Hace 75 años
29 de octubre de 1942
Segunda Guerra Mundial
El Alamein: “Monty” al ataque
Entre el 23 de octubre y el 4 de noviembre de 1942, las fuerzas del
Imperio Británico, al mando del teniente general Bernard Law Montgomery, se
enfrentan al “Panzerarmee Afrika”, formado por tropas italianas y alemanas, al
mando del mariscal de campo, Erwin Rommel. Es la tercera y última batalla
librada en torno a una apartada estación de ferrocarril, cuyo nombre será
famosísimo desde entonces: El Alamein.
En julio de 1942, el 8º Ejército Británico, al mando del general Claude
Auchinleck, estableció posiciones defensivas en El Alamein, perseguido de cerca
por las fuerzas de Rommel, que le habían dado una paliza en Gazala y habían
capturado el importante puerto-fortaleza de Tobruk. Durante lo que se conoce
como Primera Batalla de El Alamein, Rommel intentó romper las defensas
británicas en El Alamein, pero sus tropas estaban demasiado agotadas y su
cadena logística se hallaba demasiado estresada, debido al alejamiento de los
puertos desde donde llegaban los suministros hasta las tropas en el frente. Para
fines de julio, ni Rommel tiene posibilidades de vencer a Auchinleck, ni éste
tiene fuerzas para emprender un contraataque. El 12 de agosto, había llegado
hasta África el general Bernard L. Montgomery, para reemplazar a Auchinleck al
mando del 8º Ejército, mientras que el general Harold Alexander se convertía en
el nuevo Comandante en Jefe del Oriente Medio, cargo que también había
desempeñado Auchinleck hasta ese momento.
Auchinleck fue un buen comandante y sus hombres le tenían aprecio, pero
no llegó a entenderse bien con Winston Churchill, Primer Ministro Británico,
que deseaba una ofensiva inmediata sobre las cansadas tropas alemanas. Desde la
desastrosa Campaña de Francia, el desierto norteafricano fue el único teatro de
operaciones donde el “Royal Army” estuvo en contacto permanente con los
enemigos del Imperio. Para Churchill, era esencial cosechar victorias, tan
necesarias para la moral de la población británica y de los dominios. Sabiendo
también de la inminencia de la invasión anglo-estadounidense a Marruecos y
Argelia, en Londres y Washington pensaban que las tropas de Vichy podían estar
más abiertas a no resistir o incluso a colaborar con las tropas invasoras, si
sabían de una gran victoria británica en Egipto.
Para desesperación de Churchill, el recién llegado general Montgomery
tampoco quiso atacar de inmediato. “Monty” sabía que su rival, Rommel, era un
gran estratega, con rasgos de genio y que, incluso en la difícil situación
logística que enfrentaba, podía dar una sorpresa a sus enemigos. Habían sido
muchas las ocasiones en que el “Zorro del Desierto” parecía vencido y
aprovechaba las persecuciones de las tropas británicas, para propinarles
desmoralizantes palizas. Montgomery quería completas las dotaciones de sus
diezmadas unidades, dar descanso a unas tropas que llevaban luchando desde
junio y, sobre todo, entrenar al 8º Ejército, hasta que alcanzara sus exigentes
estándares de adiestramiento. Además, “Monty” sabía que Rommel iba a esperarlo
con una línea defensiva formidable y, si quería romperla, necesitaba una
superioridad en todos los sentidos: en número de hombres, de tanques y en apoyo
aéreo. Esta vez, los británicos no se conformarían con devolver a Rommel a
Libia; el objetivo era expulsar al Eje definitivamente de África.
Tras las batallas de julio, el mariscal Erwin Rommel sabía que sus tropas
estaban agotadas y que no recibiría los suministros necesarios para una
victoria decisiva. A la larga, era probable que ni siquiera tuviera lo
suficiente para mantenerse a la defensiva. A mediados de agosto, el alto mando
germano-italiano supo que un gran convoy británico debía llegar a Alejandría en
las próximas semanas, con lo necesario para reponer las pérdidas británicas de
los últimos meses y convertir al 8º Ejército Británico nuevamente en una
poderosa fuerza ofensiva. Rommel estaba consciente de que sus reservas de
suministros (especialmente combustible) eran muy inadecuadas, pero también
entendía que, con el tiempo, el flujo de suministros sería más abundante para
Montgomery y más escaso para él. La única esperanza de decidir la campaña de
Egipto a su favor, pasaba por intentar un golpe a la línea de El Alamein, antes
de que las fuerzas de la “Commonwealth” se volvieran invencibles.
El 31 de agosto de 1942, el “Panzerarmee Afrika” lanzó lo que se conoce
como Batalla de Alam Halfa. Para el 4 de octubre, resultaba claro que las
fuerzas del Eje no conseguirían penetrar la línea británica. A diferencia de lo
hecho por la mayoría de los comandantes aliados anteriores, Montgomery no se
lanzó en un contraataque masivo contra Rommel. El nuevo jefe del 8º Ejército
sabía que sus tropas no estaban listas y no estaba dispuesto a desperdiciar sus
preciosos tanques en una ofensiva mal preparada. Durante el resto de septiembre
y casi todo octubre, ambos bandos se prepararon para la siguiente fase de la
campaña, que hallaría a los alemanes e italianos a la defensiva y a las fuerzas
de “Monty” al ataque, para intenta derrotar decisivamente al mariscal Rommel.
A inicios de 1942, el 8º Ejército Británico había tenido que desprenderse
de algunas unidades, que fueron enviadas a defender las posesiones del Imperio
en el Lejano Oriente, amenazadas por Japón. Luego vinieron las batallas del
verano, que causaron considerables bajas a las fuerzas de Auchinleck. Con todo,
al llegar a El Alamein, con los alemanes pisando sus talones, el 8º Ejército
era una fuerza poderosa. Auchinleck esperaba retener Alejandría y el Canal de
Suez, pero su prioridad era mantener al 8º Ejército como una fuerza combativa
creíble y estaba dispuesto a sacrificar Egipto y retirarse cuanto fuera
necesario, para evitar ser destruido por Rommel y poder luchar de nuevo otro
día. Junto a formaciones veteranas, como las famosas “Ratas del Desierto” de la
7ª División Blindada, formaban a su mando unidades bisoñas, llegadas hace poco
desde Gran Bretaña y numerosos contingentes llegados desde distintos rincones
del Imperio: India, Sudáfrica, Nueva Zelanda y Australia, además de tropas formadas
por los restos de los ejércitos de los países ocupados por los alemanes, como la
1ª Brigada Griega y la 1ª y 2ª Brigada de la Francia Libre, que ya habían
tenido participación destacada en Gazala. Posiblemente su mayor ventaja, en la
víspera del segundo Alamein, era la superioridad establecida por la “Fuerza
Aérea del Desierto”, del general Arthur Cuningham, sobre la “Luftwaffe” y la
“Regia Aeronautica Italiana”.
Al 8º Ejército, lo esperaba el “Panzerarmee Afrika”. Aunque el teatro de
operaciones africano estaba nominalmente a cargo de los italianos, la
estrategia era dictada por los alemanes. La columna vertebral de las tropas del
Eje correspondía al “Afrika Korps”, que incluía la 15ª y la 21ª Divisiones
Panzer, reforzada por la 90ª División Ligera, una formación motorizada que se
había hecho famosa a lo largo de la campaña. En julio de 1942, se había sumado
la 164ª División Ligera “Afrika”. Estas unidades estaban bien entrenadas, bien
mandadas y habían probado ser capaces de moverse con celeridad a los puntos
críticos de la batalla. Rommel también disponía de tres potentes formaciones
móviles italianas: la 101ª División Motorizada “Trieste” y dos divisiones
acorazadas: la 133ª “Littorio” y la 132ª “Ariete”. El equipo de los italianos
era inferior a las armas alemanas y británicas, pero formaban un conjunto
poderoso, constituido por tropas veteranas. Al igual que las divisiones
italianas de infantería tradicional, si estaban bien empleadas, podían ser
enemigos muy difíciles de vencer.
El tanque más usado por los italianos era el “M13/40”, dotado de un motor
lento y poco potente. Su blindaje era apenas adecuado para un tanque medio.
Estaba armado con un cañón antiblindaje de 47 milímetros, que había servido
para enfrentar a los “cruiser” británicos de comienzos de la campaña, pero que
nada tenía que hacer contra modelos británicos más modernos o contra los
tanques de fabricación estadounidense, como el “Grant” y el “Sherman”. A medida
que la tecnología fue dejando atrás a los tanques italianos, fue frecuente que
avanzaran escoltados por ejemplares del “Semovente da 75/18”, un cañón autopropulsado,
dotado de una potente pieza de 75 milímetros, capaz de lidiar con blindajes más
potentes.
Entre los alemanes, las armas más efectivas eran el “Panzer IV” y el
cañón antiaéreo de 88 milímetros. El “Panzer IV-G” había sido dotado de una
nueva pieza de alta velocidad de 75 milímetros, capaz de derrotar a cualquier
tanque aliado o soviético. Era una solución de compromiso, pero era lo mejor
del arsenal alemán en África en 1942. Al comenzar la Batalla de El Alamein,
Rommel contaba con unos pocos ejemplares, pero supo usarlos muy bien. El “88”,
en tanto, había probado ser una excelente arma contracarro, capaz de destruir
cualquier tanque en el campo de batalla. Tal vez su único defecto era su alta
silueta, que lo hacía visible a mucha distancia en el campo de batalla del
desierto.
El principal problema para Rommel era la escasez de suministros de todo
tipo, especialmente combustible, tan necesario para una guerra de movimientos,
como la librada en el desierto. Los convoyes venidos desde Italia tenían cada
vez mayores dificultades para llegar hasta África. A pesar de haber castigado
duramente a Malta y anularla como base para atacar los convoyes, el dominio del
Mediterráneo correspondía a los británicos, de modo que gran parte de las armas
y provisiones mandadas a Rommel desde Italia y Alemana acababan en el fondo del
mar. Rommel y sus comandantes sabían que la única posibilidad que les quedaba
era fortalecer sus defensas y aguantar el golpe de Montgomery, todo el tiempo
que fuera posible, hasta que la situación estratégica en el Mediterráneo
volviera a ser favorable a los alemanes e italianos.
A las 21.40 hrs. del 23 de octubre de 1942, 800 piezas de artillería
abrieron fuego sobre las líneas del Eje, en el mayor bombardeo artillero
desplegado por el Ejército Británico desde la Primera Guerra Mundial. Era el
inicio de la “Operación Lightfoot”, la primera fase de la ofensiva de
Montgomery en El Alamein. A las 22.00 hrs., las andanadas de artillería
disminuyeron y los ingenieros del 30º Cuerpo empezaron a trabajar en el campo
minado, para permitir el paso de los tanques británicos. Mientras los
británicos intentaban crear un corredor para el ataque principal en el norte de
la línea, otras unidades del 8º Ejército lanzaban ataques distractivos en otros
puntos, para mantener ocupadas a las fuerzas móviles, que Rommel había situado
tras sus líneas. Al terminar el día 24, las fuerzas británicas estaban
avanzando más lento de lo planificado, pero estaban consiguiendo debilitar las
defensas del Eje. Para el 25, resultaba claro que la situación era lo bastante
seria, como para que Rommel regresara desde Alemania, donde había estado
convaleciente durante tres semanas. El “Zorro del Desierto” estuvo de vuelta en
su puesto el 26 a primera hora. Mientras tanto, su reemplazo, el general Georg
Stumme había muerto de un infarto y había sido reemplazado temporalmente por el
general Wilhelm von Thoma.
En los siguientes cuatro días, a pesar de su esfuerzo, los alemanes e
italianos no pudieron evitar ir perdiendo las pocas ventajas que tenían. Rommel
no conseguía llevar sus reservas móviles a todos los puntos amenazados y el
combustible escaseaba cada vez más. Además la aviación británica dominaba el
aire y hacía muy complejos todos los desplazamientos. Al acabar el 29 de octubre,
148 tanques alemanes y 187 italianos era todo lo que quedaba de las poderosas
fuerzas acorazadas del “Panzerarmee”. Los británicos habían sufrido graves
pérdidas, pero todavía alineaban más de 800 tanques. Era sólo cuestión de
tiempo, antes de que Rommel tuviera que retirarse y abandonar su línea
defensiva.
Abajo, soldados australianos salvan una zanja, mientras avanzan hacia las
líneas del frente, durante la Segunda Batalla de El Alamein.
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