Hace 75 años
10 de diciembre de 1942
Segunda Guerra Mundial
El “Kessel” de Stalingrado
Stalin y sus generales todavía creen que han encerrado alrededor de
90.000 hombres en el cerco de Stalingrado. La verdad es que llegan más bien a
casi 300.000 efectivos. Probablemente el 6º Ejército Alemán y la parte del 4º
Ejército Panzer que quedó dentro del cerco, superaban los 200.000 soldados. Los
acompañaban los restos de dos divisiones rumanas, la 100ª División de Cazadores
Croata, una columna motorizada italiana y varias decenas de miles de “hiwis”
(“hillfswillige”, “ayudante voluntario”), es decir, los desertores, los prisioneros
obligados a trabajar para los alemanes y una gran mayoría de soviéticos, tan cansados
del comunismo, que se pasaron alegremente al enemigo.
Un tal teniente Von Mutius, adscrito al 6º Ejército Alemán, había sido el
último miembro de la “Wehrmacht” en retirarse desde la orilla occidental del
Don, circunstancia de la que estaba orgulloso con justicia y que lo había
convertido en un personaje célebre dentro del “Kessel” (“caldero”) de
Stalingrado, que es como los soldados llamaban al cerco levantado por el
Ejército Rojo en torno a ellos. El historiador británico, Antony Beevor, relata
que, el 6 de diciembre de 1942, el teniente Von Mutius, al mando de un grupo de
combate de la 16ª División Panzer, fue enviado a realizar un contraataque, cuyo
objetivo era obtener el control de una colina. Tuvieron que hacer el recorrido
a pie hasta su objetivo, pues no quedaban reservas de combustible para sus
semiorugas y camiones. Los hombres de Von Mutius tomaron la cima de la montaña,
pero se encontraron con un grupo de tanques soviéticos, apoyados por numerosa
infantería. El joven teniente fue gravemente herido y perdió la mitad de sus
hombres en el primer encontrón. La mitad del grupo de combate se perdió y el
desastre no fue mayor sólo porque un único sargento se quedó atrás, conteniendo
a los “T-34” y a los infantes soviéticos, regalando preciosos segundos a los
“landser”, que huían en todas direcciones, en un general “sálvese quien pueda”.
Hubo muchos episodios similares en los últimos días de noviembre y las
primeras semanas de diciembre. En general, los alemanes estaban a la defensiva
y vendían muy cara cada ventaja que concedían, pero habían perdido casi la
mitad de sus 140 tanques restantes, al terminar la primera semana de diciembre.
La línea de combate del asedio se asemejaba mucho a las condiciones de lucha de
las trincheras de la Gran Guerra, de modo que los alemanes perdían la ventaja
que les daba el campo abierto. No podían maniobrar y sorprender a sus
adversarios, como lo habían hecho en casi todos los frentes. Los tanques
alemanes siempre habían tenido menor blindaje y armamento inferior al de los
“T-34” y “KV” soviéticos. Las últimas versiones de los “Panzer IV” apenas
lograban equipararse a los excelentes modelos rusos. En las posiciones
defensivas, sólo podía esperarse el ataque y confiar en que, de alguna forma,
la fortuna volviera a sonreír a sus armas. Más importante aun, el combustible y
las municiones empezaban a escasear. La ropa de abrigo tampoco había sido
entregada a tiempo, en cantidades suficientes, a pesar de las lecciones que
debieron ser aprendidas del invierno anterior. Los soldados hicieron lo que
pudieron para improvisar prendas más cálidas, incluyendo partes de uniformes
soviéticos, arrebatados a soldados enemigos, muertos y vivos. Muchos mataban y
desollaban perros vagabundos, para procurarse ropa de piel. Lo mismo se hacía
con los muchos caballos que morían por falta de forraje.
De todos modos, los comandantes soviéticos se habían dado cuenta de que
los alemanes todavía no estaban vencidos. Es cierto que rodeaban una gran
unidad militar enemiga, pero los rusos habían sufrido graves bajas en el
proceso y las seguían sufriendo. En esta etapa de la batalla, los servicios de
inteligencia del Ejército Rojo y del NKVD se afanaban en identificar las
formaciones que pudieran estar más desmoralizadas y peor equipadas, para
concentrar los ataques en sus sectores. Los oficiales de información pedían
prisioneros especialmente de algunas divisiones, como la 44ª y la 376ª, que
habían debido ser retiradas apresuradamente desde la otra orilla del Don y no
habían tenido tiempo de preparar refugios apropiados, para resistir el
inclemente invierno ruso. Para sorpresa de los soviéticos, incluso en estas
formaciones más precarizadas, reinaba un alto grado de moral. Especialmente
entre los muchos reemplazos más jóvenes, llegados para sustituir a los muchos caídos,
que habían vivido gran parte de sus vidas bajo el totalitarismo nazi, la
palabra dada por el “Führer” era garantía suficiente para estar seguros de que
serían salvados y acabarían ganando la guerra.
Los soviéticos seguían experimentando problemas de moral entre sus filas.
Incluso con el cerco del 6º Ejército Alemán y cuando éste tenía pocas
posibilidades de salvarse, eran cientos los soviéticos que seguían pasándose al
enemigo. Después de años de derrota, los sencillos soldados soviéticos pensaban
que lo del cerco era otra jugarreta de la propaganda comunista y muchos
desertores deben haberse sentido muy decepcionados, cuando llegaron hasta las
filas alemanas, para descubrir que, por una vez, el Partido Comunista no estaba
mintiendo.
Los oficiales alemanes de logística se sentían pesimistas. Para el 7 de
diciembre, las raciones quedaron reducidas entre un tercio y la mitad. La falta
de forraje obligaría también a sacrificar a la mayoría de los caballos. Los
líderes nazis, partiendo por Hitler, se habían autoconvencido de que un puente
aéreo podría bastar para mantener bien pertrechado al 6º Ejército. El
comandante en jefe del VIII Cuerpo Aéreo de la “Luftwaffe”, general Wolfram von
Richthofen, que debería encargarse del puente aéreo, advirtió muchas veces que
era imposible conseguir dicho objetivo. Muchos otros altos oficiales
advirtieron lo mismo. Como mínimo, eran necesarios 300 vuelos diarios, que
debían sortear el fuego antiaéreo y los cazas soviéticos, envalentonados con
los éxitos de sus camaradas de tierra. El clima tampoco ayudaba, con ventiscas
que dejaban muy poca visibilidad y temperaturas tan bajas, que los motores no
podían ser encendidos, incluso prendiendo hogueras bajo el fuselaje.
Además de traer municiones, alimentos y combustible desde más allá del
Don, los trimotores “Junkers Ju-52” debían evacuar a los heridos al aeródromo
de Pitomnik, que se convirtió en una pequeña ciudad de tiendas, campamentos
improvisados y búnkeres, además de un hospital de campaña. Su notoriedad, sin
embargo, convirtió pronto a Pitomnik en objetivo prioritario de la aviación y
de la artillería pesada soviéticas. La flota de transporte de la “Luftwaffe”
era completamente insuficiente para la tarea, de modo que debió ser
complementada con aparatos de entrenamiento, completamente inadecuados para la
tarea, o modelos de combate, como el “Heinkel He-111”, que debió ser apartado
de sus importantes misiones de bombardeo, para llevar suministros hasta el
frente.
Cuando Hitler ordenó al 6º Ejército conservar su posición a toda costa,
prometió que 100 aviones llevarían pertrechos diariamente hasta el “kessel”. Durante
la primera semana, sin embargo, no se llegó ni siquiera a treinta vuelos
diarios. Sólo en un día, el 24 de noviembre, los accidentes y el fuego enemigo
destruyeron veintidós aviones de carga. En vez de las 300 toneladas diarias
prometidas, los aviones apenas llevaban 350 toneladas a la semana, cuyas tres
cuartas partes correspondían a combustible, de modo que los hombres empezaron
pronto a sufrir las consecuencias del hambre. El problema de los suministros ya
era grave, antes de la contraofensiva soviética y habría sido un inconveniente
difícil de salvar, en el improbable caso de que los generales alemanes se
hubieran atrevido a desobedecer a Hitler y se arriesgaran a ordenar una
retirada sin su consentimiento. De todos modos, no hay evidencia de que Paulus
o alguien más haya dejado de ordenar la retirada por otra cosa que no fuera
seguir las órdenes de su amo.
Al momento de producirse el cerco sobre el 6º Ejército, el Comandante en
Jefe de la “Luftwaffe”, Hermann Göring, quiso lucirse con Hitler, convocando a
sus oficiales de transporte, para planificar el aprovisionamiento aéreo del 6º
Ejército. A pesar de que los sitiados determinaron la necesidad de 700
toneladas diarias, el fantoche Göring, sin explicaciones, bajó la estimación a
500 toneladas. Sus oficiales, más responsables que él, llegaron a la conclusión
de que el máximo posible eran 350 toneladas diarias y por un corto período.
Göring, que había sido un gran piloto de combate en la guerra anterior, pero
que se había convertido en un amante de la buena vida y hacía poco por mandar
su aviación, aseguró a Hitler, en un acto de increíble irresponsabilidad, que
sus aviones podrían mantener al 6º Ejército abastecido desde el aire.
Tranquilizado por la fanfarronada de Göring, Hitler, apenas cerrada la
trampa soviética sobre las fuerzas de Paulus, había ordenado que el frente del
Volga debía sostenerse, “fueran cuales fueren las circunstancias”, basado en una
vaga noción de la fuerza de voluntad del soldado alemán y en su propio orgullo
personal, que se vería muy maltratado, si ordenaba retirar sus tropas, luego de
haberse jactado tantas veces de estar a las puertas de la “ciudad de Stalin”.
Por supuesto, ninguno de esos dos factores tenía relación con la estrategia o
con las necesidades estratégicas de una guerra que empezaba a estar perdida
para el “III Reich”.
Abajo, un avión de transporte “Junkers Ju-52” sobrevuela tropas alemanas,
que hacen avanzar penosamente por la nieve un trineo tirado por un famélico
caballo.
Imagen tomada http://c8.alamy.com/comp/CPWNNX/german-junkers-ju-52-3m-approaching-stalingrad-in-late-1942-CPWNNX.jpg
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