martes, 26 de diciembre de 2017

Poema de Navidad Nº 8


  
Un ballet de mil estrellas bailan en el firmamento,
celebrando al Niño Dios, que ha venido desde el cielo,
en los brazos de la Virgen, al ladito de un jumento,
en la noche de Belén, en su cuna hecha de pienso.
Mientras mucho más arriba, en el empíreo más inmenso,
mil coros de mil ángeles, unidos en concierto,
cantan todos a una voz, remeciendo el universo:
“El Señor, Dios de Israel, hoy cumplió su juramento,
de mandar a su Hijo Amado, para nuestro salvamento.
¡Gloria a Dios en las alturas, sea cantado a cuatro vientos!
El portento del Señor que, apiadado de su pueblo,
a María, en Nazaret, hizo el gran anunciamiento,
por la boca de Gabriel, fiel y alado mensajero,
que el Espíritu de Dios, con su sombra descendiendo,
sobre la Virgen María, concebiría en su seno,
al Hijo Único de Dios, a Jesús el Nazareno,
bien guardado por José, varón justo, bueno y recto,
de la Casa de David, en cuyo trono, por derecho,
viene el Niño a gobernar sobre un reino que es eterno.”


domingo, 24 de diciembre de 2017

Hace 100 años - 24 de diciembre de 1917 - Primera Guerra Mundial - Navidad en las trincheras

Hace 100 años
24 de diciembre de 1917
Primera Guerra Mundial

Navidad en las trincheras

En Palestina, el Cuerpo Expedicionario Egipcio (“Egyptian Expeditionary Force”, “EEF”) del Imperio Británico, consolida sus ganancias de los últimos días, cuyo mayor logro ha sido la conquista de Jerusalén, arrebatada a los turcos a comienzos de diciembre. El 16 de diciembre, la Brigada Neozelandesa de Fusileros Montados ocupaba el importante puerto de Jaffa, en la costa mediterránea. Los británicos siguen explotando sus éxitos con rápidas incursiones, a través del desierto, con sus modernos autos blindados, cuando los caminos permiten el tránsito rodado, o con sus ágiles unidades de caballería, como en este caso. Esta guerra del Medio Oriente es ideal para un ejército siempre en movimiento, tan distinto al teatro de operaciones del Frente Occidental europeo.

Los británicos tenían Jaffa en su poder, pero las líneas otomanas siguen cerca de la ciudad, apenas a unos cinco kilómetros, de modo que su artillería puede bombardear las instalaciones del puerto, impidiendo su uso para la siempre necesitada logística del ejército atacante. En la noche del 20 al 21 de diciembre de 1917, la 52ª División de Infantería de Llanura del Ejército Británico llevó a cabo un asalto nocturno a través del río Auju (hoy río Yarkon, Israel). Considerado uno de los logros más audaces de la Campaña de Palestina, el cruce nocturno del río permitió al resto de las divisiones del XXI Cuerpo atravesar con seguridad con su artillería, forzando a los otomanos a retirarse lo suficiente, como para permitir el uso seguro del puerto de Jaffa para los transportes británicos.

El 22 de diciembre de 1917, Rusia y los Imperios Centrales inician las negociaciones de paz en Brest-Litovsk. Ambas partes han firmado un armisticio, en vigor desde el 15 de diciembre. La delegación alemana estaba encabezada por el Ministro de Relaciones Exteriores, Richard von Kühlmann; su colega de Austria-Hungría, Ottokar Czernin, encabezaba a los negociadores de la “Monarquía Dual”; por los Turcos-Otomanos, estaban presentes el también Ministro de Exteriores, Nassimy Bey, y el Gran Visir, Talat Bajá; por Bulgaria, la delegación era presidida por el Primer Ministro, Vasil Radoslavov. La Rusia Bolchevique, en tanto, estaba representada por Adolph Joffe, que había encabezado las negociaciones para lograr el cese al fuego.

Mientras los alemanes y sus aliados tenían prisa de sacar sus tropas del Frente Ruso, para llevarlas a otros escenarios, los rusos no tenían mayor apuro. Los revolucionarios pensaban que era sólo cuestión de tiempo que sus aliados de la Entente se unieran a las negociaciones o que los proletariados de las potencias occidentales llevaran a cabo su propia revolución. En cualquier caso, su mejor estrategia era dilatar las negociaciones. Como a los dirigentes de Moscú les pareció que Joffe no era todo lo hábil que se esperaba en dilatar las cosas, decidieron enviar a Lev Trotsky a la mesa de negociaciones y estuvo a cargo de la delegación rusa, hasta que se firmó el tratado definitivo en marzo de 1918.

La de 1917 será la primera Navidad en el frente para los soldados estadounidenses. Su poderosa nación ha entrado en la guerra en abril de 1917 y todavía no ha desplegado todo su potencial, que será crítico cuando lleguen las grandes ofensivas alemanas de 1918. Por el momento, son pocos los que han experimentado todos los horrores de la guerra. En la Navidad de 1917, los hombres de la 42ª División de la Guardia Nacional estaban en Francia, a la espera de profundizar su entrenamiento en la guerra de trincheras. Eran poco más de 27.000 efectivos, que empezaron a moverse desde Long Island a Francia en octubre. Esta división había sido formada reuniendo unidades de las Guardia Nacional, provenientes de 26 estados y combinándolos en una división, que abarcaba todo el país, a partir de una idea del entonces mayor Douglas MacArthur. El Secretario de Guerra, Newton Baker, cuando felicitó a MacArthur por la iniciativa, le dijo que la nueva unidad “abarcaría todo el país, como un arcoíris”. Desde entonces, la unidad ha sido conocida como “División Arcoiris” y ha participado en las dos guerras mundiales y en el despliegue militar de Estados Unidos durante la Guerra Fría y en la llamada Guerra Contra el Terrorismo.

El 165º de Infantería, parta de la División Arcoiris, pasó la navidad de 1917 en el poblado de Grand, al noreste de Chaumont, a unos 300 kilómetros de París. La cena de esa noche fue especialmente abundante, con pavo, pollo, zabahorias, puré de papas, budines, frutos rojos, nueces, higos y café. En el poblado de Rimaucourt, el 168º de Infantería, de la Guardia Nacional de Iowa, recibió a 400 niños franceses. Dos soldados estadounidenses se disfrazaron de Santa Claus y repartieron regalos entre los niños.  Fue una necesaria pausa, antes de intensificar su entrenamiento, con miras al infierno que les esperaba en las trincheras de Flandes.

Un cierto mayor Charles H. Fair, del 19º Regimiento de Londres, Ejército Británico, escribía sentidas líneas a su padre, el 23 de diciembre de 1917: “Querido papá, espero que recibas mi carta de navidad a tiempo. El frío es intenso. La nieve está entre cuatro pulgadas y tres pies de profundidad y los caminos están realmente muy resbaladizos (…) Hemos sido razonablemente exitosos en dar una buena navidad a los hombres y espero que no lo pasen tan mal. Les estamos dando comida al mediodía y teniendo la nuestra, todos los oficiales, en la tarde.” Con su esposa, el mayor Fair es aún más afectuoso. El día de Navidad de 1917, le escribía: “Mi cariño: ¡Qué damita tan lista es mi esposa! Dos cartas de ella el Día de Navidad, fechadas el 20 y el 21, eran más de lo que me hubiera atrevido a esperar. Infinitas gracias por eso, cariño (…) Te necesito muchísimo (…) Sólo comimos sándwiches para el almuerzo, pero tendremos cena esta noche (…) Oh, mi amada, amado amor, de todo el amor y la nostalgia que está yendo hoy a casa, no puede haber ninguno más grande que el mío: sólo quiero que se me permita pasar mi vida sirviéndote y haciéndote feliz (…) Estoy tremendamente ansioso de tener tus brazos alrededor de mi cuello y tus labios en los míos de nuevo, y todos los preciosos recuerdos del pasado septiembre repetidos e intensificados, pues la separación los ha hecho todavía más maravillosos.”

Los canadienses, al igual que los británicos, llevaban varias navidades luchando. Un cierto Harold Henry Simpson, se había enlistado en septiembre de 1915. Desde entonces, llevaba el uniforme. Le escribía a su madre el 25 de diciembre: “Desde el 21, hasta Navidad, pasamos todo nuestro tiempo libre, adornando nuestro refugio lo más bonito posible para Navidad (…) Después de la cena, nos sentamos alrededor del fuego y conversamos. Conversamos de los días pasados en casa, antes de la guerra; hablamos de nuestros días de entrenamiento y hablamos de nuestra vida por acá; de nuestra última Navidad, también pasada en la línea y de los eventos del año que ha pasado. Inmediatamente algunos adelantaron la pregunta: dónde estaremos la siguiente Navidad y, en respuesta, algunos optimistas entre nosotros dijeron Canadá. Un par de pesimistas sugirieron que probablemente todavía estaríamos en Francia.”

Abajo, un poster alemán muestra a un “landser”, que recibe un beso de su joven esposa, mientras llega de permiso desde el frente, con la decoración navideña y la atenta mirada de una ancianita en segundo plano.




Hace 75 años - 24 de diciembre de 1942 - Segunda Guerra Mundial - Navidad en el infierno

Hace 75 años
24 de diciembre de 1942
Segunda Guerra Mundial

Navidad en el infierno

La Nochebuena llega a todos lados y el calendario marca el 24 de diciembre de 1942 en todo el mundo, incluso en Auschwitz-Birkenau, el infame campo de exterminio situado en la Polonia ocupada por los alemanes. El campo es recordado, sobre todo, por haber sido uno de los principales centros de implementación de la “Solución Final del Problema Judío”, un enrevesado eufemismo que significaba, ni más, ni menos, que el asesinato masivo de todos los judíos de Europa. En Auschwitz también estuvieron representados los otros muchos grupos humanos victimizados por la tiranía nazi. Miles de prisioneros de guerra soviéticos trabajaron hasta la muerte en la construcción de las instalaciones y multitudes de polacos comunes y corrientes también fueron huéspedes de la peor locura del Hitlerismo.

En “Eichmann en Jerusalén”, la filósofa Hannah Arendt afirma que, al igual que los judíos, los nazis tenían reservado a los polacos el destino de la desaparición. Cuando Hitler ordenó invadir Polonia a sus generales, buscaba espacios vacíos, no naciones conquistadas. El territorio polaco debía pues, ser vaciado. Después de perseguir a todas las elites polacas, la furia nazi se volvió contra los polacos comunes y corrientes, que arriesgaban la muerte inmediata, los trabajos forzosos o el internamiento en los campos por el más nimio pretexto.

En diciembre de 1942, con cruel ironía, los guardias de la “SS” instalaron un árbol de navidad para los prisioneros polacos de Auschwitz. Krystyna Aleksandrowicz, prisionera del campo, recuerda que, la víspera de navidad, los guardias ordenaron a los hombres del campo a transportar tierra, usando sus abrigos. Cuando juzgaban que los prisioneros no cargaban suficiente tierra, les disparaban y apilaban sus cuerpos a los pies del árbol, como macabros paquetes navideños. La historiadora Danuta Czech afirmaba que, en la tarde del 24 de diciembre, mujeres polacas encendieron velas en una rama de abeto que habían introducido de contrabando. Se cantaron villancicos en algunas barracas y en el bloque “18-A”, un sacerdote prisionero consiguió esconder un mendrugo de pan, que guardó para usar como improvisada hostia en la celebración de la misa del gallo.

Pocos días antes, el 11 de diciembre había sido el primero de los ocho días de la Janucá judía, la Fiesta de la Dedicación, comúnmente celebrada en conjunto con la Navidad cristiana y con la que comparte ciertas tradiciones. Millones de judíos la habían pasado encerrados en los guetos, aislados forzosamente del resto de la sociedad o derechamente prisioneros en los campos de concentración-exterminio. En muchos aspectos, 1942 había sido un año de “preparación” de las agencias nazis, que echarían a andar lo peor del Holocausto a partir de 1943. Hasta entonces, la tarea de dejar la Europa ocupada “judenfrei” (“libre de judíos”) se había realizado de manera brutal, pero aisladamente. A partir de 1943, se produciría una auténtica industrialización del asesinato, sólo igualada por los horrores del GULAG comunista. En ese diciembre de 1942, una joven judía polaca, Molly Greenberg, había decidido escapar al casi seguro destino de la muerte, que le aguardaba si se quedaba en su “shtetl”, su villita nativa. Tenía 17 años y ya había perdido a sus dos padres, así que abordó un tren y dejó su pueblito por primera vez en toda su vida. Se sacó el parche amarillo, que debían usar forzosamente los judíos y subió a un tren, que le llevaba a lo desconocido.

A poco andar del tren, la joven Molly notó la conmoción causada en el tren por el ingreso de un oficial de la infame Gestapo, que empezaba chequear a los pasajeros. Si la muchacha conseguía explicar por qué no tenía una estrella de David visible y tampoco papeles “arios”, todavía tendría que explicar por qué cargaba una vianda con ricas golosinas judías, típicas de la Janucá, que su hermana le había preparado para el viaje. En ese momento, mientras el oficial se acercaba hasta ella, que ya estaba paralizada por el miedo, una pequeñita, que estaba sentada con su madre junto a Molly, salió corriendo y repartió por el suelo una manzana que comía. El agente nazi resbaló en un trozo de la fruta y cayó hacia atrás. Algunos ayudantes lo sacaron del tren todavía aturdido y Molly se salvó, gracias a lo que ella misma calificó de milagro. Pasó el resto de la guerra pretendiendo ser “Mary”, una chica polaca sin ascendencia judía, y sobrevivió al infierno.

En el Frente Oriental, Iosif Stalin y sus generales tenían cerca de sus manos la primera gran victoria para la URSS, pero el encierro del 6º Ejército Alemán en Stalingrado, la exitosa “Operación Urano”, era visto en el Kremlin sólo como la primera parte de una estrategia mayor. La “Stavka”, el Cuartel General del Ejército Rojo, quería dar el golpe de gracia con la llamada “Operación Saturno”. Se trataba ésta de un ambicioso plan que preveía atacar al 8º Ejército Italiano simultáneamente con los Frentes Sudoeste y de Voronezh. Luego de destruir a los italianos, la idea era avanzar hacia Rostov del Don y aislar, en un gigantesco cerco, al resto del Grupo de Ejércitos del Don y a las dos grandes formaciones alemanas que luchaban más al sur, en el Cáucaso: el 1er Ejército Panzer y el 17º Ejército.

Los preparativos estaban en marcha para fines de noviembre, pero los soviéticos estaban muy contrariados por la porfiada resistencia de las tropas alemanas encerradas en el “Kessel” y, sobre todo, por la incertidumbre de lo que pudiera hacer el aún poderoso Grupo de Ejércitos del Don, al mando del general Erich von Manstein, un genial comandante que había causado los peores dolores de cabeza a los rivales de Alemania.

El Cuartel General de Hitler efectivamente había instruido a Manstein en el sentido de auxiliar al 6º Ejército. La “Operación Tormenta de Invierno” estaba concebida como una ofensiva que penetrara hasta las fuerzas del general Friedrich Paulus y dejara abierto un corredor, para hacerles llegar los suministros, que permitieran mantener su posición y pudieran participar así en las imaginarias conquistas de 1943, que eran posibles sólo en la mente enferma de Adolf Hitler. Manstein, por otro lado, sabía que el 6º Ejército no sobreviviría al invierno en el Volga, incluso con el corredor que, de cualquier modo, sería muy difícil de mantener abierto permanentemente. En caso de que el tirano nazi entrara en razón, Manstein pidió a su estado mayor que trazara un plan para permitir la evacuación del 6º Ejército y su reunión con el resto del Grupo de Ejércitos del Don. Esta segunda fase se llamaría “Operación Trueno.”

La fuerza principal estaría centrada en torno al 4º Ejército Panzer del general Hermann Hoth que se mantenía como una fuerza poderosa, a pesar de que algunas de sus unidades habían quedado encerradas dentro del cerco de Stalingrado. Junto a las fuerzas de Hoth, la punta de lanza estaría formada por el LVII Cuerpo Panzer, del general Friedrich Kirchner, que reunía dos divisiones rumanas de caballería y la 23ª División Panzer, reforzada por la 6ª División Panzer, recién llegada desde Francia y equipada con nuevos tanques, como el Panzer IV “Modelo G”, equipado con el nuevo cañón de 75 milímetros, y especialmente la nueva joya de las divisiones blindadas germanas, el Panzer VI, “Tigre”, fuertemente blindado y poderosamente armado con su letal cañón de 88 milímetros. Algunos “Tigres” ya habían luchado en septiembre en Leningrado y a comienzos de diciembre en Túnez, pero la ofensiva de Manstein sería la primera vez que lo harían en grandes números.

El 12 de diciembre, tras una breve preparación artillera, los tanques de Hoth atacaron en el norte. Los soldados dentro del “Kessel” escucharon el fragor lejano del combate y reaccionaron entusiasmados, seguros de que “el Führer cumpliría su palabra” de auxiliarlos. Sin embargo, Hitler no tenía intenciones de permitirles retirarse a posiciones más defendibles. Cada vez más aislado de la realidad, entre sus mapas de Rastenburg, estaba obsesionado con no permitir la retirada, que suponía catastrófica, además de suponer un duro golpe a su orgullo herido, en el duelo personal que sostenía con su colega tirano, Iosif Stalin.

Al segundo día de la ofensiva, la 6ª División Panzer estaba a 65 kilómetros del borde del “Kessel”. Los comandantes soviéticos locales esperaban que, de un momento a otro, las fuerzas blindadas que le quedaban a Paulus, lanzaran su propio ataque de rompimiento, generando esas pinzas blindadas que tantas victorias habían dado a la “Wehrmacht” en el pasado. Los generales soviéticos no sabían, sin embargo, que los 70 tanques que le quedaban a Paulus tenían apenas combustible para avanzar 20 kilómetros y, sobre todo, que Hitler había dado órdenes expresas de no intentar retiradas. El 19 de diciembre, un tal mayor Eximan, asesor de inteligencia de Manstein, voló hasta el “Kessel”, para sostener una entrevista con Paulus, de la que se han dado innumerables versiones. Sea lo que fuera que haya ocurrido, es claro que Manstein no tenía el valor de implementar “Trueno”, contraviniendo órdenes del tirano y Paulus tampoco haría nada que desconociera la cadena de mando.

Los soviéticos lanzaron su contraataque el 16 de diciembre, con una versión modificada de su plan original, que fue llamado “Pequeño Saturno”. A los dos días, el 8º Ejército Italiano había visto sus líneas derrumbadas, a pesar de resistir con heroísmo encarnizado en algunas posiciones. Con todos los tanques comprometidos en la ofensiva de Manstein, no quedaban a los italianos reservas móviles a que recurrir. Los ágiles y letales “T-34” penetraron profundamente en la estepa situada a la retaguardia del Grupo de Ejércitos del Don. El 23 de diciembre, los tanques soviéticos del XXIV Cuerpo de Tanques del general Vasili Badanov irrumpieron en las pistas del aeródromo de Skassirskaia, la principal base de aviones de transporte alemanes destinados a auxiliar Stalingrado. Los oficiales de la “Luftwaffe” dieron la orden de evacuación, al carecer de tropas de defensa de base, fuera de algunos cañones antiaéreos, que apuntaron a las tropas atacantes. Con los tanques soviéticos disparando y hasta embistiendo a los “Ju-52” que trataban de escapar, es sorprendente que 108 aviones de transporte se hayan salvado. No obstante, 72 aparatos se perdieron, es decir, un 10 por ciento de toda la flota de transporte aéreo de la aviación alemana.

Para el 24 de diciembre de 1942, la suerte de “Tormenta de Invierno” estaba echada. Con su flanco izquierdo amenazado y la posibilidad cierta de un avance soviético hacia Rostov, Manstein tuvo que reconsiderar toda su posición el sur de Rusia. En la noche del 23 al 24, las fuerzas blindadas de Hoth recibieron orden de replegarse. Nadie se atrevía a decirlo todavía, pero los soldados alemanes dentro de Stalingrado quedaban condenados. Por el momento, pasarían la Nochebuena en el frío de la estepa rusa, acosados por las envalentonadas unidades del Ejército Rojo.

Entre los miles de sitiados alemanes, está Kurt Reuber, pastor protestante, médico y artista. Poco antes de la Navidad de 1942, Reuber transformó su trinchera en un estudio y se puso a pintar, como pudo, lo que sería una Madonna con un Niño, sobre el reverso de un mapa ruso, a falta de otro papel. En la sencilla imagen, María abraza y envuelve al pequeño en su manto, intentando protegerlo y abrigarlo con el calor de su cuerpo. Alrededor de la pareja, se lee en alemán “Navidad en el ‘Kessel’, 1942. Luz, vida, amor. Fortaleza de Stalingrado”. Los soldados que veían la imagen se sentían profundamente conmovidos por la tierna sencillez del bosquejo, tan distinto al infierno creado por la Batalla de Stalingrado. El 9 de enero de 1943, perdida toda esperanza de relevo, Reuber entregó la imagen al doctor Wilhelm Grosse, comandante de su batallón, que estaba demasiado enfermo para seguir en el sitio y que sería evacuado a retaguardia por aire. Grosse pudo entregar la imagen a la familia de Reuber, que la preservó después de la guerra y fue finalmente donada a la Iglesia Memorial Káiser Guillermo, donde permanece todavía y es conocida como “La Madonna de Stalingrado”.

Reuber fue tomado prisionero y tuvo oportunidad de pintar otro bosquejo similar para la Navidad siguiente, durante su cautiverio en un campo de concentración en Rusia, conocido como “La Madonna del Prisionero”. Esa fue su última Navidad en este mundo. Falleció de tifus en enero de 1944. En 1943, había escrito “Carta de Navidad a una Madre y Esposa Alemana – Adviento de 1943”. Ahí dejó dicho: “de acuerdo a una antigua tradición, la temporada de Adviento es simultáneamente la temporada de autorreflexión. De modo que, al final, enfrentando la ruina, en las garras de la muerte, ¡qué reevaluación de valores ha ocurrido en nosotros! (…) La luz de alegría de la Navidad ya está brillando en medio de nuestro camino de muerte de Adviento, como celebración del nacimiento de una nueva era en la cual, por duro que sea, queremos mostrarnos, a nosotros mismos, dignos de la vida nuevamente dada.”

Abajo, la “Madonna” pintada por Reuber en su trinchera de Stalingrado.




domingo, 10 de diciembre de 2017

Hace 100 años - 10 de diciembre de 1917 - Primera Guerra Mundial - La rendición de Jerusalén

Hace 100 años
10 de diciembre de 1917
Primera Guerra Mundial

La rendición de Jerusalén

El 4 de diciembre (calendario gregoriano) de 1917, emisarios alemanes y representantes del nuevo gobierno bolchevique de Rusia firman un acuerdo local de cese al fuego, en el poblado húngaro de Soly. Al día siguiente, 5 de diciembre, se firma un cese al fuego global, que involucra a los otros tres Imperios Centrales: Austria-Hungría, Turquía y Bulgaria. El segundo acuerdo fue firmado en Brest-Litovsk, Bielorrusia, donde los Imperios Centrales mantenían sus cuarteles generales. Las negociaciones entre los bolcheviques y sus antiguos enemigos tomarían varias semanas. Sin embargo, para todos los efectos prácticos, Rusia quedaba fuera de la guerra. El cese al fuego sería complementado por un armisticio formal, firmado pocos días después.

El 9 de diciembre, las potencias de la Entente reciben otra mala noticia, cuando Rumania se ve obligada a firmar el llamado Armisticio de Focsani. Los rumanos entraron a la guerra en agosto de 1917, en un intento de aprovechar el compromiso de las tropas austrohúngaras en diversos frentes y así conquistar la disputada región de Transilvania. No obstante, para septiembre de 1917, con asistencia alemana, los austrohúngaros habían pasado a la ofensiva. Para fines de ese año, Bucarest había caído y los Imperios Centrales ocupaban dos tercios del territorio rumano. El colapso total rumano se evitó sólo gracias a los refuerzos enviados desde Rusia; sin embargo, las revoluciones rusas de 1917 debilitaron gravemente la capacidad combativa de su ejército, que empezaba a desintegrarse en todos los frentes en que estaba comprometido.

Tras el cese al fuego ruso de los días 4 y 5 de diciembre, los rumanos se quedaban sin el único aliado que les quedaba. Sin más alternativa, los rumanos se acercaron a sus enemigos, ofreciendo negociaciones de paz, que fueron firmadas en Focsani, a orillas del río Siret, donde se apoyaba la última línea defensiva rumana. Al igual que Rusia, Rumania quedaba aislada geográficamente de sus principales y más poderosos aliados, Gran Bretaña y Francia. El armisticio de Focsani dio paso a las negociaciones, que acabaron en el Tratado de Bucarest, dictado en duros términos para Rumania.

Salvo por el muy secundario escenario de Salónica, la Entente quedaba barrida de Europa Central y Oriental.

El 6 de diciembre de 1917, Finlandia declara su independencia de Rusia. Desde el siglo XIII, Finlandia había estado en la esfera de influencia sueca. Dicha pertenencia fue reconocida formalmente por el Tratado de Nöteborg, del 12 de agosto de 1323, mediante el cual, el poderoso Reino de Suecia recibía el reconocimiento de su soberanía sobre lo que más tarde sería Finlandia, de parte de la República de Novgorod, uno de los antecesores territoriales de la Rusia moderna. Durante la larga dominación sueca, el territorio finés reunía una serie de poblaciones que tenían poco en común, además del parentesco lingüístico y su amo común en Estocolmo, pero estaba lejos de constituir el núcleo de una futura nación. Sería Rusia la encargada de sentar las bases de la identidad nacional de Finlandia.

Entre 1700 y 1809, Rusia, la potencia emergente, sostuvo cuatro guerras contra el declinante poder de Suecia. En 1809, por el Tratado de Fredrikshamm, Suecia debió renunciar a la parte oriental de su reino y cederlo a Rusia, que creó en su lugar el llamado Gran Ducado de Finlandia, con el Zar en el trono de Gran Duque. Rusia concedió amplia autonomía a Finlandia, que pudo conservar sus leyes de origen sueco, su sistema judicial, su religión luterana mayoritaria y su asamblea legislativa, el “Riksdag”. El Gran Ducado gozaba también de amplia libertad económica, con sus propias aduanas, sistemas tributarios y, desde 1878, un sistema monetario propio. En general, el grado de libertad y represión fluctuó a la par con los vaivenes políticos de la propia Rusia, dependiendo de si el trono imperial ruso era ocupado por “liberales”, como Alejandro II, o soberanos más autoritarios, como Nicolás I.

La Revolución Rusa de 1905 no llegó a acabar con la monarquía zarista, pero obligó a Nicolás II a aceptar muchas reformas en su imperio. Para el Gran Ducado de Finlandia, significó pasar de la vieja representación parlamentaria estamental, a tener un Parlamento unicameral, elegido democráticamente por el sufragio universal de todos los varones mayores de 24 años. Las elecciones de 1907 y 1916 dieron mayoría a los socialdemócratas moderados, mientras en Rusia propiamente tal crecía la confusión y el poder empezaba a ser copado por fuerzas violentas y revolucionarias.

En general, la dominación rusa era bien soportada y es significativo que el padre de la Finlandia contemporánea, Carl Mannerheim, haya servido fielmente como oficial de caballería en los regimientos del Zar y haya alcanzado el grado de teniente general en el Ejército Imperial, además de ser condecorado con la prestigiosa Orden de San Jorge. Mannerheim, al igual que el resto de los fineses, decidió separarse de Rusia, sólo cuando vieron que la Revolución significaba nada menos que la instauración de una espantosa tiranía, que mantendría esclavizados a los pueblos de la vieja Rusia hasta 1990. Además, el derrocamiento del Zar significaba eliminar al Gran Duque, es decir, al vínculo institucional que había unido Rusia y Finlandia desde 1809.

Una de las pocas buenas noticias que la Entente recibió a fines del año 1917 fue la rendición de Jerusalén, ocurrida el 9 de diciembre de 1917. Después de sus victorias en Gaza y en Mughar, el Comandante en Jefe británico, general Edmund Allenby, marchó hacia su objetivo principal, a través de las Montañas de Judea. Sus fuerzas iban a encontrarse con las tropas otomanas, al mando del general alemán Erich von Falkenhayn, que lanzó una serie de ataques, con el propósito de frenar el avance de Allenby.    El alemán consiguió efectivamente quitar ritmo a los británicos y Allenby comprendió que tendría que consolidar su fuerza, si quería cumplir la orden del Primer Ministro, David Lloyd George, en el sentido de liberar la Ciudad Tres Veces Santa para Navidad. Tanto Falkenhayn, como Allenby, habían recibido estrictas órdenes de evitar la lucha dentro o en las inmediaciones de la ciudad. Los gobiernos contendores sabían que la importancia de Jerusalén para el patrimonio histórico mundial era demasiado grande, como para arriesgar una batalla callejera entre sus viejos monumentos.

Tras reorganizar sus líneas, Allenby confió el honor de tomar Jerusalén al 20º Cuerpo, bajo el mando del general Philip Chetwode. El 8 de diciembre, la fuerza de Chetwode se aproximó desde dos direcciones simultáneas: un asalto por el centro del frente y un ataque desde Belén, al sur. Al día siguiente, las tropas británicas eran dueñas del campo de batalla. La moral turca había sufrido mucho, por las constantes victorias británicas y los fracasos cosechados en todos los contraataques. El hecho de haber perdido gran parte de Palestina y ver Jerusalén amenazada, debió pesar mucho en el ánimo de los defensores. El 9 de diciembre, Izzat Bey, “Mutasarrif” de Jerusalén, representante del Sultán en la ciudad, presentó un decreto a las tropas británicas, donde afirmaba que por miedo a que las bombas “golpearan los santos lugares, estamos forzados a entregar a ustedes la ciudad (…) esperando que protegerán Jerusalén, en la manera en que la hemos protegido por más de quinientos años.” La larga dominación musulmana llegaba a su fin.

Entre fines de octubre y comienzos de diciembre, las tropas de la Fuerza Expedicionaria Egipcia (“Egiptian Expeditionary Force”, “EEF”) tomaron 12.000 prisioneros y abundante material de guerra de todo tipo, que los turcos no podían reemplazar. Allenby entró oficialmente en la ciudad el día 11 de diciembre. Como signo de respeto a la santidad del lugar al que llegaba, el general británico desmontó frente a la Puerta de Jaffa, completando el trayecto a pie. Para T.E. Lawrence, “Lawrence de Arabia”, fue el momento supremo de la Primera Guerra Mundial.
El comandante británico de inmediato dispuso lo necesario para la adecuada custodia de los lugares sacros para musulmanes, judíos y cristianos, poniendo énfasis en evitar que los conflictos religiosos se añadieran al sufrimiento causado por la guerra mundial en curso. Además de poner fin a varios siglos de dominación musulmana sobre la ciudad (con la breve pausa del Reino Latino de Jerusalén, entre 1099 y 1187), la captura de Jerusalén supuso un importante aliciente moral para la Entente, que había recibido, en general, malas noticias en las últimas semanas, con el fiasco de los tanques en Cambrai, el desastre italiano en Caporetto, la derrota de Rumania y la rendición de Rusia.

Jerusalén permanecería bajo bandera británica hasta 1948. Después de la retirada británica, la capitalidad israelí y palestina de la ciudad ha sido uno de los motivos de mayor controversia, entre los muchos puntos de conflicto que dificultan la paz en el Medio Oriente.

Abajo, una fotografía autografiada por Allenby, que lo muestra en el momento en que entra en la Ciudad Santa, seguido de su alto mando.




Hace 75 años - 10 de diciembre de 1942 - Segunda Guerra Mundial - El “Kessel” de Stalingrado

Hace 75 años
10 de diciembre de 1942
Segunda Guerra Mundial

El “Kessel” de Stalingrado

Stalin y sus generales todavía creen que han encerrado alrededor de 90.000 hombres en el cerco de Stalingrado. La verdad es que llegan más bien a casi 300.000 efectivos. Probablemente el 6º Ejército Alemán y la parte del 4º Ejército Panzer que quedó dentro del cerco, superaban los 200.000 soldados. Los acompañaban los restos de dos divisiones rumanas, la 100ª División de Cazadores Croata, una columna motorizada italiana y varias decenas de miles de “hiwis” (“hillfswillige”, “ayudante voluntario”), es decir, los desertores, los prisioneros obligados a trabajar para los alemanes y una gran mayoría de soviéticos, tan cansados del comunismo, que se pasaron alegremente al enemigo.

Un tal teniente Von Mutius, adscrito al 6º Ejército Alemán, había sido el último miembro de la “Wehrmacht” en retirarse desde la orilla occidental del Don, circunstancia de la que estaba orgulloso con justicia y que lo había convertido en un personaje célebre dentro del “Kessel” (“caldero”) de Stalingrado, que es como los soldados llamaban al cerco levantado por el Ejército Rojo en torno a ellos. El historiador británico, Antony Beevor, relata que, el 6 de diciembre de 1942, el teniente Von Mutius, al mando de un grupo de combate de la 16ª División Panzer, fue enviado a realizar un contraataque, cuyo objetivo era obtener el control de una colina. Tuvieron que hacer el recorrido a pie hasta su objetivo, pues no quedaban reservas de combustible para sus semiorugas y camiones. Los hombres de Von Mutius tomaron la cima de la montaña, pero se encontraron con un grupo de tanques soviéticos, apoyados por numerosa infantería. El joven teniente fue gravemente herido y perdió la mitad de sus hombres en el primer encontrón. La mitad del grupo de combate se perdió y el desastre no fue mayor sólo porque un único sargento se quedó atrás, conteniendo a los “T-34” y a los infantes soviéticos, regalando preciosos segundos a los “landser”, que huían en todas direcciones, en un general “sálvese quien pueda”.

Hubo muchos episodios similares en los últimos días de noviembre y las primeras semanas de diciembre. En general, los alemanes estaban a la defensiva y vendían muy cara cada ventaja que concedían, pero habían perdido casi la mitad de sus 140 tanques restantes, al terminar la primera semana de diciembre. La línea de combate del asedio se asemejaba mucho a las condiciones de lucha de las trincheras de la Gran Guerra, de modo que los alemanes perdían la ventaja que les daba el campo abierto. No podían maniobrar y sorprender a sus adversarios, como lo habían hecho en casi todos los frentes. Los tanques alemanes siempre habían tenido menor blindaje y armamento inferior al de los “T-34” y “KV” soviéticos. Las últimas versiones de los “Panzer IV” apenas lograban equipararse a los excelentes modelos rusos. En las posiciones defensivas, sólo podía esperarse el ataque y confiar en que, de alguna forma, la fortuna volviera a sonreír a sus armas. Más importante aun, el combustible y las municiones empezaban a escasear. La ropa de abrigo tampoco había sido entregada a tiempo, en cantidades suficientes, a pesar de las lecciones que debieron ser aprendidas del invierno anterior. Los soldados hicieron lo que pudieron para improvisar prendas más cálidas, incluyendo partes de uniformes soviéticos, arrebatados a soldados enemigos, muertos y vivos. Muchos mataban y desollaban perros vagabundos, para procurarse ropa de piel. Lo mismo se hacía con los muchos caballos que morían por falta de forraje.

De todos modos, los comandantes soviéticos se habían dado cuenta de que los alemanes todavía no estaban vencidos. Es cierto que rodeaban una gran unidad militar enemiga, pero los rusos habían sufrido graves bajas en el proceso y las seguían sufriendo. En esta etapa de la batalla, los servicios de inteligencia del Ejército Rojo y del NKVD se afanaban en identificar las formaciones que pudieran estar más desmoralizadas y peor equipadas, para concentrar los ataques en sus sectores. Los oficiales de información pedían prisioneros especialmente de algunas divisiones, como la 44ª y la 376ª, que habían debido ser retiradas apresuradamente desde la otra orilla del Don y no habían tenido tiempo de preparar refugios apropiados, para resistir el inclemente invierno ruso. Para sorpresa de los soviéticos, incluso en estas formaciones más precarizadas, reinaba un alto grado de moral. Especialmente entre los muchos reemplazos más jóvenes, llegados para sustituir a los muchos caídos, que habían vivido gran parte de sus vidas bajo el totalitarismo nazi, la palabra dada por el “Führer” era garantía suficiente para estar seguros de que serían salvados y acabarían ganando la guerra.

Los soviéticos seguían experimentando problemas de moral entre sus filas. Incluso con el cerco del 6º Ejército Alemán y cuando éste tenía pocas posibilidades de salvarse, eran cientos los soviéticos que seguían pasándose al enemigo. Después de años de derrota, los sencillos soldados soviéticos pensaban que lo del cerco era otra jugarreta de la propaganda comunista y muchos desertores deben haberse sentido muy decepcionados, cuando llegaron hasta las filas alemanas, para descubrir que, por una vez, el Partido Comunista no estaba mintiendo.

Los oficiales alemanes de logística se sentían pesimistas. Para el 7 de diciembre, las raciones quedaron reducidas entre un tercio y la mitad. La falta de forraje obligaría también a sacrificar a la mayoría de los caballos. Los líderes nazis, partiendo por Hitler, se habían autoconvencido de que un puente aéreo podría bastar para mantener bien pertrechado al 6º Ejército. El comandante en jefe del VIII Cuerpo Aéreo de la “Luftwaffe”, general Wolfram von Richthofen, que debería encargarse del puente aéreo, advirtió muchas veces que era imposible conseguir dicho objetivo. Muchos otros altos oficiales advirtieron lo mismo. Como mínimo, eran necesarios 300 vuelos diarios, que debían sortear el fuego antiaéreo y los cazas soviéticos, envalentonados con los éxitos de sus camaradas de tierra. El clima tampoco ayudaba, con ventiscas que dejaban muy poca visibilidad y temperaturas tan bajas, que los motores no podían ser encendidos, incluso prendiendo hogueras bajo el fuselaje.

Además de traer municiones, alimentos y combustible desde más allá del Don, los trimotores “Junkers Ju-52” debían evacuar a los heridos al aeródromo de Pitomnik, que se convirtió en una pequeña ciudad de tiendas, campamentos improvisados y búnkeres, además de un hospital de campaña. Su notoriedad, sin embargo, convirtió pronto a Pitomnik en objetivo prioritario de la aviación y de la artillería pesada soviéticas. La flota de transporte de la “Luftwaffe” era completamente insuficiente para la tarea, de modo que debió ser complementada con aparatos de entrenamiento, completamente inadecuados para la tarea, o modelos de combate, como el “Heinkel He-111”, que debió ser apartado de sus importantes misiones de bombardeo, para llevar suministros hasta el frente.

Cuando Hitler ordenó al 6º Ejército conservar su posición a toda costa, prometió que 100 aviones llevarían pertrechos diariamente hasta el “kessel”. Durante la primera semana, sin embargo, no se llegó ni siquiera a treinta vuelos diarios. Sólo en un día, el 24 de noviembre, los accidentes y el fuego enemigo destruyeron veintidós aviones de carga. En vez de las 300 toneladas diarias prometidas, los aviones apenas llevaban 350 toneladas a la semana, cuyas tres cuartas partes correspondían a combustible, de modo que los hombres empezaron pronto a sufrir las consecuencias del hambre. El problema de los suministros ya era grave, antes de la contraofensiva soviética y habría sido un inconveniente difícil de salvar, en el improbable caso de que los generales alemanes se hubieran atrevido a desobedecer a Hitler y se arriesgaran a ordenar una retirada sin su consentimiento. De todos modos, no hay evidencia de que Paulus o alguien más haya dejado de ordenar la retirada por otra cosa que no fuera seguir las órdenes de su amo.

Al momento de producirse el cerco sobre el 6º Ejército, el Comandante en Jefe de la “Luftwaffe”, Hermann Göring, quiso lucirse con Hitler, convocando a sus oficiales de transporte, para planificar el aprovisionamiento aéreo del 6º Ejército. A pesar de que los sitiados determinaron la necesidad de 700 toneladas diarias, el fantoche Göring, sin explicaciones, bajó la estimación a 500 toneladas. Sus oficiales, más responsables que él, llegaron a la conclusión de que el máximo posible eran 350 toneladas diarias y por un corto período. Göring, que había sido un gran piloto de combate en la guerra anterior, pero que se había convertido en un amante de la buena vida y hacía poco por mandar su aviación, aseguró a Hitler, en un acto de increíble irresponsabilidad, que sus aviones podrían mantener al 6º Ejército abastecido desde el aire.

Tranquilizado por la fanfarronada de Göring, Hitler, apenas cerrada la trampa soviética sobre las fuerzas de Paulus, había ordenado que el frente del Volga debía sostenerse, “fueran cuales fueren las circunstancias”, basado en una vaga noción de la fuerza de voluntad del soldado alemán y en su propio orgullo personal, que se vería muy maltratado, si ordenaba retirar sus tropas, luego de haberse jactado tantas veces de estar a las puertas de la “ciudad de Stalin”. Por supuesto, ninguno de esos dos factores tenía relación con la estrategia o con las necesidades estratégicas de una guerra que empezaba a estar perdida para el “III Reich”.

Abajo, un avión de transporte “Junkers Ju-52” sobrevuela tropas alemanas, que hacen avanzar penosamente por la nieve un trineo tirado por un famélico caballo.




domingo, 3 de diciembre de 2017

Hace 100 años - 3 de diciembre de 1917 - Primera Guerra Mundial - Contraataque alemán en Cambrai

Hace 100 años
3 de diciembre de 1917
Primera Guerra Mundial

Contraataque alemán en Cambrai

Prosigue la lucha en Cambrai. La ofensiva británica, lanzada el 20 de noviembre, tomó a los alemanes por sorpresa y, por un momento, los dejó en situación apurada: la Línea Hindenburg rota, dos divisiones casi destruidas y escasas de suministros. El uso masivo de tanques aparentemente había dado a los británicos una victoria tan vistosa, que la primera jornada del ataque había sido saludada con toques de campana en las iglesias, a lo largo y ancho de todo el Reino Unido. Pero los alemanes no son fáciles de derrotar. Ese mismo día, pudieron disponer de la 107ª División, que había sido enviada a reemplazar otras unidades y pudo ser usada, justo a tiempo, para distribuir sus unidades en los sectores más comprometidos. Para el 23 de noviembre, los alemanes habían reunido cuatro divisiones de refresco en el 23er Cuerpo de Reserva, también llamado Grupo Busigny. Para el día 27, los alemanes ya tenían una fuerza suficiente en el sector, como para intentar un contraataque. La ofensiva británica, por otro lado, había perdido el impulso inicial.

Los alemanes planificaron contraatacar desde el sur de la brecha abierta en sus líneas, para luego arrollar desde el flanco a las tropas británicas que habían quedado atascadas, en amarga lucha, en el estratégico bosque de Bourlon. El 28 de noviembre, los alemanes dieron el primer aviso, con un masivo bombardeo de gases venenosos en dicho bosque. Dos días después, el 30, el 2º Ejército Alemán lanzó todas sus unidades al ataque. Los británicos pensaban que los alemanes no tenían fuerzas como para recuperar la iniciativa en el sector y no tenían idea de lo que les caería, cuando la contraofensiva se inició simultáneamente desde el sur y el norte, con los alemanes intentando romper el cuello de la saliente que se proyectaba sobre las antiguas líneas. A media mañana, la situación de las tropas británicas era peligrosa, con la posibilidad muy cierta de que varias divisiones del 3er Ejército Británico quedaran atrapadas en un gran cerco.

Para el 3 de diciembre, el cuello de la saliente había sido reducido, pero no cerrado. Sin embargo, el Comandante en Jefe de la BEF, general Douglas Haig, ordenó la retirada, para evitar un desastre de proporciones. El audaz ataque de los tanques de Cambrai se saldaba con un fracaso. En algunos sectores, el balance dejó modestas ganancias de terreno a los británicos, pero hubo incluso algunos sectores que, antes de la ofensiva, estaban en poder de los británicos y ahora quedaban en poder de los alemanes, luego de su contraataque. Una reducida saliente permaneció alrededor de Flesquieres, que no reportaba muchas ventajas a los británicos y que, en cambio, sería aprovechada por los alemanes en sus devastadoras ofensivas del año siguiente.

Las defensas británicas empezaron a reorganizarse y gradualmente pudieron reestablecer el orden de sus unidades. Al mismo tiempo, ahora era el turno de los alemanes de ver cómo su ataque perdía impulso, luego de un comienzo muy prometedor, casi con los mismos inconvenientes que sufrieron los británicos, para sostener su ofensiva: fuertes bajas, un caótico sistema de suministros y un mando incapaz de explotar el éxito inicial.

En el balance general de la Batalla de Cambrai, los alemanes pudieron rehacer sus líneas y salir más o menos airosos. Para los generales británicos, fue un nuevo fiasco. Se establecieron comisiones investigativas, para determinar a los responsables de la derrota. El apresuramiento al planificar la ofensiva en Cambrai resultó en que muchas tropas estaban faltas de entrenamiento y el terreno que capturaron brevemente, entre fines de noviembre y comienzos de diciembre, era difícil de defender, salvo que se pudiera proseguir el avance, explotando los éxitos iniciales. Pero la caballería no pudo penetrar las líneas alemanas, al producirse la brecha del primer día.  Sobre todo, lo que parecía una ofensiva prometedora, al iniciarse el ataque británico, el 23 de noviembre, no llegó a ser tan exitosa, como para evitar que los alemanes se reagruparan. Los alemanes además supieron usar en su contraataque nuevas y efectivas tácticas de infiltración en las líneas británicas, que no supieron reaccionar a tiempo y se vieron superadas.

A partir de la lucha en Cambrai, los mandos de la Entente extrajeron lecciones valiosas, que usarían en las ofensivas de la segunda mitad de 1918, que les darían la victoria final. Pero fue un aprendizaje costoso, con más de 44.000 soldados británicos muertos, heridos o prisioneros, frente a un número equivalente de bajas alemanas.

En la fotografía, un grupo de soldados alemanes pasa cerca de un tanque británico, dañado y abandonado durante la batalla.




Hace 75 años - 3 de diciembre de 1942 - Segunda Guerra Mundial - Tragedia francesa en Tolón

Hace 75 años
3 de diciembre de 1942
Segunda Guerra Mundial

Tragedia francesa en Tolón

Los alemanes e italianos han ganado la “carrera por Túnez”. A pesar de sus resonantes victorias en Egipto y Libia, los Aliados deberán esperar varios meses hasta poder acabar del todo con la lucha en África. El 27 de noviembre, los alemanes contraatacan a las fuerzas que vienen avanzando desde Argelia y consiguen tomar casi 300 prisioneros de la 11ª Brigada de Infantería Británica. Al día siguiente, la misma brigada vuelve a atacar en dirección a Djedeida, apoyada por la 1ª División Blindada Estadounidense, pero son rechazados, perdiendo 19 tanques en el proceso. Será un duro invierno para todos en Túnez.

En el sur de Rusia, el 6º Ejército Alemán, a las órdenes del general Friedrich Paulus, así como una parte del 4º Ejército Panzer, al mando del general Hermann Hoth, que estaba apoyando al primero, han quedado rodeados por el Ejército Rojo. Gueorgui Zhukov sabe que han rodeado una gran cantidad de tropas alemanas y que están a poco de conseguir una gran victoria para el Ejército Rojo. En los primeros días, después del cerco, el alto mando soviético estimaba que unos 95.000 soldados del Eje habían quedado dentro de la bolsa. En realidad, sumaban más de 250.000 efectivos. El 27 de noviembre de 1942, el alto mando alemán organiza el Grupo de Ejércitos del Don, al mando del mariscal Erich von Manstein, con el encargo de relevar al atrapado 6º Ejército y restablecer la situación estratégica en el sur, en favor del Eje. En el Cáucaso, la otra punta de lanza de “Caso Azul” sigue luchando para asegurar los pozos petrolíferos de la región. No han sido rodeados, pero no lo pasan mejor que sus compañeros en Volga. El 29 de noviembre, el Frente Transcaucásico del Ejército Rojo lanza su propia ofensiva contra ellos.

En la noche del 30 de noviembre de 1942, se produce la Batalla de Tassafaronga, frenta a las costas de Guadalcanal, la islita tan disputada por japoneses y norteamericanos. Para fines de noviembre, el alto mando japonés estaba desesperado. Como los Aliados tenían control del aire, la entrega de suministros usando barcos de transporte era demasiado riesgosa y, después de las batallas navales en torno a Guadalcanal, incluso el uso de rápidos destructores había probado ser demasiado riesgoso. Al final, las tropas japonesas no recibían todos los pertrechos necesarios y la flota japonesa perdía buques que difícilmente podía reponer. La “US Navy” también había sufrido fuertes pérdidas, pero la capacidad industrial estadounidense podía reemplazar las naves destruidas o dañadas. Y los aviones norteamericanos controlaban el espacio aéreo desde los aeródromos de Guadalcanal.

Después de las dos batallas navales, sostenidas a mediados de noviembre, el alto mando naval japonés decidió usar sólo submarinos para abastecer a sus tropas. Los submarinos podían pasar la vigilancia aérea norteamericana, pero su capacidad de carga era escasa, sólo podía llegar uno cada noche y la tare de llevar los pertrechos, desde la playa, debía hacerse a hombros de los soldados, a través de la jungla, hasta las líneas japonesas. A los pocos días, la situación japonesa de suministros se hizo crítica, de modo que intentaron reestablecer el uso de destructores para el abastecimiento. En la noche del 30 de noviembre, un total de siete destructores japoneses, al mando del almirante Raizo Tanaka, llegaron hasta Guadalcanal, frente al Punto Tassafaronga. El plan era usar estanques flotantes, que pudieran ser llevados rápidamente hasta las playas.

La Marina Norteamericana había interceptado las comunicaciones japonesas, de modo que, al llegar los destructores japoneses, una flota de cinco cruceros y cuatro destructores los estaba esperando, al mando del almirante Carleton Wright. Con la ventaja de la sorpresa y del radar, los norteamericanos sorprendieron a los japoneses, que debieron suspender la descarga de suministros y perdieron uno de sus destructores casi inmediatamente después de iniciado el combate. Sin embargo, los japoneses reaccionaron rápido y contraatacaron con sus excelentes torpedos. Al contrario, los torpedos entonces en uso en las naves estadounidenses eran conocidos por fallar y, de hecho, casi ninguno llegó a dañar sus blancos. Aproximadamente entre las 23.15 y las 23.45 horas, una feroz batalla naval se desarrolló, dejando como saldo un crucero hundido y tres cruceros seriamente dañados en la flota norteamericana, mientras los japoneses se retiraron sólo con un destructor dañado de consideración. Era una resonante victoria táctica, que demostraba nuevamente que los oficiales japoneses se contaban entre los mejores marinos del mundo y que eran especialmente hábiles en el combate nocturno. De hecho, después de Pearl Harbor y de la Batalla de la Isla de Savo, librada frente al mismo Guadalcanal, algunos meses antes, es considerado el peor desastre naval de la “US Navy” en el curso de la guerra.

Por otro lado, el solo hecho de que tuvieran que retirarse sin dejar suministros para las tropas de tierra, significaba una derrota estratégica para Japón. Los japoneses seguirían intentando proveer a sus tropas en batalla, pero no pasaría mucho tiempo, antes de que tuvieran que disponer lo necesario para evacuar Guadalcanal.

En Tolón, Francia, el 27 de noviembre de 1942, la “Marine Nationale” sufre una nueva tragedia. Las fuerzas armadas francesas habían dejado de operar contra Alemania e Italia, a partir del armisticio de junio de 1940. Desde entonces, para Gran Bretaña, una de las principales preocupaciones era el futuro de la poderosa flota francesa, que podía desbalancear gravemente el escenario naval, si caía en manos del Eje. A pesar de las seguridades dadas por el Gobierno de Vichy, surgido del armisticio, los británicos atacaron la flota francesa en julio de 1940 en Mers-el-Kebir y en Dakar, en septiembre de ese mismo año, intentando asegurarse que no fuera usada por los italianos o los alemanes. El resultado fue un fiasco, dañando irreparablemente la confianza existente entre los antiguos aliados. Hitler, al mantener un gobierno títere en Vichy, con su escuadra mayormente intacta, pero inmovilizada, evitaba que Gran Bretaña o Estados Unidos se aprovecharan de la debilidad de Francia y ocuparan sus colonias. Al mismo tiempo, la presencia de los buques franceses en la Costa Azul era un poderoso disuasivo para cualquier ataque aliado por el sur de Europa.

La situación cambió dramáticamente con la derrota del mariscal Erwin Rommel en El Alamein, en octubre-noviembre, y con los desembarcos anglo-estadounidenses en Marruecos y Argelia, el 8 de noviembre de 1942. Hitler ordenó de inmediato que la Francia de Vichy fuera ocupada militarmente y que el gobierno del mariscal Philippe Pétain dejara finalmente su pantomima de existencia semi independiente. Los restos del orgulloso Ejército Francés fueron desarmados, pero quedaba pendiente la suerte de la poderosa flota anclada en Tolón. El mando naval de Tolón era compartido entre el almirante André Marquis, Prefecto Marítimo a cargo del puerto, y el almirante Jean de Laborde, al mando de las “Forces de Haute Mer”, es decir, las naves de combate de alta mar. Los marinos franceses estaban divididos entre el rechazo de lo que consideraban una invasión anglosajona a sus colonias africanas y la traición alemana, al desconocer el armisticio de 1940 e invadir la Francia de Vichy.

En el norte de África, el almirante François Darlan fue capturado por los Aliados y aceptó hacer un llamamiento para que la flota se uniera a las fuerzas de la Francia Libre. Darlan ordenó un cese al fuego el 10 de noviembre y mandó un mensaje personal a Laborde, pidiéndole que ignorara las órdenes de Vichy de permanecer en puerto y zarpara hacia África, para unirse a los británicos y norteamericanos. Molesto por el súbito cambio de lealtades de Darlan, Laborde ignoró la orden de su superior, a pesar de que las tropas alemanas avanzaban rápidamente y se acercaban a Tolón.

Influido por Mussolini, Hitler quería capturar los buques franceses por la fuerza, pero fue persuadido por el almirante Erich Raeder, Comandante en Jefe de la “Kriegsmarine”, que estaba seguro de que los franceses honrarían su compromiso de no entregar sus naves a los británicos. Hitler accedió a dar unos días de tranquilidad a Tolón, pero siguió a la espera de un momento más propicio para echar mano de la flota francesa. El “Führer” y el “Duce” estaban además muy contrariados, por el hecho de que las tropas de la Francia de Vichy habían sido muy tibias en la defensa de África del Norte, cuando no se habían pasado derechamente al bando de los Aliados. De modo que les quedaban pocas ganas de honrar un compromiso que, desde su perspectiva, había sido incumplido por los franceses en primer lugar.

En medio de la incertidumbre de la ocupación alemana de la Francia de Vichy, el Ministro de Marina del gobierno de Pétain, Gabriel Auphan, ordenó a Marquis y Laborde que se opusieran por todos los medios al ingreso de personal extranjero a las naves de la flota, aunque sin recurrir a la fuerza. Si no conseguían mantener los buques en sus manos, la instrucción era que las mismas tripulaciones de los buques debían hundirlos, a fin de evitar que cayeran en manos alemanas. El 15 de noviembre, con el país enteramente ocupado por los alemanes, Auphan se reunió en privado con Laborde e intentó persuadirlo de que zarpara con sus buques hacia África y se uniera a los Aliados. Sin embargo, el almirante afirmó que sólo levaría anclas con órdenes expresas del gobierno, emitidas por escrito.

El 18 de noviembre, los alemanes ordenaron que el Ejército Francés fuera desbandado. Como resultado, la defensa del puerto debió ser encargada al personal naval, que quedaba impedido de realizar una rápida salida del puerto, si era el caso. Además los buques estaban desarmados y no tenían combustible. En los siguientes días, Laborde siguió disponiendo las defensas del puerto con los medios que tenía, incluyendo cargas explosivas a bordo de los buques, para detonarlas como último recurso.

A las 4.00 de la madrugada del 27 de noviembre de 1942, los alemanes pusieron en movimiento la “Operación Lila”, cuyo objetivo era capturar intactos los buques franceses surtos en Tolón. La idea era entregar los acorazados y cruceros a la “Regia Marina” y los submarinos a la “Kriegsmarine”. Elementos de la 7ª División Panzer y de la 2ª División SS Panzer, capturaron rápidamente Fort Lamalgue, donde estaba el almirante Marquis, que cayó prisionero, antes de poder hacer nada. Pero su Jefe de Estado Mayor pudo alertar al almirante Laborde que, indignado con la traición de los alemanes, dispuso las medidas de defensa de los buques, hasta que éstos pudieran ser hundidos con cargas explosivas y con la apertura de las válvulas. Los alemanes avanzaron casi sin oposición a través de la ciudad, ocupando el terreno alto, que permitía observar el puerto. Al mismo tiempo, aviones alemanes empezaron a dejar caer minas en el canal, para evitar que las naves francesas pudieran escapar.

Los tanques alemanes entraron a la base a las 5.25 hrs. Desde su buque insignia, el acorazado “Strasbourg”, Laborde ordenó el hundimiento de su propia flota, por las manos de sus propios marinos. Al poco tiempo, empezó el intercambio de disparos. Poco inclinados a luchar por unos cuantos barcos que irían a parar a los italianos, los alemanes intentaron negociar, dando tiempo a los tripulantes a ultimar los hundimientos. Los atacantes sólo pudieron entrar al crucero pesado “Dupleix” y alcanzaron a cerrar las válvulas, pero tuvieron que abandonar el buque, por explosiones y fuego en sus torretas. Al acercarse el amanecer, los alemanes estaban rodeados de buques incendiándose o hundiéndose. Sólo pudieron capturar tres destructores desarmados, cuatro submarinos averiados y tres naves civiles. Los marinos franceses hundieron 77 naves, incluyendo tres acorazados, siete cruceros, quince destructores y 13 lanchas torpederas. Cinco submarinos pudieron huir; tres de ellos llegaron hasta África, uno fue internado en España y uno más tuvo que ser hundido por sus propios tripulantes a la salida de la bahía. El único buque de superficie que logró llegar hasta Argelia fue el tendedor de boyas “Leonor Fresnel”.

Los alemanes e italianos intentaron reflotar los buques, pero ninguno de los cruceros, acorazados o destructores volvió a prestar servicio en lo que restaba de guerra. Tras la liberación de Francia, el almirante Laborde fue acusado de traición, por no intentar salvar la flota. Fue sentenciado a muerte, pero la pena fue conmutada por cadena perpetua. Fue amnistiado en 1947.

Abajo, agonizan los hermosos navíos de la que fuera la segunda agrupación de naves capitales más potente de Europa, sólo superada en poderío por la “Home Fleet” británica. De izquierda a derecha, ardiendo junto a sus muelles, el acorazado “Strasbourg”, los cruceros pesados “Colbert” y “Algérie”, y el crucero ligero “Marseillaise”.




17 de Septiembre de 1944. Hace 80 años. Operación Market Garden.

   El 6 de junio de 1944, los Aliados habían desembarcado con éxito en Normandía. En las semanas siguientes, a pesar de la feroz resistencia...