Hace 75 años
24 de diciembre de 1942
Segunda Guerra Mundial
Navidad en el infierno
La Nochebuena llega a todos lados y el calendario marca el 24 de
diciembre de 1942 en todo el mundo, incluso en Auschwitz-Birkenau, el infame
campo de exterminio situado en la Polonia ocupada por los alemanes. El campo es
recordado, sobre todo, por haber sido uno de los principales centros de
implementación de la “Solución Final del Problema Judío”, un enrevesado
eufemismo que significaba, ni más, ni menos, que el asesinato masivo de todos
los judíos de Europa. En Auschwitz también estuvieron representados los otros
muchos grupos humanos victimizados por la tiranía nazi. Miles de prisioneros de
guerra soviéticos trabajaron hasta la muerte en la construcción de las
instalaciones y multitudes de polacos comunes y corrientes también fueron
huéspedes de la peor locura del Hitlerismo.
En “Eichmann en Jerusalén”, la filósofa Hannah Arendt afirma que, al igual
que los judíos, los nazis tenían reservado a los polacos el destino de la
desaparición. Cuando Hitler ordenó invadir Polonia a sus generales, buscaba
espacios vacíos, no naciones conquistadas. El territorio polaco debía pues, ser
vaciado. Después de perseguir a todas las elites polacas, la furia nazi se
volvió contra los polacos comunes y corrientes, que arriesgaban la muerte
inmediata, los trabajos forzosos o el internamiento en los campos por el más
nimio pretexto.
En diciembre de 1942, con cruel ironía, los guardias de la “SS”
instalaron un árbol de navidad para los prisioneros polacos de Auschwitz. Krystyna
Aleksandrowicz, prisionera del campo, recuerda que, la víspera de navidad, los
guardias ordenaron a los hombres del campo a transportar tierra, usando sus
abrigos. Cuando juzgaban que los prisioneros no cargaban suficiente tierra, les
disparaban y apilaban sus cuerpos a los pies del árbol, como macabros paquetes
navideños. La historiadora Danuta Czech afirmaba que, en la tarde del 24 de
diciembre, mujeres polacas encendieron velas en una rama de abeto que habían
introducido de contrabando. Se cantaron villancicos en algunas barracas y en el
bloque “18-A”, un sacerdote prisionero consiguió esconder un mendrugo de pan,
que guardó para usar como improvisada hostia en la celebración de la misa del
gallo.
Pocos días antes, el 11 de diciembre había sido el primero de los ocho
días de la Janucá judía, la Fiesta de la Dedicación, comúnmente celebrada en
conjunto con la Navidad cristiana y con la que comparte ciertas tradiciones. Millones
de judíos la habían pasado encerrados en los guetos, aislados forzosamente del
resto de la sociedad o derechamente prisioneros en los campos de
concentración-exterminio. En muchos aspectos, 1942 había sido un año de “preparación”
de las agencias nazis, que echarían a andar lo peor del Holocausto a partir de
1943. Hasta entonces, la tarea de dejar la Europa ocupada “judenfrei” (“libre
de judíos”) se había realizado de manera brutal, pero aisladamente. A partir de
1943, se produciría una auténtica industrialización del asesinato, sólo
igualada por los horrores del GULAG comunista. En ese diciembre de 1942, una
joven judía polaca, Molly Greenberg, había decidido escapar al casi seguro
destino de la muerte, que le aguardaba si se quedaba en su “shtetl”, su villita
nativa. Tenía 17 años y ya había perdido a sus dos padres, así que abordó un
tren y dejó su pueblito por primera vez en toda su vida. Se sacó el parche
amarillo, que debían usar forzosamente los judíos y subió a un tren, que le
llevaba a lo desconocido.
A poco andar del tren, la joven Molly notó la conmoción causada en el
tren por el ingreso de un oficial de la infame Gestapo, que empezaba chequear a
los pasajeros. Si la muchacha conseguía explicar por qué no tenía una estrella
de David visible y tampoco papeles “arios”, todavía tendría que explicar por
qué cargaba una vianda con ricas golosinas judías, típicas de la Janucá, que su
hermana le había preparado para el viaje. En ese momento, mientras el oficial
se acercaba hasta ella, que ya estaba paralizada por el miedo, una pequeñita,
que estaba sentada con su madre junto a Molly, salió corriendo y repartió por
el suelo una manzana que comía. El agente nazi resbaló en un trozo de la fruta
y cayó hacia atrás. Algunos ayudantes lo sacaron del tren todavía aturdido y
Molly se salvó, gracias a lo que ella misma calificó de milagro. Pasó el resto
de la guerra pretendiendo ser “Mary”, una chica polaca sin ascendencia judía, y
sobrevivió al infierno.
En el Frente Oriental, Iosif Stalin y sus generales tenían cerca de sus
manos la primera gran victoria para la URSS, pero el encierro del 6º Ejército
Alemán en Stalingrado, la exitosa “Operación Urano”, era visto en el Kremlin sólo
como la primera parte de una estrategia mayor. La “Stavka”, el Cuartel General
del Ejército Rojo, quería dar el golpe de gracia con la llamada “Operación
Saturno”. Se trataba ésta de un ambicioso plan que preveía atacar al 8º
Ejército Italiano simultáneamente con los Frentes Sudoeste y de Voronezh. Luego
de destruir a los italianos, la idea era avanzar hacia Rostov del Don y aislar,
en un gigantesco cerco, al resto del Grupo de Ejércitos del Don y a las dos
grandes formaciones alemanas que luchaban más al sur, en el Cáucaso: el 1er
Ejército Panzer y el 17º Ejército.
Los preparativos estaban en marcha para fines de noviembre, pero los
soviéticos estaban muy contrariados por la porfiada resistencia de las tropas
alemanas encerradas en el “Kessel” y, sobre todo, por la incertidumbre de lo
que pudiera hacer el aún poderoso Grupo de Ejércitos del Don, al mando del
general Erich von Manstein, un genial comandante que había causado los peores
dolores de cabeza a los rivales de Alemania.
El Cuartel General de Hitler efectivamente había instruido a Manstein en
el sentido de auxiliar al 6º Ejército. La “Operación Tormenta de Invierno”
estaba concebida como una ofensiva que penetrara hasta las fuerzas del general
Friedrich Paulus y dejara abierto un corredor, para hacerles llegar los
suministros, que permitieran mantener su posición y pudieran participar así en
las imaginarias conquistas de 1943, que eran posibles sólo en la mente enferma
de Adolf Hitler. Manstein, por otro lado, sabía que el 6º Ejército no
sobreviviría al invierno en el Volga, incluso con el corredor que, de cualquier
modo, sería muy difícil de mantener abierto permanentemente. En caso de que el
tirano nazi entrara en razón, Manstein pidió a su estado mayor que trazara un
plan para permitir la evacuación del 6º Ejército y su reunión con el resto del
Grupo de Ejércitos del Don. Esta segunda fase se llamaría “Operación Trueno.”
La fuerza principal estaría centrada en torno al 4º Ejército Panzer del
general Hermann Hoth que se mantenía como una fuerza poderosa, a pesar de que
algunas de sus unidades habían quedado encerradas dentro del cerco de
Stalingrado. Junto a las fuerzas de Hoth, la punta de lanza estaría formada por
el LVII Cuerpo Panzer, del general Friedrich Kirchner, que reunía dos
divisiones rumanas de caballería y la 23ª División Panzer, reforzada por la 6ª
División Panzer, recién llegada desde Francia y equipada con nuevos tanques,
como el Panzer IV “Modelo G”, equipado con el nuevo cañón de 75 milímetros, y
especialmente la nueva joya de las divisiones blindadas germanas, el Panzer VI,
“Tigre”, fuertemente blindado y poderosamente armado con su letal cañón de 88
milímetros. Algunos “Tigres” ya habían luchado en septiembre en Leningrado y a
comienzos de diciembre en Túnez, pero la ofensiva de Manstein sería la primera
vez que lo harían en grandes números.
El 12 de diciembre, tras una breve preparación artillera, los tanques de
Hoth atacaron en el norte. Los soldados dentro del “Kessel” escucharon el
fragor lejano del combate y reaccionaron entusiasmados, seguros de que “el
Führer cumpliría su palabra” de auxiliarlos. Sin embargo, Hitler no tenía
intenciones de permitirles retirarse a posiciones más defendibles. Cada vez más
aislado de la realidad, entre sus mapas de Rastenburg, estaba obsesionado con
no permitir la retirada, que suponía catastrófica, además de suponer un duro
golpe a su orgullo herido, en el duelo personal que sostenía con su colega
tirano, Iosif Stalin.
Al segundo día de la ofensiva, la 6ª División Panzer estaba a 65
kilómetros del borde del “Kessel”. Los comandantes soviéticos locales esperaban
que, de un momento a otro, las fuerzas blindadas que le quedaban a Paulus,
lanzaran su propio ataque de rompimiento, generando esas pinzas blindadas que
tantas victorias habían dado a la “Wehrmacht” en el pasado. Los generales
soviéticos no sabían, sin embargo, que los 70 tanques que le quedaban a Paulus
tenían apenas combustible para avanzar 20 kilómetros y, sobre todo, que Hitler
había dado órdenes expresas de no intentar retiradas. El 19 de diciembre, un
tal mayor Eximan, asesor de inteligencia de Manstein, voló hasta el “Kessel”,
para sostener una entrevista con Paulus, de la que se han dado innumerables
versiones. Sea lo que fuera que haya ocurrido, es claro que Manstein no tenía
el valor de implementar “Trueno”, contraviniendo órdenes del tirano y Paulus
tampoco haría nada que desconociera la cadena de mando.
Los soviéticos lanzaron su contraataque el 16 de diciembre, con una
versión modificada de su plan original, que fue llamado “Pequeño Saturno”. A
los dos días, el 8º Ejército Italiano había visto sus líneas derrumbadas, a
pesar de resistir con heroísmo encarnizado en algunas posiciones. Con todos los
tanques comprometidos en la ofensiva de Manstein, no quedaban a los italianos
reservas móviles a que recurrir. Los ágiles y letales “T-34” penetraron
profundamente en la estepa situada a la retaguardia del Grupo de Ejércitos del
Don. El 23 de diciembre, los tanques soviéticos del XXIV Cuerpo de Tanques del
general Vasili Badanov irrumpieron en las pistas del aeródromo de Skassirskaia,
la principal base de aviones de transporte alemanes destinados a auxiliar
Stalingrado. Los oficiales de la “Luftwaffe” dieron la orden de evacuación, al
carecer de tropas de defensa de base, fuera de algunos cañones antiaéreos, que
apuntaron a las tropas atacantes. Con los tanques soviéticos disparando y hasta
embistiendo a los “Ju-52” que trataban de escapar, es sorprendente que 108
aviones de transporte se hayan salvado. No obstante, 72 aparatos se perdieron,
es decir, un 10 por ciento de toda la flota de transporte aéreo de la aviación
alemana.
Para el 24 de diciembre de 1942, la suerte de “Tormenta de Invierno”
estaba echada. Con su flanco izquierdo amenazado y la posibilidad cierta de un
avance soviético hacia Rostov, Manstein tuvo que reconsiderar toda su posición
el sur de Rusia. En la noche del 23 al 24, las fuerzas blindadas de Hoth
recibieron orden de replegarse. Nadie se atrevía a decirlo todavía, pero los
soldados alemanes dentro de Stalingrado quedaban condenados. Por el momento,
pasarían la Nochebuena en el frío de la estepa rusa, acosados por las
envalentonadas unidades del Ejército Rojo.
Entre los miles de sitiados alemanes, está Kurt Reuber, pastor
protestante, médico y artista. Poco antes de la Navidad de 1942, Reuber
transformó su trinchera en un estudio y se puso a pintar, como pudo, lo que sería
una Madonna con un Niño, sobre el reverso de un mapa ruso, a falta de otro
papel. En la sencilla imagen, María abraza y envuelve al pequeño en su manto,
intentando protegerlo y abrigarlo con el calor de su cuerpo. Alrededor de la
pareja, se lee en alemán “Navidad en el ‘Kessel’, 1942. Luz, vida, amor.
Fortaleza de Stalingrado”. Los soldados que veían la imagen se sentían
profundamente conmovidos por la tierna sencillez del bosquejo, tan distinto al
infierno creado por la Batalla de Stalingrado. El 9 de enero de 1943, perdida
toda esperanza de relevo, Reuber entregó la imagen al doctor Wilhelm Grosse,
comandante de su batallón, que estaba demasiado enfermo para seguir en el sitio
y que sería evacuado a retaguardia por aire. Grosse pudo entregar la imagen a
la familia de Reuber, que la preservó después de la guerra y fue finalmente
donada a la Iglesia Memorial Káiser Guillermo, donde permanece todavía y es
conocida como “La Madonna de Stalingrado”.
Reuber fue tomado prisionero y tuvo oportunidad de pintar otro bosquejo
similar para la Navidad siguiente, durante su cautiverio en un campo de
concentración en Rusia, conocido como “La Madonna del Prisionero”. Esa fue su
última Navidad en este mundo. Falleció de tifus en enero de 1944. En 1943,
había escrito “Carta de Navidad a una Madre y Esposa Alemana – Adviento de 1943”.
Ahí dejó dicho: “de acuerdo a una antigua tradición, la temporada de Adviento
es simultáneamente la temporada de autorreflexión. De modo que, al final,
enfrentando la ruina, en las garras de la muerte, ¡qué reevaluación de valores
ha ocurrido en nosotros! (…) La luz de alegría de la Navidad ya está brillando
en medio de nuestro camino de muerte de Adviento, como celebración del
nacimiento de una nueva era en la cual, por duro que sea, queremos mostrarnos,
a nosotros mismos, dignos de la vida nuevamente dada.”
Abajo, la “Madonna” pintada por Reuber en su trinchera de Stalingrado.