Hace 75 años
10 de septiembre de 1942
Segunda Guerra Mundial
Los afanes de Stalingrado
En el Pacífico, Japón y los Aliados sostienen dura lucha en la Papúa
Australiana. El 4 de septiembre, los japoneses detienen el ataque australiano
en el sector de Goroni, cerca de Milne Bay. Tierra adentro, en el Sendero de
Kokoda, los japoneses rompen las líneas australianas en Myola Ridge. El 6 de
septiembre, los australianos atacan la cabeza de playa japonesa en Waga Waga,
cerca de Milne Bay, ignorantes de que los japoneses ya habían comenzado a
evacuarla.
Hasta el Sendero de Kokoda, que es el otro campo de batalla principal en
Papúa, llega el 2/27º Batallón Australiano a reforzar a sus camaradas, que han
sufrido fuertes bajas en los últimos días. A pocas horas, los australianos
tuvieron que trabar dura lucha con efectivos del 144º Regimiento del Ejército
Japonés, apoyados por artillería de montaña. Para el 8 de septiembre, los
japoneses logran flanquear y rodear tres batallones australianos, que deben
retirarse, para evitar su destrucción, desde Efogi hasta Menari, siguiendo el
sendero. El avance japonés es detenido momentáneamente, gracias al apoyo de
aviones estadounidenses. Mientras se detiene el avance japonés, desembarca en
Port Moresby la 25ª Brigada de Infantería Australiana, para reforzar a sus
golpeados camaradas. La situación en Nueva Guinea es muy seria para los Aliados
y el general Douglas MacArthur debe pedir urgente ayuda en refuerzos y
suministros a Washington.
En Guadalcanal, la lucha está llena de avances y reveses para ambos
bandos. El 4 de septiembre de 1942, los japoneses logran desembarcar 1.000
soldados en la isla, desde tres destructores. Pero, el mismo día, sufren el
hundimiento de varias barcazas, en que llevaban equipo pesado y artillería. Los
hundimientos son causados por aviones basados en Henderson Field, el aeródromo
que empezaron a construir los japoneses, antes de que los “marines” llegaran
hasta la isla, algunas semanas atrás. Al comienzo, parece que el alto mando
japonés no se dio cuenta de lo importante que podía ser esa pequeña pista de
aterrizaje para amenazar Australia y tampoco se percató de los problemas que le
causaría a su flota, si lo usaban aviones de los Aliados. En efecto, al poseer
un aeródromo en el corazón del campo de batalla, las aviaciones aliadas tenían
mucha libertad para operar y establecieron supremacía aérea sobre los
japoneses.
En la madrugada del 5 de septiembre, los destructores japoneses
“Yudachi”, “Hatsuyuki” y “Murakumo” bombardearon la pista de Henderson Field,
luego de desembarcar tropas. Mientras los japoneses bombardeaban, un patrullero
estadounidense “Catalina” sobrevoló el campo de batalla y dejó caer algunas
bengalas para iluminar. Sin embargo, la luz fue aprovechada por los japoneses,
que hundieron rápidamente los destructores norteamericanos “USS George” y “USS
Little”.
El 9 de septiembre de 1942, se produce el único ataque aéreo sobre
territorio continental de Estados Unidos. Tras esperar un tiempo sumergido, el
submarino japonés “I-25” lanzó su avión de reconocimiento “E14Y”, pilotado por
el sargento Nobuo Fujita y el tripulante Shoji Okuda. El aparato dejó caer dos
bombas incendiarias en un bosque cerca de Brookings, Oregon, alrededor de las
6.00 de la madrugada, quizás con la intención de provocar un gran incendio forestal
o sólo para demostrar que los aviadores japoneses podían atacar el territorio
americano de Estados Unidos. Mientras regresaba al submarino, el avión japonés
detectó dos mercantes estadounidenses. Tras recuperar a sus pilotos, el “I-25”
intentó cazar a los mercantes, pero fue detectado por la aviación
norteamericana y tuvo que escapar sumergido.
En el Frente Oriental, los soviéticos intentan equilibrar las cosas. En
el norte, las tropas del Frente de Volkhov llegan a unos 6 kilómetros del punto
en que podrían romper el cerco alemán de Leningrado, pero su ofensiva empieza a
desorganizarse. El 10 de septiembre, las tropas soviéticas cercadas en
Leningrado intentan romper el cerco desde dentro, pero también fracasan. En el
sur, dos ejércitos soviéticos, el 24º y el 66º, se lanzan contra el XIV Cuerpo
Panzer en Stalingrado. Para el mediodía, los soviéticos habían perdido una
cuarta parte de sus tanques, en gran parte, debido a la acción devastadora de
la “Luftwaffe”. Al día siguiente, 7 de septiembre, los “panzerkampwagen” del
XIV Cuerpo reanudan su avance hacia el Volga, atravesando las ruinas de la
ciudad.
No fue sino hasta fines de agosto, que el pueblo alemán se enteró de que
Stalingrado era un objetivo militar. Hitler nunca había permitido que sus tropas
se enfrascaran en una lucha callejera para tomar Moscú o Leningrado, pero
decidió de pronto que Stalingrado debía ser tomada al asalto. Para el 7 de
septiembre de 1942, el avance sobre el Cáucaso, objetivo primordial de la
campaña, enfrentaba severas dificultades, en parte, porque la resistencia
soviética se estaba haciendo más dura; pero también por las intervenciones de
Hitler, que entorpecían la labor de sus comandantes. El “Führer” había
declarado, al comienzo de la campaña de verano de 1942, que debía poner fin a
la guerra si no capturaba el petróleo del Cáucaso. Posiblemente Hitler ya sabía
que sería imposible conquistar los pozos petroleros y que, en general, la
guerra en el Este no sería ganada en este segundo intento de 1942. Pero no
estaba dispuesto a admitir su fracaso. El Volga estaba bloqueado para la
logística del Ejército Rojo y las fábricas de armamento habían sido destruidas
en Stalingrado, es decir, los dos objetivos del ala norte de la ofensiva
estaban cumplidos; pero el megalómano tirano ordenaba conquistar, a cualquier
precio, la ciudad que llevaba el nombre de su odiado rival y colega. El viejo
jugador, que había ganado tantas apuestas en el Ruhr, en Checoslovaquia, en
Polonia y en Francia, volvía a jugar a la ruleta en Stalingrado, buscando una
victoria simbólica, como compensación al fracaso estratégico, como si esa
inyección moral pudiera dar la victoria a los alemanes y hundir a los
soviéticos.
Sobre el terreno, los alemanes avanzaban, pero muchas de las habilidades
de estas tropas veteranas, que habían conquistado toda Europa en rápidas
marchas, se desperdiciaban en una horrenda lucha callejera, en un paisaje de
ruinas humeantes y fierros retorcidos, creado por los bombarderos alemanes. Los
soviéticos todavía tenían problemas graves de moral entre sus tropas, al punto
de que la “Stavka”, el cuartel general soviético, había tenido que repetir la
orden “Ni un paso atrás”, del verano de 1941. Pero, a medida que los soviéticos
se enteraban de los abusos de los alemanes en las zonas ocupadas y también a
medida que los oficiales inexpertos, rápidamente promovidos por la muerte de
sus superiores, se convertían en jefes más experimentados, la resistencia se
hizo más dura. El historiador Antony Beevor relata que, el 8 de septiembre de
1942, una foto en el “Stalinskoe Znamia”, el periódico del frente de Stalingrado,
mostraba a una joven aterrorizada atada de pies y manos. “¿Qué pasa si los
fascistas atan así a tu amada? Primero la violarán descaradamente —decía el pie
de foto—, luego la tirarán bajo un tanque. Avanza guerrero. Dispara al enemigo.
Tu deber es impedir que el violador viole a tu chica.” Toda herramienta de
propaganda servía para evitar que la URSS colapsara en lo que parecía ser la
batalla decisiva del Frente Oriental y, tal vez, de toda la guerra.
Abajo, un tanque pesado soviético “KV-1”, con las ruinas de Stalingrado
al fondo. Todavía, a fines del verano de 1942, la fuerza de tanques del
Ejército Rojo era muy superior cualitativamente y cuantitativamente a las divisiones
“Panzer” alemanas, que habían podido derrotarlas gracias a que sus
tripulaciones estaban mejor entrenadas y mejor motivadas. Incluso con las
grandes pérdidas de 1941, los soviéticos contaban todavía con miles de sus
excelentes modelos de tanques, “KV-1” y “T-34”. Además habían estado recibiendo
miles de tanques de fabricación británica y estadounidense, que se habían
probado capaces de vencer a los alemanes, si eran bien empleados por sus
comandantes. En cuanto al KV-1, Beevor reproduce las impresiones de un oficial
alemán de tropas acorazadas, registradas en julio de 1942. “Tenían un alcance
mayor –explicaba el oficial—. No podíamos atacarlos a campo abierto. De modo
que, como los buques en el mar, retrocedí con mis tanques fuera de su alcance,
hice un amplio desvío, y los ataqué desde atrás». Los pesados tanques rusos se
dispersaron, excepto uno que había perdido una oruga; se le había encallado la
manivela de dirección, de modo que la torreta no pudo girar. “Nos pusimos en
fila detrás de él —proseguía el oficial alemán—, y comenzamos a disparar.
Contábamos los disparos contra el tanque, pero ninguno penetró en su blindaje.
Entonces vimos que la escotilla del tanque se movía. Entendí que querían
rendirse, así que por radio ordené a mi compañía el cese del fuego.” Los rusos
entonces abrieron la escotilla, temblorosos y ensordecidos, pero ni siquiera
uno estaba herido. “Era deprimente darnos cuenta de cuán inferiores eran los
cañones de nuestros tanques”.
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