Hace 100 años
12 de febrero de 1917
Primera Guerra Mundial
Rusia prerrevolucionaria: trabajadores, campesinos y nacionalidades
A comienzos de febrero, con su victoria en Siwa, Egipto, los británicos pueden dar por concluida la campaña contra los sanusíes. Los sanusíes eran una cofradía musulmana, fundada en el Norte de África, que llegó a alcanzar especial influencia en Libia, donde su líder se convertiría en rey, luego de obtener la independencia de Italia. Hábiles guerreros del desierto, los sanusíes resistieron la expansión colonial francesa en Argelia y Chad, y la colonización italiana de Libia. En enero de 1915, se levantaron en armas contra los británicos y sus aliados italianos, convencidos por los turcos, que habían entrado en la guerra como aliados de Alemania.
Aunque nunca amenazaron seriamente el control británico de Egipto, los sanusíes obligaron a distraer cuantiosos recursos que, de otro modo, pudieron destinarse al Sinaí y Palestina, obligando a Gran Bretaña e Italia a hacer la guerra en su propio territorio colonial, en vez de intensificar la lucha contra los otomanos. La campaña contra los sanusíes se prolongó por dos años y mezcló modos tradicionales de hacer la guerra, con los avances tecnológicos a disposición de las potencias europeas. El uso de aviones, automóviles y carros blindados por parte de los británicos, permitió a estos últimos cubrir rápidamente las grandes distancias del desierto norteafricano, para atacar en lugares inesperados y obtener información de reconocimiento. Una vez que las bandas sanusíes quedaron desconectadas del Valle del Nilo, terminaron divididas y aisladas en oasis, donde fueron forzadas a rendirse por la falta de suministros o por la rápida acción de tropas motorizadas británicas, que superaron en movilidad a un enemigo que aún dependía del camello para desplazarse. Estás técnicas fueron perfeccionadas para la Campaña del Sinaí-Palestina en 1917 y dejarían muchas lecciones para la lucha protagonizada por los británicos y el “Afrika Korps” en la siguiente guerra.
En Rusia, la situación interna está relativamente tranquila, aunque es la calma que precede a la tempestad. Una variada serie de circunstancias ha influido para que el viejo Imperio de los Zares esté maduro para la más sanguinaria revolución que ha conocido la humanidad. Desde fines del siglo XIX, Rusia ha sido escenario de un acelerado proceso de industrialización, que elevó bruscamente la población de obreros en las grandes ciudades. En 1910, el proletariado urbano alcanzaba una cifra equivalente a entre un 40 y 50 por ciento de la población total de grandes ciudades, como Moscú, San Petersburgo y Bakú. Esta masa de trabajadores, desenraizados de las villas campesinas, debía enfrentar las complejas condiciones de su nueva vida, que otorgaba nuevas oportunidades, pero también peligros, como las enfermedades causadas por el hacinamiento y los abusos cometidos por algunos empleadores inescrupulosos. Estos trabajadores formarían la vanguardia revolucionaria y serían el principal apoyo de los bolcheviques en los años iniciales de la Revolución.
Con todo, al estallar la Primera Guerra Mundial, el Imperio de los Zares era mayormente una inmensa nación de campesinos. Rusia tenía la mayor proporción de población rural de Europa, correspondiente a un 85 por ciento del total. Muchos aspectos de la vida cotidiana campesina habían cambiado poco, en relación a cómo había sido desde tiempos inmemoriales, incluso tras la abolición total de la servidumbre en 1861. La vida seguía organizada en torno al trabajo comunitario, el ritmo familiar y la religión. Las actividades económicas más importantes seguían siendo la agricultura de subsistencia y la manufactura artesanal, poco permeables a los avances tecnológicos, generalmente desconocidos en la Rusia profunda. Los asuntos comunitarios era manejados por el “Mir”, la asamblea de varones cabezas de familia, que detentaba los títulos de dominio sobre la tierra, la redistribuía si era necesario y asumía una serie de otras obligaciones fiscales y administrativas, vinculando efectivamente a la comunidad campesina con el mundo exterior, especialmente con el gobierno central.
Esta gigantesca nación de campesinos fue la que aportó la mayor parte de los contingentes para el Ejército Imperial que enfrentó a Alemania y Austria-Hungría, de modo que se vio inundada por miles de jóvenes que volverían a sus hogares, al empezar la Revolución, a medida que el Ejército se desintegraba junto con el Estado. En un primer momento, el mundo campesino no fue actor principal de la Revolución y fue más un espectador de los sucesos que llevaron a la caída del Zar, en febrero de 1917, y al ascenso de los bolcheviques, en octubre del mismo año. La intensificación de la guerra civil los arrastraría a un ambiente de violencia generalizada, desde fines de 1917, y terminaría siendo, como grupo social, una de las principales víctimas del totalitarismo bolchevique en los años iniciales de la Unión Soviética.
Las distintas nacionalidades que convivían en el Imperio eran en sí mismas un factor a tomar en cuenta. En general, sin embargo, la mayor parte de los pueblos de Rusia se mantuvieron leales al Zar durante la prueba de la Gran Guerra, con ciertas notables excepciones, como los polacos, que siempre han tenido una conciencia nacional muy profunda, mezclada con una arraigada identidad católica, que los hace sentirse muy diferentes de los “cismáticos” ortodoxos rusos. Con menor intensidad que los polacos, los demás grupos nacionales reunidos en el Imperio Ruso experimentaron un intenso despertar nacionalista en el siglo XIX. Polacos, fineses, bálticos, judíos, musulmanes, georgianos, armenios, ucranianos y otros empezaron a verse como “naciones”, intentando organizar movimientos destinados a conseguir cierto grado de autonomía e incluso independencia total. No obstante, a diferencia de lo ocurrido en Austria-Hungría, la diversidad nacional no fue la causa más relevante de colapso del Imperio. Fue muy común que los activistas de las distintas partes del Imperio, especialmente cuando eran cercanos al socialismo, sintieran que la mejor manera de servir al renacimiento nacional y a la autonomía era formando causa común con los demás pueblos del Imperio, incluidos los rusos, para luchar por las libertades y los derechos de todos los habitantes de la vieja Rusia.
En la fotografía, una reunión de miembros de un “mir” campesino.
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