viernes, 29 de julio de 2005
La Paradoja del Elefante
He aquí una historia que leí hace mucho tiempo. Me parece que deja una lección muy interesante. Espero que mi memoria sea capaz de reproducirla de la manera más fiel posible:
Una de las cosas que más disfrutaba siendo niño, era ir al circo con mi abuelo. Los payasos, los acróbatas, los trucos, los trapecistas, los domadores. En fin, me parecía un universo mágico. Día día se repetía la misma función, sin alteraciones, durante la temporada en que la enorme carpa multicolor se mantenía erguida en ese peladero situado en el centro de la ciudad. Pero siempre era capaz de hallar algo nuevo, un detalle que se me había escapado, un truco que no había apreciado bien, una pirueta de un trapecista que había pasado por alto.
Después de cada función, paseábamos con mi abuelo alrededor de la carpa del circo, donde se exhibían las fabulosas fieras que participaban en el espectáculo: tigres reales, panteras, leones africanos, boas y, desde luego, elefantes.
El elefante me parecía especialmente fascinante. A simple vista, era un animal tranquilo, que llevaba enormes cantidades de comida a su boca, usando su trompa, sin importarle mucho los impertinentes espectadores que se acercaban a observarlo. Y, sin embargo, estaba consciente de que, si el elefante hubiera querido, podría haberme aplastado con la misma facilidad con la que masticaba las toneladas de verdura que le daba su domador.
Pero siempre hubo un detalle que no entendía. El elefante, animal grande y poderoso, tenía su pata delantera izquierda ceñida por un anillo metálico oxidado, unido a una estaca de unos pocos centímetros, mediante una cadena vieja y más bien delgada, considerando la fuerza que los elefantes tienen. Parecía poca cosa para mantener semejante animal a raya.
Un buen día, acosado por la duda, simplemente le pregunté a mi abuelo, que me parecía el hombre más sabio del mundo y que de seguro tendría una respuesta satisfactoria para tan inquietante paradoja.
-"Abuelo -pregunté- ¿por qué está encadenado el elefante?"
-"Es para que no se escape"- respondió mi abuelo.
-"Pero abuelo -repliqué-, el elefante es muy grande y la cadena se ve muy pequeña, como para sostenerlo. Yo creo que si el elefante decidiera escaparse, podría romper la cadena o arrancar la estaca con facilidad."
-"No te preocupes -contestó mi abuelo, mientras sonreía y me acariciaba la cabeza, despeinándome-, el elefante no se va a escapar, porque está entrenado"
-"Bueno -insistí-, y si está entrenado ¿por qué le ponen cadenas?"
Mi abuelo, algo perplejo, no supo qué contestar. Y ante mi insistencia por hallar la verdad, compró mi silencio con una manzana confitada.
Nadie pudo explicarme la paradoja del elefante y tuve que crecer resignado a que era de esas cosas que, sencillamente, no tienen respuesta en la vida. Pero cuando llegué a la vida adulta, entendí qué había pasado con el elefante del circo.
Cuando el elefante llegó a vivir al circo, siendo apenas un cachorro, lo mantuvieron sujeto con esa frágil cadena. Durante meses, el elefantito, apenas hallaba la oportunidad, trataba de zafarse, pero no había crecido lo suficiente como para que sus fuerzas bastaran para zafar la cadena.
Y un buen día..., se rindió a estar encadenado para siempre. Y siendo ya un elefante adulto, imponente y fuerte, seguía creyendo que no tenía la fuerza para recobrar su libertad.
El problema del elefante, entonces, no era que no pudiera romper sus cadenas, sino que creía que no podía o, más bien, no creía en sí mismo, lo suficiente como para hacer ceder sus cadenas.
Creer es poder. Nunca te rindas. No hay imposibles. Lucha sin tregua. Persiste sin pausa. Cree sin dudas. Vive sin miedo.
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Jorge Bucay, supongo
ResponderEliminarEn general no lo tolero, pero éste es el único de sus cuentos que me provocó algo.
No recuerdo con exactitud, pero creo que es una historia tradicional de los judíos de Europa. Un amigo mío es judío y seguramente lo leí en algún documento suyo.
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