14 de junio de 1940
Segunda Guerra Mundial
Los últimos días han sido probablemente los más oscuros para Francia y Gran Bretaña en mucho tiempo. Mientras los soviéticos siguen fabricando incidentes para anexarse los estados bálticos, en el Oeste, se viven los momentos finales de la Tercera República Francesa.
El 10 de junio, Noruega se rinde. Tres días antes, el Rey Haakon y su gobierno habían sido evacuados a Londres. Ese mismo día, con la batalla ya resuelta, Italia declara la guerra a Francia y Gran Bretaña. En un discurso pronunciado en la Universidad de Virginia, el Presidente Franklin D. Roosevelt declaró que “la mano que sostenía la daga, la clavó en la espalda de su vecino”, haciendo alusión al hecho de que Italia atacó a través de los Alpes con la mayor parte de las tropas francesas comprometidas en la lucha contra los alemanes.
El 11, con los alemanes a las puertas de París, el gobierno francés se traslada a Tours. La “Ciudad Luz” es declarada ciudad abierta y el 13 empiezan a entrar tropas alemanas en la capital gala. El gobierno francés es evacuado nuevamente, esta vez a Burdeos.
Los navíos de la “Marine Nationale”, la Marina Francesa, atacan objetivos en la costa italiana de Liguria. Los franceses no están dispuestos a permitir una victoria gratuita a Mussolini.
“Il Duce” sabía que Italia estaba muy mal preparada para entrar en la guerra, por eso postergó su ingreso hasta este momento. Nadie esperaba que los alemanes obtuvieran una victoria tan rápida y aplastante en el Frente Occidental, ni siquiera los propios alemanes. Así que, desde el momento en que resultó claro que la Batalla de Francia estaba resuelta, Mussolini decidió declarar la guerra a los Aliados, para poder sentarse a la mesa de negociaciones de una guerra que parecía terminada con el inminente colapso de Francia. Pero la Italia Fascista no contaba con la porfiada resistencia que presentarían las tropas francesas que defendían los Alpes; tampoco contaba con que Gran Bretaña seguiría en guerra, a pesar de quedarse sola; ni con la locura fanática de Hitler, que se rehusaría a cualquier clase de victoria que no fuera igual a la destrucción absoluta de sus adversarios.
Desde su llegada al poder, el Partido Fascista se había propuesto como objetivo primordial devolver a Italia la gloria imperial de la Antigua Roma, convirtiéndola en la primera potencia del Mediterráneo, a costa de los dominios coloniales de otras naciones europeas, especialmente Francia, Reino Unido y España. El plan también contemplaba ampliar la influencia italiana en Los Balcanes y proyectar el poder naval hacia los océanos, fuera de la prisión del “Mare Nostrum”, cerrada por los accesos de Gibraltar y Suez, ambos controlados por los británicos. Sin embargo, las fuerzas armadas italianas no estaban a la altura de las imperiales ambiciones del Fascismo. Su desempeño contra los franceses que defendían la frontera común fue muy decepcionante. En los meses siguientes, Italia se comprometió en otras dos aventuras militares en Los Balcanes y en África del Norte, ambas finalizadas en un desastre. En las aguas del Mediterráneo, Italia tampoco supo aprovechar su ventaja numérica inicial y, para cuando la “Regia Marina” quiso arrebatar el dominio del Mediterráneo a la “Royal Navy”, ésta ya se había reforzado apropiadamente.
Más abajo, una de las fotografías más icónicas de la Segunda Guerra Mundial: el parisino que llora mientras contempla la entrada de las tropas alemanas en la capital de Francia.
Imagen tomada de http://
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