Hace 75 años
21 de enero de 1943
Segunda Guerra Mundial
Leningrado y Stalingrado
En estos días de enero de 1943, el Ejército Rojo está al ataque en todo
el Frente Oriental. En el norte, la “Stavka”, el Cuartel General de Stalin, ha
lanzado la “Operación Iskra”, un nuevo esfuerzo por levantar o, al menos,
aliviar el sitio de Leningrado. Para la segunda mitad de enero, los comandantes
soviéticos y la mayoría de los comandantes alemanes sabían que, salvo la
ocurrencia de un milagro, la Batalla de Stalingrado se sellaría pronto con una
aplastante victoria soviética. Con el subsecuente debilitamiento del frente alemán,
al comenzar enero de 1943, el alto mando soviético estaba planificando
ofensivas a lo largo de todo el frente de batalla, con “Iskra”, como el extremo
norte del gran esfuerzo ofensivo ruso del invierno de 1942-1943.
El esfuerzo de la ofensiva recayó sobre el Frente de Leningrado y el
Frente de Volkhov, apoyados fuertemente por unidades de la Flota del Báltico. El
objetivo era conectar por tierra el Frente de Volkhov, mandado por el general
Kiril Merestskov, con las tropas sitiadas de Leningrado, al mando del general
Leonid Govorov. Hasta el momento, los escasos suministros llegados hasta
Leningrado, lo hacían sobre las heladas aguas del Lago Ladoga, en cantidades
absolutamente insuficientes, que no alcanzaban para impedir que miles de
civiles perecieran a causa de las escaseces de todo tipo. Si la ciudad no había
caído, desde agosto de 1941, cuando se estableció el cerco, fue sólo porque los
alemanes y los finlandeses nunca tuvieron la cantidad de recursos humanos o
materiales, como para aprovechar la debilidad de la defensa soviética.
Se habían hecho varios intentos por levantar el asedio de Leningrado,
todos fallidos. En la víspera de “Iskra”, un corredor de 16 kilómetros de ancho,
que era llamado “cuello de botella”, separaba las tropas de Meretskov de las
fuerzas de Govorov. Los alemanes sabían que levantar el sitio era prioritario
para Stalin, pero la creciente presión soviética en todo el frente, había
obligado a todas las fuerzas alemanas en Rusia a pasar a la defensiva y a
dispersar sus tropas entre las muchas zonas amenazadas. En la zona de
Leningrado, enfrentando el inminente ataque soviético, sólo estaba el 18º
Ejército del general Georg Lindemann, que ya casi no tenía reservas.
A pesar de estar debilitados, los alemanes ofrecieron porfiada
resistencia. Las tropas soviéticas tuvieron que pagar un alto costo para
avanzar, incluso contando con un fuerte apoyo de bombarderos y aparatos de
ataque a tierra, además de abundante artillería. Para el 18 de enero, unidades
de ambos frentes soviéticos habían conseguido hacer contacto. Los alemanes no
fueron capaces de reestablecer el bloqueo sobre Leningrado, pero el Ejército
Rojo tampoco podía decir que había terminado con el sitio de la ciudad. El corredor
que conectaba Leningrado con el resto de la Unión Soviética estaba al alcance
de los cañones alemanes y era todavía estrecho, como para permitir la entrada
de una cantidad decisiva de suministros. El sitio de Leningrado no sería
plenamente levantado sino hasta enero de 1944, cuando la Alemania Nazi ya
luchaba las batallas desesperadas, de la última fase de la guerra, que
llevarían a la victoria aliada total, al Ejército Rojo hasta Berlín y a la
venganza por los abusos cometidos en nombre de la “raza superior”.
En el extremo sur del gigantesco Frente Oriental, en Stalingrado, la
situación de los alemanes ha pasado de mala a crítica. Hitler, que ya sabe que
el 6º Ejército Alemán está condenado, despliega una de sus usuales actividades
febriles con pocos resultados prácticos. Posiblemente el tirano no quiere que
se piense que no ha hecho todo lo posible por auxiliar a los desventurados soldados
del general Paulus, a quien tampoco quería dar “excusas” para rendirse (aunque
realmente tenían buenas razones para hacerlo). Bajo el mando del mariscal de
campo de la “Luftwaffe”, Erhard Milch, el “Führer” ordenó establecer un “estado
mayor especial”, encargado de mejorar el suministro aéreo de los sitiados en
Stalingrado. El 15 de enero de 1943 fue el primer día de Milch en su nuevo
puesto y ahí mismo comprendió que la situación era peor que todo lo que pudo
imaginar y que realmente quedaba poco por hacer. Ese mismo día, recibió el
aviso de que el aeródromo de Pitomnik, el único operativo dentro del “Kessel”,
estaba en manos soviéticas. La verdad era que el aeródromo todavía estaba en
manos alemanas, pero ya estaba amenazado por el avance soviético. Los cazas “Messerschmitt
Bf-109” y los bombarderos en picado “Junkers Ju-87, Stuka”, despegaron por
última vez desde Pitomnik, para no regresar jamás.
El 16 de enero, un batallón de la 295ª División de Infantería de la “Wehrmacht”
se rindió en masa. Durante el interrogatorio, el comandante del batallón dijo
al interrogador soviético que convenció a sus hombres de la inutilidad de
luchar o intentar escapar y de que la única posibilidad de salvar vidas era
rendirse. El desdichado oficial se sentía muy mal además, porque era la primera
vez que una unidad alemana tan grande como un batallón se rendía desde el
comienzo de la guerra.
Pitomnik y el hospital de campaña fueron abandonados el mismo 16 de
enero. Los que estaban demasiado heridos para ser trasladados, fueron dejados
ahí, al cuidado de un doctor y un camillero, esperando que los rusos tuvieran
compasión, aunque posiblemente esperaban mucho, luego de casi dos años de haber
llevado a cabo una campaña de terror sistemático contra los pueblos de la Unión
Soviética. Los demás intentaron caminar, gatear, cojear o arrastrarse hasta el
nuevo aeródromo de Gumrak, a 13 kilómetros de distancia. El trayecto fue una
marcha de la muerte digna de la retirada napoleónica, aunque seguramente peor. Cientos
morían por el frío. Los pocos que abrigaban todavía esperanzas de un relevo
acabaron por perderla y hay testimonios de doctores a los que se les pidió que
administraran veneno a algún soldado desesperado, que prefería la muerte rápida
a seguir en una batalla perdida o a partir al cautiverio. Los doctores no
flaquearon y de los 600 médicos del 6º Ejército, ninguno salió del cerco. Las condiciones
en el aeródromo y en el “hospital” de Gumrak eran incluso peores que las
vividas en Pitomnik, pero el personal de sanidad, casi sin elementos de
trabajo, siguió haciendo un esfuerzo por aliviar el sufrimiento de los miles de
heridos a su cuidado.
Las unidades alemanas que mantenían alguna capacidad de combate seguían
ofreciendo una porfiada resistencia, que causaba numerosas bajas en los
atacantes rusos. Pero no pudieron impedir que, para el 17 de enero, los restos
del 6º Ejército estuvieron reducidos a la mitad oriental del “Kessel”. Un día
antes, Paulus había pedido permiso a Berlín para que los hombres que todavía
podían combatir, se abrieran paso, como pudieran, a través de las líneas
soviéticas, porque la alternativa era la muerte segura o el cautiverio. Paulus no
recibió respuesta y, cuando el 18 de enero, llegó el correo por última vez,
envió una carta de despedida a su esposa, junto con sus medallas, su argolla de
matrimonio y otros efectos personales, preparado para estar con sus tropas
hasta el amargo final.
Tras reagrupar a sus fuerzas, el general Konstantin Rokossovsky reanudó
su ofensiva el 20 de enero, cuyo primer objetivo era el aeródromo de Gumrak,
que tuvo que ser abandonado el 21 de enero. Se suponía que un nuevo aeródromo
en Stalingradski estaba siendo acondicionado, pero creer eso era ser demasiado
optimista. La falta de combustible obligó a dejar alrededor de 500 heridos
atrás, al cuidado de un capellán y un par de camilleros. Esta vez, los soldados
soviéticos no los liquidaron a todos de inmediato, pero tampoco les dieron
auxilio, alimentos o medicinas. Los sobrevivientes fueron llevados, días más
tarde, a un interminable encierro en el GULAG. El comunismo, al igual que el
nazismo, no se preocupada de garantizar el bienestar de los prisioneros,
incluso si estaban heridos.
Abajo, una fotografía tomada en el aeródromo de Gumrak muestra las
difíciles condiciones en que el personal de la aviación alemana intentaba
evacuar heridos y llevar suministros hasta Stalingrado. Los hombres de la
fotografía tienen la “suerte” de estar en un momento en que los cañones
soviéticos no están disparando sobre ellos. Al fondo, se ve un “Heinkel He-111”,
uno de los principales bombarderos de la “Luftwaffe”, que fue usado como
transporte, para reforzar a la mermada flota de aviones cargueros de los que
disponía Alemania.
Imagen tomada de http://media.gettyimages.com/photos/bei-klirrender-klte-ein-he111bomber-auf-dem-flugfeld-gumrakjanuar-picture-id542355335?s=594x594
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