miércoles, 15 de noviembre de 2017

Hace 75 años - 12 de noviembre de 1942 - Segunda Guerra Mundial - “Maskirovka”

Hace 75 años
12 de noviembre de 1942
Segunda Guerra Mundial

“Maskirovka”

Hace tres meses justos, se produjo una de las reuniones más importantes en la relativamente corta historia de la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas. Ese día, Iósif Stalin, Presidente del Consejo de Ministros y Secretario General del Partido Comunista de la URSS, dueño de la vida y la muerte de decenas de millones de ciudadanos soviéticos, recibía en su despacho a dos generales. Hubo dos cambios significativos: el primero, recién colgados en la pared, lucían los retratos de Alexander Suvorov, el gran estratega ruso del siglo XVIII, y de Mijail Kutuzov, el escurridizo comandante que obligó a Napoleón a penetrar en Rusia, intentando darle caza, hasta que el “General Invierno” disolvió la “Grande Armée” cuando intentaba, a su vez, huir de los cosacos de Kutuzov. Stalin era tan cruel, tiránico y despiadado como Hitler, pero resultó ser mucho más práctico. No le molestó en absoluto rescatar los símbolos nacionales de la vieja y tradicional Rusia, e incluso dio un respiro a la Iglesia Ortodoxa, para insuflar nuevos ánimos al golpeado pueblo ruso, que enfrentaba una posibilidad cierta de ser aniquilado por los nazis o de pasar a convertirse en los siervos de la “raza superior”, cuando se instaurara definitivamente el “Nuevo Orden”. Los retratos de Kutuzov y Suvorov eran una herejía ideológica anti-marxista, por donde se la mirara, pero Stalin no tenía inconvenientes en superar las cuestiones ideológicas, cuando se trataba de obtener una victoria. Algo que Hitler, que se fue haciendo más torpe y más cruel, a medida que pasaba el tiempo, nunca estuvo dispuesto a hacer.

La segunda diferencia que tendría esta reunión con las anteriores, estuvo en que Stalin, junto con sus generales, planificaría una victoria aplastante para el Ejército Rojo, dejando atrás un año y medio de humillaciones o, en el mejor de los casos, victorias desesperadas, como la obtenida en Moscú durante el invierno pasado. Ese 12 de septiembre de 1942, acompañaban a Stalin el general Gueorgui Zhúkov, Comandante en Jefe Delegado para Stalingrado, y el Jefe del Estado Mayor, general Alexander Vasilevsky. Tras una breve conversación, Stalin exigió que ambos generales se retiraran a las dependencias del estado mayor y regresaran con una propuesta de lo que se debía hacer para convertir en victoria decisiva la situación crítica del frente de Stalingrado y del Cáucaso. A la noche siguiente, Zhúkov y Vasilevsky volvieron y presentaron a Stalin un ambicioso plan, que demandaba mantener los medios mínimos para mantener control del margen occidental del río Volga, obligando al VI Ejército Alemán a luchar una prolongada batalla de desgaste, casa por casa, para intentar conquistar la ciudad, defendida por el 62º Ejército, del general Vasily Chuikov. Mientras Chuikov se aferraba a las orillas del Volga, la “Stavka”, el Cuartel General del Ejército Rojo, reuniría sus ingentes reservas en secreto, lejos del Volga, para crear varios ejércitos nuevos, armados hasta los dientes, encargados de rodear y destruir al VI Ejército. Zhúkov lanzaría masivos ataques por los flancos del VI Ejército Alemán, desbordando la resistencia de los ejércitos rumanos, húngaros e italianos, que tenían la misión de proteger esos flancos y que los soviéticos, con razón, estimaban mucho más débiles que las fuerzas alemanas. El resultado de la planificación sería llamada “Operación Urano” y significaría la segunda derrota decisiva de la “Wehrmacht”, a nivel estratégico general, después de la ruinosa retirada desde El Alamein, en el norte de África, entre fines de octubre y comienzos de noviembre.

En Berlín, los altos mandos y los líderes políticos de Alemania consideraban imposible que la Unión Soviética tuviera reservas suficientes para levantar media docena de nuevos ejércitos, listos para una gran batalla de envolvimiento. Además, hasta el momento, todos los contraataques soviéticos contra el flanco de las fuerzas del Eje en el Volga habían sido ridículamente infructuosos. Los alemanes estaban convencidos de que los rusos eran incapaces de planificar y mucho menos ejecutar una gran ofensiva en profundidad, capaz de destruir a los ejércitos satélites del Eje y cercar al poderoso VI Ejército de Friedrich Paulus.

Por último, una ofensiva de esa envergadura demandaba cientos de tanques y un masivo apoyo aéreo, que también se suponía imposible los soviéticos pudieran amasar. Pero aquí los alemanes también estaban errados. Además de los equipos facilitados por Estados Unidos y Gran Bretaña, la producción armamentística soviética no sólo se había recuperado, sino que ya superaba a la industria alemana. Mientras Alemania producía 500 tanques al mes, durante el segundo semestre de 1942,  la URSS sacaba 2.200 desde sus líneas de producción como promedio mensual. En cuanto a los aviones, la producción se acercó a un total de 16.000 aparatos en total para el segundo semestre de ese año. Hitler había sido advertido de la aún imponente capacidad industrial soviética, incluyendo una exposición de su antiguo jefe de estado mayor, el general Franz Halder, a quien despidió en una de sus rabietas. Para el “Führer” era simplemente herético pensar que los “sub-hombres” eslavos, gobernados por las “ratas judeo-bolcheviques” fueran capaces de recuperarse de los brutales golpes recibidos desde 1941 y de seguir aumentando su producción, aunque hubieran perdido gran parte de sus mejores zonas industriales y productoras de materias primas. Con la brutalidad típica de los regímenes totalitarios, después de trasladar o rehacer las zonas industriales en los Urales, el gobierno comunista militarizó las fábricas, obligando a trabajar poblaciones completas, incluyendo mujeres, niños y miles de trabajadores forzados, extraídos del superpoblado sistema penal soviéticos, con sus cientos de cárceles y campos de concentración, que nunca estaban faltos de nuevos inquilinos, gracias a la criminalización de todos los aspectos de la vida cotidiana y a la siempre presente posibilidad de ser encarcelado por atentar, de cualquier forma, “contra el Estado o el Partido”.

A pesar de las decenas de miles de prisioneros capturados por los alemanes y de otros tantos desertores que se pasaban a diario a las filas de “Wehrmacht”, la inteligencia militar alemana no fue capaz de detectar lo que se le venía encima. Los soviéticos levantaron cinco ejércitos de tanques en la retaguardia de Stalingrado, sin que los alemanes se dieran cuenta. Los rusos prestaron atención a la “maskirovka”, una expresión que puede tomarse por disimulo, engaño, camuflaje y seguridad. Por ejemplo, muchas órdenes se daban en persona, evitando el tráfico excesivo de radio o los papeles que podían caer en manos enemigas. La actividad en torno a Moscú se aceleró, para hacer creer a los alemanes que la gran ofensiva de invierno, si tenía lugar en alguna parte, debía ser cerca de la capital. En los sectores donde se llevaría a cabo la ofensiva, se dio la orden de construir líneas defensivas, para que las vieran los aviadores alemanes, mientras se preparaban puentes y botes, necesarios para atacar en una región fluvial, en el sector de Voronezh, que no estaba incluido en la ofensiva.

Sin embargo, los comandantes de las tropas en terreno, sabían que los rusos planeaban algo, aunque no sospecharan la magnitud. El general Petre Dumitrescu, jefe del 3er Ejército Rumano, había recomendado ocupar y fortificar el margen del río Don, pero se le habían negado las tropas necesarias, aduciendo que los recursos debían priorizarse para conquistar Stalingrado, cuya caída se consideraba inminente. La mayor parte de sus escasos cañones antitanque eran modelos de 37 milímetros, desechados por los alemanes, luego de darse cuenta que eran incapaces de penetrar el blindaje de los tanques soviéticos. Dumistrescu sabía que podía hacer poco si los soviéticos lanzaban un ataque en regla y lo advirtió al cuartel general del grupo de ejércitos el 29 de octubre.

El “Conducator”, mariscal Ion Antonescu, también representó su preocupación a Hitler en persona el 29 de octubre, pero este último estaba absorbido por los acontecimientos en Egipto, donde el “Panzerarmee Afrika”, del mariscal Erwin Rommel perdía la decisiva Batalla de El Alamein contra las fuerzas del 8º Ejército Británico, del general Bernard L. Montgomery. Para el 5 de noviembre, Rommel se retiraba con los maltrechos restos de su ejército germano-italiano. Y el 8 de noviembre, una gran flota anglo-estadounidense desembarcaba miles de soldados en Argelia y el Marruecos francés, dejando una potente fuerza a la retaguardia de Rommel y amenazando con crear una gran plataforma desde donde se podía invadir Italia. Para el 10 de noviembre, los Aliados habían logrado ganar para su causa al almirante François Darlan, uno de los hombres fuertes de la Francia de Vichy, que aceptó ordenar el cese de resistencia de todas las tropas coloniales francesas en África, que ahora pasarían a luchar contra los alemanes. Al día siguiente, 11 de noviembre, los alemanes e italianos ejecutaban la ocupación militar de la Francia de Vichy, el mismo día en que el general Paulus lanzaba el último de los grandes ataques destinados a terminar con la resistencia soviética en Stalingrado. Hitler tenía su mente puesta en los muchos frentes donde sus enemigos empezaban a contraatacar. Por el momento, a fines de octubre y mediados de noviembre de 1942, Stalingrado no parecía un frente peligroso. Pero eso estaba a punto de cambiar.

El 9 de noviembre, los termómetros marcaron -18º Celsius en Stalingrado. El 12 de noviembre, se produjo la primera gran nevazón. El “General Invierno” entraba en escena, nuevamente en una guerra rusa, como lo había hecho contra los suecos, contra los franceses y contra los mismos alemanes. En esos días, el general Wolfran von Richthofen, a cargo de las unidades de la “Luftwaffe”, anotaba en su diario la preocupación por las concentraciones de tropas enemigas que se veían desde el aire, así como el desánimo de pasar un nuevo invierno en Rusia, con el frío y la nieve, que ya empezaba a congelar alas y motores. El clima tampoco trataba bien a los soviéticos que, con las prisas, no habían provisto a todas sus unidades con uniformes de invierno. No obstante, casi todas las unidades del Ejército Rojo llegaron bien equipadas hasta sus zonas de concentración, listas para cumplir las órdenes que se les impartieran.

Abajo, infantería y tanques soviéticos avanzan por un camino, durante la Batalla de Stalingrado. Los vehículos corresponden al excelente T-34, un modelo que los alemanes tenían muchas dificultades para contrarrestar y que no hallaría un rival equivalente hasta que el “Tigre” y el “Pantera” alemanes fueran desplegados en número considerable, durante 1943. Por el momento, sólo las bombas de los “Stuka”, los cañones antiaéreos de 88 milímetros y los “Panzer IV-G”, modificados con piezas rápidas de 75 milímetros, si eran bien usados, podían detener a estos potentes blindados soviéticos.





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