domingo, 29 de enero de 2017

Hace 100 años. 29 de enero de 1917. Primera Guerra Mundial. Los trabajadores rusos en vísperas de la Revolución

Hace 100 años
29 de enero de 1917
Primera Guerra Mundial

Los trabajadores rusos en vísperas de la Revolución

El 23 de enero, los marinos alemanes y británicos luchan de nuevo en el Mar del Norte, cuando la 6ª Flotilla de Torpederos de la “Kaiserliche Marine” se encuentra con una agrupación de destructores británicos. Durante el breve combate, el torpedero alemán “SMS S-50” alcanzó con uno de sus torpedos al destructor británico “HMS Simoom”, que se hundió, llevándose a gran parte de la tripulación consigo. A pesar de tener una poderosa flota de superficie, sólo superada por la “Royal Navy”, Alemania no tiene posibilidades de emprender grandes operaciones contra los británicos. Durante casi toda la contienda, los acorazados y los más grandes cruceros germanos están en sus fondeaderos. Los almirantes alemanes saben que podrían causar graves pérdidas a los británicos en una batalla naval frontal, pero serían derrotados al final del día. Gran Bretaña simplemente tiene más acorazados que Alemania.

En la Batalla de Jutlandia (31 de mayo de 1916), el alto mando naval alemán había intentado atraer a una trampa a una parte de las unidades británicas, pero el encuentro tuvo un resultado indeciso y dejó a Alemania en el mismo predicamento en que estaba antes de la batalla. Los alemanes pueden emplear sus recursos en acciones pequeñas de hostigamiento, como la del 23 de enero pasado, usando torpederos, o utilizando su creciente flota de submarinos, pero el “Deutshces Reich” sigue siendo objeto del bloqueo naval de la Entente. Por estos días, en Londres, se reúnen almirantes y ministros británicos, franceses e italianos, justamente con la guerra naval como tema de conversación. Buscan ponerse de acuerdo en la mejor manera de estrangular las líneas de suministro de los Imperios Centrales y obligarlos a firmar la paz, usando el arma de la escasez. Es significativo que Rusia no haya sido invitada al encuentro, posiblemente porque la Marina Rusa no tiene mayores posibilidades de influir en el curso de las campañas marítimas. El Báltico es prácticamente un lago alemán y los estrechos que conectan el Mar Negro con el Mediterráneo son controlados por Turquía, aliada de Alemania. Sólo los lejanos puertos del Ártico y del Pacífico comunican Rusia con el mundo, pero hay que recorrer grandes distancias para llegar hasta ellos y no pertenecen a los teatros de operaciones principales de la guerra naval.

Además, en general, el Imperio de los Zares está muy debilitado y está más cerca de la Revolución que de la victoria. La mayor parte de los grupos revolucionarios, especialmente los más radicales, afirman ser partidarios de una revolución hecha en nombre de los “trabajadores”, los “obreros”, los “proletarios”, expresiones siempre difíciles de definir y aun más en el caso de la Rusia de principios del siglo XX, que transita por un período de transformación de su economía y su sociedad. Si incluimos en la expresión a todos aquellos que sobreviven gracias al trabajo diario, “trabajadores” han existido en Rusia (y en todos lados) desde el comienzo de la historia. Dependiendo del momento y de la región, deberíamos distinguir a los esclavos (desaparecidos en Rusia para inicios del siglo XVIII). Tenemos luego una variada gama de siervos con libertades muy restringidas, que constituían la mayoría de la fuerza de trabajo hasta 1861, si incluimos a los siervos del Estado. Por último, estaban los trabajadores “libres”, que tenían un contrato de trabajo, aunque podían seguir vinculados, en muchas ocasiones, a señores de la nobleza.

En un sentido más estricto, si tomamos en cuenta sólo aquellas personas empleadas en fábricas y manufactura en general, a cambio de una remuneración, los “trabajadores” empezaron a ser importantes numéricamente a partir del reinado de Pedro “El Grande” (1689-1725), que puso especial énfasis en el desarrollo industrial del Imperio. Entre este tipo específico de trabajadores, la mayoría tenía su libertad contractual y laboral muy restringida, en el sentido de estar vinculados, por medio de diversos grados de servidumbre, a particulares pertenecientes a la nobleza o la alta burguesía, así como al Estado. A partir de la década de 1830, el número de trabajadores libremente contratados experimentó un aumento, que se intensificó con la abolición total de la servidumbre den 1861, bajo el reinado de Alejandro II.

La abolición de la servidumbre y el empeño puesto por el Gobierno Imperial en atraer inversión extranjera sirvieron como estímulo a la industria, que llegó a crecer a un ritmo de 8 por ciento anual para la década de 1890. No obstante el crecimiento del sector manufacturero, los obreros industriales representaban una pequeña parte de la población. De acuerdo con el censo de 1897, los trabajadores industriales correspondían a 2.000.000 de personas, dentro de una población total de 128.000.000. En los años venideros, sin embargo, su influencia política llegaría ser desproporcionadamente alta, debido a que vivían concentrados en zonas políticamente sensibles, como San Petersburgo, Moscú y sus regiones circundantes; los puertos principales, como Bakú, en el Mar Caspio, y Riga, en el Báltico; las zonas industrializadas de la Polonia Rusa, y las minas de los Urales y de la cuenca del Don. Por último, habría que añadir a los trabajadores de las imprentas y a los ferroviarios, que se convertirían en muy importantes políticamente; los segundos, por su rápido aumento y por estar concentrados en zonas muy estratégicas en la creciente red ferroviaria del Imperio; los primeros, por tratarse de un grupo relativamente educado, que sirvió de intermediario entre los trabajadores y los intelectuales que apoyaban los cambios.

El aumento en la cantidad de trabajadores provocó un también expansivo movimiento obrero, cuya importancia capital en la lucha por el poder resultaba clara para todos los actores políticos al terminar el siglo XIX, de modo que, tanto la izquierda socialista, como los agentes del Estado, hacían lo posible por atraerse la simpatía de un grupo humano que podía resultar decisivo.

Uno de los movimientos obreros más decisivos de los años iniciales del siglo XX fue el encabezado por el carismático padre Gueorgui Gapon, un sacerdote ortodoxo ruso, cuyo celo por la justicia social, lo llevó a convertirse en líder de los trabajadores petersburgueses, con el apoyo entusiasta e incluso el financiamiento del gobierno, que lo veía como una alternativa benévola frente a la influencia que, hasta entonces, habían ejercido en los sindicatos los socialdemócratas y los socialistas-revolucionarios. Sin embargo, la popularidad y dotes organizativas del Padre Gapon dejaron en sus manos una gigantesca unión obrera, capaz de movilizar a la casi totalidad de los obreros de la capital. Sin sospecharlo, el Ministerio del Interior había creado un “Frankenstein” mucho más peligroso y difícil de controlar que todo lo que había organizado antes cualquier partido socialista.

A fines de diciembre de 1904, en plena guerra contra Japón, tres obreros fueron despedidos de la planta Putilov, una gigantesca empresa, que empleaba a más de 12.000 obreros y que era esencial para la fabricación de armas. La respuesta de sus compañeros fue una huelga, que se fue convirtiendo en un movimiento de protesta creciente, alimentado por las malas condiciones laborales y por las derrotas sufridas a manos de los japoneses. Luego de algunas vacilaciones, Gapon decidió ponerse al frente de los trabajadores y encabezó una marcha masiva, pero pacífica al Palacio de Invierno, el 9 de enero de 1905, para presentar sus peticiones en persona al “Zar de Todas las Rusias”. La mezcla de tropas nerviosas y un gobierno desconectado de la realidad, resultaron en una matanza conocida como “Domingo Sangriento”. Las tropas dispararon sobre la multitud de obreros, mujeres y niños; al terminar el día, más de 100 manifestantes yacían muertos en la nieve y decenas estaban heridos. La matanza encendió la mecha de la Revolución de 1905, que desestabilizó al Imperio, obligó a una paz humillante con Japón y divorció definitivamente a la Monarquía con gran parte de la sociedad.

La Revolución de 1905 fue aplastada por la fuerza a fines de ese año, aunque los trabajadores obtuvieron algunas concesiones y las fuerzas liberales consiguieron que se convocara al Parlamento Ruso, la “Duma”. En los años inmediatamente siguientes, Rusia recuperó parte de su impulso industrial y el mundo obrero se mantuvo en calma hasta 1912, cuando la matanza de alrededor de 100 mineros de oro resucitó las huelgas y las protestas. Esta nueva oleada de intranquilidad obrera remitió sólo cuando el estallido de la Primera Guerra Mundial desvió la atención nacional hacia el exterior e impuso una tregua en la mayoría de los partidos políticos, hecha la notable excepción de los bolcheviques, correspondientes al ala más radical del antiguo Partido Obrero Socialdemócrata Ruso.

A partir de 1916, cuando la guerra empezó a andar realmente mal para Rusia y la escasez de productos básicos, como el pan, se empezó a hacer crónica, el descontento entre los sectores obreros reapareció. En las primeras semanas de enero de 1917, los sueldos de los trabajadores de Petrogrado (como era llamada ahora la capital imperial) perdían su valor de manera alarmante, sin poder mantenerse a la par con una espiral inflacionaria agravada por la guerra. Las huelgas y las protestas se multiplicaron en las agrupaciones de mujeres que reemplazaban a los hombres llevados al frente de batalla, así como entre los obreros especializados varones, del tipo tradicional y militante. A medida que terminaba enero, estas agrupaciones proletarias se unieron en su protesta con otros grupos urbanos descontentos, como la guarnición militar de la ciudad, en una escalada confrontacional, cada vez más violenta, que llevaría a terminar con 300 años de reinado de la Dinastía Romanov a fines de febrero (7-16 de marzo en el calendario gregoriano).

Los obreros rusos, especialmente los de Petrogrado, fueron actores decisivos en la caída del Zar, ocurrida en febrero de 1917, y en la instauración del régimen bolchevique, en octubre. Especialmente al comienzo del proceso revolucionario, constituirían uno de los apoyos más seguros del bolchevismo, aunque también pasarían a engrosar la larga lista de las víctimas de su represión.

En la fotografía, tomada a comienzos de 1917, un mitin de obreros de la Planta Putilov, que había sido tan decisiva en la revolución anterior, en 1905.




Hace 75 años. 29 de enero de 1942. Segunda Guerra Mundial. El Gran Terror (I)

Hace 75 años
29 de enero de 1942
Segunda Guerra Mundial

El Gran Terror (I)

Los japoneses se imponen en casi todo el teatro de operaciones del Pacífico y el Asia Oriental. Deseosos de un chivo expiatorio, los altos mandos norteamericanos, a través de la llamada Comisión Roberts, declaran culpables de abandono de deberes al almirante Husband Kimmel y al general Walter Short, quienes estaban a cargo de las fuerzas estacionadas en Pearl Harbor al momento de producirse el ataque, el 7 de diciembre de 1941. Con el paso del tiempo, ambos oficiales serían rehabilitados, aunque pasarían muchos años antes de que se reconociera oficialmente que eran sólo el último eslabón en una larga serie de errores que condujeron a los desastres militares de los primeros meses de guerra con Japón.

En el sur del Pacífico, en las Indias Orientales Holandesas, los japoneses desembarcan en Borneo, aunque encuentran fiera resistencia de parte de las fuerzas coloniales holandesas. El 23 de enero, el submarino holandés “K-18” hunde el transporte “Tsuruga Maru”, mientras que la aviación holandesa hunde el “Nana Maru” y daña el “Tatsugami Maru”. Al día siguiente, los holandeses, con apoyo de destructores estadounidenses, atacan nuevamente a la flota japonesa de desembarco.

El 25 de enero, muy presionado por el expansivo Japón, el Gobierno de Tailandia accede a convertirse en aliado de Tokio, declarando la guerra a Estados Unidos y Gran Bretaña, aunque la medida encontró fuerte resistencia dentro de la administración tailandesa. El embajador tailandés en Washington, Seni Pramoj, se rehusó a entregar la declaración de guerra y se declaró abiertamente a favor de Estados Unidos, donde formó un gobierno libre en el exilio.

En el Atlántico, la “US Navy” tampoco lo pasa bien. En un solo día, el 25 de enero de 1942, frente a las costas de Norteamérica, los submarinos alemanes consiguen cuatro ataques exitosos, mientras se pasean impunemente frente a Virginia, Nueva York, Nueva Jersey y Newfoundland. Es el segundo “tiempo feliz” de los “U-Boote”, que se lanzan al cuello del tráfico mercante aliado, que aún no coordina una respuesta eficiente a la amenaza que se cierne bajo las olas del frío Atlántico Norte y que, entre fines de 1941 y el otoño de 1942, llegará a representar un cuarto de todo el tonelaje perdido por los Aliados en la guerra.

En Libia, los alemanes empiezan a equilibrar las acciones, luego de llevar varias semanas batiéndose en retirada. El 25 de enero de 1942, en Msus, mediante una audaz maniobra, los ítalo-germanos derrotan las vanguardias británicas y capturan 30 tanques “Valentine”, que ponen prestamente en uso contra sus propios fabricantes. El 29, las tropas de Rommel recapturan Benghazi, causando serias bajas al 8º Ejército Británico que las perseguía hasta hace pocos días.

El Frente Oriental es una fuente de preocupaciones para Berlín en estos días iniciales de 1942. En Kholm, el avance del 3er Ejército de Choque Soviético deja rodeados a 5.500 soldados alemanes. A pesar de que los soviéticos están al ataque en todo el frente, el fiasco del verano y el otoño de 1941 ha sido tremendo, demasiado grande como para ignorarlo. El Partido Comunista, experto en eludir sus responsabilidades y en hallar culpables, lleva meses levantando chivos expiatorios entre los altos mandos militares. Por estos días, es el turno del almirante Gordei Levchenko, quien se desempeñara en junio de 1941 como Comisario Interino de la Marina. El almirante Levchenko había sido arrestado en noviembre, por órdenes de Stalin, como responsable de la caída de Crimea en manos alemanas. Ahora, el 25 de enero, era condenado a 10 años de campo de concentración.

Lo cierto, sin embargo, es que la serie de desastres militares sufridos por la Unión Soviética tuvieron como único responsable al mismo régimen comunista, que se enajenó las voluntades de sus soldados y ciudadanos a través de 20 años de una tiranía atroz. El último capítulo del asalto llevado a cabo por el Estado Marxista contra su propio pueblo fue el llamado “Gran Terror”, que es como se conoce a la oleada de terror que se abatió sobre miles de ciudadanos soviéticos en los años 1936-1938 y cuyos efectos se dejaban sentir aún al momento de estallar la guerra con Alemania, en 1941. El período es también conocido como “Yezhovschina”, por coincidir con el tiempo en que el sádico Nikolai Yezhov estuvo a cargo del siniestro aparato represivo comunista, el llamado “NKVD” (“Naródny Komissariat Vnútrennij Del”, “Comisariado del Pueblo para Asuntos Internos”, que había absorbido las funciones de los demás órganos represivos en 1934).

Durante decenios, en Occidente casi nada se supo del “Gran Terror”, salvo algunos juicios-espectáculo, muy publicitados por el propio régimen, instruidos contra algunos de los jerarcas más prestigiosos del propio Partido, como Zinoviev, Kamenev, Bujarin, Piatakov y Radek, entre otros. Se trataba de jefes del Partido que habían gozado de posiciones de poder desde la época de Lenin y cuyo encausamiento público buscaba desviar la atención de los observadores extranjeros del terror masivo que se había estado aplicando sobre todas las categorías de ciudadanos soviéticos desde 1917 y cuya cúspide paroxística estaba siendo alcanzada por la tiranía estalinista en la segunda mitad de los años ‘30. Estos juicios, al mismo tiempo, tenían el propósito de validar el terror y la represión masiva como respuesta legítima ante una serie de supuestas agresiones internas y externas, que se mostraban como oscuras conspiraciones, bautizadas con llamativos nombres, tan imaginativos como las mismas tramas que intentaban denunciar. Así, a estos viejos militantes bolcheviques, viejos camaradas de la época zarista (y culpables antes, también, de hacer uso del mismo terror que sufrían), se les forzó a “confesar” los peores crímenes: haber organizado “centros terroristas” de obediencia “trotsko-zinovievista” o “trotsko-derechista”. Según los autos de instrucción, los acusados llevaban años preparando la contrarrevolución, con el fin de derrocar el poder soviético, restaurar el capitalismo, sabotear la economía, desmembrar la URSS y entregar a las potencias extranjeras Ucrania, Bielorrusia, el Asia Central, el Cáucaso…

El terror real, masivo, que sufrieron millones de inocentes, personas comunes y corrientes, fue mantenido en el silencio más absoluto. Hubo que esperar hasta el XX Congreso del Partido Comunista de la Unión Soviética (PCUS) de febrero de 1956, para que el entonces Secretario General del Partido, Nikita Jruschov, denunciara “numerosos actos de violación de la legalidad socialista, cometidos en los años 1936-1938, en relación con los dirigentes y cuadros del partido”. Pero del sufrimiento anónimo de otras cientos de miles de víctimas, nada se dijo. A fines de la década de 1960, el historiador británico, Robert Conquest, pudo hacer una primera reconstrucción del Gran Terror, aunque fue sólo una primera aproximación y estaba todavía muy incompleta. La apertura, todavía parcial, de los archivos soviéticos, ha permitido en los últimos 25 años avanzar muchísimo en la investigación del terror estalinista en general y del período del Gran Terror en particular, en una línea investigativa que podrá dar abundante trabajo a muchos historiadores durante muchos años más.

Los documentos que se han ido haciendo accesibles desde 1991 a la fecha, indican que la represión masiva fue resultado de decisiones tomadas en las más altas instancias del Estado-Partido, es decir, el Politburó y Stalin en particular. Vale la pena detenerse en uno de los episodios más sangrientos del Gran Terror, la llamada “Operación de Liquidación de los Antiguos Kulaks, Criminales y Otros Elementos Antisoviéticos”, que tuvo lugar entre agosto de 1937 y mayo de 1938, y cuyo objetivo primordial era resolver los muchos problemas que había causado la deportación de poblaciones enteras de campesinos pequeños y medianos hacia zonas remotas del país, bajo el régimen de “colonos especiales”. En los años 1931-1933, el enfrentamiento entre el Régimen Comunista y la masa campesina había significado la muerte de 6.000.000 de personas a causa del hambre, la deportación de 2.000.000 de personas a zonas remotas y la ejecución de cientos de miles.

Como la deportación tenía fines punitivos, al deportado y a sus familiares se les prohibía volver a sus lugares de origen y, en general, se intentaba restringir su movilidad. Con el paso de los años, los deportados fueron confundiéndose con los trabajadores libres locales y se fueron beneficiando del relajo de las medidas de vigilancia, imposibles de mantener con el rigor original en un territorio tan grande como la URSS. En muchos casos, los “colonos especiales” simplemente abandonaban las zonas de deportación y se unían a bandas de marginados y delincuentes, cada vez más frecuentes en la periferia de las ciudades, un cuadro muy común cuando se trataba de hombres que habían quedado solos, debido a que su familia había sido asesinada o había muerto a causa de las espantosas condiciones del viaje de deportación o por las paupérrimas condiciones de los lugares de llegada.

Stalin y sus allegados desarrollaron una auténtica obsesión por el “kulak saboteador”, infiltrado en las empresas, y el “kulak-errante”, infiltrado en las ciudades. El 2 de julio de 1937, el Politburó ordenó a las autoridades locales que tomaran las medidas para lidiar con estas categorías de “elementos socialmente extraños”. La orden apuntaba a fusilar a los más hostiles y volver a confinar a los que fueran menos activos, pero se mostraran hostiles al régimen. Luego de recibir los antecedentes solicitados a los gobiernos locales, Nikolai Yezhov pudo emitir la Orden Operativa 00447, del 30 de julio de 1937, que sometió al visto bueno del Politburó. Según esta orden, en una primera etapa, 259.450 personas debían ser arrestadas, de las cuales, 72.950 debían ser fusiladas en el acto. Para dar más orden a la operación, se asignaron “metas” a cada región, con las cuotas a llenar de detenidos y de fusilados. Con el fin de demostrar su “celo revolucionario”, era frecuente que las autoridades locales pidieran permiso para ampliar las cuotas y así poder incluir a otras categorías, como los familiares sobrevivientes de los ejecutados, los antiguos militantes de “partidos antisoviéticos”, “funcionarios zaristas”, “guardias blancos”, “espías”, “saboteadores”, etc.

Estas solicitudes fueron alegremente acogidas por Moscú, que autorizó un aumento de cuotas de 22.500 individuos para ejecutar y 16.800 para internar en los campos, entre agosto y diciembre de 1937; en enero, la “NKVD” propuso una nueva adición de 57.200 “enemigos del pueblo”, 48.000 de los cuales debían ser ejecutados. Y, aunque la operación debió estar concluida para marzo de 1938, el Politburó aceptó aumentos de cuotas de 90.000 personas hasta agosto de 1938. La “Operación de Liquidación de los Antiguos Kulaks”, finalmente duró más de un año y afectó a unas 200.000 personas, por sobre las cuotas iniciales contempladas.

Abajo, una fotografía tomada para el prontuario de Elizaveta Alekseievna Voinova, dueña de casa ejecutada el 13 de noviembre de 1937. Ahí está el rostro de una de las millones de víctimas anónimas del comunismo. En su mirada, llena de horror, se observan los efectos del interrogatorio en que posiblemente fue torturada y violada, a fin de que estuviera dispuesta a “confesar sus crímenes contrarrevolucionarios”.




sábado, 21 de enero de 2017

Hace 100 años. 22 de enero de 1917. Primera Guerra Mundial. Los últimos días del Imperio Romanov.

Hace 100 años
22 de enero de 1917
Primera Guerra Mundial

Los últimos días del Imperio Romanov.

El 19 de enero de 1917, el Gobierno Alemán instruye a sus diplomáticos en México para iniciar los contactos que conduzcan a una alianza con los mexicanos y los japoneses, dirigida contra Estados Unidos, en previsión de la posible entrada en la Gran Guerra de este último. Alemania apostaba a que México podía sentirse tentado de recuperar los extensos territorios perdidos durante la guerra de 1846-1848. En el caso de Japón, adelantándose 20 años, los agentes alemanes suponían que el expansionismo japonés en el Pacífico, tarde o temprano, tendrían que enfrentarlo con Estados Unidos, Gran Bretaña y Francia, potencias coloniales con fuerte presencia en esa región. El descubrimiento de las tentativas alemanas, algunos meses más tarde, fue uno de les desencadenantes directos del ingreso de Estados Unidos en la guerra europea.

A partir del 17 de enero, los gobiernos británicos, italiano, francés y ruso se encuentran reunidos en una conferencia destinada a tratar la estrategia común para 1917, las finanzas, los suministros y, en general, la cooperación necesaria para derrotar a los Imperios Centrales. Por el momento, la Entente se reorganiza, luego del sangriento 1916, el año del Somme, de Verdún, de la Ofensiva de Brusilov y de otra serie de ofensivas italianas en el Isonzo, que no han bastado para abatir las murallas de la fortaleza asediada de Alemania y sus aliados. Las propuestas alemanas de sentarse a negociar la paz han sido rechazadas y las razones para el rechazo varían entre uno y otro gobierno, pero todos tienen en común estimar que, cualquier cosa que sea menos que una victoria indiscutible sobre el adversario, significa arriesgar el estatus de potencia mundial y tal vez hasta la independencia.

A principios de 1917, Francia y Gran Bretaña son los socios más fuertes de la Entente. Rusia se acerca a la Revolución e Italia no cuenta con los recursos, ni el tamaño para influir a nivel global, como sí pueden hacerlo británicos y franceses. Para los líderes británicos, la auténtica causa de la guerra era el militarismo expansionista alemán y su deseo de dominar Europa y luego el mundo. Desde la perspectiva británica, la única manera que Alemania tenía de convertirse en indiscutida primera potencia europea era manteniendo la ocupación de Bélgica y reduciendo Francia a la condición de potencia de segundo orden, a través de concesiones territoriales e indemnizaciones de guerra. Si los alemanes conseguían ese doble objetivo, Gran Bretaña quedaría cara a cara con un poderoso enemigo, justo al frente de sus costas, al que sería muy difícil de derrotar en una siguiente guerra, en la que no contaría con los mismos aliados que tenía en 1917. Londres sencillamente no podía aceptar nada menos que la restauración del “status quo ante bellum” en el Frente Occidental y una severa limitación a las ganancias territoriales alemanas en el Este. Eran, desde luego, condiciones inaceptables para Alemania.

El predicamento francés era similar. Los éxitos alemanes al comienzo de la guerra, dejaron gran parte del norte de Francia bajo ocupación germana. Si Francia se sometía a la posibilidad de no poder expulsar al invasor por las fuerza y se sentaba a negociar, reconocía un desequilibrio de poder demasiado grande entre los dos vecinos. Era probable que el “Reich” buscara conservar una parte, al menos, de los territorios franceses ocupados, industrializados y ricos en materias primas estratégicas, como acero y carbón. Además, tendría que aceptar el pago de indemnizaciones de guerra, que arruinarían la economía francesa. Si, en el mejor de los casos, el territorio francés era completamente restaurado y no se imponían indemnizaciones, el militarismo prusiano quedaría intacto e incluso fortalecido por anexiones territoriales a costa de los aliados balcánicos de Francia y de Rusia, que estaba a punto de sufrir la Revolución y ya había perdido enormes territorios. El gobierno francés además necesitaba lavar la afrenta de 1870, de modo que no podía presentar a su pueblo algo menos que la expulsión de los alemanes del territorio nacional, mediante una clara victoria militar, la restauración de Bélgica y la recuperación de Alsacia-Lorena. Al igual que Gran Bretaña, Francia temía que, si se le daba tiempo de fortalecerse al militarismo prusiano, en una siguiente guerra, Francia sería derrotada y tendría que convertirse en un satélite de Berlín.

Los italianos y la Rusia Zarista entendían que su estabilidad futura dependía de salir de la guerra con algunas ganancias territoriales. En el caso particular de los rusos, muchos pensaban que cualquier cosa parecida a una derrota conduciría a una revolución. La revolución finalmente estallaría antes de terminar el invierno boreal y terminaría sacando a Rusia fuera de la guerra. Es cierto que hubo muchas circunstancias que prepararon el terreno para el año revolucionario de 1917, pero es muy improbable que el Imperio de los Zares hubiera colapsado del modo en que lo hizo, de no haber mediado el factor catastrófico de la guerra y especialmente de las derrotas sufridas en la misma.

Durante largo tiempo, las tendencias historiográficas dominantes apuntaban que un retraso económico endémico, que creaba una brecha imposible de remontar entre Rusia y el resto de Europa, era el factor dominante para explicar los problemas sociales que llevaron a la revolución y que impidieron al Ejército del Zar vencer a los alemanes en el campo de batalla. Así como la autocracia era demasiado pobre como para mantener satisfechos a todos sus súbditos, también sería demasiado pobre como para equipar un ejército en campaña. Sin embargo, no fue sólo un asunto de cuántos fusiles y proyectiles de artillería podían fabricarse. La ineficiencia en el mando militar tuvo mucho que ver en las sucesivas derrotas rusas, especialmente al inicio de la guerra y contra los alemanes.

Los aspectos económicos también pesaban. Los rusos eran militarmente superiores a los turcos y tenían ventajas técnicas sobre los austrohúngaros, pero estaban significativamente por detrás del Ejército Alemán desde el punto de vista tecnológico. Por ejemplo, una división rusa tenían menos de la mitad de piezas de artillería que una división alemana al comienzo de la contienda y la brecha nunca pudo acortarse. Si no estaban abrumadoramente superados en número, los alemanes siempre prevalecían sobre los rusos. El papel cada vez más central de artillería masiva y precisa, así como la naturaleza de desgaste de una guerra librada detrás de las trincheras, convirtió el conflicto en una competencia de producción, donde una Rusia aislada de sus aliados principales tenía todas las de perder.

Los esfuerzos por movilizar la industria en el esfuerzo de la guerra fueron tardíos e incompletos. Cuando esos esfuerzos empezaron a rendir frutos, el bloqueo sufrido por Rusia, con los estrechos del Mar Negro cerrados, siguió causando enormes problemas a la industria y a los negocios en general, que perdieron el vínculo con los técnicos, especialistas y proveedores necesarios para fabricar ciertos tipos de productos especializados, que resultaban esenciales para el empeño bélico.

Recién a fines de 1915, los intentos de organizar la economía de guerra dieron algún resultado, pero gran parte de la Rusia europea estaba en manos de los alemanes y los austriacos para entonces. Para 1916, la ayuda proveniente de Francia y Gran Bretaña empezó a aumentar, aunque las malas comunicaciones internas del país dificultaban que los suministros desembarcados en los puertos del Ártico llegaran hasta el frente lo bastante rápido. La situación se pudo recuperar lo suficiente como para que, a mediados de 1916, el general Alexei Brusilov lanzara su célebre ofensiva y dejara al Imperio Austrohúngaro al borde del colapso, tras causarle 1.000.000 de bajas entre muertos, heridos y prisioneros. Sólo el urgente envío de refuerzos alemanes evitó la derrota completa de Austria-Hungría.

Al momento de iniciarse 1917, el Ejército del Zar había perdido el impulso de la ofensiva, pero estaba aguantando la línea y, aunque no le bastaba para derrotar decisivamente a sus enemigos, no podría decirse que estaba perdiendo la guerra, no desde la perspectiva estrictamente militar, al menos. El detonante de la primera revolución de 1917, la de febrero, sería la escasez de pan en Petrogrado, causada por la inflación y las distorsiones causadas en el mercado del grano por la guerra y los intentos de control planteados por el gobierno, no la derrota militar.

En la fotografía, habitantes de Petrogrado soportan el frío del invierno ruso de 1917, mientras hacen cola para comprar algo de pan.




Hace 75 años. 22 de enero de 1942. Segunda Guerra Mundial. La Entrevista de Wannsee

Hace 75 años
22 de enero de 1942
Segunda Guerra Mundial

La Entrevista de Wannsee

La Batalla del Atlántico, la más larga de la guerra, se libra en las aguas y en los aires. El 16 de enero de 1942, el submarino alemán U-402 consigue dañar al transporte británico de tropas “Llangibby Castle”, que marchaba como parte de un convoy al norte de las Azores. El impacto del torpedo dañó el timón y acabó con la vida de 26 tripulantes. Antes de que terminara el día, el transporte fue atacado también por un “Fw 200 Cóndor”, pese a lo cual consiguió llegar hasta las Azores y someterse a reparaciones. Hasta mediados de 1942, el “Cóndor” fue un arma temida por los barcos aliados. Había sido concebido como avión de pasajeros de larga distancia, pero terminó convirtiéndose además en un excelente patrullero marítimo de largo alcance.

Tras la ocupación de Francia, los “Fw 200” podían despegar desde el sur de Francia y, gracias a su extensa autonomía de 2.000 millas marinas, podían adentrarse en el Atlántico, fuera del alcance de los cazas británicos basados en tierra, para detectar convoyes y guiar a los submarinos o lisa y llanamente para bombardear o ametrallar a los mercantes. En ese tiempo, la “Royal Navy” no podía prescindir de ninguno de sus valiosos portaaviones, necesarios para proveer cobertura aérea a sus flotas de combate, que libraban fiera lucha contra la “Kriegsmarine” y la “Regia Marina Italiana”. El Primer Ministro Británico, Winston Churchill, llegó a decir del “Cóndor” que era el “flagelo del Atlántico”, por las cuantiosas pérdidas que había causado o ayudado a causar a las marinas mercantes y de guerra aliadas. En todo caso, los alemanes nunca sacaron todo el partido que hubieran podido de la asociación entre sus submarinos y sus aviones de largo alcance, en gran parte, debido a las profundas rivalidades que existían entre los servicios armados alemanes, reluctantes a colaborar entre sí.

Para mediados de 1942, los británicos habían empezado a equipar buques mercantes con catapultas de cohete, que lanzaban cazas “Hurricane”, como una forma de destruir o ahuyentar a los “Fw 200”. El sistema disminuyó las pérdidas, pero tenía muchos inconvenientes, entre otros, que el piloto debía abandonar el avión en el mar y ser rescatado posteriormente. Finalmente sería la introducción de los “portaaviones escolta” lo que daría completo dominio de los aires en el Atlántico a los Aliados y obligaría a los alemanes a limitar el uso del “Cóndor” al transporte, una tarea para la que se prestaba tan bien como para el patrullaje marítimo.

En las Filipinas, japoneses y estadounidenses libran una fiera batalla. Ambos ejércitos han emprendido una carrera para capturar el poblado de Morong, estratégicamente ubicado en la Península de Bataán. Japoneses y norteamericanos llegaron casi al mismo tiempo, pero los segundos detectaron primero al adversario y tomaron la iniciativa, despachando una fuerza de 20 soldados de caballería, que cargaron contra las tropas japonesas y las dispersaron. Fue la última carga de caballería de tropas estadounidenses de la que se tenga memoria.

En África del Norte, la iniciativa es mantenida por las tropas de la “Commonwealth”. El 17 de enero, los últimos 5.000 defensores ítalo-alemanes del Paso de Halfaya son obligados a rendirse ante la 65ª Brigada de Infantería Sudafricana, que conquista la estratégica posición. En el Mediterráneo, cuya suerte está tan atada al desierto africano, los alemanes consiguen un éxito compensatorio. Ese mismo día, el submarino alemán U-133 torpedea y hunde el destructor británico “HMS Gurkha”, que escoltaba el convoy MW-8B, frente a Solum, Egipto, con un saldo de 9 marinos muertos. El “Gurkha”, llamado anteriormente “HMS Larne”, era un destructor “Clase L”, que había sido pagado por cada soldado y oficial de la Brigada Gurkha, quienes habían suscrito un pago diario, para reemplazar al anterior “HMS Gurkha”, un destructor de la “Clase Tribal”, hundido en abril de 1940.

El 18 de enero de 1942, el 10º y el 2º Cuerpo alemanes quedan aislados y rodeados en torno a Demyansk, Rusia, donde sufrirán en asedio de varios ejércitos soviéticos hasta abril y sostendrán sus posiciones gracias a los suministros enviados por aire. Los soviéticos, que siguen en su contraofensiva de invierno, atacan también a través del río Donets, en Ucrania, intentando aislar a las tropas alemanas que se retiran. En el Grupo de Ejércitos Sur, asume como nuevo comandante el mariscal Fedor von Bock, quien reemplaza al mariscal Walther von Reichenau, muerto el día anterior a causa de un infarto o un derrame cerebral. Los cambios en la estructura de mando dejan al general Friedrich Paulus a cargo del 6º Ejército Alemán, que se hará tristemente célebre por ser la fuerza que libraría la lucha principal en la Batalla de Stalingrado.

El 20 de enero, se produce un infame encuentro, conocido como la “Conferencia de Wannsee”, en que 15 altos funcionarios del “III Reich” se reunieron para discutir la “Solución Final del Problema Judío”. El objetivo de la reunión era coordinar los esfuerzos de los distintos organismos públicos alemanes para conseguir el exterminio total de los judíos de Europa. Los participantes en la conferencia esperaban “erradicar” del continente a unas 11.000.000 de personas, por el solo hecho de tener orígenes judíos. La reunión se celebró en la lujosa “Villa Marlier”, en el distrito berlinés de Wannsee. Funcionó como su anfitrión el Jefe de la Oficina Principal de Seguridad del “Reich” (“Reichssicherheitshauptamt-RSHA”), el general de las “SS”, Reinhard Heydrich. Además de varios jefes de la Gestapo y las “SS”, asistieron altos funcionarios relacionados con el gobierno de los territorios ocupados del Este y de Alemania propiamente tal.

El exterminio masivo de las comunidades judías europeas debió haber sido autorizado por Hitler en algún momento de 1941. El objetivo de la reunión, por un lado, era asegurar completa colaboración de las distintas reparticiones civiles y militares del estado, así como implementar el Holocausto bajo la coordinación directa de de la “RSHA” de Heydrich. No se trataba, por tanto, de una deliberación en torno a la posibilidad de implementar el asesinato masivo de seres inocentes, sino un encuentro de coordinación para poner en práctica una decisión criminal, tomada con antelación al más alto nivel, es decir, desde la mismísima Cancillería en Berlín.

El asesinato de civiles inocentes, especialmente judíos, no era novedad para ninguno de los participantes de la reunión y uno, al menos, el mayor de las SS, Rudolf Lange, había participado personalmente en tales acciones, mientras estaba al mando del “Einsatzkommando 2”, desplegado en Letonia en el otoño de 1941. Para comienzos de 1942, con la Alemania Nazi en la cúspide de su expansión territorial, los judíos asesinados eran ya cientos de miles y otros tantos estaban recluidos en campos de concentración o, en el mejor de los casos, vivían miserablemente en los territorios ocupados por Alemania, habiéndoseles despojado de sus derechos civiles y medios de subsistencia.

El plan propuesto por Heydrich, a grandes rasgos, consistía en mover comunidades completas de judíos hacia el Este, donde serían ocupados en trabajos forzados. Los que sobrevivieran a las terribles condiciones de los campos de concentración y los trabajos forzados, es decir, los más fuertes, serían exterminados en los campos de la muerte, como posible semilla de un renacimiento biológico judío, que los nazis querían evitar a toda costa. El resultado era el Holocausto.

Alemania estaba sufriendo los primeros reveses militares preocupantes en África y en el Frente Ruso. Pero los líderes nazis, estrategas aficionados, en el mejor de los casos, estaban envalentonados con la amplitud de sus conquistas y se sentían lo bastante seguros como para llevar adelante el corolario de lo que habían sido casi diez años de medidas crecientemente discriminatorias contra los judíos que tenían la mala suerte de ser gobernados por la barbarie nazi. Bajo el eufemismo de “Solución Final”, se intentaba esconder la realidad del asesinato frío, masivo, metódico e industrial de millones de varones, mujeres y niños, cuyo crimen era… haber sido concebidos con sangre judía, poca o mucha.

El encuentro de esa mafia organizada como gobierno, llamada Partido Nazi, a orillas de los lagos berlineses, fue un esfuerzo de coordinación para convertir los asesinatos dispersos de judíos en una auténtica industrialización del asesinato, que sólo tiene parangón en la historia de algunos países regidos por el comunismo.

En la imagen, captada en algún momento de 1941 o 1942, un grupo de niños judíos son fotografiados en el gueto de Lublin, Polonia. Los niños siempre tienen motivos para sonreír y posiblemente no terminan de entender del todo lo que está pasando ¿Habrá llegado a la vida adulta alguno de ellos? Nótese cómo los hombres que pasan detrás de los niños han tenido que descubrirse la cabeza, como signo de sumisión a algún oficial alemán que debe haber estado junto al fotógrafo.

Imagen tomada de https://s-media-cache-ak0.pinimg.com/564x/84/08/32/840832fa5ca695c4705ba8f20c34ce01.jpg


domingo, 15 de enero de 2017

Hace 100 años. 15 de enero de 1917. Primera Guerra Mundial. Una paz esquiva

Hace 100 años
15 de enero de 1917
Primera Guerra Mundial

Una paz esquiva

En estos días de enero, los británicos hacen los primeros esfuerzos para retomar Kut en Mesopotamia, actual Irak. La rendición de las tropas británicas en Kut, en abril de 1916, había sido una de las peores humillaciones sufridas por el “Royal Army” en su historia. La imposibilidad de levantar el asedio y la rendición resultarían ser mucho más costosas que sólo el honor de los mandos británicos. Más de 13.000 hombres pasaron a un cautiverio del que un alto porcentaje no sobreviviría y retomar Kut costaría un enorme esfuerzo a las fuerzas imperiales británicas, que tendrían que empeñarse en una batalla de varias semanas para recapturar la plaza y de varios meses para recuperar la iniciativa en el teatro de operaciones de Irak.

Durante los días 10 y 11 de enero de 1917, los gobiernos europeos involucrados en la guerra declinan los esfuerzos de paz hechos a través del Presidente de Estados Unidos, Woodrow Wilson. Esta última tentativa de paz había surgido por iniciativa de Alemania, en diciembre de 1916, cuando el “Reich” y sus aliados llamaron públicamente a negociaciones de paz, sin precisar demandas o condiciones específicas. A primera vista, la postura alemana parecía basarse en su confianza en la victoria final y en su posición militar. Las motivaciones eran, sin embargo, más complicadas.

El principal promotor de la iniciativa, dentro del gobierno alemán, era el canciller, Theobald von Bethmann-Hollweg, quien se daba cuenta que el reloj corría en contra de Alemania. En el interior del país, a medida que avanzó 1916, la postura del Partido Socialdemócrata, entonces mayoritario, aunque nunca se restó del esfuerzo bélico, se volvió cada vez más vehemente en exigir seguridades de parte del Káiser y de su gobierno, en el sentido de que el Imperio Alemán luchaba por la paz y en legítima defensa, no con ánimo de conquista. Austria-Hungría, el principal aliado de Alemania, estaba crecientemente desmoralizado y, si bien es cierto que las tropas alemanas y sus aliados ocupaban considerable territorio enemigo en los dos mayores frentes europeos, los Imperios Centrales enfrentaban una coalición que contaba con mayores recursos y era capaz de imponer un bloqueo que estaba estrangulando la economía alemana de manera lenta, pero inexorable.

Desesperados por romper el estancamiento de la guerra, muchos altos mandos alemanes querían relanzar la guerra submarina sin restricciones, un curso que Bethmann-Hollweg temía podía empujar a Estados Unidos a la guerra contra Alemania. El intento de paz de Bethmann-Hollweg, que encontró buen eco en el Presidente Wilson, buscaba liberar al “Reich” de estas presiones internas y externas. Si los Aliados aceptaban la oferta de paz, la guerra submarina sin restricciones sería evitada y las negociaciones se entablarían a partir del status quo de fines de 1916, que favorecía ampliamente a una Alemania que ocupaba, junto con sus aliados, gran parte del norte de Francia, casi toda Bélgica, toda Serbia, gran parte de Rumania y gran parte de la Rusia europea. Si la oferta era rechazada, Berlín podía gritar a los cuatro vientos que la responsabilidad de continuar la guerra recaía en la Entente. Con el escenario político resultante, el canciller germano esperaba asegurar el apoyo de la izquierda alemana para un mayor sacrificio de guerra y revigorizar la voluntad de lucha de la dubitativa Monarquía Dual.

Bethmann-Hollweg también esperaba que subrayar el deseo de paz alemán y la intransigencia de la Entente podía hacer más tolerable la guerra submarina sin restricciones para las naciones neutrales, especialmente Estados Unidos. Finalmente, el Jefe de Gobierno de Guillermo II esperaba que un rechazo público a una posible paz acrecentaría los sentimientos antibélicos entre la población de Francia y Rusia, que podría terminar obligando a sus respectivos gobiernos a llegar a una paz por separado.

Las repercusiones del rechazo de la Entente a sentarse a negociar fueron mucho menos dramáticas que lo esperado por Bethman-Hollweg. El canciller alemán incurrió en un error que Alemania venía cometiendo desde el inicio de la guerra en 1914, consistente en subestimar la voluntad de lucha de las potencias de la Entente, que apostaban demasiado en la lucha, como para aceptar cualquier cosa que no fuera una victoria total. El año 1917 traería nuevas victorias tácticas para los Imperios Centrales, pero el panorama estratégico mundial se haría más sombrío para Berlín, incluso con el Imperio Ruso hundido en la locura de la Revolución.

La ilustración de abajo representa la forma en que el Almirantazgo británico en Londres controlaba las unidades de su principal arma, la “Royal Navy”, que le permitía controlar las comunicaciones mundiales, las líneas de suministro y, en última instancia, a diferencia de Alemania, soportar una guerra prolongada.




Hace 75 años. 15 de enero de 1942. Segunda Guerra Mundial. El Terror Rojo (III)

Hace 75 años
15 de enero de 1942
Segunda Guerra Mundial

El Terror Rojo (III)

A las 15.00 horas del 9 de enero de 1942, los japoneses lanzan la ofensiva principal contra la Península de Bataán, donde se refugian las tropas filipino-estadounidenses, mandadas por el general Douglas MacArthur. La veterana 48ª División del Ejército Japonés había sido reemplazada hace poco por la inexperta 65ª Brigada de Infantería, cuyos primeros ataques son rechazados por las defensas. El 10 de enero, el Imperio Japonés declara la guerra a los Países Bajos, nación contra la que estaba ya, de hecho, luchando. Al día siguiente, tropas niponas inician la campaña terrestre contra las Indias Orientales Holandesas, al desembarcar en la Isla de Tarakan, frente a Borneo. Enfrentados a fuerzas muy superiores, los comandantes holandeses se retiran, luego de destruir los 700 pozos petroleros de Tarakan, para evitar que caigan en manos japonesas.

El mismo día en que desembarcan en Tarakan, tropas japonesas entran en Kuala Lumpur, capital de la Malasia Británica, sin encontrar oposición y capturando abundantes municiones y suministros abandonados por las tropas británicas y coloniales en retirada. El 13 de enero, llega hasta Singapur el convoy DM1, que había partido desde Durban, Sudáfrica. Los buques transportan 9.100 soldados de la “Commonwealth”, armas antiaéreas y 52 cazas “Hawker Hurricane”.

En los cielos de Europa Occidental, la “Luftwaffe” y la “RAF” siguen empeñadas en una guerra de desgaste que es peor negocio para Alemania que para Gran Bretaña. Los alemanes perdieron la Batalla de Inglaterra en el otoño de 1940 y el “Blitz” no consiguió poner al Reino Unido de rodillas; de hecho, fortaleció la voluntad británica de lucha. De todos modos, los alemanes realizan incursiones aéreas cada vez que pueden sobre las Islas Británicas, pero son cada vez menos frecuentes y cada vez causan menos daño. En cambio, hace meses que los británicos se sienten más seguros de sus capacidades aéreas ofensivas y hacen blanco de las ciudades del “Reich”. El 14 de enero, Hamburgo, la segunda ciudad de Alemania, que cuenta con uno de los mayores puertos de Europa, es bombardeada por primera vez por las fuerzas principales de ataque de la “Royal Air Force”. La incursión es nocturna y dura hasta las primeras horas del día 15. A lo largo de la guerra, la ciudad sería objeto de 17 grandes bombardeos y un 75% de la misma quedaría convertido en ruinas.

En el Frente Oriental, los alemanes intentan estabilizar sus líneas, pero la arremetida del Ejército Rojo, aunque ha perdido el primer impulso, todavía ejerce mucha presión sobre las castigadas unidades de la “Wehrmacht”. Por el momento, al menos hasta que termine el invierno, la Unión Soviética está salvada del colapso, aunque le esperan casi cuatro años más de grandes sacrificios para reconquistar su propio territorio y terminar la guerra en Berlín, ante las mismísimas oficinas que usaran Hitler y sus asesores en la Cancillería.

La URSS que está recién empezando a devolver los golpes del nazismo es un gigantesco estado multinacional, cohesionado durante 25 años gracias al terror, usado como instrumento principal de gobierno desde el mismo nacimiento del nuevo estado totalitario. A fines de 1920, Lenin y sus seguidores cerraban victoriosamente las últimas batallas de la Guerra Civil, pero enfrentaban graves crisis de gobernabilidad interna. A fines de 1920, los abusos de los destacamentos de requisa causaron una gran revuelta campesina en la Provincia de Tambov, que contagió a muchas otras zonas campesinas, que resistieron a las tropas especiales de seguridad has bien entrado 1921. La respuesta de Lenin y su gobierno fue imponer medidas tan drásticas, como escarmentar a las familias sospechosas de ayudar o simpatizar con las sublevaciones, fusilando sin juicio a los hijos mayores o a toda persona que no se identificara apropiadamente.

El asalto constante a la gran mayoría campesina de la población rusa, combinado con el efecto de la guerra civil, produjo una gran hambruna, que empezó a dejarse sentir a mediados de 1921. En lo más álgido, durante el verano de 1922, la hambruna afectó a unas 30 millones de personas. El régimen obtuvo ayuda internacional, gracias al respaldo recibido de miembros de lo que quedaba de la “intelligentsia” rusa con buenos contactos en el extranjero, quienes formaron un Comité Pan-Ruso para enfrentar el hambre, que unió fuerzas con la Iglesia Ortodoxa Rusa. Cuando la Cruz Roja y otros organismos internacionales empezaron a enviar ayuda, Lenin ordenó disolver el comité y arrestar o exiliar a sus miembros, demasiado llamativos para lo que podía tolerar el gobierno bolchevique. A pesar de la ayuda, más de 5 millones de personas murieron por efecto de la hambruna de 1921-1922.

Las últimas víctimas de la tiranía de Lenin fueron la Iglesia y los intelectuales que pudieran ser considerados sospechosos o potencialmente peligrosos para el gobierno bolchevique. Entre marzo de 1923, cuando Lenin fue apartado del gobierno luego de sufrir un tercer ataque cerebral, y finales de 1927, cuando Stalin consolidó su poder en el Kremlin, el enfrentamiento entre el régimen y la sociedad experimentó una tregua, que permitió recuperarse de sus heridas a la sociedad, especialmente a los campesinos, que representaban un 85% de la población rusa. Pero tras la expulsión de Trotsky y sus partidarios, a inicios de 1928, el nuevo hombre fuerte de la ahora Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas, Iosif Stalin, decidió que era tiempo de consolidar los “logros” revolucionarios y reemprender su ataque contra todos los que pudieran representar un peligro para el partido de gobierno, que iba abandonando su nombre revolucionario de “bolchevique” y se institucionalizaba como Partido Comunista de la Unión Soviética (PCUS). Igual que diez años antes, el enemigo principal del régimen era el campesinado. Pero ahora los campesinos estaban mucho más debilitados y no tenían la fuerza para resistir. Para fines de 1929, Stalin decidió romper la tregua contra esa gran nación de campesinos rusos y proceder a la colectivización forzosa del campesinado ruso, bajo el pretexto de “erradicar a los kulaks”, es decir, a los “campesinos ricos”, supuesto el caso de que existieran en verdad.

El enfrentamiento entre gobierno y campesinado significó deportar más de 2 millones de campesinos y provocar la muerte por hambre de unas 6 millones de personas en 1931-1933, en una segunda hambruna, aún peor que la de los años ’20 y que golpeó especialmente a Ucrania, al punto de considerársela un intento genocida del pueblo ucraniano. Es lo que se conoce como el “Holodomor”, el sometimiento de las masas campesinas mediante el arma del hambre, bajo el pretexto de despojar a los campesinos acomodados y aplicar la “igualdad” socialista.

La mayoría de los campesinos habían sufrido un profundo empobrecimiento desde la Revolución, de modo que no había forma de identificar a un “kulak” siguiendo reales signos exteriores de riqueza. Un campesino podía ser detenido y deportado a un campo de concentración o a una región aislada, junto a su familia, por haber vendido en el mercado algunos kilos de grano, por haber dado trabajo a un obrero agrícola o por haber dado muerte a un cerdo “con la finalidad de consumirlo y sustraerlo a la apropiación socialista”, como rezaba una orden de la época. De modo que cualquiera podía ser víctima de una situación de abusos y arbitrariedad generalizada, que se prestaba para ajustes de cuentas y para el saqueo.

Decenas de miles fueron ejecutados y cientos de miles fueron arrancados de sus lugares de origen, para ser enviados a campos de trabajo o como “colonos especiales”, a zonas particularmente inhóspitas y apartadas, donde también, muchas veces, eran obligados a trabajar forzadamente en obras públicas faraónicas y absurdas, como el canal proyectado entre el Báltico y el Mar Blanco, que se esperaba fuera excavado en roca granítica usando sólo brazos, picotas y carretillas. Familias y comunidades enteras eran subidas a vagones de ganado, para emprender interminables viajes, que solían hacerse más largos, debido a la lenta burocracia del sistema, incapaz de clasificar a los cientos de miles de personas deportadas, que podían quedar varadas durante semanas en centros de clasificación. En condiciones espantosas de falta de higiene y hacinamiento, las enfermedades se esparcían y los prisioneros morían como moscas. Si sobrevivían al horrible viaje en tren, los deportados debían soportar una marcha de la muerte a pie, adonde les esperaba el campo de trabajos forzados o una zona de colonización especial, donde las condiciones eran de pesadilla. Un informe de la región de Arcángel, en el Ártico ruso, de septiembre de 1930, reconocía que, de las 1.641 habitaciones que deberían haberse construido para los deportados, sólo 7 habían sido terminadas cuando éstos llegaron. Los recién llegados debían recurrir a una “zemlianka”, es decir, un agujero en la tierra, tapado con unas ramas. Desde luego, además de carecer de techo, no tenían comida suficiente, ni calefacción. Es lo que muchos autores han llamado “deportación-abandono”, pensada como un modo de someter y exterminar poblaciones completas.

La hambruna provocada y no socorrida de las regiones más fértiles de la vieja Rusia terminó por quebrantar toda estructura que pudiera resistir al régimen comunista en el mundo campesino. En 1934, fue significativo que la policía política cambiara su nombre a “NKVD” (“Comisariado del Pueblo para el Interior”, siguiendo su sigla en ruso). El escenario estaba listo para que el régimen comunista iniciara la siguiente fase de su asalto contra la sociedad, que sería conocido como “El Gran Terror” estalinista y que estaría dejando sentir sus efectos todavía al iniciarse la guerra contra la Alemania Nazi.

Para el pueblo soviético, el terror y el abuso no eran, por desgracia, algo nuevo, aparecido con la bárbara agresión de Hitler.

En la fotografía, se ve una familia “kulak”, frente a la que fuera su vivienda, en el momento en que es despojada, para ser enviada a la deportación.




domingo, 8 de enero de 2017

Hace 100 años. 8 de enero de 1917. Primera Guerra Mundial. Invierno en las trincheras

Hace 100 años
8 de enero de 1917
Primera Guerra Mundial

Invierno en las trincheras

Rumania terminó 1916 en aprietos. Contando con el apoyo de la Entente, entró en la guerra contra tres viejos enemigos: los turcos, los austrohúngaros y los búlgaros, cuya alianza estaba estructurada en torno al “Reich” alemán. La Alemania Guillermina había mantenido buenas relaciones con el relativamente joven reino rumano, al que incluso estuvo unido por un tratado de asistencia militar que, sin embargo, fue desconocido por Bucarest, cuando estalló la guerra europea en 1914. Al comenzar el nuevo año, Valaquia ha sido enteramente perdida por Rumania y las tropas invasoras prosiguen su avance hacia el interior de la Moldavia rumana. Va quedando poco espacio entre las espaldas de las tropas rumanas, apoyadas precariamente por fuerzas rusas, y las fronteras del tambaleante Imperio de los Zares. El 3 de enero, los alemanes capturan Focsani y, el 5, cae Braila. Para el 6 de enero de 1917, las últimas tropas rumanas y rusas abandonan la Dobrogea, perdiendo acceso al curso inferior del Danubio. Sólo la llegada del invierno dará algún respiro a los rumanos.

Los campos de batalla de la Gran Guerra se han repartido por todo el globo y soldados de los cinco continentes han luchado en alguno u otro. Pero el frente principal, el más decisivo y el más sangriento es el Frente Occidental, que enfrenta al grueso del Ejército Alemán contra lo mejor de las fuerzas británicas y francesas, apoyadas por contingentes menores, como el Ejército Belga, o lo que quedó del mismo, luego de la invasión de 1914, y el Cuerpo Expedicionario Portugués, cuyos primeros efectivos llegan a Francia en estos primeros días de enero de 1917.

La lucha en el Frente Occidental estuvo marcada por los casi 10.000 kilómetros de trincheras construidos por ambos bandos. Aunque fueron haciéndose más sofisticadas, las trincheras nunca pasaron de ser mucho más que una zanja cavada en la tierra, que medía unos 3 o 4 metros de alto y unos 2 metros de ancho. Fueron una solución relativamente rápida y barata para proteger a los ejércitos de los ataques enemigos, pero las tropas estaban lejos de ser inmunes a las amenazas, como la artillería y los francotiradores. El clima era otro terrible inconveniente. Las trincheras acumulaban agua rápidamente durante las lluvias de otoño, convirtiéndolas en une pegajosa tina de barro, infestada de roedores y toda clase de alimañas (además de cadáveres de compañeros o enemigos, cuando era temporada de ofensiva). A veces, el agua podía llegar hasta la cintura y la humedad reinante solía causar “pie de trinchera”, una dolencia que podía llegar a ser tan grave, como para forzar a la amputación, cuando se producía gangrena.

A medida que avanzó la guerra, se hicieron esfuerzos por mejorar el drenaje en las trincheras y usar materiales resistentes al agua para el calzado de las tropas de primera línea, pero la vida en las trincheras siempre fue difícil de soportar y muchos hombres que se salvaron de la muerte o de ser heridos, terminaron con severos trastornos siquiátricos por sufrir las miserables condiciones de vida del Frente Occidental, sumadas a las tensiones propias de la guerra.

El invierno de 1916-1917 fue el más crudo que pudiera ser recordado por los hombres desplegados en Flandes. Cuando pasaban las lluvias y llegaba el frío, miles de soldados sufrieron congelamiento y era frecuente que perdieran sus dedos. Las trincheras no proveían demasiado refugio contra los elementos, especialmente durante las guardias de la noche, cuando la ropa y las frazadas se congelaban hasta petrificarse. Las paredes de barro se convertían en murallas heladas, endurecidas como el concreto. El transporte se hacía más dificultoso, con los motores de los vehículos congelados y los alimentos eran casi imposibles de comer.

Clifford Lane, un suboficial británico destacada en el Frente Occidental, recuerda así la experiencia:

“El invierno de 1916-1917 fue el más frío. El invierno fue tan frío que sentía que iba a llorar. No se nos permitía hacer fuego, porque no estábamos lejos del enemigo y, por lo tanto, no podíamos beber té. Solíamos hacer que se nos mandara té por la trinchera de comunicación. Bueno, una trinchera de comunicación podía ser tan extensa como un kilómetro. Comenzábamos por calentar una gran marmita, que dos hombres llevarían como una camilla. Salían con el agua hirviendo; para cuando llegaba hasta nosotros en el frente, había hielo en la superficie; estaba así de frío.”

Abajo, aspecto de una trinchera británica. En primer plano, cuatro soldados preparan una ametralladora Lewis, sentados en el fango.




17 de Septiembre de 1944. Hace 80 años. Operación Market Garden.

   El 6 de junio de 1944, los Aliados habían desembarcado con éxito en Normandía. En las semanas siguientes, a pesar de la feroz resistencia...