Hace 100 años
10 de diciembre de 1917
Primera Guerra Mundial
La rendición de Jerusalén
El 4 de diciembre (calendario gregoriano) de 1917, emisarios alemanes y
representantes del nuevo gobierno bolchevique de Rusia firman un acuerdo local
de cese al fuego, en el poblado húngaro de Soly. Al día siguiente, 5 de
diciembre, se firma un cese al fuego global, que involucra a los otros tres
Imperios Centrales: Austria-Hungría, Turquía y Bulgaria. El segundo acuerdo fue
firmado en Brest-Litovsk, Bielorrusia, donde los Imperios Centrales mantenían
sus cuarteles generales. Las negociaciones entre los bolcheviques y sus
antiguos enemigos tomarían varias semanas. Sin embargo, para todos los efectos
prácticos, Rusia quedaba fuera de la guerra. El cese al fuego sería
complementado por un armisticio formal, firmado pocos días después.
El 9 de diciembre, las potencias de la Entente reciben otra mala noticia,
cuando Rumania se ve obligada a firmar el llamado Armisticio de Focsani. Los
rumanos entraron a la guerra en agosto de 1917, en un intento de aprovechar el
compromiso de las tropas austrohúngaras en diversos frentes y así conquistar la
disputada región de Transilvania. No obstante, para septiembre de 1917, con
asistencia alemana, los austrohúngaros habían pasado a la ofensiva. Para fines
de ese año, Bucarest había caído y los Imperios Centrales ocupaban dos tercios
del territorio rumano. El colapso total rumano se evitó sólo gracias a los
refuerzos enviados desde Rusia; sin embargo, las revoluciones rusas de 1917
debilitaron gravemente la capacidad combativa de su ejército, que empezaba a
desintegrarse en todos los frentes en que estaba comprometido.
Tras el cese al fuego ruso de los días 4 y 5 de diciembre, los rumanos se
quedaban sin el único aliado que les quedaba. Sin más alternativa, los rumanos
se acercaron a sus enemigos, ofreciendo negociaciones de paz, que fueron
firmadas en Focsani, a orillas del río Siret, donde se apoyaba la última línea
defensiva rumana. Al igual que Rusia, Rumania quedaba aislada geográficamente
de sus principales y más poderosos aliados, Gran Bretaña y Francia. El
armisticio de Focsani dio paso a las negociaciones, que acabaron en el Tratado
de Bucarest, dictado en duros términos para Rumania.
Salvo por el muy secundario escenario de Salónica, la Entente quedaba
barrida de Europa Central y Oriental.
El 6 de diciembre de 1917, Finlandia declara su independencia de Rusia.
Desde el siglo XIII, Finlandia había estado en la esfera de influencia sueca.
Dicha pertenencia fue reconocida formalmente por el Tratado de Nöteborg, del 12
de agosto de 1323, mediante el cual, el poderoso Reino de Suecia recibía el
reconocimiento de su soberanía sobre lo que más tarde sería Finlandia, de parte
de la República de Novgorod, uno de los antecesores territoriales de la Rusia
moderna. Durante la larga dominación sueca, el territorio finés reunía una
serie de poblaciones que tenían poco en común, además del parentesco
lingüístico y su amo común en Estocolmo, pero estaba lejos de constituir el
núcleo de una futura nación. Sería Rusia la encargada de sentar las bases de la
identidad nacional de Finlandia.
Entre 1700 y 1809, Rusia, la potencia emergente, sostuvo cuatro guerras
contra el declinante poder de Suecia. En 1809, por el Tratado de Fredrikshamm,
Suecia debió renunciar a la parte oriental de su reino y cederlo a Rusia, que
creó en su lugar el llamado Gran Ducado de Finlandia, con el Zar en el trono de
Gran Duque. Rusia concedió amplia autonomía a Finlandia, que pudo conservar sus
leyes de origen sueco, su sistema judicial, su religión luterana mayoritaria y
su asamblea legislativa, el “Riksdag”. El Gran Ducado gozaba también de amplia
libertad económica, con sus propias aduanas, sistemas tributarios y, desde
1878, un sistema monetario propio. En general, el grado de libertad y represión
fluctuó a la par con los vaivenes políticos de la propia Rusia, dependiendo de
si el trono imperial ruso era ocupado por “liberales”, como Alejandro II, o
soberanos más autoritarios, como Nicolás I.
La Revolución Rusa de 1905 no llegó a acabar con la monarquía zarista,
pero obligó a Nicolás II a aceptar muchas reformas en su imperio. Para el Gran
Ducado de Finlandia, significó pasar de la vieja representación parlamentaria
estamental, a tener un Parlamento unicameral, elegido democráticamente por el
sufragio universal de todos los varones mayores de 24 años. Las elecciones de
1907 y 1916 dieron mayoría a los socialdemócratas moderados, mientras en Rusia
propiamente tal crecía la confusión y el poder empezaba a ser copado por
fuerzas violentas y revolucionarias.
En general, la dominación rusa era bien soportada y es significativo que
el padre de la Finlandia contemporánea, Carl Mannerheim, haya servido fielmente
como oficial de caballería en los regimientos del Zar y haya alcanzado el grado
de teniente general en el Ejército Imperial, además de ser condecorado con la
prestigiosa Orden de San Jorge. Mannerheim, al igual que el resto de los
fineses, decidió separarse de Rusia, sólo cuando vieron que la Revolución
significaba nada menos que la instauración de una espantosa tiranía, que
mantendría esclavizados a los pueblos de la vieja Rusia hasta 1990. Además, el
derrocamiento del Zar significaba eliminar al Gran Duque, es decir, al vínculo
institucional que había unido Rusia y Finlandia desde 1809.
Una de las pocas buenas noticias que la Entente recibió a fines del año
1917 fue la rendición de Jerusalén, ocurrida el 9 de diciembre de 1917. Después
de sus victorias en Gaza y en Mughar, el Comandante en Jefe británico, general
Edmund Allenby, marchó hacia su objetivo principal, a través de las Montañas de
Judea. Sus fuerzas iban a encontrarse con las tropas otomanas, al mando del
general alemán Erich von Falkenhayn, que lanzó una serie de ataques, con el
propósito de frenar el avance de Allenby.
El alemán consiguió efectivamente quitar ritmo a los británicos y Allenby
comprendió que tendría que consolidar su fuerza, si quería cumplir la orden del
Primer Ministro, David Lloyd George, en el sentido de liberar la Ciudad Tres
Veces Santa para Navidad. Tanto Falkenhayn, como Allenby, habían recibido
estrictas órdenes de evitar la lucha dentro o en las inmediaciones de la
ciudad. Los gobiernos contendores sabían que la importancia de Jerusalén para
el patrimonio histórico mundial era demasiado grande, como para arriesgar una
batalla callejera entre sus viejos monumentos.
Tras reorganizar sus líneas, Allenby confió el honor de tomar Jerusalén
al 20º Cuerpo, bajo el mando del general Philip Chetwode. El 8 de diciembre, la
fuerza de Chetwode se aproximó desde dos direcciones simultáneas: un asalto por
el centro del frente y un ataque desde Belén, al sur. Al día siguiente, las
tropas británicas eran dueñas del campo de batalla. La moral turca había
sufrido mucho, por las constantes victorias británicas y los fracasos
cosechados en todos los contraataques. El hecho de haber perdido gran parte de
Palestina y ver Jerusalén amenazada, debió pesar mucho en el ánimo de los
defensores. El 9 de diciembre, Izzat Bey, “Mutasarrif” de Jerusalén,
representante del Sultán en la ciudad, presentó un decreto a las tropas
británicas, donde afirmaba que por miedo a que las bombas “golpearan los santos
lugares, estamos forzados a entregar a ustedes la ciudad (…) esperando que
protegerán Jerusalén, en la manera en que la hemos protegido por más de
quinientos años.” La larga dominación musulmana llegaba a su fin.
Entre fines de octubre y comienzos de diciembre, las tropas de la Fuerza
Expedicionaria Egipcia (“Egiptian Expeditionary Force”, “EEF”) tomaron 12.000
prisioneros y abundante material de guerra de todo tipo, que los turcos no podían
reemplazar. Allenby entró oficialmente en la ciudad el día 11 de diciembre.
Como signo de respeto a la santidad del lugar al que llegaba, el general
británico desmontó frente a la Puerta de Jaffa, completando el trayecto a pie. Para
T.E. Lawrence, “Lawrence de Arabia”, fue el momento supremo de la Primera
Guerra Mundial.
El comandante británico de inmediato dispuso lo necesario para la
adecuada custodia de los lugares sacros para musulmanes, judíos y cristianos,
poniendo énfasis en evitar que los conflictos religiosos se añadieran al
sufrimiento causado por la guerra mundial en curso. Además de poner fin a
varios siglos de dominación musulmana sobre la ciudad (con la breve pausa del
Reino Latino de Jerusalén, entre 1099 y 1187), la captura de Jerusalén supuso
un importante aliciente moral para la Entente, que había recibido, en general,
malas noticias en las últimas semanas, con el fiasco de los tanques en Cambrai,
el desastre italiano en Caporetto, la derrota de Rumania y la rendición de
Rusia.
Jerusalén permanecería bajo bandera británica hasta 1948. Después de la
retirada británica, la capitalidad israelí y palestina de la ciudad ha sido uno
de los motivos de mayor controversia, entre los muchos puntos de conflicto que
dificultan la paz en el Medio Oriente.
Abajo, una fotografía autografiada por Allenby, que lo muestra en el
momento en que entra en la Ciudad Santa, seguido de su alto mando.
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