lunes, 1 de enero de 2018

Hace 75 años - 31 de diciembre de 1942 - Segunda Guerra Mundial - Batalla en el Ártico

Hace 75 años
31 de diciembre de 1942
Segunda Guerra Mundial

Batalla en el Ártico

Al terminar 1942, en todos los campos de batalla del Frente Oriental, la marea empieza a volverse contra los alemanes. En las aguas heladas del lejano norte, el convoy “JW-51A” llega hasta su destino, en Murmansk, sin perder un solo barco. La “Kriegsmarine” tiene cada vez menos capacidad de hundir los mercantes que mantienen vivo el esfuerzo de guerra soviético. Pero el mayor éxito de los soviéticos está ocurriendo en el sur, en Stalingrado, donde efectivos del 6º Ejército Alemán deben sacrificar 12.000 caballos, porque simplemente no había con qué alimentarlos. El general Friedrich Paulus, comandante del “Kessel”, reportó el 26 de diciembre al general Erich von Manstein, Comandante en Jefe del Grupo de Ejércitos del Don, que las enormes bajas, el frío y la escasez habían reducido drásticamente la capacidad combativa de las divisiones cercadas.

En su mensaje de Año Nuevo a sus tropas, Paulus reafirmó que 1943 traería el relevo a sus tropas sitiadas y, aunque no podía saber cuándo ocurriría exactamente, afirmaba que Hitler “nunca se ha retractado de su palabra y esta vez no será diferente”. Es difícil saber qué tanto Paulus se creía su arenga, pero estaba obligado a escribir en ese tono. Hitler envió un mensaje personal de saludo a Paulus: “usted y sus soldados, sin embargo, deberían iniciar el nuevo año con la confianza inconmovible de que yo y toda la ‘Wehrmacht’ alemana haremos todo lo que esté en nuestras manos para liberar a los defensores de Stalingrado y que su persistencia se convierta en la hazaña más gloriosa en la historia de las armas alemanas.” Era un claro llamado épico a la gloria, pero no contenía ninguna garantía de rescate. Por otro lado, como siempre, el efecto propagandístico nazi era muy certero y, en general, las cartas salidas desde Stalingrado durante esos días, muestran que la mayoría de los hombres luchaban convencidos del apoyo de su “Führer”, con un convencimiento fanático en la victoria final y en la justicia de su causa. Pero el hambre y la escasez en general empezaban a hacer mella en ese entusiasmo y las deserciones se empezaron a hacer más frecuentes entre las filas alemanas.

El 31 de diciembre de 1942, se produce la Batalla del Mar de Barents, entre buques de la “Kriegsmarine” y unidades de la “Royal Navy”, que escoltaban un convoy destinado a la URSS. Para mediados de 1942, Hitler estaba obsesionado con la idea de que los Aliados estaban preparando una operación de desembarco contra Noruega. Como se negaba a trasladar tropas desde Rusia a Noruega, ordenó al alto mando naval reunir una flota lo más poderosa posible, que atacara cualquier intento aliado de desembarcar en Escandinavia. Desde Brest, Francia, fueron enviados los cruceros de batalla “Gneisenau” y “Scharnhorst”, además del crucero pesado “Prinz Eugen”, que se unieron al crucero ligero “Köln”, al crucero pesado “Admiral Hipper” y a los “acorazados de bolsillo” “Admiral Scheer” y “Lützow”, que ya estaban basados en Noruega. A la sazón, Hitler prohibió que estos poderosos buques fueran arriesgados en nada que no fuera contrarrestar una invasión, lo que dejaba fuera la posibilidad, harto razonable, de acosar los convoyes enviados desde Gran Bretaña y América, para ayudar al esfuerzo bélico soviético.

Entre septiembre y noviembre de 1942, no hubo convoyes aliados a través del Ártico, en parte, debido a las pérdidas causadas por los submarinos alemanes y también porque la mayoría de los recursos navales anglo-norteamericanos estaban destinados a la “Operación Antorcha”, el gran desembarco en el Norte de África. El alto mando aliado decidió reestablecer los convoyes en diciembre, con dos envíos, uno el 18 y otro el 22 de diciembre. El primer convoy, “JW-51A”, zarpó el 18 y llegó a su destino en la costa norte de la Unión Soviética, sin contratiempos, bien escoltado por numerosos destructores y dos cruceros ligeros, el “HMS Sheffield” y el “HMS Jamaica”.

Siguiendo la planificación, el 22 de diciembre, zarpó desde Escocia el convoy “JW-51B”, llevando 202 tanques, 2.046 vehículos de otras clases, 87 aviones de caza, 33 bombarderos, más de 20.000 toneladas de combustible y 54.000 toneladas de otros pertrechos. Su escolta consistía en tres destructores pequeños, que fueron relevados, al pasar Islandia, por seis poderosos destructores de flota británicos, comandados por el capitán Robert Sherbrooke.

El 28 de diciembre, una tormenta dispersó al convoy, que pudo reunirse recién el 30, mucho más al sur de su curso original y apenas a 200 millas marinas de la base naval de Altenfjord, en Noruega, donde estaban concentrados los poderosos buques alemanes. Para fines de 1942, Hitler había perdido la fe en que las unidades de superficie fueran capaces de acosar significativamente a la Marina Británica, especialmente luego de perder la lucha en el Mediterráneo, incluso con la ayuda de la flota italiana, mucho más poderosa en unidades de superficie que la alemana. Sin embargo, al enterarse de que un gran convoy pasaba frente a Noruega, ordenó que fuera atacado, para mostrar a los Aliados que los alemanes tenían fuerte presencia naval en la región y, desde luego, para evitar que el valioso cargamento llegara hasta los rusos. El mando naval, deseoso de probar la valía de sus buques al “Führer”, apoyó la idea con entusiasmo.

Los almirantes alemanes planearon atacar el convoy, usando dos pinzas, con el “Hipper” atacando desde el norte con tres destructores y el “Lützow”, acompañado de otros tres destructores, desde el sur. La operación estaría al mando del almirante Oskar Kummetz, a bordo del “Hipper”. Pero la operación tenía una gran desventaja, desde que Kummetz, al iniciar su tarea, recibió un recordatorio desde el cuartel general de Hitler, en el sentido de que los buques capitales alemanes no podían arriesgarse en un enfrentamiento con los británicos. Su rival, Sheerbrooke, estaba al tanto de que los alemanes tramaban algo y sabía que, al menos, un submarino los estaba acechando más adelante y seguramente transmitía su posición a Berlín.

Los británicos suponían que serían reforzados por destructores soviéticos en algún momento del viaje y, cuando a las 9.15 del 31 de diciembre, avistó tres destructores alemanes, el destructor “HMS Obdurate” les hizo señas para que se identificaran como rusos, pero recibió en respuesta las atenciones de los cañones y torpedos alemanes. Kummetz, que no quería desobedecer a Hitler, usó a sus cruceros, mucho mejor armados que cualquier destructor, pero siempre preocupado de no arriesgarlos y consciente del peligro que suponían los torpedos de los destructores, que podían hundir al “Lützow” o al “Hipper” con una andanada afortunada. De todos modos, durante alrededor de una hora, los cañones del Hipper se dejaron caer sobre los dos destructores que se lo toparon, el “HMS Orwell” y el “HMS Onslow”, desde donde Sheerbrooke dirigía el combate. En ese punto, el “Onslow” había recibido considerable daño y 40 tripulantes habían sido heridos o estaban muertos, incluyendo a Sheerbrooke, que tuvo que ceder el mando, a causa de sus heridas.

En el sur, el “Lützow” pudo haber atacado el convoy, casi sin oposición, pero el capitán Rudofl Stange tampoco actuaba con libertad, debido a las órdenes de Hitler. La mala visibilidad terminó de convencer a Stange de no usar su crucero en la lucha. Kummetz, en tanto, luego de dañar al “Onslow”, hundió el destructor “HMS Achate”, pero no quiso comprometerse demasiado, siempre temeroso de los torpedos de los otros destructores. Kummetz terminó de decidirse por la retirada, cuando aparecieron el “Jamaica” y el “Sheffield”, que alcanzaron dos veces al “Hipper” con sus cañones, equivalentes al armamento germano, que además hundieron al destructor alemán “Friedrich Eckholdt”.

El Comandante en Jefe de la Marina Alemana, almirante Erich Raeder, mal informado por Kummetz, reportó una gran victoria a Hitler, que la anunció en su mensaje de Año Nuevo. Cuando el tirano supo del fiasco, pocos días después, dejó caer toda su furia sobre Raeder y hasta declaró su intención de desarmar toda la flota de superficie alemana, convertir sus cañones en baterías de costa y mandar a la marinería como infantes en el Frente Ruso. A fines de enero, el golpeado Raeder presentó su renuncia y fue reemplazado por el almirante Karl Dönitz, hasta entonces, jefe de la fuerza de submarinos.

Abajo, un operador de señales, a bordo del crucero británico “HMS Sheffield”. El abundante hielo que cubre los equipos, muestras las duras condiciones que debían enfrentar las tripulaciones, tanto militares, como mercantes, durante los convoyes dirigidos al Ártico y cuyos cargamentos fueron críticos para mantener dentro de la guerra a la URSS en los momentos más peligrosos de la invasión nazi.




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