Hace 75 años
20 de marzo de 1941
Segunda Guerra Mundial
La Batalla del Atlántico, la más larga de la guerra, está en un punto álgido. El 14 de marzo, el poderoso acorazado “Bismarck”, orgullo de la “Kriegsmarine”, empieza a embarcar suministros en Kiel, preparándose para lo que será su primera y última misión. Los buques alemanes están muy superados en número por la todopoderosa “Royal Navy”. Si son sorprendidos por las formaciones de combate británicas, no tienen más oportunidad que huir a toda máquina y ya salir hacia alta mar, burlando la vigilancia de la “Home Fleet”, es un logro difícil de conseguir. Sin embargo, cualquier crucero pesado, crucero de batalla o acorazado alemán que sea capaz de plantarse en el Atlántico a acosar los convoyes británicos, obliga a movilizar tal cantidad de recursos para contrarrestarlo, que el esfuerzo desbalancea todo el sistema de comunicaciones marítimas británico. En suma, para los alemanes, el riesgo vale la pena. Y cuando consiguen dar con un convoy, el efecto que causan es tremendo. El 16 de marzo, los cruceros de batalla “Scharnhorst” y “Gneisenau” interceptan un convoy a 950 millas al este de Nueva Escocia, Canadá. En una sola noche, capturan o echan a pique diez barcos. Contra los submarinos, los destructores y corbetas de escolta bastan, pero es poco lo que pueden hacer contra la potente artillería de dos cruceros de batalla.
Los submarinos alemanes también causan considerable daño en el Atlántico, a los que se han sumado últimamente algunas unidades italianas. La fortuna favorece a veces a un bando y a veces al otro. Pero se puede afirmar que la primera mitad de 1941 es un buen período para los submarinos alemanes. Los alemanes acosan a los británicos también desde el aire. El 19 de marzo, Londres es visitada por 370 bombarderos alemanes, que causan 750 muertos y hunden varias embarcaciones amarradas a los muelles.
En los Balcanes, los italianos deciden cancelar su ofensiva de primavera, luego de varios días de dura lucha, en que han sufrido enormes bajas, sin conseguir muchos avances frente a los griegos, que defienden el terreno conquistado en Albania. Alemania, en tanto, está lista para intervenir en la región, en auxilio de su aliada. Para asegurar el flanco de sus fuerzas invasoras, Hitler lleva varios días exigiendo al gobierno yugoslavo que se una al Eje, tal como lo han hecho Bulgaria, Hungría y Rumania. El 17 de marzo, el Príncipe Pablo, regente en nombre del joven Pedro II, se reúne con el líder nazi en Berchtesgaden, donde se le aclara que la presente es la última oportunidad para evitarle a Yugoslavia una invasión alemana. Hitler prometía no hacer entrar sus tropas en el país, aunque tanto el Príncipe Pablo, como el Primer Ministro Dragisa Cvetkovic, saben que las promesas de los nazis no son precisamente de fiar.
El 19 de marzo, el Consejo de Ministros se reúne para discutir la posibilidad de aceptar la propuesta alemana. Bajo inmensa presión, los ministros y el regente deciden comunicar a Alemania que Yugoslavia adherirá al Eje. Cuatro ministros de estado renuncian en protesta. El país parece a punto de volatilizarse en mil pedazos, bajo la presión de la Alemania Nazi, sin posibilidad de recibir auxilio real de Gran Bretaña y más que nunca sufriendo las fuerzas centrífugas de los variopintos grupos étnicos y religiosos que los conforman. En efecto, croatas católicos, serbios ortodoxos y bosnios musulmanes son algunos de los muchos pueblos que forman Yugoslavia, sólo por mencionar a algunos de los principales.
Sabiendo que el gobierno y el pueblo yugoslavo están muy divididos, los alemanes presentan un ultimátum: o Yugoslavia accede oficialmente a la alianza con Alemania para el 23 de marzo o se atiene a las consecuencias, es decir, es invadida por la “Wehrmacht”. Es el último pueblo eslavo, centroeuropeo o balcánico que había podido mantenerse al margen de la guerra. Como le pasó a tantas otras naciones de Europa Central y del Sudeste, Yugoslavia llevaba demasiados años aguantando entre la espada del nazismo y la pared del comunismo. Y Occidente hacía mucho tiempo que no podía o no quería ayudarles.
Hitler está a punto de lanzar a sus ejércitos en una nueva conquista, esta vez, hacia los Balcanes. En cosa de semanas, los uniformes grises de los alemanes estarán marchando por las calles de Atenas y de Belgrado. Pero ya llega la primavera y los generales alemanes están seriamente preocupados de que sus fuerzas estén preparándose para luchar contra los británicos en Grecia y no se hallen ya en camino a encontrarse con los rusos. Los meses que faltan hasta el invierno se sentirán muy breves cuando éste se deje caer sobre los alemanes a fines de 1941.
Abajo, infantes del Real Ejército Yugoslavo avanzan siguiendo un tanque Renault R35, durante maniobras realizadas en 1940. Este modelo ligero era de los pocos equipos relativamente modernos de que disponían los mandos yugoslavos en la víspera de su entrada en la guerra. El ejército sufría de material muy antiguo, en gran parte, heredado de la Primera Guerra Mundial y, sobre todo, reflejaba la división entre el centro del gobierno, dominado por los serbios, y el resto de las nacionalidades que conformaban el país. De hecho, al momento de producirse la invasión alemana en 1941, de los 167 generales del ejército, 150 eran serbios, 8 eran croatas y 9 eran eslovenos.
Imagen tomada de http://41.media.tumblr.com/62a8b1caa36e86ec99482623e068804d/tumblr_njoy7wIpLl1rji3x6o1_1280.jpg
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