Hace 100 años
23 de octubre de 1916
Primera Guerra Mundial
La Marina Rusa
El 18 de octubre termina la Batalla de Le Transloy, en el sector del Somme. Aunque los alemanes han sido obligados a retroceder sus líneas, los británicos no obtienen un éxito decisivo y deben lamentar algunas miles de bajas, a cambio de ganar unos pocos cientos de metros. A fines de octubre, las trincheras alemanas siguen ahí y no se ha producida la tan ansiada ruptura. El mal tiempo golpea más duramente a los británicos, que están a la ofensiva y han debido abandonar posiciones preparadas durante su ataque, alargando sus líneas de suministro, que deben recorrer trechos más largos bajo las atenciones de la artillería alemana, que está, por su parte, más cerca de sus depósitos. Para los atacantes, el mal clima además impide la observación aérea, que se ha hecho tan imprescindible para ajustar las andanadas artilleras, que preparan los avances de la infantería. Los soldados de ambos bandos soportan condiciones miserables en sus respectivas trincheras, que el otoño convierte en ataúdes lodosos, caldos de cultivo de ratas y enfermedades. Pero los alemanes, al menos, saben que el invierno obligará a los británicos a suspender los ataques y el sacrificio no habrá sido totalmente en vano.
El 21 de octubre, es asesinado el conde Karl von Stürgkh, quien se desempeñaba como Ministro Presidente de la Cisleitania, es decir, de la mitad austriaca del Imperio Austrohúngaro, respecto de la cual funcionaba como Jefe de Gobierno del Emperador Francisco José. Desde ese cargo, fue firme partidario de realizar un ataque punitivo contra Serbia, al producirse la crisis del verano de 1914, que llevó al estallido de la Primera Guerra Mundial. Desde marzo de 1914, mantenía suspendidas las reuniones del Consejo Imperial, es decir, la legislatura austriaca, que no volvió a ser convocada bajo su mandato. Fue asesinado, mediante un disparo, mientras almorzaba en un hotel de Viena. Su asesino era Friedrich Adler, hijo del Presidente del Partido Social Demócrata, Victor Adler. El magnicida alegó que su motivación fue protestar contra la prolongada suspensión de la asamblea.
Francisco José nombró a Ernest von Koerber como sucesor de Von Stürgkh. Von Koerber se convertirá en su último Jefe de Gobierno austriaco, pues el anciano Emperador de Austria y Rey de Hungría fallecería a las pocas semanas y sería sucedido por Carlos I, el último de su linaje en llegar al trono, antes de la disolución del Imperio, en 1918.
Las cosas van empeorando para Rumania. Los rumanos han pasado desde el papel de invasores de Austria-Hungría, a defender desesperadamente su territorio, aislados de sus aliados de la Entente y contra fuerzas muy superiores en número y equipamiento. El 22 de octubre, fuerzas alemanas y búlgaras toman Constanza, el mayor puerto rumano en el Mar Negro y la mayor ciudad de la Dobruja. Francia y Gran Bretaña dominan los mares, pero Turquía, aliada de Alemania, controla los estrechos que unen el Mar Negro y el Mediterráneo. Y aunque los estrechos estuvieran abiertos para la Entente, de poco le serviría el dominio naval franco-británico, si no tienen puertos donde recibir ayuda. Y Rusia, que debería haber sido el gran poder naval de la región, se aleja cada vez más de la victoria y está cada día más cerca de la revolución. Y su marina no está en las mejores condiciones operativas.
El 20 de octubre de 1916, una explosión destruye el acorazado ruso “Emperatriz María”. El buque era uno de los nuevos “dreadnought”, construidos para la Marina Imperial, luego de la catastrófica derrota naval sufrida frente a Japón en la Guerra de 1905. En la madrugada del 20, mientras estaba anclado en la base de Sebastopol, Crimea, se declaró un incendio en uno de los polvorines de la nave, explotando antes de que pudiera ser sofocado. Un grupo de marinos, liderados por un tal ingeniero guardiamarina Ignatyev, consiguió inundar el compartimento de los proyectiles de artillería, antes de que se produjera la explosión, al costo de sus vidas. Su heroica acción evitó posiblemente una detonación aún peor. Sin embargo, una nueva explosión se produjo cuarenta minutos más tarde, cerca del compartimento de los torpedos. El buque no resistió el segundo estallido, se volteó y terminó yéndose al fondo de la bahía, con 228 de los 1.213 hombres que componían su dotación. Las investigaciones posteriores determinaron que la explosión se originó por ciertos propelentes de nitrocelulosa, que combustionan espontáneamente al descomponerse.
El “Emperatriz María” había sido fruto del enorme esfuerzo hecho por el Imperio Ruso en tratar de reconstruir su Marina, luego del desastre de 1905. Al mismo tiempo, era ejemplo de las contradicciones en la política que Rusia seguía en cuanto al poder naval. En 1900, Rusia tenía tres grandes flotas: en el Báltico, en el Mar Negro y en el Pacífico. En número de unidades, la Marina del Zar era superada sólo por Gran Bretaña y Francia. Hasta fines del siglo XIX, Rusia había calculado que su enemigo en los mares, algún día, sería Gran Bretaña. Sin embargo, la víspera de la Gran Guerra encontró a la “Autocracia” convertida en aliada del Imperio Británico y Francia; enfrentada, por tanto, a Alemania. Al iniciarse el siglo XX, los planes de expansión naval de Rusia debieron haberse centrado en mantener una fuerte presencia en el Mar Negro, para hacer valer sus derechos sobre lo que iba quedando del moribundo Imperio Turco-Otomano. En este sector, los zares esperaban, algún día, imponer el dominio ruso sobre los estrechos que dan acceso al Mediterráneo.
Una segunda tarea obvia de la Marina tenía que ser proteger la costa de los países bálticos, Finlandia y San Petersburgo. En el Báltico, sin embargo, encontraba el poderoso contrapeso de la Marina Alemana, que se iba transformando rápidamente en la segunda fuerza naval del planeta. Luego de la guerra de 1905 con Japón, la balanza de poder naval en el Báltico quedó abrumadoramente inclinada en favor de Alemania.
La guerra de 1905 fue resultado de un imprudente intento de expandir la influencia rusa hacia el Extremo Oriente, donde chocó con el emergente Imperio Japonés. Sobreextendida y obligada a mantener presencia naval en tres teatros de operaciones, la contienda de 1905 sorprendió a Rusia mal preparada en los tres mares donde sus buques debían operar. Pocas veces, en la historia naval, una derrota ha sido tan completa como la sufrida por Rusia en 1905. El número de buques perdidos llegó a 69 unidades, con casi toda la Flota del Pacífico destruida y gran parte de la Flota del Báltico también perdida, que fue enviada a dar la vuelta al mundo, para luego entablar batalla contra los japoneses en un intento por evitar la derrota.
Luego del desastre, Rusia podría haber optado por limitar la capacidad de su marina a la defensa costera, pero optó por reconstruir su poder naval, de modo de poder proyectarlo por todo el mundo de ser necesario, manteniendo así su estatus de gran potencia naval. El caso del “Emperatriz María” es paradigmático de los resultados del plan de reconstrucción del poder naval ruso. El buque era un moderno acorazado tipo “dreadnought”, capaz de medirse con los mejores barcos de guerra del mundo y, desde luego, fue carísimo de construir. Las nuevas unidades navales rusas servían para imponer respeto y para afirmar el prestigio internacional del Imperio de los Zares, lo que no era descabellado en una época donde la competición entre las grandes potencias tomaba características depredatorias de tipo darwiniano. Era la época de Alfred T. Mahan y de “La Influencia del Poder Naval en la Historia”, una obra que marcó a varias generaciones de políticos y estrategas navales. Por otro lado, dadas las limitaciones impuestas por la geografía, Rusia era relativamente fácil de bloquear por mar y era poco probable que tuviera el tiempo de edificar un poder naval capaz de forzar la salida del Báltico, pasando por sobre la potente “Kaiserliche Marine”, o de forzar la salida del Bósforo, controlada por los fuertes turcos que daban tranquilidad a Constantinopla, la capital otomana. E incluso, si hubiera tenido el tiempo, habría tenido que dedicar tal cantidad de recursos en la carrera naval contra Alemania y sus aliados, que resultaría ruinoso intentarlo.
Aun así, Rusia gastó en sus nuevos buques más de lo que podía y debía. Para hacer el esfuerzo de construirlos, los sucesivos gobiernos decidieron ahorrar en otras áreas, como el entrenamiento de las tripulaciones y el mantenimiento del material, omisiones que tal vez explican desastres como el accidente ocurrido en el “Emperatriz María”. Y, más importante, nunca se hizo un intento serio por disminuir la enorme brecha social existente entre los oficiales y la marinería. En la flota, al igual que en las fuerzas de tierra, se iba haciendo cada vez mayor el abismo entre los oficiales y sus hombres, que solían entablar relaciones de tipo amo-siervo. En las tripulaciones, se incubaba nuevamente el caldo de la revolución, que ya se había dejado sentir en 1905 y que explotaría, con decisiva fuerza, a comienzos del año siguiente.
Abajo, un grupo de marinos rusos posan a bordo del “Emperatriz Catalina la Grande”, de la misma clase del “Emperatriz María”, armado con las mismas cuatro torretas triples de 305 milímetros, como la que se ve en la fotografía. Los restos del “Emperatriz María” fueron recuperados y, aunque la revolución impidió que la nave fuera reconstruida del todo, dos de sus torretas fueron reubicadas en tierra y reutilizadas como baterías de defensa costera en la base de Sebastopol. Ahí combatirían nuevamente durante la Segunda Guerra Mundial, en el curso de la gran batalla que alemanes y soviéticos sostuvieron en el puerto en 1942.
Imagen tomada de http://www.photoship.co.uk/JAlbum%20Ships%20Misc/Onboard/slides/Imperatritsa%20Ekaterina%20Velikaya%20guns-02.jpg
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