sábado, 28 de mayo de 2016

Hace 100 años. 29 de mayo de 1916. Primera Guerra Mundial

Hace 100 años
29 de mayo de 1916
Primera Guerra Mundial

El 23 de mayo de 1916, las tropas anglo-egipcias ocupan El Fasher, capital del rebelde Sultanato de Darfur. El día anterior, 22 de mayo, el sultán Alí Dinar había abandonado su capital, tras enterarse de la debacle de su ejército en la Batalla de Beringia. De todos modos, Alí Dinar huyó a las montañas, desde donde encabezó una guerrilla que resistió hasta fines de 1916.

Más al sur, una fuerza colonial británica irrumpe en el África Oriental Alemana desde Rhodesia y Nyasalandia. Para el 27 de mayo, habrán ocupado Neu Lagenburg, ya bien dentro de la colonia alemana, cuya porfiada resistencia asombró a todo el mundo y distrajo considerables recursos de cuatro imperios coloniales, obligados a sumar recursos para doblegar a los alemanes y sus “askaris”.

En el Frente Occidental, los británicos intentan un contraataque en la Cresta de Vimy, en uno de los puntos más comprometidos del sector del frente que les toca defender. Los “Tommies” británicos defienden las trincheras de la Entente entre Ypres, al sur de Bélgica, y el río Somme, que se haría famoso dentro de pocas semanas, cuando los británicos desencadenen una gran batalla que tomará el nombre del río en la historia. Los británicos, al no ver resultados rápidos en Vimy, deciden dejar que los alemanes conserven el terreno conquistado en los últimos días. Los alemanes no lo saben, pero este aparente respiro es sólo una pausa que se toma la Entente para descargar un feroz golpe en otra área.

En Verdún, el Segundo Imperio Alemán y la Tercera República Francesa apuestan sus mejores cartas, en una batalla cuyo resultado, a estas alturas, es más cosa de honor nacional que de relevancia estratégica. Hace poco que el general Robert Nivelle ha recibido el mando del 2º Ejército Francés y no piensa pasar a la posteridad como un jefe pasivo. A mediados de mayo, cursa órdenes para que la 5ª División, del general Charles Mangin, ataque hacia el Fuerte Douaumont. El fuerte era el mayor de cuantos formaban parte del imponente dispositivo defensivo de Verdún. Sin embargo, al momento del ataque alemán de febrero, casi no tenía guarnición y estaba en vías de ser desmantelado, de modo que fue capturado por una pequeña partida de soldados alemanes, que apenas superaba una compañía. El alto mando francés había juzgado erróneamente que los fuertes eran inservibles ante la moderna artillería de sitio, luego de observar cómo los morteros pesados alemanes habían hecho polvo muchos fuertes belgas en el verano de 1914. El error de juicio de los generales franceses hizo un gran servicio a los alemanes, que lo transformaron en una inexpugnable base de operaciones, muy cerca de la línea del frente y que demostró que, bien defendido, constituía un hueso duro de roer para los atacantes.

En mayo de 1916, pues, los franceses intentarían recapturarlo. Entre los días 17 y 21 de mayo, cuatro morteros gigantes de 370 mm y 300 otras piezas de artillería machacaron el fuerte que, no obstante el castigo, siguió siendo operativo, aunque la guarnición alemana lo estaba pasando muy mal. A las 11.20 hrs. del 22 de mayo, el general Mangin ordenó a sus “poilus” pasar al asalto. Al terminar el día, con mucho esfuerzo y sufriendo sensibles bajas, los franceses habían conseguido penetrar en el fuerte y ocupaban aproximadamente la mitad de las instalaciones. El mando francés quiso explotar la situación y envió como refuerzo a la 34ª División que, no obstante, fue rechazada, dejando aisladas a las fuerzas que habían penetrado el perímetro y que fueron obligadas a rendirse. A los tres días de iniciado el ataque, el Fuerte Douaumont estaba firmemente en manos alemanas y el frente de Verdún seguía más o menos igual que antes de la intentona.

Entre los días 23 y 26 de abril de 1916, el llamado “Acuerdo Sykes-Picot” se vuelve oficial, tras una seguidilla de notas diplomáticas intercambiadas entre los gobiernos de Francia, Gran Bretaña y Rusia. Se trataba de un protocolo secreto, donde se repartían las posesiones del Imperio Otomano entre británicos y franceses, con una pequeña participación de Rusia en la zona del Cáucaso, aunque a los rusos se les aseguraba el control de los estrechos que unen el Mar Negro con el Mediterráneo, una de las más antiguas y persistentes aspiraciones de la Rusia Zarista que podría sentirse, de alzarse la Entente con la victoria, como auténtica heredera del Imperio Romano de Oriente. La Revolución de 1917, sin embargo, determinaría sucesos muy distintos…

Las primeras negociaciones habían tenido lugar en noviembre de 1915. En ese entonces, el Gobierno Francés estaba representado por François-Georges Picot, un diplomático profesional con amplia experiencia en el Medio Oriente. Su contraparte era la delegación británica, liderada por Sir Arthur Nicholson. El 21 de diciembre, tuvo lugar una segunda ronda de negociaciones, con la parte británica ahora representada por Sir Mark Sykes, un experto en el Levante. El destino final de los territorios árabes del Imperio Turco yuxtaponía los intereses no sólo de Francia y Gran Bretaña, sino también los de Rusia y, lo que sería más importante a la larga, de los nacionalistas árabes y de los sionistas judíos, a quienes se les habían hecho grandes promesas, incompatibles entre sí y en cuya virtud movilizaron a sus grandes comunidades en apoyo de Gran Bretaña.

El controversial acuerdo, negociado en el más estricto sigilo, partía en dos mitades los territorios árabes controlados, hasta entonces, por el Gobierno del Sultán. El Líbano, casi toda Galilea, Cilicia y la costa siria serían controladas directamente por Francia. Hacia el este, se crearía un estado árabe, puesto bajo la protección de París. Los británicos controlarían el sur de Mesopotamia y el territorio alrededor de la bahía de Acre-Haifa, en el Mediterráneo, con derecho a construir un ferrocarril desde el mar hasta Bagdad. La zona situada al este del Jordán y el desierto de Neguev, al sur de la línea que iba desde Gaza hasta el Mar Muerto, sería atribuida a un estado árabe bajo protectorado de Londres. En el correspondiente mapa, la zona francesa se denominaba “zona azul”, mientras que lo asignado a Gran Bretaña era llamado “zona roja”. Al sur de la “zona azul” francesa, el sanjacado de Jerusalén quedaría bajo administración internacional, en la llamada “zona café”.

Al producirse la Revolución Bolchevique de 1917, el nuevo gobierno de Moscú quiso obtener reconocimiento de los compromisos contraídos por París y Londres con sus predecesores, el asesinado Zar y su gobierno. Sin embargo, poco inclinados hacia el bolchevismo, británicos y franceses respondieron tibiamente a las exigencias de los revolucionarios rusos que decidieron hacer público el acuerdo en desquite por el desaire. Fue un momento de suma vergüenza para Gran Bretaña y Francia, que aparecían sumando kilómetros cuadrados a sus respectivos imperios coloniales, sin participar a sus demás aliados europeos y, sobre todo, traicionaban el deseo de las tribus árabes de unificarse en un gran estado, proyecto que había sido apoyado públicamente por Gran Bretaña; además desconocían el compromiso asumido con el movimiento judío internacional, al que se le había prometido un hogar nacional en Tierra Santa, de ser destruido el Imperio Turco-Otomano.

Aunque el acuerdo fue formalmente suprimido luego de acabar la guerra, el Medio Oriente turco fue, de hecho, repartido entre británicos y franceses en su mayor parte, bajo la forma legalmente más elegante del “mandato”. Para muchos analistas, el arbitrario reparto de los territorios árabes a partir del Acuerdo Sykes-Picot está en la base de los graves conflictos que aquejan, hasta hoy, los volátiles territorios del “Creciente Fértil” y que, de cuando en cuando, han hecho temblar la paz mundial hasta sus cimientos.

Serían las torpezas políticas de las potencias europeas —Francia  y el Reino Unido principalmente—, y su falta de tacto diplomático las causas de los interminables y peligrosos conflictos del Medio Oriente. En todo caso, para mayo de 1916, la presa cuya piel estaba siendo repartida en Londres y París todavía no había sido abatida por los cazadores. En la fotografía, soldados austrohúngaros, aliados de los turcos, se preparan para una inspección en Jerusalén, en algún momento de 1916.




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