lunes, 21 de marzo de 2016

Hace 100 años. 20 de marzo de 1916. Primera Guerra Mundial

Hace 100 años
20 de marzo de 1916
Primera Guerra Mundial

En esta segunda mitad de marzo de 1916, los alemanes siguen al ataque en Verdún, pero han perdido toda sorpresa y se enfrentan a un enemigo preparado para recibirlos. La poderosa artillería alemana es capaz de lanzar devastadores ataques sobre las fuerzas francesas, pero no es capaz de silenciar a la artillería francesa, que causa graves bajas entre los alemanes y aísla eficazmente a las columnas de avanzada de sus líneas de suministro. Los bombardeos masivos de la artillería alemana permiten a la infantería germana conseguir pequeños avances, pero la artillería francesa hace lo propio por su infantería, cuando ésta lanza sus contraataques, que siempre causan cuantiosas bajas a los alemanes, incluso si consiguen mantener el terreno conquistado. Incluso si los alemanes consiguen capturar posiciones consideradas vitales, éstas casi siempre resultan neutralizadas por algún accidente de terreno o fortificación que también es necesario ocupar, para defender las posiciones conquistadas en la víspera. De este modo, los alemanes estaban obligados a atacar constantemente, incapaces de consolidar sus avances. La única manera de salir del círculo vicioso en que estaban los alemanes en Verdún habría sido retroceder a la línea del frente de febrero de 1916, un paso que los comandantes germanos no estaban dispuestos a dar todavía.

A partir del 15 de marzo de 1916, Portugal y Austria-Hungría están oficialmente en guerra. La declaración de guerra de Viena a Lisboa no es más que una mera formalidad, en que los austriacos honran su alianza con Alemania, pero es muy improbable que tropas portuguesas y austrohúngaras se enfrenten en el campo de batalla.

En estos días de marzo de 1916, termina de disputarse la Quinta Batalla del Isonzo. El general Luigi Cadorna no ha planificado la ofensiva con mucho detenimiento esta vez. El ataque italiano resulta menos costoso en bajas que en las ediciones anteriores de la batalla y está pensado, más que nada, para ayudar a aliviar la presión que los Imperios Centrales están ejerciendo en otros frentes. Como ha pasado antes, los avances en el Isonzo son insignificantes y aunque, esta vez, las pérdidas son menores, a nadie le sobran soldados en esta guerra, mucho menos a Italia.

El 14 de marzo, presente su renuncia el “Großadmiral” Alfred von Tirpitz, quien se desempeñara hasta entonces como Ministro de Marina. Al día siguiente, es nombrado en su reemplazo el almirante Eduard von Capelle. Tirpitz había conocido a Guillermo II en 1887, cuando este último era príncipe y fue escoltado por las lanchas torpederas mandadas por el entonces capitán Tirpitz, cuando viajaba al jubileo de oro de su abuela, la Reina Victoria de Gran Bretaña. En 1890, cuando se desempeñaba como Jefe del Estado Mayor del Escuadrón del Báltico, Tirpitz participó de una cena ofrecida al Káiser por parte de los oficiales más antiguos de la base naval de Kiel. En la ocasión, Guillermo pidió sus opiniones sobre la manera en que la marina debería desarrollarse. Cuando tocó el turno a Tirpitz, éste manifestó la necesidad de construir grandes acorazados, que dotaran a la “Kaiserliche Marine” de la capacidad de mirarse de igual a igual con las grandes potencias navales del mundo. La opinión de Tirpitz complació al Káiser, que hacía tiempo sopesaba la necesidad de convertir a Alemania en una potencia naval, capaz de proyectar globalmente la considerable influencia que había ganado en Europa desde que consiguiera su unificación en 1871, luego de derrotar a Francia.

La Alemania unificada por Bismarck y por Guillermo I había heredado de Prusia la condición de gran potencia militar, pero sus capacidades navales eran, al comienzo, muy modestas, tal como había sido siempre modesta la Marina Prusiana. Hasta fines del siglo XIX, la hipótesis de conflicto que enfrentaba el Imperio Alemán era una muy probable guerra con Francia. Para defenderse de Francia, Alemania no necesitaba de una marina fuerte, sino de un ejército poderoso y este era un instrumento con el que ya contaba. Para convencer al “Reichstag” y a la opinión pública alemana de la necesidad de invertir millones de marcos en construir una gran flota, era necesario crear un nuevo enemigo al que fuera necesario derrotar en el mar. Ese nuevo enemigo fue el Imperio Británico.

Hasta fines del siglo XIX, las relaciones entre Gran Bretaña y Alemania fueron cordiales. Prusia y el Reino Unido habían sido aliados en más de una guerra y el Káiser Guillermo era nieto de la Reina Victoria. Gran Bretaña también había tenido históricamente muy buenas relaciones con la mayoría de los estados alemanes predecesores del “Reich”, de modo que los británicos no tenían razones para sentir hostilidad hacia el Imperio Alemán cuando nació en 1871. Guillermo I y Federico III mantuvieran las relaciones con Londres en muy buen pie, pero Guillermo II deseaba transformar Alemania en un auténtico poder mundial, ojalá el primero de todos y esa era una posición que debía arrebatar a Gran Bretaña, señora absoluta de los mares del mundo desde Trafalgar. El crecimiento de los dominios coloniales alemanes y el crecimiento de su participación en el comercio internacional también pasaban por competir con los británicos.

En la víspera de la Guerra Anglo-Bóer, Guillermo II apoyó públicamente la posición de la República de Transvaal, que se convertiría en uno de los enemigos del Reino Unido en ese conflicto. En 1897, Gran Bretaña, que veía que la guerra con los bóer se hacía inevitable, amenazó a Alemania con bloquear sus puertos si, en caso de guerra, el Gobierno Alemán  decidía apoyar a los bóer con algo más que declaraciones. El apoyo de Guillermo a los bóer causó indignación en la opinión pública británica, mientras que la amenaza de Londres a Berlín dio al Káiser y a Von Tirpitz, convertido en Ministro de Marina, la excusa perfecta para presionar al “Reichstag” con un programa de construcción naval.

Von Tirpitz delineó un plan para construir una “Hochseeflotte”, “Flota de Alta Mar”, equivalente a 2/3 de la “Home Fleet” británica, con la que tendría que enfrentarse en el Mar del Norte, si es que algún día la guerra estallaba. El plan de Von Tirpitz, en muy pocos años, consiguió implementar una muy potente flota, cuyo poderío era sólo superado por su similar británica. Sin embargo, nunca llegó a tener el tamaño para realmente superarla en una batalla abierta, si es que aquello se producía alguna vez. Es cierto que Alemania se convirtió en una potencia con influencia mundial, pero el costo político e incluso estratégico fue muy alto.

De partida, la expansión de la “Kaiserliche Marine” causó preocupación en Gran Bretaña, que respondió con su propio programa de expansión. Se produjo una vertiginosa carrera naval de armamentos, que costó mucho dinero en ambas naciones y profundizó la desconfianza mutua. Alemania no consiguió nunca la supremacía naval, pero sí se consiguió un poderoso enemigo.

El peligro que suponía la presencia de una potente flota alemana en el Mar del Norte, empujó al Reino Unido a ceder en otras partes del mundo. Luego del llamado “Incidente de Fachoda”, que tuvo a británicos y franceses al borde de una guerra colonial en 1898, ambas naciones avanzaron en resolver sus diferencias, un proceso que terminó en la “Entente Cordiale”, que fue la base de la alianza que luchó contra Alemania en la Gran Guerra. Con Francia convertida en aliada, la “Royal Navy” tenía un rival menos de qué preocuparse.

Otro competidor era el ascendente Imperio Japonés, que se estaba convirtiendo rápidamente en una potencia naval. En 1902, se firmó la Alianza Anglo-Japonesa, que permitió a los británicos retirar todos los acorazados que tenía en el Pacífico y concentrarlos en el Mar del Norte, vigilando a las unidades alemanas. Rusia era finalmente la única otra potencia europea con una flota capaz de preocupar a los británicos. Sin embargo, en 1905, fue inapelablemente derrotada por Japón, que había quedado con las manos libres luego de asegurarse la neutralidad de los británicos mediante el acuerdo de 1902. La pérdida de casi todo su poder naval en la guerra con los japoneses, empujó a Rusia a acercarse a Francia y Gran Bretaña. En 1907, la alianza formal de Rusia y el Reino Unido estableció oficialmente la “Triple Entente”, una poderosa alianza que se convertiría en la némesis de la flota de Von Tirpitz.

Abajo, una postal del “SMS Nassau”, el primer acorazado tipo “Dreadnought” construido para la Marina Imperial Alemana y botado en 1907, diseñado justamente como respuesta a la botadura de su similar británico que dio nombre a la categoría.




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