Hace 100
años
23 de
abril de 1917
Primera
Guerra Mundial
El fracaso
de Nivelle
La
ofensiva lanzada el 16 de abril de 1917 por el alto mando francés, en la que se
habían cifrado tantas esperanzas, se convierte en una nueva decepción. Un
oficial francés dejó escrito: “a las 6.00, la batalla comenzó; a las 7.00,
estaba perdida”. El Comandante en Jefe de las tropas francesas en el Oeste,
general Robert Nivelle, había prometido quebrantar la resistencia alemana en 48
horas, sin sufrir más que 10.000 bajas. A pesar de algunos avances localizados
en la línea del frente, el ataque no consiguió romper la férrea defensa
alemana, que además cobró 40.000 bajas francesas en los primeros tres días. Las
batallas lanzadas por británicos y franceses en el marco de la ofensiva se
arrastraron hasta mediados de mayo, pero el fracaso estaba sellado a menos de
una semana del inicio.
El plan de
Nivelle tenía cierta lógica en el papel. Escogía una saliente como objetivo,
para reducirla y aprovechar su colapso para destrozar toda la línea alemana. Y
asumía, con mucha razón, que los alemanes estaban muy debilitados luego de los
terribles desafíos que supusieron las grandes batallas libradas en Verdún y el
Somme durante 1916.
El primer
problema para los generales franceses estaba en que los alemanes estaban muy al
tanto de sus vulnerabilidades y llevaban varias semanas intentando resolverlas
con teutónica minuciosidad. Desde febrero, se habían afanado en ocupar una
nueva posición defensiva, que llamaron “Línea Sigfrido”, pero que pasaría a la
historia como “Línea Hindenburg”. Mucho más fuerte que las viejas trincheras,
la Línea Hindenburg pudo construirse tranquilamente, lejos del fuego enemigo.
La retirada a la nueva posición situó a los alemanes en un frente más estrecho,
con 40 kilómetros menos que defender y, por tanto, les devolvió la capacidad de
mantener una fuerte reserva de 13 divisiones, que sustrajeron de las tareas de
trinchera y podían ser empleadas en puntos críticos. La “Operación Alberich”,
nombre dado a la retirada de todo el “Deutsches Heer” hacia su nueva posición,
partió el 16 de marzo, acompañada de una despiadada política de “tierra
arrasada” sobre el territorio abandonado.
La
retirada se completó frente a las narices de las tropas francesas, belgas y de
la “Commonwealth”, que no lo notaron sino hasta el 25 de marzo. Las fuerzas de
la Entente avanzaron con prisa, apenas se dieron cuenta, pero fue un golpe en
vacío que además disolvió o eliminó gran parte de las salientes que debían ser
atacadas. Algunos líderes militares y civiles urgieron a Nivelle a abandonar el
plan o, al menos, a modificarlo, dadas las nuevas circunstancias. Pero el
Comandante en Jefe mantuvo o fingió una inquebrantable fe en su planificación.
Los mandos
británicos, igual que los franceses, desconfiaban de los ambiciosos objetivos
de Nivelle, pero el carismático general se ganó a muchos políticos influyentes
y usó todas las armas de la propaganda para publicitar sus planes de acabar con
los alemanes en pocos días y con poco esfuerzo. Aunque Nivelle nunca tuvo el
apoyo de todos los políticos y generales, consiguió el respaldo entusiasta de
los ciudadanos comunes y corrientes. Por poco tiempo, el ambiente alcanzó los
niveles de moral de 1914. Sin embargo, cuando la ofensiva se mostró como un
nuevo fracaso, la confianza recobrada fue reemplazada por una correspondiente
pérdida de fe en el liderazgo nacional. La decepción entre la población civil,
que se hundió en la desesperanza, fue acompañada del hastío entre las tropas,
que protagonizarían motines masivos en los últimos días de abril de 1917.
El
esfuerzo de relaciones públicas de Nivelle, aunque exitoso para aunar
voluntades ante la inminencia de su ofensiva, resultó contraproducente para mantener
el nivel mínimo de secreto, necesario para sorprender a un enemigo que se desea
atacar con efectos decisivos. Para cuando Nivelle atacó, los alemanes tenían
suficiente información como para actuar defendiendo su línea y, en muchos
casos, anticipándose a los movimientos de las tropas de la Entente.
La
coordinación entre artillería e infantería, que había sido clave en Verdún y
que había convertido a Robert Nivelle en un héroe nacional francés, fue otro
fracaso de la ofensiva de abril de 1917. Una coordinación tan precisa podía
funcionar sólo a pequeña escala, con tropas especialmente entrenadas e
información muy certera. Se trataba de un método muy difícil de aplicar a
grandes cuerpos de ejército e imposible cuando no se disponía de buena
inteligencia. Además, desde el comienzo de la operación, los aviadores alemanes
se hicieron dueños de los cielos, dejando a la artillería francesa ciega
durante gran parte del ataque.
La
aviación francesa no pudo dar a la artillería la información que necesitaba
sobre el campo de batalla; la artillería fue incapaz de apoyar el avance de la
infantería y los infantes tuvieron que enfrentar posiciones preparadas y bien
defendidas, que habían sufrido poco daño antes del asalto. En pocas horas, los
franceses habían sufrido 40.000 bajas y sus avances eran insignificantes. Nivelle
intentó relanzar la ofensiva por otros tres días, pero para el 20 de abril, era
claro que se había convertido en un fiasco. La operación fue cancelada, pero
las tropas francesas no pudieron desligarse de la batalla sino hasta el 7 de
mayo, cuando “L’Armée” ya sumaba 130.000 bajas.
El 23 de
abril, los británicos tuvieron que lanzar una nueva ofensiva en su sector, para
cubrir la retirada francesa. Los británicos y sus dominios mantuvieron el
control de “Vimy Ridge”, un punto que habían disputado salvajemente con los
alemanes, pero sufrieron 150.000 bajas. Con todo, fueron los franceses los más
afectados por la derrota. El “poilu” había creído en la ofensiva y cuando vio
cómo, otra vez, miles de sus camaradas eran masacrados para nada, el Ejército
sufrió una desilusión comparable al nivel de esperanza que el general Nivelle
había conseguido inspirar antes de la batalla. El 15 de mayo, Nivelle fue
removido del cargo y reasignado a África, pasando el mando al general Henri
Philippe Pétain, otro héroe de Verdún que, sin embargo, demostró más prudencia
que su predecesor. Pero incluso si Pétain hubiere querido demostrar más
audacia, el Ejército Francés estaba paralizado por la baja moral y los motines.
Más que montar nuevos ataques, la primera preocupación de Pétain era devolver
la disciplina a sus tropas y transformarlos de nuevo en un auténtico ejército.
En la
fotografía, una ambulancia británica durante la batalla.