Hace 75 años
12 de noviembre de 1942
Segunda Guerra Mundial
“Maskirovka”
Hace tres meses justos, se produjo una de las reuniones más importantes
en la relativamente corta historia de la Unión de Repúblicas Socialistas
Soviéticas. Ese día, Iósif Stalin, Presidente del Consejo de Ministros y
Secretario General del Partido Comunista de la URSS, dueño de la vida y la
muerte de decenas de millones de ciudadanos soviéticos, recibía en su despacho
a dos generales. Hubo dos cambios significativos: el primero, recién colgados
en la pared, lucían los retratos de Alexander Suvorov, el gran estratega ruso
del siglo XVIII, y de Mijail Kutuzov, el escurridizo comandante que obligó a
Napoleón a penetrar en Rusia, intentando darle caza, hasta que el “General
Invierno” disolvió la “Grande Armée” cuando intentaba, a su vez, huir de los
cosacos de Kutuzov. Stalin era tan cruel, tiránico y despiadado como Hitler,
pero resultó ser mucho más práctico. No le molestó en absoluto rescatar los
símbolos nacionales de la vieja y tradicional Rusia, e incluso dio un respiro a
la Iglesia Ortodoxa, para insuflar nuevos ánimos al golpeado pueblo ruso, que
enfrentaba una posibilidad cierta de ser aniquilado por los nazis o de pasar a
convertirse en los siervos de la “raza superior”, cuando se instaurara
definitivamente el “Nuevo Orden”. Los retratos de Kutuzov y Suvorov eran una
herejía ideológica anti-marxista, por donde se la mirara, pero Stalin no tenía
inconvenientes en superar las cuestiones ideológicas, cuando se trataba de
obtener una victoria. Algo que Hitler, que se fue haciendo más torpe y más
cruel, a medida que pasaba el tiempo, nunca estuvo dispuesto a hacer.
La segunda diferencia que tendría esta reunión con las anteriores, estuvo
en que Stalin, junto con sus generales, planificaría una victoria aplastante
para el Ejército Rojo, dejando atrás un año y medio de humillaciones o, en el
mejor de los casos, victorias desesperadas, como la obtenida en Moscú durante
el invierno pasado. Ese 12 de septiembre de 1942, acompañaban a Stalin el
general Gueorgui Zhúkov, Comandante en Jefe Delegado para Stalingrado, y el
Jefe del Estado Mayor, general Alexander Vasilevsky. Tras una breve
conversación, Stalin exigió que ambos generales se retiraran a las dependencias
del estado mayor y regresaran con una propuesta de lo que se debía hacer para convertir
en victoria decisiva la situación crítica del frente de Stalingrado y del
Cáucaso. A la noche siguiente, Zhúkov y Vasilevsky volvieron y presentaron a
Stalin un ambicioso plan, que demandaba mantener los medios mínimos para
mantener control del margen occidental del río Volga, obligando al VI Ejército
Alemán a luchar una prolongada batalla de desgaste, casa por casa, para
intentar conquistar la ciudad, defendida por el 62º Ejército, del general
Vasily Chuikov. Mientras Chuikov se aferraba a las orillas del Volga, la “Stavka”,
el Cuartel General del Ejército Rojo, reuniría sus ingentes reservas en
secreto, lejos del Volga, para crear varios ejércitos nuevos, armados hasta los
dientes, encargados de rodear y destruir al VI Ejército. Zhúkov lanzaría
masivos ataques por los flancos del VI Ejército Alemán, desbordando la
resistencia de los ejércitos rumanos, húngaros e italianos, que tenían la
misión de proteger esos flancos y que los soviéticos, con razón, estimaban
mucho más débiles que las fuerzas alemanas. El resultado de la planificación
sería llamada “Operación Urano” y significaría la segunda derrota decisiva de
la “Wehrmacht”, a nivel estratégico general, después de la ruinosa retirada
desde El Alamein, en el norte de África, entre fines de octubre y comienzos de
noviembre.
En Berlín, los altos mandos y los líderes políticos de Alemania
consideraban imposible que la Unión Soviética tuviera reservas suficientes para
levantar media docena de nuevos ejércitos, listos para una gran batalla de
envolvimiento. Además, hasta el momento, todos los contraataques soviéticos
contra el flanco de las fuerzas del Eje en el Volga habían sido ridículamente
infructuosos. Los alemanes estaban convencidos de que los rusos eran incapaces
de planificar y mucho menos ejecutar una gran ofensiva en profundidad, capaz de
destruir a los ejércitos satélites del Eje y cercar al poderoso VI Ejército de
Friedrich Paulus.
Por último, una ofensiva de esa envergadura demandaba cientos de tanques
y un masivo apoyo aéreo, que también se suponía imposible los soviéticos
pudieran amasar. Pero aquí los alemanes también estaban errados. Además de los
equipos facilitados por Estados Unidos y Gran Bretaña, la producción
armamentística soviética no sólo se había recuperado, sino que ya superaba a la
industria alemana. Mientras Alemania producía 500 tanques al mes, durante el
segundo semestre de 1942, la URSS sacaba
2.200 desde sus líneas de producción como promedio mensual. En cuanto a los
aviones, la producción se acercó a un total de 16.000 aparatos en total para el
segundo semestre de ese año. Hitler había sido advertido de la aún imponente
capacidad industrial soviética, incluyendo una exposición de su antiguo jefe de
estado mayor, el general Franz Halder, a quien despidió en una de sus rabietas.
Para el “Führer” era simplemente herético pensar que los “sub-hombres” eslavos,
gobernados por las “ratas judeo-bolcheviques” fueran capaces de recuperarse de
los brutales golpes recibidos desde 1941 y de seguir aumentando su producción,
aunque hubieran perdido gran parte de sus mejores zonas industriales y
productoras de materias primas. Con la brutalidad típica de los regímenes
totalitarios, después de trasladar o rehacer las zonas industriales en los
Urales, el gobierno comunista militarizó las fábricas, obligando a trabajar
poblaciones completas, incluyendo mujeres, niños y miles de trabajadores
forzados, extraídos del superpoblado sistema penal soviéticos, con sus cientos
de cárceles y campos de concentración, que nunca estaban faltos de nuevos
inquilinos, gracias a la criminalización de todos los aspectos de la vida
cotidiana y a la siempre presente posibilidad de ser encarcelado por atentar,
de cualquier forma, “contra el Estado o el Partido”.
A pesar de las decenas de miles de prisioneros capturados por los alemanes
y de otros tantos desertores que se pasaban a diario a las filas de
“Wehrmacht”, la inteligencia militar alemana no fue capaz de detectar lo que se
le venía encima. Los soviéticos levantaron cinco ejércitos de tanques en la
retaguardia de Stalingrado, sin que los alemanes se dieran cuenta. Los rusos
prestaron atención a la “maskirovka”, una expresión que puede tomarse por
disimulo, engaño, camuflaje y seguridad. Por ejemplo, muchas órdenes se daban
en persona, evitando el tráfico excesivo de radio o los papeles que podían caer
en manos enemigas. La actividad en torno a Moscú se aceleró, para hacer creer a
los alemanes que la gran ofensiva de invierno, si tenía lugar en alguna parte,
debía ser cerca de la capital. En los sectores donde se llevaría a cabo la
ofensiva, se dio la orden de construir líneas defensivas, para que las vieran
los aviadores alemanes, mientras se preparaban puentes y botes, necesarios para
atacar en una región fluvial, en el sector de Voronezh, que no estaba incluido
en la ofensiva.
Sin embargo, los comandantes de las tropas en terreno, sabían que los
rusos planeaban algo, aunque no sospecharan la magnitud. El general Petre
Dumitrescu, jefe del 3er Ejército Rumano, había recomendado ocupar y fortificar
el margen del río Don, pero se le habían negado las tropas necesarias,
aduciendo que los recursos debían priorizarse para conquistar Stalingrado, cuya
caída se consideraba inminente. La mayor parte de sus escasos cañones
antitanque eran modelos de 37 milímetros, desechados por los alemanes, luego de
darse cuenta que eran incapaces de penetrar el blindaje de los tanques
soviéticos. Dumistrescu sabía que podía hacer poco si los soviéticos lanzaban
un ataque en regla y lo advirtió al cuartel general del grupo de ejércitos el
29 de octubre.
El “Conducator”, mariscal Ion Antonescu, también representó su
preocupación a Hitler en persona el 29 de octubre, pero este último estaba
absorbido por los acontecimientos en Egipto, donde el “Panzerarmee Afrika”, del
mariscal Erwin Rommel perdía la decisiva Batalla de El Alamein contra las
fuerzas del 8º Ejército Británico, del general Bernard L. Montgomery. Para el 5
de noviembre, Rommel se retiraba con los maltrechos restos de su ejército
germano-italiano. Y el 8 de noviembre, una gran flota anglo-estadounidense
desembarcaba miles de soldados en Argelia y el Marruecos francés, dejando una
potente fuerza a la retaguardia de Rommel y amenazando con crear una gran
plataforma desde donde se podía invadir Italia. Para el 10 de noviembre, los
Aliados habían logrado ganar para su causa al almirante François Darlan, uno de
los hombres fuertes de la Francia de Vichy, que aceptó ordenar el cese de
resistencia de todas las tropas coloniales francesas en África, que ahora
pasarían a luchar contra los alemanes. Al día siguiente, 11 de noviembre, los
alemanes e italianos ejecutaban la ocupación militar de la Francia de Vichy, el
mismo día en que el general Paulus lanzaba el último de los grandes ataques
destinados a terminar con la resistencia soviética en Stalingrado. Hitler tenía
su mente puesta en los muchos frentes donde sus enemigos empezaban a
contraatacar. Por el momento, a fines de octubre y mediados de noviembre de
1942, Stalingrado no parecía un frente peligroso. Pero eso estaba a punto de
cambiar.
El 9 de noviembre, los termómetros marcaron -18º Celsius en Stalingrado. El
12 de noviembre, se produjo la primera gran nevazón. El “General Invierno”
entraba en escena, nuevamente en una guerra rusa, como lo había hecho contra
los suecos, contra los franceses y contra los mismos alemanes. En esos días, el
general Wolfran von Richthofen, a cargo de las unidades de la “Luftwaffe”,
anotaba en su diario la preocupación por las concentraciones de tropas enemigas
que se veían desde el aire, así como el desánimo de pasar un nuevo invierno en
Rusia, con el frío y la nieve, que ya empezaba a congelar alas y motores. El
clima tampoco trataba bien a los soviéticos que, con las prisas, no habían
provisto a todas sus unidades con uniformes de invierno. No obstante, casi todas
las unidades del Ejército Rojo llegaron bien equipadas hasta sus zonas de
concentración, listas para cumplir las órdenes que se les impartieran.
Abajo, infantería y tanques soviéticos avanzan por un camino, durante la
Batalla de Stalingrado. Los vehículos corresponden al excelente T-34, un modelo
que los alemanes tenían muchas dificultades para contrarrestar y que no
hallaría un rival equivalente hasta que el “Tigre” y el “Pantera” alemanes
fueran desplegados en número considerable, durante 1943. Por el momento, sólo
las bombas de los “Stuka”, los cañones antiaéreos de 88 milímetros y los
“Panzer IV-G”, modificados con piezas rápidas de 75 milímetros, si eran bien
usados, podían detener a estos potentes blindados soviéticos.
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