Un ballet de mil estrellas bailan en el firmamento,
celebrando al Niño Dios, que ha venido desde el cielo,
en los brazos de la Virgen, al ladito de un jumento,
en la noche de Belén, en su cuna hecha
de pienso.
Mientras mucho más arriba, en el empíreo más inmenso,
mil coros de mil ángeles, unidos en concierto,
cantan todos a una voz, remeciendo el universo:
“El Señor, Dios de Israel, hoy cumplió su juramento,
de mandar a su Hijo Amado, para nuestro salvamento.
¡Gloria a Dios en las alturas, sea cantado a cuatro
vientos!
El portento del Señor que, apiadado de su pueblo,
a María, en Nazaret, hizo el gran anunciamiento,
por la boca de Gabriel, fiel y alado mensajero,
que el Espíritu de Dios, con su sombra descendiendo,
sobre la Virgen María, concebiría en su seno,
al Hijo Único de Dios, a Jesús el Nazareno,
bien guardado por José, varón justo, bueno y recto,
de la Casa de David, en cuyo trono, por derecho,
viene el Niño a gobernar sobre un reino que es eterno.”
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