Hace 75 años
29 de enero de 1942
Segunda Guerra Mundial
El Gran Terror (I)
Los japoneses se imponen en casi todo el teatro de operaciones del Pacífico y el Asia Oriental. Deseosos de un chivo expiatorio, los altos mandos norteamericanos, a través de la llamada Comisión Roberts, declaran culpables de abandono de deberes al almirante Husband Kimmel y al general Walter Short, quienes estaban a cargo de las fuerzas estacionadas en Pearl Harbor al momento de producirse el ataque, el 7 de diciembre de 1941. Con el paso del tiempo, ambos oficiales serían rehabilitados, aunque pasarían muchos años antes de que se reconociera oficialmente que eran sólo el último eslabón en una larga serie de errores que condujeron a los desastres militares de los primeros meses de guerra con Japón.
En el sur del Pacífico, en las Indias Orientales Holandesas, los japoneses desembarcan en Borneo, aunque encuentran fiera resistencia de parte de las fuerzas coloniales holandesas. El 23 de enero, el submarino holandés “K-18” hunde el transporte “Tsuruga Maru”, mientras que la aviación holandesa hunde el “Nana Maru” y daña el “Tatsugami Maru”. Al día siguiente, los holandeses, con apoyo de destructores estadounidenses, atacan nuevamente a la flota japonesa de desembarco.
El 25 de enero, muy presionado por el expansivo Japón, el Gobierno de Tailandia accede a convertirse en aliado de Tokio, declarando la guerra a Estados Unidos y Gran Bretaña, aunque la medida encontró fuerte resistencia dentro de la administración tailandesa. El embajador tailandés en Washington, Seni Pramoj, se rehusó a entregar la declaración de guerra y se declaró abiertamente a favor de Estados Unidos, donde formó un gobierno libre en el exilio.
En el Atlántico, la “US Navy” tampoco lo pasa bien. En un solo día, el 25 de enero de 1942, frente a las costas de Norteamérica, los submarinos alemanes consiguen cuatro ataques exitosos, mientras se pasean impunemente frente a Virginia, Nueva York, Nueva Jersey y Newfoundland. Es el segundo “tiempo feliz” de los “U-Boote”, que se lanzan al cuello del tráfico mercante aliado, que aún no coordina una respuesta eficiente a la amenaza que se cierne bajo las olas del frío Atlántico Norte y que, entre fines de 1941 y el otoño de 1942, llegará a representar un cuarto de todo el tonelaje perdido por los Aliados en la guerra.
En Libia, los alemanes empiezan a equilibrar las acciones, luego de llevar varias semanas batiéndose en retirada. El 25 de enero de 1942, en Msus, mediante una audaz maniobra, los ítalo-germanos derrotan las vanguardias británicas y capturan 30 tanques “Valentine”, que ponen prestamente en uso contra sus propios fabricantes. El 29, las tropas de Rommel recapturan Benghazi, causando serias bajas al 8º Ejército Británico que las perseguía hasta hace pocos días.
El Frente Oriental es una fuente de preocupaciones para Berlín en estos días iniciales de 1942. En Kholm, el avance del 3er Ejército de Choque Soviético deja rodeados a 5.500 soldados alemanes. A pesar de que los soviéticos están al ataque en todo el frente, el fiasco del verano y el otoño de 1941 ha sido tremendo, demasiado grande como para ignorarlo. El Partido Comunista, experto en eludir sus responsabilidades y en hallar culpables, lleva meses levantando chivos expiatorios entre los altos mandos militares. Por estos días, es el turno del almirante Gordei Levchenko, quien se desempeñara en junio de 1941 como Comisario Interino de la Marina. El almirante Levchenko había sido arrestado en noviembre, por órdenes de Stalin, como responsable de la caída de Crimea en manos alemanas. Ahora, el 25 de enero, era condenado a 10 años de campo de concentración.
Lo cierto, sin embargo, es que la serie de desastres militares sufridos por la Unión Soviética tuvieron como único responsable al mismo régimen comunista, que se enajenó las voluntades de sus soldados y ciudadanos a través de 20 años de una tiranía atroz. El último capítulo del asalto llevado a cabo por el Estado Marxista contra su propio pueblo fue el llamado “Gran Terror”, que es como se conoce a la oleada de terror que se abatió sobre miles de ciudadanos soviéticos en los años 1936-1938 y cuyos efectos se dejaban sentir aún al momento de estallar la guerra con Alemania, en 1941. El período es también conocido como “Yezhovschina”, por coincidir con el tiempo en que el sádico Nikolai Yezhov estuvo a cargo del siniestro aparato represivo comunista, el llamado “NKVD” (“Naródny Komissariat Vnútrennij Del”, “Comisariado del Pueblo para Asuntos Internos”, que había absorbido las funciones de los demás órganos represivos en 1934).
Durante decenios, en Occidente casi nada se supo del “Gran Terror”, salvo algunos juicios-espectáculo, muy publicitados por el propio régimen, instruidos contra algunos de los jerarcas más prestigiosos del propio Partido, como Zinoviev, Kamenev, Bujarin, Piatakov y Radek, entre otros. Se trataba de jefes del Partido que habían gozado de posiciones de poder desde la época de Lenin y cuyo encausamiento público buscaba desviar la atención de los observadores extranjeros del terror masivo que se había estado aplicando sobre todas las categorías de ciudadanos soviéticos desde 1917 y cuya cúspide paroxística estaba siendo alcanzada por la tiranía estalinista en la segunda mitad de los años ‘30. Estos juicios, al mismo tiempo, tenían el propósito de validar el terror y la represión masiva como respuesta legítima ante una serie de supuestas agresiones internas y externas, que se mostraban como oscuras conspiraciones, bautizadas con llamativos nombres, tan imaginativos como las mismas tramas que intentaban denunciar. Así, a estos viejos militantes bolcheviques, viejos camaradas de la época zarista (y culpables antes, también, de hacer uso del mismo terror que sufrían), se les forzó a “confesar” los peores crímenes: haber organizado “centros terroristas” de obediencia “trotsko-zinovievista” o “trotsko-derechista”. Según los autos de instrucción, los acusados llevaban años preparando la contrarrevolución, con el fin de derrocar el poder soviético, restaurar el capitalismo, sabotear la economía, desmembrar la URSS y entregar a las potencias extranjeras Ucrania, Bielorrusia, el Asia Central, el Cáucaso…
El terror real, masivo, que sufrieron millones de inocentes, personas comunes y corrientes, fue mantenido en el silencio más absoluto. Hubo que esperar hasta el XX Congreso del Partido Comunista de la Unión Soviética (PCUS) de febrero de 1956, para que el entonces Secretario General del Partido, Nikita Jruschov, denunciara “numerosos actos de violación de la legalidad socialista, cometidos en los años 1936-1938, en relación con los dirigentes y cuadros del partido”. Pero del sufrimiento anónimo de otras cientos de miles de víctimas, nada se dijo. A fines de la década de 1960, el historiador británico, Robert Conquest, pudo hacer una primera reconstrucción del Gran Terror, aunque fue sólo una primera aproximación y estaba todavía muy incompleta. La apertura, todavía parcial, de los archivos soviéticos, ha permitido en los últimos 25 años avanzar muchísimo en la investigación del terror estalinista en general y del período del Gran Terror en particular, en una línea investigativa que podrá dar abundante trabajo a muchos historiadores durante muchos años más.
Los documentos que se han ido haciendo accesibles desde 1991 a la fecha, indican que la represión masiva fue resultado de decisiones tomadas en las más altas instancias del Estado-Partido, es decir, el Politburó y Stalin en particular. Vale la pena detenerse en uno de los episodios más sangrientos del Gran Terror, la llamada “Operación de Liquidación de los Antiguos Kulaks, Criminales y Otros Elementos Antisoviéticos”, que tuvo lugar entre agosto de 1937 y mayo de 1938, y cuyo objetivo primordial era resolver los muchos problemas que había causado la deportación de poblaciones enteras de campesinos pequeños y medianos hacia zonas remotas del país, bajo el régimen de “colonos especiales”. En los años 1931-1933, el enfrentamiento entre el Régimen Comunista y la masa campesina había significado la muerte de 6.000.000 de personas a causa del hambre, la deportación de 2.000.000 de personas a zonas remotas y la ejecución de cientos de miles.
Como la deportación tenía fines punitivos, al deportado y a sus familiares se les prohibía volver a sus lugares de origen y, en general, se intentaba restringir su movilidad. Con el paso de los años, los deportados fueron confundiéndose con los trabajadores libres locales y se fueron beneficiando del relajo de las medidas de vigilancia, imposibles de mantener con el rigor original en un territorio tan grande como la URSS. En muchos casos, los “colonos especiales” simplemente abandonaban las zonas de deportación y se unían a bandas de marginados y delincuentes, cada vez más frecuentes en la periferia de las ciudades, un cuadro muy común cuando se trataba de hombres que habían quedado solos, debido a que su familia había sido asesinada o había muerto a causa de las espantosas condiciones del viaje de deportación o por las paupérrimas condiciones de los lugares de llegada.
Stalin y sus allegados desarrollaron una auténtica obsesión por el “kulak saboteador”, infiltrado en las empresas, y el “kulak-errante”, infiltrado en las ciudades. El 2 de julio de 1937, el Politburó ordenó a las autoridades locales que tomaran las medidas para lidiar con estas categorías de “elementos socialmente extraños”. La orden apuntaba a fusilar a los más hostiles y volver a confinar a los que fueran menos activos, pero se mostraran hostiles al régimen. Luego de recibir los antecedentes solicitados a los gobiernos locales, Nikolai Yezhov pudo emitir la Orden Operativa 00447, del 30 de julio de 1937, que sometió al visto bueno del Politburó. Según esta orden, en una primera etapa, 259.450 personas debían ser arrestadas, de las cuales, 72.950 debían ser fusiladas en el acto. Para dar más orden a la operación, se asignaron “metas” a cada región, con las cuotas a llenar de detenidos y de fusilados. Con el fin de demostrar su “celo revolucionario”, era frecuente que las autoridades locales pidieran permiso para ampliar las cuotas y así poder incluir a otras categorías, como los familiares sobrevivientes de los ejecutados, los antiguos militantes de “partidos antisoviéticos”, “funcionarios zaristas”, “guardias blancos”, “espías”, “saboteadores”, etc.
Estas solicitudes fueron alegremente acogidas por Moscú, que autorizó un aumento de cuotas de 22.500 individuos para ejecutar y 16.800 para internar en los campos, entre agosto y diciembre de 1937; en enero, la “NKVD” propuso una nueva adición de 57.200 “enemigos del pueblo”, 48.000 de los cuales debían ser ejecutados. Y, aunque la operación debió estar concluida para marzo de 1938, el Politburó aceptó aumentos de cuotas de 90.000 personas hasta agosto de 1938. La “Operación de Liquidación de los Antiguos Kulaks”, finalmente duró más de un año y afectó a unas 200.000 personas, por sobre las cuotas iniciales contempladas.
Abajo, una fotografía tomada para el prontuario de Elizaveta Alekseievna Voinova, dueña de casa ejecutada el 13 de noviembre de 1937. Ahí está el rostro de una de las millones de víctimas anónimas del comunismo. En su mirada, llena de horror, se observan los efectos del interrogatorio en que posiblemente fue torturada y violada, a fin de que estuviera dispuesta a “confesar sus crímenes contrarrevolucionarios”.
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