Hace 100 años
12 de noviembre de 1917
Primera Guerra Mundial
Octubre Rojo
En los Alpes, los italianos consiguen estabilizar el frente, luego del
desastre sufrido por sus tropas en Caporetto. Los alemanes y austrohúngaros
además empiezan a sufrir un mal muy común entre quienes ganan una batalla, al
experimentar cómo sus líneas de comunicación se alargan más de lo que puede
soportar su avance, que ha debido hacerse sobre terreno montañoso,
particularmente difícil. El desastre hace rodar dos cabezas ilustres. El
general Luigi Cadorna dispuso ineficientemente la batalla y cometió la
imprudencia de sugerir que la derrota italiana se debía a la cobardía de sus
tropas, una acusación que fue desmentida por los propios alemanes y
austrohúngaros, que ya conocían la ferocidad que podía desplegar el soldado del
“Regio Esercito”, si es que estaba bien comandado. El nuevo jefe de los
ejércitos italianos será el general Armando Diaz.
La magnitud del desastre obliga también a la renuncia del Primer
Ministro, Paolo Boselli, que debe cargar la responsabilidad política del fiasco
y entregar su cargo a Vittorio Emanuele Orlando, que es llamado a formar
gobierno por el Rey Víctor Manuel III el 30 de octubre de 1917. Con mayor
asistencia de sus aliados de la Entente y tras la formación de un Supremo
Consejo de Guerra de quienes empiezan a llamarse simplemente “Aliados”, Italia
no volverá a sufrir otra derrota importante en la guerra y se sentará en el
sitio reservado a las potencias victoriosas, después de que Alemania colapse, cuando
haya pasado un año desde Caporetto.
Pero el italiano no es el único gobierno que cae en estos días, ni será su
caída la de mayores consecuencias históricas, porque el 7 de noviembre de 1917
cae el Gobierno Provisional Ruso, en lo que se conocerá posteriormente como
“Revolución de Octubre” (debido a que el 7 de noviembre corresponde al 25 de
octubre del calendario juliano, aún en uso en Rusia en 1917). Para fines de
1917, casi todas las autoridades estatales de la vieja Rusia Zarista estaban en
proceso de disolución, en parte, por las fuerzas centrífugas desatadas por la
guerra en un Imperio que no estaba preparado para soportar una guerra larga;
pero también en parte porque el gobierno surgido de la Revolución de Febrero
nunca se atrevió a salir de su condición de “provisional”, postergando la
solución definitiva para dos problemas que resultaban acuciantes para los
millones de campesinos-soldados movilizados en el frente y que serían decisivos
al momento de producirse el estallido revolucionario: la paz y el reparto de la
tierra. Por otro lado, aunque el Gobierno Provisional hubiera querido resolver
los problemas más graves del país, cada día que pasaba perdía un poco de su
fuerza, reemplazado por muchas instituciones surgidas de una sociedad que intentaba
satisfacer sus necesidades de la mejor forma posible, en medio de un escenario
donde el Estado no parecía capaz de hacerlo. Una de estas instituciones fueron
los “soviets”, consejos de trabajadores, campesinos y/o soldados, teóricamente
concebidos para ejercer una especie de democracia directa. De todos los
soviets, el más poderoso, durante la mayor parte de 1917, fue el de Petrogrado,
por ser ésta la capital imperial, por concentrar gran parte de los obreros
fabriles del país y por guarnecer a cientos de miles de soldados en tránsito
hacia o desde el frente de batalla.
El Partido Bolchevique aprovechó magistralmente la situación política y
consiguió hacerse con el poder mediante un hábil golpe de fuerza. La inmensa
mayoría de los descontentos que precipitaron las revoluciones de 1917 no se
identificarían con los postulados bolcheviques; sobre todo, con los radicales
postulados de Vladimir Ilich Ulianov, llamado Lenin, que representaba una
minoría dentro del mismo partido. Los trabajadores de los centro urbanos
estaban quizás más ideologizados, pero como caudal electoral eran compartidos y
muy disputados con otros partidos izquierdistas, como los Mencheviques o los
Socialistas Revolucionarios. En cuanto a los campesinos, los miles que
desertaban desde el frente, para volver a las aldeas rurales, habían oído algo
de las consignas de los agitadores bolcheviques, pero se habían quedado con los
elementos que más les preocupaban a ellos: el fin de la guerra y, como su
resultado, el reparto “negro” de las tierras, en función “de las bocas que hay
que alimentar”.
En el abismante vacío institucional del otoño de 1917, era posible que un
grupúsculo de hombres decididos fuera capaz de ejercer una influencia
desproporcionada a su tamaño, si eran lo bastante audaces. Eso es lo que
precisamente hicieron los bolcheviques. De la mano de Lenin, el Partido
Bolchevique se distanció cada vez más de las otras corrientes socialdemócratas
rusas y europeas. En “El Imperialismo, Estadio Supremo del Capitalismo”, Lenin
había afirmado, contra lo sostenido desde el “Manifiesto Comunista”, que la
revolución “obrera” podía estallar en un país económicamente atrasado, como
Rusia, a condición de que fuera liderada por una vanguardia disciplinada,
dispuesta a establecer la completa “dictadura del proletariado”, mediante el
expediente de la guerra civil que “en toda sociedad de clases, representa la
continuación, el desarrollo y acentuación naturales de la guerra de clases”.
Esa “vanguardia organizada” debía ser, para Lenin, el Partido Bolchevique.
La Guerra Mundial dio a Lenin el elemento humano necesario para
precipitar la toma violenta del poder. Los viejos cuadros bolchevique,
altamente ideologizados y muy afanados intelectualmente, tuvieron que tolerar
la aparición de nuevos partidarios y militantes con diverso grado de
compromiso, aparecidos como desertores del ejército, campesinos que evadían el
reclutamiento o trabajadores radicalizados. Mientras los bolcheviques veteranos
se habían curtido en años de lucha institucionalizada contra el Zarismo, los
nuevos partidarios no conocían nada de esa lucha y estaban mucho menos
condicionados por los “dogmas” del marxismo teórico. Para los impacientes
marineros de la base naval de Kronstadt, para los soldados de tránsito en
Petrogrado y para los futuro “guardias rojos”, no tenía ningún sentido discutir
si la “correlación de fuerzas” era apropiada para el golpe de Estado o si era
necesaria una “etapa burguesa”, antes de “pasar al socialismo”. En la víspera
de la Revolución de Octubre, el Partido Bolchevique, que se preciaba de su
disciplina, en realidad, estaba muy dividido. Muchos dirigentes bolcheviques
temían que una sublevación prematura acabara en fracaso y preferían esperar al
II Congreso Ruso de los Soviets, que debía celebrarse prontamente. Por lo
demás, la situación se radicalizaba día con día, sin necesidad de un intento de
golpe bolchevique.
Pero Lenin sabía que, incluso en el improbable caso de que las urnas le
dieran control de las mayorías de los soviets, el partido habría quedado
obligado a gobernar en una coalición con otras fuerzas. Lo que esperaba Lenin
era que la vía violenta permitiera monopolizar el poder por parte de los
bolcheviques. El 16 de octubre (9 de octubre), Lev Davidovich Bronstein,
conocido como “Trotsky”, implementó el “Comité Militar Revolucionario de
Petrogrado” (CMRP), una organización insurreccional, emanada teóricamente de la
autoridad del Soviet de Petrogrado, pero que era controlada íntegramente por el
Partido Bolchevique. El 20 de octubre, el Gobierno Provisional ordenó la
transferencia de una gran cantidad de tropas desde Petrogrado hacia el frente.
El pretexto era usarlos para contener a los alemanes, que avanzaban
peligrosamente desde los países bálticos. Pero es muy probable que Alexander
Kerensky, a la cabeza del gobierno, quisiera deshacerse de los elementos más
revolucionarios dentro del ejército. El CMRP dio la contraorden de que ningún
soldado marchaba sin su consentimiento y las tropas obedecieron a Trotsky. En
la noche del 23 al 24 de octubre (6 al 7 de noviembre) de 1917, Kerensky ordenó
clausurar la prensa bolchevique. Interpretando que la censura era un movimiento
previo para desarticular al partido, Lenin ordenó ejecutar el plan al día
siguiente.
El número de involucrados directos en el golpe de fuerza fue muy
limitado: unos pocos miles de soldados de la guarnición de Petrogrado,
marineros de Kronstadt, Guardias Rojos y militantes de los comités de fábrica.
Las víctimas fueron escasas y los enfrentamientos fueron muy acotados. En el
curso del 24 de octubre (7 de noviembre), las milicias movilizadas para la
conjura ocuparon los puentes, estaciones de trenes y otros puntos estratégicos.
Kerensky apenas consiguió unas pocas fuerzas, que resistieron algunas horas en
el Palacio de Invierno, que acabó siendo rendido por los cañones del crucero
“Aurora”. Para el 25 de octubre (8 de noviembre), todo había terminado, con
Kerensky escondido y a pocos días de partir al exilio.
La mayor parte de los otros partidos socialistas denunciaron la
conspiración como un golpe de fuerza, ejecutado a espaldas de los soviets, de
modo que abandonaron el II Congreso de los Soviets, que quedó a merced de la
“mayoría” bolchevique. Todavía con las armas humeantes, los pocos socialistas
revolucionarios que se quedaron en el Congreso, votaron otorgar, junto con los
bolcheviques, “todo el poder a los soviets”. Fue éste el origen de una ficción
muy usada por la posteridad soviética, pero que permitió a los bolcheviques (y
más tarde a los “comunistas”, sus sucesores) afirmar que gobernaban “en nombre del
pueblo, en el país de los soviets”. Algunas horas más tarde, poco antes de ser
disuelto, el Congreso estableció un nuevo gobierno bolchevique, el “Consejo de
Comisarios del Pueblo”, presidido por Lenin. Los bolcheviques usaron los
sucesos de la Revolución de Octubre para alimentar la mitología fundacional del
nuevo régimen, pero lo que pasó entonces fue el nacimiento del más cruel tipo
de gobierno ideado por el ser humano: el totalitarismo.
Abajo, Lenin se dirige a sus partidarios. A la derecha del estrado,
aparece Trotsky, encargado de la ejecución militar del golpe y de llevar a cabo
los primeros ciclos de terror contra los opositores del nuevo gobierno.
Imagen tomada de http://c8.alamy.com/comp/BNY9A8/vladimir-lenin-in-sverdlov-square-moscow-5-may-1920-trotsky-stands-BNY9A8.jpg
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