Hace 100 años
4 de febrero de 1918
Primera Guerra Mundial
La Guerra Civil Rusa
Los bolcheviques están muy ocupados. El 30 de enero, retoman las
negociaciones interrumpidas con los Imperios Centrales, para alcanzar un
armisticio, que saque a Rusia de la guerra definitivamente. Lenin ha dado
instrucciones precisas, en el sentido de que se debe ganar tiempo, para
permitir que la Guerra Mundial se convierta en Revolución Mundial. Pero la
paciencia de los alemanes es poca y la llegada de la primavera podría permitirles
iniciar una nueva ofensiva hacia el interior de una Rusia que tiene poco con
qué defenderse. Además, la situación interna no es fácil. Desde el sur, el
general Mijail Alexeyev, al mando de un ejército de cosacos del Don, avanza con
intenciones de aplastar al régimen instalado en Moscú. Alexeyev es uno de los
muchos líderes que, entre 1917 y 1922, surgirán en el seno del fenecido Imperio
Ruso, para luchar contra los bolcheviques, en lo que se conoce como Guerra
Civil Rusa.
El poder central establecido por Lenin y sus compinches en Moscú y
Petrogrado tuvo que hacer frente a cuatro tipos de resistencia. Estaban los que
intentaban restaurar alguna forma de monarquía o implantar algún otro tipo de
gobierno liberal, siguiendo el modelo de las democracias occidentales; en
general, estos grupos eran denominados los “blancos”, en obvia oposición al
color rojo usado por los bolcheviques. Otro frente estaba constituido por los
movimientos independentistas de las distintas nacionalidades del Imperio Ruso;
los países bálticos, Ucrania, Polonia, Finlandia y los territorios del Cáucaso,
en distintas oportunidades y con fortuna variable, intentaron zafarse de la
dominación de Moscú. Algunos grupos étnicos, como los cosacos, se movilizaron
en defensa del viejo orden zarista, al que debían su forma de vida, pero
también como una cierta forma de afirmar su identidad y, ya avanzada la guerra
civil, para defenderse del intento bolchevique de someterlos por medio del
terror y, en algunas regiones, por medio del exterminio.
Un tercer frente correspondía a lo que se podría llamar “frente interno”.
Tanto “blancos”, como “rojos”, dirigieron una represión masiva y a menudo
salvaje, contra todo aquél que se opusiera a su poder o que se sospechara que
pudiera oponérseles en el futuro; en este caso, el “enemigo” podía tratarse de
los militantes de partidos políticos de oposición, obreros en huelga cansados
de la guerra y de pasar hambre; los miles de desertores del antiguo Ejército
Imperial, del Ejército Rojo y de los muy variados ejércitos “blancos” y, por
último, los ciudadanos comunes y corrientes, pertenecientes a grupos o clases
sociales consideradas “hostiles”, que tuvieran la mala suerte de estar en una
ciudad reconquistada al enemigo. Los bolcheviques estaban mucho más
obsesionados con las clases que sus enemigos, de modo que, si bien es cierto
los “blancos” cometieron numerosas atrocidades durante la guerra civil, la
represión interna ejercida por el régimen marxista fue mucho más sistemática,
masiva y salvaje, apuntando al exterminio de grupos sociales completos, más que
a su mera sumisión.
Un cuarto y último frente correspondía a la lucha planteada por decenas
de miles de campesinos, que se enfrentaron sobre todo a los rojos, pero también
ocasionalmente a los blancos. La lucha de los campesinos contra los
bolcheviques provenía de la resistencia a la colectivización forzosa y a la
cruel política de requisas, implementada por el gobierno de Lenin, como un modo
de llevar alimentos a la base de apoyo obrera bolchevique de las grandes
ciudades industriales de Rusia y también como un modo de sometimiento de un
mundo campesino que constituía la abrumadora mayoría de la población del viejo
Imperio, que desconfiaba por principio de lo que viniera de la ciudad y que
había aprendido a recelar especialmente del nuevo poder bolchevique, que
empezaba a esparcir el hambre por los campos. A los campesinos sublevados, solían
sumarse las bandas de desertores y muchos otros grupos variopintos de
insumisos. Tanto rojos, como blancos, denominaban “verdes” a esta amalgama, que
variaba desde pequeñas bandas locales, armadas con elementos de labranza y
algunos fusiles, hasta ejércitos bien armados y equipados, compuestos por
decenas de miles de hombres. Estas rebeliones campesinas tuvieron incidencia
importante en el curso de la Guerra Civil. Así, el verano de 1919 fue un
momento muy peligroso para los bolcheviques, con masivas rebeliones campesinas
en Ucrania y en la cuenca del Volga, que descalabraron la retaguardia del
Ejército Rojo y casi causaron una derrota decisiva a los bolcheviques,
permitiendo a los ejércitos del general Antón Denikin y del almirante Alexander
Kolchak, avanzar cientos de kilómetros. Poco después, cuando el almirante Kolchak
se sintió lo bastante seguro como para implementar medidas definitivas,
reestableció ciertos antiguos derechos de los terratenientes, que cayeron muy
mal entre una población campesina golpeada por la escasez. Los campesinos
siberianos, en respuesta, se alzaron contra Kolchak y su alzamiento provocó la derrota
del almirante a manos del Ejército Rojo.
Prácticamente desde el mismo momento de la instalación del régimen
bolchevique, a fines de 1917, surgió la oposición armada a Lenin y sus
secuaces. El ejército de voluntarios del general Alexeyev fue el primero de
muchos que intentó oponerse a los rojos. La resistencia a la tiranía
bolchevique cubriría de sangre a Rusia hasta 1922 y, hasta cierto punto,
contribuyó a una brutalización de las relaciones sociales, que facilitó las
espantosas represiones llevadas a cabo por Lenin y Stalin contra los
campesinos, contra algunas nacionalidades de la vieja Rusia, contra el mundo
obrero y, en general, contra todo aquél que se opusiera o que se sospechara que
un día pudiera oponerse a sus designios.
Abajo, un póster propagandístico, que representa a un caballero blanco, portando
la bandera de Rusia y que salta sobre el dragón rojo revolucionario.
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