Hace 75 años
19 de noviembre de 1942
Segunda Guerra Mundial
El Eje bajo asedio
En todos los frentes, el último trimestre de 1942 es el momento en que la
situación estratégica se vuelve contra el Eje. En el Atlántico, donde se libra
la batalla más larga de la guerra, en septiembre de 1942, el “grossadmiral”
Karl Doenitz reconoce que no puede seguir luchando frente a la costa este
norteamericana. Los Aliados han empezado a reconocer la real amenaza de los
“U-Boote” y empiezan a organizar contramedidas apropiadas, que permiten reducir
las pérdidas de mercantes aliados y causan cada vez mayores pérdidas de
submarinos alemanes. Para fines de octubre, Doenitz concentra su fuerza de
submarinos en el centro del Atlántico, a una altura aproximada entre
Groenlandia e Islandia, donde los “Catalina” estadounidenses y los “Sunderland”
británicos no pueden llegar, para ayudar desde el aire a sus convoyes y
destructores.
La “Kriegsmarine” había sufrido mucho entre mayo de 1941 y febrero de
1942, debido al desciframiento de su código naval, por parte del equipo de
decodificadores de Bletchley Park, especialmente gracias al aporte del
matemático Alan Turing. Turing pudo descifrar una parte importante del código
naval alemán, transmitido mediante las famosas “máquinas Enigma” (no hubo
realmente una sola “Enigma”, sino una serie de modelos, producidos y mejorados
por distintos fabricantes). La capacidad de descifrar las comunicaciones
navales alemanas permitió a los almirantazgos aliados anticiparse a los
movimientos de los submarinos germanos, desviando a tiempo los trayectos de los
mercantes y concentrando a sus destructores en los lugares donde se esperaba
que pasaran los submarinos, para emboscarlos. Sin embargo, en febrero de 1942,
una nueva “Enigma”, con un nuevo código, empezó a ser usada por los alemanes,
dejando ciegos nuevamente a los Aliados. El aumento de la flota submarina
alemana, el ingreso de Estados Unidos en la guerra y la intensificación general
de la guerra hicieron posible lo que se conoció como “Segundo Tiempo Feliz” de
los submarinos alemanes. En general, 1942 fue el peor año para el tráfico
mercante aliado en el Atlántico Norte.
Pero el 30 de octubre de 1942, el submarino alemán “U-559” fue dañado y
forzado a emerger frente a Port Said. La tripulación capturada no alcanzó a
hundir la nave, ni a destruir las máquinas descifradoras, que fueron capturadas
por tripulantes del destructor “HMS Petard”, junto con los libros de claves.
Con este material en su poder, los científicos de Bletchley Park fueron capaces
nuevamente de descifrar las comunicaciones de los submarinos alemanes, que
empezaron a sufrir graves pérdidas a partir de noviembre de 1942.
En África del Norte, se va cerrando un gran cerco sobre las fuerzas del
Eje. El mariscal Erwin Rommel, con los restos de su “Panzerarmee Afrika”, ha
estado retirándose sin pausa desde el 6 de noviembre, tras ser derrotado en la
Segunda Batalla de El Alamein, por las formaciones de la “Commonwealth”, al
mando del general Bernard Law Montgomery. Al producirse los desembarcos
anglo-estadounidenses (“Operación Antorcha”) en Marruecos y Argelia, el 8 de
noviembre, Rommel intentaba establecer una línea defensiva en Mersa Matruh, 180
kilómetros al oeste de El Alamein. Pero al saber que una gran fuerza de 20.000
hombres estaba llegando a Argelia y que empezaba a moverse hacia Túnez, Rommel
ordenó retirarse hacia El Agheila, lo que significaba abandonar la mayor parte
de la Cirenaica, casi sin lucha, al avance británico. El 9 de noviembre, los
ítalo-alemanes dejaron Sidi Barrani y, el día 11, abandonaron el Paso de
Halfaya, la última posición que mantuvieron dentro de Egipto.
Montgomery pisaba los talones de Rommel e intentó rodear a la guarnición
de Tobruk, pero ésta logró escapar antes y dirigirse por la “Via Balbia” hacia
Tripolitania, con el resto de las fuerzas del Eje. Rommel, sin embargo, debió
abandonar más de 9.000 toneladas de suministro en el puerto, que tanto le había
costado conquistar y que ahora era ocupado por “Monty” el 13 de noviembre. El
15, el 8º Ejército Británico llegaba a Derna y ocupaba el aeródromo de Martuba,
que fue puesto de inmediato a disposición de los aparatos de la “RAF”. Desde
Martuba, los bombarderos británicos podían dar apoyo aéreo estrecho a sus
tropas que avanzaban y además eran capaces de operar en apoyo de los convoyes
de Malta; de hecho, así lo hicieron el 18 de noviembre. De este modo, quedaba
ligada la suerte de la larga campaña de África del Norte y de la campaña por el
control del Mediterráneo, que se empezaba a sellar con la victoria de Gran
Bretaña y de las naciones de su Imperio, sobre alemanes e italianos.
Desde Argelia y Marruecos, avanzaba otra poderosa fuerza aliada,
desembarcada el 8 de noviembre. Luego de que cesara la resistencia de las
fuerzas de Vichy, el 10 de noviembre, al alto mando aliado ordenó al 1er
Ejército Británico, del general Kenneth Anderson, moverse hacia Túnez, pero no
alcanzó a reunir suficientes tropas para decidir rápidamente la situación. Los
alemanes, en cambio, reaccionaron más rápido, aprovechando la indecisión del
almirante francés Jean Pierre Esteva, gobernador de Túnez, que no terminaba de
saber si debía luchar contra los alemanes o contra los Aliados, que invadían
simultáneamente el territorio a su cargo. Durante los días 9 y 10 de noviembre,
más de 140 aviones alemanes llevaron tropas y suministros hasta Túnez. Dos días
después, a los transportes aéreos se sumaron numerosos buques de transporte,
que consiguieron traer desde Europa 15.000 hombres, 176 tanques, 131 piezas de
artillería, 1.152 vehículos y 13.000 toneladas de suministros. Hacia fines de
noviembre, el Eje había llevado hasta Túnez a la 10ª División Panzer y cuatro
divisiones de infantería (dos alemanas y dos italianas), al mando del general
Walther Nehring, que llegó hasta su nuevo comando el 17 de noviembre. En
respuesta a la llegada masiva de tropas del Eje, el general Georges Barré, al
mando de las tropas francesas de Túnez decidió alinearse con los Aliados y
estableció una línea defensiva en las montañas al oeste del país.
Para el 17 de noviembre, los Aliados habían llegado hasta Gafsa, ya en
territorio tunecino. El 19 de noviembre, el general Nehring solicitó libre paso
para sus tropas, a través del territorio ocupado por el general Barré,
solicitud que fue denegada. Los alemanes atacaron las posiciones francesas dos
veces, que pudieron repeler los primeros ataques, pero carentes de artillería y
blindados, tuvieron que retirarse. A pesar de que algunas fuerzas se decantaron
por los británicos y estadounidenses recién llegados, la situación de las
tropas francesas en el área, nominalmente obedientes a Vichy, sería incierta
por algunos días.
En Stalingrado, el general Friedrich Paulus había intentado un último
ataque entre el 11 y el 14 de noviembre. Al acabar su ofensiva, los alemanes
controlaban un 90 por ciento de la ciudad. Los soviéticos del 62º Ejército del
general Vasili Chuikov estaban acorralados en estrechas franjas, de espaldas al
río, con sus embarcaderos, vitales para recibir refuerzos, bajo constante fuego
alemán… pero la ciudad no caía. Para el 15 de noviembre, el ataque había
perdido ímpetu y los mandos alemanes estaban resignados a pasar el invierno de
1942-1943 entre las ruinas de Stalingrado. Los primeros nevazones y las
temperaturas bajo cero llegaron al mismo tiempo que el 6º Ejército Alemán
intentaba acabar con la batalla, en el último y supremo esfuerzo por decidir la
lucha en el Frente Oriental.
Mientras Paulus intentaba acabar con la fuerza de Chuikov en la castigada
ciudad del Volga, el general Gueorgui Zhukov ultimaba los detalles para lanzar
una masiva ofensiva sobre los flancos de Paulus, mal protegidos por fuerzas
húngaras, rumanas e italianas, carentes del armamento necesario para lidiar
contra los potentes tanques soviéticos. A las 7.20 hrs. del 19 de julio de
1942, los Frentes Sudoccidental y del Don recibieron la palabra clave “sirena”,
que indicaba el inicio de la “Operación Urano”. Miles de cañones y baterías de
cohetes abrieron fuego contra las posiciones del Eje en un frente de 300
kilómetros. Tras una hora y media de preparación artillera, el 1er Ejército de
Guardias Soviético caía sobre el 8º Ejército Italiano, mientras el 5º Ejército
de Tanques hacía lo propio contra el 3er Ejército Rumano. Los rumanos e
italianos resistieron con valor, dentro de sus posibilidades, pero carecían de
armas antitanque en cantidad y calidad necesarias para repeler a los poderosos
“T-34”, que aplastaban las posiciones defensivas con sus anchas orugas. Para la
tarde del primer día de ofensiva, los rusos habían destrozado el 4º Cuerpo
Rumano y abierto grandes brechas en las líneas encargadas de proteger el flanco
alemán al norte de Stalingrado.
Paulus no fue informado de la magnitud del ataque enemigo, sino hasta
casi las 10.00 de la mañana e incluso entonces, aunque sabía que era una
amenaza seria, prefirió mantener la mayoría de sus formaciones panzer luchando
en la ciudad, en vez de enviarlas rápidamente a proteger el flanco norte, que
se derrumbaba. Los alemanes todavía creían que la caída de la ciudad era
inminente. Alrededor de las 15.30 hrs., se empezaba a hacer de noche. Poco
después, el ala norte de la ofensiva soviética se encontró con las fuerzas del
48º Cuerpo Blindado Alemán, que había sido enviado a reforzar a los rumanos. En
teoría, un cuerpo de tanques alemán era capaz de lidiar con varios ejércitos
soviéticos, pero la situación era ahora muy diferente. El 48º Cuerpo era una
unidad de reserva, con tanques anticuados, que se desplazaban malamente por la
nieve y el hielo, escasa de combustible y con gran parte de sus tanques dañados
o faltos de repuestos. Los experimentados tripulantes de las “Panzerdivisionen”
no tenían manera de explotar su proverbial habilidad táctica y capacidad de
coordinación, que los había llevado a destruir tantos enemigos dotados de más y
mejores tanques, desde 1939. Y el mal tiempo impedía a la “Luftwaffe” apoyarlos
con sus “Stuka”, “Dornier” y “Heinkel”, que debieron permanecer en sus pistas,
impedidos de despegar.
El ala sur de la ofensiva soviética, al mando del general Andrei
Yeremenko, demoró el inicio del ataque, pues el clima era aun peor en su zona
de responsabilidad, de lo que había sido en el norte. La artillería y cohetería
soviética abrió fuego recién a eso de las 10.00 y la infantería y los tanques
no se pusieron en marcha sino hasta alrededor de las 11.00, encuadrados en los
Ejércitos Soviéticos 57º, 64º y 51º. El primer contacto en el sur también fue
con rumanos. Un cierto mayor alemán, Bruno Gebele, cuyo regimiento era vecino
de un batallón rumano, conocía bien a su comandante, un cierto coronel Gross,
veterano del “Real e Imperial Ejército Austrohúngaro” y que por eso hablaba
bien el alemán. El pobre Gross contaba apenas con una pieza antitanque de 37
milímetros para todo su sector, que debía ser movida con caballos y que no
tenía ninguna posibilidad contra los tanques soviéticos, si es que llegaban a
dispararla. A pesar de su inferioridad en armamentos, los rumanos lucharon bien
y sus posiciones tuvieron que ser literalmente aplastadas por los tanques rusos
que avanzaban sobre ellos.
La única reserva alemana en el sur era la 29ª División de Infantería
Motorizada, del general Hans-Georg Leyser. Leyser causó fuertes bajas a los
soviéticos cuando contraatacó, pero su superior, el general Hermann Hoth, a
cargo del 4º Ejército Panzer, recibió la orden de retirarlo de la lucha y
desplegarlo más cerca de Stalingrado, para proteger el flanco del 6º Ejército
de Paulus. El 6º Cuerpo Rumano había sido prácticamente volatilizado por los
tanques rusos y sólo quedaba un regimiento de caballería rumano en reserva,
pero los alemanes aún fallaban en darse cuenta de la gravedad de la amenaza. El
éxito inicial de Leyser sugiere que una fuerte reserva móvil en retaguardia
pudo haber sido usada para lidiar con el ala sur de la ofensiva, para ser luego
enviada contra el ala norte, que era la más peligrosa. Pero eso habría
significado que el mando del 6º Ejército Alemán tuviera una apreciación clara
de la situación general del frente, algo de lo que carecía por completo, no
sólo Paulus, sino toda la cadena de mando de la “Wehrmacht”, que no sospechaba
que el Ejército Rojo tuviera reservas para atacar con seis ejércitos frescos
desde la retaguardia y, sobre todo, que sus generales fueran capaces de
coordinar algo parecido a una ofensiva bien coordinada.
En Guadalcanal, al otro lado del mundo, los japoneses se han dado cuenta
de que los estadounidenses tienen mucho más tropas en la isla de lo que
esperaban encontrar. Y también han llegado a la convicción de que sólo
destruyendo “Henderson Field”, el aeródromo que ellos mismos quisieron
construir en primer lugar, podían retomar el control del aire en torno a las
Islas Salomón. El 11 de noviembre de 1942, los japoneses reunieron una gran
fuerza de naves de transporte, cargados con suficientes suministros para un mes
de lucha. Para proteger sus transportes, desplegaron una poderosa flota de
combate, centrada en torno a los acorazados “Hiei” y “Kirishima”, cuyo
propósito esencial era bombardear “Henderson Field” hasta dejarlo fuera de
operaciones. Alrededor de la 1.00 de la madrugada del 13 de noviembre, la
fuerza japonesa de bombardeo entró en el “Estrecho del Fondo de Hierro”, como
llamaban los estadounidenses al espacio entre Guadalcanal y la isla de Savo,
por la gran cantidad de barcos hundidos ahí en el curso de la campaña.
Navegando de noche, la formación japonesa perdió cohesión y se aproximó
sin saberlo a una flota de cruceros estadounidenses, al mando del almirante
Daniel Callaghan, secundado por el almirante Norman Scott. La “US Navy” contaba
con la ventaja del radar, mientras que los japoneses habían demostrado ser
expertos en las maniobras nocturnas. Callaghan, demasiado confiado en los
radares de su buque insignia, el crucero pesado “USS San Francisco”, decidió
entablar batalla contra la fuerza japonesa alrededor de las 1.50 de la
madrugada, sin saber, entre otras cosas, que dos grandes acorazados formaban
parte de la flota enemiga. Al querer “cruzar la T” de la línea enemiga de
batalla, Callaghan causó una brutal y confusa batalla nocturna a corta
distancia, que no fue un desastre total para los norteamericanos, sólo porque
los japoneses llevaban munición explosiva en sus cañones, para destruir el
aeródromo de la isla, en vez de munición perforante, capaz de perforar con más
facilidad el blindaje de los cruceros. La peor parte se la llevaron los
estadounidenses, que perdieron más buques que los japoneses y lamentaron muchas
bajas, entre ellas, sus dos almirantes. Sin embargo, la intrépida, aunque
imprudente acción de Callaghan bastó para evitar la destrucción del importante
aeródromo de Henderson y dejó al “Hiei” lo bastante dañado, como para tener que
ser hundido por sus propios tripulantes al día siguiente. Era la primera vez
que la Marina Imperial Japonesa perdía un acorazado en batalla.
Ninguno de los dos bandos había sido capaz, sin embargo, de asegurar
plenamente el suministro de sus propias tropas que luchaban en Guadalcanal, o
negar esa misma posibilidad al enemigo. El escenario quedaba listo, pues, para
otra gran batalla naval, dos noches después.
La “US Navy” se había quedado sin un solo crucero operativo en las
Salomón. El alto mando estadounidense sabía que una segunda fuerza naval
japonesa se acercaba, cargada con suministros y refuerzos. El Comandante en
Jefe del Teatro de Operaciones del Pacífico Sur, almirante William Halsey,
decidió correr el riesgo de usar los dos acorazados encargados de proteger al
portaaviones “USS Enterprise”, para evitar que los japoneses llevaran su
precioso cargamento hasta el campo de batalla de Guadalcanal. El “Enterprise”,
que era el último portaaviones aliado en el sur del Pacífico, se mantendría al
margen, para no arriesgarlo innecesariamente, de modo que la siguiente batalla
naval sería de tipo clásico, con cruceros y acorazados enfrentándose con sus
grandes cañones.
Al mando del almirante Willis Lee, los acorazados “USS Washington” y “USS
South Dakota” llegaron el 14 de noviembre de 1942 hasta el “Ironbottom Sound”,
frente a “Canal”, escoltados por una escuálida pantalla de cuatro destructores.
Desde el norte, los japoneses enviaron otra fuerza a bombardear “Henderson
Field”. El núcleo de la flota nipona estaba formado por el acorazado
“Kirishima” y dos cruceros pesados, “Atago” y “Takao”, escoltados por dos
cruceros ligeros y ocho destructores. El “South Dakota” sufrió muchos problemas
eléctricos, que redujeron mucho su efectividad en combate. Con pérdidas
constantes de potencia, el “South Dakota” acabó bajo el fuego directo del
“Kirishima”, al que se sumó prácticamente cada cañón de la flota japonesa. La
superestructura del buque fue despedazada, pero su casco no sufrió daños de
consideración, de modo que se mantuvo a flote. Mientras tanto, el “Washington”
se aproximó a la fuerza japonesa sin ser detectado y abrió fuego sobre el “Kirishima”
desde una distancia de 7.500 metros. Entre las 00.05 y las 00.12 hrs. del 15 de
noviembre, una avalancha de fuego se dejó caer sobre el acorazado japonés, que
quedó convertido en una humeante ruina. Después de hundir el destructor
“Ayanami”, Lee decidió retirar al “Washington”, ante el riesgo de perder su
único acorazado operativo por el nutrido ataque de torpedos que podía recibir
desde los destructores y cruceros japoneses restantes.
Tras las dos batallas navales de Guadalcanal, las posibilidades japonesas
de reforzar sus tropas en el área quedaron drásticamente reducidas. En tres
días, habían perdido dos acorazados, un crucero pesado, tres destructores y
once transportes, además de 5.000 soldados de infantería que murieron ahogados
y cientos de bajas entre el personal naval. Los estadounidenses también
sufrieron graves bajas y sus fuerzas navales también estaban llegando a sus
últimas reservas, pero controlaban los aires, gracias a la posesión de
“Henderson Field” y Estados Unidos podía reemplazar sus pérdidas, por graves
que fueran, algo que Japón no tenía esperanzas de conseguir. Los japoneses seguirían
intentando mantener la iniciativa, pero no pasaría mucho tiempo, antes de que
decidieran abandonar la isla y evacuar sus tropas.
Abajo, el “USS Washington” abre fuego con sus armas principales de 406
milímetros sobre el acorazado japonés “Kirishima”, durante la Segunda Batalla
Naval de Guadalcanal, en la noche del 14 al 15 de noviembre de 1942.