domingo, 21 de enero de 2018

Hace 100 años - 21 de enero de 1918 - Primera Guerra Mundial - La Asamblea Constituyente Rusa

Hace 100 años
21 de enero de 1918
Primera Guerra Mundial

La Asamblea Constituyente Rusa

En los días 18 y 19 de enero de 1918 (5 y 6 de enero en el calendario juliano), se reunió por primera y única vez la Asamblea Constituyente Rusa, cuyo establecimiento era uno de los anhelos más arraigados entre los que buscaron mayores libertades en Rusia, desde la segunda mitad del siglo XIX en adelante. El sueño de una asamblea constituyente, que diera paso a una asamblea legislativa permanente, fue un punto de unión para todos los reformistas rusos, desde los moderados, hasta los más radicales. El Zar Nicolás II había tolerado la existencia de la “Duma”, por breves intervalos, en los primeros años del siglo XX, pero la influencia efectiva de la legislatura era escasa.

El Gobierno Provisional, formado en marzo de 1917, tenía como propósito fundamental organizar las elecciones para una asamblea constituyente y funcionar como gobierno interino, hasta que la asamblea fuera plenamente funcional. Sin embargo, el Gobierno Provisional tardó muchos meses en llamar elecciones, aunque no se puede decir que la demora haya sido totalmente su culpa. Rusia nunca había desarrollado las instituciones necesarias para realizar elecciones con sufragio universal y secreto. Se trataba de un proceso complejo, que debía estructurarse desde cero, en un momento en que además el tambaleante Imperio renunciaba a su vieja monarquía absoluta y enfrentaba, con adversa fortuna, la peor guerra que la humanidad haya conocido hasta la fecha. La comisión electoral pudo reunirse recién en junio de 1917 y, al mes siguiente, Alexander Kerensky (hombre fuerte del régimen para entonces), anunció elecciones para septiembre de ese año. El proceso tuvo que ser pospuesto para noviembre, pues las provincias, en muchos casos, no estaban listas para organizarlo.

La demora no ayudó a mejorar la popularidad del Gobierno Provisional entre los sectores populares urbanos, especialmente los obreros fabriles de las grandes ciudades y los soldados de guarnición en el frente o en tránsito hacia el mismo, quienes llevaban además mucho tiempo esperando que la guerra acabara, un objetivo que Kerensky tampoco había sido capaz de conseguir. Los bolcheviques estuvieron entre los más duros acusadores, repitiendo incesantemente que el Gobierno Provisional quería sabotear las elecciones. Los bolcheviques se mostraban comprometidos en apoyar la Asamblea Constituyente, una vez que estuviera instalada, aunque esperaban que lisa y llanamente cumpliera su programa. Al tomar el poder por la fuerza, Lenin intentó adelantar las elecciones para noviembre y quiso cumplir formalmente el compromiso del partido con la asamblea, aunque siguió advirtiendo que poner demasiada fe en una asamblea elegida democráticamente implicaba el riesgo de una “contrarrevolución burguesa”, especialmente si la asamblea no protegía los “intereses de clase” de soldados, obreros y campesinos.

Las elecciones se verificaron a fines de noviembre, en un inédito ejercicio democrático, que no se repetiría en Rusia hasta la década de 1990. El Partido Socialista Revolucionario (los llamados “Eseristas”) consiguió una pequeña mayoría de 370 sobre 715 escaños. Los bolcheviques, incluso con la ventaja de controlar el aparato del estado, apenas llegaron a 170 asientos. La mayoría del apoyo bolchevique provenía de las grandes ciudades industriales, como Petrogrado (43% de los votos) y Moscú (46%). También consiguieron buena votación entre los soldados movilizados, contando un promedio cercano al 60%. Pero fuera de las escasas áreas urbanas y del ejército, el apoyo a los bolcheviques se difuminaba, al punto en que sus votos no llegaban a dos cifras en muchas áreas rurales. Los bolcheviques eran exitosos en las áreas urbanas, pero ese éxito significaba poco en un país como Rusia, donde más del 85% de la población era rural.

Los resultados electorales llevaron a los bolcheviques a cambiar de táctica. Luego de meses de abogar por la asamblea, empezaron ahora a cuestionar su legitimidad y atacar a quienes debían ocupar sus asientos. Las semanas que pasaron entre las elecciones y la fecha propuesta para la instalación estuvieron llenas de rumores de que los bolcheviques intentaban un nuevo golpe de estado, dirigido esta vez contra la asamblea. La guarnición naval de Kronstadt fue puesta en alerta y, en la madrugada del 10 diciembre (28 de noviembre del calendario juliano), el día en que debía iniciar su funcionamiento, todos los diputados del Partido Constitucionalista Demócrata (“Kadete”) fueron arrestados. El gobierno bolchevique ordenó que la instalación fuera pospuestas, alegando que faltaba la debida preparación.

Finalmente la Asamblea Constituyente se instaló el 18 de enero 1918 en el Palacio Táuride de Petrogrado. Los eseristas dominaron los procedimientos y consiguieron que la mesa fuera presidida por Victor Chernov, un férreo opositor de Lenin. La mayoría rehusó ratificar muchas medidas bolcheviques, incluyendo los decretos sobre paz y tierra. Los bolcheviques y sus pocos aliados más radicales, abandonaron la asamblea. Antes de irse, Lenin ordenó a los guardias rojos que permitieran que la asamblea siguiera funcionando, hasta que los diputados se retiraran espontáneamente, lo que pasó poco antes del amanecer del día 19. Cuando los representantes del pueblo ruso quisieron volver a sesionar la tarde siguiente, se encontraron con las puertas bloqueadas y vigiladas por guardias rojos fuertemente armados. A los diputados se les dijo que la Asamblea Constituyente había sido disuelta por orden del Congreso de los Soviets. En un discurso pronunciado más tarde, el cínico Lenin declaraba que los Soviets tomaban todo el poder en sus manos. “La Asamblea Constituyente —dijo el tirano— es la más alta expresión de los ideales políticos de una sociedad burguesa, la cual ya no es necesaria en un estado socialista”.

La dictadura bolchevique del proletariado empezaba a transformarse en la más atroz tiranía que conociera el ser humano.

Abajo, la única sesión de la Asamblea Constituyente Rusa.




Hace 75 años - 21 de enero de 1943 - Segunda Guerra Mundial - Leningrado y Stalingrado

Hace 75 años
21 de enero de 1943
Segunda Guerra Mundial

Leningrado y Stalingrado

En estos días de enero de 1943, el Ejército Rojo está al ataque en todo el Frente Oriental. En el norte, la “Stavka”, el Cuartel General de Stalin, ha lanzado la “Operación Iskra”, un nuevo esfuerzo por levantar o, al menos, aliviar el sitio de Leningrado. Para la segunda mitad de enero, los comandantes soviéticos y la mayoría de los comandantes alemanes sabían que, salvo la ocurrencia de un milagro, la Batalla de Stalingrado se sellaría pronto con una aplastante victoria soviética. Con el subsecuente debilitamiento del frente alemán, al comenzar enero de 1943, el alto mando soviético estaba planificando ofensivas a lo largo de todo el frente de batalla, con “Iskra”, como el extremo norte del gran esfuerzo ofensivo ruso del invierno de 1942-1943.

El esfuerzo de la ofensiva recayó sobre el Frente de Leningrado y el Frente de Volkhov, apoyados fuertemente por unidades de la Flota del Báltico. El objetivo era conectar por tierra el Frente de Volkhov, mandado por el general Kiril Merestskov, con las tropas sitiadas de Leningrado, al mando del general Leonid Govorov. Hasta el momento, los escasos suministros llegados hasta Leningrado, lo hacían sobre las heladas aguas del Lago Ladoga, en cantidades absolutamente insuficientes, que no alcanzaban para impedir que miles de civiles perecieran a causa de las escaseces de todo tipo. Si la ciudad no había caído, desde agosto de 1941, cuando se estableció el cerco, fue sólo porque los alemanes y los finlandeses nunca tuvieron la cantidad de recursos humanos o materiales, como para aprovechar la debilidad de la defensa soviética.

Se habían hecho varios intentos por levantar el asedio de Leningrado, todos fallidos. En la víspera de “Iskra”, un corredor de 16 kilómetros de ancho, que era llamado “cuello de botella”, separaba las tropas de Meretskov de las fuerzas de Govorov. Los alemanes sabían que levantar el sitio era prioritario para Stalin, pero la creciente presión soviética en todo el frente, había obligado a todas las fuerzas alemanas en Rusia a pasar a la defensiva y a dispersar sus tropas entre las muchas zonas amenazadas. En la zona de Leningrado, enfrentando el inminente ataque soviético, sólo estaba el 18º Ejército del general Georg Lindemann, que ya casi no tenía reservas.

A pesar de estar debilitados, los alemanes ofrecieron porfiada resistencia. Las tropas soviéticas tuvieron que pagar un alto costo para avanzar, incluso contando con un fuerte apoyo de bombarderos y aparatos de ataque a tierra, además de abundante artillería. Para el 18 de enero, unidades de ambos frentes soviéticos habían conseguido hacer contacto. Los alemanes no fueron capaces de reestablecer el bloqueo sobre Leningrado, pero el Ejército Rojo tampoco podía decir que había terminado con el sitio de la ciudad. El corredor que conectaba Leningrado con el resto de la Unión Soviética estaba al alcance de los cañones alemanes y era todavía estrecho, como para permitir la entrada de una cantidad decisiva de suministros. El sitio de Leningrado no sería plenamente levantado sino hasta enero de 1944, cuando la Alemania Nazi ya luchaba las batallas desesperadas, de la última fase de la guerra, que llevarían a la victoria aliada total, al Ejército Rojo hasta Berlín y a la venganza por los abusos cometidos en nombre de la “raza superior”.

En el extremo sur del gigantesco Frente Oriental, en Stalingrado, la situación de los alemanes ha pasado de mala a crítica. Hitler, que ya sabe que el 6º Ejército Alemán está condenado, despliega una de sus usuales actividades febriles con pocos resultados prácticos. Posiblemente el tirano no quiere que se piense que no ha hecho todo lo posible por auxiliar a los desventurados soldados del general Paulus, a quien tampoco quería dar “excusas” para rendirse (aunque realmente tenían buenas razones para hacerlo). Bajo el mando del mariscal de campo de la “Luftwaffe”, Erhard Milch, el “Führer” ordenó establecer un “estado mayor especial”, encargado de mejorar el suministro aéreo de los sitiados en Stalingrado. El 15 de enero de 1943 fue el primer día de Milch en su nuevo puesto y ahí mismo comprendió que la situación era peor que todo lo que pudo imaginar y que realmente quedaba poco por hacer. Ese mismo día, recibió el aviso de que el aeródromo de Pitomnik, el único operativo dentro del “Kessel”, estaba en manos soviéticas. La verdad era que el aeródromo todavía estaba en manos alemanas, pero ya estaba amenazado por el avance soviético. Los cazas “Messerschmitt Bf-109” y los bombarderos en picado “Junkers Ju-87, Stuka”, despegaron por última vez desde Pitomnik, para no regresar jamás.

El 16 de enero, un batallón de la 295ª División de Infantería de la “Wehrmacht” se rindió en masa. Durante el interrogatorio, el comandante del batallón dijo al interrogador soviético que convenció a sus hombres de la inutilidad de luchar o intentar escapar y de que la única posibilidad de salvar vidas era rendirse. El desdichado oficial se sentía muy mal además, porque era la primera vez que una unidad alemana tan grande como un batallón se rendía desde el comienzo de la guerra.

Pitomnik y el hospital de campaña fueron abandonados el mismo 16 de enero. Los que estaban demasiado heridos para ser trasladados, fueron dejados ahí, al cuidado de un doctor y un camillero, esperando que los rusos tuvieran compasión, aunque posiblemente esperaban mucho, luego de casi dos años de haber llevado a cabo una campaña de terror sistemático contra los pueblos de la Unión Soviética. Los demás intentaron caminar, gatear, cojear o arrastrarse hasta el nuevo aeródromo de Gumrak, a 13 kilómetros de distancia. El trayecto fue una marcha de la muerte digna de la retirada napoleónica, aunque seguramente peor. Cientos morían por el frío. Los pocos que abrigaban todavía esperanzas de un relevo acabaron por perderla y hay testimonios de doctores a los que se les pidió que administraran veneno a algún soldado desesperado, que prefería la muerte rápida a seguir en una batalla perdida o a partir al cautiverio. Los doctores no flaquearon y de los 600 médicos del 6º Ejército, ninguno salió del cerco. Las condiciones en el aeródromo y en el “hospital” de Gumrak eran incluso peores que las vividas en Pitomnik, pero el personal de sanidad, casi sin elementos de trabajo, siguió haciendo un esfuerzo por aliviar el sufrimiento de los miles de heridos a su cuidado.

Las unidades alemanas que mantenían alguna capacidad de combate seguían ofreciendo una porfiada resistencia, que causaba numerosas bajas en los atacantes rusos. Pero no pudieron impedir que, para el 17 de enero, los restos del 6º Ejército estuvieron reducidos a la mitad oriental del “Kessel”. Un día antes, Paulus había pedido permiso a Berlín para que los hombres que todavía podían combatir, se abrieran paso, como pudieran, a través de las líneas soviéticas, porque la alternativa era la muerte segura o el cautiverio. Paulus no recibió respuesta y, cuando el 18 de enero, llegó el correo por última vez, envió una carta de despedida a su esposa, junto con sus medallas, su argolla de matrimonio y otros efectos personales, preparado para estar con sus tropas hasta el amargo final.

Tras reagrupar a sus fuerzas, el general Konstantin Rokossovsky reanudó su ofensiva el 20 de enero, cuyo primer objetivo era el aeródromo de Gumrak, que tuvo que ser abandonado el 21 de enero. Se suponía que un nuevo aeródromo en Stalingradski estaba siendo acondicionado, pero creer eso era ser demasiado optimista. La falta de combustible obligó a dejar alrededor de 500 heridos atrás, al cuidado de un capellán y un par de camilleros. Esta vez, los soldados soviéticos no los liquidaron a todos de inmediato, pero tampoco les dieron auxilio, alimentos o medicinas. Los sobrevivientes fueron llevados, días más tarde, a un interminable encierro en el GULAG. El comunismo, al igual que el nazismo, no se preocupada de garantizar el bienestar de los prisioneros, incluso si estaban heridos.

Abajo, una fotografía tomada en el aeródromo de Gumrak muestra las difíciles condiciones en que el personal de la aviación alemana intentaba evacuar heridos y llevar suministros hasta Stalingrado. Los hombres de la fotografía tienen la “suerte” de estar en un momento en que los cañones soviéticos no están disparando sobre ellos. Al fondo, se ve un “Heinkel He-111”, uno de los principales bombarderos de la “Luftwaffe”, que fue usado como transporte, para reforzar a la mermada flota de aviones cargueros de los que disponía Alemania.




Perdóname

Perdóname, te lo pido, en lo mucho que yo te fallo;
que el tonto no se equivoca, por querer equivocarse,
tal como estrella fugaz, que el cielo pasa surcando,
no quiere ser piedra ordinaria y al suelo precipitarse.

Discúlpame las palabras que no encuentran el camino,
que va desde mi cabezota, a una boca que no sabe hablarte,
y a veces se congestiona, y se hace estrecho el recorrido,
con tanta canción y poema y tanto beso que quiero darte.

Excusa que sea tan poco, lo que tengo para ofrecerte,
que paso de noche y día, trabajando en la construcción
de ese palacio fastuoso, en que reines para siempre
como reina, dueña y señora de mi vida y mi corazón.

Te quiero más cada día, pero sé menos que entonces,
cuando recién aprendí a querer y me enseñaste lo que se siente.
Y habrás de seguirme educando, porque el amor, a lo hombres,

nos vuelve más enamorados, pero no más inteligentes.

domingo, 14 de enero de 2018

Hace 100 años - 14 de enero de 1918 - Primera Guerra Mundial - Los “Catorce Puntos” de Wilson

Hace 100 años
14 de enero de 1918
Primera Guerra Mundial

Los “Catorce Puntos” de Wilson

El 8 de enero de 1918, el Presidente de Estados Unidos, Woodrow Wilson, presentó ante el Congreso de su país un discurso que recogía los objetivos de guerra, que deseaba conseguir, una vez que se lograr la victoria sobre los Imperios Centrales. Los propósitos de Wilson, contenidos en el discurso, pasaron a la historia como los “Catorce Puntos”, y constituyen una idealista declaración de principios sobre la mejor forma de conducir las relaciones internacionales.

Los “Catorce Puntos” fueron, en parte, una respuesta para contrarrestar el “Decreto de la Paz” de Lenin, un breve texto, propuesto por el líder bolchevique al Segundo Congreso de los Soviets, poco después del triunfo de la Revolución de Octubre, que proponía negociaciones para conducir a una paz “justa y democrática”, sin anexiones, ni indemnizaciones. Detrás del idealismo aparente de Lenin y sus colaboradores, se escondía la necesidad de llegar a un armisticio a cualquier precio, considerando que gran parte de la Rusia europea estaba ocupada por los Imperios Centrales. Además, tenía mucho que ver con tener el frente externo tranquilo, para poder consolidar al interior de Rusia un tipo de gobierno que fue tiránico desde el primer día. Las resistencias a la tiranía marxista llevaron a una fuerte resistencia de la mayor parte de la sociedad rusa, que desembocó en una terrible guerra civil. Lenin sabía que no podía ganar la guerra mundial y la guerra civil al mismo tiempo, de modo que estaba dispuesto a ofrecer y decir cualquier cosa, para acabar con la guerra mundial, aunque no tuviera realmente ninguna intención de cumplir su palabra.

Los alemanes y austrohúngaros aceptaron sentarse a la mesa de negociaciones con los rusos, con ausencia de delegados de las potencias occidentales que, de ese modo, podían ser acusados de belicistas, indispuestos hacia la paz. El efecto propagandístico resultaba pésimo. El discurso del Presidente Wilson se hizo, en gran parte, como respuesta a lo ocurrido con la Revolución Rusa y el decreto de Lenin. Pocos días antes del discurso de Wilson, el Primer Ministro Británico, David Lloyd George, realizó una declaración similar, aunque tuvo menos impacto en la posteridad, que la alcanzada por el mensaje de Wilson. De todos modos, es innegable la sinceridad de Wilson en su intento de crear un mundo más pacífico y más seguro. Hasta donde alcanzaron sus fuerzas, puso todos los considerables recursos de su poderoso país, para construir una posguerra ordenada.

En esencia, los “Catorce Puntos” son los siguientes:

1.      Negociaciones abiertas de paz, después de las cuales no habrá entendimientos secretos de ningún tipo. Fin a la diplomacia secreta
2.      Absoluta libertad de navegación en los mares, tanto en la guerra, como en la paz
3.      Eliminación, en la medida de lo posible, de todas las barreras económicas y el establecimiento de igualdad de condiciones comerciales para todas las naciones
4.      Garantías adecuadas de que los arsenales de las naciones serán reducidos al mínimo indispensable para la seguridad doméstica
5.      Ajuste de todas las reclamaciones coloniales, equilibrando el interés de las poblaciones involucradas y las pretensiones de los gobiernos, cuyos títulos han de ser determinados
6.      Evacuación de todos los territorios ocupados de Rusia y oportunidad para la determinación independiente de su propio desarrollo político y nacional
7.      Evacuación y restablecimiento de Bélgica, sin ningún límite a su soberanía
8.      Liberación de todo el territorio francés ocupado. El perjuicio causado a Francia por Prusia, en 1871, que había alterado la paz mundial durante 50 años, debía ser corregido
9.      Reajuste de las fronteras italianas, siguiendo líneas nacionales claramente reconocibles
10.  Libre oportunidad de desarrollo autónomo para los pueblos de Austria-Hungría
11.  Evacuación de Serbia, Rumania y Montenegro. Garantía de acceso libre y soberano al mar para Serbia. Las relaciones entre los estados balcánicos deben estar basadas en el entendimiento amistoso, siguiendo líneas de nacionalidad históricamente establecidas
12.  Los territorios tradicionalmente turcos del Imperio Otomano deben ser respetados, así como los demás pueblos del Imperio deben tener oportunidad de desarrollo autónomo. Mantención de los Dardanelos como un paso de libre tránsito internacional
13.  Establecimiento de una Polonia soberana, habitada por poblaciones indisputablemente polacas, con acceso soberano al mar
14.  Establecimiento de una asociación general de naciones, con el propósito de establecer la colaboración internacional y ayudar a la independencia e integridad territorial de estados grandes y pequeños


Esta solemne declaración de principios sirvió como guía para las negociaciones de paz que acabaron con la guerra en 1918-1919. Sin embargo, muchos de sus altos ideales fueron soslayados, cuando las potencias europeas vencedoras sintieron sus intereses perjudicados. Sin embargo, su influencia en crear un ambiente propicio para la paz y algunos resultados prácticos fueron una herencia concreta innegable de los esfuerzos de Wilson. Entre dichos resultados prácticos debe mencionarse el establecimiento de la Sociedad de Naciones, que tuvo muchas limitaciones, pero que sirvió de ensayo para el sistema internacional hoy existente en torno a la Organización de las Naciones Unidas.

Los “Catorce Puntos” son también relevantes porque significan el primer compromiso expreso de un gobierno norteamericano con ciertos objetivos de política internacional, más allá de los intereses específicos de Estados Unidos en una u otra coyuntura. Al empezar la Primera Guerra Mundial, en 1914, Estados Unidos era la primera nación del planeta en muchos aspectos, en los que ya superaba a las viejas potencias de Europa. Pero su tradicional aislacionismo, que hundía sus raíces en el pensamiento de los “Padres Fundadores”, había frenado su involucramiento en cuestiones internacionales de carácter permanente. Con su entrada en la guerra y con esta declaración, que afirmaba ciertos objetivos permanentes de política internacional, Estados Unidos se convierte definitivamente en una potencia mundial, llamada a protagonizar los sucesos del mundo en los siguientes cien años, al menos.

Abajo, el Presidente de Estados Unidos, Woodrow Wilson, dirigiéndose al Congreso de su país.




Hace 75 años - 14 de enero de 1943 - Segunda Guerra Mundial - Stalingrado: el comienzo del fin

Hace 75 años
14 de enero de 1943
Segunda Guerra Mundial

Stalingrado: el comienzo del fin

En estos días de enero, se inicia la ofensiva final sobre el “Kessel” de Stalingrado, para aplastar la resistencia del 6º Ejército Alemán, encerrado dentro. El 9 de enero, había vuelto desde Alemania el general Hans Hube, comandante de la 16ª División Panzer, hasta adonde había volado para recibir las espadas para su Cruz de Hierro. Hube era un jefe valeroso, que había perdido una mano y era un soldado sencillo, que inspiraba el respeto de Hitler. Su temperamento simple, sin embargo, no había sido suficiente para transmitir hasta Berlín el ambiente desastroso de Stalingrado y la necesidad de retirarse, para salvar algo de las tropas encerradas en el cerco. El tirano, tras recibir el sombrío informe de Hube, reforzó su convicción de que todos los generales estaban infectados de pesimismo. En la mente delirante de Hitler, el problema con Stalingrado (o con El Alamein y similares) no eran las malas decisiones militares y políticas, de las que él era responsable en última instancia, sino de la falta de “compromiso con la idea nacionalsocialista” entre los altos mandos.

El general Friedrich Paulus, Comandante en Jefe del cercado 6º Ejército, decidió buscar algún joven oficial, con muchas condecoraciones, en un último intento de enviar un emisario que lograra convencer al “Führer” de la imperiosa necesidad de evacuar el Volga y permitir a sus tropas retirarse hasta el grueso del Grupo de Ejércitos del Don. Paulus envió al capitán Winrich Behr, que enfundado en su uniforme negro de las divisiones panzer, con el pecho repleto de condecoraciones, podría evocar en Hitler sus recuerdos románticos de cuando él mismo era un soldado de primera línea del frente. El joven capitán recibió aviso de su nueva misión en la mañana del 12 de enero de 1943, a dos días de haberse iniciado la ofensiva final de los soviéticos sobre las fuerzas del Eje. Apenas tuvo tiempo de empaquetar el diario de guerra del 6º Ejército y salir corriendo hacia el aeródromo de Pitomnik, donde los aviones de transporte intentaban despegar, sobrecargados de heridos, en medio del caos de los que trataban de salir de ese infierno y las ocasionales bombas de artillería, lanzadas por los rusos con puntería cada vez más precisa.

La primera parada de Behr fue en Taganrog, donde el general Erich von Mastein tenía su cuartel general para todo el Grupo de Ejércitos del Don. Manstein reunió un grupo de oficiales y pidió a Behr que les diera un informe actualizado de la situación en el cerco de Stalingrado: los padecimientos por hambre, las bajas cuantiosas, las unidades reducidas al mínimo, la escasez de municiones, el frío, la falta de combustible, los heridos dejados en la nieve, que solían morir tirados en el suelo, a la espera de ser evacuados o atendidos por el sobreexigido personal médico. Manstein insistió en que repitiera el mismo informe para Hitler y ordenó que un avión lo llevara a Rastenburg, en Prusia Oriental, a la mañana siguiente. Tras un vuelo sin incidentes, Behr llegó hasta el “Cubil del Lobo” al empezar la noche y fue llevado hasta una sala de reuniones, donde una veintena de oficiales esperaban al amo y señor de la vida y la muerte de millones de personas, entre el Volga y los Pirineos. Tras los saludos militares, Hitler se lanzó a describir sus planes para la llamada “Operación Dietrich”, una gran contraofensiva con las divisiones panzer de las SS, que transformarían el sitio de Stalingrado en una nueva victoria alemana.

Acabó su exposición, dirigiéndose directamente a Behr, asegurándole que el 6º Ejército sería rescatado y que sus pensamientos estaban con Paulus y sus hombres. Behr había sido advertido que la táctica de Hitler para afrontar los portadores de malas noticias era abrumarlos con una visión optimista de la situación general de la guerra, que relegaba a un segundo plano lo que sabía su interlocutor que, después de todo, sólo conocía un sector de uno de los tantos frentes de guerra. Behr pidió permiso para cumplir la orden de su comandante, en el sentido de emitir su informe y Hitler no podía negarse frente a tantos testigos, de modo que el capitán no se ahorró nada de las miserias a las que estaban sometidos los hombres encerrados en Stalingrado, miembros de un ejército golpeado, hambriento, escaso de lo más elemental para afrontar una batalla. Incluso se atrevió a mencionar el creciente número de soldados alemanes que empezaban a desertar hacia las líneas soviéticas, seguros de que nada podía ser peor que seguir dentro del “Kessel”.

Hitler no lo interrumpió directamente. La discusión se desvió primero hacia las posibilidades, ya muy disminuidas, de que el 6º Ejército pudiera ser sostenido gracias al “puente aéreo”. Y a continuación, el tirano retornó su vista hacia el mapa, continuando con su delirio de una inminente ofensiva con las tropas blindadas de las SS, que restablecerían la línea del frente en el Volga. Behr sabía que las banderitas supuestamente asignadas en el mapa a divisiones, en muchos casos, apenas representaban algunos regimientos. También sabía por Manstein que los refuerzos blindados de las SS necesitaban meses para estar listos para un ataque. Comprendió definitivamente que Hitler estaba totalmente desconectado de la realidad y que cualquier esfuerzo por hacerle ver la inminencia de la derrota era inútil. Behr, que había sido un fervoroso nacionalsocialista, salió de la reunión convencido de que Hitler llevaba a Alemania hacia una segura derrota.

Temprano, en la madrugada del 10 de enero de 1943, el Frente del Don del Ejército Rojo, al mando del general Konstantin Rokossovsky, lanzó la “Operación Anillo”, destinada a terminar con la Batalla de Stalingrado de una vez por todas. Más de 7.000 cañones, lanzacohetes y morteros rugieron durante 55 minutos. Tras la preparación artillera, vendrían los poderosos tanques “T-34”, las oleadas de “frontoviki”, gritando “¡Hurra!” y las bandadas de aviones “Sturmovik”, de apoyo aéreo estrecho. Uno de los primeros objetivos era la “saliente de Marinovka”, una protuberancia al sudoeste del cerco, defendida por cuatro divisiones, desesperadamente escasas de fuerzas y municiones. Al anochecer del primer día, las defensas de la 44ª División de Infantería fueron aplastadas. Los supervivientes, al perder sus trincheras, quedaron a merced de los soviéticos y del clima. Las otras divisiones, al verse flanqueadas, iniciaron una retirada interminable, que no acabaría sino hasta la rendición final. Al llegar el 11 de enero, la saliente había sido conquistada.

A pesar de la debilidad de sus hombres, de la escasez de las municiones, de los efectos del hambre y de casi no tener combustible para los pocos tanques que les quedaban, la resistencia de los alemanes fue feroz, al punto de que los ejércitos soviéticos del Frente del Don sufrieron 26.000 bajas en los tres primeros días de la ofensiva. Por otro lado, los rusos daban muestra de un heroísmo fanático, que contrastaba con la baja moral que había reinado en las filas del Ejército Rojo hasta 1942. Los trajes de camuflaje blanco estaban reservados a los francotiradores y tropas de reconocimiento, de modo que los uniformes marrones de los infantes eran blanco fácil para los fusiles y ametralladoras alemanes, que no habían conquistado casi toda Europa por tener mala puntería. Los bultos de soldados rusos muertos se amontonaban en la estepa, formando improvisados parapetos, que servían de cobertura a los que avanzaban detrás de las primeras oleadas.

En la ciudad misma, los efectivos del 62º Ejército, al mando del general Chuikov, pasaban ahora también al ataque, luego de meses de soportar espantosas condiciones. Bien pertrechados, bien abastecidos y con su moral recuperada, aprovechaban el congelamiento del Volga, para atravesarlo en sus ataques y mantener bien provistos sus depósitos de suministros. Las divisiones alemanas motorizadas empezaron a abandonar sus vehículos y a retroceder a pie, pues el combustible se había agotado del todo. Divisiones de infantería completa (o, más bien sus restos), eran volatilizadas por el avance soviético. El aeródromo de Pitomnik, ya demasiado cerca del frente, no podría ser utilizado por mucho tiempo más. Los que morían rápido eran los más afortunados. La mayoría de los heridos no podían ser atendidos apropiadamente y muchos morían desangrados o de hambre. Unos pocos afortunados eran atendidos en tiendas de lona, carentes de todo, apenas protegidos del frío. Y los prisioneros no podían esperar mucha clemencia, luego de haber estado cometiendo o colaborando en toda clase de atrocidades cometidas contra los prisioneros del Ejército Rojo y contra la población civil de los pueblos de la Unión Soviética. Era el comienzo de la venganza.

 Y era el comienzo del fin del “Reich de Mil Años”.

Abajo, una columna de infantes soviéticos y tanques “T-34” avanza a través de una ventisca.




lunes, 1 de enero de 2018

Hace 100 años - 31 de diciembre de 1917 - Primera Guerra Mundial - El último año nuevo

Hace 100 años
31 de diciembre de 1917
Primera Guerra Mundial

El último año nuevo

Europa pasa su cuarto Año Nuevo en guerra. Se suponía que la lucha sería corta y ya suma tres años y cuatro meses. Los muertos, heridos y mutilados se cuentan por millones. Serán necesarios años para calcular el impacto en la economía y la infraestructura. El Viejo Continente nunca será el mismo y, poco a poco, a causa de la guerra, empieza a perder el protagonismo mundial del que gozaba desde el siglo XV.

Alemania sigue sufriendo la gran desventaja de no controlar los mares. El “Reich” y sus aliados, desde el comienzo de la contienda, se asemejan a una fortaleza asediada, que lucha contra el tiempo, además de contra los sitiadores. Después de la Batalla de Jutlandia, la “Kaiserliche Marine” no volvió a usar sus grandes unidades de superficie, que quedan fondeadas en sus bases, hasta el final de la contienda. El arma principal de los alemanes en el mar siguió siendo el submarino. El año que termina fue el escenario en que retornó la guerra submarina sin restricciones. Los altos mandos navales esperaban rendir a Gran Bretaña por hambre, destruyendo todo el tráfico mercante que se acercara al archipiélago. Al reiniciarse la campaña, en febrero de 1917, los alemanes disponían de 23 submarinos costeros y 46 grandes unidades, capaces de operar en aguas profundas. Esperaban hundir 600.000 toneladas al mes y causar un caos tan grande en la economía británica, que Londres tuviera que sentarse a negociar.

La campaña submarina sin restricciones causó severos daños en la economía y en las flotas mercantes de la Entente, pero no llegó a colocar a Gran Bretaña de rodillas. En cambio, prácticamente empujó a Estados Unidos a la guerra, con sus gigantescos recursos humanos e industriales. Las contramedidas adoptadas por las marinas de guerra afectadas acabaron disminuyendo el tonelaje hundido y aumentando el número de submarinos destruidos. Alemania, por su parte, sí estaba efectivamente bloqueada y su población llevaba varios meses sufriendo los efectos de la escasez.

En el Medio Oriente, el 27 de diciembre de 1917, las tropas del Imperio Turco-Otomano lanzaron un fuerte contraataque sobre las líneas británicas en torno a Jerusalén, ocupada a comienzos de diciembre por el general Edmund Allenby. Después de la evacuación de la Ciudad Santa por parte de las tropas otomanas, las fuerzas británicas ocupaban una línea que corría a 6,5 kilómetros al norte y este de la ciudad, que seguía al alcance de la artillería otomana. Temiendo un posible contraataque, Allenby preparó una nueva ofensiva, para empujar a los turcos lejos de la ciudad, programada para el 24 de diciembre. Sin embargo, el mal tiempo retrasó su inicio.

Los otomanos acabaron adelantándose y lanzaron su ofensiva en la madrugada del 27. Al comienzo, los turcos lograron ventaja en algunos puntos, pero acabaron perdiendo el impulso inicial. La batalla siguió por dos días y, para el día 30, los británicos habían recuperado la iniciativa y estaban nuevamente al ataque en toda la línea. Para la víspera del Año Nuevo de 1918, la infantería de Allenby había empujado el frente entre 5 y 10 kilómetros, dejando Jerusalén firmemente asegurada en sus manos. El Imperio Británico mantendría el control de Jerusalén hasta 1948.

Con esta batalla, terminaron las operaciones en torno a Jerusalén. La línea británica tendría sólo dos variaciones importantes en el resto de la guerra: con la conquista de Jericó, en febrero de 1918, y al comenzar el avance sobre Damasco y Alepo, en 1918, que terminaría con la guerra en Palestina. La de Jerusalén fue, con ventaja, la más grave derrota de los Imperios Centrales en 1917. La campaña de la “EEF” (“Egyptian Expeditionary Force”), entre octubre y diciembre de 1917, significó avanzar desde el Canal de Suez hasta el corazón de Palestina, incluyendo la conquista de Jerusalén, cuyo valor estratégico se añadía a su innegable valor simbólico. Las tropas de Allenby podían estar también orgullosas de la forma en que consiguieron sus victorias, especialmente durante su ataque a la línea otomana de Gaza-Beersheba, que resultó ser la primera derrota de una fuerza adversaria experimentada, bien atrincherada y, hasta entonces, muy exitosa, bien apoyada por artillería, nidos de ametralladora, aviación y abundante asesoría de oficiales alemanes que, en muchos casos, compartieron el mando con los generales del Sultán. Se trataba en suma, del asalto a una línea muy parecida a aquellas que se extendían por los frentes europeos y que sus camaradas no habían podido romper en más de tres años de guerra.

Al acabar 1917, Allenby podía estar orgulloso de conseguir enormes ganancias territoriales, en fuerte contraste con las ofensivas franco-británicas en el Frente Occidental, que habían costado inmensas bajas y casi no habían reportado ganancias territoriales. Salvo por los éxitos en el Medio Oriente, 1917 no fue un buen año para la Entente. Además de las grandes ofensivas en Flandes, que acabaron en sangrientos fiascos, el Ejército Francés, considerado la pieza clave para obtener la victoria en el Oeste, estaba recuperándose de graves episodios de motín; los italianos habían sufrido la desastrosa derrota de Caporetto; por último, en el este de Europa, la derrota militar había noqueado a Rumania fuera de la guerra, mientras que la Revolución había hecho lo mismo con Rusia. Estados Unidos estaba en guerra y era, sin duda, más poderoso que Rusia y Rumania juntas, pero no sería sino hasta el verano de 1918, que los norteamericanos estarían listos para desplegar todo su potencial.

Abajo, la portada del “Saturday Evening Post” del 29 de diciembre de 1917. El nuevo año, siempre representado como un pequeñín, aparece también ataviado con sable, terciado y casco militar, recogiendo la circunstancia de que Estados Unidos recibe 1918 en guerra contra Alemania y sus aliados.




Hace 75 años - 31 de diciembre de 1942 - Segunda Guerra Mundial - Batalla en el Ártico

Hace 75 años
31 de diciembre de 1942
Segunda Guerra Mundial

Batalla en el Ártico

Al terminar 1942, en todos los campos de batalla del Frente Oriental, la marea empieza a volverse contra los alemanes. En las aguas heladas del lejano norte, el convoy “JW-51A” llega hasta su destino, en Murmansk, sin perder un solo barco. La “Kriegsmarine” tiene cada vez menos capacidad de hundir los mercantes que mantienen vivo el esfuerzo de guerra soviético. Pero el mayor éxito de los soviéticos está ocurriendo en el sur, en Stalingrado, donde efectivos del 6º Ejército Alemán deben sacrificar 12.000 caballos, porque simplemente no había con qué alimentarlos. El general Friedrich Paulus, comandante del “Kessel”, reportó el 26 de diciembre al general Erich von Manstein, Comandante en Jefe del Grupo de Ejércitos del Don, que las enormes bajas, el frío y la escasez habían reducido drásticamente la capacidad combativa de las divisiones cercadas.

En su mensaje de Año Nuevo a sus tropas, Paulus reafirmó que 1943 traería el relevo a sus tropas sitiadas y, aunque no podía saber cuándo ocurriría exactamente, afirmaba que Hitler “nunca se ha retractado de su palabra y esta vez no será diferente”. Es difícil saber qué tanto Paulus se creía su arenga, pero estaba obligado a escribir en ese tono. Hitler envió un mensaje personal de saludo a Paulus: “usted y sus soldados, sin embargo, deberían iniciar el nuevo año con la confianza inconmovible de que yo y toda la ‘Wehrmacht’ alemana haremos todo lo que esté en nuestras manos para liberar a los defensores de Stalingrado y que su persistencia se convierta en la hazaña más gloriosa en la historia de las armas alemanas.” Era un claro llamado épico a la gloria, pero no contenía ninguna garantía de rescate. Por otro lado, como siempre, el efecto propagandístico nazi era muy certero y, en general, las cartas salidas desde Stalingrado durante esos días, muestran que la mayoría de los hombres luchaban convencidos del apoyo de su “Führer”, con un convencimiento fanático en la victoria final y en la justicia de su causa. Pero el hambre y la escasez en general empezaban a hacer mella en ese entusiasmo y las deserciones se empezaron a hacer más frecuentes entre las filas alemanas.

El 31 de diciembre de 1942, se produce la Batalla del Mar de Barents, entre buques de la “Kriegsmarine” y unidades de la “Royal Navy”, que escoltaban un convoy destinado a la URSS. Para mediados de 1942, Hitler estaba obsesionado con la idea de que los Aliados estaban preparando una operación de desembarco contra Noruega. Como se negaba a trasladar tropas desde Rusia a Noruega, ordenó al alto mando naval reunir una flota lo más poderosa posible, que atacara cualquier intento aliado de desembarcar en Escandinavia. Desde Brest, Francia, fueron enviados los cruceros de batalla “Gneisenau” y “Scharnhorst”, además del crucero pesado “Prinz Eugen”, que se unieron al crucero ligero “Köln”, al crucero pesado “Admiral Hipper” y a los “acorazados de bolsillo” “Admiral Scheer” y “Lützow”, que ya estaban basados en Noruega. A la sazón, Hitler prohibió que estos poderosos buques fueran arriesgados en nada que no fuera contrarrestar una invasión, lo que dejaba fuera la posibilidad, harto razonable, de acosar los convoyes enviados desde Gran Bretaña y América, para ayudar al esfuerzo bélico soviético.

Entre septiembre y noviembre de 1942, no hubo convoyes aliados a través del Ártico, en parte, debido a las pérdidas causadas por los submarinos alemanes y también porque la mayoría de los recursos navales anglo-norteamericanos estaban destinados a la “Operación Antorcha”, el gran desembarco en el Norte de África. El alto mando aliado decidió reestablecer los convoyes en diciembre, con dos envíos, uno el 18 y otro el 22 de diciembre. El primer convoy, “JW-51A”, zarpó el 18 y llegó a su destino en la costa norte de la Unión Soviética, sin contratiempos, bien escoltado por numerosos destructores y dos cruceros ligeros, el “HMS Sheffield” y el “HMS Jamaica”.

Siguiendo la planificación, el 22 de diciembre, zarpó desde Escocia el convoy “JW-51B”, llevando 202 tanques, 2.046 vehículos de otras clases, 87 aviones de caza, 33 bombarderos, más de 20.000 toneladas de combustible y 54.000 toneladas de otros pertrechos. Su escolta consistía en tres destructores pequeños, que fueron relevados, al pasar Islandia, por seis poderosos destructores de flota británicos, comandados por el capitán Robert Sherbrooke.

El 28 de diciembre, una tormenta dispersó al convoy, que pudo reunirse recién el 30, mucho más al sur de su curso original y apenas a 200 millas marinas de la base naval de Altenfjord, en Noruega, donde estaban concentrados los poderosos buques alemanes. Para fines de 1942, Hitler había perdido la fe en que las unidades de superficie fueran capaces de acosar significativamente a la Marina Británica, especialmente luego de perder la lucha en el Mediterráneo, incluso con la ayuda de la flota italiana, mucho más poderosa en unidades de superficie que la alemana. Sin embargo, al enterarse de que un gran convoy pasaba frente a Noruega, ordenó que fuera atacado, para mostrar a los Aliados que los alemanes tenían fuerte presencia naval en la región y, desde luego, para evitar que el valioso cargamento llegara hasta los rusos. El mando naval, deseoso de probar la valía de sus buques al “Führer”, apoyó la idea con entusiasmo.

Los almirantes alemanes planearon atacar el convoy, usando dos pinzas, con el “Hipper” atacando desde el norte con tres destructores y el “Lützow”, acompañado de otros tres destructores, desde el sur. La operación estaría al mando del almirante Oskar Kummetz, a bordo del “Hipper”. Pero la operación tenía una gran desventaja, desde que Kummetz, al iniciar su tarea, recibió un recordatorio desde el cuartel general de Hitler, en el sentido de que los buques capitales alemanes no podían arriesgarse en un enfrentamiento con los británicos. Su rival, Sheerbrooke, estaba al tanto de que los alemanes tramaban algo y sabía que, al menos, un submarino los estaba acechando más adelante y seguramente transmitía su posición a Berlín.

Los británicos suponían que serían reforzados por destructores soviéticos en algún momento del viaje y, cuando a las 9.15 del 31 de diciembre, avistó tres destructores alemanes, el destructor “HMS Obdurate” les hizo señas para que se identificaran como rusos, pero recibió en respuesta las atenciones de los cañones y torpedos alemanes. Kummetz, que no quería desobedecer a Hitler, usó a sus cruceros, mucho mejor armados que cualquier destructor, pero siempre preocupado de no arriesgarlos y consciente del peligro que suponían los torpedos de los destructores, que podían hundir al “Lützow” o al “Hipper” con una andanada afortunada. De todos modos, durante alrededor de una hora, los cañones del Hipper se dejaron caer sobre los dos destructores que se lo toparon, el “HMS Orwell” y el “HMS Onslow”, desde donde Sheerbrooke dirigía el combate. En ese punto, el “Onslow” había recibido considerable daño y 40 tripulantes habían sido heridos o estaban muertos, incluyendo a Sheerbrooke, que tuvo que ceder el mando, a causa de sus heridas.

En el sur, el “Lützow” pudo haber atacado el convoy, casi sin oposición, pero el capitán Rudofl Stange tampoco actuaba con libertad, debido a las órdenes de Hitler. La mala visibilidad terminó de convencer a Stange de no usar su crucero en la lucha. Kummetz, en tanto, luego de dañar al “Onslow”, hundió el destructor “HMS Achate”, pero no quiso comprometerse demasiado, siempre temeroso de los torpedos de los otros destructores. Kummetz terminó de decidirse por la retirada, cuando aparecieron el “Jamaica” y el “Sheffield”, que alcanzaron dos veces al “Hipper” con sus cañones, equivalentes al armamento germano, que además hundieron al destructor alemán “Friedrich Eckholdt”.

El Comandante en Jefe de la Marina Alemana, almirante Erich Raeder, mal informado por Kummetz, reportó una gran victoria a Hitler, que la anunció en su mensaje de Año Nuevo. Cuando el tirano supo del fiasco, pocos días después, dejó caer toda su furia sobre Raeder y hasta declaró su intención de desarmar toda la flota de superficie alemana, convertir sus cañones en baterías de costa y mandar a la marinería como infantes en el Frente Ruso. A fines de enero, el golpeado Raeder presentó su renuncia y fue reemplazado por el almirante Karl Dönitz, hasta entonces, jefe de la fuerza de submarinos.

Abajo, un operador de señales, a bordo del crucero británico “HMS Sheffield”. El abundante hielo que cubre los equipos, muestras las duras condiciones que debían enfrentar las tripulaciones, tanto militares, como mercantes, durante los convoyes dirigidos al Ártico y cuyos cargamentos fueron críticos para mantener dentro de la guerra a la URSS en los momentos más peligrosos de la invasión nazi.




17 de Septiembre de 1944. Hace 80 años. Operación Market Garden.

   El 6 de junio de 1944, los Aliados habían desembarcado con éxito en Normandía. En las semanas siguientes, a pesar de la feroz resistencia...