Hace 75 años
4 de febrero de 1943
Segunda Guerra Mundial
El principio del fin
“Ya no hay signos de combate en Stalingrado”. Así rezaba el mensaje de un
aparato de reconocimiento de la “Luftwaffe”, transmitido el 2 de febrero de
1943, hacia el cuartel general del mariscal de campo Erhard Milch, que había
sido enviado con la imposible misión de mantener provisto por aire al sitiado
6º Ejército Alemán. La “Wehrmacht” sigue siendo fuerte, ocupa casi toda Europa,
lucha todavía en África y su aviación puede pasear impunemente un indefenso
avión de reconocimiento sobre territorio controlado por los soviéticos. Sin
embargo, en Stalingrado, el Ejército Rojo le ha propinado una catastrófica
derrota, de la que no volverá a recuperarse.
En los últimos diez días de enero, las defensas alemanas y rumanas de
Stalingrado comenzaron a derrumbarse. No era raro que los defensores
resistieran a menudo con un heroísmo casi fanático, causando graves bajas a las
unidades soviéticas. Sin embargo, ya quedaba poco por hacer para los hombres
del general Friedrich Paulus. El pequeño aeródromo de Gumrak cayó el 22 de
enero, cortando la última vía de escape. Se intentó enviar alguna ayuda usando
depósitos atados a paracaídas, pero el contacto radial entre la aviación y el
cuartel general del 6º Ejército se perdió el 24 de enero, de modo que fue
frecuente que los depósitos con suministros fueran entregados a las tropas
soviéticas, aumentando la frustración de los sitiados.
Mientras el frente se derrumbaba, los médicos del 6º Ejército intentaban
aliviar el martirio de varias decenas de miles de heridos y enfermos, sin
medicinas, sin vendas y apenas con algún lugar donde poder dejar a los hombres
que iban muriendo de sus heridas, sus enfermedades o de hambre. Era una tarea
imposible, sabiendo además que, en el mejor de los casos, los heridos acabarían
en un campo de prisioneros siberiano, si es que no eran ejecutados de inmediato
por las tropas soviéticas, deseosas de vengarse de dos años de barbarie nazi.
Mientras las ruinas de Stalingrado se convertían en una tumba masiva, las
unidades que habían estado desplegadas en la estepa, se iban retirando hacia el
perímetro de la destruida ciudad. Al terminar enero de 1943, hasta 100.000
soldados alemanes y rumanos se hacinaban dentro de la ciudad del Volga que
tanto esfuerzo pusieron en conquistar. Las denominaciones de las unidades
empezaban a carecer de significado. Al momento de la rendición, la otrora
poderosa 14ª División Panzer no tenía un solo tanque y apenas contaba 80
hombres capaces de combatir. La disciplina comenzó a relajarse y no fue peor
sólo por miedo a caer en manos de los rusos, sedientos de revancha.
En los últimos días de enero, Stalin empezó a recibir las alentadoras
noticias de que incluso generales, con sus estados mayores y lo que quedaba de
sus divisiones, empezaban a rendirse al Ejército Rojo. El 26 de enero de 1943,
unidades del 21er. Ejército Soviético y soldados de la 13ª División de Guardias
Fusileros del general Alexander Rodimtsev, finalmente se encontraron, luego de
desplazar o destruir a las fuerzas alemanas que se les oponían. Se encontraban,
así, las fuerzas que habían estado luchando con los alemanes desde inicios de
la batalla, con las tropas que habían lanzado la “Operación Urano” y que habían
cercado a las fuerzas de Paulus. Fue significativo que se encontraran sobre el
promontorio del Mamaev Kurgan, un punto estratégico en la larga lucha por la
ciudad y que cobró mucha sangre en su defensa al Ejército Rojo. Ese mismo día,
las fuerzas alemanes fueron divididas en dos por las fuerzas soviéticas. El
“Kessel” quedó repartido en una bolsa sur, con Paulus y la mayoría del alto
mando, y una bolsa al norte, con el XI Cuerpo, mandado por el general Karl
Strecker.
El 30 de enero, al cumplirse el décimo aniversario de la llegada nazi al
poder, Hermann Goering pronunció un discurso, donde comparaba a las tropas de
Stalingrado con los espartanos de las Termópilas. Para los hombres de Paulus,
era claro que se trataba de un elogio fúnebre para ellos. Que fuera el vanidoso
“Reichsmarchall” el encargado de leer su epitafio, cayó como una broma pesada
entre los soldados encerrados en el “Kessel”, que sabían que el obeso Goering
no dudó en dejarlos morir de hambre, frío o a manos de los soviéticos, para
intentar lucirse con Hitler, en un intento de puente aéreo que todos, incluido
Goering, sabían era imposible.
Hitler, preocupado por convertir el desastre de Stalingrado en un mito nacionalsocialista,
ascendió a Paulus a mariscal de campo en la noche del 30 al 31 de enero. Desde
la mentalidad de Hitler, era una invitación a que no se entregara vivo, es
decir, al suicidio. Paulus, al conocer la noticia, dijo que no le haría ese
favor al “cabo bohemio” y prohibió la práctica del “suicidio de soldado” entre
sus oficiales, es decir, ponerse en situación de ser fácilmente abatido por las
tropas enemigas. En la madrugada del 31 de enero, tropas soviéticas llegaron
hasta las puertas mismas del cuartel general del ahora mariscal Paulus. En la
noche de ese día, Paulus fue llevado a un breve interrogatorio frente a los
altos mandos soviéticos de Stalingrado, negándose a dar orden de rendición a
las tropas de Strecker que seguían luchando en la bolsa norte. Strecker estaba
convencido de que su sacrificio y el de sus hombres podía ayudar a sus
camaradas a reestablecer el frente del Don, pero no era un fanático nazi en
búsqueda de la autodestrucción. En la madrugada del 2 de febrero, convencido de
haber hecho todo lo posible por cumplir con su deber, Strecker ordenó la
rendición a sus tropas o a lo que quedaba de ellas.
Acababa la Batalla de Stalingrado, con el 6º Ejército Alemán, el 2º
Ejército Húngaro, el 3er Ejército Rumano, el 4º Ejército Rumano y el 8º
Ejército Italiano destruidos o gravemente reducidos en número y capacidad de
combate. Todo el frente del sur y del Cáucaso estaba en peligro de ser rebasado
por los rusos. Hitler no lo admitiría todavía, pero Stalingrado significó el
fin de toda posibilidad de vencer en el Frente Oriental. Las pérdidas en
material de guerra eran enormes, pero sobre todo, en hombres, con 91.000
prisioneros (incluyendo 3.000 rumanos) y casi el doble de muertos y heridos.
Los soviéticos perdieron más de 1.000.000 de soldados en la Batalla de Stalingrado
y es posible que no lograran sacar a los alemanes del sur de Rusia
inmediatamente, en parte, por estas pérdidas, pero podían reponerlas, a
diferencia de Alemania y sus aliados, que empezaban a estar cortos de
suministros, de armas y de hombres que pudieran usarlas.
Stalingrado fue el inicio de una retirada que no acabaría sino en las
puertas del búnker de Hitler en Berlín. Era el principio del fin del reinado de
horror del nazismo.
Abajo, una de las postales de la resonante victoria del Ejército Rojo. Un
soldado soviético ondea una bandera, desde un balcón que domina lo que una vez
fue la plaza central de la ciudad.
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