Hace 100 años
21 de agosto de 1916
Primera Guerra Mundial
El 17 de agosto de 1916, finaliza la sexta Batalla del Isonzo, sin que el “Regio Esercito Italiano”, mandado por el general Luigi Cadorna, sepa explotar los éxitos iniciales del ataque y la apurada situación estratégica de sus adversarios austrohúngaros; estos últimos se defienden en los Alpes del empuje italiano, mantienen su presencia en Los Balcanes e intentan recuperarse de los efectos de la gran ofensiva lanzada por el Ejército Ruso desde mediados de junio. Esta última operación rusa, conocida como “Ofensiva Brusilov”, costó muy cara a la “Monarquía Dual”, que sufrió cuantiosas bajas y tuvo que solicitar ayuda a sus aliados alemanes para poder frenar. Sin embargo, por estos días de mediados de agosto, el ritmo de avance de las tropas del general Alexei Brusilov ha bajado lo suficiente, como para considerar que su ofensiva ha llegado a su fin.
Al comienzo, las cosas marcharon bien para Brusilov, que rompió el frente austrohúngaro y se adentró limpiamente en la retaguardia enemiga, sembrando el caos y obligando a la retirada de los súbditos de Francisco José. Pero los éxitos de Brusilov, en el sector sur, contra Austria-Hungría, nunca fueron bien replicados por las fuerzas rusas que, en el norte, mandadas por el general Alexei Evert, debían avanzar contra las tropas alemanas. Los alemanes incluso fueron capaces de trasladar unidades hacia la zona sur del Frente Oriental, más comprometida. Cuando la “Stavka”, el Cuartel General Imperial Ruso, se dio cuenta del estancamiento de Evert, transfirió gran parte de su ejército hacia el sur, contra los deseos de Brusilov. En efecto, Brusilov sabía que el movimiento de tropas desde el norte hacia el sur sólo alertaría a los alemanes, que moverían el centro de gravedad frente a él y, de todos modos, estarían reforzados antes que él, por tener una mejor red de ferrocarriles a su disposición.
Para mediados de agosto, la Ofensiva de Brusilov había costado alrededor de 500.000 soldados a Rusia y drenado alrededor de 375.000 hombres del Ejército “Real e Imperial” de Austria-Hungría. El resultado indeciso de la batalla salvaba a Austria, por el momento, del colapso total, en gran parte, gracias al hábil liderazgo del general alemán Erich Ludendorff y a las excelentes redes ferroviarias de los Imperios Centrales. Por otro lado, ninguno de estos dos viejos Imperios, Rusia o Austria, estaban en condiciones de soportar por mucho tiempo más este nivel de pérdidas en hombres y material. Aquejados de múltiples problemas internos y amenazas externas, Rusia y Austria caminaban hacia una revolución que sólo podía ser evitada por una victoria total, muy improbable en el corto plazo. Estos Imperios, cuya historia abarcaba dos milenios, habrían desaparecido antes de que pasaran mil días.
En Los Balcanes, Bulgaria lanza la llamada Batalla de Florina, también llamada “Ofensiva de Chegan”. Los búlgaros y sus aliados sospechaban con razón que Rumania estaba a punto de entrar en la guerra de parte de la Entente y el ataque búlgaro, apoyado por Alemania, quiso adelantarse a una posible ofensiva de la Entente, destinada a alejar a los Imperios Centrales de las fronteras rumanas. Desde fines de 1915, tropas francesas, serbias y de la Commonwealth ocupaban el norte del territorio griego, contra los deseos del gobierno local, que tuvo que aceptar su presencia a regañadientes. En el flanco izquierdo de su avance, los búlgaros hicieron grandes progresos, en gran parte, porque las tropas griegas recibieron la orden de retirarse sin combatir. Para muchos oficiales contrarios a la política de neutralidad del Rey Constantino y su gobierno, fue la gota que rebalsó el vaso y que los empujaría a la sublevación. Esos territorios habían sido conquistados durante las Guerras Balcánicas de 1912-1913 y ahora los militares griegos debían ver cómo los búlgaros los recuperaban casi sin oposición. El flanco derecho del ataque búlgaro tuvo éxito también al comienzo, pero fue frenado por las tropas de la Entente y no consiguió todos los objetivos que se planteó. Sobre todo, no pudo disuadir a Rumania de entrar en la guerra apoyando a la Entente, como ocurriría formalmente a fin de mes. De hecho, el mismo 17 de agosto de 1916 en que Bulgaria lanzaba su ofensiva, Rumania firmaba, en secreto, el Tratado de Bucarest, que establecía las condiciones para que los rumanos declararan la guerra a Bulgaria, Alemania, Turquía y Austria-Hungría.
Al igual que en Grecia, al interior de Rumania, coexistían visiones diferentes en torno a la guerra. Desde 1866, el país era dirigido por una rama menor de la Casa de Hohenzollern, la dinastía reinante del “Reich” Alemán, de modo que el Rey Carol I (1881-1914) firmó una alianza secreta con la Triple Alianza en 1883, que obligaba a Rumania a entrar en guerra al lado del Imperio Austrohúngaro, en caso de que éste fuera atacado. Cuando se produjo la crisis de agosto de 1914, que condujo al estallido de la Primera Guerra Mundial, Carol quiso honrar esa alianza, pero la mayor parte de los partidos y de la opinión pública eran francófilos y se oponían a entrar en guerra apoyando a Austria. Carol murió en octubre de 1914 y su heredero, Fernando I, se alineó con su gobierno al optar por la neutralidad.
Para mediados de agosto de 1916, el momento parecía favorable para entrar en la guerra del lado de la Entente. Con los alemanes batiéndose en Verdún y el Somme, con los austriacos a la defensiva en los Alpes y los Cárpatos, y con los rusos habiendo ejecutado su mejor ofensiva hasta la fecha, parecía posible que Rumania aprovechara la oportunidad de satisfacer su antiguo reclamo territorial sobre Transilvania, ubicada dentro de las fronteras austrohúngaras hasta la fecha.
Antes de que terminara agosto de 1916, Rumania, el último país balcánico a salvo de la carnicería, entraría en la vorágine de la Gran Guerra. Con el paso de las semanas, se comprobaría como una decisión muy costosa para el país.
Abajo, una fotografía que resume el ambiente de la época. El primero a la izquierda es el Rey Carol I; le sigue su sobrino y entonces príncipe heredero, Fernando. Frente a los dos, en impecable uniforme, el pequeño príncipe Carol, futuro Carol II e hijo de Fernando, se cuadra, haciendo el saludo militar de estilo.
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