Hace 100 años
2 de abril de 1917
Primera Guerra Mundial
Austria-Hungría: paz o colapso
Los días 26 y 27 de marzo de 1917, se libra la Primera Batalla de Gaza. Con las fuerzas otomanas expulsadas de la Península del Sinaí, los británicos estaban en condiciones de intentar un asalto hacia el corredor Sirio-Palestino. Para conseguir ese objetivo, las tropas otomanas debían ser desalojadas desde una serie de posiciones ventajosas entre Gaza y Beersheba. Las tropas turcas defensoras, alrededor de 18.000 hombres, estaban comandadas por el general alemán Kress von Kressenstein. A pesar de estar superado en número, el general Kressenstein tenía órdenes de conservar la posición a toda costa.
El general británico, sir Charles Dobell, reunió su fuerza de ataque a 8 kilómetros de Gaza, cerca de la costa, e hizo avanzar su caballería, escondida por una densa niebla costera. El ataque principal de la infantería de la 53ª División tuvo que hacerse por terreno muy difícil, una tarea en la que recibió considerable ayuda de la caballería, que rodeó el poblado e impidió la llegada de refuerzos y suministros turcos. Mal informado por sus subordinados, teniendo la victoria al alcance de la mano, pensando que el avance de la infantería había fracasado irremediablemente, Dobell ordenó la retirada de la caballería.
Para fortuna de los británicos, al llegar el general Kressenstein al campo de batalla, se convenció de que Gaza era una causa perdida y canceló su propia orden de llevar refuerzos. Al día siguiente, una mezcla de contraataques otomanos y falta de agua, convenció a Dobell de posponer la ofensiva. Al terminar la lucha, los británicos habían sufrido 4.000 bajas, contra 2.400 de los turcos. El general Archibald Murray, jefe de Dobell, escribió a Londres sugiriendo que las bajas turcas triplicaban su valor real y que la batalla había sido un gran éxito, cuando realmente había sido una retirada poco elegante, luego de un encuentro de resultado indeciso. Londres quedó convencido de que el Frente de Palestina era un buen prospecto y ordenó que se insistiera en nuevos ataques, con la mismísima ciudad de Jerusalén como objetivo. No obstante, para cuando los británicos volvieran, los turco-alemanes estaban esperando a las fuerzas de la “Commonwealth”.
El 31 de marzo, el Emperador de Austria-Hungría, Carlos I, envía una propuesta secreta de paz a París, por intermedio de su cuñado, Sixto de Borbón-Parma, cuyo destinatario era el Presidente de la República Francesa, Raymond Poincaré. La medida resultaría ser muy controversial, cuando fuera descubierta a los medios, alrededor de un año más tarde, por el propio gobierno francés. Por un lado, Carlos se ponía en delicada situación con Alemania, el aliado del que la Monarquía Dual era cada vez más dependiente. Por otro lado, sin embargo, para comienzos de 1917, el Imperio de los Habsburgo exhibía preocupantes síntomas de agotamiento que podían conducirlo al colapso definitivo, si no conseguía salir rápidamente de la guerra, con una paz por separado, si era necesario.
Casi todos los puntos podrían haber sido negociados, pero una y otra vez, los austrohúngaros se encontraron con la rotunda negativa de Berlín a renunciar a Alsacia y Lorena, las provincias arrebatadas a Francia por Alemania en 1871 y cuya restauración al territorio francés era una demanda capital para cualquier inicio de conversaciones de paz por parte de la Entente. Es justo también reconocer que la misma Austria-Hungría tampoco estaría demasiado dispuesta a renunciar a las conquistas obtenidas durante los años transcurridos de guerra, en los Balcanes y en Rusia, incluso si habían sido consecuencia, en gran parte, de la asistencia alemana.
Para comienzos de 1917, la situación logística de los Imperios Centrales, especialmente Austria-Hungría, era preocupante. Al final de ese año, se volvería crítica. Si la logística de las fuerzas armadas mostraba síntomas negativos, la provisión de alimentos y otros muchos recursos básicos para la población civil del Imperio empezaba a hacerse también muy irregular. Para el final de la guerra, la producción agrícola caería en un 40% y se harían necesarias requisas de alimentos en las zonas ocupadas de Rusia, Polonia, Serbia y Rumania, acompañadas a menudo de acciones brutales contra las poblaciones ocupadas, que tampoco alcanzaron para cubrir las brechas en el suministro alimenticio del Imperio. Finalmente, Austria-Hungría, potencia alimentaria antes de la guerra, tuvo que someterse a la humillación de solicitar suministros adicionales a Alemania, para retrasar el colapso total.
Carlos I intentó tomar un rol más protagónico en las tratativas de paz, secretas y públicas, pero el peso político y militar de la Monarquía Dual no hacía más que disminuirse, cada vez más opacado por un “Reich” Alemán que se convertía en el virtual amo de la alianza de los Imperios Centrales. Sólo en el Frente Alpino los austrohúngaros tenían cierta independencia de los alemanes, pero no habían conseguido hasta el momento un rompimiento importante y, al igual que en los demás frentes europeos, los contendientes estaban entrampados en un sangriento empate, que causaba numerosas bajas, imposibles de compensar por los beligerantes, ya muy escasos de reservas, especialmente los Imperios Centrales. La crisis revolucionaria rusa aliviaría momentáneamente a los austro-alemanes, pero el ingreso de Estados Unidos en la guerra, como aliado de británicos y franceses, acabaría por desequilibrar todo el panorama contra Alemania y Austria-Hungría.
Para 1917, Austria-Hungría ya no podía ganar la guerra, pero tampoco tenía la libertad necesaria para salirse de ella. Quedaba por ver si los líderes de Viena conseguían salvar a tiempo el Imperio o si la derrota en la guerra destruiría un Imperio que había existido por espacio de un milenio.
Abajo, una acuarela de R.A. Wolf, que representa una de las muchas colas que se formaban en las tiendas de la Viena de 1917.
Imagen tomada de http://static2.habsburger.net/files/styles/large/public/originale/bild_929.jpg?itok=sjnM2trz
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