lunes, 16 de octubre de 2017

Hace 75 años - 15 de octubre de 1942 - Segunda Guerra Mundial - “Guerra de Ratas”

Hace 75 años
15 de octubre de 1942
Segunda Guerra Mundial

“Guerra de Ratas”

La noche negra del nazismo se deja sentir en los territorios ocupados por Alemania. El 9 de octubre de 1942, el capitán de las SS, Alois Brunner, reportó a sus jefes que Viena estaba “libre de judíos”. Brunner, uno de los tantos criminales nazis que escapó a la justicia, fue responsable de la deportación de 43.000 judíos vieneses. El 10 de octubre, quedó fechado un informe de Sigmund Rascher, médico de las SS, sobre experimentos que incluían colocar prisioneros de Dachau en trajes de vuelo y someterlos a condiciones de congelamiento. Sus conclusiones “científicas” apuntaban a que temperar el cuello y cabeza de los pilotos, en caso de congelamiento, era vital para su sobrevivencia. Asimismo, los prisioneros de Dachau fueron usados por Rascher en experimentos de cambios de presión atmosférica y coagulación, que incluían disparos y amputaciones de miembros, para observar si la velocidad del desangramiento se retrasaba por el uso de ciertas sustancias. A diferencia de Brunner, Rascher fue ejecutado, pero por los propios nazis, acusado de fraude.

La larga Campaña de Guadalcanal no da pausa. El 11 de octubre, la “US Navy” obtiene una alentadora victoria táctica en la Batalla del Cabo Esperanza, cerca de la Isla de Savo, frente a Guadalcanal. Gracias a que los estadounidenses contaban con la pista aérea de “Henderson Field”, sus aviones dominaban los cielos, negando a la marina japonesa la posibilidad de llevar suministros durante el día. Obligados a llevar abastecimientos y tropas de noche, los japoneses prefirieron hacerlo usando rápidos cruceros y destructores, capaces de llevar su carga en el lapso de una noche. Al no contar con cargueros para estas misiones, los japoneses quedaban severamente limitados en su capacidad de llevar equipo y artillería pesada, aunque fueron capaces de sostener el esfuerzo de la batalla terrestre durante varios meses, causando severas bajas a las tropas norteamericanas.

En la noche del 11 al 12 de octubre, una flota japonesa de cruceros y destructores llevaba cientos de soldados, artillería y variado equipamiento, que estaba siendo acumulado para una ofensiva que sería lanzada a fines de octubre. Al mismo tiempo, otra agrupación de cruceros estaba destinada a bombardear “Henderson Field” durante la noche, a fin de negar su uso como base aérea y tratar de nivelar el dominio en los aires. La victoria naval estadounidense de esa noche fue una buena noticia, muy necesaria para la opinión pública norteamericana, ávida de una victoria importante. No obstante, tuvo escasas repercusiones estratégicas. De hecho, aunque los cruceros japoneses fueron derrotados y no pudieron bombardear Guadalcanal, sí cumplieron la misión de reabastecimiento. Y el 13 de octubre, dos acorazados japoneses, “Kongo” y “Haruna”, bombardearon “Henderson Field” con sus grandes calibres y prácticamente lo destruyeron. Una noche más tarde, los japoneses desembarcaron 4.500 soldados y abundante equipo, que finalmente participó en una gran ofensiva, a partir del 23 de ese mes.

El 9 de octubre, el gobierno soviético relega a los comisarios a una posición asesora y educadora, eliminando todo mando directo sobre los oficiales del Ejército Rojo, que gozarán de ahora en delante de los privilegios del mando militar, casi sin injerencia de los “oficiales políticos”. Desprovistos de su posición de poder, los comisarios y agentes de la NKVD se dieron cuenta del profundo odio que los oficiales de las fuerzas armadas soviéticas habían acumulado contra ellos, tras décadas de tiranía. Fueron miles los oficiales de las fuerzas armadas que sufrieron con la muerte, la prisión y la tortura, durante la época terrible del “Gran Terror” estalinista, poco antes de la guerra. La escasez de oficiales calificados y, sobre todo, motivados fue una de las causas de las derrotas catastróficas de las primeras batallas contra los alemanes, que estuvieron a punto de causar la destrucción de la Unión Soviética.

Pero las cosas han ido cambiando desde el verano de 1941. La suerte de la URSS y, en gran parte, de todo el curso de la Segunda Guerra Mundial se está jugando ahora en Stalingrado, donde los alemanes llevan todo septiembre y la primera mitad de octubre, intentando reducir los focos de resistencia de la ciudad y empujar a los defensores soviéticos hacia el Río Volga.

A pesar de sufrir bajas aterradoras, los soldados del VI Ejército Alemán habían avanzado en el control de los puntos estratégicos de la ruinosa ciudad, con teutónica tenacidad. El 5 de octubre, el comandante en jefe del 62º Ejército Soviético, general Vasili Chuikov, a cargo de la defensa de Stalingrado, recibió la orden de retener lo que quedaba de la ciudad en sus manos, a toda costa, y emprender la reconquista de lo ocupado por los alemanes cuanto antes. Los feroces ataques alemanes, a partir del 6 de octubre, hicieron irrelevantes las absurdas órdenes venidas desde Moscú y, al acercarse la segunda quincena de octubre, los alemanes estaban en posición de disparar directamente sobre muchos de los puntos de paso del Volga. Las bajas entre las tripulaciones de las embarcaciones de todo tipo que cruzaban el río, empezaron a ser comparables con las sufridas por los batallones que luchaban en la ciudad. Estas valientes dotaciones llevaban y traían heridos, municiones, comida, agua, tanques y armamento. Su existencia equivalía a los vasos sanguíneos de un animal herido que lucha para no morir.

La segunda semana de octubre fue escenario de una relativa calma en la lucha, mientras los alemanes preparaban lo que esperaban fuera el golpe final sobre el ya reducido perímetro del 62º Ejército de Chuikov. Junto al horror de las condiciones en que se libraba la batalla y a las catastróficas bajas sufridas, una de las pruebas más duras que debía soportar el comandante soviético era la presión de Stalin. Algo parecido debía sufrir el general Friedrich Paulus, con la presión de Hitler. El 8 de octubre de 1942, recibió instrucciones venidas desde el cuartel general de Führer, en el sentido de lanzar una gran ofensiva sobre el norte de la ciudad, a más tardar, el 14 de octubre. Uno de los oficiales de Paulus anotó en su diario que una división de infantería, la 94ª, había quedado reducida apenas a 535 hombres. Otras formaciones, como la 76ª División de Infantería, simplemente estaban fuera de combate indefinidamente. Y ya casi no quedaban reservas.

De todos modos, los alemanes seguían teniendo gran capacidad de hacer daño y Chuikov pudo evitar el desastre, sólo gracias a sus certeros informes de inteligencia, que le permitieron mover tropas de refuerzo hacia puntos clave. Chuikov, al igual que Paulus, tenía que arreglárselas con lo que tenía y sus esperanzas de recibir refuerzos eran escasas, pero por razones distintas a la escasez de reservas alemanas. Contra lo que los alemanes creían, el Ejército Rojo tenía abundantes reservas de tropas y material, pero las estaba guardando. Como preparación para recibir el inminente ataque alemán de mediados de octubre, Chuikov fue notificado de que la ración de artillería para Stalingrado sería reducida. Era el indicio de que, en la retaguardia, a kilómetros detrás del Volga, se acumulaba munición de artillería para una gran ofensiva de invierno. Vasili Chuikov comprendió que su maltratado 62º Ejército era la carnada para atraer al VI Ejército Alemán hacia una gigantesca trampa.

A las 6.00 de la madrugada del 14 de octubre de 1942, precedidos por enjambres de “Stukas”, los soldados del VI Ejército se lanzaron al ataque con feroz determinación. Uno de los objetivos principales era la fábrica de tractores o, mejor dicho, sus ruinas. Para el día 15 de octubre, la mayor parte de la antigua fábrica de tractores estaba ocupada por los alemanes, que deberían proseguir con la conquista de la fábrica de ladrillos. Sin embargo, los soviéticos todavía no parecían vencidos y reaparecían nadie sabe de dónde, para volver a luchar. Un soldado alemán escribió a su familia: “no puedo comprender cómo los hombres pueden sobrevivir en ese infierno y, sin embargo, los rusos se instalan firmes en las ruinas, y en huecos y sótanos, y en un caos de esqueletos de acero que solían ser fábricas”. Las condiciones de lucha eran espantosas, entre los escombros, los fierros retorcidos, los muertos sin enterrar, los heridos que morían de sed y los civiles que quedaban en el fuego cruzado, intentando sobrevivir como podían. Este combate a escasa distancia entre ruinas, búnkeres, sótanos y alcantarillas fue llamado “Rattenkrieg” (“guerra de ratas”) por los “landser” alemanes. Paulus y el resto de sus generales, se sentían desorientados en un tipo de lucha donde sólo los comandantes de las pequeñas unidades sabían lo que ocurría sobre el terreno. Y los generales alemanes no estaban acostumbrados a luchar en una situación donde no tuvieran control absoluto de sus fuerzas.

Los mandos soviéticos tampoco la tenían fácil y sólo evitaron un desastre siendo despiadados. Durante la batalla, el Ejército Rojo ejecutó 13.500 de sus propios soldados, por variadas causas, como retirarse “sin recibir órdenes hasta las heridas autoinflingidas, la deserción, el pasarse al enemigo, la corrupción y las actividades antisoviéticas”, como rezaba un informe de los comisarios políticos. Todavía la moral no se recuperaba del todo, luego de los desastres de 1941-1942, pero el cambio sicológico entre la población de la URSS ya se estaba produciendo y, de hecho, Stalingrado sería la primera gran victoria sobre los nazis. Entre junio de 1941 y mediados de 1942, el Ejército Rojo fue, en gran medida, una turba desmoralizada, poco dispuesta a defender un régimen que odiaba profundamente o que, en el mejor de los casos, le resultaba indiferente. Pero los horrores del nazismo contra las poblaciones de las zonas ocupadas, el maltrato genocida dado a los prisioneros de guerra e incluso a los desertores soviéticos, y la ferocidad de una lucha, que Hitler dispuso como guerra de exterminio y esclavización de las “razas inferiores”, causaron el milagro que ningún discurso ideológico marxista pudo causar: convirtió la desbandada de los primeros 12 meses de guerra en lo que los rusos aún hoy llaman “Gran Guerra Patria”.

Abajo, un grupo de soldados del Ejército Rojo aprovecha las ruinas como baluarte, a la espera de un avance alemán. Al centro de la formación, un soldado opera un fusil antiblindaje, con su característico cañón largo. Lo acompañan cuatro camaradas armados con la efectiva subametralladora “PPSh-41”, un subfusil versátil y resistente, que los soldados alemanes llegaron a apreciar como fiable, cada vez que capturaban un ejemplar.




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