domingo, 29 de octubre de 2017

Hace 100 años - 29 de octubre de 1917 - Primera Guerra Mundial - Desastre Italiano en Caporetto, primera fase

Hace 100 años
29 de octubre de 1917
Primera Guerra Mundial

Desastre Italiano en Caporetto, primera fase

Entre el 24 de octubre y el 9 de noviembre de 1917, se desarrolla la Duodécima Batalla del Isonzo, más conocida como Batalla de Caporetto. A diferencia de las once batallas anteriores en el mismo escenario alpino, esta última no fue lanzada por los italianos, sino por los austrohúngaros y sus aliados alemanes. Y se convirtió en uno de los peores desastres sufridos por el Ejército Italiano en su historia. Todavía hoy, a cien años de ocurrida, la expresión “fue un Caporetto” es usada para referirse a un desastre sin mitigaciones.

Para la primavera de 1917, el “Regno d’Italia” podía sentir un moderado optimismo en cuanto a su participación en la guerra, limitada a una dura lucha contra el Imperio Austrohúngaro, a lo largo de la accidentada frontera alpina que los separaba. Los italianos, con mucho esfuerzo y a costa de miles de bajas, habían conseguido controlar las dos orillas del disputado Río Isonzo, desde la cuenca del Plezzo, donde el río deja los Alpes Julianos, hasta las orillas del Adriático. Los austrohúngaros apenas retenían una cabeza de puente de 7 kilómetros de largo, alrededor del pueblo de Tolmino. Las posiciones de la “Monarquía Dual” se hacían cada vez más difíciles de sostener y, mientras los recursos del viejo Imperio Habsburgo estaban estirados hasta el límite, el “Regio Esercito Italiano” se volvía más fuerte, a medida que pasaba el tiempo. Parecía lejano el tiempo en que era una fuerza pequeña y mal equipada. Desde su ingreso en la guerra en 1915, Italia había duplicado los hombres desplegados en el frente. Para octubre de 1917, sus unidades alineaban más de 2.000.000 de hombres portando armas, que podían ser apoyados por 7.000 cañones, 200 morteros, 12.000 ametralladoras y más de 500 aviones. Era una fuerza a tomar en cuenta, que rivalizaba con las fuerzas que sus aliados, Francia y Gran Bretaña, desplegaban en Flandes o en Grecia.

El “Ejército Real e Imperial” Austrohúngaro, hasta el momento, había usado la táctica de retirarse gradualmente ante las ofensivas, cediendo el terreno de a poco y causando la mayor cantidad de bajas posibles. Habían conseguido evitar una derrota mayor, pero empezaban a estar de espaldas contra la pared y ya no podían retroceder mucho más, a riesgo de abrir la puerta a una invasión italiana hacia el interior del Imperio. En agosto de 1917, el alto mando austrohúngaro solicitó formalmente ayuda alemana para el frente de los Alpes. Mientras los enviados austrohúngaros hacían las gestiones del caso en Berlín, los italianos lanzaron la Decimoprimera Batalla del Isonzo (17 de agosto – 6 de septiembre), una gigantesca ofensiva que empleó más de 1.200.000 hombres, apoyados por más de 5.000 piezas de artillería y morteros. Los austrohúngaros podían oponer alrededor de 560.000 hombres, apoyados por 1.500 piezas de artillería. Al terminar la batalla, los italianos habían penetrado las líneas austrohúngaras al centro del frente del Isonzo y entrado en la planicie de Bainsizza. Como siempre ocurría con los asaltos frontales del Ejército Italiano, las bajas eran aterradoras: 46.000 muertos, 120.000 heridos y 16.000 prisioneros.

Las bajas austrohúngaras, como suele ocurrir con la parte defensora, eran menores, pero Austria-Hungría tenía mayores dificultades para reponer sus pérdidas. Durante la Decimoprimera Batalla del Isonzo, los austrohúngaros sufrieron 85.000 bajas. En el curso de los meses de agosto y septiembre, el total de sus bajas sumó alrededor de 100.000 efectivos, considerando los prisioneros. Entre mayo y septiembre de 1917, la Monarquía Danubiana pagó un tributo cercano a los 250.000 muertos y heridos, y otras 500.000 bajas por enfermedad. En la batalla más reciente, austrohúngaros habían perdido cientos de piezas de artillería y abundante material de guerra de todo tipo. La industria austrohúngara, aunque respetable, no era capaz de reponer esas pérdidas con la velocidad que podía hacerlo Italia. Además, Austria-Hungría, al igual que Alemania, enfrentaba una angustiante escasez de materias primas, debido al bloqueo naval de las marinas de la Entente. Desde abril de 1917, finalmente, con el ingreso de Estados Unidos en la guerra, la Entente podía contar con los incontables recursos de la economía y la industria norteamericana.

Viena sabía que su ejército era incapaz de soportar otra ofensiva italiana mayor. De seguir el mismo estado de cosas, el centenario Imperio de los Habsburgo tendría que abandonar la guerra en cosa de meses. Confrontados a la posibilidad de perder a su más fiel aliado, los alemanes aceptaron enviar ayuda a los Alpes. Con Rusia hundida en el caos revolucionario, Alemania podía destinar algunas divisiones al Frente Alpino, por un período limitado. A comienzos de septiembre de 1917, se organizó el XIV Ejército, una fuerza mixta de 7 divisiones alemanas y ocho divisiones austrohúngaras, al mando del general alemán Otto von Below. Los Imperios Centrales acordaron que las tropas alemanas debían estar disponibles para las ofensivas planificadas para la primavera de 1918 en Flandes; es decir, debían retirarse de los Alpes en diciembre de 1917.

La ofensiva de las potencias germánicas fue planificada como un clásico movimiento de pinzas. Una de las pinzas debía moverse desde el río Plezzo, por el Valle del Isonzo, hacia el pueblo de Caporetto, que acabó dando su nombre histórico a la batalla. La otra pinza partiría desde el pueblo de Tolmino, desde la cabeza de puente austrohúngara, atravesaría el Isonzo y cerraría la trampa en Caporetto. Esta localidad estaba situada justo detrás de la tercera y última línea italiana, de modo que, si era capturada, los germanos podrían avanzar sin oposición hacia el curso del río Tagliamento, flanqueando la línea italiana y forzando una retirada, como única manera de evitar ser rodeados. Para los estándares de la Primera Guerra Mundial, los objetivos de la ofensiva eran ambiciosos, pero estaban situados a un nivel táctico, más que estratégico. Ni alemanes, ni austrohúngaros esperaban noquear a Italia fuera de la guerra. Simplemente esperaban dar algo de espacio de maniobra al golpeado Ejército Austrohúngaro, para que aguantara hasta la primavera de 1918, cuando Alemania planeaba lanzar una gran ofensiva en el Frente Occidental, con las tropas que ya tenía en Flandes, más las que pudiera transferir desde Rusia, que se desintegraba por efecto de la Revolución. Si la ofensiva de primavera lograba hacer bastante daño, antes de que el Ejército de Estados Unidos desplegara todo su potencial, los gobiernos de los “Káiseres” de Viena y Berlín esperaban poder proponer términos de paz a la Entente…

Los italianos sabían que Austria-Hungría preparaba una ofensiva y que era muy probable esperar la participación de tropas alemanas. También sabían que la ofensiva sería lanzada en el otoño de 1917 y que sería apuntada en el alto Isonzo, donde las defensas italianas eran más ligeras. Lo que los italianos no sospechaban era la magnitud de las fuerzas atacantes. Los servicios italianos de inteligencia estaban convencidos de que los austrohúngaros repetirían los contraataques locales, similares a los lanzados luego de las dos últimas batallas luchadas en el Isonzo. Suponían que los atacantes intentarían recuperar algo de terreno en las planicies de Bainsizza. Otras ofensivas locales se esperaban en a lo largo de todo el frente alpino, pero limitadas en su alcance y con participación alemana muy marginal.

Anticipando la ofensiva, el Jefe de Estado Mayor, Luigi Cadorna, ordenó a todas sus fuerzas adoptar medidas defensivas, pero no detalló las órdenes, dejando abierta la manera en que cada comandante podía interpretar la necesidad de prepararse para la defensa. El general Luigi Capello, Comandante en Jefe del 2º Ejército Italiano, que recibiría la mayor parte del golpe enemigo, se sintió en libertad de habilitar un dispositivo que era realmente ofensivo, más que defensivo. Las fuerzas mandadas por Capello estaban dispuestas en tres líneas separadas por muy poca distancia y con la artillería peligrosamente cercana a la línea del frente. El grueso de las tropas estaba en la primera línea, con unidades dispersas en la segunda y tercera línea. Las escasas reservas dejadas en retaguardia equivalían a brigadas de infantería, sin artillería o servicios de apoyo propios. Estas unidades podrían haberse integrado fácilmente en un ataque italiano, pero eran incapaces de enfrentar al enemigo de manera de individual. Esta disposición ofensiva del 2º Ejército Italiano significaba que, si el enemigo lograba penetrar la primera línea, quedaban muy pocas fuerzas que evitaran su llegada a la retaguardia, donde podían destruir la artillería y dislocar los centros de mando y control.

Es posible que los italianos pensaran que era imposible, para la agotada Austria-Hungría, montar una ofensiva en serio, incluso con ayuda alemana. Pero el tamaño del ataque no sería la única sorpresa. Durante la mayor parte de la guerra, los generales de la Entente, incluyendo a los italianos, abrían sus ofensivas con un masivo bombardeo de artillería, seguido de un también masivo asalto de infantería. Con el tiempo, los mandos se dieron cuenta de que era una táctica ineficiente, entre otras cosas, porque daba aviso al enemigo del ataque con una prolongada preparación artillera y ponía una presión uniforme en toda la línea adversaria, haciendo difícil romper las defensas en un punto importante estratégicamente. En general, las grandes batallas de desgaste, planteadas por británicos, franceses e italianos, se caracterizaron por obtener pequeñas ganancias territoriales, a expensas de bajas, que llegaban a magnitudes aterradoras. Durante el verano de 1917, los británicos experimentaron con nuevas tácticas en la sangrienta Batalla de Passchendaele, en Bélgica, que consiguieron reducir el número de bajas a niveles más aceptables, pero los efectos de los ataques resultaban igualmente limitados. Sin embargo, en general, los altos mandos de la Entente seguían poniendo su confianza en la fuerza bruta de masivas concentraciones de artillería y gigantescas oleadas de infantería.

Para la ofensiva en Caporetto, los alemanes y austrohúngaros prepararon muchas innovaciones. En primer lugar, la sorpresa. La preparación de la batalla se llevó a cabo en el más estricto secreto. La artillería fue movida a mano y usualmente de noche. Una vez iniciada la ofensiva, la preparación artillera fue intensa, pero breve, y la infantería inició su avance, mientras el bombardeo seguía en curso. La artillería, además de atacar las trincheras, apuntó con mucha precisión los centros de mando y control, mientras también atacaba con gas venenoso. La infantería no atacó en grandes oleadas, sino en ágiles columnas, que permitían a los atacantes lograr superioridad numérica local en los puntos donde esperaban conseguir un rompimiento. Una vez superada la primera línea de trincheras, en vez de asegurar los flancos, las columnas se infiltraban hasta la retaguardia adversaria, rodeando a los defensores y cortando sus comunicaciones.

Si la doctrina ofensiva italiana había probado sus deficiencias, la doctrina defensiva casi no existía. Los soldados italianos recibían la orden de defender cada centímetro de terreno, sin importar lo insignificante que fuera o las dificultades que presentaba el lugar para la defensa. Los oficiales italianos no pensaban mucho en qué ocurriría si el enemigo conseguía penetrar sus defensas. Como resultado, las tropas italianas no estaban preparadas para contrarrestar las tácticas austrohúngaro-alemanas usadas en Caporetto; no sabían qué hacer si se hallaban rodeados y desconocían las maniobras necesarias para salir de una situación táctica comprometida. Es posible que las deficiencias en doctrina respondieran, en parte, a cierta pereza intelectual de los altos mandos, aunque también se explican por el hecho de que, durante casi toda la guerra, Italia estuvo al ataque en el Frente Alpino y fue inusual que Austria-Hungría hiciera otra cosa que defender su frontera. Sin embargo, los austrohúngaros habían ensayado limitadamente estas tácticas de infiltración, durante los contraataques que siguieron a la décima y decimoprimera batallas del Isonzo; de modo que resultaba esperable que algunos oficiales tomaran nota de esos cambios en la forma de lucha del enemigo y pensaran en la mejor manera de contrarrestarla; pero no fue así, no de modo general, al menos.

En la noche del 23 al 24 de octubre de 1917, alrededor de las 2.00 de la madrugada, un intenso y breve bombardeo de artillería se dejó caer sobre las posiciones italianas, que fueron tomadas enteramente por sorpresa. Asimismo, la densa niebla que prevaleció en esa madrugada, ayudó a los atacantes a avanzar, casi sin ser detectados, hasta las mismísimas trincheras italianas. Los atacantes rompieron las defensas italianas casi de inmediato. Al terminar el primer día de batalla, algunas unidades austrohúngaro-alemanas habían penetrado hasta 25 kilómetros dentro del dispositivo italiano, gracias al empleo de tácticas de infiltración, con tropas especiales de asalto, que usaban profusamente granadas de mano y lanzallamas.

Los ataques secundarios, dispuestos por Below en los flancos italianos, fueron repelidos por éstos con más eficacia. Del mismo modo, el 5º Ejército Austrohúngaro, al mando del general Svetozar Boroevic, tuvo grandes dificultades para avanzar por la costa adriática. Sin embargo, el resonante éxito de las tropas de Below en el centro, puso en peligro a toda la línea italiana. Tras darse cuenta de su peligrosa situación, el general Capello ordenó una retirada al río Tagliamento, pero Cadorna rehusó darle permiso para la retirada, esperando restablecer la situación de alguna forma. Para cuando, días después, se dio cuenta de que era imposible mantener la posición en el Isonzo, el número de bajas era altísimo. Recién el 30 de noviembre, los restos del 2º Ejército Italiano recibirían permiso de retirarse. Pero los austrohúngaros y alemanes estaban pisando sus talones, de modo que los sufridos soldados italianos debían soportar el fragor de una batalla perdida durante varios días más, hasta que las dificultades logísticas obligaron a los atacantes a disminuir el ritmo de avance.

Abajo, una columna de prisioneros italianos, capturados durante la Batalla de Caporetto, pasa frente a la dotación de un obús de asedio austrohúngaro “Skoda”, de 305 milímetros.




Hace 75 años - 29 de octubre de 1942 - Segunda Guerra Mundial - El Alamein: “Monty” al ataque

Hace 75 años
29 de octubre de 1942
Segunda Guerra Mundial

El Alamein: “Monty” al ataque

Entre el 23 de octubre y el 4 de noviembre de 1942, las fuerzas del Imperio Británico, al mando del teniente general Bernard Law Montgomery, se enfrentan al “Panzerarmee Afrika”, formado por tropas italianas y alemanas, al mando del mariscal de campo, Erwin Rommel. Es la tercera y última batalla librada en torno a una apartada estación de ferrocarril, cuyo nombre será famosísimo desde entonces: El Alamein.

En julio de 1942, el 8º Ejército Británico, al mando del general Claude Auchinleck, estableció posiciones defensivas en El Alamein, perseguido de cerca por las fuerzas de Rommel, que le habían dado una paliza en Gazala y habían capturado el importante puerto-fortaleza de Tobruk. Durante lo que se conoce como Primera Batalla de El Alamein, Rommel intentó romper las defensas británicas en El Alamein, pero sus tropas estaban demasiado agotadas y su cadena logística se hallaba demasiado estresada, debido al alejamiento de los puertos desde donde llegaban los suministros hasta las tropas en el frente. Para fines de julio, ni Rommel tiene posibilidades de vencer a Auchinleck, ni éste tiene fuerzas para emprender un contraataque. El 12 de agosto, había llegado hasta África el general Bernard L. Montgomery, para reemplazar a Auchinleck al mando del 8º Ejército, mientras que el general Harold Alexander se convertía en el nuevo Comandante en Jefe del Oriente Medio, cargo que también había desempeñado Auchinleck hasta ese momento.

Auchinleck fue un buen comandante y sus hombres le tenían aprecio, pero no llegó a entenderse bien con Winston Churchill, Primer Ministro Británico, que deseaba una ofensiva inmediata sobre las cansadas tropas alemanas. Desde la desastrosa Campaña de Francia, el desierto norteafricano fue el único teatro de operaciones donde el “Royal Army” estuvo en contacto permanente con los enemigos del Imperio. Para Churchill, era esencial cosechar victorias, tan necesarias para la moral de la población británica y de los dominios. Sabiendo también de la inminencia de la invasión anglo-estadounidense a Marruecos y Argelia, en Londres y Washington pensaban que las tropas de Vichy podían estar más abiertas a no resistir o incluso a colaborar con las tropas invasoras, si sabían de una gran victoria británica en Egipto.

Para desesperación de Churchill, el recién llegado general Montgomery tampoco quiso atacar de inmediato. “Monty” sabía que su rival, Rommel, era un gran estratega, con rasgos de genio y que, incluso en la difícil situación logística que enfrentaba, podía dar una sorpresa a sus enemigos. Habían sido muchas las ocasiones en que el “Zorro del Desierto” parecía vencido y aprovechaba las persecuciones de las tropas británicas, para propinarles desmoralizantes palizas. Montgomery quería completas las dotaciones de sus diezmadas unidades, dar descanso a unas tropas que llevaban luchando desde junio y, sobre todo, entrenar al 8º Ejército, hasta que alcanzara sus exigentes estándares de adiestramiento. Además, “Monty” sabía que Rommel iba a esperarlo con una línea defensiva formidable y, si quería romperla, necesitaba una superioridad en todos los sentidos: en número de hombres, de tanques y en apoyo aéreo. Esta vez, los británicos no se conformarían con devolver a Rommel a Libia; el objetivo era expulsar al Eje definitivamente de África.

Tras las batallas de julio, el mariscal Erwin Rommel sabía que sus tropas estaban agotadas y que no recibiría los suministros necesarios para una victoria decisiva. A la larga, era probable que ni siquiera tuviera lo suficiente para mantenerse a la defensiva. A mediados de agosto, el alto mando germano-italiano supo que un gran convoy británico debía llegar a Alejandría en las próximas semanas, con lo necesario para reponer las pérdidas británicas de los últimos meses y convertir al 8º Ejército Británico nuevamente en una poderosa fuerza ofensiva. Rommel estaba consciente de que sus reservas de suministros (especialmente combustible) eran muy inadecuadas, pero también entendía que, con el tiempo, el flujo de suministros sería más abundante para Montgomery y más escaso para él. La única esperanza de decidir la campaña de Egipto a su favor, pasaba por intentar un golpe a la línea de El Alamein, antes de que las fuerzas de la “Commonwealth” se volvieran invencibles.

El 31 de agosto de 1942, el “Panzerarmee Afrika” lanzó lo que se conoce como Batalla de Alam Halfa. Para el 4 de octubre, resultaba claro que las fuerzas del Eje no conseguirían penetrar la línea británica. A diferencia de lo hecho por la mayoría de los comandantes aliados anteriores, Montgomery no se lanzó en un contraataque masivo contra Rommel. El nuevo jefe del 8º Ejército sabía que sus tropas no estaban listas y no estaba dispuesto a desperdiciar sus preciosos tanques en una ofensiva mal preparada. Durante el resto de septiembre y casi todo octubre, ambos bandos se prepararon para la siguiente fase de la campaña, que hallaría a los alemanes e italianos a la defensiva y a las fuerzas de “Monty” al ataque, para intenta derrotar decisivamente al mariscal Rommel.

A inicios de 1942, el 8º Ejército Británico había tenido que desprenderse de algunas unidades, que fueron enviadas a defender las posesiones del Imperio en el Lejano Oriente, amenazadas por Japón. Luego vinieron las batallas del verano, que causaron considerables bajas a las fuerzas de Auchinleck. Con todo, al llegar a El Alamein, con los alemanes pisando sus talones, el 8º Ejército era una fuerza poderosa. Auchinleck esperaba retener Alejandría y el Canal de Suez, pero su prioridad era mantener al 8º Ejército como una fuerza combativa creíble y estaba dispuesto a sacrificar Egipto y retirarse cuanto fuera necesario, para evitar ser destruido por Rommel y poder luchar de nuevo otro día. Junto a formaciones veteranas, como las famosas “Ratas del Desierto” de la 7ª División Blindada, formaban a su mando unidades bisoñas, llegadas hace poco desde Gran Bretaña y numerosos contingentes llegados desde distintos rincones del Imperio: India, Sudáfrica, Nueva Zelanda y Australia, además de tropas formadas por los restos de los ejércitos de los países ocupados por los alemanes, como la 1ª Brigada Griega y la 1ª y 2ª Brigada de la Francia Libre, que ya habían tenido participación destacada en Gazala. Posiblemente su mayor ventaja, en la víspera del segundo Alamein, era la superioridad establecida por la “Fuerza Aérea del Desierto”, del general Arthur Cuningham, sobre la “Luftwaffe” y la “Regia Aeronautica Italiana”.

Al 8º Ejército, lo esperaba el “Panzerarmee Afrika”. Aunque el teatro de operaciones africano estaba nominalmente a cargo de los italianos, la estrategia era dictada por los alemanes. La columna vertebral de las tropas del Eje correspondía al “Afrika Korps”, que incluía la 15ª y la 21ª Divisiones Panzer, reforzada por la 90ª División Ligera, una formación motorizada que se había hecho famosa a lo largo de la campaña. En julio de 1942, se había sumado la 164ª División Ligera “Afrika”. Estas unidades estaban bien entrenadas, bien mandadas y habían probado ser capaces de moverse con celeridad a los puntos críticos de la batalla. Rommel también disponía de tres potentes formaciones móviles italianas: la 101ª División Motorizada “Trieste” y dos divisiones acorazadas: la 133ª “Littorio” y la 132ª “Ariete”. El equipo de los italianos era inferior a las armas alemanas y británicas, pero formaban un conjunto poderoso, constituido por tropas veteranas. Al igual que las divisiones italianas de infantería tradicional, si estaban bien empleadas, podían ser enemigos muy difíciles de vencer.

El tanque más usado por los italianos era el “M13/40”, dotado de un motor lento y poco potente. Su blindaje era apenas adecuado para un tanque medio. Estaba armado con un cañón antiblindaje de 47 milímetros, que había servido para enfrentar a los “cruiser” británicos de comienzos de la campaña, pero que nada tenía que hacer contra modelos británicos más modernos o contra los tanques de fabricación estadounidense, como el “Grant” y el “Sherman”. A medida que la tecnología fue dejando atrás a los tanques italianos, fue frecuente que avanzaran escoltados por ejemplares del “Semovente da 75/18”, un cañón autopropulsado, dotado de una potente pieza de 75 milímetros, capaz de lidiar con blindajes más potentes.

Entre los alemanes, las armas más efectivas eran el “Panzer IV” y el cañón antiaéreo de 88 milímetros. El “Panzer IV-G” había sido dotado de una nueva pieza de alta velocidad de 75 milímetros, capaz de derrotar a cualquier tanque aliado o soviético. Era una solución de compromiso, pero era lo mejor del arsenal alemán en África en 1942. Al comenzar la Batalla de El Alamein, Rommel contaba con unos pocos ejemplares, pero supo usarlos muy bien. El “88”, en tanto, había probado ser una excelente arma contracarro, capaz de destruir cualquier tanque en el campo de batalla. Tal vez su único defecto era su alta silueta, que lo hacía visible a mucha distancia en el campo de batalla del desierto.

El principal problema para Rommel era la escasez de suministros de todo tipo, especialmente combustible, tan necesario para una guerra de movimientos, como la librada en el desierto. Los convoyes venidos desde Italia tenían cada vez mayores dificultades para llegar hasta África. A pesar de haber castigado duramente a Malta y anularla como base para atacar los convoyes, el dominio del Mediterráneo correspondía a los británicos, de modo que gran parte de las armas y provisiones mandadas a Rommel desde Italia y Alemana acababan en el fondo del mar. Rommel y sus comandantes sabían que la única posibilidad que les quedaba era fortalecer sus defensas y aguantar el golpe de Montgomery, todo el tiempo que fuera posible, hasta que la situación estratégica en el Mediterráneo volviera a ser favorable a los alemanes e italianos.

A las 21.40 hrs. del 23 de octubre de 1942, 800 piezas de artillería abrieron fuego sobre las líneas del Eje, en el mayor bombardeo artillero desplegado por el Ejército Británico desde la Primera Guerra Mundial. Era el inicio de la “Operación Lightfoot”, la primera fase de la ofensiva de Montgomery en El Alamein. A las 22.00 hrs., las andanadas de artillería disminuyeron y los ingenieros del 30º Cuerpo empezaron a trabajar en el campo minado, para permitir el paso de los tanques británicos. Mientras los británicos intentaban crear un corredor para el ataque principal en el norte de la línea, otras unidades del 8º Ejército lanzaban ataques distractivos en otros puntos, para mantener ocupadas a las fuerzas móviles, que Rommel había situado tras sus líneas. Al terminar el día 24, las fuerzas británicas estaban avanzando más lento de lo planificado, pero estaban consiguiendo debilitar las defensas del Eje. Para el 25, resultaba claro que la situación era lo bastante seria, como para que Rommel regresara desde Alemania, donde había estado convaleciente durante tres semanas. El “Zorro del Desierto” estuvo de vuelta en su puesto el 26 a primera hora. Mientras tanto, su reemplazo, el general Georg Stumme había muerto de un infarto y había sido reemplazado temporalmente por el general Wilhelm von Thoma.

En los siguientes cuatro días, a pesar de su esfuerzo, los alemanes e italianos no pudieron evitar ir perdiendo las pocas ventajas que tenían. Rommel no conseguía llevar sus reservas móviles a todos los puntos amenazados y el combustible escaseaba cada vez más. Además la aviación británica dominaba el aire y hacía muy complejos todos los desplazamientos. Al acabar el 29 de octubre, 148 tanques alemanes y 187 italianos era todo lo que quedaba de las poderosas fuerzas acorazadas del “Panzerarmee”. Los británicos habían sufrido graves pérdidas, pero todavía alineaban más de 800 tanques. Era sólo cuestión de tiempo, antes de que Rommel tuviera que retirarse y abandonar su línea defensiva.

Abajo, soldados australianos salvan una zanja, mientras avanzan hacia las líneas del frente, durante la Segunda Batalla de El Alamein.





domingo, 22 de octubre de 2017

Hace 100 años - 22 de octubre de 1917 - Primera Guerra Mundial - El Golfo de Riga

Hace 100 años
22 de octubre de 1917
Primera Guerra Mundial

El Golfo de Riga

En octubre de 1917, los alemanes completan la conquista de las islas del Archipiélago Estonio Occidental, en el Báltico, que cierran el Golfo de Riga, frente a Estonia, parte de Rusia en ese entonces. La campaña, iniciada por los alemanes el 12 de octubre, tenía como objetivo amenazar Petrogrado y así presionar al gobierno de Kerenski, para que abandonara la guerra. Para apoyar las operaciones, los alemanes desplegaron una potente flota que contaba con numerosas unidades, entre las que destacaban once modernos acorazados y cruceros de batalla. Los rusos apenas podían oponer dos antiguos acorzados “pre-dreanought”, tres cruceros, tres cañoneras, 21 destructores y tres submarinos británicos que operaban en el área.

En la mañana del 17 de octubre de 1917, la Marina Alemana intentaba despejar las minas dejadas por los rusos en el área del archipiélago. Los anticuados acorazados “Slava” y “Grazhdanin”, apoyados por el crucero acorazado “Bayan”, abrieron fuego sobre los dragaminas. En respuesta, los alemanes enviaron dos modernos “dreadnought”, los acorazados “König” y “Kronprinz”, que abrieron fuego sobre los buques rusos. Sólo el “Slava” tenía alcance y poder de fuego para oponer alguna resistencia a las potentes unidades germanas, de modo que el “Grazhdanin” y el “Bayan” se quedaron retrasados, hostigando a los dragaminas alemanes, mientras el “Slava” avanzaba hacia un estrecho canal, por donde debían venir los acorazados alemanes. Al comienzo, estos últimos estaban en desventaja, al no poder maniobrar en las estrechas aguas del canal y tener que avanzar de frente hacia la artillería de los rusos, que disparaba continuamente sobre ellos.

Alrededor de las 10.00, los rusos se retiraron para que las tripulaciones pudieran almorzar. Cuando volvieron a la refriega, los dragaminas habían hecho grandes progresos y los acorazados alemanes aprovecharon la oportunidad, para colocarse en una posición más ventajosa, desde donde aprovechar su mayor poder de fuego. Antes de las 11.00, el “Slava” había recibido tantos impactos, que ya no era capaz de responder el fuego enemigo y amenazaba con hundirse. Los buques rusos recibieron orden de retirarse, con el “Bayan” protegiendo la retirada del “Grazhdanin”, mientras el “Slava, demasiado dañado para huir, debía ser hundido por su propia tripulación, una vez que el resto de las unidades escapara de la persecución alemana. Sin embargo, mientras se emitían estas últimas órdenes, el Comité de Marineros, organizado tras la Revolución de Febrero, había ordenado abandonar la sala de máquinas, por temor a un hundimiento, de modo que encalló en un banco de arena, al sureste del canal, porque no había nadie que pudiera cumplir las instrucciones del capitán de detener la nave o modificar su curso. Algunos destructores consiguieron evacuar a la tripulación, antes de que explotara un depósito de municiones, poco antes de las 12.00. Para asegurar que el buque no cayera en manos enemigas, tres destructores recibieron la orden de torpedear al “Slava”, pero la mayoría de los torpedos funcionó mal, de modo que permaneció a medio hundir en las aguas poco profundas. Los soviéticos borraron al buque del registro oficial en mayo de 1918 y los restos fueron desguazados por los estonios después de la guerra.

Ya sin la presencia de buques rusos que pudieran estorbar, para la tarde del 18 de octubre, los alemanes tenían firme control de las islas estonias del Báltico. El 19, los restos de la flota rusa del Golfo de Riga, transportes y auxiliares se retiraron hacia el norte, a través del Estrecho de Suur. Las unidades navales rusas, en parte, al menos, escaparon al bloqueo alemán, pero Estonia quedaba a merced de los alemanes y Petrogrado podía ser atacado desde el flanco sur. Al terminar la campaña, 20.000 rusos habían caído prisioneros y más de 100 cañones habían caído en manos alemanas. Era un rudo golpe para el frágil gobierno republicano ruso, que tenía crecientes dificultades para cumplir su compromiso de mantenerse en la guerra.

En la fotografía de abajo, se aprecia el extenso daño recibido por el acorazado “Slava” durante la lucha.




Hace 75 años - 22 de octubre de 1942 - Segunda Guerra Mundial - La salvación de Rusia

Hace 75 años
22 de octubre de 1942
Segunda Guerra Mundial

La salvación de Rusia

Durante la segunda quincena de octubre, el 6º Ejército Alemán del general Friedrich Paulus está empeñado en lo que espera sea el asalto final, que asegure la conquista de Stalingrado. Las bajas sufridas por los alemanes son aterradoras y las ruinas de las antiguas fábricas junto al Volga son defendidas con determinación por el 62º Ejército de Vasili Chuikov. Pese a su resistencia, para los últimos días de octubre de 1942, los soviéticos están reducidos a unas cuantas cabezas de puente en el margen occidental del Volga. El único punto para cruzar el río quedó bajo el fuego alemán y todos los refuerzos enviados desde la orilla oriental fueron concentrados para salvar ese sector.

Al iniciarse la tercera decena de octubre de 1942, en Stalingrado, en El Alamein y en Guadalcanal, están a punto de producirse acontecimientos decisivos. En general, los Aliados están en situación peligrosa, pero están empezando a dar los golpes que llevarán el curso de la guerra hacia la derrota decisiva del Eje. En el dantesco Frente Oriental, la vieja Rusia (llamada Unión Soviética temporalmente) parece que se ha salvado: la tiranía nazi, que pretendía exterminar o esclavizar a los eslavos, no pudo destruirla, y el Ejército Rojo empieza a estar en posición de contraatacar con posibilidades de éxito.

Durante 1941 y hasta la Batalla de Stalingrado, fue común que las tropas soviéticas se rindieran o desertaran en masa, a primera vista del enemigo. Hubo unidades que resistieron los avances alemanes en Moscú, Crimea o Rostov del Don, pero fue demasiado frecuente que, al más mínimo rumor de problemas, cientos de miles de soldados soviéticos soltaran sus fusiles y abandonaran sus poderosos tanques. Sencillamente no estaban dispuestos a dejarse matar por los nazis, para preservar al odiado régimen comunista, que había estado asesinando, torturando y encarcelando a su propio pueblo, por millones, desde la infame Revolución de Octubre de 1917. Naciones completas fueron perseguidas por los comunistas y sufrieron millones de víctimas: los cosacos, los tártaros de Crimea, los checheno-ingushes, los ucranianos. Variados grupos sociales “sospechosos” fueron blanco de las salvajes represiones: intelectuales, religiosos, “burgueses”, “kulaks”, opositores políticos, militares, etc. A cambio de los horrores de la tiranía, el marxismo prometía una igualdad que tampoco existió. En vez de la antigua nobleza zarista, los palacios, las casas de campo, los lugares de veraneo, los autos de lujo y la buena mesa eran disfrutados por una nueva oligarquía forjada al amparo del todopoderoso Partido Comunista, que vivían como millonarios occidentales, mientras millones de ciudadanos soviéticos padecían los peores episodios de hambruna de su historia.

La promesa leninista de “entregar las fábricas a los trabajadores” consistió realmente en transformar a los antiguos obreros en semi-esclavos, sin derecho a renunciar a su trabajo, a cambio de salarios miserables, ganados con turnos triples cada día, con el peligro permanente de ser enviados a un campo de concentración por faltas tan “graves” como llegar media hora tarde al trabajo. Según el historiador ruso, Mark Solonin, para 1940, los presos propiamente políticos apenas llegaban al 30% de los convictos del “GULAG” (“Glavnoe Upravlenie Lagerey”, “Oficina Central de Campos de Trabajo”). La inmensa mayoría de los enviados a los campos recibían condenas de cinco años o menos, lo que significa que habían cometido faltas como robar un saco de papas, haber roto una herramienta por falta de experiencia o no cumplir con el mínimo de horas planificadas de trabajo.

A los campesinos, que formaban la mayoría de la población de Rusia en 1917, les fue incluso peor que a los obreros. Las tierras que habían quitado a los terratenientes en 1917, les fueron arrebatadas y colectivizadas. La política de colectivización forzada y las requisas de la producción agrícola causaron las peores hambrunas de la historia de Europa y dejaron al campo ruso convertido en un páramo empobrecido. La horrenda miseria en que vivían los campesinos rusos en 1941 dejó a los soldados alemanes que invadieron la URSS en estado de shock.

Stalin llevó los principios tiránicos del leninismo hasta el extremo. Nunca buscó la adhesión de las masas. En cambio, buscaba completa obediencia y usó el único método que conocía para conseguirla: terror masivo. En su ignorancia, Stalin no comprendía que un pueblo aterrorizado y mantenido en la sumisión por el miedo es incapaz de las guerras de conquista con que soñaba el tirano y ni siquiera fue capaz de detener a los alemanes, hasta que estuvieron a las puertas de Moscú, en los suburbios de Leningrado y a punto de cortar para siempre el paso del Volga. Los oficiales militares que sobrevivieron las masivas purgas de 1937-1938 fueron el tipo de “líderes” capaces de delatar con falsedades a sus camaradas. Salvo por algunas excepciones, los generales soviéticos más importantes en 1941 eran del todo incompetentes, carecían de sentido del honor y vivían asustados de lo que pudiera pensar de ellos la todopoderosa policía secreta estalinista. El conjunto descrito permite entender por qué la “Wehrmacht” consiguió tantas y tan fáciles victorias sobre el Ejército Rojo al comienzo de la guerra.

Pero, poco a poco, el Ejército Rojo dejó de correr y empezó a luchar. Primero consiguió detener a los alemanes frente a Moscú, evitando el colapso en el primer año de guerra. Para 1942, el recobrado avance alemán estuvo a punto de causar el desastre en el sur del país, pero Stalingrado sería su punto de máximo avance y el comienzo de su retirada. En noviembre de 1941, durante un discurso para conmemorar la Revolución de Octubre, el propio Stalin resumió claramente una de las razones fundamentales de lo que sería, en definitiva, la salvación de Rusia, cuando dijo que “la estúpida política de Hitler convirtió los pueblos de la URSS en enemigos jurados de Alemania.” Hitler cometió muchos errores en la lucha contra su colega tirano de Moscú. El primero, típico de un estratega autodidacta, fue intentar vencer a los soviéticos con pura fuerza militar. Con 150 divisiones era imposible ocupar el inmenso espacio de la Rusia europea. La única forma de destruir la Unión Soviética era desde dentro (como ocurrió, de hecho, cincuenta años después de la agresión nazi, en 1991), de modo que la invasión alemana debía ser la causante de esa destrucción desde dentro. De hecho, apenas la “Wehrmacht” cruzó la frontera soviética en junio de 1942, las revueltas nacionalistas estallaron en todas partes, con gobiernos locales proclamados en Lvov, Riga, Kaunas, Talin y Kiev. Para octubre de 1941, más de 3.000.000 de soldados soviéticos habían preferido rendirse a los alemanes, muchas veces, sin haber peleado antes de rendirse. Para muchos generales y diplomáticos alemanes, lo inteligente era crear varios estados satélites sobre las ruinas de la URSS, que proveyeran al “Reich” con la comida y las materias primas necesarias para seguir la guerra contra los Aliados.

Pero la estupidez ideológica de los nazis estaba demasiado arraigada en sus mentes crueles y prejuiciosas, como para aceptar a los eslavos en un plano cercano a la alianza. En las mentes de Hitler y sus secuaces, los eslavos eran una “raza inferior”, que debía ser fácilmente derrotada y puesta al servicio de sus amos “arios”. Afortunadamente para la humanidad, Hitler desperdició su única oportunidad de crear un “Reich” sustentable económicamente. Los nazis ni siquiera trataron de convertir su guerra de conquista en “guerra de liberación”. Los millones de prisioneros de guerra soviéticos fueron conducidos como ganado a “campos”, si se les puede llamar así, que apenas tenían cercas, pero no construcciones. Los desdichados que caían en esos lugares de tormento, debían vivir al raso, sin protección de las inclemencias del clima. Al comienzo, el Ejército Alemán liberaba a los prisioneros de ciertas nacionalidades, para causar movimientos de autonomía antirrusos; pero esas liberaciones fueron detenidas en noviembre de 1941, por órdenes de Berlín. El invierno de 1941-1942, que llegó temprano y fue especialmente crudo, causó la muerte de dos tercios de los prisioneros por hambre, descuido, frío, enfermedades o maltrato. Los alemanes llegaron a tomar más de 5.000.000 de prisioneros en el Frente Oriental. Poco más de 1.000.000 sobrevivieron a la guerra.

Los civiles soviéticos que tuvieron la mala suerte de quedar en las zonas ocupadas por los nazis, comprendieron pronto que el “Nuevo Orden” significaba que todos los pueblos eslavos tenían como única razón de sobrevivencia estar al servicio de la “raza superior”. Si se cometía la más mínima falta o desobediencia, la sanción inmediata e inapelable era generalmente la ejecución. Si se era judío o se había formado parte de la administración del Estado, en cualquiera de sus formas, no era necesario equivocarse o cometer una falta para ser ejecutado. Se multiplicaron escenas horribles en todo el territorio martirizado de la vieja Rusia: ejecuciones masivas de judíos, incluyendo hombres, mujeres y niños desde la más tierna edad; masacre de soldados rendidos, uso y asesinato de rehenes, destrucción de aldeas, saqueo de las cosechas, confiscación de alimentos y ropa de abrigo, y un largo etcétera.

Los que pudieron escapar desde las zonas ocupadas o los prisioneros de guerra que regresaron del cautiverio, empezaron a contar las atrocidades cometidas por los alemanes. Día tras día, llegaban nuevas noticias, nuevos y atroces rumores, que confirmaban que la guerra planteada ante los soldados soviéticos no tenía el objetivo de “liberar a las clases oprimidas” o conseguir el cumplimiento de los postulados de “El Capital”, sino simplemente tener la posibilidad para ellos y sus hijos de sobrevivir a un agresor despiadado, dispuesto a exterminarlos y no simplemente a derrotarlos militarmente. En la medida que esa convicción se generalizó entre las filas del Ejército Rojo, se produjo un cambio sicológico, que permitió aprovechar todo el potencial bélico de la URSS y llevarla finalmente a conquistar Berlín, la mismísima capital de “Reich” Hitleriano.

Abajo, prisioneros de guerra soviéticos, hacinados en un campo de concentración.




lunes, 16 de octubre de 2017

Hace 100 años - 15 de octubre de 1917 - Primera Guerra Mundial - Mata Hari

Hace 100 años
15 de octubre de 1917
Primera Guerra Mundial

Mata Hari

La Entente sigue al ataque en Passchendaele-Ypres. Los alemanes enfrentan una avalancha multinacional. Durante octubre, el “Deutsches Heer” deberá resistir el embate de tropas británicas, francesas, belgas, neozelandesas, australianas y canadienses. El 9 de octubre, se produce la acción conocida como “Batalla de Poelcapelle” y el 12, la historia registra la llamada “Primera Batalla de Passchendaele” (no confundir con el contexto más general de la gran Batalla de Passchendaele, que equivale a la Tercera Batalla de Ypres). Ambas operaciones son rotundos fracasos de la Entente, que sufre los efectos de las lluvias otoñales y de la resistencia más determinada de los alemanes, que se han repuesto de los ataques de septiembre. De todos modos, el costo en bajas para los defensores es altísimo, al igual que para los atacantes. Pero estos últimos tienen mayores reservas. Cada día que pasa, Alemana está más estrangulada por el bloqueo, pero la Entente tampoco consigue victorias decisivas y sigue a la espera de que Estados Unidos pueda desencadenar todo su potencial.

El 15 de octubre, en París, es ejecutada Margaretha Zelle, mejor conocida como Mata Hari, acusada de espiar para los alemanes. Había nacido en Holanda en 1876 y se casó en 1895 con el capitán Rudolf MacLeod, un oficial de la Marina Holandesa, veinte años mayor que ella y que había publicado un anuncio, buscando esposa. Trasladados a Java, en las Indias Orientales Holandesas, la pareja tuvo dos hijos, uno de los cuales falleció a temprana edad. La muerte del pequeño supuso un duro golpe para la pareja y llevó al padre a refugiarse en la bebida, mientras Margaretha lidiaba con la soledad, conociendo más de la cultura local, que aprovecharía tan magistralmente cuando volviera a Europa, con fama de conocedora de las artes amatorias y seductoras del misterioso Oriente.

De vuelta en Europa, el matrimonio se separó legalmente y Margeretha partió a París, donde se reinventó como una cortesana, altamente entrenada en unas supuestas danzas eróticas del Asia Oriental. Tomó el nombre de Mata Hari, una palabra compuesta, de origen malayo, que puede traducirse como “Ojo del Día” o “Sol”. Sus espectáculos de danza, en los que se desnudaba lentamente, al ritmo de música sugerente, le ganaron fama en toda Europa y atraía numerosas audiencias, así como amantes influyentes en todas las capitales de la Europa de la “Belle Époque”, dispuestos a recompensarla generosamente, a cambio de los placeres de su compañía.

Ya durante la guerra, fue reclutada por los servicios de espionaje franceses y también reconoció haber trabajado para los belgas. Cuando fue arrestada, mencionó que los alemanes también le habían pagado, pero que ese dinero provenía de otros “servicios”, distintos al espionaje.

Es imposible saber qué tanta información obtuvo y traspasó Mata Hari, a partir de sus conversaciones “de almohada” con sus amantes. En todo caso, es casi seguro que calificarla como “doble agente”, como la “espía más consumada del siglo” o culparla de la muerte de miles de soldados franceses fue una exageración propagandística de los líderes políticos y militares franceses, necesitados de un chivo expiatorio, luego de tres años de constantes fracasos en quebrar la resistencia de una Alemania que luchaba rodeada de enemigos, bloqueada y apenas con aliados fuertes de su lado. Mata Hari era una mujer que se abría camino sola en un mundo de hombres, usando su innegable talento para la danza, su arrebatadora belleza y su fina intuición para saber qué permite a los varones bajar la guardia, para pagar los favores de una vida acomodada a una amante bella y complaciente. Y también conocía la forma, sin duda, de hacer que quienes la tuvieron en sus brazos compartieran más de un secreto delicado. En la Europa galante del siglo XIX, es poco probable que una indiscreción de ese tipo hubiera llevado a una hermosa mujer ante un pelotón de fusilamiento. Pero la “guerra total” lo había cambiado todo para peor.

Su primer arresto fue a fines de 1916, cuando los servicios de inteligencia británicos la hicieron descender desde un vapor que viajaba entre Holanda y España, mientras recalaba en el puerto inglés de Falmouth. Los agentes británicos del “MI5” pensaban que se trataba de Clara Benedix, una célebre agente alemana que había operado en Madrid. Cuando los interrogadores se dieron cuenta de que estaban ante la famosa Mata Hari, modificaron las preguntas y terminaron dejándola libre, por carecer de evidencia, pero ya sabían que mantenía romances con oficiales de casi todos los ejércitos involucrados en la guerra. Ella misma, según el reporte de los británicos, reconoció que trabajaba para Bélgica, como espía.

De regreso en Madrid, tuvo un fatídico romance con cierto mayor Kalle, agregado militar alemán en la embajada germana en España. Poco después de disfrutar de la atención de la hermosa Mata Hari, Halle envió un mensaje cifrado a Berlín, donde informaba que la espía “H21”, había probado ser valiosa. En París y Londres podían interceptar y descifrar los mensajes de la diplomacia alemana, de modo que sospecharon inmediatamente de la cortesana. Cuando intentó entrar en Francia nuevamente en 1917, para encontrarse con uno de sus enamorados, fue arrestada por los franceses. Admitió haber recibido pagos de oficiales alemanes, pero aclaró que eran a cambio de su compañía y no por espionaje. Los expedientes del juicio registran que Mata Hari admitió ser “H21”, pero la autenticidad de esos registros ha sido cuestionada por estudios posteriores, al punto de que las autoridades francesas han aceptado revisar el caso, casi un siglo después de ocurridos los sucesos.

Temprano en la mañana del 15 de octubre de 1917, la más famosa bailarina exótica de todos los tiempos fue llevada desde su celda en París, hasta las afueras de la ciudad, donde la esperaba un pelotón de fusilamiento. Según el relato de Henry Wales, corresponsal británico que presenció la ejecución, la cortesana acusada de espionaje mostró completo autocontrol y tranquilidad. Acudió elegantemente vestida y rehusó la venda para los ojos, de modo que podía mirar fijamente a los soldados que estaban a punto de descargar sus fusiles sobre ella.

Habiendo roto contacto con su ex esposo y su hija, nadie reclamó el cuerpo de Mata Hari, que fue donado para estudios médicos, de modo que nunca existió una tumba identificada.

Abajo, una fotografía tomada a Mata Hari, durante sus días de fama en París, antes de la guerra.




Hace 75 años - 15 de octubre de 1942 - Segunda Guerra Mundial - “Guerra de Ratas”

Hace 75 años
15 de octubre de 1942
Segunda Guerra Mundial

“Guerra de Ratas”

La noche negra del nazismo se deja sentir en los territorios ocupados por Alemania. El 9 de octubre de 1942, el capitán de las SS, Alois Brunner, reportó a sus jefes que Viena estaba “libre de judíos”. Brunner, uno de los tantos criminales nazis que escapó a la justicia, fue responsable de la deportación de 43.000 judíos vieneses. El 10 de octubre, quedó fechado un informe de Sigmund Rascher, médico de las SS, sobre experimentos que incluían colocar prisioneros de Dachau en trajes de vuelo y someterlos a condiciones de congelamiento. Sus conclusiones “científicas” apuntaban a que temperar el cuello y cabeza de los pilotos, en caso de congelamiento, era vital para su sobrevivencia. Asimismo, los prisioneros de Dachau fueron usados por Rascher en experimentos de cambios de presión atmosférica y coagulación, que incluían disparos y amputaciones de miembros, para observar si la velocidad del desangramiento se retrasaba por el uso de ciertas sustancias. A diferencia de Brunner, Rascher fue ejecutado, pero por los propios nazis, acusado de fraude.

La larga Campaña de Guadalcanal no da pausa. El 11 de octubre, la “US Navy” obtiene una alentadora victoria táctica en la Batalla del Cabo Esperanza, cerca de la Isla de Savo, frente a Guadalcanal. Gracias a que los estadounidenses contaban con la pista aérea de “Henderson Field”, sus aviones dominaban los cielos, negando a la marina japonesa la posibilidad de llevar suministros durante el día. Obligados a llevar abastecimientos y tropas de noche, los japoneses prefirieron hacerlo usando rápidos cruceros y destructores, capaces de llevar su carga en el lapso de una noche. Al no contar con cargueros para estas misiones, los japoneses quedaban severamente limitados en su capacidad de llevar equipo y artillería pesada, aunque fueron capaces de sostener el esfuerzo de la batalla terrestre durante varios meses, causando severas bajas a las tropas norteamericanas.

En la noche del 11 al 12 de octubre, una flota japonesa de cruceros y destructores llevaba cientos de soldados, artillería y variado equipamiento, que estaba siendo acumulado para una ofensiva que sería lanzada a fines de octubre. Al mismo tiempo, otra agrupación de cruceros estaba destinada a bombardear “Henderson Field” durante la noche, a fin de negar su uso como base aérea y tratar de nivelar el dominio en los aires. La victoria naval estadounidense de esa noche fue una buena noticia, muy necesaria para la opinión pública norteamericana, ávida de una victoria importante. No obstante, tuvo escasas repercusiones estratégicas. De hecho, aunque los cruceros japoneses fueron derrotados y no pudieron bombardear Guadalcanal, sí cumplieron la misión de reabastecimiento. Y el 13 de octubre, dos acorazados japoneses, “Kongo” y “Haruna”, bombardearon “Henderson Field” con sus grandes calibres y prácticamente lo destruyeron. Una noche más tarde, los japoneses desembarcaron 4.500 soldados y abundante equipo, que finalmente participó en una gran ofensiva, a partir del 23 de ese mes.

El 9 de octubre, el gobierno soviético relega a los comisarios a una posición asesora y educadora, eliminando todo mando directo sobre los oficiales del Ejército Rojo, que gozarán de ahora en delante de los privilegios del mando militar, casi sin injerencia de los “oficiales políticos”. Desprovistos de su posición de poder, los comisarios y agentes de la NKVD se dieron cuenta del profundo odio que los oficiales de las fuerzas armadas soviéticas habían acumulado contra ellos, tras décadas de tiranía. Fueron miles los oficiales de las fuerzas armadas que sufrieron con la muerte, la prisión y la tortura, durante la época terrible del “Gran Terror” estalinista, poco antes de la guerra. La escasez de oficiales calificados y, sobre todo, motivados fue una de las causas de las derrotas catastróficas de las primeras batallas contra los alemanes, que estuvieron a punto de causar la destrucción de la Unión Soviética.

Pero las cosas han ido cambiando desde el verano de 1941. La suerte de la URSS y, en gran parte, de todo el curso de la Segunda Guerra Mundial se está jugando ahora en Stalingrado, donde los alemanes llevan todo septiembre y la primera mitad de octubre, intentando reducir los focos de resistencia de la ciudad y empujar a los defensores soviéticos hacia el Río Volga.

A pesar de sufrir bajas aterradoras, los soldados del VI Ejército Alemán habían avanzado en el control de los puntos estratégicos de la ruinosa ciudad, con teutónica tenacidad. El 5 de octubre, el comandante en jefe del 62º Ejército Soviético, general Vasili Chuikov, a cargo de la defensa de Stalingrado, recibió la orden de retener lo que quedaba de la ciudad en sus manos, a toda costa, y emprender la reconquista de lo ocupado por los alemanes cuanto antes. Los feroces ataques alemanes, a partir del 6 de octubre, hicieron irrelevantes las absurdas órdenes venidas desde Moscú y, al acercarse la segunda quincena de octubre, los alemanes estaban en posición de disparar directamente sobre muchos de los puntos de paso del Volga. Las bajas entre las tripulaciones de las embarcaciones de todo tipo que cruzaban el río, empezaron a ser comparables con las sufridas por los batallones que luchaban en la ciudad. Estas valientes dotaciones llevaban y traían heridos, municiones, comida, agua, tanques y armamento. Su existencia equivalía a los vasos sanguíneos de un animal herido que lucha para no morir.

La segunda semana de octubre fue escenario de una relativa calma en la lucha, mientras los alemanes preparaban lo que esperaban fuera el golpe final sobre el ya reducido perímetro del 62º Ejército de Chuikov. Junto al horror de las condiciones en que se libraba la batalla y a las catastróficas bajas sufridas, una de las pruebas más duras que debía soportar el comandante soviético era la presión de Stalin. Algo parecido debía sufrir el general Friedrich Paulus, con la presión de Hitler. El 8 de octubre de 1942, recibió instrucciones venidas desde el cuartel general de Führer, en el sentido de lanzar una gran ofensiva sobre el norte de la ciudad, a más tardar, el 14 de octubre. Uno de los oficiales de Paulus anotó en su diario que una división de infantería, la 94ª, había quedado reducida apenas a 535 hombres. Otras formaciones, como la 76ª División de Infantería, simplemente estaban fuera de combate indefinidamente. Y ya casi no quedaban reservas.

De todos modos, los alemanes seguían teniendo gran capacidad de hacer daño y Chuikov pudo evitar el desastre, sólo gracias a sus certeros informes de inteligencia, que le permitieron mover tropas de refuerzo hacia puntos clave. Chuikov, al igual que Paulus, tenía que arreglárselas con lo que tenía y sus esperanzas de recibir refuerzos eran escasas, pero por razones distintas a la escasez de reservas alemanas. Contra lo que los alemanes creían, el Ejército Rojo tenía abundantes reservas de tropas y material, pero las estaba guardando. Como preparación para recibir el inminente ataque alemán de mediados de octubre, Chuikov fue notificado de que la ración de artillería para Stalingrado sería reducida. Era el indicio de que, en la retaguardia, a kilómetros detrás del Volga, se acumulaba munición de artillería para una gran ofensiva de invierno. Vasili Chuikov comprendió que su maltratado 62º Ejército era la carnada para atraer al VI Ejército Alemán hacia una gigantesca trampa.

A las 6.00 de la madrugada del 14 de octubre de 1942, precedidos por enjambres de “Stukas”, los soldados del VI Ejército se lanzaron al ataque con feroz determinación. Uno de los objetivos principales era la fábrica de tractores o, mejor dicho, sus ruinas. Para el día 15 de octubre, la mayor parte de la antigua fábrica de tractores estaba ocupada por los alemanes, que deberían proseguir con la conquista de la fábrica de ladrillos. Sin embargo, los soviéticos todavía no parecían vencidos y reaparecían nadie sabe de dónde, para volver a luchar. Un soldado alemán escribió a su familia: “no puedo comprender cómo los hombres pueden sobrevivir en ese infierno y, sin embargo, los rusos se instalan firmes en las ruinas, y en huecos y sótanos, y en un caos de esqueletos de acero que solían ser fábricas”. Las condiciones de lucha eran espantosas, entre los escombros, los fierros retorcidos, los muertos sin enterrar, los heridos que morían de sed y los civiles que quedaban en el fuego cruzado, intentando sobrevivir como podían. Este combate a escasa distancia entre ruinas, búnkeres, sótanos y alcantarillas fue llamado “Rattenkrieg” (“guerra de ratas”) por los “landser” alemanes. Paulus y el resto de sus generales, se sentían desorientados en un tipo de lucha donde sólo los comandantes de las pequeñas unidades sabían lo que ocurría sobre el terreno. Y los generales alemanes no estaban acostumbrados a luchar en una situación donde no tuvieran control absoluto de sus fuerzas.

Los mandos soviéticos tampoco la tenían fácil y sólo evitaron un desastre siendo despiadados. Durante la batalla, el Ejército Rojo ejecutó 13.500 de sus propios soldados, por variadas causas, como retirarse “sin recibir órdenes hasta las heridas autoinflingidas, la deserción, el pasarse al enemigo, la corrupción y las actividades antisoviéticas”, como rezaba un informe de los comisarios políticos. Todavía la moral no se recuperaba del todo, luego de los desastres de 1941-1942, pero el cambio sicológico entre la población de la URSS ya se estaba produciendo y, de hecho, Stalingrado sería la primera gran victoria sobre los nazis. Entre junio de 1941 y mediados de 1942, el Ejército Rojo fue, en gran medida, una turba desmoralizada, poco dispuesta a defender un régimen que odiaba profundamente o que, en el mejor de los casos, le resultaba indiferente. Pero los horrores del nazismo contra las poblaciones de las zonas ocupadas, el maltrato genocida dado a los prisioneros de guerra e incluso a los desertores soviéticos, y la ferocidad de una lucha, que Hitler dispuso como guerra de exterminio y esclavización de las “razas inferiores”, causaron el milagro que ningún discurso ideológico marxista pudo causar: convirtió la desbandada de los primeros 12 meses de guerra en lo que los rusos aún hoy llaman “Gran Guerra Patria”.

Abajo, un grupo de soldados del Ejército Rojo aprovecha las ruinas como baluarte, a la espera de un avance alemán. Al centro de la formación, un soldado opera un fusil antiblindaje, con su característico cañón largo. Lo acompañan cuatro camaradas armados con la efectiva subametralladora “PPSh-41”, un subfusil versátil y resistente, que los soldados alemanes llegaron a apreciar como fiable, cada vez que capturaban un ejemplar.




domingo, 1 de octubre de 2017

Hace 100 años - 1 de octubre de 1917 - Primera Guerra Mundial - Blindados en Mesopotamia

Hace 100 años
1 de octubre de 1917
Primera Guerra Mundial

Blindados en Mesopotamia

Los días 28 y 29 de septiembre de 1917, se desarrolla la Batalla de Ramadi, en Mesopotamia, entre las tropas del Imperio Británico, comandadas por el general Frederick Stanly Maude, contra la guarnición otomana de Ramadi, en la ribera del Río Éufrates. El ritmo de las operaciones se había moderado, luego de la ofensiva británica de marzo-abril de 1917, que había sido muy exitosa para la Entente, pero también muy costosa, de modo que Maude había necesitado algunos meses para reagrupar sus fuerzas y devolverlas a un estado aceptable.

Uno de los primeros objetivos británicos para la segunda mitad de 1917 era Ramadi, un punto estratégicamente importante para controlar el Eúfrates y proseguir hacia el Tigris, que además contaba con una estación de control de inundaciones. En julio, Maude intentó un ataque, pero sin convicción y sin disponer aún de todos los medios necesarios. Con mejor planificación, Maude decidió intentarlo de nuevo a fines de septiembre. Envió una división completa, que se desplazó rápidamente por los 100 kilómetros de distancia hasta Ramadi, apoyada por autos blindados. Al llegar, la división inició su ataque el 28 de septiembre, contra los 4.000 soldados otomanos que defendían la posición.

Los turcos esperaban que los británicos intentaran atacar de nuevo hacia la orilla del río, pero no estaban preparados para enfrentar autos blindados, capaces de golpear sorpresivamente las posiciones defensivas desde el flanco, mientras unidades de caballería eran enviadas para dar un rodeo, detrás de Ramadi, cortando los caminos que podían permitir a los turcos recibir refuerzos o suministros. Para la noche del 28, la guarnición otomana estaba rodeada. Un intento de salir peleando desde el poblado fue abortado por la caballería británica, que cortó el paso a las tropas turcas. Sin posibilidades de escapar, superados en número y sin esperanzas de ser reforzados, los turcos se rindieron en la mañana del 29 de septiembre.

Maude intentó aprovechar su éxito y despachó sus autos blindados para intentar capturar Hit, entre el Éufrates y el Tigris, pero los malos caminos de la región impidieron el éxito y los vehículos fueron llamados de vuelta, antes incluso de acercarse al poblado. A pesar de constituir una importante innovación, los vehículos de combate dependían mucho de los caminos. Los tanques, que estaban haciendo su estreno en esta guerra, tenían mejores posibilidades de salvar terrenos difíciles, incluso en campo abierto, pero el tiempo demostraría que el uso de fuerzas motorizadas en ataques en profundidad, seguiría dependiendo de disponer de una aceptable red de caminos.

Los autos blindados habían sido estrenados en el Frente Occidental en 1914, por el “Royal Navy Air Service” (“RNAS”, “Servicio Aéreo de la Real Marina”) británico, pero no resultaron efectivos en el fango del norte de Francia, de modo que las unidades respectivas fueron desbandadas y los vehículos enviados a otros frentes, donde pudieran ser más útiles, como Egipto, Palestina y Mesopotamia, donde el terreno duro del desierto, menos afectado por lluvias, podía ser un ambiente propicio para desarrollar todo su potencial. En Palestina, Lawrence de Arabia recibió un escuadrón de nueve “Rolls-Royce” blindados, que él calificó como “más valiosos que rubíes”, para su revuelta árabe contra Turquía. En la siguiente guerra, en escenarios similares, como la estepa rusa y el desierto norafricano, las fuerzas motorizadas y blindadas demostrarían ser decisivas, de la mano de comandantes resueltos, como Montgomery, Rommel y Patton.

Abajo, dos autos blindados “Rolls-Royce”, probablemente parte de las fuerzas británicas que luchaban en Palestina, al mando del general Edmund Allenby.




17 de Septiembre de 1944. Hace 80 años. Operación Market Garden.

   El 6 de junio de 1944, los Aliados habían desembarcado con éxito en Normandía. En las semanas siguientes, a pesar de la feroz resistencia...