Hace 75 años
14 de agosto de 1941
Segunda Guerra Mundial
El 8 de agosto de 1941, una agrupación de bombarderos bimotor Ilyushin “Il-4” realiza un ataque sobre Berlín, el primero de la aviación soviética sobre territorio alemán. Aunque el bombardeo no tuvo mucho impacto, es una nueva prueba de que no hubo tal cosa como una súbita destrucción de la aviación rusa en un ataque masivo alemán durante las primeras horas de “Barbarroja”. Mucho más destructivo fue el “raid” efectuado por la “RAF” británica en las primeras horas del 12 agosto. Poco antes de la madrugada, aparatos británicos atacaron las vías férreas de Hanover. Tras ponerse el sol, 78 bombarderos, escoltados por 485 cazas, efectuaron el mayor ataque diurno sobre Alemania hasta la fecha, esta vez, sobre la zona en torno a Colonia. Los alemanes pudieron reunir apenas unos cuantos cazas, pero el fuego antiaéreo era intenso.
En el Frente Oriental, el 8 de agosto culmina la lucha en la llamada “Bolsa de Uman”, en Ucrania Occidental. En Ucrania, el mariscal Semión Budionni tenía nominalmente bajo su mando 1,5 millón de hombres al comenzar la campaña. Al igual que en todos los sectores cubiertos por el Ejército Rojo, desde los primeros días de la campaña, una gran parte de los soldados prefirieron desertar o darse prisioneros, abandonando toneladas de excelente material de guerra, que habría causado grandes problemas a los alemanes, en manos de tropas motivadas. Para mediados de agosto, los restos de las unidades más cercanas a la frontera habían recibido refuerzos desde los escalones militares del interior, pero las tropas de refresco tuvieron el mismo comportamiento que sus camaradas de las primeras batallas de junio y julio, aunque se iba haciendo más frecuente para los alemanes tener que cambiar desde formación de marcha a formación de combate.
De los 300.000 hombres que quedaron en Uman, unos 100.000 pudieron escapar del cerco; el resto de lo que alguna vez fueron el 6º y el 12º Ejércitos Soviéticos fueron pulverizados, convirtiéndose en muertos o prisioneros. Tras la rendición de los rusos, las puntas de lanza de los “Panzergruppen” fueron redirigidas hacia Kiev, donde estaba montándose el escenario para otro gran cerco de tropas soviéticas.
Entre el 9 y el 12 de agosto, el Presidente de Estados Unidos, Franklin D. Roosevelt, y el Primer Ministro Británico, Winston S. Churchill, sostuvieron varias reuniones a bordo del acorazado británico “HMS Prince of Wales” y del crucero pesado norteamericano “USS Augusta”, frente a la Bahía de Placentia, en Newfoundland, Canadá. Fue la primera de muchas reuniones que ambos líderes protagonizarían durante la guerra. El resultado de esta conferencia fue una declaración conjunta, conocida como “Carta del Atlántico”.
Aunque EE.UU. no entraría a la guerra sino hasta cuatro meses más tarde, uno de los propósitos del encuentro fue asegurar el apoyo norteamericano al Reino Unido, que se había salvado de una invasión nazi, luego de rechazar el asalto de la aviación alemana durante la Batalla de Inglaterra, pero que todavía enfrentaba una situación militar y geopolítica crítica. Después de poner fuera de combate a Francia y a la propia Fuerza Expedicionaria Británica, Alemania había infligido derrotas humillantes a Yugoslavia, Grecia y a las tropas británicas que intentaron asistir a esas naciones balcánicas. En África del Norte, el genial general alemán, Erwin Rommel, tenía sitiada a la guarnición de Tobruk, con la mira puesta en el Canal de Suez y, por tanto, amenazaba la conexión de Gran Bretaña con sus posesiones coloniales, especialmente la India. Alemania también avanzaba rápidamente hacia el interior de la Unión Soviética y la caída de Moscú, en agosto de 1941, parecía cosa de días. Por último, además de lidiar con las agresiones nazis en Europa, el Reino Unido estaba preocupado por la creciente agresividad japonesa en el Pacífico, donde todo parecía indicar que el “Imperio del Sol Naciente” se preparaba para dar un golpe de mano contra los intereses británicos en el Extremo Oriente.
El documento resultante de la conferencia formuló una serie de principios que estarían en la base de la política occidental de posguerra, al menos, a nivel de buenas intenciones, como el rechazo a aumentos territoriales por parte de los vencedores, liberalización del comercio internacional, libertad de los mares y la búsqueda de cierto estándares mínimos en trabajo, economía y bienestar social. Uno de los principios más importante formulados en la Carta del Atlántico era restaurar la autodeterminación de todas las naciones que habían sido ocupadas durante la guerra y permitir a todos los pueblos decidir libremente la forma de gobierno que mejor se acomodara a sus intereses. Es imposible dejar de ver gran similitud entre los “Catorce Puntos” que Woodrow Wilson quiso imponer al término de la guerra anterior y estos principios formulados por los líderes de las democracias occidentales, un cuarto de siglo más tarde. Las propuestas de Roosevelt tendrían mejor fortuna que las de su predecesor, pero su efectividad fue, de todos modos, limitada. Las naciones de Europa Central y Oriental, que habían tenido que soportar la tutela del nazismo o sus agresiones, al terminar la Segunda Guerra Mundial, permanecieron en una era de oscuridad, que no sería superada sino hasta fines del siglo XX, cuando las tiranías marxistas fueran abolidas en casi todos los estados donde llegaron a gobernar.
Los resultados prácticos inmediatos del encuentro tampoco fueron alentadores. Roosevelt esperaba que la Carta alentara al público estadounidense a apoyar la intervención de EE.UU. como aliado militar de los británicos; sin embargo, la mayor parte de la población se opuso a la entrada en la guerra hasta que Japón atacó territorio estadounidense en diciembre de 1941. Churchill esperaba conseguir un compromiso de parte de Roosevelt, en el sentido de cumplir ciertas condiciones o plazos para entrar en la guerra, pero ni siquiera consiguió que el Presidente discutiera el asunto. Para Churchill y para muchos en Gran Bretaña, el Imperio Británico estaba recibiendo poco, a cambio de conceder mucho, especialmente en ciertos puntos que podían ser un peligro para sus mismísima existencia, como el principio de autodeterminación de los pueblos, que podía ser esgrimido por las posesiones coloniales británicas contra la metrópoli, como ocurrió, de hecho, luego de finalizar la guerra. Asimismo, si se llevaba al extremo el principio de libertad de comercio, el sistema de preferencias para el comercio al interior del Imperio no podía seguir existiendo en la forma en que lo había hecho hasta entonces. Churchill sabía que renunciar a esas ventajas comerciales le enajenaría el apoyo de muchos en casa, partiendo por los sectores más proteccionistas en su propio Partido Conservador.
Por otro lado, el sagaz líder británico entendía que el contenido de la Carta era lo mejor que podía obtenerse, dadas las duras condiciones en que estaba siendo acordada. Es por eso que recomendó a su gabinete que lo aceptara, bajo la premisa de que sería imprudente presentar objeciones innecesarias a un poderoso aliado, como EE.UU., tomando en cuenta la severa crisis que enfrentaba Gran Bretaña. Después de todo, la Carta del Atlántico serviría para acercar más a las dos potencias anglosajonas y elevaría la moral de los británicos, que tan faltos estaban de buenas noticias en el verano de 1941. Y, aunque no era un verdadero tratado, era una afirmación pública de la solidaridad entre el Reino Unido y Estados Unidos.
En la fotografía, Roosevelt y Churchill (sentados, a la izquierda de la imagen), asisten a un servicio religioso a bordo del “Prince of Wales”. Este poderoso acorazado había alcanzado fama al enfrentar al acorazado “Bismarck” en la Batalla del Estrecho de Dinamarca y ahora aumentaba su celebridad al ser el escenario de un importante encuentro diplomático. En diciembre de ese mismo año, volvería a hacer historia, pero de manera trágica, cuando fuera el primer buque capital, junto con el crucero de batalla “HMS Repulse”, en ser hundido en alta mar por un ataque aéreo, frente a las costas de Malaca, al inicio de la ofensiva japonesa en el Pacífico.
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