Hace 75 años
15 de octubre de 1942
Segunda Guerra Mundial
“Guerra de Ratas”
La noche negra del nazismo se deja sentir en los territorios ocupados por
Alemania. El 9 de octubre de 1942, el capitán de las SS, Alois Brunner, reportó
a sus jefes que Viena estaba “libre de judíos”. Brunner, uno de los tantos
criminales nazis que escapó a la justicia, fue responsable de la deportación de
43.000 judíos vieneses. El 10 de octubre, quedó fechado un informe de Sigmund
Rascher, médico de las SS, sobre experimentos que incluían colocar prisioneros
de Dachau en trajes de vuelo y someterlos a condiciones de congelamiento. Sus
conclusiones “científicas” apuntaban a que temperar el cuello y cabeza de los
pilotos, en caso de congelamiento, era vital para su sobrevivencia. Asimismo,
los prisioneros de Dachau fueron usados por Rascher en experimentos de cambios
de presión atmosférica y coagulación, que incluían disparos y amputaciones de
miembros, para observar si la velocidad del desangramiento se retrasaba por el
uso de ciertas sustancias. A diferencia de Brunner, Rascher fue ejecutado, pero
por los propios nazis, acusado de fraude.
La larga Campaña de Guadalcanal no da pausa. El 11 de octubre, la “US
Navy” obtiene una alentadora victoria táctica en la Batalla del Cabo Esperanza,
cerca de la Isla de Savo, frente a Guadalcanal. Gracias a que los
estadounidenses contaban con la pista aérea de “Henderson Field”, sus aviones
dominaban los cielos, negando a la marina japonesa la posibilidad de llevar
suministros durante el día. Obligados a llevar abastecimientos y tropas de
noche, los japoneses prefirieron hacerlo usando rápidos cruceros y
destructores, capaces de llevar su carga en el lapso de una noche. Al no contar
con cargueros para estas misiones, los japoneses quedaban severamente limitados
en su capacidad de llevar equipo y artillería pesada, aunque fueron capaces de
sostener el esfuerzo de la batalla terrestre durante varios meses, causando
severas bajas a las tropas norteamericanas.
En la noche del 11 al 12 de octubre, una flota japonesa de cruceros y
destructores llevaba cientos de soldados, artillería y variado equipamiento,
que estaba siendo acumulado para una ofensiva que sería lanzada a fines de
octubre. Al mismo tiempo, otra agrupación de cruceros estaba destinada a
bombardear “Henderson Field” durante la noche, a fin de negar su uso como base
aérea y tratar de nivelar el dominio en los aires. La victoria naval
estadounidense de esa noche fue una buena noticia, muy necesaria para la
opinión pública norteamericana, ávida de una victoria importante. No obstante,
tuvo escasas repercusiones estratégicas. De hecho, aunque los cruceros
japoneses fueron derrotados y no pudieron bombardear Guadalcanal, sí cumplieron
la misión de reabastecimiento. Y el 13 de octubre, dos acorazados japoneses,
“Kongo” y “Haruna”, bombardearon “Henderson Field” con sus grandes calibres y
prácticamente lo destruyeron. Una noche más tarde, los japoneses desembarcaron
4.500 soldados y abundante equipo, que finalmente participó en una gran
ofensiva, a partir del 23 de ese mes.
El 9 de octubre, el gobierno soviético relega a los comisarios a una
posición asesora y educadora, eliminando todo mando directo sobre los oficiales
del Ejército Rojo, que gozarán de ahora en delante de los privilegios del mando
militar, casi sin injerencia de los “oficiales políticos”. Desprovistos de su
posición de poder, los comisarios y agentes de la NKVD se dieron cuenta del
profundo odio que los oficiales de las fuerzas armadas soviéticas habían acumulado
contra ellos, tras décadas de tiranía. Fueron miles los oficiales de las
fuerzas armadas que sufrieron con la muerte, la prisión y la tortura, durante
la época terrible del “Gran Terror” estalinista, poco antes de la guerra. La
escasez de oficiales calificados y, sobre todo, motivados fue una de las causas
de las derrotas catastróficas de las primeras batallas contra los alemanes, que
estuvieron a punto de causar la destrucción de la Unión Soviética.
Pero las cosas han ido cambiando desde el verano de 1941. La suerte de la
URSS y, en gran parte, de todo el curso de la Segunda Guerra Mundial se está
jugando ahora en Stalingrado, donde los alemanes llevan todo septiembre y la
primera mitad de octubre, intentando reducir los focos de resistencia de la
ciudad y empujar a los defensores soviéticos hacia el Río Volga.
A pesar de sufrir bajas aterradoras, los soldados del VI Ejército Alemán
habían avanzado en el control de los puntos estratégicos de la ruinosa ciudad,
con teutónica tenacidad. El 5 de octubre, el comandante en jefe del 62º
Ejército Soviético, general Vasili Chuikov, a cargo de la defensa de
Stalingrado, recibió la orden de retener lo que quedaba de la ciudad en sus
manos, a toda costa, y emprender la reconquista de lo ocupado por los alemanes
cuanto antes. Los feroces ataques alemanes, a partir del 6 de octubre, hicieron
irrelevantes las absurdas órdenes venidas desde Moscú y, al acercarse la segunda
quincena de octubre, los alemanes estaban en posición de disparar directamente
sobre muchos de los puntos de paso del Volga. Las bajas entre las tripulaciones
de las embarcaciones de todo tipo que cruzaban el río, empezaron a ser
comparables con las sufridas por los batallones que luchaban en la ciudad.
Estas valientes dotaciones llevaban y traían heridos, municiones, comida, agua,
tanques y armamento. Su existencia equivalía a los vasos sanguíneos de un
animal herido que lucha para no morir.
La segunda semana de octubre fue escenario de una relativa calma en la
lucha, mientras los alemanes preparaban lo que esperaban fuera el golpe final
sobre el ya reducido perímetro del 62º Ejército de Chuikov. Junto al horror de
las condiciones en que se libraba la batalla y a las catastróficas bajas
sufridas, una de las pruebas más duras que debía soportar el comandante
soviético era la presión de Stalin. Algo parecido debía sufrir el general
Friedrich Paulus, con la presión de Hitler. El 8 de octubre de 1942, recibió
instrucciones venidas desde el cuartel general de Führer, en el sentido de
lanzar una gran ofensiva sobre el norte de la ciudad, a más tardar, el 14 de
octubre. Uno de los oficiales de Paulus anotó en su diario que una división de
infantería, la 94ª, había quedado reducida apenas a 535 hombres. Otras
formaciones, como la 76ª División de Infantería, simplemente estaban fuera de
combate indefinidamente. Y ya casi no quedaban reservas.
De todos modos, los alemanes seguían teniendo gran capacidad de hacer
daño y Chuikov pudo evitar el desastre, sólo gracias a sus certeros informes de
inteligencia, que le permitieron mover tropas de refuerzo hacia puntos clave.
Chuikov, al igual que Paulus, tenía que arreglárselas con lo que tenía y sus
esperanzas de recibir refuerzos eran escasas, pero por razones distintas a la
escasez de reservas alemanas. Contra lo que los alemanes creían, el Ejército
Rojo tenía abundantes reservas de tropas y material, pero las estaba guardando.
Como preparación para recibir el inminente ataque alemán de mediados de
octubre, Chuikov fue notificado de que la ración de artillería para Stalingrado
sería reducida. Era el indicio de que, en la retaguardia, a kilómetros detrás
del Volga, se acumulaba munición de artillería para una gran ofensiva de
invierno. Vasili Chuikov comprendió que su maltratado 62º Ejército era la
carnada para atraer al VI Ejército Alemán hacia una gigantesca trampa.
A las 6.00 de la madrugada del 14 de octubre de 1942, precedidos por
enjambres de “Stukas”, los soldados del VI Ejército se lanzaron al ataque con
feroz determinación. Uno de los objetivos principales era la fábrica de
tractores o, mejor dicho, sus ruinas. Para el día 15 de octubre, la mayor parte
de la antigua fábrica de tractores estaba ocupada por los alemanes, que
deberían proseguir con la conquista de la fábrica de ladrillos. Sin embargo,
los soviéticos todavía no parecían vencidos y reaparecían nadie sabe de dónde,
para volver a luchar. Un soldado alemán escribió a su familia: “no puedo
comprender cómo los hombres pueden sobrevivir en ese infierno y, sin embargo,
los rusos se instalan firmes en las ruinas, y en huecos y sótanos, y en un caos
de esqueletos de acero que solían ser fábricas”. Las condiciones de lucha eran
espantosas, entre los escombros, los fierros retorcidos, los muertos sin
enterrar, los heridos que morían de sed y los civiles que quedaban en el fuego
cruzado, intentando sobrevivir como podían. Este combate a escasa distancia
entre ruinas, búnkeres, sótanos y alcantarillas fue llamado “Rattenkrieg” (“guerra
de ratas”) por los “landser” alemanes. Paulus y el resto de sus generales, se
sentían desorientados en un tipo de lucha donde sólo los comandantes de las
pequeñas unidades sabían lo que ocurría sobre el terreno. Y los generales alemanes
no estaban acostumbrados a luchar en una situación donde no tuvieran control
absoluto de sus fuerzas.
Los mandos soviéticos tampoco la tenían fácil y sólo evitaron un desastre
siendo despiadados. Durante la batalla, el Ejército Rojo ejecutó 13.500 de sus
propios soldados, por variadas causas, como retirarse “sin recibir órdenes
hasta las heridas autoinflingidas, la deserción, el pasarse al enemigo, la corrupción
y las actividades antisoviéticas”, como rezaba un informe de los comisarios
políticos. Todavía la moral no se recuperaba del todo, luego de los desastres
de 1941-1942, pero el cambio sicológico entre la población de la URSS ya se
estaba produciendo y, de hecho, Stalingrado sería la primera gran victoria
sobre los nazis. Entre junio de 1941 y mediados de 1942, el Ejército Rojo fue,
en gran medida, una turba desmoralizada, poco dispuesta a defender un régimen
que odiaba profundamente o que, en el mejor de los casos, le resultaba
indiferente. Pero los horrores del nazismo contra las poblaciones de las zonas
ocupadas, el maltrato genocida dado a los prisioneros de guerra e incluso a los
desertores soviéticos, y la ferocidad de una lucha, que Hitler dispuso como
guerra de exterminio y esclavización de las “razas inferiores”, causaron el milagro
que ningún discurso ideológico marxista pudo causar: convirtió la desbandada de
los primeros 12 meses de guerra en lo que los rusos aún hoy llaman “Gran Guerra
Patria”.
Abajo, un grupo de soldados del Ejército Rojo aprovecha las ruinas como
baluarte, a la espera de un avance alemán. Al centro de la formación, un
soldado opera un fusil antiblindaje, con su característico cañón largo. Lo
acompañan cuatro camaradas armados con la efectiva subametralladora “PPSh-41”,
un subfusil versátil y resistente, que los soldados alemanes llegaron a
apreciar como fiable, cada vez que capturaban un ejemplar.
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