Luftwaffe”, anotaba en su diario la preocupación por las concentraciones de tropas enemigas que se veían desde el aire, así como el desánimo de pasar un nuevo invierno en Rusia, con el frío y la nieve, que ya empezaba a congelar alas y motores. El clima tampoco trataba bien a los soviéticos que, con las prisas, no habían provisto a todas sus unidades con uniformes de invierno. No obstante, casi todas las unidades del Ejército Rojo llegaron bien equipadas hasta sus zonas de concentración, listas para cumplir las órdenes que se les impartieran.

Abajo, infantería y tanques soviéticos avanzan por un camino, durante la Batalla de Stalingrado. Los vehículos corresponden al excelente T-34, un modelo que los alemanes tenían muchas dificultades para contrarrestar y que no hallaría un rival equivalente hasta que el “Tigre” y el “Pantera” alemanes fueran desplegados en número considerable, durante 1943. Por el momento, sólo las bombas de los “Stuka”, los cañones antiaéreos de 88 milímetros y los “Panzer IV-G”, modificados con piezas rápidas de 75 milímetros, si eran bien usados, podían detener a estos potentes blindados soviéticos.





domingo, 5 de noviembre de 2017

Hace 100 años - 5 de noviembre de 1917 - Primera Guerra Mundial - La Carga de Beersheba

Hace 100 años
5 de noviembre de 1917
Primera Guerra Mundial

La Carga de Beersheba

El 31 de octubre de 1917, las fuerzas del Imperio Británico inician la llamada Ofensiva del Sur de Palestina, con la Batalla de Beersheba. Antes de la batalla, los turcos estaban aferrados a una línea defensiva que partía en Gaza, en la costa del Mediterráneo, y terminaba en Beersheba, unos 46 kilómetros al sureste. Las tropas británicas y del Imperio estaban encuadradas en la denominada Fuerza Expedicionaria Egipcia, al mando del general Edmund Allenby. El plan de Allenby consistía en atacar Beersheba con infantería desde el este, mientras tropas montadas hacían lo propio desde el suroeste. Para dar más posibilidades de éxito al plan, los mandos británicos se empeñaron en hacer creer que el ataque principal se dirigirá hacia Gaza, donde ambos bandos mantenían la mayor parte de sus fuerzas y hacia donde los británicos habían dirigido dos ataques previos, sin éxito.

El Cuerpo Montado del Desierto, encargado de sorprender a los turcos desde el suroeste, estaba mandado por el general Harry Chauvel. Su mayor problema consistía en hallar agua para sus tropas y caballos en el área de Beersheba. El reconocimiento preliminar indicaba que las fuentes de agua más cercanas estaban en Esani, pero esta localidad estaba demasiado lejos, hacia el oeste de Beersheba, como para ser de utilidad en un ataque contra la línea otomana. Tras estudiar los registros del Fondo Palestino de Exploración e interrogar a la población árabe local, Chauvel supo que algunos poblados antiguos, al sur y suroeste de Beersheba, debían tener pozos. En uno de esos antiguos poblados, Asluj, fueron hallados los pozos y, tras algunos días de trabajo, fueron puestos de nuevo en condiciones de proveer agua potable, haciendo posible un rápido avance sobre Beersheba.

El mando británico implementó varios engaños, para hacer creer al mando otomano que el ataque sería contra Gaza, incluyendo mantener el grueso de la infantería ahí hasta el último momento. Las defensas de Beersheba estaban guarnecidas por 1.000 soldados turcos, apoyados por nueve ametralladoras y dos aviones. La posición se extendía a través de una serie de reductos y trincheras, pero al sur y al este, la fortificación era menos formidable. Los turcos confiaban en que la escasez de agua en las zonas circundantes disuadiría a sus enemigos de cualquier ataque. Además sabían que un ataque contra sus posiciones, avanzando de frente, por el terreno abierto que dominaban sus defensas, costaría muchas bajas a cualquier atacante. Esperaban que los británicos intentaran tomar Gaza nuevamente, de modo que, en general, no esperaban encontrarse con una fuerza tan importante, como la que se presentó ante ellos el 30 de octubre.

Las órdenes del general Chauvel, al dejar Asluj en la tarde del 30 de octubre, eran cerrar el camino Beersheba-Sakati, unos 10 kilómetros al noreste del pueblo, para evitar la llegada de refuerzos turcos y también para evitar la retirada de los defensores. Una vez que el camino fuera cerrado por la División Montada del “ANZAC”, del general Edward Chaytor, la División Montada Australiana, del general Henry Hodgson, se encargaría de tomar al asalto las posiciones de Beersheba. Allenby había insistido en la necesidad imperiosa de que Beersheba debía caer en el primer día de ataque. Durante la noche del 30 de octubre, alrededor de 40.000 soldados de la “Commonwealth” se movieron hacia Beersheba, incluyendo el Cuerpo Montado del Desierto, del general Chauvel, y la mayor parte del 20º Cuerpo del general Phillip Chetwode, en una marcha de 40 kilómetros, al amparo de la oscuridad. Los soldados sabían que, dejando Asluj atrás, la única forma de obtener agua era conquistar Beersheba.

En la madrugada del 31 de octubre, las tres divisiones de Chetwode atacaron las posiciones turcas desde el oeste y el sur, apoyadas por cien piezas de artillería. A las 13.00 hrs., muchas defensas habían caído, pero los pozos situados en el poblado de Beersheba seguían en manos de los turcos. La resistencia turca en Tel El Saba, tres kilómetros al este del pueblo, fue más dura de los esperado, y la posición no se rindió sino hasta las 15.00 hrs. Una vez tomada la posición de Tel El Saba, las brigadas de caballería ligera tuvieron libertad para atacar la posición desde el este. Con pocas horas de luz, se dieron las órdenes para el asalto final. Chauvel decidió colocar la 4ª Brigada de Caballería Ligera Australiana como fuerza de ataque contra las trincheras turcas, sabiendo que debía capturar el poblado antes del anochecer, para asegurar los pozos, indispensables para la fuerza mayor, que se acercaba rápidamente al mando del propio general Allenby. El general William Grant, comandante de la Brigada Ligera, dio aviso a sus hombres de que la única posibilidad de victoria era una carga de caballería clásica. A falta de sables o espadas, usaron sus bayonetas como arma de combate.

Para inicios del siglo XX, las cargas de caballería, sable o lanza en ristres, se habían vuelto poco comunes. Cargar contras las ametralladoras, fusiles y cañones de una posición fortificada, podía llegar a ser suicida. Las fuerzas de caballería eran utilizadas para exploración y proveer información a los comandantes. También eran usadas como pantalla y para entorpecer la tarea de la caballería enemiga, que intentaba cumplir las mismas misiones. Sin embargo, dado que el tiempo y el agua escaseaban, Grant ordenó una carga “clásica”. La carga fue un éxito. Algunos jinetes desmontaron al llegar a las trincheras enemigas y lucharon como infantería. Pero algunas unidades simplemente pasaron por arriba de las defensas turcas y llegaron hasta el poblado.

Al terminar el día, los turcos habían perdido la posición y casi todas sus tropas era bajas o estaban prisioneras.

Para el 1 de noviembre, las tropas británicas iniciaron su avance desde Beersheba hacia la zona montañosa de Judea, amenazando Hebrón y Belén, en lo que se conoce como Batalla de Tel el Khuweilfe. Al mismo tiempo, en la noche del 1 al 2 de noviembre, los británicos lanzaron la Tercera Batalla del Gaza, que acabaría comprometiendo toda la línea defensiva otomana. Por fin, los británicos habían roto el estancamiento en el frente del Sinaí. Iniciaban una ofensiva que los llevaría a conquistar Jerusalén antes de que acabara 1917.

Abajo, ambulancias de las tropas británicas esperan frente a la mezquita de Beersheba, luego de capturar el poblado.




17 de Septiembre de 1944. Hace 80 años. Operación Market Garden.

   El 6 de junio de 1944, los Aliados habían desembarcado con éxito en Normandía. En las semanas siguientes, a pesar de la feroz resistencia...