Hace 75 años
26 de junio de 1916
Segunda Guerra Mundial
El 22 de junio de 1941, los alemanes ejecutan la “Operación Barbarroja”, es decir, el plan para invadir y ocupar la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas, a fin de satisfacer, de una vez por todas, el apetito nazi por el “espacio vital”. El colosal choque de las únicas dos auténticas tiranías totalitarias que ha padecido la humanidad dominará los sucesos de estos días de junio y gravitará decisivamente sobre el curso de la contienda, así como el orden mundial que nacerá en la posguerra. Si el panorama ya no era alentador, el choque sangriento del nacionasocialismo y del socialismo marxista abrirá las puertas de un infierno que no acabará del todo hasta fines de la década de 1990. El intenso componente ideológico de la lucha además exacerbará las persecuciones contra los grupos humanos de los que desconfiaban los partidos totalitarios, como los judíos, en el caso de los nazis, así como aumentará las medidas de terror masivo contra los enemigos reales, potenciales e imaginarios que nazis y comunistas se conseguían o se inventaban.
El mismo día 22, tropas rumanas traspasan la frontera soviética para recuperar los territorios de Bukovina y Besarabia. Con el tiempo, de todos los aliados de Alemania, Rumania sería el que contribuiría con el mayor número de tropas a la campaña, tal vez, para ganarse el favor de Berlín y conseguir la devolución de Transilvania, entregada a Hungría algún tiempo atrás. El 24, Eslovaquia y Hungría declaran la guerra a los soviéticos, sumándose a las fuerzas invasoras. Finlandia, luego de ser bombardeada por la aviación soviética, sin mediar una provocación directa, declara la guerra al régimen comunista el 26 de junio.
El mismo día en que la “Wehrmacht” inicia la operación, se produce en Lituania el llamado “Alzamiento de Junio”. Dirigentes de la resistencia lituana llevaban un tiempo coordinándose con los alemanes, para aprovechar la invasión alemana y recuperar su independencia o, al menos, algún grado de autonomía. En todo caso, esperaban que la ocupación alemana fuera más suave que la sufrida a manos de los soviéticos, que habían ordenado la deportación de 17.000 personas hacia Siberia justo la semana anterior al inicio de la invasión alemana. En cosa de horas, aprovechando el pánico causado por los alemanes en las tropas soviéticas, el “Frente Activista Lituano” pudo tomar el control de gran parte del país, incluyendo las dos principales ciudades: Kaunas y Vilna. El 23, los dirigentes de la insurrección proclamaron que se restauraba la independencia de Lituania y formaron un gobierno provisional que, sin embargo, al poco tiempo, quedaría vaciado de todo poder real y terminaría autodisolviéndose antes de que llegara la primavera boreal.
Para la Unión Soviética, los primeros meses de guerra significaron sufrir una interminable seguidilla de desastres militares. Las fuerzas soviéticas cedieron extensas zonas del territorio ruso y perdieron ejércitos enteros, convertidos en bajas y, sobre todo, en prisioneros. Uno de los mitos historiográficos más persistentes de la guerra nazi-comunista ha consistido en afirmar que una de las razones principales para explicar las derrotas soviéticas de las primeras semanas fue la destrucción de casi todas las fuerzas aéreas soviéticas por obra de un masivo ataque sorpresa ejecutado por la “Luftwaffe” durante las primeras horas de la operación. Los historiadores soviéticos, alineados en la línea oficial del Partido Comunista, repitieron lo que era una completa invención del régimen de Stalin y sus sucesores, levantada para ocultar la falta de entusiasmo presente en gran parte de los ciudadanos soviéticos movilizados en sus fuerzas armadas. Sin embargo, llama mucho la atención que buena parte de la historiografía occidental haya repetido este mito (y muchos otros) sobre la guerra entre Stalin y Hitler, sin el menor sentido crítico. El historiador ruso, Mark Solonin, entre otros, ha publicado varias obras, producto de minuciosas investigaciones, dedicadas a desmontar el mito de la “destrucción por un ataque aéreo súbito”.
Con casi 5.000 cazas y 3.500 bombarderos desplegados en el campo de batalla para el 22 de junio de 1941, la única manera de colocar fuera de combate a toda la aviación soviética de un solo golpe habría sido a través de un ataque nuclear masivo, recurso con el que la Alemania Nazi no contó durante la guerra, afortunadamente. Los medios militares convencionales de los alemanes tampoco resultaban suficientes para destruir todas las fuerzas aéreas soviéticas, tampoco la mayor parte y ni siquiera eran capaces de concentrar los suficientes recursos como apoyar de manera decisiva a todas las formaciones alemanas desplegadas en tierra para atacar la Unión Soviética. Incluso el megalómano Hitler llegó a reconocer que el gigantesco Frente Oriental no podía ser uniformemente cubierto por la “Luftwaffe”, que debía limitarse a dominar ciertas áreas clave del enorme campo de batalla.
El completo dominio del aire conseguido por los alemanes al comienzo de la campaña, sobrepasó sus más locas expectativas y el mismo Herman Göring, Comandante en Jefe de la aviación germana, ordenó la formación de una comisión que investigara en terreno la autenticidad de los reportes enviados desde el frente, cuando los comandantes de unidades de combate llegaron a reportar hasta 2.000 aviones soviéticos capturados en la tierra. Porque es un hecho reconocido por ambas partes en conflicto que la mayoría de las bajas de la aviación soviética durante los primeros días de guerra ocurrió en tierra y no en el aire. Lo que se discute es cómo se produjeron esas bajas. Y lo cierto es que la evidencia apunta a que la mayoría de los aviones perdidos por los soviéticos cayeron en manos de los alemanes sin lucha, luego de ser abandonados por sus tripulantes y por el personal de las bases encargados de su custodia.
La desbandada del Ejército Rojo dejó el camino abierto para que el Ejército Alemán capturara, en rápida sucesión, las bases y aeródromos soviéticos, junto con miles de aparatos y toneladas de suministros. Los documentos desclasificados a menudo usan el eufemismo “redespliegue”, para referirse a lo que, más que una retirada, era una carrera de “sálvese quien pueda”. En un reporte del 26 de junio, evacuado en una unidad del Frente Noroeste, el oficial que firma reconoce que prácticamente ya no tiene una fuerza aérea bajo su mando: “las fuerzas aéreas del frente soportaron terribles pérdidas (…) Y no son capaces de apoyar y cubrir tropas de tierra y atacar al enemigo efectivamente en este momento. Un 75% de las tripulaciones son preservadas. Un 80% del material está perdido.”
El caótico “redespliegue” prosiguió durante las semanas siguientes. Un reporte fechado el 14 de julio de 1941, citado por Solonin, consigna que la “evacuación de bases y unidades desde las líneas del frente es desorganizada; el mismo mando está en pánico, lo que resulta en mucha munición y otros suministros técnicos perdidos (…) las bases aéreas 13ª, 127ª y 206ª, retirándose en pánico, dejaron la mayor parte de los suministros en territorio ocupado por el enemigo, sin antes destruir los suministros tácticos. El comandante de la 127ª base aérea abandonó 5.144 bombas aéreas de diferentes tipos, 442.500 proyectiles de fusil y de defensa aérea, y 10 ametralladores ShKAS en el campo aéreo Groudjai. 18 transportes de bombas aéreas, 3 millones de proyectiles de defensa aérea, varias toneladas de combustible, raciones y depósitos técnicos y bodegas fueron abandonados en Siauliai.”
Pero incluso con este catastrófico redespliegue, las fuerzas aéreas soviéticas no desaparecieron de los cielos. Es más, en los flancos del enorme frente ruso, el número de aeronaves soviéticas seguía superando en número a los aviones alemanes. Las bases de los bombarderos medianos y de largo alcance, ubicadas más allá del alcance efectivo de un primer ataque alemán, casi no sufrieron pérdidas en las semanas iniciales de la guerra. A diferencia de Alemania, la URSS sólo debía luchar en un frente. Japón, aliado nominal de los alemanes, nunca dio el paso para atacar la Unión Soviética, de modo que ésta pudo reubicar 15 divisiones aéreas (equivalentes a más de 3.000 aviones) desde distritos militares del interior hacia zonas de combate en el oeste del país, entre el 22 de junio y el 1 de agosto de 1941. Además, el “redespliegue” de las unidades perseguidas por los alemanes resultó en la pérdida de miles de aviones, pero la mayor parte de los pilotos se salvó de la captura y es sabido que resulta mucho más fácil reponer los aviones perdidos, que los pilotos perdidos. De acuerdo con datos del Archivo Central del Ministerio de Defensa Ruso, las fuerzas aéreas del Frente Oeste soviético recibieron desde las fábricas soviéticas 709 aeronaves nuevas entre el 25 de junio y el 16 de julio. Protegida por la vastedad de Rusia, la industria aeronáutica soviética pudo seguir produciendo e incluso aumentó la producción para la segunda mitad de 1941, que llegó a 8.444 aparatos de todas las clases entre junio y diciembre, con 5.229 cazas entre ellos. Para comparar, la industria alemana, en todo el año 1941, produjo sólo 2.850 cazas que además debían luchar en el Mediterráneo, en Europa y en África, además del Frente Ruso.
Los testimonios de los alemanes muestran que la aviación soviética siempre estuvo en los cielos causándoles más de una inquietud. A medida que los mandos soviéticos recuperaban el control de sus fuerzas, las escenas de pánico y la pérdida de material abandonado se fueron haciendo más inusuales. Sin embargo, incluso a fines de 1942, las fuentes indican que uno de los principales problemas en las fuerzas armadas soviéticas era la baja motivación de muchos pilotos de caza, que rehuían el combate incluso con los lentos bombarderos alemanes. Hasta el final de la guerra, en 1945, la aviación soviética fue un instrumento poco eficaz, si consideramos la irremontable ventaja numérica con que contó desde un principio y que nunca dejó de tener, ni siquiera en las difíciles primeras semanas de lucha de 1941.
En la imagen, un caza “Yakovlev Yak-1”, posiblemente el mejor caza a disposición de las “VVS” (“Voyenno-vozdushnye sily”, “Fuerzas Aéreas Militares”) soviéticas. En número, el “Yak-1” era el segundo más numeroso de los cazas de última generación de fabricación soviética, con 400 unidades listas en junio de 1941, muy por detrás de los 1.400 “MiG-3” y por delante del menos confiable “LaGG-3”. La aviación soviética tenía a su disposición otros modelos un poco más antiguos, pero muy probados en combate, como el “Polikarpov I-16”, que desafió con éxito a los modelos alemanes e italianos en la Guerra Civil Española. Por último, además de la ingente producción de la industria aeronáutica soviética, el régimen de Stalin recibió miles de cazas británicos y estadounidenses, cedidos para ayudar a Moscú en su lucha mortal contra Hitler.
Para cuando fue retirado del servicio, se habían fabricado 8.700 unidades del “Yak-1”.
Imagen tomada de http://www.bergstrombooks.elknet.pl/bc-rs/Pic/yak-1.jpg
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