domingo, 22 de octubre de 2017

Hace 75 años - 22 de octubre de 1942 - Segunda Guerra Mundial - La salvación de Rusia

Hace 75 años
22 de octubre de 1942
Segunda Guerra Mundial

La salvación de Rusia

Durante la segunda quincena de octubre, el 6º Ejército Alemán del general Friedrich Paulus está empeñado en lo que espera sea el asalto final, que asegure la conquista de Stalingrado. Las bajas sufridas por los alemanes son aterradoras y las ruinas de las antiguas fábricas junto al Volga son defendidas con determinación por el 62º Ejército de Vasili Chuikov. Pese a su resistencia, para los últimos días de octubre de 1942, los soviéticos están reducidos a unas cuantas cabezas de puente en el margen occidental del Volga. El único punto para cruzar el río quedó bajo el fuego alemán y todos los refuerzos enviados desde la orilla oriental fueron concentrados para salvar ese sector.

Al iniciarse la tercera decena de octubre de 1942, en Stalingrado, en El Alamein y en Guadalcanal, están a punto de producirse acontecimientos decisivos. En general, los Aliados están en situación peligrosa, pero están empezando a dar los golpes que llevarán el curso de la guerra hacia la derrota decisiva del Eje. En el dantesco Frente Oriental, la vieja Rusia (llamada Unión Soviética temporalmente) parece que se ha salvado: la tiranía nazi, que pretendía exterminar o esclavizar a los eslavos, no pudo destruirla, y el Ejército Rojo empieza a estar en posición de contraatacar con posibilidades de éxito.

Durante 1941 y hasta la Batalla de Stalingrado, fue común que las tropas soviéticas se rindieran o desertaran en masa, a primera vista del enemigo. Hubo unidades que resistieron los avances alemanes en Moscú, Crimea o Rostov del Don, pero fue demasiado frecuente que, al más mínimo rumor de problemas, cientos de miles de soldados soviéticos soltaran sus fusiles y abandonaran sus poderosos tanques. Sencillamente no estaban dispuestos a dejarse matar por los nazis, para preservar al odiado régimen comunista, que había estado asesinando, torturando y encarcelando a su propio pueblo, por millones, desde la infame Revolución de Octubre de 1917. Naciones completas fueron perseguidas por los comunistas y sufrieron millones de víctimas: los cosacos, los tártaros de Crimea, los checheno-ingushes, los ucranianos. Variados grupos sociales “sospechosos” fueron blanco de las salvajes represiones: intelectuales, religiosos, “burgueses”, “kulaks”, opositores políticos, militares, etc. A cambio de los horrores de la tiranía, el marxismo prometía una igualdad que tampoco existió. En vez de la antigua nobleza zarista, los palacios, las casas de campo, los lugares de veraneo, los autos de lujo y la buena mesa eran disfrutados por una nueva oligarquía forjada al amparo del todopoderoso Partido Comunista, que vivían como millonarios occidentales, mientras millones de ciudadanos soviéticos padecían los peores episodios de hambruna de su historia.

La promesa leninista de “entregar las fábricas a los trabajadores” consistió realmente en transformar a los antiguos obreros en semi-esclavos, sin derecho a renunciar a su trabajo, a cambio de salarios miserables, ganados con turnos triples cada día, con el peligro permanente de ser enviados a un campo de concentración por faltas tan “graves” como llegar media hora tarde al trabajo. Según el historiador ruso, Mark Solonin, para 1940, los presos propiamente políticos apenas llegaban al 30% de los convictos del “GULAG” (“Glavnoe Upravlenie Lagerey”, “Oficina Central de Campos de Trabajo”). La inmensa mayoría de los enviados a los campos recibían condenas de cinco años o menos, lo que significa que habían cometido faltas como robar un saco de papas, haber roto una herramienta por falta de experiencia o no cumplir con el mínimo de horas planificadas de trabajo.

A los campesinos, que formaban la mayoría de la población de Rusia en 1917, les fue incluso peor que a los obreros. Las tierras que habían quitado a los terratenientes en 1917, les fueron arrebatadas y colectivizadas. La política de colectivización forzada y las requisas de la producción agrícola causaron las peores hambrunas de la historia de Europa y dejaron al campo ruso convertido en un páramo empobrecido. La horrenda miseria en que vivían los campesinos rusos en 1941 dejó a los soldados alemanes que invadieron la URSS en estado de shock.

Stalin llevó los principios tiránicos del leninismo hasta el extremo. Nunca buscó la adhesión de las masas. En cambio, buscaba completa obediencia y usó el único método que conocía para conseguirla: terror masivo. En su ignorancia, Stalin no comprendía que un pueblo aterrorizado y mantenido en la sumisión por el miedo es incapaz de las guerras de conquista con que soñaba el tirano y ni siquiera fue capaz de detener a los alemanes, hasta que estuvieron a las puertas de Moscú, en los suburbios de Leningrado y a punto de cortar para siempre el paso del Volga. Los oficiales militares que sobrevivieron las masivas purgas de 1937-1938 fueron el tipo de “líderes” capaces de delatar con falsedades a sus camaradas. Salvo por algunas excepciones, los generales soviéticos más importantes en 1941 eran del todo incompetentes, carecían de sentido del honor y vivían asustados de lo que pudiera pensar de ellos la todopoderosa policía secreta estalinista. El conjunto descrito permite entender por qué la “Wehrmacht” consiguió tantas y tan fáciles victorias sobre el Ejército Rojo al comienzo de la guerra.

Pero, poco a poco, el Ejército Rojo dejó de correr y empezó a luchar. Primero consiguió detener a los alemanes frente a Moscú, evitando el colapso en el primer año de guerra. Para 1942, el recobrado avance alemán estuvo a punto de causar el desastre en el sur del país, pero Stalingrado sería su punto de máximo avance y el comienzo de su retirada. En noviembre de 1941, durante un discurso para conmemorar la Revolución de Octubre, el propio Stalin resumió claramente una de las razones fundamentales de lo que sería, en definitiva, la salvación de Rusia, cuando dijo que “la estúpida política de Hitler convirtió los pueblos de la URSS en enemigos jurados de Alemania.” Hitler cometió muchos errores en la lucha contra su colega tirano de Moscú. El primero, típico de un estratega autodidacta, fue intentar vencer a los soviéticos con pura fuerza militar. Con 150 divisiones era imposible ocupar el inmenso espacio de la Rusia europea. La única forma de destruir la Unión Soviética era desde dentro (como ocurrió, de hecho, cincuenta años después de la agresión nazi, en 1991), de modo que la invasión alemana debía ser la causante de esa destrucción desde dentro. De hecho, apenas la “Wehrmacht” cruzó la frontera soviética en junio de 1942, las revueltas nacionalistas estallaron en todas partes, con gobiernos locales proclamados en Lvov, Riga, Kaunas, Talin y Kiev. Para octubre de 1941, más de 3.000.000 de soldados soviéticos habían preferido rendirse a los alemanes, muchas veces, sin haber peleado antes de rendirse. Para muchos generales y diplomáticos alemanes, lo inteligente era crear varios estados satélites sobre las ruinas de la URSS, que proveyeran al “Reich” con la comida y las materias primas necesarias para seguir la guerra contra los Aliados.

Pero la estupidez ideológica de los nazis estaba demasiado arraigada en sus mentes crueles y prejuiciosas, como para aceptar a los eslavos en un plano cercano a la alianza. En las mentes de Hitler y sus secuaces, los eslavos eran una “raza inferior”, que debía ser fácilmente derrotada y puesta al servicio de sus amos “arios”. Afortunadamente para la humanidad, Hitler desperdició su única oportunidad de crear un “Reich” sustentable económicamente. Los nazis ni siquiera trataron de convertir su guerra de conquista en “guerra de liberación”. Los millones de prisioneros de guerra soviéticos fueron conducidos como ganado a “campos”, si se les puede llamar así, que apenas tenían cercas, pero no construcciones. Los desdichados que caían en esos lugares de tormento, debían vivir al raso, sin protección de las inclemencias del clima. Al comienzo, el Ejército Alemán liberaba a los prisioneros de ciertas nacionalidades, para causar movimientos de autonomía antirrusos; pero esas liberaciones fueron detenidas en noviembre de 1941, por órdenes de Berlín. El invierno de 1941-1942, que llegó temprano y fue especialmente crudo, causó la muerte de dos tercios de los prisioneros por hambre, descuido, frío, enfermedades o maltrato. Los alemanes llegaron a tomar más de 5.000.000 de prisioneros en el Frente Oriental. Poco más de 1.000.000 sobrevivieron a la guerra.

Los civiles soviéticos que tuvieron la mala suerte de quedar en las zonas ocupadas por los nazis, comprendieron pronto que el “Nuevo Orden” significaba que todos los pueblos eslavos tenían como única razón de sobrevivencia estar al servicio de la “raza superior”. Si se cometía la más mínima falta o desobediencia, la sanción inmediata e inapelable era generalmente la ejecución. Si se era judío o se había formado parte de la administración del Estado, en cualquiera de sus formas, no era necesario equivocarse o cometer una falta para ser ejecutado. Se multiplicaron escenas horribles en todo el territorio martirizado de la vieja Rusia: ejecuciones masivas de judíos, incluyendo hombres, mujeres y niños desde la más tierna edad; masacre de soldados rendidos, uso y asesinato de rehenes, destrucción de aldeas, saqueo de las cosechas, confiscación de alimentos y ropa de abrigo, y un largo etcétera.

Los que pudieron escapar desde las zonas ocupadas o los prisioneros de guerra que regresaron del cautiverio, empezaron a contar las atrocidades cometidas por los alemanes. Día tras día, llegaban nuevas noticias, nuevos y atroces rumores, que confirmaban que la guerra planteada ante los soldados soviéticos no tenía el objetivo de “liberar a las clases oprimidas” o conseguir el cumplimiento de los postulados de “El Capital”, sino simplemente tener la posibilidad para ellos y sus hijos de sobrevivir a un agresor despiadado, dispuesto a exterminarlos y no simplemente a derrotarlos militarmente. En la medida que esa convicción se generalizó entre las filas del Ejército Rojo, se produjo un cambio sicológico, que permitió aprovechar todo el potencial bélico de la URSS y llevarla finalmente a conquistar Berlín, la mismísima capital de “Reich” Hitleriano.

Abajo, prisioneros de guerra soviéticos, hacinados en un campo de concentración.




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