martes, 17 de septiembre de 2024

17 de Septiembre de 1944. Hace 80 años. Operación Market Garden.

  El 6 de junio de 1944, los Aliados habían desembarcado con éxito en Normandía. En las semanas siguientes, a pesar de la feroz resistencia alemana, los Aliados consiguen avanzar hacia el interior de Francia y París es liberado en agosto. La Batalla de Normandía es nada menos que un desastre para Alemania, que también sufre el embate de la llamada "Operación Bagration", una ofensiva del Ejército Rojo en el Frente Oriental, que acabaría pulverizando al poderoso Grupo de Ejércitos del Centro de la "Wehrmacht", que ocupaba Bielorrusia desde junio de 1941.


Para mediados de septiembre de 1944, los Aliados han liberado Bélgica, pero la frontera de esta nación con Alemania no es el lugar más apropiado para una gran ofensiva hacia el interior del Reich. El mariscal británico, Bernard L. Montgomery, quien venciera a Rommel en África, idea un audaz plan para flanquear las mejores defensas alemanas y penetrar hacia el corazón de Alemania desde Holanda. Pero el territorio holandés no es mucho más fácil de transitar que las desafiantes Ardenas franco-belgas, que los Aliados han preferido evitar. El territorio del Reino de los Países Bajos es una complicada tracería de cursos de agua, atravesados por innumerables puentes, cuyo control es clave para cualquier atacante que quiera prevalecer. Así que "Monty" planea usar una enorme fuerza de 35.000 paracaidistas y tropas aerotransportadas en planeadores, que deberán ocupar una serie de puntos estratégicos, desde Eindhoven por el sur, hasta el puente de Arnhem, ubicado sobre el Bajo Rin y que permitía el paso hacia la Renania Alemana.


La operación consiguió liberar gran parte de Holanda, pero no consiguió una "puerta trasera" para los Aliados hacia Alemania. En Arnhem, los paracaidistas británicos no pudieron conservar el puente ante los contraataques alemanes y tuvieron que ser evacuados, luego de perder dos tercios de sus efectivos. 


Es cierto que el Ejército Alemán venía muy golpeado y en retirada. Pero no estaba vencido del todo. No todavía, al menos. El alto mando aliado no cometió realmente el error de elaborar un plan inadecuado, ni de ser demasiado audaz. Lo que ocurrió es que cometió el gigantesco error de subestimar al soldado alemán, cuya capacidad de recuperación y de combate era inigualable. Miles de soldados aliados pagaron un precio muy alto debido a ese error.


La operación ha dado origen a numerosa literatura y documentales, así como a la que, a mi juicio, es la mejor película de todos los tiempos: "Un Puente Demasiado Lejos".


La imagen captura el momento en que los paracaidistas aliados caen tras las líneas alemanas en Holanda, el 17 de septiembre de 1944 (https://www.annefrank.org/es/timeline/90/operacion-market-garden/)


miércoles, 14 de febrero de 2018

¿Por qué?







¿Por qué?



¿Por qué tiemblo cuando estoy contigo, si no te tengo miedo?

¿Por qué me falta el aliento a tu lado, si eres mi oxígeno?

¿Por qué muero en tu abrazo, si eres mi vida?

¿Por qué deseo ser tu siervo y, al mismo tiempo, me haces ser más libre?

¿Por qué mi corazón se agita en tu presencia, si eres mi descanso?

¿Por qué me estremezco con tus besos, si eres la fuente de mi calma?

¿Por qué siento que te he conocido toda la vida, aun antes de hallarte, amando la promesa de tu existencia?

Dame, amante tan amada, en tu beso, las respuestas.

domingo, 11 de febrero de 2018

Hace 100 años · 5-11 de febrero de 1918 · Primera Guerra Mundial · Ucrania lucha por su independencia


Hace 100 años
5-11 de febrero de 1918
Primera Guerra Mundial

Ucrania lucha por su independencia

El 9 de febrero de 1918, en Brest, Bielorrusia, se firma el primer Tratado de Brest-Litovsk, entre la República Nacional Ucraniana, por un lado, y los Imperios Centrales (Alemania, Bulgaria, Turquía y Austria-Hungría), por otro. Tan pronto como los bolcheviques empezaron a negociar un armisticio con los alemanes y sus aliados, el gobierno nacional ucraniano, nacido de la desintegración de la vieja Rusia, hizo lo mismo, toda vez que el frente germano-austriaco corría a través de territorio de Ucrania.

La “Rada”, el Parlamento Nacional Ucraniano, nacido en medio de la Revolución Rusa, consiguió firmar un armisticio con los Imperios Centrales el 28 de diciembre de 1917 y el 1 de enero de 1918, una delegación ucraniana llegó hasta Brest, para negociar un tratado definitivo con Alemania y sus aliados. El 12 de enero, la delegación ucraniana fue formalmente reconocida por los Imperios Centrales, pero las negociaciones se vieron entrampadas por la aspiración ucraniana a ciertos territorios entonces controlados por el Imperio Austrohúngaro. Mientras se producían estas negociaciones, simultáneamente y, en la misma ciudad, los Imperios Centrales discutían términos de paz con los representantes del gobierno bolchevique ruso. La Rada proclamó la total independencia de Ucrania el 22 de enero y fue reconocida por los Imperios Centrales el 1 de febrero, bajo protesta del gobierno bolchevique de Lenin, que deseaba reintegrar, por la fuerza, de ser necesario, Ucrania en el territorio ruso.

El tratado firmado el 9 de febrero reconocía para Ucrania las fronteras existentes en 1914 entre Rusia y el Imperio Austrohúngaro. Las fronteras se determinarían con exactitud posteriormente, mediante comisiones compuestas por representantes de ambas partes, siguiendo criterios étnicos y la voluntad de las poblaciones locales. El tratado también contemplaba la evacuación de las regiones de Ucrania, ocupadas por los Imperios Centrales; el establecimiento de relaciones diplomáticas, la devolución de prisioneros de guerra y el intercambio de civiles internados. Al tiempo que ambas partes renunciaban a reparaciones de guerra, el artículo 7º del tratado regulaba la instauración de relaciones económicas e intercambio, tan importantes para los Imperios Centrales, que llevaban varios meses sufriendo escasez de alimentos, debido al bloqueo naval de las potencias de la Entente. Ucrania, reconocida como uno de los “graneros de Europa”, ponía ahora a disposición de Alemania y sus aliados sus inmensos recursos agrícolas.

La vida independiente de la Ucrania nacida de la Revolución Rusa fue breve y acabó trágicamente, aplastada por la tiranía marxista de Lenin y sus colaboradores, que buscaban restaurar las fronteras del Imperio Zarista y, de ser posible, expandirlas más allá inclusive. Con la presencia de tropas alemanas y austrohúngaras, los bolcheviques tuvieron que reconocer la independencia de Ucrania, pero se volvieron contra el joven estado, casi inmediatamente después de que Alemania y sus aliados fueron derrotados. Después de terminada la Primera Guerra Mundial, la heroica lucha de Ucrania por su libertad se vio confundida con el marco general de la Guerra Civil Rusa y con la Guerra Soviético-Polaca de 1919-1921, en que las fuerzas nacionales ucranianas se aliaron con los polacos. Después de muchos altibajos, en octubre de 1920, Polonia y la ahora Unión Soviética firmaron una paz por separado, que dejó a Ucrania sola frente a sus poderosos adversarios y sin esperanzas de recibir ayuda externa. El movimiento de resistencia continuó hasta 1922, pero el pueblo ucraniano sufrió la persecución, la hambruna y el asesinato de millones de sus integrantes, hasta que consiguió independizarse nuevamente de Moscú en la década de 1990, a fines del siglo XX.

Abajo, soldados de los “Fusileros de Sich”, una de las más conocidas unidades del Ejército de la República Nacional Ucraniana, que intentó resistir la agresión marxista contra su patria.




Hace 75 años · 5-11 de febrero de 1943 · Segunda Guerra Mundial · Baja el telón en Guadalcanal


Hace 75 años
5-11 de febrero de 1943
Segunda Guerra Mundial

Baja el telón en Guadalcanal

El 8 de febrero de 1943, los japoneses completan la “Operación Ke”, es decir, la evacuación de las tropas que luchaban en Guadalcanal. La evacuación fue exitosa, al conseguir salvar más de 10.000 soldados japoneses de la muerte o la captura, pero significó reconocer la derrota en la batalla y fue la primera de una larga serie de retiradas, que llevarían a las fuerzas imperiales japonesas a terminar luchando en defensa de su propio territorio, poco más de dos años después.

En agosto de 1942, tropas estadounidenses desembarcaron en las Islas Salomón, arrebatando a los japoneses el control de, entre otras, la estratégica isla de Guadalcanal, donde los nipones construían un aeródromo, que los “Marines” rápidamente terminaron de edificar y utilizaron para su ventaja. La nueva pista, llamada “Henderson Field”, alojó una importante fuerza de aviones norteamericanos, que siempre inclinaron la balanza en favor de los estadounidenses en los momentos decisivos de la batalla. Luego de algunas semanas, estaba claro que el control de los aires alrededor de Guadalcanal pertenecía a Estados Unidos y a la improvisada aviación estacionada en “Henderson Field”, que los soldados bautizaron “Cactus Air Force”, siguiendo el nombre en clave dado a la disputada islita.

Con los norteamericanos dueños del aire, el mayor problema para los japoneses era mantener la cadena de suministros para sus miles de soldados que intentaban reconquistar Guadalcanal. Para disminuir el riesgo de ataques aéreos, los japoneses recurrieron a hacer llegar los suministros sólo de noche y usando destructores, mucho más rápidos que cualquier barco de transporte. Las corridas de los destrcutores, aunque estaban lejos de conseguir su objetivo de mantener bien provistas a las tropas japonesas, eran hechas con tanta regularidad, que fueron bautizadas como “Tokyo Express”. Las operaciones navales, destinadas a reforzar las tropas de ambos bandos, causaron sangrientas batallas navales, a menudo con participación de cazas y bombarderos basados en portaaviones. Las pérdidas, en estas batallas alrededor de Guadalcanal, fueron altísimas para ambos bandos, tanto en número de buques, como en tripulantes de buques y aviones. Mientras las respectivas aviaciones y marinas se disputaban salvajemente el espacio aéreo y naval circundante a Guadalcanal, los hombres del Ejército Imperial Japonés y del “USMC” (“United States Marine Corps”), así como, en menor medida, del “US Army”, se disputaban cada centímetro de la isla en una lucha casi constante, jalonada con ocasionales ofensivas mayores, que costaron miles de muertos y heridos a ambos contendientes, encerrados en un espacio relativamente pequeño, sufriendo todos los rigores del insano clima tropical.

En los resultados directos de las batallas navales, la “US Navy” se llevó muchas veces la peor parte. En un momento crítico de la campaña, luego de la Batalla de Cabo Esperanza, en octubre de 1942, los Aliados tenían apenas un portaaviones severamente dañado, el “USS Enterprise”, en todo el teatro de operaciones del Pacífico. Eso demuestra lo difícil que fue vencer al Japón en esta batalla (y en todas las otras, por lo demás). Por otro lado, los aviones estacionados en “Henderson Field” siempre inclinaron la balanza en favor de los estadounidenses, en tierra, en el mar y en el aire. Y los japoneses también sufrieron severas bajas en hombres, así como graves pérdidas en recursos materiales que, a diferencia de Estados Unidos, Japón malamente podía reponer; no, al menos, con la velocidad que la boyante economía estadounidense podía hacerlo.

Para fines de diciembre de 1942, se instaló en los altos mandos japoneses la discusión en torno a la posibilidad de evacuar Guadalcanal. En alguno de sus comunicados, el general Harukichi Hyakutake, comandante del 17º Ejército Japonés, pidió permiso para atacar en masa las posiciones norteamericanas, para que sus hombres pudieran morir honorablemente en batalla y no perecieran de hambre, encerrados en sus trincheras. Con reluctancia, el 31 de diciembre de 1942, los altos mandos obtuvieron permiso del Emperador Hirohito para retirarse de Guadalcanal, intentando salvar la mayor cantidad posible de soldados. El plan japonés preveía desembarcar un batallón de refuerzo a mediados de enero, que serviría de pantalla, mientras los hombres de Hyakutake eran evacuados a bordo de destructores, algo así como el “Tokyo Express”, pero en reversa. El objetivo de la evacuación debía estar completado para el 10 de febrero de 1943.

El 3 de enero, un convoy del “Tokyo Express” consiguió, en una audaz maniobra, llevar cinco días completos de suministros, que fueron arrastrados hasta la costa, usando barriles flotantes y botes de goma. Y el 14 de enero, nueve destructores desembarcaron 750 hombres y un destacamento de artillería, que tendrían la misión de proteger la retirada de sus camaradas del 17º Ejército. La acumulación de navíos en las bases japonesas y el aumento del tráfico radial llevaron a los estadounidenses a la errónea conclusión de que los japoneses preparaban una ofensiva mayor en Guadalcanal o en Nueva Guinea. Nunca habrían contado con una evacuación. Por eso, cuando se encontraron con fuerzas japonesas en retirada o posiciones inesperadamente abandonadas, no las perseguían o lo hacían con mucha cautela, suponiendo que, de un momento a otro, un gran contingente japonés podría contraatacar. La cautela de los comandante norteamericanos posibilitó a las fuerzas de retaguardia retirarse usando posiciones consolidadas y permitió evacuar una cantidad de tropas mucho mayor que la esperada por los mismos mandos japoneses.

Los oficiales navales japoneses se mostraron horrorizados al comprobar las espantosas condiciones físicas en que se hallaban sus camaradas del ejército, que llevaban tantos meses intentando mantenerse en Guadalcanal. La mayoría llevaba restos raídos del uniforme, estaban severamente afectados por la escasez de comida y agua, y en su mayoría, habían contraído dengue o malaria. Todos comprendieron por qué Guadalcanal había sido bautizada “Isla de la Inanición”. El 31 de enero y el 4 de febrero, se realizaron dos incursiones exitosas de evacuación, con un total de más de 9.000 soldados llevados hasta Bougainville, al norte de las Salomón. La “Operación Ke”, hasta ese momento, era muy exitosa en términos de salvar soldados japoneses, a pesar de que las incursiones niponas causaron duras batallas entre los destructores, cruceros, lanchas torpederas y aviaciones de ambos bandos, que sostuvieron importantes bajas. Los norteamericanos, que intentaron oponerse al movimiento japonés con todo lo que tenían, seguían pensando que los japoneses intentaban llevar más tropas hasta Guadalcanal. No tenían idea de que estaban sacándolas a todas. Si el comandante en terreno estadounidense, general Alexander Patch, hubiese sabido que los japoneses estaban evacuando, habría podido liquidar sin mayores problemas lo poco que quedaba de las maltrechas tropas de Hyakutake.

La última ronda de evacuación se produjo en la noche del 7 al 8 de febrero. Aunque se realizó de noche, recibió igualmente las atenciones de la “Fuerza Aérea Cactus”, de “Henderson Field”, que pudo dañar un destructor, antes de ser rechazada por la escolta de “Zeros”. A la 1.30 hrs. del 8 de febrero, la flotilla de destructores se retiró con 1.972 soldados, incluyendo la fuerza que había servido de cobertura a la evacuación. Cuando los hombres de la 161ª División de Infantería del “US Army” reiniciaron su avance, apenas hallaron unos cuantos soldados japoneses que no podían caminar y mucho menos luchar.

Los comandantes estadounidenses realizaron alguna autocrítica, por permitir la evacuación de más de 10.000 bajo sus narices y no pudieron más que admirarse de la eficiencia y hermetismo con que los mandos japoneses pudieron llevar a cabo la evacuación. Pero los estadounidenses, luego de seis meses de dura batalla y después de haber pasado más de un año desde Pearl Harbor, podían celebrar otra victoria, tan decisiva como Midway, y que, junto con esta última, significaba que la iniciativa pasaba definitivamente a los Aliados en el Pacífico.

Para el público interno, el gobierno japonés difundió la historia de que las tropas se habían retirado desde Guadalcanal, porque ya “habían cumplido su misión”. Sin embargo, aunque pudieron realizar una evacuación exitosa, el final de la campaña en la isla era un desastre de primera magnitud para el Imperio Japonés que, a diferencia de Estados Unidos, no tenía capacidad de reponer los buques, aviones y, sobre todo, el experimentado personal uniformado que había muerto en Guadalcanal o que había quedado tan malherido, que no podría luchar de nuevo.

Abajo, los restos de un caza japonés “Mitsubishi A6M – Zero”, derribado sobre una playa en Guadalcanal, acompañado de algunos botes de transporte abandonados.




domingo, 4 de febrero de 2018

Hace 100 años - 4 de febrero de 1918 - Primera Guerra Mundial - La Guerra Civil Rusa

Hace 100 años
4 de febrero de 1918
Primera Guerra Mundial

La Guerra Civil Rusa

Los bolcheviques están muy ocupados. El 30 de enero, retoman las negociaciones interrumpidas con los Imperios Centrales, para alcanzar un armisticio, que saque a Rusia de la guerra definitivamente. Lenin ha dado instrucciones precisas, en el sentido de que se debe ganar tiempo, para permitir que la Guerra Mundial se convierta en Revolución Mundial. Pero la paciencia de los alemanes es poca y la llegada de la primavera podría permitirles iniciar una nueva ofensiva hacia el interior de una Rusia que tiene poco con qué defenderse. Además, la situación interna no es fácil. Desde el sur, el general Mijail Alexeyev, al mando de un ejército de cosacos del Don, avanza con intenciones de aplastar al régimen instalado en Moscú. Alexeyev es uno de los muchos líderes que, entre 1917 y 1922, surgirán en el seno del fenecido Imperio Ruso, para luchar contra los bolcheviques, en lo que se conoce como Guerra Civil Rusa.

El poder central establecido por Lenin y sus compinches en Moscú y Petrogrado tuvo que hacer frente a cuatro tipos de resistencia. Estaban los que intentaban restaurar alguna forma de monarquía o implantar algún otro tipo de gobierno liberal, siguiendo el modelo de las democracias occidentales; en general, estos grupos eran denominados los “blancos”, en obvia oposición al color rojo usado por los bolcheviques. Otro frente estaba constituido por los movimientos independentistas de las distintas nacionalidades del Imperio Ruso; los países bálticos, Ucrania, Polonia, Finlandia y los territorios del Cáucaso, en distintas oportunidades y con fortuna variable, intentaron zafarse de la dominación de Moscú. Algunos grupos étnicos, como los cosacos, se movilizaron en defensa del viejo orden zarista, al que debían su forma de vida, pero también como una cierta forma de afirmar su identidad y, ya avanzada la guerra civil, para defenderse del intento bolchevique de someterlos por medio del terror y, en algunas regiones, por medio del exterminio.

Un tercer frente correspondía a lo que se podría llamar “frente interno”. Tanto “blancos”, como “rojos”, dirigieron una represión masiva y a menudo salvaje, contra todo aquél que se opusiera a su poder o que se sospechara que pudiera oponérseles en el futuro; en este caso, el “enemigo” podía tratarse de los militantes de partidos políticos de oposición, obreros en huelga cansados de la guerra y de pasar hambre; los miles de desertores del antiguo Ejército Imperial, del Ejército Rojo y de los muy variados ejércitos “blancos” y, por último, los ciudadanos comunes y corrientes, pertenecientes a grupos o clases sociales consideradas “hostiles”, que tuvieran la mala suerte de estar en una ciudad reconquistada al enemigo. Los bolcheviques estaban mucho más obsesionados con las clases que sus enemigos, de modo que, si bien es cierto los “blancos” cometieron numerosas atrocidades durante la guerra civil, la represión interna ejercida por el régimen marxista fue mucho más sistemática, masiva y salvaje, apuntando al exterminio de grupos sociales completos, más que a su mera sumisión.

Un cuarto y último frente correspondía a la lucha planteada por decenas de miles de campesinos, que se enfrentaron sobre todo a los rojos, pero también ocasionalmente a los blancos. La lucha de los campesinos contra los bolcheviques provenía de la resistencia a la colectivización forzosa y a la cruel política de requisas, implementada por el gobierno de Lenin, como un modo de llevar alimentos a la base de apoyo obrera bolchevique de las grandes ciudades industriales de Rusia y también como un modo de sometimiento de un mundo campesino que constituía la abrumadora mayoría de la población del viejo Imperio, que desconfiaba por principio de lo que viniera de la ciudad y que había aprendido a recelar especialmente del nuevo poder bolchevique, que empezaba a esparcir el hambre por los campos. A los campesinos sublevados, solían sumarse las bandas de desertores y muchos otros grupos variopintos de insumisos. Tanto rojos, como blancos, denominaban “verdes” a esta amalgama, que variaba desde pequeñas bandas locales, armadas con elementos de labranza y algunos fusiles, hasta ejércitos bien armados y equipados, compuestos por decenas de miles de hombres. Estas rebeliones campesinas tuvieron incidencia importante en el curso de la Guerra Civil. Así, el verano de 1919 fue un momento muy peligroso para los bolcheviques, con masivas rebeliones campesinas en Ucrania y en la cuenca del Volga, que descalabraron la retaguardia del Ejército Rojo y casi causaron una derrota decisiva a los bolcheviques, permitiendo a los ejércitos del general Antón Denikin y del almirante Alexander Kolchak, avanzar cientos de kilómetros. Poco después, cuando el almirante Kolchak se sintió lo bastante seguro como para implementar medidas definitivas, reestableció ciertos antiguos derechos de los terratenientes, que cayeron muy mal entre una población campesina golpeada por la escasez. Los campesinos siberianos, en respuesta, se alzaron contra Kolchak y su alzamiento provocó la derrota del almirante a manos del Ejército Rojo.

Prácticamente desde el mismo momento de la instalación del régimen bolchevique, a fines de 1917, surgió la oposición armada a Lenin y sus secuaces. El ejército de voluntarios del general Alexeyev fue el primero de muchos que intentó oponerse a los rojos. La resistencia a la tiranía bolchevique cubriría de sangre a Rusia hasta 1922 y, hasta cierto punto, contribuyó a una brutalización de las relaciones sociales, que facilitó las espantosas represiones llevadas a cabo por Lenin y Stalin contra los campesinos, contra algunas nacionalidades de la vieja Rusia, contra el mundo obrero y, en general, contra todo aquél que se opusiera o que se sospechara que un día pudiera oponerse a sus designios.

Abajo, un póster propagandístico, que representa a un caballero blanco, portando la bandera de Rusia y que salta sobre el dragón rojo revolucionario.




Hace 75 años - 4 de febrero de 1943 - Segunda Guerra Mundial - El principio del fin

Hace 75 años
4 de febrero de 1943
Segunda Guerra Mundial

El principio del fin

“Ya no hay signos de combate en Stalingrado”. Así rezaba el mensaje de un aparato de reconocimiento de la “Luftwaffe”, transmitido el 2 de febrero de 1943, hacia el cuartel general del mariscal de campo Erhard Milch, que había sido enviado con la imposible misión de mantener provisto por aire al sitiado 6º Ejército Alemán. La “Wehrmacht” sigue siendo fuerte, ocupa casi toda Europa, lucha todavía en África y su aviación puede pasear impunemente un indefenso avión de reconocimiento sobre territorio controlado por los soviéticos. Sin embargo, en Stalingrado, el Ejército Rojo le ha propinado una catastrófica derrota, de la que no volverá a recuperarse.

En los últimos diez días de enero, las defensas alemanas y rumanas de Stalingrado comenzaron a derrumbarse. No era raro que los defensores resistieran a menudo con un heroísmo casi fanático, causando graves bajas a las unidades soviéticas. Sin embargo, ya quedaba poco por hacer para los hombres del general Friedrich Paulus. El pequeño aeródromo de Gumrak cayó el 22 de enero, cortando la última vía de escape. Se intentó enviar alguna ayuda usando depósitos atados a paracaídas, pero el contacto radial entre la aviación y el cuartel general del 6º Ejército se perdió el 24 de enero, de modo que fue frecuente que los depósitos con suministros fueran entregados a las tropas soviéticas, aumentando la frustración de los sitiados.

Mientras el frente se derrumbaba, los médicos del 6º Ejército intentaban aliviar el martirio de varias decenas de miles de heridos y enfermos, sin medicinas, sin vendas y apenas con algún lugar donde poder dejar a los hombres que iban muriendo de sus heridas, sus enfermedades o de hambre. Era una tarea imposible, sabiendo además que, en el mejor de los casos, los heridos acabarían en un campo de prisioneros siberiano, si es que no eran ejecutados de inmediato por las tropas soviéticas, deseosas de vengarse de dos años de barbarie nazi. Mientras las ruinas de Stalingrado se convertían en una tumba masiva, las unidades que habían estado desplegadas en la estepa, se iban retirando hacia el perímetro de la destruida ciudad. Al terminar enero de 1943, hasta 100.000 soldados alemanes y rumanos se hacinaban dentro de la ciudad del Volga que tanto esfuerzo pusieron en conquistar. Las denominaciones de las unidades empezaban a carecer de significado. Al momento de la rendición, la otrora poderosa 14ª División Panzer no tenía un solo tanque y apenas contaba 80 hombres capaces de combatir. La disciplina comenzó a relajarse y no fue peor sólo por miedo a caer en manos de los rusos, sedientos de revancha.

En los últimos días de enero, Stalin empezó a recibir las alentadoras noticias de que incluso generales, con sus estados mayores y lo que quedaba de sus divisiones, empezaban a rendirse al Ejército Rojo. El 26 de enero de 1943, unidades del 21er. Ejército Soviético y soldados de la 13ª División de Guardias Fusileros del general Alexander Rodimtsev, finalmente se encontraron, luego de desplazar o destruir a las fuerzas alemanas que se les oponían. Se encontraban, así, las fuerzas que habían estado luchando con los alemanes desde inicios de la batalla, con las tropas que habían lanzado la “Operación Urano” y que habían cercado a las fuerzas de Paulus. Fue significativo que se encontraran sobre el promontorio del Mamaev Kurgan, un punto estratégico en la larga lucha por la ciudad y que cobró mucha sangre en su defensa al Ejército Rojo. Ese mismo día, las fuerzas alemanes fueron divididas en dos por las fuerzas soviéticas. El “Kessel” quedó repartido en una bolsa sur, con Paulus y la mayoría del alto mando, y una bolsa al norte, con el XI Cuerpo, mandado por el general Karl Strecker.

El 30 de enero, al cumplirse el décimo aniversario de la llegada nazi al poder, Hermann Goering pronunció un discurso, donde comparaba a las tropas de Stalingrado con los espartanos de las Termópilas. Para los hombres de Paulus, era claro que se trataba de un elogio fúnebre para ellos. Que fuera el vanidoso “Reichsmarchall” el encargado de leer su epitafio, cayó como una broma pesada entre los soldados encerrados en el “Kessel”, que sabían que el obeso Goering no dudó en dejarlos morir de hambre, frío o a manos de los soviéticos, para intentar lucirse con Hitler, en un intento de puente aéreo que todos, incluido Goering, sabían era imposible.

Hitler, preocupado por convertir el desastre de Stalingrado en un mito nacionalsocialista, ascendió a Paulus a mariscal de campo en la noche del 30 al 31 de enero. Desde la mentalidad de Hitler, era una invitación a que no se entregara vivo, es decir, al suicidio. Paulus, al conocer la noticia, dijo que no le haría ese favor al “cabo bohemio” y prohibió la práctica del “suicidio de soldado” entre sus oficiales, es decir, ponerse en situación de ser fácilmente abatido por las tropas enemigas. En la madrugada del 31 de enero, tropas soviéticas llegaron hasta las puertas mismas del cuartel general del ahora mariscal Paulus. En la noche de ese día, Paulus fue llevado a un breve interrogatorio frente a los altos mandos soviéticos de Stalingrado, negándose a dar orden de rendición a las tropas de Strecker que seguían luchando en la bolsa norte. Strecker estaba convencido de que su sacrificio y el de sus hombres podía ayudar a sus camaradas a reestablecer el frente del Don, pero no era un fanático nazi en búsqueda de la autodestrucción. En la madrugada del 2 de febrero, convencido de haber hecho todo lo posible por cumplir con su deber, Strecker ordenó la rendición a sus tropas o a lo que quedaba de ellas.

Acababa la Batalla de Stalingrado, con el 6º Ejército Alemán, el 2º Ejército Húngaro, el 3er Ejército Rumano, el 4º Ejército Rumano y el 8º Ejército Italiano destruidos o gravemente reducidos en número y capacidad de combate. Todo el frente del sur y del Cáucaso estaba en peligro de ser rebasado por los rusos. Hitler no lo admitiría todavía, pero Stalingrado significó el fin de toda posibilidad de vencer en el Frente Oriental. Las pérdidas en material de guerra eran enormes, pero sobre todo, en hombres, con 91.000 prisioneros (incluyendo 3.000 rumanos) y casi el doble de muertos y heridos. Los soviéticos perdieron más de 1.000.000 de soldados en la Batalla de Stalingrado y es posible que no lograran sacar a los alemanes del sur de Rusia inmediatamente, en parte, por estas pérdidas, pero podían reponerlas, a diferencia de Alemania y sus aliados, que empezaban a estar cortos de suministros, de armas y de hombres que pudieran usarlas.

Stalingrado fue el inicio de una retirada que no acabaría sino en las puertas del búnker de Hitler en Berlín. Era el principio del fin del reinado de horror del nazismo.

Abajo, una de las postales de la resonante victoria del Ejército Rojo. Un soldado soviético ondea una bandera, desde un balcón que domina lo que una vez fue la plaza central de la ciudad.







domingo, 21 de enero de 2018

Hace 100 años - 21 de enero de 1918 - Primera Guerra Mundial - La Asamblea Constituyente Rusa

Hace 100 años
21 de enero de 1918
Primera Guerra Mundial

La Asamblea Constituyente Rusa

En los días 18 y 19 de enero de 1918 (5 y 6 de enero en el calendario juliano), se reunió por primera y única vez la Asamblea Constituyente Rusa, cuyo establecimiento era uno de los anhelos más arraigados entre los que buscaron mayores libertades en Rusia, desde la segunda mitad del siglo XIX en adelante. El sueño de una asamblea constituyente, que diera paso a una asamblea legislativa permanente, fue un punto de unión para todos los reformistas rusos, desde los moderados, hasta los más radicales. El Zar Nicolás II había tolerado la existencia de la “Duma”, por breves intervalos, en los primeros años del siglo XX, pero la influencia efectiva de la legislatura era escasa.

El Gobierno Provisional, formado en marzo de 1917, tenía como propósito fundamental organizar las elecciones para una asamblea constituyente y funcionar como gobierno interino, hasta que la asamblea fuera plenamente funcional. Sin embargo, el Gobierno Provisional tardó muchos meses en llamar elecciones, aunque no se puede decir que la demora haya sido totalmente su culpa. Rusia nunca había desarrollado las instituciones necesarias para realizar elecciones con sufragio universal y secreto. Se trataba de un proceso complejo, que debía estructurarse desde cero, en un momento en que además el tambaleante Imperio renunciaba a su vieja monarquía absoluta y enfrentaba, con adversa fortuna, la peor guerra que la humanidad haya conocido hasta la fecha. La comisión electoral pudo reunirse recién en junio de 1917 y, al mes siguiente, Alexander Kerensky (hombre fuerte del régimen para entonces), anunció elecciones para septiembre de ese año. El proceso tuvo que ser pospuesto para noviembre, pues las provincias, en muchos casos, no estaban listas para organizarlo.

La demora no ayudó a mejorar la popularidad del Gobierno Provisional entre los sectores populares urbanos, especialmente los obreros fabriles de las grandes ciudades y los soldados de guarnición en el frente o en tránsito hacia el mismo, quienes llevaban además mucho tiempo esperando que la guerra acabara, un objetivo que Kerensky tampoco había sido capaz de conseguir. Los bolcheviques estuvieron entre los más duros acusadores, repitiendo incesantemente que el Gobierno Provisional quería sabotear las elecciones. Los bolcheviques se mostraban comprometidos en apoyar la Asamblea Constituyente, una vez que estuviera instalada, aunque esperaban que lisa y llanamente cumpliera su programa. Al tomar el poder por la fuerza, Lenin intentó adelantar las elecciones para noviembre y quiso cumplir formalmente el compromiso del partido con la asamblea, aunque siguió advirtiendo que poner demasiada fe en una asamblea elegida democráticamente implicaba el riesgo de una “contrarrevolución burguesa”, especialmente si la asamblea no protegía los “intereses de clase” de soldados, obreros y campesinos.

Las elecciones se verificaron a fines de noviembre, en un inédito ejercicio democrático, que no se repetiría en Rusia hasta la década de 1990. El Partido Socialista Revolucionario (los llamados “Eseristas”) consiguió una pequeña mayoría de 370 sobre 715 escaños. Los bolcheviques, incluso con la ventaja de controlar el aparato del estado, apenas llegaron a 170 asientos. La mayoría del apoyo bolchevique provenía de las grandes ciudades industriales, como Petrogrado (43% de los votos) y Moscú (46%). También consiguieron buena votación entre los soldados movilizados, contando un promedio cercano al 60%. Pero fuera de las escasas áreas urbanas y del ejército, el apoyo a los bolcheviques se difuminaba, al punto en que sus votos no llegaban a dos cifras en muchas áreas rurales. Los bolcheviques eran exitosos en las áreas urbanas, pero ese éxito significaba poco en un país como Rusia, donde más del 85% de la población era rural.

Los resultados electorales llevaron a los bolcheviques a cambiar de táctica. Luego de meses de abogar por la asamblea, empezaron ahora a cuestionar su legitimidad y atacar a quienes debían ocupar sus asientos. Las semanas que pasaron entre las elecciones y la fecha propuesta para la instalación estuvieron llenas de rumores de que los bolcheviques intentaban un nuevo golpe de estado, dirigido esta vez contra la asamblea. La guarnición naval de Kronstadt fue puesta en alerta y, en la madrugada del 10 diciembre (28 de noviembre del calendario juliano), el día en que debía iniciar su funcionamiento, todos los diputados del Partido Constitucionalista Demócrata (“Kadete”) fueron arrestados. El gobierno bolchevique ordenó que la instalación fuera pospuestas, alegando que faltaba la debida preparación.

Finalmente la Asamblea Constituyente se instaló el 18 de enero 1918 en el Palacio Táuride de Petrogrado. Los eseristas dominaron los procedimientos y consiguieron que la mesa fuera presidida por Victor Chernov, un férreo opositor de Lenin. La mayoría rehusó ratificar muchas medidas bolcheviques, incluyendo los decretos sobre paz y tierra. Los bolcheviques y sus pocos aliados más radicales, abandonaron la asamblea. Antes de irse, Lenin ordenó a los guardias rojos que permitieran que la asamblea siguiera funcionando, hasta que los diputados se retiraran espontáneamente, lo que pasó poco antes del amanecer del día 19. Cuando los representantes del pueblo ruso quisieron volver a sesionar la tarde siguiente, se encontraron con las puertas bloqueadas y vigiladas por guardias rojos fuertemente armados. A los diputados se les dijo que la Asamblea Constituyente había sido disuelta por orden del Congreso de los Soviets. En un discurso pronunciado más tarde, el cínico Lenin declaraba que los Soviets tomaban todo el poder en sus manos. “La Asamblea Constituyente —dijo el tirano— es la más alta expresión de los ideales políticos de una sociedad burguesa, la cual ya no es necesaria en un estado socialista”.

La dictadura bolchevique del proletariado empezaba a transformarse en la más atroz tiranía que conociera el ser humano.

Abajo, la única sesión de la Asamblea Constituyente Rusa.




17 de Septiembre de 1944. Hace 80 años. Operación Market Garden.

   El 6 de junio de 1944, los Aliados habían desembarcado con éxito en Normandía. En las semanas siguientes, a pesar de la feroz resistencia...