domingo, 24 de septiembre de 2017

Hace 100 años - 24 de septiembre de 1917 - Primera Guerra Mundial - “Menin Road Ridge”

Hace 100 años
24 de septiembre de 1917
Primera Guerra Mundial

“Menin Road Ridge”

Entre el 20 y el 25 de Septiembre de 1917, se libra la Batalla del Camino de Menin, en el marco más amplio de la Tercera Batalla de Ypres, que marcó el ritmo de la segunda mitad de 1917 en el Frente Occidental y que, conocida también como Batalla de Passchendaele, se había estado desarrollando desde el 31 de julio, con momentos de gran intensidad, alternados con períodos de relativa calma. Hasta septiembre, el mando de las tropas británicas había estado a cargo del general Hubert Gough, de desempeño mediocre. Gough, a pesar de montar dos grandes operaciones ofensivas, no consiguió romper las defensas en profundidad, que los alemanes habían conseguido perfeccionar mucho. Las tropas alemanas defendían sus primeras líneas sólo ligeramente y eventualmente las abandonaban, si la presión de los atacantes era demasiada. Detrás de la primera línea, puntos fortificados alemanes se encargaban de demorar avances profundos de las tropas atacantes. Cuando los británicos y franceses ya estaban lo bastante desorganizados, intentado tomar la segunda línea, mejor defendida que la primera, los alemanes lanzaban contraataques con tropas especialmente entrenadas (las divisiones “eingreif”, “de intervención”), que eran mantenidas en retaguardia, lejos de las bombas de artillería enemiga, hasta que su presencia era requerida.

Durante 1917, fue común que muchas ofensivas británicas y francesas conquistaran la primera línea de trincheras alemanas, pero fallaran en su intento de tomar la segunda y fueran finalmente expulsados del terreno ganado, por los contraataques alemanes, que devolvían todo al estado en que estaba antes de las batallas. El general Herbert Plumer, que reemplazó a Gough en septiembre, propuso una nueva táctica, llamada “morder y retener” (“bit and hold”). Plumer planeaba concentrar masivo fuego de artillería en una fracción pequeña del frente alemán y luego atacarla con suficiente infantería para capturarla. Las tropas recibirían la orden de detenerse, una vez que avanzaran unos 1.000 o 1.500 dentro del dispositivo alemán. En este punto, habrían barrido la primera línea alemana y tal vez algunos búnkeres tras la primera trinchera. A diferencia de lo ocurrido antes, las tropas atacantes ahora se fortificarían, en vez de intentar seguir avanzando hacia la segunda línea, de modo que, cuando las tropas “eingreif” contraatacaran, en vez de encontrar una masa desorganizada de tropas exhaustas, al límite de sus posibilidades de avance, serían recibidas por una bien organizada línea defensiva.

Plumer recibió autorización para ensayar su táctica y tres semanas para preparar el ataque, que se inició a las 5.40 de la madrugada del 20 de septiembre, con “andanadas de arrastre” (“creeping barrage”) de la artillería, cuyo propósito era proteger el avance de la infantería con fuego artillero estrecho y no dar tiempo a los defensores de volver a sus trincheras, en caso de que las hayan dejado, para evitar el fuego artillero. Detrás de la cortina de artillería, Plumer envió dos divisiones australianas y dos divisiones británicas.

La táctica fue un rotundo éxito. Casi todos los objetivos de Plumer fueron capturados en el primer día. Los contraataques alemanes del segundo y tercer día de la batalla fueron rechazados. Siguieron dos días de relativa calma, que los británicos aprovecharon para relevar a las divisiones que había sufrido mayores bajas. El 25 de septiembre, un nuevo contraataque alemán fue rechazado, causando graves bajas a los germanos, que lamentaron más de 25.000 muertos, heridos, desaparecidos y prisioneros. Las unidades de la “Commonwealth”, en tanto, sufrieron menos bajas, a pesar de ser la parte atacante, lamentando poco más de 20.000 pérdidas. Era una victoria rotunda, como pocas, para los generales del Imperio Británico.

La táctica de Plumer causó gran preocupación entre los generales alemanes. Su elaborado sistema defensivo, que tanto tiempo les había costado levantar, había sido usado en su contra por el enemigo. Con la debida preparación, los británicos probaron que podían arrebatar una parte de sus defensas a los alemanes, sin ser desalojados a las pocas horas o días. Plumer repitió su éxito nuevamente, a fines de septiembre y a comienzos de octubre, hasta que las lluvias más intensas del otoño boreal obligaron a disminuir las operaciones ofensivas.

Abajo, un puesto de atención de heridos británicos, improvisado en el campo de batalla de Menin Road.




Hace 75 años - 24 de septiembre de 1942 - Segunda Guerra Mundial - Stalingrado: “el tiempo es sangre”

Hace 75 años
24 de septiembre de 1942
Segunda Guerra Mundial

Stalingrado: “el tiempo es sangre”

El 18 de septiembre de 1942, los comandantes alemanes de las distintas ramas reciben órdenes de Heinrich Himmler, el siniestro jefe de las “SS”, apenas menos poderoso que el propio “Führer”. A partir de este momento, las “SS” pasan a tener control jurisdiccional sobre todos los prisioneros rusos, polacos, ucranianos, judíos y gitanos. Al mismo tiempo, se disponía que todos los prisioneros del sistema concentracionario, capaces de trabajar, debían ser transferidos a campos de trabajos forzados. Una carta fechada ese mismo día, dirigida al papa Pío XII, firmada por el cardenal Giovanni Battista Montini, futuro papa Pablo VI, subrayaba que “la masacre de los judíos alcanza formas y proporciones aterradoras.” Envalentonados con lo que parece ser una posición militar inexpugnable, los jerarcas del Partido Nazi están implementando los horrores de su “Nuevo Orden”, donde los elegidos de la “Raza Superior”, deberán tener a su servicio a los “subhumanos” de las “razas inferiores”, si es que se les concede la gracia de la supervivencia. Aunque Hitler y sus cómplices no lo sabían, afortunadamente para Europa y el mundo, su “Nuevo Orden” estaba, de hecho, empezando a ser derrotado.

El 18 de septiembre de 1942, los soviéticos atacan con el 1er Ejército de Guardias y con el 24º Ejército, en Kotublan, 40 kilómetros al norte de Stalingrado, para intentar aliviar la presión sobre los defensores de la ciudad. La ofensiva soviética fracasa por la intervención de la “Luftwaffe”. Los “Stuka” destruyen casi la mitad de los tanques soviéticos, mientras que los ágiles “Messerschmitt Bf-109”, destruyen 77 aviones soviéticos en el aire y en tierra. Sobre el terreno, el XIV Cuerpo Panzer contraataca al día siguiente y empuja a los soviéticos, que han recibido el refuerzo del 66º Ejército. Los soviéticos tienen muchos más hombres, más cañones, más tanques y más aviones, pero no tienen el entrenamiento, ni la determinación de los alemanes. No todavía.

En la ciudad defendida por los soviéticos, la lucha prosigue, casa por casa y, a veces, piso por piso. El Ejército Rojo intenta mantener el flujo de refuerzos y suministros desde la ribera oriental del Volga, hacia el centro de Stalingrado, mientras los alemanes intentan conquistar las ruinas de la ciudad y algunos puntos especialmente estratégicos, como la colina de Mamáyev Kurgán, que controla los pasos del Volga y desde donde los alemanes podrían obstaculizar todo el tráfico con su artillería, si llegan a conquistarla. Para el 22, el 6º Ejército Alemán ha cortado en dos a los defensores del 62º Ejército Soviético y controlan casi todo el sur de la ciudad. Sin embargo, para muchos generales alemanes, la costosa lucha por Stalingrado es una sangrienta pérdida de tiempo, recursos y hombres que Alemania no tiene capacidad de reemplazar. El 24 de septiembre, Hitler protagoniza un violento altercado con el Jefe del Estado Mayor del Ejército, general Franz Halder, que atribuye la lentitud del avance a las intromisiones del tirano en la conducción estratégica de la campaña. Al término de la reunión, Halder había sido destituido y reemplazado por el general Kurt Zeitzler, un oficial competente, pero incapaz de contradecir a Hitler. Al término de su violenta reunión con Halder, éste anotaba que la mayor preocupación de Hitler era “adoctrinar al estado mayor general en una creencia fanática en la Idea”. Lo que ocurría en el campo de batalla parecía preocuparle cada vez menos.

Desde el 12 de septiembre, el 62º Ejército Soviético, encargado de retener Stalingrado, tiene un nuevo comandante: el general Vasili Chuikov, competente, sin ser brillante y, sobre todo, despiadado y determinado. Cuando Nikita Jruschchov, entonces enviado de Stalin a la ciudad, le preguntó su misión, Chuikov se limitó a responder: “vamos a defender la ciudad o morir en el intento.” Jruschchov se sintió complacido de que el nuevo comandante hubiera entendido para qué se le había designado. “El tiempo es sangre”, se dice que dijo más tarde el nuevo comandante soviético, para expresar que la única manera de resistir la arremetida alemana era con las vidas de sus hombres.

La situación estratégica era muy peligrosa en septiembre de 1942 para Chuikov. Además, al igual que en todas las unidades del Ejército Rojo, eran miles los soldados que se negaban a dejarse matar por Stalin y el comunismo, de modo que desertaban o se rendían a la primera oportunidad. Muchos oficiales habían empezado a cruzar hacia la orilla oriental del Volga, dejando a sus hombres abandonados a su suerte. Una de las primeras medidas del nuevo jefe fue ordenar que tropas especiales de la NKVD (la policía de represión política de Stalin) tomaran control de los embarcaderos y muelles del río. Los desertores, sin importar su rango, serían ejecutados sumarísimamente.

La misma guerra, sin embargo, había ido generando un recambio de nuevos oficiales, comprometidos con la victoria, especialmente luego de enterarse de las atrocidades de los alemanes contra los civiles de las zonas ocupadas y el bárbaro tratamiento dispensado a los prisioneros de guerra soviéticos, que murieron por millones en el terrible invierno de 1941-1942. Uno de estos nuevos jefes, además de Chuikov, era el general Alexander Rodimtsev, comandante de la 13ª División de Guardias, oficial intrépido, con largo historial de combate, que se remontaba a la Guerra Civil Española. Cuando se libró la Batalla de Guadalajara, en 1937, Rodimtsev había sido un asesor militar clave de los Republicanos, que consiguieron entonces una de las pocas victorias indiscutidas de la guerra, al rechazar el intento de los Nacionales de capturar Madrid. Sus tropas lo idolatraban. En sus primeras veinticuatro horas en Stalingrado, la 13ª División de Guardias sufrió un 30 por ciento de bajas. Los testimonios de los sobrevivientes apuntan a que su valentía fluía, en gran parte, de ejemplo de Rodimtsev. Sólo 320, de los 10.000 hombres de la división llegados a la batalla, estaban vivos cuando terminó, en febrero de 1943.

La llegada del otoño causó una inmediata baja en la temperatura. Los soldados empezaron a usar prendas de lana debajo de sus uniformes que, en muchos casos, estaban tan deteriorados, que debían ser complementados con partes de uniformes arrebatados a los rusos. Muchos alemanes presentían que podrían pasar otro invierno en Rusia. La victoria, tan anunciada por Hitler, tampoco llegaría en 1942.

La aviación seguía siendo una de las mayores ventajas de los alemanes. A pesar de que la Fuerza Aérea Soviética siempre tuvo más aviones que los alemanes, el desempeño de sus pilotos era mediocre y, en muchos casos, poco arrojado. Era frecuente que incluso los pilotos de caza soviéticos rehuyeran el combate, sobre todo, si se encontraban con algunos de los “ases” alemanes más reconocidos. Pero la “Luftwaffe” debía extremar sus recursos para mantener el “momentum” de la ofensiva alemana. En un registro del 19 de septiembre de 1942, un piloto alemán de bombarderos calculó que, desde junio de 1942, había volado 228 misiones, más que las realizadas en los tres años anteriores en conjunto, sobre Polonia, Francia, Inglaterra y la URSS. No obstante su heroísmo, las incursiones aéreas eran contraproducentes, al aumentar el caos de ruinas de una ciudad ya destruida, ideal para la guerra irregular, de emboscadas y trampas, que los soviéticos aplicaban a los alemanes.

Abajo, tropas de artillería antiaérea de la aviación germana aseguran una posición en medio del paisaje apocalíptico de lo que una vez fue un barrio residencial de Stalingrado. En primer plano, el oficial que porta la subametralladora “MP-40”, identificado como teniente de la reserva Helmut Wilhelm Schnatz, se las arregla para mantener la compostura y conservar incluso la corbata de su uniforme en su lugar, a pesar del caos que reina en todas partes.




domingo, 10 de septiembre de 2017

Hace 100 años - 10 de septiembre de 1917 - Primera Guerra Mundial - El golpe del general Kornilov

Hace 100 años
10 de septiembre de 1917
Primera Guerra Mundial

El golpe del general Kornilov

Los sucesos que condujeron al intento de golpe de Estado en Rusia en septiembre de 1917, nunca han sido del todo aclarados. Lo que resulta claro es que, durante varios días, el entonces Comandante en Jefe del Ejército, general Lavr Kornilov, estuvo reuniendo tropas y apoyo financiero para ocupar Petrogrado y, según su versión, restaurar el orden perdido. Después de que el golpe fracasó, Kornilov alegó que había actuado bajo instrucciones del Primer Ministro, Alexander Kerensky; éste, por su parte, lo acusó de intentar una contrarrevolución y de querer convertirse en dictador. Las fuentes nunca han podido dar un veredicto sobre cuál de los dos hombres decía la verdad. Lo que sí quedó claro después de la intentona golpista fue la peligrosa debilidad del Gobierno Provisional Ruso, instalado luego de la abdicación del Zar, en febrero de 1917; debilidad de la que tomaron buena nota los bolcheviques, bajo el despiadado liderazgo de Vladimir Ilich Ulianov, llamado “Lenin”.

Hijo de un oficial cosaco, Kornilov llevaba la milicia en la sangre y se enroló muy joven en el Ejército del Zar. Luchó con distinción en la Guerra Ruso-Japonesa de 1905, así como en la Gran Guerra. No se sabe mucho de su pensamiento político, aunque debe haber sido un leal súbdito del Zar, como la mayoría de los oficiales imperiales. Por otro lado, muchos en el alto mando, a comienzos de 1917, habían llegado a la convicción de que Nicolás II era un obstáculo para la gran movilización nacional, necesaria para derrotar a los alemanes y austrohúngaros. Si eso significaba acabar permanentemente con la monarquía o simplemente reemplazar al Zar con otro Romanov, es algo que el Ejército Ruso no tuvo oportunidad de manifestar firmemente, aunque ninguno se movió con decisión para mantener a Nicolás en su trono. En todo caso, como la mayoría de los oficiales militares y navales, Kornilov despreciaba el socialismo y pensaba que el Soviet de Petrogrado no era otra cosa que una organización mafiosa liderada por Lenin, un agente encubierto de los alemanes, pagado por Berlín para destruir Rusia desde dentro. Era, en suma, una figura típica del viejo orden, pero era un buen general, algo que Kerensky necesitaba desesperadamente, luego de la desastrosa ofensiva de Galitzia, en el verano de 1917, y tras el alejamiento del general Alexei Brusilov.

Cuando se desempeñaba como comandante de la guarnición de Petrogrado, Kornilov había tenido sus primeros encontrones con Kerensky. En abril de 1917, violentas manifestaciones contra la guerra estallaron en las calles de la capital. Kerensky, presionado por los líderes del Soviet, rehusó a sacar los cosacos a la calle, como pedía el general. Éste, un tradicional jefe de tropas, partidario de responder con fuerza a la fuerza, despreció la debilidad del Jefe de Gobierno, renunció a su puesto en Petrogrado y solicitó su traslado al frente. Una vez de vuelta en el campo de batalla, Kornilov insistió varias veces en la necesidad de reestablecer la pena de muerte como castigo a las ofensas en el frente de guerra. Kornilov pensaba que, sin la amenaza de un pelotón de fusilamiento, era imposible lidiar con la deserción y evitar la fraternización con el enemigo. A mediados de julio, con la fuerte oposición del Soviet de Petrogrado, Kerensky cedió ante la insistencia del general y autorizó las ejecuciones sumarias.

El 19 de julio de 1917, Kornilov fue nombrado Comandante en Jefe por el Gobierno Provisional de Kerensky. Apenas dos días después, el general propuso al gobierno un plan de reformas, que incluía restaurar la autoridad de los oficiales y la limitación del poder de los comisarios; prohibición de las asambleas de soldados, censura de la prensa en el frente y disolución de las unidades militares más contaminadas con ideas revolucionarias. El plan nunca fue implementado, pero tampoco rechazado abiertamente por el Gobierno, consciente del estado de descomposición del Ejército, pero temeroso de la reacción de los Soviets.

Unidos, es posible que Kerensky y Kornilov, sin saberlo, hayan sido la última oportunidad de salvar a Rusia de la horrible tiranía marxista que se avecinaba. Sin embargo, el quiebre definitivo entre ambos llegó en agosto de 1917, en un episodio que ha llevado a numerosas interpretaciones, ninguna de ellas plenamente apoyada por evidencia firme. Ese mes, el día 12, ambos asistieron a la Conferencia Estatal de Moscú, una reunión convocada por Kerensky para afirmar su debilitada posición entre los distintos grupos políticos. Paralelamente Kornilov sostuvo reuniones discretas con algunos líderes de diversos sectores, sobre la necesidad de reafirmar la autoridad del Gobierno y aplastar el socialismo. El general se reunió con algunos magnates rusos, para conseguir apoyo financiero en orden a ocupar Petrogrado con sus tropas. Declarando que tenía el apoyo de Kerensky, afirmó que su plan era marchar sobre la capital, arrestar a los bolcheviques, disolver el Soviet y restaurar el orden. El general también se comprometió a respetar lo que decidiera una futura Asamblea Constituyente. Según las notas tomadas por uno de los asistentes, el general declaró que no le importaba si Rusia era una monarquía o una república, en tanto hubiere orden y autoridad firme en el país y en el Ejército.

Seguramente Kerensky tenía deseos de deshacerse del Soviet de Petrogrado, pero no debe haber tenido tanta confianza en Kornilov, como para llamarlo a instalarse en la capital con sus tropas. Cuando le llegaron los rumores, Kerensky pidió cuentas a su general con un telegrama, cuya respuesta no satisfizo al Jefe de Gobierno. Kerensky denunció el golpe de Estado y destituyó a Kornilov el 9 de septiembre, que se negó a ser relevado y declaró abiertamente su rebeldía contra el Poder Ejecutivo. Sin saber cuántas tropas tenía Kornilov, Kerensky pidió la ayuda del Soviet de Petrogrado y sus Guardias Rojos, admitiendo que, de hecho, el Gobierno Provisional no contaba con los medios propios para mantenerse en el poder, si alguien quería arrebatárselo por la fuerza. Mientras tanto, el Gobierno repartió armas entre los bolcheviques y consintió la liberación de muchos agitadores bolcheviques, incluyendo al siniestro Lev Davidovich Bronstein, apodado “Trotsky”.

Los agitadores enviados por el Soviet infiltraron las tropas de Kornilov, que se negaron a avanzar contra el gobierno, una vez que supieron lo que pasaba. Para el 14 de septiembre, Kornilov tuvo que rendirse y fue arrestado, aunque tuvo oportunidad de sobrevivir hasta la Guerra Civil y luchar contra los bolcheviques nuevamente. Kerensky mantuvo su cargo, por el momento, y hasta hizo la jugada de proclamar abiertamente la República, el mismo día en que Kornilov era arrestado. No obstante, la posición del Primer Ministro quedaba muy comprometida. Mientras los conservadores lo consideraban un traidor, que había entregado al general Kornilov al Soviet de Petrogrado, los izquierdistas más radicalizados del Soviet sospechaban que Kerensky había estado de acuerdo con el golpe, al menos, al comienzo. Al pedir la ayuda del Soviet, Kerensky mostraba al mundo que era en los Soviets donde radicaba el real poder en la Rusia revolucionaria.

En la fotografía, el general Kornilov seguido por sus oficiales.




Hace 75 años - 10 de septiembre de 1942 - Segunda Guerra Mundial - Los afanes de Stalingrado

Hace 75 años
10 de septiembre de 1942
Segunda Guerra Mundial

Los afanes de Stalingrado

En el Pacífico, Japón y los Aliados sostienen dura lucha en la Papúa Australiana. El 4 de septiembre, los japoneses detienen el ataque australiano en el sector de Goroni, cerca de Milne Bay. Tierra adentro, en el Sendero de Kokoda, los japoneses rompen las líneas australianas en Myola Ridge. El 6 de septiembre, los australianos atacan la cabeza de playa japonesa en Waga Waga, cerca de Milne Bay, ignorantes de que los japoneses ya habían comenzado a evacuarla.

Hasta el Sendero de Kokoda, que es el otro campo de batalla principal en Papúa, llega el 2/27º Batallón Australiano a reforzar a sus camaradas, que han sufrido fuertes bajas en los últimos días. A pocas horas, los australianos tuvieron que trabar dura lucha con efectivos del 144º Regimiento del Ejército Japonés, apoyados por artillería de montaña. Para el 8 de septiembre, los japoneses logran flanquear y rodear tres batallones australianos, que deben retirarse, para evitar su destrucción, desde Efogi hasta Menari, siguiendo el sendero. El avance japonés es detenido momentáneamente, gracias al apoyo de aviones estadounidenses. Mientras se detiene el avance japonés, desembarca en Port Moresby la 25ª Brigada de Infantería Australiana, para reforzar a sus golpeados camaradas. La situación en Nueva Guinea es muy seria para los Aliados y el general Douglas MacArthur debe pedir urgente ayuda en refuerzos y suministros a Washington.

En Guadalcanal, la lucha está llena de avances y reveses para ambos bandos. El 4 de septiembre de 1942, los japoneses logran desembarcar 1.000 soldados en la isla, desde tres destructores. Pero, el mismo día, sufren el hundimiento de varias barcazas, en que llevaban equipo pesado y artillería. Los hundimientos son causados por aviones basados en Henderson Field, el aeródromo que empezaron a construir los japoneses, antes de que los “marines” llegaran hasta la isla, algunas semanas atrás. Al comienzo, parece que el alto mando japonés no se dio cuenta de lo importante que podía ser esa pequeña pista de aterrizaje para amenazar Australia y tampoco se percató de los problemas que le causaría a su flota, si lo usaban aviones de los Aliados. En efecto, al poseer un aeródromo en el corazón del campo de batalla, las aviaciones aliadas tenían mucha libertad para operar y establecieron supremacía aérea sobre los japoneses.

En la madrugada del 5 de septiembre, los destructores japoneses “Yudachi”, “Hatsuyuki” y “Murakumo” bombardearon la pista de Henderson Field, luego de desembarcar tropas. Mientras los japoneses bombardeaban, un patrullero estadounidense “Catalina” sobrevoló el campo de batalla y dejó caer algunas bengalas para iluminar. Sin embargo, la luz fue aprovechada por los japoneses, que hundieron rápidamente los destructores norteamericanos “USS George” y “USS Little”.

El 9 de septiembre de 1942, se produce el único ataque aéreo sobre territorio continental de Estados Unidos. Tras esperar un tiempo sumergido, el submarino japonés “I-25” lanzó su avión de reconocimiento “E14Y”, pilotado por el sargento Nobuo Fujita y el tripulante Shoji Okuda. El aparato dejó caer dos bombas incendiarias en un bosque cerca de Brookings, Oregon, alrededor de las 6.00 de la madrugada, quizás con la intención de provocar un gran incendio forestal o sólo para demostrar que los aviadores japoneses podían atacar el territorio americano de Estados Unidos. Mientras regresaba al submarino, el avión japonés detectó dos mercantes estadounidenses. Tras recuperar a sus pilotos, el “I-25” intentó cazar a los mercantes, pero fue detectado por la aviación norteamericana y tuvo que escapar sumergido.

En el Frente Oriental, los soviéticos intentan equilibrar las cosas. En el norte, las tropas del Frente de Volkhov llegan a unos 6 kilómetros del punto en que podrían romper el cerco alemán de Leningrado, pero su ofensiva empieza a desorganizarse. El 10 de septiembre, las tropas soviéticas cercadas en Leningrado intentan romper el cerco desde dentro, pero también fracasan. En el sur, dos ejércitos soviéticos, el 24º y el 66º, se lanzan contra el XIV Cuerpo Panzer en Stalingrado. Para el mediodía, los soviéticos habían perdido una cuarta parte de sus tanques, en gran parte, debido a la acción devastadora de la “Luftwaffe”. Al día siguiente, 7 de septiembre, los “panzerkampwagen” del XIV Cuerpo reanudan su avance hacia el Volga, atravesando las ruinas de la ciudad.

No fue sino hasta fines de agosto, que el pueblo alemán se enteró de que Stalingrado era un objetivo militar. Hitler nunca había permitido que sus tropas se enfrascaran en una lucha callejera para tomar Moscú o Leningrado, pero decidió de pronto que Stalingrado debía ser tomada al asalto. Para el 7 de septiembre de 1942, el avance sobre el Cáucaso, objetivo primordial de la campaña, enfrentaba severas dificultades, en parte, porque la resistencia soviética se estaba haciendo más dura; pero también por las intervenciones de Hitler, que entorpecían la labor de sus comandantes. El “Führer” había declarado, al comienzo de la campaña de verano de 1942, que debía poner fin a la guerra si no capturaba el petróleo del Cáucaso. Posiblemente Hitler ya sabía que sería imposible conquistar los pozos petroleros y que, en general, la guerra en el Este no sería ganada en este segundo intento de 1942. Pero no estaba dispuesto a admitir su fracaso. El Volga estaba bloqueado para la logística del Ejército Rojo y las fábricas de armamento habían sido destruidas en Stalingrado, es decir, los dos objetivos del ala norte de la ofensiva estaban cumplidos; pero el megalómano tirano ordenaba conquistar, a cualquier precio, la ciudad que llevaba el nombre de su odiado rival y colega. El viejo jugador, que había ganado tantas apuestas en el Ruhr, en Checoslovaquia, en Polonia y en Francia, volvía a jugar a la ruleta en Stalingrado, buscando una victoria simbólica, como compensación al fracaso estratégico, como si esa inyección moral pudiera dar la victoria a los alemanes y hundir a los soviéticos.

Sobre el terreno, los alemanes avanzaban, pero muchas de las habilidades de estas tropas veteranas, que habían conquistado toda Europa en rápidas marchas, se desperdiciaban en una horrenda lucha callejera, en un paisaje de ruinas humeantes y fierros retorcidos, creado por los bombarderos alemanes. Los soviéticos todavía tenían problemas graves de moral entre sus tropas, al punto de que la “Stavka”, el cuartel general soviético, había tenido que repetir la orden “Ni un paso atrás”, del verano de 1941. Pero, a medida que los soviéticos se enteraban de los abusos de los alemanes en las zonas ocupadas y también a medida que los oficiales inexpertos, rápidamente promovidos por la muerte de sus superiores, se convertían en jefes más experimentados, la resistencia se hizo más dura. El historiador Antony Beevor relata que, el 8 de septiembre de 1942, una foto en el “Stalinskoe Znamia”, el periódico del frente de Stalingrado, mostraba a una joven aterrorizada atada de pies y manos. “¿Qué pasa si los fascistas atan así a tu amada? Primero la violarán descaradamente —decía el pie de foto—, luego la tirarán bajo un tanque. Avanza guerrero. Dispara al enemigo. Tu deber es impedir que el violador viole a tu chica.” Toda herramienta de propaganda servía para evitar que la URSS colapsara en lo que parecía ser la batalla decisiva del Frente Oriental y, tal vez, de toda la guerra.

Abajo, un tanque pesado soviético “KV-1”, con las ruinas de Stalingrado al fondo. Todavía, a fines del verano de 1942, la fuerza de tanques del Ejército Rojo era muy superior cualitativamente y cuantitativamente a las divisiones “Panzer” alemanas, que habían podido derrotarlas gracias a que sus tripulaciones estaban mejor entrenadas y mejor motivadas. Incluso con las grandes pérdidas de 1941, los soviéticos contaban todavía con miles de sus excelentes modelos de tanques, “KV-1” y “T-34”. Además habían estado recibiendo miles de tanques de fabricación británica y estadounidense, que se habían probado capaces de vencer a los alemanes, si eran bien empleados por sus comandantes. En cuanto al KV-1, Beevor reproduce las impresiones de un oficial alemán de tropas acorazadas, registradas en julio de 1942. “Tenían un alcance mayor –explicaba el oficial—. No podíamos atacarlos a campo abierto. De modo que, como los buques en el mar, retrocedí con mis tanques fuera de su alcance, hice un amplio desvío, y los ataqué desde atrás». Los pesados tanques rusos se dispersaron, excepto uno que había perdido una oruga; se le había encallado la manivela de dirección, de modo que la torreta no pudo girar. “Nos pusimos en fila detrás de él —proseguía el oficial alemán—, y comenzamos a disparar. Contábamos los disparos contra el tanque, pero ninguno penetró en su blindaje. Entonces vimos que la escotilla del tanque se movía. Entendí que querían rendirse, así que por radio ordené a mi compañía el cese del fuego.” Los rusos entonces abrieron la escotilla, temblorosos y ensordecidos, pero ni siquiera uno estaba herido. “Era deprimente darnos cuenta de cuán inferiores eran los cañones de nuestros tanques”.




lunes, 4 de septiembre de 2017

Hace 100 años - 3 de septiembre de 1917 - Primera Guerra Mundial - La Batalla de Jugla

Hace 100 años
3 de septiembre de 1917
Primera Guerra Mundial

La Batalla de Jugla

Entre el 1 y el 3 de septiembre de 1917, se  libra la Batalla de Jugla, en el territorio de la actual Letonia, en ese entonces, parte de Rusia. A fines de agosto, el 8º Ejército Alemán, al mando del general Oskar von Hutier, estaba listo para asaltar Riga, la capital de Letonia. Las tropas defensoras del 12º Ejército Ruso tenían como objetivo demorar todo lo posible el avance alemán, para permitir una retirada ordenada a las tropas estacionadas en la ciudad y evitar que fueran del todo destruidas. La batalla se luchó en la ribera del río Jugla, de ahí su nombre.

El alto mando alemán planificaba forzar el cruce el río Dugava y rápidamente avanzar hacia Riga, capturando la importante ciudad y forzando la rendición del 12º Ejército Ruso. Otro resultado buscado por los alemanes era fortalecer su línea del frente, para poder trasladar más tropas desde el Frente Oriental hacia Francia, conscientes de que Alemania tenía poco que temer de la Rusia revolucionaria y que la guerra se decidiría en los campos de Flandes.

En la madrugada del 1 de septiembre de 1917, 1.156 piezas de artillería alemana abrieron fuego sobre las posiciones rusas, que apenas contaban con 66 cañones para defender todo el frente. El bombardeo alemán se prolongó por tres horas, forzando la retirada de la 186ª División rusa, permitiendo a los alemanes construir tres pontones sobre el Dugava e iniciar el asalto a la orilla opuesta. El comandante del 12º Ejército Ruso, general Dimitri Parsky, ordenó un contraataque con cuatro divisiones rusas, apoyadas por la 2ª Brigada de Fusileros Letones, que tendría destacada participación en la lucha.

Las tropas letonas llegaron en la tarde del 1 de septiembre cerca de las cabezas puente alemanas. El 2 de septiembre, tras intenso apoyo de artillería, los alemanes atacaron las tropas letonas. A lo largo de un frente de 14 kilómetros, se desató una intensa lucha, en que los alemanes se sirvieron del apoyo de su aviación, lanzallamas y gas venenoso, además de su abundante artillería. A pesar de estar en franca desventaja, los fusileros letones se las arreglaron para detener el avance alemán durante 26 horas. La hidalguía de los fusileros de la 2ª Brigada Letona permitió a los restos del 12º Ejército y a la 1ª Brigada Letona retirarse con relativa calma desde Riga.

Al día siguiente, 3 de septiembre, los hombres de la 2ª Brigada de Fusileros recibió órdenes de retirarse, no sin sufrir fuertes bajas. Hubo regimientos que perdieron hasta la mitad de sus efectivos. Riga, una de las ciudades más importantes del antiguo Imperio Ruso, había sido conquistada por los alemanes. Sin embargo, gran parte del 12º Ejército Ruso había podido retirarse a salvo y todavía contaba como fuerza combativa, a pesar del desastre revolucionario que carcomía al país y a todas sus instituciones, incluyendo al Ejército. Los alemanes tendrían que seguir manteniendo tropas en Rusia y finalizarían el año obligados a mantener una guerra en dos frentes.

En la fotografía, el Káiser Guillermo II pasa revista a sus tropas en Riga, tras su captura en septiembre de 1917. Nótese que el Káiser y sus generales lucen el “Pickelhaube”, ese tradicional caso militar prusiano pinchudo, que tan popular fue entre tantos ejércitos del mundo, desde fines del siglo XIX. A pesar de su indudable prestancia y de estar asociado con las grandes victorias prusianas decimonónicas, el casco puntiagudo era poco cómodo en combate y fue gradualmente reemplazado por el más práctico “Stahlhelm” (“casco de acero”), que lucen las tropas que rinden honores a su emperador y que, hacía pocos días, habían pasado la dura prueba de enfrentar a los fusileros letones. Éstos, por su parte, todavía tenían por delante un azaroso futuro en lo que quedaba de Guerra Mundial y en lo que sería la Guerra Civil Rusa (noviembre 1917 – octubre 1922).




Hace 75 años - 3 de septiembre de 1942 - Segunda Guerra Mundial - Caso Azul

Hace 75 años
3 de septiembre de 1942
Segunda Guerra Mundial

Caso Azul

En el teatro de operaciones del Pacífico, la lucha más dura se libra en Nueva Guinea y en las Salomón, especialmente en Guadalcanal. Al amanecer del 28 de agosto, los japoneses atacaron en el aún incompleto aeródromo de Turnbull, cerca de Milne Bay, en la costa de la Papúa Australiana. Los nipones no se preocuparon por quedar expuestos a los cazas “Kittyhawk” y al fuego de armas ligeras, desde buenas posiciones defensivas, sufriendo fuertes bajas. Esa misma tarde, 769 efectivos de las Fuerzas Especiales Navales de Desembarco de la Marina Japonesa, partieron desde Rabaul, para reforzar el ataque en Milne Bay. Tierra adentro, el 144º Regimiento del Ejército Imperial Japonés sorprendió al 39º Batallón Australiano en Isurava, forzándolo a retirarse el día 30.

En Guadalcanal, ambos bandos se concentrar en llevar refuerzos y suministros hasta la disputada isla. El 28 de agosto, los japoneses ejecutaron dos operaciones de refuerzo. Durante el día, sufrieron fuertes pérdidas, incluyendo el hundimiento de un destructor y las averías de otros dos, a causa de los aviones norteamericanos basados en la pista aérea de “Henderson Field”, en el mismo Guadalcanal. Por la noche, en cambio, otra flota japonesa tuvo éxito. Los acontecimientos del 28 de agosto de 1942 convencieron a los japoneses de la necesidad de reforzar sus tropas sólo de noche, para evitar a la aviación estadounidense, que ya dejaba sentir su dominio de los aires. Estas carreras nocturnas de aprovisionamiento serían bautizadas como “Tokyo Express” por los “marines” que luchaban en Guadalcanal.

El 30 de agosto, aviones japoneses sorprenden y hunden al destructor estadounidense “USS Colhoun” en el Estrecho de Savo, al norte de Guadalcanal. En la noche de ese mismo día, el “Tokyo Express” se anota un éxito, cuando consigue desembarcar 1.000 hombres en la isla. Al día siguiente, los japoneses usaron esas tropas en un nuevo ataque sobre “Henderson Field”, mientras los norteamericanos también se afanaban en llevar más refuerzos hasta el campo de batalla. El 31 de agosto, el submarino japonés “I-26” torpedeó al portaaviones estadounidense “USS Saratoga”, a unas 240 millas marinas al oeste del archipiélago de las Salomón. Aunque no hubo bajas, los daños dejaron al portaaviones fuera de acción durante tres meses.

En el Frente Oriental, el 29 de agosto de 1942, el 4º Ejército Panzer consigue romper las líneas soviéticas, 22 kilómetros al sur de Stalingrado. El 31 de agosto, los tanques de esta unidad llegaron hasta la línea del ferrocarril que une Stalingrado y Morozovsk, en las afueras de Stalingrado. El alto mando soviético, temeroso de que sus tropas fueran rodeadas y destruidas por los alemanes, retiraron a los Ejércitos 62º y 64º al interior de la ciudad. El 3 de septiembre, el 6º Ejército y el 4º Ejército Panzer toman contacto frente a Stalingrado, aunque no consiguen entrar en la ciudad de inmediato. Se iniciaba una durísima batalla de desgaste en que los alemanes, que casi no tenían reservas, llevaban todas las de perder.

Lo que se conocería como Batalla de Stalingrado por la posteridad no había sido contemplado en los planes iniciales de la ofensiva de verano alemana para 1942. Tras fracasar en el intento de liquidar a la URSS de un plumazo en el verano de 1941, Hitler ordenó el cumplimiento de tres grandes objetivos a la “Wehrmacht” en el Frente Oriental para 1942: el Grupo de Ejércitos Centro debía mantener sus posiciones y lanzar ataques de distracción; el Grupo de Ejércitos Norte debía capturar Leningrado y enlazar con los finlandeses; finalmente el Grupo de Ejércitos Sur tenía la principal misión y recibiría, por tanto, la gran mayoría de los refuerzos y los recursos del “Reich”: atacar a través de Ucrania y el sur de Rusia, para luego asegurar los yacimiento petrolíferos del Cáucaso.

El 1 de junio de 1942, en Poltava, Ucrania, Hitler expuso a sus generales que mandaban en el sur de la URSS lo que esperaba de ellos para el verano boreal de 1942 que se aproximaba. Estaban presentes el mariscal de campo Fedor von Bock, comandante del Grupo de Ejércitos; el general Paul von Kleist, comandante en jefe del 1er Ejército Panzer; el general Hermann Hoth, comandante del 4º Ejército Panzer, y el general Friedrich Paulus, a cargo del 6º Ejército. Durante la conferencia, apenas se mencionó Stalingrado. A pocos días de iniciarse la campaña, el propósito era asegurar el petróleo, que empezaba a hacerse muy escaso entre los alemanes. En la reunión, Hitler llegó a decir que, si no conquistaban Maikop y Grozny, los grandes centros petrolíferos del Cáucaso, debían poner fin a la guerra. En cuanto a Stalingrado, su conquista no era necesaria para la campaña y no se requería otra cosa que destruir las fábricas de armamento ubicadas en la ciudad y asegurar una posición defensiva en el gran río Volga, pero una lucha de asedio y calle por calle, como sería finalmente, no estaba contemplada.

La ofensiva alemana fue bautizada “Caso Azul” (“Fall Blau”) y constaría de dos etapas. En la primera parte de la ofensiva, se dirigiría hacia el Volga, lo más rápidamente posible, ojalá cortando la retirada a la mayor cantidad de fuerzas soviéticas. Una vez asegurado el flanco, el grueso de las fuerzas alemanas se lanzaría por el Don hacia el Caúcaso. La primera gran batalla tuvo lugar en Voronezh, que demoró más de lo planeado, debido a la resistencia soviética y a los constantes cambios de planes que llegaban desde el cuartel general de Hitler. Para julio, el “Führer” estaba muy nervioso por las demoras (que eran culpa suya, en gran parte) y ordenó que ambas fases fueran ejecutadas al mismo tiempo, contra el parecer de sus generales de campo, así como también de su Jefe de Estado Mayor, general Franz Halder. A menudo, Hitler ordenaba trasladar las formaciones Panzer, cuando estaban en medio de una batalla, pensando que ya estaba resuelta, quitando velocidad a sus ejércitos y malgastando, en largas marchas, el petróleo que irónicamente quería conquistar en primer lugar.

Antes de que acabara julio de 1942, Hitler ordenó ampliar aun más los objetivos de la operación, sin aportar nuevos refuerzos. El día 23 de ese mes, el tirano nazi llegó hasta su cuartel general de vanguardia en Vinnitsa, Ucrania, en medio de una ola de calor que llevó los termómetros hasta los 40º Celsius. El clima daba una idea de lo extremas que pueden ser las condiciones climáticas en una región del mundo que casi todas las personas asocian con el frío y la nieve. En su Directiva nº 45, reescribió “Caso Azul”. Según el megalómano estratega autodidacta, “sólo unas débiles fuerzas enemigas” habían escapado del cerco, de modo que se justificaba ampliar los objetivos de la campaña. El 6º Ejército de Paulus debía conquistar y ocupar Stalingrado. Ya no bastaba con destruir las fábricas y avanzar sobre el Volga. Posteriormente Paulus debía enviar grupos motorizados hasta el Mar Caspio, mientras que otras fuerzas, bajo el mando del mariscal List, debían conquistar toda la costa oriental del Mar Negro y todo el resto del Cáucaso. Hitler, que empezaba a desconectarse de la realidad, nada dijo de refuerzos o suministros para estos grandiosos proyectos.

Al momento de iniciarse la gran batalla en la ciudad que llevaba el nombre del tirano comunista, la lucha se había transformado en una sangrienta competencia de prestigio entre Stalin y su colega nazi. Stalin, tan despiadado como Hitler, pero aparentemente más astuto, se las arregló para decidir la suerte de la guerra a su favor en los meses siguientes y, sin duda, propinar a los alemanes la que, hasta el momento, sería su mayor derrota desde 1939.

Abajo, soldados alemanes usan como transporte un tanque medio “Panzer IV – G”, el modelo modificado con un cañón rápido de 75 milímetros. Con la versión “G”, los alemanes por fin tenían un tanque decente, capaz de medirse en igualdad de condiciones con los “T-34” y los “KV-1” soviéticos. Sin embargo, en 1942, todavía gran parte de las divisiones blindadas estaban armadas con modelos más anticuados, que demandaban toda la creatividad de sus tripulaciones para imponerse a los rusos, más numerosos y mejor armados.




17 de Septiembre de 1944. Hace 80 años. Operación Market Garden.

   El 6 de junio de 1944, los Aliados habían desembarcado con éxito en Normandía. En las semanas siguientes, a pesar de la feroz resistencia...