Hace 75 años
31 de diciembre de 1942
Segunda Guerra Mundial
Batalla en el Ártico
Al terminar 1942, en todos los campos de batalla del Frente Oriental, la
marea empieza a volverse contra los alemanes. En las aguas heladas del lejano
norte, el convoy “JW-51A” llega hasta su destino, en Murmansk, sin perder un
solo barco. La “Kriegsmarine” tiene cada vez menos capacidad de hundir los mercantes
que mantienen vivo el esfuerzo de guerra soviético. Pero el mayor éxito de los
soviéticos está ocurriendo en el sur, en Stalingrado, donde efectivos del 6º
Ejército Alemán deben sacrificar 12.000 caballos, porque simplemente no había
con qué alimentarlos. El general Friedrich Paulus, comandante del “Kessel”, reportó
el 26 de diciembre al general Erich von Manstein, Comandante en Jefe del Grupo
de Ejércitos del Don, que las enormes bajas, el frío y la escasez habían
reducido drásticamente la capacidad combativa de las divisiones cercadas.
En su mensaje de Año Nuevo a sus tropas, Paulus reafirmó que 1943 traería
el relevo a sus tropas sitiadas y, aunque no podía saber cuándo ocurriría
exactamente, afirmaba que Hitler “nunca se ha retractado de su palabra y esta
vez no será diferente”. Es difícil saber qué tanto Paulus se creía su arenga,
pero estaba obligado a escribir en ese tono. Hitler envió un mensaje personal
de saludo a Paulus: “usted y sus soldados, sin embargo, deberían iniciar el
nuevo año con la confianza inconmovible de que yo y toda la ‘Wehrmacht’ alemana
haremos todo lo que esté en nuestras manos para liberar a los defensores de
Stalingrado y que su persistencia se convierta en la hazaña más gloriosa en la
historia de las armas alemanas.” Era un claro llamado épico a la gloria, pero
no contenía ninguna garantía de rescate. Por otro lado, como siempre, el efecto
propagandístico nazi era muy certero y, en general, las cartas salidas desde
Stalingrado durante esos días, muestran que la mayoría de los hombres luchaban
convencidos del apoyo de su “Führer”, con un convencimiento fanático en la
victoria final y en la justicia de su causa. Pero el hambre y la escasez en
general empezaban a hacer mella en ese entusiasmo y las deserciones se
empezaron a hacer más frecuentes entre las filas alemanas.
El 31 de diciembre de 1942, se produce la Batalla del Mar de Barents,
entre buques de la “Kriegsmarine” y unidades de la “Royal Navy”, que escoltaban
un convoy destinado a la URSS. Para mediados de 1942, Hitler estaba obsesionado
con la idea de que los Aliados estaban preparando una operación de desembarco
contra Noruega. Como se negaba a trasladar tropas desde Rusia a Noruega, ordenó
al alto mando naval reunir una flota lo más poderosa posible, que atacara
cualquier intento aliado de desembarcar en Escandinavia. Desde Brest, Francia, fueron
enviados los cruceros de batalla “Gneisenau” y “Scharnhorst”, además del
crucero pesado “Prinz Eugen”, que se unieron al crucero ligero “Köln”, al crucero
pesado “Admiral Hipper” y a los “acorazados de bolsillo” “Admiral Scheer” y
“Lützow”, que ya estaban basados en Noruega. A la sazón, Hitler prohibió que
estos poderosos buques fueran arriesgados en nada que no fuera contrarrestar
una invasión, lo que dejaba fuera la posibilidad, harto razonable, de acosar
los convoyes enviados desde Gran Bretaña y América, para ayudar al esfuerzo
bélico soviético.
Entre septiembre y noviembre de 1942, no hubo convoyes aliados a través
del Ártico, en parte, debido a las pérdidas causadas por los submarinos
alemanes y también porque la mayoría de los recursos navales
anglo-norteamericanos estaban destinados a la “Operación Antorcha”, el gran
desembarco en el Norte de África. El alto mando aliado decidió reestablecer los
convoyes en diciembre, con dos envíos, uno el 18 y otro el 22 de diciembre. El
primer convoy, “JW-51A”, zarpó el 18 y llegó a su destino en la costa norte de
la Unión Soviética, sin contratiempos, bien escoltado por numerosos
destructores y dos cruceros ligeros, el “HMS Sheffield” y el “HMS Jamaica”.
Siguiendo la planificación, el 22 de diciembre, zarpó desde Escocia el
convoy “JW-51B”, llevando 202 tanques, 2.046 vehículos de otras clases, 87
aviones de caza, 33 bombarderos, más de 20.000 toneladas de combustible y
54.000 toneladas de otros pertrechos. Su escolta consistía en tres destructores
pequeños, que fueron relevados, al pasar Islandia, por seis poderosos destructores
de flota británicos, comandados por el capitán Robert Sherbrooke.
El 28 de diciembre, una tormenta dispersó al convoy, que pudo reunirse
recién el 30, mucho más al sur de su curso original y apenas a 200 millas
marinas de la base naval de Altenfjord, en Noruega, donde estaban concentrados
los poderosos buques alemanes. Para fines de 1942, Hitler había perdido la fe
en que las unidades de superficie fueran capaces de acosar significativamente a
la Marina Británica, especialmente luego de perder la lucha en el Mediterráneo,
incluso con la ayuda de la flota italiana, mucho más poderosa en unidades de
superficie que la alemana. Sin embargo, al enterarse de que un gran convoy
pasaba frente a Noruega, ordenó que fuera atacado, para mostrar a los Aliados
que los alemanes tenían fuerte presencia naval en la región y, desde luego,
para evitar que el valioso cargamento llegara hasta los rusos. El mando naval,
deseoso de probar la valía de sus buques al “Führer”, apoyó la idea con
entusiasmo.
Los almirantes alemanes planearon atacar el convoy, usando dos pinzas,
con el “Hipper” atacando desde el norte con tres destructores y el “Lützow”,
acompañado de otros tres destructores, desde el sur. La operación estaría al
mando del almirante Oskar Kummetz, a bordo del “Hipper”. Pero la operación
tenía una gran desventaja, desde que Kummetz, al iniciar su tarea, recibió un
recordatorio desde el cuartel general de Hitler, en el sentido de que los
buques capitales alemanes no podían arriesgarse en un enfrentamiento con los
británicos. Su rival, Sheerbrooke, estaba al tanto de que los alemanes tramaban
algo y sabía que, al menos, un submarino los estaba acechando más adelante y
seguramente transmitía su posición a Berlín.
Los británicos suponían que serían reforzados por destructores soviéticos
en algún momento del viaje y, cuando a las 9.15 del 31 de diciembre, avistó
tres destructores alemanes, el destructor “HMS Obdurate” les hizo señas para
que se identificaran como rusos, pero recibió en respuesta las atenciones de
los cañones y torpedos alemanes. Kummetz, que no quería desobedecer a Hitler,
usó a sus cruceros, mucho mejor armados que cualquier destructor, pero siempre
preocupado de no arriesgarlos y consciente del peligro que suponían los
torpedos de los destructores, que podían hundir al “Lützow” o al “Hipper” con
una andanada afortunada. De todos modos, durante alrededor de una hora, los
cañones del Hipper se dejaron caer sobre los dos destructores que se lo
toparon, el “HMS Orwell” y el “HMS Onslow”, desde donde Sheerbrooke dirigía el
combate. En ese punto, el “Onslow” había recibido considerable daño y 40
tripulantes habían sido heridos o estaban muertos, incluyendo a Sheerbrooke,
que tuvo que ceder el mando, a causa de sus heridas.
En el sur, el “Lützow” pudo haber atacado el convoy, casi sin oposición,
pero el capitán Rudofl Stange tampoco actuaba con libertad, debido a las
órdenes de Hitler. La mala visibilidad terminó de convencer a Stange de no usar
su crucero en la lucha. Kummetz, en tanto, luego de dañar al “Onslow”, hundió
el destructor “HMS Achate”, pero no quiso comprometerse demasiado, siempre
temeroso de los torpedos de los otros destructores. Kummetz terminó de
decidirse por la retirada, cuando aparecieron el “Jamaica” y el “Sheffield”,
que alcanzaron dos veces al “Hipper” con sus cañones, equivalentes al armamento
germano, que además hundieron al destructor alemán “Friedrich Eckholdt”.
El Comandante en Jefe de la Marina Alemana, almirante Erich Raeder, mal
informado por Kummetz, reportó una gran victoria a Hitler, que la anunció en su
mensaje de Año Nuevo. Cuando el tirano supo del fiasco, pocos días después,
dejó caer toda su furia sobre Raeder y hasta declaró su intención de desarmar
toda la flota de superficie alemana, convertir sus cañones en baterías de costa
y mandar a la marinería como infantes en el Frente Ruso. A fines de enero, el
golpeado Raeder presentó su renuncia y fue reemplazado por el almirante Karl
Dönitz, hasta entonces, jefe de la fuerza de submarinos.
Abajo, un operador de señales, a bordo del crucero británico “HMS
Sheffield”. El abundante hielo que cubre los equipos, muestras las duras
condiciones que debían enfrentar las tripulaciones, tanto militares, como
mercantes, durante los convoyes dirigidos al Ártico y cuyos cargamentos fueron
críticos para mantener dentro de la guerra a la URSS en los momentos más
peligrosos de la invasión nazi.
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