Hace 75 años
25 de junio de 1942
Primera Guerra Mundial
Gazala, la gran victoria de Rommel
Las batallas más importantes del Frente Ruso se están librando en el sur,
aunque Stalin todavía cree que lo de Kiev y Sebastopol es una finta. El tirano
marxista sigue esperando que su colega nazi intente dar el golpe decisivo sobre
Moscú. Pero Stalin será desengañado cuando la “Wehrmacht” inicie, en poco
tiempo, su ofensiva sobre el Cáucaso y sobre el Volga, que hallará en su camino
una ciudad industrial, hasta entonces, desconocida para la mayoría del mundo:
Stalingrado. Por el momento, los alemanes están preparando el gran ataque, pero
sufren un preocupante percance el 19 de junio de 1942, cuando un oficial de
estado mayor de la 23ª División Panzer es derribado, mientras sobrevolaba el
frente y cae en manos de los soviéticos, junto con una copia completa de los
planes de la inminente ofensiva. Furioso, Hitler ordena que el comandante y el
jefe de estado mayor del XL Cuerpo de Ejército, superiores del ahora prisionero
del enemigo, sean encarcelados. Sin embargo, desde Berlín, la orden es
proseguir con la operación sin modificaciones, aunque las fechas deben
retrasarse, debido a la porfiada resistencia de algunos de los fuertes
soviéticos que defienden Sebastopol, el puerto-fortaleza que, hasta hace poco,
era la base principal de la Flota Soviética del Mar Negro.
En África del Norte, el general Erwin Rommel, conocido como “Zorro del
Desierto” por su astucia, está a punto de conseguir la más brillante victoria
de su carrera. Hace pocos días, a pesar de estar en inferioridad numérica, de
tener menos tanques y contar con menos suministros, el célebre comandante
alemán inició una gran ofensiva que pasaría a la historia como Batalla de
Gazala. En el último tercio de junio de 1942, las fuerzas del “Afrika Korps” y del
“Regio Esercito Italiano” han descalabrado varias divisiones del 8º Ejército
Británico, incluyendo varias formaciones acorazadas, equipadas con más y
mejores tanques que los que tienen los alemanes e italianos. Sin embargo, los
británicos han sido derrotados y ahora se baten en retirada hacia la frontera
libio-egipcia.
El 19 de junio, los alemanes dejan de perseguir a los desordenados restos
del 8º Ejército y, durante la noche, se posicionan para lanzar un ataque
sorpresivo sobre esa espina que les quedó clavada en el costado hace un año: el
puerto-fortaleza de Tobruk. A las 5.30 horas del 20 de junio, los alemanes
abrieron el asalto a Tobruk con masivo fuego de artillería y bombardeo aéreo. Rommel
no quiere repetir el largo asedio de 1941, así que pretende que sus cañones y
los aviones de la “Luftwaffe” golpeen duro en ciertos lugares específicos, de
modo de crear brechas en las fortificaciones, que permitan a los panzer
ingresar en el perímetro defensivo. A las 7.00 de la madrugada, la infantería y
los ingenieros de Rommel han seguido a las bombas aéreas y de artillería. Tras duros
combates, consiguen abrir pasillos entre los reductos defensivos y a través de
los campos minados. Poco después, más de 100 tanques italianos y alemanes han
aparecido para explotar la abertura de las brechas y empiezan a combatir en las
calles de la ciudad. Hacia el final del día, las fuerzas del Eje han llegado al
puerto y los británicos, que saben que el final está cerca, empiezan a destruir
las reservas de combustible y otros suministros.
Al amanecer del 21 de junio, algunas unidades de la guarnición de Tobruk
intentan romper las líneas alemanas, para huir hacia el desierto e intentar
reunirse con los restos del 8º Ejército, pero no consiguen quebrar el cerco
germano-italiano, que se va estrechando sobre ellos. A las 8.00 hrs. de ese
día, inicio del verano boreal de 1942, Tobruk se rinde. Alrededor de 35.000
británicos, sudafricanos e indios se convierten en prisioneros de las fuerzas
norafricanas del Eje, que viven su momento más alto de toda la campaña. El Primer
Ministro Británico, Winston Churchill, sufre la humillación de recibir la
noticia de la caída de Tobruk, mientras estaba en visita oficial en Estados
Unidos, planificando cómo seguir conduciendo la guerra, junto con el presidente
anfitrión, Franklin D. Roosevelt.
Al otro lado del mundo, Erwin Rommel es notificado, el 22 de junio, de su
ascenso al grado de “Generalfeldmarschall”, mariscal de campo. Es el máximo
honor que puede recibir un comandante. Su victoria ha sido tan completa e
inesperada, contra fuerzas tan superiores en número y equipamiento, que además
dominaban las líneas suministro, que Rommel se convierte en una leyenda
viviente, idolatrado por sus camaradas y respetado por sus adversarios. Hará falta
combinar todo la logística de Estados Unidos y del Imperio Británico para
vencerlo y evitar que conquiste Egipto y el vital Canal de Suez.
Rommel no descansa. El 23 de junio, sus fuerzas cruzan la frontera,
persiguiendo de cerca a las fuerzas de la “Commonwealth”, que se retiran a las
posiciones defensivas de Mersa Matruh. Pero los británicos, por fin, cuando
están a punto de sufrir un desastre decisivo, empiezan a reaccionar. El 25 de
junio, el Comandante en Jefe del Medio Oriente, general Claude Auchinleck,
asume el mando directo del 8º Ejército, prescindiendo de los servicios del
general Neil Ritchie, quien mandara la unidad hasta la Batalla de Gazala. Para evitar
la destrucción de sus fuerzas, Auchinleck pide todo el apoyo aéreo disponible
para frenar a las formaciones acorazadas que persiguen a sus tropas, de modo
que los generales de la “RAF” ordenan que sus aparatos ataquen sin pausa a las
columnas ítalo-germanas. La “Luftwaffe” está más lejos de sus bases, debido al
avance de las tropas Rommel y además ha sufrido muchas pérdidas en las acciones
de los días previos. Muchos de sus aparatos han sido averiados y sus pilotos
necesitan descanso. Menos de un 50% de la aviación alemana e italiana que
estaba lista al comienzo de la batalla, puede ahora luchar contra los aparatos
enemigos. Por muy poco, los restos del 8º Ejército, aunque deben abandonar las
defensas de Mersa Matruh, consiguen llegar hasta la siguiente línea defensiva,
cerca de una insignificante estación ferroviaria, llamada El Alamein. Rommel,
en tanto, sigue avanzando rápido, pero cada metro que gana, significa alejarse
más y más de sus bases de suministro.
Churchill, descorazonado por la grave derrota de Tobruk, regresa al Reino
Unido, tras el fin de la Segunda Conferencia de Washington. En Londres, lo
espera una votación de no confianza en el Parlamento, que podría costarle el
cargo. Gran parte del viaje lo aprovechará pensando en los cambios de mando
necesarios para dar al Imperio Británico un triunfo decisivo en el Norte de
África, tan necesario para la moral de su pueblo, que ha entregado la sangre,
el sudor y las lágrimas que él prometió en el verano de 1940. Es hora de dar a
esas valientes gentes una recompensa en forma de triunfo.
Abajo, Rommel, acompañado del general Fritz Bayerlein, recorre las calles
de la recién conquistada Tobruk. A la izquierda, detrás de los soldados
alemanes que saludan a su victorioso general, se observa un grupo de soldados
de la “Commonwealth”, que esperan su turno para partir hacia el cautiverio.
Imagen tomada de http://ww2db.com/images/person_rommel72.jpg
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