10 de mayo de 1940
Segunda Guerra Mundial
Aunque la campaña escandinava sigue indecisa, el día 5 de mayo se establece un gobierno noruego en el exilio en Londres.
El 8, el gobierno del Primer Ministro Británico, Neville Chamberlain, apenas sobrevive al llamado “debate de Noruega”, que se produce en la Cámara de las Comunes. Los desaciertos del gabinete, antes de la guerra y ya en los meses desde que se inició, han colmado la paciencia de la oposición liberal-laborista y hasta han hecho disminuir el apoyo a Chamberlain en su propio Partido Conservador. Sin embargo, sólo dos días más tarde, el 10 de mayo, Neville Chamberlain es obligado a renunciar. En su lugar, Winston S. Churchill es llamado a formar gobierno. Ese mismo día, Alemania inicia la ofensiva en el Oeste, invadiendo simultáneamente Bélgica, Holanda, Luxemburgo y Francia.
Hasta el momento, la conducción política de los Aliados sólo puede calificarse de desastrosa. Con su “política de apaciguamiento”, Francia y Gran Bretaña no hicieron más que envalentonar a Hitler, finalmente ayudándolo a alcanzar una posición de gran poder, dentro y fuera de Alemania, que habría sido impensable sin los errores políticos de los Aliados. La contienda estalló de todos modos, a pesar de los torpes esfuerzos de Londres y París, que tuvieron que declarar la guerra a Alemania, para honrar la alianza que habían suscrito con Polonia. Sin embargo, franceses y británicos desaprovecharon la oportunidad de atacar a los alemanes en su frontera occidental, mientras tenían su ejército concentrado contra los polacos. Polonia, que tuvo que luchar sola contra la Alemania Nazi y luego soportar también la invasión comunista, fue derrotada a las pocas semanas, sin que Francia y Gran Bretaña hicieran nada concreto por ayudarla.
Nada hicieron tampoco los Aliados ante la agresión soviética a Finlandia y en la invasión alemana a Noruega y Dinamarca demostraron que la incapacidad de la conducción política podía tener desastrosas consecuencias para las operaciones militares. Los soldados, suboficiales y oficiales franceses, británicos, polacos evacuados y noruegos que lucharon contra los alemanes en Escandinavia lo hicieron con valentía y determinación, además de contar con todos los medios materiales para imponerse en el campo de batalla; pero el bando Aliado, en general, carecía de claridad en sus objetivos y, sobre todo, de coordinación.
Para inicios de mayo de 1940, todos sabían que el ataque alemán hacia Francia era inminente. Diez días antes de producirse, la Santa Sede advirtió a los gobiernos belga y holandés del día exacto en que Alemania, sin previa declaración de guerra, traspasaría sus fronteras. Esta información fue compartida con los gobiernos aliados que, de todos modos, debían saber que algo se avecinaba en Europa Occidental, a juzgar por los inmensos atochamientos de vehículos militares que se produjeron en las regiones occidentales de Alemania a comienzos de ese fatídico mayo. Pero las previsiones que se tomaron fueron pocas. Incluso con el enemigo “ad portas”, Bélgica, Holanda y Luxemburgo se negaron a realizar coordinaciones prácticas con las fuerzas francesas, que estarían en la mejor posición para ayudar si pudieran adelantarse a la jugada alemana. Pero todos prefirieron no provocar a Hitler y guardar las apariencias, incluso con los nazis y los comunistas invadiendo media Europa en guerras de agresión.
Entre el inicio de la guerra —en septiembre de 1939— y el ataque alemán en el Oeste —mayo de 1940—, los Aliados no hicieron nada para amenazar a Alemania y dejaron toda la iniciativa a Hitler, que invadió Noruega en las narices mismas de la “Royal Navy”. Ni siquiera desarrollaron un plan decente que pudiera llamarse de esa forma. La estrategia aliada para confrontar el esperado ataque alemán, el llamado Plan “Dyle-Breda”, se limitaba a esperar que los alemanes iniciaran la ofensiva, para luego apresurar hacia el norte a las mejores unidades del Ejército Francés y de la “BEF”, la “British Expeditionary Force” (“Fuerza Expedicionaria Británica”), cuyo cometido sería llenar los huecos en la defensa preparada por belgas y holandeses y, en conjunto, resistir las oleadas de ataques alemanes que supuestamente se concentrarían entre el sur de Holanda y el centro de Bélgica. El mando Aliado suponía, en suma, que los alemanes repetirían la estrategia que habían intentado en 1914. Esta era una de las tantas suposiciones en las que se basaba la estrategia aliada, que finalmente no se cumplirían. Del mismo modo, los comandantes aliados asumían que los alemanes demorarían semanas en golpear con plena fuerza las líneas defensivas trazadas en los mapas; lo cierto fue que en menos de siete días la “Wehrmacht” había traspasado esas líneas, incluso antes de que las unidades británicas o francesas estuvieran en las posiciones que esos mapas les designaban. En el camino hacia sus destinos, tendrían que moverse apresuradamente, dejando a los hombres agotados por las marchas, a los vehículos averiados por los largos recorridos y además expuestos a los ataques aéreos de la “Luftwaffe” que dominó los cielos desde el inicio de la batalla.
Y lo más importante… El plan “Dyle-Breda” suponía que el golpe principal vendría desde el norte, pasando por Holanda y Bélgica, hacia París. Los alemanes, en cambio, preparaban el ataque principal de sus “Panzerdivisionen” a través de las Ardenas, por el sur de Bélgica y hacia el Canal de la Mancha. Sin sospecharlo, al ejecutar “Dyle-Breda”, las mejores tropas anglo-francesas marchaban hacia una gigantesca trampa.
La imagen ilustra un “Panzer I”, el primer modelo de tanque fabricado en masa por Alemania; al comienzo, en secreto, pues su desarrollo suponía una abierta violación del Tratado de Versalles. Apropiado para luchar contra infantería en campo abierto, servía de poco contra posiciones fortificadas y, sobre todo, contra otros carros blindados. En la Guerra Civil Española (1936-1939), fue usado profusamente por los “nacionales”, que los llamaron “negrillos”, y sufrieron enormes pérdidas cada vez que se encontraban con los carros soviéticos usados por los “republicanos”, muy superiores, como los T-26. Al igual que el “Panzer II”, todavía en 1940 formaba la mayoría de las unidades blindadas alemanas y era muy inferior a la mayoría de los tanques británicos y franceses, pero cumplió su cometido gracias al excelente entrenamiento de sus tripulaciones y a la perfecta coordinación con las otras armas y servicios de las fuerzas alemanas, especialmente la aviación.
Imagen tomada de http://
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