Hace 75 años
13 de noviembre de 1941
Segunda Guerra Mundial
Estampida Soviética (II)
El 7 de noviembre de 1941, 160 bombarderos de la “RAF” atacan Berlín, aunque no consiguen causar demasiados daños y sufren el derribo de 20 aparatos. Hace varios meses que la “Luftwaffe” ha perdido la capacidad de emprender acciones ofensivas de envergadura sobre las Islas Británicas y, en cambio, la “Royal Air Force”, cada vez más confiada, ha ido intensificando sus “raids” sobre territorio germano. Sin embargo, pocos días después del ataque, el 13 de noviembre, el Ministerio del Aire en Londres instruye al general Sir Richard Persie, Comandante en Jefe del Comando de Bombardeo, para disminuir drásticamente las incursiones sobre Alemania, especialmente si hay mal clima, con la finalidad de optimizar los recursos de la “RAF”, en orden a disponer de una fuerza de ataque más potente para la próxima primavera.
El 9 de noviembre, los británicos obtienen una nueva victoria contra la “Regia Marina Italiana” en su disputa por el control del Mediterráneo. A las 01.00 hrs. de la madrugada, es atacado un convoy que se dirigía desde Italia hacia África del Norte, compuesto por dos cargueros alemanes, tres cargueros italianos y dos tanqueros italianos, escoltados por dos cruceros y siete destructores italianos. La agrupación fue interceptada por dos cruceros y dos destructores británicos, que consiguen hundir todos los transportes y tanqueros, y uno de los destructores italianos, además de dañar otros dos destructores. Al día siguiente, el destructor italiano “Libreccio” es atacado por un submarino británico, mientras rescataba sobrevivientes de la batalla. En estas batallas nocturnas, el radar da una irremontable ventaja a los británicos. Los italianos, en cambio, luchan casi a ciegas.
El 10 de noviembre, los británicos lanzan la “Operación Perpetual”, cuyo objetivo es llevar 37 cazas Hawker “Hurricane” desde Gibraltar hasta Malta, a bordo de los portaaviones “HMS Ark Royal” y “HMS Argus”, para reforzar las defensas de la isla, hostigada por las fuerzas navales y marítimas del Eje. Los portaaviones son escoltados por el acorazado “HMS Malaya”, el crucero “HMS Hermíone” y siete destructores. El convoy consigue lanzar sus cazas el 12, pero el día 13 un submarino alemán encaja uno de sus torpedos en el “Ark Royal”, que debe ser remolcado de vuelta hasta Gran Bretaña. El dominio del Mediterráneo es disputado palmo a palmo por los beligerantes pero, en general, los británicos son mucho más exitosos que los ítalo-germanos a la hora de movilizar suministros. El fracaso en equipar apropiadamente a las tropas del general Erwin Rommel fue el mayor obstáculo para su victoria en África del Norte.
El 7 de noviembre, en un discurso conmemorativo de la Revolución de Octubre, Iosif Stalin afirma que, aunque los alemanes estén a menos de 100 kilómetros de Moscú, están enfrentando el desastre. A pesar del empeoramiento del clima, el alto mando alemán resuelve proseguir la ofensiva sobre la capital soviética. Los alemanes están convencidos de que la Unión Soviética está al borde del colapso. En un discurso del 8 de noviembre, en un nuevo aniversario del “putsch” de Múnich, Hitler afirma que Rusia está de hecho derrotada, habiendo cedido alrededor de 3.600.000 prisioneros y habiendo tenido que sufrir varias veces ese número de bajas sanitarias y de combate. Stalin, seguramente sin creérselo él mismo, está en lo cierto; Hitler, en cambio, está convencido de que la URSS está derrotada, sin percatarse de que está incurriendo en el peor error de juicio de su vida.
En algunos sectores del frente de Moscú, la temperatura cae hasta los -15º Celsius al llegar la noche. Los alemanes tienen que usar toda su inventiva para luchar contra la congelación de sus vehículos y tropas, aunque el frío extremo tiene el consuelo de endurecer el barro de los pésimos caminos de Rusia, que ahora pueden volver a ser transitados por las divisiones “Panzer” en su ataque final hacia el Kremlin. Algunas unidades soviéticas reorganizadas y otras de refresco, desplegadas en el frente de Moscú, empiezan a ofrecer una resistencia más dura a los alemanes. Esta mayor tenacidad en la defensa rusa, sumada a los problemas logísticos germanos y a la llegada del rudo otoño ruso, restan velocidad al avance de la “Wehrmacht”. Sin embargo, el Ejército Rojo todavía es dominado por la misma tónica que ha caracterizado su pobre desempeño desde que Alemania invadió su territorio en junio de 1941: deserción y rendición.
La bajísima moral imperante entre las tropas soviéticas queda reflejada en las gigantescas cantidades de armamento que se perdieron durante 1941. Para fines de septiembre, los soviéticos habían perdido 15.500 tanques, 66.900 piezas de artillería, 3.800.000 armas pequeñas y más de 10.000 aviones. Las pérdidas superaban a las sufridas por los alemanes en una escala incomparable, pues éstos nunca dispusieron de tantas armas durante la guerra. El número total de armas pequeñas perdidas en 1941 llegó a 6.290.000, según las cifras recogidas por el historiador ruso Mark Solonin, a partir de la recopilación “La Etiqueta Removida del Secreto”, editada por el Estado Mayor General del Ejército de la Federación Rusa. Esta colección registra que, en los seis meses de guerra de 1941, 40.600 cañones y obuses, y 60.500 morteros fueron perdidos. Un ejército retirándose en pánico, como le ocurrió al Ejército Rojo en los primeros meses, tenderá a abandonar este material más pesado. Los tanques y aviones también fueron dejados atrás por sus tripulaciones, poco dispuestas a dejarse matar por la defensa del “Paraíso Socialista”. Resulta más sorprendente, sin embargo, el abandono de las armas pequeñas, cuyos ejemplares más numerosos en 1941 eran el fusil Mosin-Nagant, el fusil semiautomático Tokarev y, en menor medida, el subfusil automático PPSh-41. Estas tres armas tenían en común el ser excelentes y confiables piezas de ingeniería, capaces de seguir disparando aun sufriendo el peor maltrato y en las peores condiciones, de modo que la falla sería una motivación poco frecuente para abandonarlas.
Una pieza de artillería pequeña, como el modelo regimental de 76 milímetros de 1927, pesa una tonelada, así que es fácil imaginar a sus servidores dejándolo en el campo, para evitar ser rodeados por las tropas enemigas; pero el “Mosin” no llega a los 4 kilos de peso. Un solo soldado, joven y sano, podría llevarse tres o cuatro fusiles de compañeros heridos o caídos, para usarlos otro día contra el enemigo. Y, si ya no quedan medios de transporte motorizado, una carreta tirada por un burro podría llevarse decenas hasta la retaguardia. Además está el hecho de que perder el arma de servicio es una falta grave, que debería ser explicada ante un tribunal militar, en tiempo de guerra y, más encima, comunista, o sea, previsiblemente poco dispuesto hacia la clemencia. En definitiva, la pérdida de más de 6.000.000 de armas pequeñas sólo puede explicarse en un escenario de “sálvese quien pueda”, en que los soldados arrojan sus armas y corren los más rápido que pueden o se rinden, si no tienen más opciones, encabezados por sus oficiales, en los casos en que éstos no se hayan arrancado del uniforme las insignias del mando.
Para establecer una comparación que puede ser ilustrativa, en los cuatro meses de guerra de 1945, el Ejército Rojo perdió poco más de 1.000.000 de armas pequeñas y poco más de 2.800.000 en los doce meses de 1944, con una cantidad de efectivos que doblaba a los encuadrados en 1941 (3.000.000 de soldados en 1941, contra 6.400.000 en 1944-1945). En 1944-1945, el Ejército Rojo se había convertido en una muy motivada fuerza de combate, que terminaría llevando los límites del Imperio Comunista hasta el mismísimo corazón de Alemania y cuyos efectivos no solían dejar sus armas sin antes usarlas contra los alemanes.
En otros tipos de armas los números también son elocuentes. En junio de 1941, los soviéticos contaban con 14.900 armas antitanque. Durante los seis meses de guerra de 1941, la industria soviética produjo otras 2.500, llegando a un total de 17.400, de las que se perdieron 12.100, es decir, un 70% del total. En cambio, en 1943, el Ejército Rojo perdió 5.500, durante los doce meses de ese año, representando un 14,6% del total de piezas antiblindaje disponibles para ese año. El año de 1943 fue uno particularmente duro para los operadores de esas armas, pues fue el año en que se libró la colosal Batalla de Kursk y cuando Alemania empezó a producir masivamente los tanques pesados “Panzer V Panther” y “Panzer VI Tiger”. Los cañones antitanque más comunes en el arsenal soviético de 1943 eran las unidades de 45 milímetros, representando un 95% del total. Los “45” tenían poco que hacer contra los nuevos modelos alemanes; aun así, los soviéticos perdieron, en promedio, 460 armas antitanque en cada mes de 1943, lo que es poco, si lo comparamos con los 2.000 perdidos mensualmente en 1941, cuando dos tercios de los tanques alemanes eran vehículos ligeros, que podrían ser detenidos casi por cualquier cosa más destructiva que un fusil.
Para 1943, la turba desmoralizada de 1941 se había convertido en un ejército dispuesto a pelear una guerra. Los horrores de los campos de prisioneros alemanes y las atrocidades del invasor nazi hacia la población civil fueron operando un cambio en la mentalidad de los soldados soviéticos, que los llevaría desde la defensa desesperada de su capital a la conquista victoriosa de la capital enemiga.
Abajo, un grupo de tanques “Panzer III” hace un alto en el camino a Moscú. El “Panzer III” resultó totalmente inadecuado para su rol original de destructor de blindados enemigos. Luego de percibir sus fallas en la Batalla de Francia, a muchos se les mejoró el armamento, pasando de una pieza de 37 milímetros a otra de 50 milímetros, que tampoco resultó suficiente para lidiar con los bien protegidos tanques soviéticos. Recién en 1942, con la versión “F” del “Panzer IV”, armado con una nueva pieza de alta velocidad de 75 milímetros, contarían los alemanes con un modelo de tanque realmente capaz de luchar de igual a igual contra los formidables “T-34” y “KV-1”.
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