Hace 100 años
4 de diciembre de 1916
Primera Guerra Mundial
El Último César
El 28 de noviembre de 1916, se produce la primera incursión diurna de un avión alemán en cielos británicos. El dirigible está siendo desplazado como arma de bombardeo y observación. Los aviones se especializan y pronto habrá modelos capaces de cazar a los dirigibles en las alturas por las que se desplazan. Asimismo, se desarrollan modelos de bombardeo con mayor capacidad de carga de bombas y mayor alcance. Durante la Gran Guerra, lo más parecido a un bombardero estratégico sería el ruso “Sikorsky Ilya Muromets”, que alcanza a ser poco más que una curiosidad. Otros ejemplares, más pequeños y menos ambiciosos, como el “Gotha” alemán, llegarán a ser temidos por los soldados en tierra, aunque no llegarán a ser peligrosos para los civiles en el grado en que modelos posteriores llegarán a serlo en la siguiente guerra.
En estos días finales de noviembre y comienzos de diciembre, la situación es confusa en Grecia, un país partido por la mitad, que no termina de saberse si está en guerra y contra quién. Las negociaciones diplomáticas no han podido destrabar la disputa entre el gobierno del Rey Constantino, el gobierno rebelde de Venizelos y las tropas de la Entente que ocupan parte del país, luchando contra los Imperios Centrales en Macedonia. El 1 de diciembre, vence el ultimátum presentado al rey a través del almirante francés Louis Dartige du Fournet, que exige la rendición de diez baterías de artillería de montaña. Para apaciguar a sus propios jefes, sin desatar una confrontación abierta, el almirante francés advirtió a Constantino que desembarcaría una pequeña fuerza de infantes de marina para ocupar algunas posiciones estratégicas en Atenas, hasta que el rey y su gobierno aceptaran las demandas de la Entente. Constantino manifestó que los ciudadanos y el ejército se oponían al desarme de las fuerzas griegas, y sólo pudo prometer que él no daría orden de atacar a las fuerzas de desembarco, a menos que agredieran a los griegos.
El ultimátum fue presentado el 24 de noviembre. Para el día 29, el gobierno monárquico había resuelto rechazar las exigencias de Francia y Gran Bretaña, de modo que se preparó a resistir el desembarco por la fuerza, incluyendo el llamado de reservistas. Al producirse el desembarco del 1 de diciembre en El Pireo, alrededor de 20.000 soldados griegos habían ocupado ciertos puntos clave de Atenas, aunque tenían órdenes de no abrir fuego, a menos que se les disparara primero. En la madrugada del 1 de diciembre, los Aliados desembarcaron 3.000 infantes de marina. Al dirigirse a los puntos que debían ocupar en Atenas, se encontraron con que ya estaban ocupados por tropas griegas. Durante dos horas, las tropas de uno y otro bando estuvieron mirándose las caras, sin saber qué hacer, hasta que alguien hizo un disparo en algún punto de la línea y se desató la batalla.
Una vez que la batalla se propagó por la ciudad, el rey propuso un cese al fuego a Du Fournet, que aceptó gustoso, pues esperaba encontrar resistencia organizada y estaba corto de hombres y suministros. Sin embargo, antes de poder consolidar un acuerdo, la batalla se reanudó, incluyendo el ataque de las baterías de artillería griegas sobre el cuartel general del almirante francés y la respuesta de los cañones del escuadrón naval franco-británico, que dejaron caer su fuego sobre algunos sectores de la ciudad. Para evitar una escalada, las partes retomaron las conversaciones y, hacia el final de la tarde, la batalla había terminado, dejando un saldo de 194 bajas entre las fuerzas de la Entente y 82 caídos entres los griegos, sin contar civiles. Temprano, en la mañana del 2 de diciembre, todas las tropas aliadas habían sido evacuadas de vuelta a sus buques.
El rol de los venizelistas nunca quedó del todo aclarado. Hay versiones para todo los gustos. Algunos testimonios afirman que los venizelistas lucharon codo a codo al lado de los franco-británicos, combatiendo a las tropas del ejército realista. Según esta versión, los venizelistas habrían seguido combatiendo y se rindieron mucho después de que Du Fournet se retirara con sus hombres. Al rendirse los venizelistas, grandes cantidades de armas, facilitadas por los franceses, fueron halladas y sólo la escolta provista por el rey para los prisioneros evitó que fueran asesinados por la turba ateniense enfurecida. El propio almirante francés afirmó que sus tropas recibieron sustancial ayuda de los venizelistas y que él y sus hombres quedaron envueltos en una guerra civil. Otros historiadores, en cambio, incluyendo al contemporáneo (y pro monárquico) Pavlos Karolidis, niegan que los venizelistas hayan luchado contra sus compatriotas y afirma que las armas más peligrosas halladas en sus casas eran cuchillos.
Ciertas o no las acusaciones, los militares realistas aprovecharon la oportunidad de aplastar el movimiento venizelista en Atenas, procediendo al arresto de cientos de partidarios, supuestos o reales, de Venizelos, incluyendo al alcalde de Atenas, Emmanuel Benakis. En medio de las violencias, que siguieron por varios días, 35 personas perdieron la vida. El 2 de diciembre, Francia y Gran Bretaña reafirmaron que el único gobierno griego legítimo era el presidido por Eleftherios Venizelos en Salónica, rompiendo definitivamente con el Rey Constantino. El pobre manejo de la situación le costó el puesto al almirante Du Fournet. La batalla y sus resultados también influyeron en la caída del gabinete de Herbert Asquith, en Londres, que sería reemplazado por David Lloyd George como Primer Ministro. En París, Aristide Briand también tuvo que hacer ciertos ajustes en su gabinete.
La muerte de Francisco José, el 21 de noviembre, dio paso a Carlos I como Emperador de Austria y Rey de Hungría. Tras finalizar sus estudios universitarios, Carlos había servido como oficial en el “Real e Imperial Ejército”, siguiendo la carrera típica de los varones de la casa imperial. El matrimonio morganático de su tío, el archiduque Francisco Fernando, y la temprana muerte de su padre, el archiduque Otto, convirtieron a Carlos en heredero al trono, una posición que se volvió muy tangible cuando el primero fue asesinado en Sarajevo, en junio de 1914, y Carlos se ubicó como el primero en la línea sucesoria, justo por detrás del anciano Francisco José. A pesar de que Carlos podría ascender muy pronto al trono, Francisco José insistió en que el heredero siguiera sirviendo en el ejército, apartándolo de las actividades políticas, que habrían servido de buen entrenamiento, para el momento en que tuviera que ejercer el poder. Cuando se produjo la crisis de julio de 1914, Carlos ni siquiera participó como observador de las discusiones que llevaron al estallido de la Gran Guerra, lo que da una idea de hasta qué punto estaba desconectado de las dinámicas del gobierno. Francisco José tuvo una buena relación con Carlos, a diferencia de las asperezas constantes de su relación con el asesinado Francisco Fernando y con su propio hijo, Rodolfo, que se había suicidado en 1889. Y si lo apartó de toda función de gobierno fue posiblemente porque el anciano monarca había llegado al trono muy joven, con apenas 18 años, y era incapaz de asumir el punto de vista de un heredero al trono.
En 1911, Carlos se había casado con Zita de Borbón-Parma, de quien nació el último heredero coronado del trono imperial, Otto de Habsburgo, en 1912. La pareja vivió un matrimonio descrito como feliz y armonioso, y produjo otros siete hijos, tres de los cuales llegaron al mundo durante el exilio. Zita era además una elección que llenaba el gusto del anciano Francisco José. Como hija de Roberto, último soberano del Ducado de Parma, la heredera provenía de una casa soberana, aunque estuviera derrocada y hubiera estado viviendo en Viena desde la unificación italiana. Zita además era una devota católica y había sido criada para creer fervientemente en la monarquía.
Abajo una fotografía oficial, tomada en 1914, de Carlos, Zita y el pequeño archiduque Otto.
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