Sed de cien centurias en el alma de Israel,
viene esta noche a saciar el Emmanuel.
En portento misterioso, anuncios por doquier,
los ángeles del Cielo han traído al descender,
reunidos en Coro, con más que humana voz,
cantan en el desierto al rey mago y al pastor:
“gócense y alégrense en la misericordia del Señor,
que en Belén de Judá nos ha nacido un Salvador”.
Como la luz atraviesa el cristal, así fue como nació,
el Niño Dios que, a su Madre, intacta Virgen preservó,
que por milagro de su Hijo no hubo de conocer varón,
y por amor de su corazón nunca pecado cometió.
Por su divina voluntad, el Señor escogió
tomar sobre sus hombros a todo pecador
para borrar de una vez a la muerte y al dolor
y hacer triunfar el amor que en el pesebre se vertió.
Y ser, para todos, vida, guía, sustento,
agua fresca, luz del sol, alimento,
consuelo, paz, alegría, contento,
esperanza, anhelo, amor fraterno,
promesa de salvación y puerta del Cielo eterno.
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