miércoles, 15 de noviembre de 2017

Hace 100 años - 12 de noviembre de 1917 - Primera Guerra Mundial - Octubre Rojo

Hace 100 años
12 de noviembre de 1917
Primera Guerra Mundial

Octubre Rojo

En los Alpes, los italianos consiguen estabilizar el frente, luego del desastre sufrido por sus tropas en Caporetto. Los alemanes y austrohúngaros además empiezan a sufrir un mal muy común entre quienes ganan una batalla, al experimentar cómo sus líneas de comunicación se alargan más de lo que puede soportar su avance, que ha debido hacerse sobre terreno montañoso, particularmente difícil. El desastre hace rodar dos cabezas ilustres. El general Luigi Cadorna dispuso ineficientemente la batalla y cometió la imprudencia de sugerir que la derrota italiana se debía a la cobardía de sus tropas, una acusación que fue desmentida por los propios alemanes y austrohúngaros, que ya conocían la ferocidad que podía desplegar el soldado del “Regio Esercito”, si es que estaba bien comandado. El nuevo jefe de los ejércitos italianos será el general Armando Diaz.

La magnitud del desastre obliga también a la renuncia del Primer Ministro, Paolo Boselli, que debe cargar la responsabilidad política del fiasco y entregar su cargo a Vittorio Emanuele Orlando, que es llamado a formar gobierno por el Rey Víctor Manuel III el 30 de octubre de 1917. Con mayor asistencia de sus aliados de la Entente y tras la formación de un Supremo Consejo de Guerra de quienes empiezan a llamarse simplemente “Aliados”, Italia no volverá a sufrir otra derrota importante en la guerra y se sentará en el sitio reservado a las potencias victoriosas, después de que Alemania colapse, cuando haya pasado un año desde Caporetto.

Pero el italiano no es el único gobierno que cae en estos días, ni será su caída la de mayores consecuencias históricas, porque el 7 de noviembre de 1917 cae el Gobierno Provisional Ruso, en lo que se conocerá posteriormente como “Revolución de Octubre” (debido a que el 7 de noviembre corresponde al 25 de octubre del calendario juliano, aún en uso en Rusia en 1917). Para fines de 1917, casi todas las autoridades estatales de la vieja Rusia Zarista estaban en proceso de disolución, en parte, por las fuerzas centrífugas desatadas por la guerra en un Imperio que no estaba preparado para soportar una guerra larga; pero también en parte porque el gobierno surgido de la Revolución de Febrero nunca se atrevió a salir de su condición de “provisional”, postergando la solución definitiva para dos problemas que resultaban acuciantes para los millones de campesinos-soldados movilizados en el frente y que serían decisivos al momento de producirse el estallido revolucionario: la paz y el reparto de la tierra. Por otro lado, aunque el Gobierno Provisional hubiera querido resolver los problemas más graves del país, cada día que pasaba perdía un poco de su fuerza, reemplazado por muchas instituciones surgidas de una sociedad que intentaba satisfacer sus necesidades de la mejor forma posible, en medio de un escenario donde el Estado no parecía capaz de hacerlo. Una de estas instituciones fueron los “soviets”, consejos de trabajadores, campesinos y/o soldados, teóricamente concebidos para ejercer una especie de democracia directa. De todos los soviets, el más poderoso, durante la mayor parte de 1917, fue el de Petrogrado, por ser ésta la capital imperial, por concentrar gran parte de los obreros fabriles del país y por guarnecer a cientos de miles de soldados en tránsito hacia o desde el frente de batalla.

El Partido Bolchevique aprovechó magistralmente la situación política y consiguió hacerse con el poder mediante un hábil golpe de fuerza. La inmensa mayoría de los descontentos que precipitaron las revoluciones de 1917 no se identificarían con los postulados bolcheviques; sobre todo, con los radicales postulados de Vladimir Ilich Ulianov, llamado Lenin, que representaba una minoría dentro del mismo partido. Los trabajadores de los centro urbanos estaban quizás más ideologizados, pero como caudal electoral eran compartidos y muy disputados con otros partidos izquierdistas, como los Mencheviques o los Socialistas Revolucionarios. En cuanto a los campesinos, los miles que desertaban desde el frente, para volver a las aldeas rurales, habían oído algo de las consignas de los agitadores bolcheviques, pero se habían quedado con los elementos que más les preocupaban a ellos: el fin de la guerra y, como su resultado, el reparto “negro” de las tierras, en función “de las bocas que hay que alimentar”.

En el abismante vacío institucional del otoño de 1917, era posible que un grupúsculo de hombres decididos fuera capaz de ejercer una influencia desproporcionada a su tamaño, si eran lo bastante audaces. Eso es lo que precisamente hicieron los bolcheviques. De la mano de Lenin, el Partido Bolchevique se distanció cada vez más de las otras corrientes socialdemócratas rusas y europeas. En “El Imperialismo, Estadio Supremo del Capitalismo”, Lenin había afirmado, contra lo sostenido desde el “Manifiesto Comunista”, que la revolución “obrera” podía estallar en un país económicamente atrasado, como Rusia, a condición de que fuera liderada por una vanguardia disciplinada, dispuesta a establecer la completa “dictadura del proletariado”, mediante el expediente de la guerra civil que “en toda sociedad de clases, representa la continuación, el desarrollo y acentuación naturales de la guerra de clases”. Esa “vanguardia organizada” debía ser, para Lenin, el Partido Bolchevique.

La Guerra Mundial dio a Lenin el elemento humano necesario para precipitar la toma violenta del poder. Los viejos cuadros bolchevique, altamente ideologizados y muy afanados intelectualmente, tuvieron que tolerar la aparición de nuevos partidarios y militantes con diverso grado de compromiso, aparecidos como desertores del ejército, campesinos que evadían el reclutamiento o trabajadores radicalizados. Mientras los bolcheviques veteranos se habían curtido en años de lucha institucionalizada contra el Zarismo, los nuevos partidarios no conocían nada de esa lucha y estaban mucho menos condicionados por los “dogmas” del marxismo teórico. Para los impacientes marineros de la base naval de Kronstadt, para los soldados de tránsito en Petrogrado y para los futuro “guardias rojos”, no tenía ningún sentido discutir si la “correlación de fuerzas” era apropiada para el golpe de Estado o si era necesaria una “etapa burguesa”, antes de “pasar al socialismo”. En la víspera de la Revolución de Octubre, el Partido Bolchevique, que se preciaba de su disciplina, en realidad, estaba muy dividido. Muchos dirigentes bolcheviques temían que una sublevación prematura acabara en fracaso y preferían esperar al II Congreso Ruso de los Soviets, que debía celebrarse prontamente. Por lo demás, la situación se radicalizaba día con día, sin necesidad de un intento de golpe bolchevique.

Pero Lenin sabía que, incluso en el improbable caso de que las urnas le dieran control de las mayorías de los soviets, el partido habría quedado obligado a gobernar en una coalición con otras fuerzas. Lo que esperaba Lenin era que la vía violenta permitiera monopolizar el poder por parte de los bolcheviques. El 16 de octubre (9 de octubre), Lev Davidovich Bronstein, conocido como “Trotsky”, implementó el “Comité Militar Revolucionario de Petrogrado” (CMRP), una organización insurreccional, emanada teóricamente de la autoridad del Soviet de Petrogrado, pero que era controlada íntegramente por el Partido Bolchevique. El 20 de octubre, el Gobierno Provisional ordenó la transferencia de una gran cantidad de tropas desde Petrogrado hacia el frente. El pretexto era usarlos para contener a los alemanes, que avanzaban peligrosamente desde los países bálticos. Pero es muy probable que Alexander Kerensky, a la cabeza del gobierno, quisiera deshacerse de los elementos más revolucionarios dentro del ejército. El CMRP dio la contraorden de que ningún soldado marchaba sin su consentimiento y las tropas obedecieron a Trotsky. En la noche del 23 al 24 de octubre (6 al 7 de noviembre) de 1917, Kerensky ordenó clausurar la prensa bolchevique. Interpretando que la censura era un movimiento previo para desarticular al partido, Lenin ordenó ejecutar el plan al día siguiente.

El número de involucrados directos en el golpe de fuerza fue muy limitado: unos pocos miles de soldados de la guarnición de Petrogrado, marineros de Kronstadt, Guardias Rojos y militantes de los comités de fábrica. Las víctimas fueron escasas y los enfrentamientos fueron muy acotados. En el curso del 24 de octubre (7 de noviembre), las milicias movilizadas para la conjura ocuparon los puentes, estaciones de trenes y otros puntos estratégicos. Kerensky apenas consiguió unas pocas fuerzas, que resistieron algunas horas en el Palacio de Invierno, que acabó siendo rendido por los cañones del crucero “Aurora”. Para el 25 de octubre (8 de noviembre), todo había terminado, con Kerensky escondido y a pocos días de partir al exilio.

La mayor parte de los otros partidos socialistas denunciaron la conspiración como un golpe de fuerza, ejecutado a espaldas de los soviets, de modo que abandonaron el II Congreso de los Soviets, que quedó a merced de la “mayoría” bolchevique. Todavía con las armas humeantes, los pocos socialistas revolucionarios que se quedaron en el Congreso, votaron otorgar, junto con los bolcheviques, “todo el poder a los soviets”. Fue éste el origen de una ficción muy usada por la posteridad soviética, pero que permitió a los bolcheviques (y más tarde a los “comunistas”, sus sucesores) afirmar que gobernaban “en nombre del pueblo, en el país de los soviets”. Algunas horas más tarde, poco antes de ser disuelto, el Congreso estableció un nuevo gobierno bolchevique, el “Consejo de Comisarios del Pueblo”, presidido por Lenin. Los bolcheviques usaron los sucesos de la Revolución de Octubre para alimentar la mitología fundacional del nuevo régimen, pero lo que pasó entonces fue el nacimiento del más cruel tipo de gobierno ideado por el ser humano: el totalitarismo.

Abajo, Lenin se dirige a sus partidarios. A la derecha del estrado, aparece Trotsky, encargado de la ejecución militar del golpe y de llevar a cabo los primeros ciclos de terror contra los opositores del nuevo gobierno.




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