Hace 100
años
7 de mayo
de 1917
Primera
Guerra Mundial
Los
motines de mayo
El 2 de
mayo de 1917, una primera flotilla de destructores de la “US Navy” arriba a
Queenstown, en el Reino Unido. Las fuerzas armadas de los poderosos Estados
Unidos ya entran en acción. Con todo, pasarán varios meses para que los
norteamericanos puedan desplegar una fuerza expedicionaria de consideración en
Europa. Mientras tanto, británicos y franceses intentarán bajar la presión a
sus mandos, a la espera de que el grueso de las fuerzas norteamericanas llegue
a luchar en Europa. Por su parte, los alemanes saben que, incluso más que
antes, el reloj corre en su contra y necesitan apresurarse, si quieren tener
alguna oportunidad de salir victoriosos de la contienda. Porque cuando Estados
Unidos pueda luchar con todo su poderío, el desequilibrio será demasiado
grande.
El 3 de
mayo de 1917, la 21ª División de Infantería del Ejército Francés rehusó
obedecer las órdenes de prepararse para abandonar sus trincheras y cruzar la
“tierra de nadie” hacia las fortificaciones alemanas. Era el inicio de una
serie de motines, provocados por la decepción que supuso el mal resultado de la
ofensiva de abril de 1917, planificada por el general Robert Nivelle,
Comandante en Jefe de los franceses. La “Ofensiva de Nivelle” se había
implementado con la promesa de acabar con la guerra en pocos días, a un costo
insignificante de bajas. Para los últimos días de abril, sin embargo, más de
120.000 soldados franceses habían sido heridos, estaban muertos o habían caído
prisioneros en el marco de la operación. Luego de los muchos fracasos de las
ofensivas francesas, que costaban la vida y sangre de miles de soldados, en lo
que parecían inútiles asaltos frontales contra las ametralladoras y cañones
alemanes, el fiasco de la ofensiva de abril fue la gota que colmó el vaso.
Al momento
de rehusar las órdenes, los sufridos “poilus” declararon que no abandonarían
sus puestos y defenderían sus trincheras de cualquier ataque alemán, pero que
no volverían a participar en ataques suicidas a través de la “tierra de nadie”.
Los comandantes locales consiguieron controlar la situación, arrestando a los
voceros de la tropa, ejecutando a algunos y mandando a otros a prisión. Finalmente,
el 5 de mayo, las tropas de la 21ª División salieron de sus refugios y
previsiblemente fueron masacrados en un nuevo ataque frontal.
Las
noticias del motín de la 21ª División corrieron a la velocidad que sólo puede
hacerlo un rumor en un ejército. La semilla de la rebelión cayó en tierra
fértil y el 120º regimiento se negó a realizar nuevos ataques frontales, imitado
a los pocos días por los regimientos 119º y 128º. El 5º regimiento, en vez de
cumplir las órdenes de marchar hacia las trincheras enemigas, empezó a marchar
hacia la retaguardia. Un grupo de oficiales intentó contenerlos, pero los
soldados simplemente se sentaron en el camino y se negaron a moverse. Las
tropas del 18º regimiento, tras recibir órdenes de pasar al ataque, dijeron a
su coronel que no tenían nada en su contra a nivel personal, pero que no
obedecerían más órdenes. Otra unidad francesa envío un mensaje escrito, en que
aseguraban a sus superiores que no tuvieran nada que temer, pues estaban
preparados para hacerse cargo de sus trincheras, cumplirían con su deber y los
alemanes no pasarían, pero no participarían en ataques que resultaran en bajas
inútiles. En general, las tropas no usaron la violencia, ni amenazaron a sus
oficiales; sencillamente se quedaron quietos en sus trincheras y se negaron a
salir de ellas para dejarse masacrar contras las bien preparadas posiciones de
la “Línea Hindenburg”. En distintos momentos del mes de mayo, 50 de las 113
divisiones de infantería francesas fueron parte de los motines.
Como era
de esperarse, a medida que la rebelión se expandió, creció la lista de quejas.
Los soldados aprovecharon de pedir mayor frecuencia en los permisos, mejor
comida y mejor agua. En algunos casos aislados, las exigencias degeneraron en
connotaciones políticas, con grupos de soldados enarbolando banderas rojas, así
como entonando la “Marsellesa” y la “Internacional”. Cierto regimiento se
apoderó del pueblo de Missy-aux-Bois e intentó establecer una “Comuna”,
siguiendo el ejemplo de 1871. Otras unidades, siguiendo el reciente ejemplo
bolchevique, eligieron “Consejos de Soldados”. Lo que había partido como la
queja aislada de un grupo localizado de las tropas, empezó a convertirse en un
movimiento organizado, con regimientos y divisiones completas actuando de común
acuerdo, con objetivos claros y sin abandonar la disciplina.
Los
políticos en Londres y París estaban aterrorizados. El Zar Nicolás de Rusia
había sido depuesto hacía pocas semanas, a causa de una revolución, cuyo
detonante final fue el motín de la guarnición de Petrogrado. Se esperaba que
una revolución a gran escala estallara en Francia, con el temor de que los
alemanes supieran lo que pasaba y lanzaran una gran ofensiva, para aprovecharse
de la crisis. Los generales británicos se imaginaban abandonados por Francia,
obligados a defender solos el extenso Frente Occidental, apenas asistidos por
los escasos restos del Ejército Belga.
Los
gobiernos de la Entente hicieron esfuerzos para suprimir rápidamente los
motines y, sobre todo, mantener el asunto oculto, un afán en el que fueron
exitosos, al decir del general Erich Ludendorff quien, después de la guerra,
confesó que el alto mando germano nunca tuvo la menor idea de los motines de
mayo de 1917 y que, de haber tenido noticia de los mismos, la Primera Guerra
Mundial pudo tener otro resultado muy distinto.
El efecto
desastroso de la última ofensiva y los incidentes ocurridos en gran parte del
Ejército, convencieron al gobierno francés de la necesidad de cambiar el
liderazgo militar. Al promediar mayo, Nivelle fue destinado al muy secundario
mando de las fuerzas coloniales de África, mientras era reemplazado por el
enérgico general Philippe Pétain como nuevo Comandante en Jefe francés. Pétain
tendría la dura tarea de restablecer la disciplina en las desmoralizadas filas
francesas.
Abajo, una
unidad de formación francesa presenta armas, tras depositar una ofrenda floral
en las tumbas de camaradas caídos. Se trataba de una ceremonia que se había
hecho demasiado frecuente en el Frente Occidental, al punto de agotar la
paciencia de los valerosos “poilus”, que llevaban dos años y medio siendo
masacrados en las trincheras de Flandes.
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