31 de mayo de 1940
Segunda Guerra Mundial
Para el 25 de mayo de 1940, la situación de las tropas aliadas atrapadas en Bélgica y el norte de Francia se ha vuelto desesperada. Lord Gort, Comandante en Jefe de la “BEF” (“British Expeditionary Force”, Fuerza Expedicionaria Británica), tenía órdenes precisas de no poner su fuerza en peligro de destrucción total, independientemente de la suerte de las otras fuerzas aliadas. El alto mando británico empezó a planificar la evacuación el 20 y, para el 25, la BEF, junto a los restos del Primer Ejército Francés, empezó a retirarse hacia el puerto de Dunquerque, el más cercano y probablemente el último con las instalaciones apropiadas para evacuar cientos de miles de hombres por mar. Ese mismo día, cae Boulogne-sur-Mer y, el 26, las fuerzas que defienden Calais son obligadas a rendirse. Entre esta última fecha y hasta el 4 de junio, casi 340.000 soldados británicos y franceses habían sido llevados a salvo hasta Gran Bretaña, aunque habían perdido casi todo su armamento.
El inicio de la retirada británica, a la que se sumaron luego tropas francesas, significó el fin de toda cooperación entre los Aliados y gran parte del éxito de la evacuación debe atribuirse a la inoportuna orden que Hitler dio a sus tropas de bajar la intensidad del ataque durante los días 25 y 26. Debe darse crédito también a los 40.000 soldados que quedaban del una vez formidable Primer Ejército Francés; al mando del general Jean-Baptiste Molinié, entre el 28 y el 31 de mayo, contuvieron cuatro divisiones de infantería y tres “Panzerdivisionen” que se dirigían a cortar la retirada de las tropas que intentaban llegar hasta Dunquerque.
En el norte, a lo largo del río Leie, los restos del heroico Ejército Belga contenían el perímetro contra devastadores asaltos de los alemanes. La resistencia de los belgas también contribuyó a salvar la vida de muchos miles de soldados aliados, aun sabiendo que se retiraban hacia el mar, dejándolos solos para luchar una batalla perdida contra el Ejército Alemán. El día 27, el Rey Leopoldo decidió que el derramamiento de sangre ya era suficiente. Estaba consciente de que la retirada de la BEF sellaba la suerte de las defensas en Bélgica y era sólo cuestión de tiempo que fueran arrolladas por la ofensiva alemana. Era de toda lógica para el Rey que el sufrimiento de sus tropas y de su pueblo tenían sentido sólo si existía alguna posibilidad de vencer a los nazis en el campo de batalla, pero eso ya no era posible a fines de mayo de 1940. Sólo los ruegos de los comandantes británicos y franceses convencieron al Rey de posponer la rendición de su ejército 24 horas más, de modo que capituló el día 28, en el mismo momento en que caían las defensas planteadas sobre el Leie, luego de cinco días de desigual y salvaje lucha. Los franceses reaccionaron con particular odiosidad a la rendición de los belgas, que consideraban una traición, al dejar abierto un gigantesco boquete en el frente aliado. Se puede comprender la amargura de los franceses en el calor del momento, pero las recriminaciones contra Bélgica y especialmente contra su Rey excedieron a la guerra, cuando ya eran injustificadas, y enturbiaron las relaciones franco-belgas de posguerra.
El Rey Leopoldo tomó la decisión de rendir su ejército y rendirse él mismo personalmente al frente de sus soldados, en abierta contravención a la opinión de su gabinete, por tanto, violando la Constitución que prohibía al monarca tomar esa clase de decisiones al margen del Primer Ministro, que es quien realmente gobierna. Los ministros desautorizaron al Rey y decidieron partir a Londres, donde organizaron un gobierno en el exilio. Leopoldo III no quiso seguir una suerte distinta a la de sus soldados y su pueblo, que permanecieron bajo la espantosa tiranía de Hitler hasta 1944. Se mantuvo internado en Bélgica hasta ese año y fue deportado a Alemania luego de la liberación de Bélgica, de donde fue liberado por tropas norteamericanas.
El Rey probablemente actuó de buena fe en mayo de 1940 y, en su uniforme militar, se sentía mucho más vinculados que sus ministros a la suerte de sus valientes soldados. Sin embargo, su obstinación y rechazo a reconciliarse con el gabinete, durante la guerra y después de la misma, causó una grave crisis constitucional y tuvo a Bélgica al borde de la guerra civil cuando retornó a hacerse cargo del trono en 1950. La situación belga, que habría tenido tremendas consecuencias para una Europa Occidental dañada por la guerra y amenazada por el comunismo, sólo se salvó cuando Leopoldo decidió abdicar en favor de su hijo y heredero, Balduino.
Abajo, un mapa que ilustra el avance alemán entre el 16 y el 21 de mayo de 1940. En rosa, se destaca el territorio ocupado por los invasores en esos días, hasta alcanzar el Canal de la Mancha, dejando una gigantesca bolsa de tropas atrapadas entre la costa norte de Francia y la provincia holandesa de Zelanda. Desde esa trampa, la única salida era Dunquerque.
Imagen tomada de http://
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