Hace 100 años
12 de marzo de 1917
Primera Guerra Mundial
La Revolución de Febrero
El principal teatro de operaciones de la guerra, el Frente Occidental, se mantiene estancado debido al invierno. Británicos, franceses, alemanes y lo que queda del Ejército Belga restañan las heridas del Somme y de Verdún, listos para reiniciar la carnicería apenas la primavera devuelva el verde y las flores a los campos de Flandes. Pero en las periferias de la Gran Guerra, la actividad continúa.
El 11 de marzo, la Entente lanza una gran ofensiva para conquistar Monastir, en Macedonia. Los alemanes y sus aliados tiene a Rumania prácticamente anulada en los Balcanes y Rusia está cada vez más debilitada. Pero la mantención de tropas francesas y británicas en Salónica y en Macedonia, impide a los Imperios Centrales cerrar el frente sureste de Europa, obligándoles a mantener tropas en la región, hasta que la superioridad numérica y económica de la Entente coloque a los austro-alemanes en decisiva desventaja.
Más al Oriente, el centenario Imperio Otomano se tambalea por los golpes de una guerra que se vuelve en su contra. El 11 de marzo de 1917, Bagdad cae en manos británicas. La relevancia estratégica y simbólica de conquistar una de las ciudades más importantes del mundo musulmán es un golpe directo al corazón del Sultanato, del que ya Turquía no se recuperará. Durante este año, además, la revuelta árabe contra los turcos se verá muy incrementada. En Persia, en tanto, los cosacos rusos desplegados en los antiguos dominios de los Aqueménidas recapturan Kirmanshah, en el oeste del país. Pero será una de las últimas intervenciones del cuerpo expedicionario ruso, porque en estos mismos días, en Petrogrado, estalla la Revolución Rusia.
La llamada “Revolución de Febrero” (marzo en el calendario gregoriano) es, hasta cierto punto, el turno de fuerzas moderadas que intentaron cambiar la vieja autocracia zarista por un régimen que anhelaba las democracias parlamentarias de Occidente. Sin embargo, su estallido fue repentino y el gobierno salido de esta primera revolución de 1917 sufrió las indefiniciones propias de un sistema surgido de la espontaneidad de los acontecimientos.
Las causas inmediatas de la caída del Zar Nicolás II tuvieron que ver con la confluencia de mucha gente en las calles de Petrogrado. Fuertes nevazones, a comienzos de febrero, demoraron los trenes, exacerbando en las ciudades los problemas de suministro de harina, obligando a muchas panaderías a cerrar sus puertas por falta de materia prima. El 19 de febrero (4 de marzo de 1917), el gobierno anunció que, a partir del 1 de marzo (14 de marzo), se introduciría el racionamiento de pan. De inmediato cundió el pánico entre miles de familias de la capital, que corrieron hasta las pocas panaderías abiertas, desde las que se formaban largas colas de compradores. Además de harina, empezaba a escasear el combustible, obligando al cierre de varias fábricas. Los obreros parados por la falta de combustible aumentaron el flujo de gente en las calles, a lo que también contribuyó una repentina alza en las temperaturas.
El 23 de febrero (8 de marzo), las protestas contra la escasez de pan coincidieron con una pequeña marcha conmemorativa del Día Internacional de la Mujer. Al día siguiente, envalentonados por las manifestaciones, 200.000 obreros estaban oficialmente en huelga. Por primera vez desde 1905, la capital imperial era escenario de grandes manifestaciones. Las protestas contra la escasez y contra la guerra en general se habían hecho más frecuentes desde fines de 1916, pero no eran masivas y tendían a ser breves, porque los trabajadores no querían debilitar la posición de sus compatriotas que luchaban en el frente. Pero esta vez fue diferente. Para el 25 de febrero (10 de marzo de 1917), las demostraciones excedieron en escala todo lo que se había visto desde 1905. Personas de toda condición llenaron las calles de la capital y ya no se limitaban a pedir pan; se empezaban a ver pancartas que pedían la abdicación del Emperador y en las calles de Petrogrado se escucharon los sones de la Marsellesa. Fue frecuente que los cosacos enviados a restaurar el orden mostraran abierta simpatía hacia una revuelta que ya se transformaba en revolución en toda regla.
El comandante de la guarnición de la capital, general Sergei Khabalov, pensaba que lo mejor era evitar el enfrentamiento con las multitudes, a la espera de que la inquietud se disipara con la normalización del suministro de pan. Incluso Alexander Shliapnikov, jefe de los bolcheviques en la capital, no apostaba a un estallido revolucionario y pensaba que estaban frente a otro motín de alimentos. Sin embargo, esa noche, el Zar tomó la drástica decisión de usar el Ejército para restaurar el orden. Las tropas confiables, que no eran muchas, fueron desplegadas en ciertos puntos clave durante la mañana del 26 de febrero (11 de marzo) y, en algunos casos, dispararon sobre las masas desarmadas, trayendo de vuelta el inquietante recuerdo del “Domingo Sangriento” que, en 1905, encendió la revolución que casi destruyó el centenario Imperio de los Zares. Durante la guerra, las tropas ya habían disparado alguna vez contra los manifestantes y siempre había bastado para restaurar la autoridad imperial. Pero esta vez las cosas eran diferentes.
La mayor parte de la guarnición de Petrogrado permaneció en sus cuarteles durante la jornada del 26. Las acaloradas discusiones entre los soldados y los oficiales degeneraron en abierto motín de la mayoría de las unidades militares. Para el 27 de febrero (12 de marzo de 1917), los oficiales leales a la Monarquía perdieron el control de sus tropas, muchas de las cuales se unieron al fervor revolucionario de las calles, atacaron los cuarteles de la policía y se hicieron con el control de otros edificios de gobierno.
El 26 de febrero, el Presidente de la Duma, Mijail Rodzianko, había enviado un telegrama al Zar, donde alertaba el nivel crítico al que llegaba la situación en la capital. Nicolás, seguro de que Rodzianko exageraba, ni siquiera se dignó a responder al jefe de su asamblea legislativa, lo que dice mucho de su nivel de respeto hacia cualquier forma de autoridad que no emanara directamente de la “Autocracia”. Mientras el Zar, los ministros y los parlamentarios intercambiaban telegramas, los regimientos estacionados en la capital se iban plegando a la revolución. Para el 27 de febrero, los soldados amotinados eran miles y llevaban horas distribuyendo fusiles entre los obreros en huelga. Los revolucionarios derechamente derribaban los símbolos de la Monarquía por todas partes y el poder efectivo del gobierno en la capital desapareció.
La Duma, prorrogada por el Zar la misma mañana del 27, había quedado sin facultades legales para reaccionar, de modo que actuó, por primera vez, en contravención a las órdenes del monarca. Dominada por la oposición moderada del llamado “Bloque Progresivo”, la mayoría parlamentaria decidió formar un Comité Provisional, destinado a restaurar el orden y a convertirse en el órgano gubernativo de Rusia. Mientras el Bloque Progresivo sentaba las bases de lo que sería el Gobierno Provisional de Kerensky, una parte de los grupos socialistas reactivaban el “Soviet de Petrogrado”, que se convertiría en una especie de ente paralelo y rival del Gobierno Provisional. La disputa entre estos dos cuerpos sucesores de la Autocracia se resolvería en los siguientes meses. En todo caso, el Zar ya estaba fuera del escenario y era cuestión de días para que Nicolás II, el último Romanov en el trono de Rusia, fuera oficialmente depuesto.
En la fotografía, soldados sublevados de la guarnición de Petrogrado durante los sucesos de febrero-marzo de 1917.
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