Hace 100 años
16 de octubre de 1916
Primera Guerra Mundial
El Ejército Ruso (II)
El 10 de octubre de 1916, Spyridon Lambros, profesor de la Universidad de Atenas, recibe el encargo de formar un gobierno para el Rey Constantino de Grecia. Sus primeras labores fueron muy ingratas. Apenas formado el gabinete, recibió un ultimátum de parte de las potencias de la Entente, donde se demandaba la rendición de la flota griega de guerra y la ocupación de los puertos del Pireo y Larisa. Tras algunas horas de deliberación, Constantino y su gobierno aceptaron el ultimátum, cursando órdenes a las tripulaciones de que procedieran a rendir y desarmar sus naves, de la manera más calmada posible. Franceses y británicos, preocupados porque las naves y las defensas costeras griegas pudieran volverse contra ellos, prefirieron no correr riesgos y someter a esta humillación al gobierno de Constantino, contra el que no estaban en guerra formalmente. El monarca helénico, consciente de que la mismísima existencia de su país estaba en riesgo y de que sus buques no tenían posibilidades de enfrentar con éxito a las fuerzas combinadas de Francia y Gran Bretaña, prefirió tomar el camino de la mesura y acceder a las demandas.
En el frente alpino, se puede dar por finalizada la octava Batalla del Isonzo. Fue esencialmente una continuación de las acciones que se conocen como la séptima batalla del mismo nombre, cuyo objetivo era ampliar la cabeza de puente establecida en Gorizia en agosto, durante la sexta de esta serie de batallas. Tal como les había ocurrido algunas semanas antes, durante esta octava batalla, el escalofriante número de bajas (25.000 muertos, desaparecidos, heridos o prisioneros en dos días) obligó al Jefe de Estado Mayor Italiano, general Luigi Cadorna, a suspender el ataque hasta que el “Regio Esercito” recuperara sus fuerzas. En noviembre, el general Cadorna lo volvería a intentar, otra vez, con escaso éxito.
El 14 de octubre, tropas alemanas cruzan la frontera rumana. Las tropas rumanas, que habían entrado a Transilvania pocas semanas antes, han debido cambiar su ofensiva inicial por una retirada y ahora empiezan a defender su propio país de la amenaza de sus vecinos búlgaros y austrohúngaros, apoyados por las eficaces tropas alemanas. Al estallar la contienda, en 1914, Francia y el Reino Unido esperaban que los Balcanes y Europa Central y Oriental en general fueran un teatro de operaciones controlado por Rusia. Muchos imaginaban la entrada en acción del “rodillo ruso”, cuando el gigantesco Imperio de los Zares pusiera en marcha sus cuantiosos recursos humanos. En París y Londres soñaban con que cientos de miles, tal vez millones de soldados rusos inundaran Alemania y Austria-Hungría. Pero el Ejército Ruso nunca estuvo a la altura y, ya en el verano de 1914, sufrió algunas derrotas catastróficas, de las que no se llegó a recuperar. En 1915-1916, Polonia, parte de Ucrania y parte de las provincias bálticas cayeron en manos de los Imperios Centrales. La última ofensiva, emprendida en 1916 por el general Alexei Brusilov, llevó algo de esperanza a San Petersburgo, pero al final perdió fuerza y el alto mando ruso tuvo que suspenderla.
La guerra de 1904-1905 con Japón fue un gran desastre para la Marina Imperial Rusa, que perdió dos de sus tres flotas, pero también dejó profundas heridas en el Ejército. La humillante derrota frente a Japón fue el desencadenante de la Revolución de 1905, que puso en graves aprietos al gobierno de Nicolás II y es considerada un antecedente de la Revolución de 1917, que terminaría para siempre con la monarquía rusa. Además de los disturbios en el campo y las ciudades, el descontento se hizo sentir en las filas de las fuerzas armadas que cubrían guarnición en los distintos territorios del Imperio. Al llegar las noticias de las derrotas en el Extremo Oriente, la moral del personal se desplomó y cualquier desencuentro podía servir como excusa para la desobediencia militar. El episodio de insubordinación castrense más conocido del período fue el motín del acorazado “Potemkin”, en junio de 1905, inmortalizado posteriormente por una película de propaganda dirigida por el cineasta Sergei Eisenstein.
Pero los incidentes en las filas del Ejército fueron igualmente graves y muy numerosos. Desde fines de 1905 y durante 1906, no menos de 400 motines se produjeron en las fuerzas de tierra, con soldados desafiando las órdenes de sus oficiales y presentando demandas políticas y económicas. Fueron literalmente miles las ocasiones en que el gobierno recurrió al Ejército para restaurar el orden quebrantado por los conatos revolucionarios. La mezcla de la humillación de la derrota, el empleo en reprimir a su propio pueblo y el ambiente revolucionario alteraron gravemente la moral y el proceso de entrenamiento de los cuadros del Ejército, en un momento en que la derrota contra Japón y el ambiente belicista europeo llamaban a una regeneración urgente de las fuerzas armadas rusas.
Superada la Revolución de 1905 (o diferida hasta 1917, si se prefiere), el Estado se empeñó en una profunda reforma de las fuerzas armadas, que tuvo avances, pero que no estaba concluida en 1914. Al estallar la guerra, el Ejército Ruso podría haber concluido exitosamente una contienda corta, pero no estaba listo para una larga guerra de desgaste contra Alemania y sus aliados.
Los problemas financieros no estaban entre los menores que aquejaban al Ejército Ruso a comienzos del siglo XX. El vertiginoso desarrollo tecnológico obligaba a destinar a la compra e investigación de armamentos gran parte del presupuesto militar, antes dedicado primordialmente a vestir, alimentar y dar techo a las tropas. En el mismo período, se hizo evidente que un mejoramiento en la infraestructura de transportes resultaba crucial para que la disuasión militar fuera creíble. Prusia había obtenido tres aplastantes victorias en las guerras de unificación alemana (1866-1971), en gran parte, gracias al uso de una densa red de ferrocarriles para movilizar y transportar a sus tropas hacia los lugares donde se las necesitaba. Durante el verano de 1914, los alemanes, a pesar de estar muy superados en número por los rusos, pudieron destruir un ejército ruso en Tannenberg y luego transportar velozmente el grueso de sus fuerzas a otro sector, para destruir otra formación rusa en los Lagos Masurianos. Durante la Gran Guerra, Rusia se vio como un país relativamente atrasado, siempre en desventaja por su enorme territorio, cubierto por una red de ferrocarriles carente de la necesaria densidad.
En 1908, como respuesta a la debacle sufrida ante Japón, el alto mando preparó un informe que detallaba una serie de medidas urgentes que debían implementarse en los siguientes diez años. Parte importante de estas reformas fueron aplicadas por Vladimir Sukhomlinov, quien ocupó el cargo de Ministro de Guerra entre 1909 y 1915. El general Sukhomlinov se empeñó en modificar el despliegue de las tropas en tiempo de paz, introdujo un nuevo sistema de reservas, compró los primeros aviones militares y aumentó considerablemente la cantidad de ametralladoras y artillería moderna. Las mejoras introducidas fueron posibles, en parte, gracias a un notable crecimiento económico y desarrollo industrial, acentuado a partir de 1910. Los aumentos de ingresos del Estado tuvieron como principal beneficiario al Ejército y para 1913, Rusia gastaba en su Ejército más que cualquier otro país de Europa.
Los resultados fueron impresionantes, pero las reformas habían sido planificadas para quedar completas en 1917 y la Primera Guerra Mundial estalló en 1914. Existe evidencia de que una de las razones que tuvo Alemania para arriesgarse a la guerra entonces fue saber que sería más fácil vencer a Rusia, antes de que sus reformas militares tuvieran efecto en su totalidad. E incluso si hubiera tenido el tiempo suficiente, el presupuesto nunca alcanzaba para cubrir todas las necesidades planteadas por los planificadores. Un factor relevante fue la competencia con la Marina por obtener fondos. Desde 1907, Rusia se embarcó en varios programas de construcción naval, destinados a reponer las flotas destruidas en la guerra con Japón.
Al estallar la Gran Guerra en 1914, Rusia tenía que enfrentar a dos poderosos Imperios, Alemania y Austria-Hungría, con pocas posibilidades de recibir ayuda directa de Francia o Gran Bretaña. A pesar de contar con la quinta mayor economía industrializada en 1914, el desarrollo industrial era inorgánico. El ritmo inédito de las primeras batallas de la guerra agotó las reservas de munición artillera, un problema que enfrentaron casi todos los beligerantes, pero Rusia, a diferencia de Alemania o Gran Bretaña, no estaba en condiciones de reponer las existencias a tiempo.
La Gran Guerra causó una tasa de bajas que no tenía precedentes en la historia. Como resultado, a la crisis de material de guerra, se añadió una crisis de recursos humanos. A pesar de su gran población, Rusia no estaba preparada para reemplazar a los caídos con reclutas entrenados en número suficiente y con el equipamiento adecuado. En las primeras batallas del verano de 1914, los rusos perdieron de un plumazo cinco cuerpos de ejército completos, mientras que las tropas que enfrentaban a los austrohúngaros en el sur lamentaban bajas cercanas al 40%. A comienzos de 1915, 1.000.000 de rusos habían caído prisioneros o estaban desaparecidos, mientras que 4.000.000 estaban heridos o enfermos. Los cálculos más conservadores estiman que 1.300.000 soldados rusos murieron durante la contienda. Para 1916, entre las bajas se contaban 90.000 oficiales, la mayoría de los cuales había sido comisionado antes de la guerra. Los programas de emergencia para proveer de oficiales reemplazantes resultaron en que un oficial ruso subalterno típico de 1917 no tenía más de cuatro años de educación formal, de modo que sus dotes de liderazgo deben haber sido menos que regulares, en una guerra cada vez más compleja y tecnificada.
Si Rusia hubiera tenido más tiempo para reconstruir sus fuerzas armadas, tan heridas por la guerra con Japón y la Revolución de 1905, es posible que haya estado en condiciones de reponer estas bajas materiales y, sobre todo, humanas, gracias a las grandes reservas de recursos materiales y humanos del Imperio. Pero en 1914, el Imperio de los Zares todavía no había recorrido el sendero de las reformas lo suficiente como para estar listo para otra cosa que no fuera una guerra corta. De todos modos, cuando estuvieron bien mandados y dispusieron de armamentos decentes en cantidades suficientes, los valientes soldados rusos consiguieron notables éxitos, especialmente contra los turcos y contra los austrohúngaros. El mejor ejemplo fue la gran ofensiva conducida por el general Alexei Brusilov que, en 1916, causó 1.000.000 de bajas a los Imperios Centrales y conquistó 576.000 kilómetros cuadrados antes de perder su empuje, al punto que, si bien no logró una victoria decisiva, la ofensiva de Brusilov significó un golpe del que los austrohúngaros nunca se recuperaron del todo.
La ofensiva de Brusilov y otros ejemplos similares demuestran que, a pesar de todos sus problemas estructurales, el Ejército Ruso no estaba condenado de antemano a una derrota catastrófica contra los Imperios Centrales y sus aliados. Posiblemente, si Alemania y Austria-Hungría hubieran seguido penetrando en el gigantesco Imperio Ruso, la enormidad del territorio habría hecho cada vez más débiles los golpes de sus ejércitos, como le había ocurrido cien años antes a los de Napoleón y como le pasaría 25 años después a los de Hitler. Es verdad que su Ejército parecía incapaz de ocupar Viena o Berlín, pero podría haber aguantado a la defensiva o retrocediendo de manera ordenada, hasta que Alemania y sus aliados quedaran exhaustos por estar obligados a luchar al mismo tiempo con Francia y Gran Bretaña (y Estados Unidos más tarde), que dominaban los mares y las líneas de suministro.
Tal como había pasado en 1905, luego de la derrota ante Japón, fue la Revolución, más que la derrota militar, lo que sacó a Rusia de la Gran Guerra.
En la fotografía, se aprecia una pieza de artillería rusa en acción. La pobreza con que el Ejército del Zar estaba equipado, en comparación con los Imperios Centrales, especialmente Alemania, queda de manifiesto en que, mientras las tropas alemanes dispararon alrededor de 272 rondas de artillería de todos los calibres en el curso de la guerra, los austrohúngaros dispararon 70 millones y los rusos utilizaron sólo 50 millones de proyectiles.
Imagen tomada de https://static1.squarespace.com/static/50adfa2ae4b0cc1d786569eb/t/542b0f63e4b071bec0b26f30/1412108131937/20140930+4+Russian+artillery.jpg?format=500w
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