Hace 100 años
19 de noviembre de 1917
Primera Guerra Mundial
La “Dictadura del Proletariado” contra los campesinos
El 16 de noviembre de 1917, Georges Clemenceau es nombrado Presidente del
Consejo, es decir, el equivalente de Primer Ministro o Jefe de Gobierno, en la
Tercera República Francesa. De postura radical-socialista, había sido diputado,
alcalde, periodista y, en general, un activo protagonista de la política
francesa, desde la caída de Napoleón III. Era un ferviente partidario de
recuperar Alsacia-Lorena, perdida a manos de los alemanes en 1871. Abogaba, en
consecuencia, por mantener unas fuerzas armadas bien preparadas y equipadas
para la guerra que finalmente llegó en 1914. Había sido Primer Ministro una vez
antes, entre 1906 y 1909. Ahora le correspondería cerrar el confuso año de
1917, con el trasfondo de la Revolución Rusa y la Batalla de Passchendaele.
Su primer propósito fue restaurar la moral del Ejército Francés, hastiado
de tres años de una guerra atroz, que no parecía tener final próximo. Y se
afanó también en mejorar la coordinación de las potencias de la Entente, que
llevaría a instaurar una jefatura aliada común, en la persona del mariscal francés
Ferdinand Foch. Era un hombre enérgico, que entendía que Francia sólo podía
prevalecer como gran potencia, si tomaba en cuenta la realidad de las cosas y
no los idealismos de hombres como Woodrow Wilson, el Presidente de Estados
Unidos. En consecuencia, abogó por la “guerra total” en el decisivo año 1918 y
fue uno de los artífices de los duros términos impuestos en 1919 a la derrotada
Alemania, en el Tratado de Versalles. Sería Jefe del Gobierno de Francia en el
momento de la victoria, poco más de un año más tarde.
Al otro lado de Europa, el nuevo gobierno ruso, nacido de la “Revolución
de Octubre”, intenta hacerse cargo de inmediato de dos problemas que el
Gobierno Provisional no había sabido abordar. Casi inmediatamente hace un
llamado a establecer una paz sin anexiones, con respeto al principio de
autodeterminación de los pueblos y muchas aspiraciones similares a las que
Wilson plantearía en su “Catorce Puntos”. Como sus aliados de la Entente
respondieron con un portazo a las propuestas de los bolcheviques, iniciarían
poco después un proceso de paz por separado con los Imperios Centrales.
Deberían pasar algunos meses, hasta que la Rusia revolucionaria consiguiera
acabar con la guerra externa, aunque fuera al precio de una paz humillante.
En realidad, incluso si hubieran querido seguir en la lucha, era poco lo
que Lenin podía hacer para mantenerse dentro de la guerra, al lado de la
Entente. La última ofensiva rusa, en el verano de 1917, fue un rotundo fracaso.
En la segunda mitad de 1917, el ejército empezó a disolverse. Los pocos
oficiales que intentaban mantener cierto orden eran arrestados por
“contrarrevolucionarios” y a menudo asesinados. Entre junio y octubre de 1917,
2.000.000 de soldados desertaron de las filas, cansados de la guerra y con los
estómagos vacíos. Estos soldados-campesinos, que abandonaban sus unidades a
razón de varios miles al día, tenían una sola cosa en mente: regresar a sus
aldeas, para poder participar del reparto de las tierras y el ganado de los
grandes propietarios, que se esperaba ocurriera de un momento a otro, como
parte del proceso revolucionario. La llegada a los campos rusos de millones de
hombres armados, muy poco educados, con vagas ideas revolucionarias alimentó
las olas de violencia en el campo y desencadenó una confusa revolución
campesina, paralela a la desarrollada en los grandes centros obreros de las
ciudades y, con el tiempo, enfrentada a ella.
El reparto de tierras se hizo a expensas de los grandes latifundios,
pertenecientes a los terratenientes de la vieja aristocracia y la alta
burguesía, así como las tierras de la Iglesia Ortodoxa Rusa. Pero también se
hizo a expensas de los “kulak”, expresión que designaba a los campesinos libres
que, sin llegar a ser grandes propietarios, vivían con relativa holgura, si se
les comparaba con la mayoría de los campesinos pobres. Al estallar la Primera
Guerra Mundial, eran toda una categoría social nueva y pujante, nacida de las
reformas impulsadas en 1906 por el entonces Primer Ministro de Nicolás II, Pyotr
Stolypin. Estos “kulak” podían tener unas 60 u 80 hectáreas de tierra, algunas
cabezas de ganado y unos pocos caballos. Estas posesiones relativamente
modestas, sin embargo, bastaban para etiquetar a cualquier persona como
“kulak”, una especie de “burgués campesino”, que era necesario erradicar y que
se consideraba “enemigo de clase” por los bolcheviques. Pasó poco tiempo antes
de que se acabaran los pocos campesinos realmente acomodados, de modo que la
etiqueta de “kulak” se aplicó a cualquiera que tuviera alguna posesión, tanto
como una vaca o un cerdo, o que se opusiera o fuera sospechoso de llegar a
oponerse a la naciente “dictadura del proletariado”.
La mayor parte de los campesinos eran más pobres que los “kulak”, pero el
tiempo les daría razones para entrar en conflicto con los bolcheviques.
Mientras estos últimos buscaban colectivizar la tierra y colocar su explotación
bajo el control del Estado, los campesinos aspiraban a gozar de sus propias
tierras, conseguidas al repartirse los grandes latifundios. En el otoño de
1917, los bolcheviques no se sentían con fuerza para alienar las voluntades de
la gran masa campesina que regresaba armada a las aldeas, de modo que promulgó,
poco después de llegar al poder, el llamado “Decreto Sobre la Tierra”, que
establecía la abolición de la propiedad privada de los campos sin indemnización
y colocaba la tierra a disposición de las organizaciones locales, para que se
encargaran de redistribuirlas. En realidad, este decreto no había más que
reconocer un proceso de violento despojo a los grandes terratenientes y a los
“kulak”, iniciado mucho antes de la revolución bolchevique y que estaba
consumado cuando este partido llegó al poder.
Pasaría poco tiempo para que la masa campesina sufriera los rigores de
las fuerzas revolucionarias, que llenaron los campos con “destacamentos de
requisa”, encargados de confiscar parte de la producción campesina, para
alimentar a las tropas, para alimentar a los obreros de las ciudad o
simplemente para cumplir con metas arbitrarias establecidas en alguna oficina
en Moscú. En un país azotado por la crisis, por la guerra externa y pronto
también por la guerra civil, el resultado fue la hambruna. Pocos años más
tarde, el Partido Bolchevique retomaría plenamente su programa, cuando llevara
a cabo el proceso de colectivización de las tierras, como parte de un proceso
brutal de transformación de la antigua sociedad rural rusa, dentro del esquema
tiránico marxista.
El 17 de noviembre de 1917, se instauró una “Comisión de Suministros”. En
su primera proclama, sus responsables culpaban a las “clases ricas, que se
aprovechan de la miseria” y afirmaba que era momento de arrebatar los
“excedentes de los ricos y, por qué no, sus bienes.” Los bolcheviques, recién
llegados al poder, necesitaban mantener la lealtad de, al menos, una parte
importante de los obreros de Petrogrado y de las guarniciones de soldados
inquietos, apostados en la capital. Lo mínimo para mantener esas lealtades era
alimentarlos. A mediados de noviembre, las reservas de harina en la capital alcanzaban
apenas para dar una ración miserable a cada familia. La Comisión de Suministros,
en pocos días, desplegó por los campos de las provincias cerealeras a
destacamentos especiales de requisa, compuestos por soldados, desertores,
marineros de Kronstadt, obreros industriales y guardias rojos. La llegada a los
campos de estos destacamentos de requisa precipitó el enfrentamiento entre los
campos y el aparato del Partido-Estado, que constituyó un largo y cruel
capítulo de la feroz tiranía marxista que empezaba a instaurarse en Rusia.
Abajo, una póster propagandístico, que caricaturiza a los “kulak”,
golpeados por el puño de la “justicia popular”.
Imagen tomada de https://upload.wikimedia.org/wikipedia/commons/e/e1/Away_With_Private_Peasants%21.jpg
No hay comentarios:
Publicar un comentario